Capítulo 58
¡Hola! Nos viene un capítulo largo... ¡pero es que ya sabéis qué pasa en las bodas! Espero que os hayáis puesto vuestras mejores ropas... :)
Capítulo 58 – Todos los personajes, 1.812 CIS (Calendario Solar Imperial)
Diana Valens – Tocador nupcial
La verdad es que estaba guapa. Mientras la observaba desde el diván mirarse en el espejo con aquel bonito vestido de novia de color champán y el cabello negro dibujando bucles sobre su espalda, tuve la certeza de que era una de las veces en la que más hermosa la había visto. El vestido era precioso, con el corpiño marcándole la cintura y la larga y vaporosa falda llena de estrellas dibujando ondas tras de si. Además, lucía el pelo más brillante y arreglado de lo habitual, con trenzas y pequeñas chispas doradas engarzadas en ellas... En definitiva, iba perfecta. No obstante, no era ni su ropa ni su peinado lo que marcaba la diferencia. La clave estaba en su felicidad: en el brillo de sus ojos... en su sonrisa. Aquel era su gran día: el día en el que por fin había logrado reunir a su familia después de tanto tiempo, y no estaba dispuesta a que absolutamente nadie lo estropease.
Nos habían preparado la mejor habitación del hotel para nosotras. El futuro Emperador Doric quería que su buena amiga brillase aquel día, que no le faltase de nada, y para ello había contratado a dos jóvenes estilistas que no dejaban de entrar y salir de la sala con cajas llenas de joyas, maquillajes y demás tonterías de colores. Cosas de chicas, decían; objetos, fragancias y demás productos de belleza que ni a mi prima ni a mí nos gustaban demasiado, pero que al menos ella conocía de su etapa como bailarina y después actriz. Para mí, en cambio, era un nuevo mundo en el que no quería adentrarme. Después de todo, ¿para qué iba un Pretor como yo ponerse joyas? ¿Para matar con estilo? Oh, vamos, ¡eso ya lo sabía hacer! Eso sí, para la boda había prometido que intentaría ir lo más presentable posible, así que de momento había dejado de lado mi pintalabios rojo y el lápiz negro.
Pero solo por un día, eh.
¡Ay, Jyn! ¿Cómo imaginar que mi prima se iba a casar tan pronto? La edad era la adecuada, no nos vamos a engañar, pero no las circunstancias. Estábamos apunto de entrar en guerra. ¿Acaso no era mejor esperar? Davin decía que era precisamente por ello por lo que se casaban: para que en caso de que Nat muriese ella recibiese las ayudas económicas reservadas a las viudas, pero yo tenía la sensación de que había algo más. Me caía bien Doric Auren, no voy a mentir: además de guapo parecía un tipo con bastante talento. Ideas claras, buen estratega, inteligente, etc, etc. No obstante, había algo oscuro en él. Algo que marcaba sus movimientos y que, como en aquel caso, despertaba mis sospechas, y es que, ¿qué mejor forma de asegurarse la lealtad de una familia entera de Pretores de la Casa de la Noche que casando a su hija con su segundo al mando?
Quizás fuese mal pensada, pero...
—Sol Invicto, Jyn... —escuché decir a alguien desde la puerta—. Estás impresionante.
Faltaban aún un par de horas para que empezase la ceremonia cuando Lyenor Cross, Misi Calo y Aidan Sumer entraron en la habitación. Se habían pasado toda la noche conduciendo, escapando de Hésperos y de mi padre, y por su aspecto era evidente que no habían dormido nada. Estaban ojerosos y cansados, pero felices de volver a ver a Jyn después de tanto tiempo.
Misi se adelantó a Aidan y Lyenor para abalanzarse sobre Jyn para abrazarla con fuerza. Después de tantos años siendo amigas y de los últimos acontecimientos vividos no era de extrañar que por las mejillas de ambas rodasen lágrimas.
—Me alegro tanto de verte... —le susurró Misi al oído—. Sabía que encontrarías la forma de escapar de Albia.
—Fue cosa de Nat —respondió ella—. Él me salvó.
—¿Y por eso te casas con él? —Misi le besó la mejilla con cariño—. En fin, ya me contarás, pero... ¡enhorabuena!
Misi se apartó para que Lyenor pudiese saludar a Jyn con un abrazo. La mujer de mi tío era una Centurión excepcional: un ejemplo a seguir para la mayoría de nosotras. Personalmente esperaba tener sus agallas en el futuro... y también su posición. Lyenor cumplía a la perfección con los requisitos para convertirse en una gran líder, y a no ser que las cosas se torciesen, llegaría lejos.
—Jyn —la saludó.
Y no dijo más. Simplemente le besó la frente con cariño, como si de una hija se tratase, y retrocedió para dejar paso a Aidan. Un Aidan que, por supuesto, no dudó en estrechar con fuerza a su hija entre los brazos, como si se la fuesen a arrebatar. Jyn, encantada, aprovechó para rodearle el cuello en un abrazo y llenarle el rostro de besos.
Después de tanto tiempo sin verse, Aidan decidió quedarse la siguiente hora en la habitación con nosotras, charlando animadamente con la protagonista. También se alegraba de verme a mí, por supuesto, pero aquel día Jyn era la estrella, así que intenté mantenerme en un segundo plano. Los escuché charlar animadamente, interviniendo de vez en cuando para amenizar la espera, y aplaudí cuando, tras casi media hora de conversación sobre la estancia de Jyn en Ostara, Aidan decidió hacerle entrega de su regalo de boda.
—Era la daga ceremonial de tu tío Jarek —le dijo tras entregarle una caja de madera en cuyo interior se encontraba el imponente arma. Afilada, con el filo dorado y el mango engarzado con varias joyas que conformaban el rostro sonriente del Sol Invicto, no cabía duda de que se trataba de una pieza especial—. Su fragmento de Magna Lux lleva años protegiéndote —prosiguió, acercando la mano derecha a la esquirla de cristal rojo que llevaba su hija al cuello. Curiosamente, jamás la había visto sin ella—. Ahora ha llegado el momento de que le ofrezcas un poco de ayuda.
Emocionada ante el inesperado regalo, Jyn necesitó unos segundos para recomponerse y secarse las lágrimas. Personalmente no sabía demasiado sobre el tal Jarek salvo que había sido el gemelo de Aidan y que había muerto, pero para ellos debía ser alguien especial. A saber.
—Gracias, Aidan —respondió, y besó su mejilla con afecto—. La llevaré siempre conmigo.
—Eso espero... y si ese tipo, Trammel, se pone tonto, clávasela en la entrepierna. Funciona, te lo aseguro.
