Capítulo 53

¡Feliz San Valentín, amigos! :) Aunque se supone que esta es una fiesta para los enamorados, yo también quiero haceros un regalito... ¡para que veáis que me acuerdo de vosotros!

Pues como decía, para celebrar el día os traigo una entrega doble que espero que disfrutéis. ¡Un beso!




Capítulo 53 – Aidan Sumer, 1.812 CIS (Calendario Solar Imperial)




—¡Es un maldito impostor! ¡Debe morir! ¡Cueste lo que cueste, debe morir! ¡No pienso permitir que un mal nacido arrastre el nombre de mi sobrino! ¡Me niego!

Nunca había visto al Emperador tan fuera de sí. Lucian Auren no se caracterizaba por su paciencia, ni tampoco por su talante tranquilo, pero desde que había ocupado el trono de su hermano se había serenado bastante. El peso de la responsabilidad lo había vuelto más taciturno y, en cierto modo, reflexivo. Se enfrentaba al día a día con solemnidad y determinación, sin mostrar un ápice de duda en ningún momento. Estaba cumpliendo con su papel a la perfección.

Sin embargo, aquel inesperado golpe había hecho que su antiguo yo saliese a relucir. Lucian estaba fuera de sí, con los ojos inyectados en sangre y los nudillos totalmente blanco de tanto apretar los puños. La frente perlada de sudor, los labios resecos... y furioso. Por encima de todo, estaba muy, muy furioso, y con cada segundo que pasaba, su enfado iba a más. Claro que, ¿cómo no estarlo con las noticias que estaban llegando del este?

Doric vivo... la primera vez que había oído aquel rumor había sido un mes atrás y no había querido creerlo. Me había parecido una broma de mal gusto. Con el transcurso de las semanas, sin embargo, las habladurías se habían ido acrecentando de tal forma que ya eran pocos los que no habían oído hablar de él. Doric había vuelto y no lo había hecho solo precisamente. Con él estaba la Unidad Reinar, la misma que había asaltado la Ciudadela meses atrás, y muchos más...

O al menos eso decían. Lo cierto era que Doric Auren había muerto, y fuese quien fuese que estuviese utilizando su nombre, se estaba jugando la vida al hacerlo. Emplear el nombre de un difunto para su propio beneficio era grave, pero si además le sumábamos el hecho de que ese alguien era el hijo del antiguo Emperador y, por lo tanto, el heredero al trono de Albia, las cosas se complicaban mucho.

—Lo quiero muerto antes de que sea demasiado tarde —advirtió Lucian con ferocidad—. Quiero su maldita cabeza en una bandeja.

—Los rumores dicen que se encuentra en la ciudad de Gherron desde hace al menos un mes, Majestad... al parecer, tras conquistar Ossen, ha seguido avanzando —respondió Lyenor, situada en la misma fila de Centuriones desde donde yo escuchaba atentamente al Emperador—. No está demasiado lejos de aquí. Si así lo desea, yo misma podría viajar hasta allí para confirmar su identidad.

—¿Confirmar su identidad?

Los ojos del Emperador relampaguearon de pura furia al escuchar la propuesta de Lyenor. Apretó los puños una vez más, furioso, y estrelló el derecho contra la mesa de despacho tras la cual se encontraba, haciendo caer a mis pies varias hojas manuscritas.

El golpe resonó por todo el despacho.

—¡No me importa quién sea ese farsante! —exclamó—. ¡Sea quien sea, el castigo será el mismo! ¡Una traición de este calibre no merece otra respuesta!

—Sin duda —concedió Lyenor, apaciguadora—, pero quizás debería plantearse la posibilidad de intentar indagar quién está detrás de este engaño, Emperador. No creo que un simple anónimo pueda ganarse la confianza de tantos hombres.

Bien jugado.

Me hubiese gustado intervenir a favor de Lyenor. No me gustaba verla contra las cuerdas, y mucho menos con el Emperador como oponente, pero sabía que tras aquellas palabras había una intención oculta. Lyenor quería saber hasta dónde podía tirar de la cuerda, cuál era la auténtica postura de Lucian al respecto, y lo estaba haciendo francamente bien.

—Doric fue un gran hombre —concedió Luther Valens a mi lado, con la mirada fija en el Emperador—, su muerte dejó a muchos albianos muy marcados. El que ahora haya aparecido alguien con su nombre luciendo su bandera los ha desconcertado. Puede que ahora lo crean, sí, pero ten por seguro que en cuanto vean la realidad con sus propios ojos regresaran con nosotros, Cross.

—¿Y tendremos los brazos abiertos para darles la bienvenida? —pregunté con acidez.

No, por supuesto que no. En aquel entonces el Emperador prefirió no responderme, cosa lógica teniendo en cuenta las circunstancias. En el fondo, no era necesario. Todos los allí presentes sabíamos cuál sería el destino para aquellos que habían dado la espalda al Imperio.

—Alteza, puede que la Centurión Cross no esté desencaminada en sus argumentos —intervino Damiel—. Quizás no sea una mala idea el que alguien viaje hasta Gherron para ver qué está sucediendo realmente. Nos estamos dejando llevar únicamente por habladurías.

—Damiel está en lo cierto, Majestad —le secundé. Mi hijo tampoco necesitaba apoyo, pero quería asegurarme de que la juventud no le pasase factura—. Creo que tras tantas semanas de rumores y después de lo de Ossen, lo más inteligente sería ver con nuestros ojos qué está pasando. Ese farsante, pues es evidente que miente, está logrando aglutinar a muchas personas. ¿Por qué no desenmascararlo? Quizás, si somos astutos, ni tan siquiera tengamos que mancharnos las manos. En cuanto salga a la verdad a la luz, aquellos a los que ha engañado harán el trabajo sucio.