—¡Aidan!
Ambas nos reímos a coro ante lo que quisimos creer que era una broma... pero que no lo fue. El Centurión besó por última vez la frente a su hija, a modo protector, y se despidió de mí con un guiño para dejar paso a dos nuevos invitados. Dos hombres que, aunque habían llegado el día anterior a la ciudad, aún no habían pasado a visitarnos.
No pude evitar sonreír ampliamente al ver aparecer a Lansel. Mi querido Lansel Jeavoux, con su flequillo tapándole los ojos y sus eternas ojeras; el que con tanto cariño hincó la rodilla frente a Jyn, tomó su mano y besó el dorso, todo galantería.
—Mi princesa —dijo, y se incorporó para estrecharla entre sus brazos—. Mi hermana. Siempre supe que estaría en tu boda... aunque pensaba que como protagonista. —Chasqueó la lengua—. Mala suerte la mía.
—Tú siempre eres el protagonista —aseguró ella, y le besó la mejilla—. ¿Te reservo el primer baile?
—¡Por favor!
Lansel dio paso a la otra persona que lo había acompañado. Hasta entonces se había mantenido en la puerta, bajo el umbral, en tal ángulo que no había llegado a verle. No obstante, lo había percibido. Había notado ese aura oscura que tanto le caracterizaba. Esa mirada triste; esa sonrisa ausente.
Marcus.
No soy demasiado buena describiendo emociones. Me cuesta empatizar con la gente. Sin embargo, aquel día no fue necesario ser una experta en la materia para percibir sus sentimientos. La sonrisa de pura felicidad de Jyn al volver a verlo después de tantos años, y la de tristeza de él, tras la cual se ocultaba un gran pesar. Trataba de mostrarse contento, de sonreír con sinceridad, pero ni tan siquiera cuando se abrazaron logró conseguirlo.
Fue triste.
Por un momento hasta sentí cierta simpatía por él. Fue durante unos segundos solo, pero tiempo más que suficiente como para que no me provocasen nauseas sus muestras de cariño. Se abrazaron, se besaron las mejillas y, de nuevo, volvieron a fundirse en un abrazo.
Sol Invicto, si supiesen que los había visto en sueños...
—¿Podemos hablar un momento en privado, Jyn? —escuché que le decía Marcus en apenas un susurro—. Serán solo unos minutos.
—Claro —respondió ella—. Chicos, ¿podéis dejarnos?
Quise quedarme. Sentía auténtica curiosidad morbosa. No sabía lo que podría pasar entre aquellos dos, pero quería verlo. Vaya que si quería verlo... por desgracia, no me lo permitieron. Lansel me cogió de la mano asegurándome que había encontrado un bar donde servían una cerveza "increíble", y no tuve más remedio que aceptar.
Demonios, Lansel Jeavoux me estaba invitando a una maldita cerveza "increíble", ¿cómo decirle que no? Ni que estuviese loca...
Lansel Jeavoux – Carpa del mirador, jardines exteriores
Me gustaba aquel lugar. La noche anterior Damiel me había hablado de él, de que sería un buen lugar en el que celebrar un gran acontecimiento algún día, como un nombramiento o un nacimiento, y no se equivocaba. Sin lugar a dudas, era el mejor restaurante de todo Gherron.
Sencillo pero elegante. El recinto estaba compuesto por ocho carpas de distintos tamaños en cuyo interior sucedían muchas cosas diferentes. En la principal, la de mayor dimensión y de un color blanco más puro, se estaba celebrando la boda. Los invitados estaban cómodamente sentados en círculos formados por sillas de madera elegantemente decoradas mientras que en el centro, bajo la luz de un gran Sol Invicto dorado, Doric Auren lideraba la ceremonia. Leía letanías, cantaba canciones, murmuraba súplicas... Jyn no era especialmente creyente, pero sí Trammel y el propio Doric, por lo que el ritual prometía ser largo y complejo. Tan largo que, por supuesto, yo había preferido saltármelo. Lo siento, preciosa, pero no me van esos rollos.
El día acompañaba: el cielo estaba limpio de nubes y el sol brillaba con fuerza. Si el clima aguantaba, sería un día magnífico. Sumado a la celebración, a la exquisita comida que estaban preparando los cocineros y a lo tremendamente guapos que estábamos con nuestros trajes de gala, todo apuntaba a que iba a ser un día inigualable. Además, volvíamos a estar casi todos juntos. ¿Qué más se podía pedir?
Había otra carpa de tamaño medio con las columnas que soportaban la estructura decoradas con flores blancas y el suelo con piedras de colores donde se celebrarían los bailes. La tradición dictaba que los novios debían aguantar hasta el final de la fiesta si lo que querían era que su matrimonio fuese feliz y durase, así que la noche prometía ser larga. Normalmente los invitados se retiraban pronto, cuando empezaban a notar el cansancio de los novios. Había incluso algunos que tan pronto acababa el convite se retiraban. Por deferencia y esas cosas, ya sabes. Lamentablemente para mi querida Jyn, aunque Trammel me caía bien no era el hombre que hubiese querido para ella, así que no estaba dispuesto a ponerle las cosas fáciles. Si quería la bendición del Sol Invicto tendría que demostrar mucha resistencia...
Más que la de un Pretor, de hecho. ¿Interesante, eh?
Pero a lo que iba. Como decía, había muchas carpas preparadas para el gran evento. Carpas donde tomar algo, otras donde disfrutar de un poco de paz con sillones blancos y mesas bajas, otras donde descansar un poco en divanes de madera y cuero... y después estaban las pequeñas: aquellas en las que los bebedores empedernidos como yo nos acomodábamos para ver el tiempo pasar. Para disfrutar de las hermosas vistas de los áridos parajes que nos rodeaban... para charlar tranquilamente con alguna invitada que tuviese ganas de escuchar mis historias.
O simplemente para emborracharme en compañía de mi buen amigo Marcus, el cual, aunque hacía tan solo unos minutos que había llegado, ya lo había alborotado todo con su nerviosismo.
Ay, Marcus...
—¿Pero se puede saber qué demonios te pasa? Cálmate, ¿quieres? Tómate una maldita copa de vino, y...
Una de las camareras acudió a nuestro encuentro con una bandeja llena de copas. Hacía un rato que nos habíamos conocido, y aunque por el momento no habíamos hecho más que intercambiar alguna que otra mirada y muchas sonrisitas, no dejaba de servirme copas. Con suerte, cuando empezase la celebración habría la suficiente gente como para poder acercarme con algo más de disimulo. Con su responsable deambulando por la zona, asegurándose de que todo estuviese en perfectas condiciones, no atrevía a acercarme.
Marcus cogió una de las copas de la bandeja de un manotazo y engulló el contenido de un sorbo. Seguidamente, sin darle tiempo ni tan siquiera a retirarse a la camarera, lanzó el vaso contra uno de los arbustos decorativos, partiéndolo en mil pedazos, y cogió otra.
Esta vez necesitó más de un trago para acabárselo.
Perpleja, la camarera me miró con cara de circunstancias antes de retirarse con paso rápido. Marcus estaba de mal humor. Aquella mañana lo había notado especialmente melancólico, triste incluso, pero el reencuentro con Misi, Lyenor y Aidan lo había animado bastante. Tanto que incluso había creído verle sonreír un par de veces. Después habíamos ido a visitar a la novia, tal y como dictaba el protocolo, y entonces su humor había vuelto a cambiar. La tristeza se había instalado en su mirada, y por mucho que había intentado animarlo, no lo había conseguido.
Ahora, unas horas después, aquel era el siguiente paso.
Dejé escapar un suspiro. Aquella mañana me había propuesto disfrutar del día: pasármelo en grande y desconectar de la mierda de meses que llevábamos a las espaldas, pero Giordano no iba a ponérmelo fácil. En fin...
Me acabé la copa de un sorbo, la dejé sobre la mesa alta junto a la cual nos encontrábamos y acudí a su encuentro para rodearle los hombros con el brazo. Marcus aún sujetaba su copa con firmeza, con los dedos tan prietos sobre el cristal que estaba a punto de astillarse. Estaba muy inquieto, con todos los músculos faciales tensos, y la mirada fija en la carpa donde se estaba celebrando la boda.
Murmuraba algo entre dientes.
—¿A quién dices que vas a matar? —pregunté, captando apenas palabras sueltas—. Cálmate, hombre. En menos de dos semanas habrá estallado la guerra: tendrás tiempo más que de sobra para llevártelos a todos por delante.
—¿Y acaso crees que me importa esta maldita guerra? —replicó a la defensiva. Se acabó la copa de un trago y, furibundo, la lanzó de nuevo contra el suelo—. ¡A la mierda con Lucian y a la mierda con Doric Auren! ¡Ninguno de los dos es mi maldito Emperador!
—¿Ah, no? —respondí, tratando de mantener la calma y evitar contagiarme de su nerviosismo—. ¿Y puedo preguntar quién es tu "maldito" Emperador, Giordano?
—¿Importa? —Marcus bajó la mirada y negó con la cabeza, repentinamente melancólico. Se cubrió la mano con el rostro—. Maldita sea, ni tan siquiera debería estar aquí. Esto es absurdo.
—¿Absurdo? —Su reacción logró sorprenderme—. Demonios, Marcus: ¡esto es lo único que tiene algo de sentido! Tarde o temprano nos van a matar, ¿qué menos que disfrutar un poco? Además, es un día importante para Jyn, ¿cómo no ibas a estar?
Marcus me miró de una forma extraña. Fue durante solo un par de segundos, pero aquella mirada me dijo muchísimo más de lo que habían dicho sus labios en años. Aquella rabieta no era una más de la lista. Aquella mañana Marcus estaba afligido, había algo que lo tenía angustiado, y a cada segundo que pasaba, su malestar iba a más. ¿Sería posible que su odio hacia Doric Auren lo estuviese volviendo loco del todo? Siempre había supuesto que aquel día llegaría, que tarde o temprano a mi buen amigo se le acabaría yendo la cabeza del todo, pero confiaba en que sería un poco más adelante.
Maldito seas, Giordano.
—Eh, Marcus... —dije, y volví a rodearle los hombros, acercándolo a mí lo suficiente como para inmovilizarlo—. ¿Qué te pasa, tío? Llevas unos días más raro de lo normal. ¿Va todo bien? Damiel me ha dicho que la otra noche perdiste los nervios con él... que estuvisteis a punto de enzarzaros. ¿Es por lo de Doric Auren? Sé que no te gusta, pero...
Marcus me miró de reojo, con los ojos encendidos, pero no respondió. Quería hacerlo, se notaba, pero algo en su interior le pedía que no lo hiciera. Su propio código moral, supongo. Goirdano, a diferencia de Damiel y de mí, guardaba muchos secretos. Era un misterio en sí mismo, y cuanto más mayor se hacía, aquella faceta suya iba a más.
En momentos así me hubiese gustado decir que sabía qué le pasaba por la cabeza. Me hubiese encantado, lo juro, pero era imposible. Giordano era indescifrable. O al menos en parte. Aunque sus labios no pronunciaron palabra, sus ojos lo delataron. Marcus desvió la mirada hacia su mano y en el dedo meñique vi que llevaba un anillo.
Un anillo que, aunque había visto en pocas ocasiones, reconocí de inmediato.
Una extraña sensación de confusión se apoderó de mí. Cogí su muñeca con fuerza, forcejeando con él para que no la apartase, y levanté su mano para comprobar que no me había fallado la vista. Parpadeé con incredulidad.
—¿Qué demonios se supone que haces con ese anillo? —pregunté a la defensiva—. ¿Se lo has robado a Jyn?
—¿¡Robar!? —replicó él, furioso, y apartó la mano con violencia. Guardó el anillo en el bolsillo del pantalón y se alejó unos pasos hasta la barandilla desde la cual, al estar en un nivel algo más elevado que el resto, se divisaba a la perfección la carpa de la ceremonia—. ¡No digas estupideces! Este anillo es mío, me pertenece.
—¿Qué significa que te pertenece? —Di un paso al frente, pero no llegué a acercarme a él. No me atrevía. Temía saber lo que estaba a punto de suceder y la simple idea me horrorizaba—. Marcus, responde: ¿qué demonios quieres decir con que te pertenece?
Y aunque hubiese preferido no saberlo jamás, llegó el momento en el que mi buen amigo Giordano no pudo ocultarlo más. Lo había hecho durante muchos años, tanto los buenos como los malos, pero en aquel entonces, a tan solo minutos de que la ceremonia del enlace finalizase, no pudo más. Se llevó la mano al rostro y volvió a cubrírselo, tratando de ocultar el profundo pesar que en aquel entonces reflejaba su rostro.
—Voy a matar a Trammel —dijo con rabia—. Lo voy a matar, lo juro. Lo voy a matar... maldito sea, ¡lo tengo que matar!
—Marcus...
—Lo tengo que matar... —repitió.
Y siguió pronunciando aquellas palabras, pero yo ya no lo escuché. No necesitaba hacerlo para creer saber lo que estaba pasando. Atravesé la distancia que nos separaba con un par de grandes zancadas y lo cogí por la solapa de la chaqueta, obligándolo a que me mirase a la cara.
—¡Dime que es una maldita broma! —dije, alzando la voz más de lo deseado—. ¡Dime que es una broma macabra, Marcus! ¿¡Qué demonios te traes con Jyn!?
—Nada —respondió de inmediato. Y aunque quiso mantenerme la mirada, no pudo. Se le quebró la voz—. Ya nada. Antes...
—¡Sol Invicto! —exclamé—. ¡Es la hija del Centurión: la hermana de Damiel! ¿¡Es que estás loco!? Jyn... ¡Jyn es sagrada! ¡No se toca a las hermanas ni a las hijos de los amigos!
—Lo sé, lo sé —aseguró él—. Pero... joder, ¡yo que sé! ¡No puedo evitarlo! La conocí y... y desde entonces ella y yo... —Dejó escapar un profundo suspiro—. ¡Precisamente por esto no os lo dijimos! Sabíamos que no lo aceptaríais, que no lo veríais con buenos ojos...
Aunque gustoso le habría partido la cara en aquel preciso momento, no pude evitar sentir tristeza al ver sus ojos llamear de pura desesperación. Marcus golpeó la barandilla de piedra con el puño, furioso, y dejándose llevar por la amargura se apoyó en ella, de espaldas a la carpa principal.
Dejó caer la cabeza hacia atrás.
—¿Cuanto tiempo habéis estado juntos? —pregunté, situándome frente a él para poder cubrirle en caso de que hubiese algún curioso por la zona—. Esto no es una tontería de un par de días, ¿verdad?
No, no lo había sido. Marcus volvió a sacar el anillo y tras echarle un último vistazo me lo entregó para que lo mirase de cerca. Lo había visto en el dedo de Jyn en varias ocasiones, y aunque le había preguntado por el dueño, ella jamás me lo había querido revelar. Era un secreto, decía... que lo descubriría el día de la boda, insistía... demonios, Jyn.
Cerré los dedos alrededor del anillo y volví la mirada hacia la carpa, pensativo. Aunque me sentía profundamente defraudado, empezaba a comprender su mal estar. Sus cambios de humor... el cambio de actitud que había tenido unos años atrás. Sus silencios, sus miradas...
No podía haber sido fácil.
—Déjame adivinar —dije, incapaz de reprimirme ahora que ya al fin el tema había salido a la luz—. Fue durante la boda de Aidan, ¿verdad? Después de aquel día no volviste a ser el mismo. Cambiaste. —Negué suavemente con la cabeza—. ¿Estuvisteis juntos durante todo ese tiempo? ¿Desde Ballaster hasta la boda? Son muchos años.
—Más, incluso... y sí, es mucho tiempo —admitió con amargura—. Y habría sido más de no ser por Lucian Auren. Él no me permitía volver... dejé de verla por su culpa.
—Eres un Pretor de la Casa de la Noche, ¿qué esperabas? —Dejé escapar un suspiro—. Demasiado tiempo durasteis.
—Al principio la iba a ver cada mes —confesó a media voz—. A veces incluso un par de veces. Quedábamos a escondidas y fingíamos que no había pasado el tiempo... que todo iba bien. que podríamos aguantar... Con el paso del tiempo las visitas se fueron espaciando. Dos meses, tres... un año... dos. —Negó con la cabeza—. Para cuando quise darme cuenta, se la relacionaba con Escalar en las revistas. Primero Doric Auren y después ese cerdo... —Apretó los puños con fuerza—. No lo pude soportar. Me sentí traicionado y decidí que lo nuestro había acabado... —Sonrió con amargura—. Hacía años que no la veía.
—Imagino que sabes que no es cierto lo de las revistas, ¿no?
Marcus asintió con lentitud, pensativo. Por su expresión era evidente que se había planteado en muchas ocasiones aquella misma cuestión. Lamentablemente a aquellas alturas eso era lo de menos. Marcelo Escalar estaba muerto y Jyn... bueno, Jyn estaba casándose con otro.
Giró sobre sí mismo para volver a mirar la carpa.
—Trammel siempre estuvo ahí. Se lo advertía: ese tipo está interesado en ti... está enamorado, pero ella lo negaba. Decía que simplemente eran amigos... y ya ves. —Apoyó las manos en la barandilla—. Aquí estamos: viendo como se casan. ¿Irónico? Je... debería haber venido antes. Si Damiel me hubiese dejado venir...
—Claro, habrías impedido una boda —dije, y sin poder evitar arrancarle con aquel comentario una mirada asesina, le palmeé la espalda con fuerza—. C'est la vie, amigo mío. El tiempo pasa y las personas van evolucionando: es ley de vida.
—Lo sé, pero... —Marcus negó suavemente con la cabeza—. Pero no debería haber sido así. Sé que no es lo correcto, que os he fallado al hacerlo, pero quiero a esa chica, Lansel. Siempre la he querido, y el que ahora se esté casando con otro es... es... es asqueroso. Me repugna. Si pudieses sentir lo mismo que yo... si lo vieses desde mi óptica... Sol Invicto, quiero matar a ese hombre.
—Magnífico regalo de boda, ¿eh? Cargarte a su marido, sí señor. —Cerré la mano alrededor de su hombro y lo apreté con suavidad—. ¿Sabes lo que vas a hacer, Marcus? Vas a sonreír... vas a fingir que esta unión te hace feliz y vas a comportarte como el gran Pretor que eres. ¿Quieres a esa chica? Pues demuéstralo. Simplemente miente, tal y como te han enseñado a hacer, y sobrevive a esta noche. Y sigue haciéndolo el resto de tus días cuando te cruces con ella. No va a ser fácil, pero lo conseguirás, lo sé. Cuidarás de ella tal y como siempre debiste hacer... y se lo contarás a Damiel.
Marcus palideció.
—¿¡Qué!? —dijo, apartándose de mi presa—. ¿A Damiel? ¿¡Estás loco!? ¡Me matará! No lo entenderá... él no... demonios, ¡no! ¡No quiero que me odie por esto!
—Se lo debes —respondí—. Es tu jefe y tu amigo: tu hermano de batalla. ¡Se lo merece!
—¡Pero Lansel...!
—¡Sin excusas! Hazlo y gánate de nuevo su confianza... la de todos. Y olvídate de Jyn. Vamos a entrar en guerra y su marido es militar: cabe la posibilidad de que muera. Aunque así suceda, no quiero que te hagas ilusiones. Lo vuestro acabó hace tiempo: no puede repetirse bajo ningún concepto.
—¿Y por qué no? —Marcus chasqueó la lengua con desdén—. ¡Soy bastante mejor opción que ese idiota!
—¿De veras? —Negué suavemente con la cabeza—. ¿Tu querrías que tu hermana estuviese con alguien como tú? No te ofendas, Marcus, pero no eres una opción. Arregla las cosas antes de que sea demasiado tarde, ¿de acuerdo? Damiel no se lo merece... ni ella tampoco. Por cierto, antes os quedasteis a solas un buen rato. No habrás hecho ninguna estupidez, ¿no?
Aidan Sumer – Carpa ceremonial, primera fila
Debería haber sido uno de los días más felices de mi vida. Mi hija estaba radiante, estaba casándose con el hombre al que amaba, y mis hijos estaban a salvo. Damiel estaba a mi derecha, junto a mi esposa, mirando al frente con orgullo, y Davin a mi izquierda, sonriendo como un crío. Lyenor me cogía la mano y Diana, en la fila de atrás, acomodada al lado de Nancy Davenzi, estaba apoyada en el respaldo de mi silla, con la cabeza muy cerca de la mía, susurrando las letanías con auténtico entusiasmo. Lansel y Marcus estaban por los alrededores, perdidos el Sol Invicto sabía donde, probablemente bebiendo y disfrutando de la fiesta, mientras que Misi, unas filas por detrás, no se perdía detalle. Todos aquellos que me importaban estaban allí, acompañando a mi querida Jyn en el día más importante de su vida...
Y sin embargo, yo no era feliz. Me preocupaba el camino que habíamos decidido seguir, por supuesto, pero aún más lo que habíamos dejado atrás. El enfrentamiento con Luther me había marcado más de lo que había creído, y por mucho que intentaba pasar página, no lo conseguía. Cerraba los ojos y lo veía al otro lado del filo de mi espada, mirándome con los ojos encendidos... con los ojos llenos de rabia, y entonces mi mente volaba hasta el pasado. Regresaba a los años que había compartido con Jyn Valens, mi primera esposa, y me preguntaba si no la habría defraudado al enfrentarme con su hermano menor. Me preguntaba si no me odiaría por haberle dado la espalda... si aceptaría lo que estaba haciendo.
Yo mismo me lo preguntaba... pero entonces volvía la vista al frente, al púlpito junto al cual Jyn sujetaba en aquel preciso momento la mano de un flamante Nat Trammel al que los ojos le destellaban de pura felicidad, y por un instante lo olvidaba todo.
Mi querida Jyn...
—Eh —me susurró Lyenor al oído.
Y apretando suavemente mi mano con sus dedos, reposó tiernamente la cabeza sobre mi hombro, dejando los labios lo suficientemente cerca de mi oreja como para poder escuchar sus casi inaudibles palabras.
—Estoy contigo, ¿de acuerdo? Pase lo que pase.
Pase lo que pase, me dije, y asentí suavemente con la cabeza, agradecido. Lyenor era la única que en aquel entonces sabía lo que me atormentaba. Sabía el motivo de mi malestar... el significado de mi mirada. Luther Valens había sido importante para mí, mucho más de lo que yo mismo había llegado a creer, y el tener que separarme de él de esa forma era doloroso.
Por suerte, no estaba solo.
Le devolví el apretón.
—Lo sé —respondí en un susurro—. Gracias.
—Entrará en razón, ya lo verás. Antes de abandonar el "Jardín" me encontré con Danae y sé que tiene dudas. No lo dijo abiertamente, pero lo vi en sus ojos. Teme por Diana.
Miré instintivamente hacia atrás. Mi sobrina tenía el rostro tan cerca del mío que incluso podía oler el perfume que emitía el carmín rosado de sus labios.
Sonreí. Diana era puro entusiasmo: pura energía y fuerza... toda juventud. Entendía el miedo de Danae: en su lugar, yo también habría temido por ella. Por suerte, mientras estuviese con nosotros la tendríamos controlada. Yo mismo me encargaría de ello si era necesario.
—Estará bien —le aseguré—. Cuidaremos de ella.
—Se lo dije —admitió Lyenor—. Y me creyó. De hecho, me dejó ir por ello... y creo que, en cierto modo, Luther hizo lo mismo contigo.
—¿Tu crees?
Respondió depositando un tierno beso en mi mejilla. A continuación, volviendo a levantar la cabeza, me hizo un ademán para que mirase al frente. En aquel momento, tras recibir el relicario ceremonial de manos de un Doric Auren al que un extraño brillo en los ojos había acompañado a lo largo de toda la ceremonia, y entregárselo a un soldado para que lo custodiase hasta el final, Nat Trammel había hincado una rodilla en el suelo y sujetaba con ambas manos las de Jyn. Estaba diciéndole algo... prometiéndole algo. El legionario le susurró el juramento que los mantendría unidos el resto de sus días y, con las manos ligeramente temblorosas, cerró alrededor de su muñeca con un sencillo lazo el cordel rojo del destino. Ella sonrió, con una única lágrima recorriendo sus mejillas, y se lo llevó a los labios, donde depositó un beso de color carmesí. Llegado su turno murmuró su propio juramento y le guiñó el ojo con naturalidad.
El uno frente al otro conformaban una imagen increíble.
Finalizadas las promesas, Doric les hizo entrega de la copa dorada. En su interior, mezclado con tres gotas de sangre, una del propio príncipe y otras dos de los contrayentes, el vino rojo de Solaris irradiaba una luminiscencia carmesí. Jyn dio un sorbo en primera posición, tiñéndose de sangre los labios, y después bebió él. Mi hija recuperó entonces la copa, vació lo que restaba en el suelo, sobre la cola de su vestido, y me la entregó para que la guardase para el recuerdo.
Finalmente volvió al púlpito, tomó las manos de Nat y volvieron a besarse.
La carpa se llenó de aplausos.
—¡Que la luz del Sol Invicto ilumine vuestro camino el resto de vuestras vidas, amigos míos! —dijo Doric Auren con alegría—. Y que la suerte esté de vuestro lado.
Ojalá, pensé mientras me ponía en pie para unirme a los aplausos. Ojalá.
Damiel Sumer – Carpa de baile
Me gustaba verles bailar. Hacía tan solo unos minutos que me habían propuesto que me uniera a ellos en el centro de la pista, bajo la luz de los focos de colores, pero aún estaba demasiado sobrio como para aceptar. Por el momento lo dejaba en manos de Lansel, que encantado ante la oportunidad bailaba con Jyn sujeta de una mano y Diana de la otra. Afortunado él. Nancy también estaba por la zona, aunque se encontraba a una distancia prudencial del centro, danzando pausadamente con Nat. El vestido rojo dibujaba bonitas ondas alrededor de sus piernas cuando se movía, dejando a la vista los tobillos. Aquel día estaba especialmente guapa con la espalda al aire y el cabello suelto formando bucles en su espalda. Siempre iba guapa; incluso el uniforme le sentaba bien. No obstante, aquella noche era, sin lugar a dudas, la estrella más brillante de todo el firmamento: el centro de demasiadas miradas. Por suerte para mí, a aquellas alturas ya no me importaba. Ni era celoso, ni jamás lo había sido. Además, tenía cosas más importantes en las que pensar. Era tentador perderme en la pista y dejarme llevar por la música hasta beberme la noche a sorbos. Convertirme en uno más y olvidarme momentáneamente de cuánto me rodeaba: de quien era y de lo que debía hacer... de liberarme al menos durante unas horas de las pesadas cadenas que con tanta crueldad me anclaban al mundo real.
Tentador, como digo, muy tentador... pero imposible. Jamás podría olvidar quien era. Ni yo ni mi hermano, por supuesto, que acomodado a mi lado, en la barra circular de una de las carpas colindantes contemplaba a Jyn bailar en silencio, sumido en sus propios pensamientos.
Me llevé la copa de vino a los labios para darle un sorbo. No sabía cuántas llevaba, ni tampoco cuántas bebería aquella noche, pero al menos sería una más. Lo necesitaba para poder asimilar lo que en aquel entonces me estaba explicando mi hermano.
—¿De veras lo crees? —pregunté una vez más, sin apartar la vista de la pista de baile. Aunque hacía rato que la buscaba con la mirada, no lograba localizar a Misi—. Me cuesta creer que sea cierto, la verdad.
—Tú tan poco crédulo como de costumbre —respondió Davin—. A mí también me ha costado creerlo, te lo aseguro, pero después de escuchar la historia de Diana con el "Fénix", te cambia la perspectiva.
Diana y el "Fénix". Me daba escalofríos de solo pensar en ello.
—¿Y cuantas veces dice que ha soñado con ese lugar?
—Cinco —explicó—. La primera vez fue en Ostara. Lo de entonces no se puede calificar exactamente como un sueño: era más bien una visión. El resto, sin embargo, sí que han sido sueños.
—¿Y siempre es en el mismo lugar?
—Así es.
—Y aparece el "Fénix".
—Él y la mujer pelirroja, sí.
La pelirroja de la que hablaba era Alice Fhailen, la mujer que años atrás había asesinado a sangre fría a los padres de Jyn. Había obrado su primer asesinato con poco más de trece años, y desde entonces habían sido varias las muertes que se le habían adjudicado. Fría, calculadora y sin ningún tipo de escrúpulo, la compañera del "Fénix" no solo había suplido a la perfección la ausencia de Gregor Waissled, sino que la había mejorado.
Volví a darle un sorbo a mi copa. Me costaba creer que todo aquello fuese cierto. Davin estaba en lo cierto: quizás era demasiado escéptico, pero después de la visita años atrás al Bosque de Nymbus había aprendido la lección.
—Basándome en las descripciones que me ha dado del lugar, creo que se trata de Solaris —prosiguió Davin—. Es algo muy vago, desde luego, y cabe la posibilidad de que esté equivocado, pero en una de las visiones dice que vio en la lejanía la Catedral Solar de los Ocho Rayos.
—Solaris... —reflexioné—. ¿Irás?
Davin asintió.
—No creo que sea más que un sueño recurrente producto del miedo, pero no quiero arriesgarme. Diana y yo partiremos hacia allí en unos días, en cuanto se decidan los próximos pasos. Mientras permanezca junto al resto de la comitiva del príncipe, Jyn estará a salvo.
—Eso implica que te vas a perder las primeras escaramuzas —dije a sabiendas de que era plenamente consciente de ello—. Una vez más, no vamos a combatir juntos.
—Bueno, nos mantenemos en nuestra línea, ¿no?
Lo miré de reojo, con fastidio. Davin me sonreía desde detrás de su copa. Era un comentario malicioso. Las cosas no habían sido fáciles entre nosotros en los últimos años y no precisamente por su culpa. Al menos no en su totalidad. Davin había provocado un gran distanciamiento entre nosotros al dejar la Unidad, pero era innegable que lo había intentado arreglar. Su guerra, en el fondo, no era conmigo. Su objetivo durante los primeros años había sido mi padre, y no le había puesto las cosas fáciles precisamente. Davin se había convertido en el azote de Aidan. No obstante, habían hablado y finalmente habían logrado entenderse. Acercaron postura y, en contra de lo esperado, habían sellado la paz. Conmigo, sin embargo, las cosas habían sido diferentes. Yo no era como mi padre: a mí me costaba más olvidar. Aún recordaba el día en el que había decidido unirse a mi tío, dándonos la espalda, y no lograba quitármelo de la cabeza. Aquella traición, aunque muy lejana en el tiempo, seguía escociendo. Aquel día demás de un compañero había perdido a mi hermano, a un pilar fundamental de mi vida, y todo sin haber hecho nada para merecerlo. Sencillamente me había dado la espalda, y yo no había podido hacer nada para retenerlo.
Era doloroso. Demasiado doloroso. Davin había demostrado que no le importaba lo más mínimo, y años después, aquella herida seguía muy abierta.
Pero aquella guerra lo podía cambiar todo. El destino había querido que volviésemos a juntarnos y, de la mano de Doric Auren, podíamos volver a unir nuestros caminos. Podríamos intentarlo... Nunca volveríamos al punto inicial, desde luego, me iba a costar perdonarlo, pero sería un buen inicio.
—Ese hombre mató a madre —reflexioné, incapaz de evitar que la melancolía tiñese de tristeza mi voz—. Lo hizo cuando era solo un niño, pero es culpable. Después mató a Olivia y a los padres adoptivos de Jyn. Ha intentado acabar con ella en varias ocasiones y ahora ha sumado a Diana a la lista... entiendes la importancia de que pague por todo lo que ha hecho, ¿verdad? Si realmente está en Solaris, debes encontrarlo.
—Damiel, me he pasado más de una década encerrado en una torre —respondió él, pensativo—, ¿de veras crees que no he pensado en ello? Mientras vosotros os lo pasabais en grande cumpliendo con vuestro papel en el extranjero yo no dejaba de darle vueltas a lo mismo... voy a acabar con él, tienes mi palabra.
Asentí con la cabeza. Quería creer en él. Quería creer que lo conseguiría, pero no podía evitar tener ciertas dudas. Mi hermano era un Pretor, sí, y por lo tanto debería poder vencer la batalla sin problemas. Era pura lógica. No obstante, el "Fénix" no era un simple humano. El "Fénix" había demostrado ser un hombre de muchos recursos al que la simple fuerza bruta no bastaría para reducir. Davin necesitaría algo más para conseguirlo. Algo que, después de once años encerrado en una Torre, no tenía demasiado claro si seguiría teniendo. Ese toque... esa astucia. Ese algo que lo llevaría a la victoria.
—No te confíes —insistí—. Es peligroso, y si además ahora es capaz de adentrarse en los sueños, más razón para no bajar la guardia.
—¿Es preocupación lo que leo entre líneas, Damiel? —preguntó Davin, y antes incluso de darme opción a responder, dejó escapar una risotada—. Soy tu hermano mayor, ¿recuerdas? Debería ser yo el preocupado de que participes en la guerra y no tú. El "Fénix" es listo, no lo voy a negar, pero yo soy un Pretor. No tiene nada que hacer contra mí.
—En un combate cara a cara no, está claro —admití—. La cuestión es llegar hasta él. No te olvides de que llevamos muchos años persiguiéndolo sin éxito.
—Y puede que sigamos muchos más así. Te voy a ser franco, Damiel, dudo mucho que esto nos lleve a nada, pero Jyn me lo ha pedido como un favor, así que no le haré el feo. Serán solo unos días. Días en los que mi mente estará aquí, con vosotros. Contigo. —Hizo un alto para coger aire—. Espero que para entonces aún quede alguna batalla que poder combatir juntos, hermano.
Hermano.
Davin acercó su copa a la mía y brindamos. No podía prometer nada sobre el campo de batalla, por supuesto, pero sí sobre nosotros. Y aunque me costase, haría todo lo que estuviese en mis manos para que, de una vez por todas, los hermanos Sumer volviésemos a estar juntos.
—No tardes —le advertí—. Estoy harto de esperar.
—Lo intentaré —aseguró, agradecido al verme corresponder a sus palabras—. Iré rápido.
—¡Y empieza a hacer las cosas bien! No quiero más errores.
—Damiel...
—¡Hazlo, sin excusas! Simplemente hazlo, maldita sea. Acaba con esta pesadilla de una vez por todas y vuelve. Aún no es tarde.
—Aún no es tarde, eh...
Davin se llevó la mano a la sien y saludó formalmente, como si de su Centurión se tratase. Acto seguido, volvió a brindar su copa con la mía y la vació de un sorbo.
—No fallaré, tienes mi palabra.
Marcus Giordano – Carpa de cóctel
—¿Dónde se supone que te habías metido? ¡No te he visto en toda la noche!
No recuerdo de dónde salió Misi. De hecho, tampoco recuerdo cómo llegué a aquella barra circular, ni cuántas veces me habían rellenado ya la copa. Simplemente estaba allí, rodeado de un montón de gente que ni conocía ni me importaba, tratando de mantener la cabeza fría.
Lansel me había abierto los ojos. Me había decepcionado, sí, no voy a mentir, pero más allá del bofetón inicial, sus palabras me habían hecho reflexionar. No estaba haciendo las cosas bien. Me estaba focalizando más de lo debido en mí mismo, en mis propios sentimientos, y aquello era peligroso. Los Pretores no habíamos nacidos para obtener nuestro propio beneficio, sino para servir a nuestra patria, y mis salidas de tono empezaban a perjudicarnos.
Tenía que cambiar. Tenía que centrarme en la Unidad y la única manera de hacerlo era quitándome de la cabeza todas aquellas cosas y personas que me perturbasen. Tenía que olvidar el pasado y empezar desde cero... pero sabía que no iba a poder hacerlo solo. Necesitaba que alguien me apoyase, que me diesen el empujón que necesitaba, y si bien sabía que podía contar con la ayuda de Lansel, confiaba en que Misi también estuviese ahí.
—Por ahí —respondí, y alcé la copa a modo de saludo—. Me alegro de verte.
—Y yo —dijo ella. Cogió uno de los taburetes vacíos que había al otro lado de la barra, con el cojín blanco aún deformado del peso del último usuario, y lo arrastró a mi lado, para tomar asiento. Una vez acomodada, alzó la mano y llamó a la camarera—. Ponme una copa de vino blanco, por favor.
Una de las pocas cosas que no me gustaban de las bodas tan religiosas como aquella era la escasa variedad que había a nivel bebidas. Se podías beber alcohol, sí, pero únicamente en forma de vino. El resto de bebidas, desde la cerveza hasta los licores, estaban totalmente prohibidos.
Por suerte, la mezcla de cosechas y sabores empezaba a dar sus frutos.
Con su copa ya llena entre manos, Misi centró la mirada en mí, con una sonrisa de labios rosados en la cara. Aquel día estaba muy guapa, con el pelo recogido y un bonito vestido escotado de color verde realzando sus encantos. Siempre me había parecido una chica atractiva, no nos vamos a engañar, pero tratándose de la novia de Damiel ni tan siquiera me había fijado en ella. Era un fruto prohibido. Ahora, sin embargo, hacía tanto tiempo que no nos veíamos que era inevitable fijarme en ella. Con la división de la Unidad habíamos perdido mucho más de lo que a simple vista parecía.
—¿La has visto? Va prácticamente desnuda...
—¿Desnuda? —Paseé la mirada con especial curiosidad por la pista de baile hasta localizar a Nancy Davenzi. Obviamente iba tapada, como era de esperar, pero Misi la tenía ya tan entre ceja y ceja que poco le importaba—. Estás loca: va vestida.
—Si tú lo dices...
Misi le dio otro sorbo a la copa, la cual se vació con sorprendente rapidez. Estaba sedienta, estaba enfadada... estaba borracha. El brillo febril de sus ojos así lo revelaba.
No pude evitar sonreír con tristeza. Aunque fuese feo decirlo, me alegraba de no ser el único que no estaba disfrutando de la boda.
—Nunca entenderé qué le vio —dijo, alzando la copa mientras la camarera volvía a llenársela—. Es guapa, sí, es exótica... pero es una interesada. Todos sabemos que en cuanto le pase algo a Damiel irá a por el siguiente Centurión. Es evidente: le gusta el poder.
Le gustaba el poder, sí, era innegable. Se notaba en todos y cada uno de sus movimientos. No obstante, también tenía sentimientos hacia Damiel. No sabía si habían nacido desde el primer día o si había sido algo progresivo, pero era evidente que sentía algo por él... el qué ya era todo un misterio.
—¿Y a quién no? —respondí—. No es mala persona, Misi. Sé que no te gusta, pero...
—Pero a ti sí, ¿verdad?
Volví a mirar la pista de baile. En aquel preciso momento Nancy bailaba con un legionario amigo de Nat Trammel. Me concentré en su rostro, en aquel entonces tintado de alegría, en su cabello y en su cuerpo. La caída del vestido sobre la cintura y las caderas, los tobillos elevados por los tacones...
Dejé escapar un suspiro. No me extrañaba que Damiel se hubiese fijado en ella.
—Es preciosa —admití—. Además, tiene un aura diferente... se nota que es extranjera.
—Y además es simpática, risueña, astuta...
Miré de reojo a Misi, inquieto ante sus comentarios. Aunque en un principio había querido pensar que la presencia de Nancy la enfadaba, lo cierto era que la entristecía. Misi se sentía eclipsada cuando ella estaba delante, y en cierto modo tenía razón. Para Lansel y para mí ella seguía siendo la primera, por supuesto, y así seguiría siendo hasta el final, pero para Damiel, el auténtico causante de su malestar, había pasado a un segundo plano.
Negué con la cabeza, restándole importancia. No quería verla triste precisamente. Después de semanas separados, lo que menos me apetecía era verla con aquella cara. Además, el deprimido aquella noche era yo, ¿no?
—No te gustan las bodas, ¿eh?
—Me gustan, por supuesto, pero esta... —Se encogió de hombros—. Tenía ganas de volver a estar con vosotros, la verdad. Se me hace raro que no estéis en la Unidad.
—A mí también se me hace raro —admití—. No tenemos demasiado tiempo para pensar en ello; Lucian nos tiene de un lado para otro, pero incluso así se nota. Te echo de menos.
Misi sonrió. Estaba convencido de que no eran las primeras palabras amables que escuchaba a lo largo de toda la celebración, pero las agradeció como si así fuese. Imagino que, después de semanas sin vernos, habría esperado otro tipo de recibimiento. Lansel y yo la habíamos aupado, habíamos coreado su nombre y la habíamos abrazado, como se merecía, pero tanto Damiel como Nancy habían sido algo distantes. Supongo que no le había sentado bien del todo.
Bebimos nuestras copas para que la camarera pudiese volver a llenarlas antes de salir de la barra para repartir canapés con una voluminosa bandeja de madera en forma de estrella.
—Me pregunto qué será de nosotros cuando todo esto acabe —reflexionó Misi—. Si Doric vence, seguro que la nueva Albia nos tendrá reservada una buena posición. Antes escuché a ese Centurión, el tal Reiner, hablar con Aidan. Creo que van a haber cambios estructurales importantes dentro de las Casas Pretorianas.
—¿Ah sí? —respondí con curiosidad—. No he oído nada, la verdad, pero es de suponer. Si Doric gana la guerra, todos aquellos que no se hayan posicionado de su lado tendrán graves problemas. Yo, en su lugar, los mandaría ejecutar. Es la mejor forma de ahorrarse problemas.
Misi sonrió detrás de la copa, divertida ante el comentario.
—Tú tan bruto como siempre, ¿eh? Espero que Lucian no piense lo mismo en caso de que la victoria sea suya, de lo contrario lo llevamos negro, ¿no te parece?
—Ah, ¿pero acaso creías que ibas a sobrevivir?
Reímos con complicidad, como habíamos hecho meses atrás. La simple presencia de Misi resultaba tranquilizadora: inspiradora incluso. Con ella siempre era mucho más fácil hablar de todo, sin necesidad de ocultar nada por temor a ser juzgado. Ella sencillamente te escuchaba y opinaba, sin criticar ni aconsejar en exceso. Aquello lo dejaba en manos de Lansel, el experto en la materia. El papel de hermano mayor le iba perfecto.
—Con suerte, Doric volverá a unirnos —reflexionó—. Quiero volver a estar con vosotros.
—Y yo que vuelvas —aseguré—. Por cierto... ¿doy por sentado que hemos perdido a Terry y Eugene, no?
Misi se encogió de hombros.
—Imagino. La verdad es que el Centurión ni tan siquiera les propuso venir. Supongo que no quería arriesgarse a que pudiesen irse de la boca. Ya sabes como son... están muy unidos a Hésperos y lo que la capital significa.
Asentí con la cabeza. Aunque ninguno de los dos me caían mal, entendía la decisión de Aidan. Ni podía obligarlos a seguirlo, ni tampoco a mantener los labios sellados. Así pues, dentro de lo malo, era la mejor opción. Si el día de mañana decidían unirse a nosotros, serían más que bienvenidos, pero tendrían que hacerlo por sí solos.
En sus manos quedaba decidir hacia qué lado decantarse.
—Tendrán tiempo para decidir —reflexioné—. De todos modos, tampoco te voy a engañar: me da un poco igual. Si quieren venir, adelante, pero si no, allá ellos. No me va a temblar el pulso en caso de tener que enfrentarme a ellos.
—Ya somos dos.
Misi volvió a alzar su copa para que brindásemos. Poco a poco se estaba animando, y yo también. Su compañía siempre era grata, pero aquella noche lo era aún más.
Volvimos la mirada hacia la pista. Jyn estaba bailando de nuevo, pero esta vez lo hacía con Nat. El muy estúpido e insoportable de Nat. Un cobarde, un rastrero... un calzonazos. Nancy, en cambio, estaba en uno de los laterales, charlando animadamente con Damiel. Parecían estar riéndose de algo... ¿o quizás discutiendo? Después de tantas copas, la vista empezaba a fallarme.
Misi dejó escapar un suspiro por lo bajo, agotada. Plantó la copa vacía sobre la barra y tomó mi mano con determinación.
—Oye, Marcus, no sé tú pero yo ya no aguanto más... ¿por qué no nos vamos? He visto un bar cerca del hotel. Con suerte, aún estará abierto para tomar algo que no sea vino.
Miré una última vez la pista. Además de bailar, se estaban besando.
Suficiente.
—Por favor —respondí.
Y aunque la celebración siguió durante horas, nosotros ya no vimos lo que sucedió. Ni vimos los últimos brindis, ni tampoco escuchamos las últimas canciones. Sencillamente nos alejamos cuanto pudimos, fuimos al bar del que Misi me había hablado y... en fin, pasaron muchas cosas. Demasiadas, pero prefiero no hablar de ellas, la verdad. Hay cosas que es mejor que no se sepan.
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