—Es una opción —admitió Luther—, pero es peligroso. Desconocemos hasta qué punto el engaño ha calado en sus seguidores. Puede que haya quienes hayan sido engañados. No obstante, también los habrá a los que no les importe que todo sea una mentira.

—Esperemos entonces —propuso Lyenor—. Aguardemos el mejor momento para actuar desde la posición de espectador. Tendremos tiempo para actuar.

—¿Y dejar que las filas de ese falso Doric se amplíen aún más? —El Emperador se cruzó de brazos, a la defensiva—. Me han llegado rumores de que la Reina de las Estepas Dynnar lo apoya... que ha llegado a un acuerdo con ella para unificar a los cyber-nómadas. Si eso fuese cierto, tendríamos que actuar de inmediato.

Damiel, Luther, Lyenor y yo nos miramos entre nosotros, cómplices. En realidad ya existían informes que confirmaban la unión de la Reina del país de los desiertos con el impostor. Había fotografías y grabaciones que los situaba en los alrededores del campamento principal, preparados para entrar en combate de un momento a otro. El que Lucian no lo supiese evidenciaba que alguien estaba filtrando la información.

Interesante.

—La única forma de saber qué está pasando es verlo con nuestros propios ojos, Alteza —insistí—. Sé que ha enviado a varias unidades del ejército, pero le puedo asegurar que no van a llegar tan lejos como nosotros. Podemos infiltrarnos en sus filas, Majestad. Lo sabe.

—Lo sé —admitió—. Y lo haréis. Damiel, quiero que tu Unidad parta esta misma noche hacia Gherron de inmediato. Quiero que me digas qué está pasando exactamente allí, y dependiendo de cuál sea el informe, actuaremos en consecuencia.

—¿Damiel?

Sorprendido ante la inesperada elección, Luther juntó las manos tras la espalda, en un gesto de autocontrol. Disimuló un suspiro tras un asomo de sonrisa.

—Majestad, tratándose de una operación tan compleja, ¿no sería quizás mejor enviar a una Unidad con mayor experiencia? Damiel y sus hombres son aún jóvenes y un paso en falso podría comportar consecuencias nefastas para la operación.

No los estaba menospreciando. Aunque a simple vista lo pareciera, Luther solo intentaba velar por la seguridad de su sobrino, puesto que todos sabíamos perfectamente lo que pasaría en caso de que fuesen descubiertos en territorio enemigo. Por contra, Damiel no se lo tomó así. Aunque no lo mostró abiertamente, supe por su expresión que no le había sentado bien la respuesta de su tío. Ni la mejor máscara de indiferencia habría podido ocultar aquel chisporroteo en los ojos.

Por suerte, su maestro le había enseñado bien y no abrió la boca.

—Mi elección no es casual, Luther —respondió el Emperador—. Llevo varios días barajando las diferentes posibilidad y adentrarnos en el campamento enemigo era una de ellas. Esta es la mayor amenaza a la que nos enfrentamos desde hace tiempo, pero no la única. Es más que posible que Talos se encuentre detrás de todo lo que está sucediendo. Estoy casi convencido. Y es precisamente por ello por lo que, en parte, quiero que sea la Unidad del joven Sumer la que se adentre en el campamento del falso Doric. Ellos han tenido más contacto con la tecnología de Talos en los últimos tiempos de la que hemos tenido el resto de presentes en años. Si están involucrados, lo descubrirán.

—Puede contar con ello, Majestad —aseguró Damiel, sacando pecho—. Estamos más que preparados para esta operación. Somos jóvenes, sí, pero no inexpertos. El más joven de los nuestros lleva más de una década al servicio de las Casas Pretorianas.

A pesar de la provocación, Luther no respondió. No valía la pena. Una vez la decisión había sido tomada, nadie era capaz de hacer cambiar de idea al Emperador. Hizo bien.

—Luther, hay ciertos rumores que relacionan a Kare Vespasian con la Unidad de Pretores que asaltaron la Ciudadela y ahora se encuentran junto al falso Doric —prosiguió el Emperador—. Se les vio juntos en la "Flama Aurea" en la ciudad de Celestis hace apenas un mes.

—¿Kare Vespasian? —pregunté con cautela—. ¿Estamos seguros de que esos rumores son ciertos, Alteza?

Kare Vespasian era el único hijo de Marcus Vespasian, General de la Legión VII y señor de Herrengarde. El joven no formaba parte de la legión, pero sí de las fuerzas aéreas albianas. De hecho, había llegado muy lejos en sus filas. Como capitán de la "Flama Aurea", una de las naves más potentes de todo el ejército, era reconocido como uno de los militares con mayor proyección de los últimos años. El que ahora su nombre también se viese implicado en toda aquella gran traición era muy preocupante.

Empecé a unir cabos.

—Quiero pensar que no —admitió Lucian—, pero todo apunta a que ha decidido traicionarnos. Es una noticia trágica. Como bien sabéis, Marcus Vespasian era el mejor amigo de mi hermano Konstantin. El que ahora su hijo apoye al falso Doric resulta especialmente doloroso.

—Pero Alteza —se apresuró a intervenir Lyenor, visiblemente incómoda ante el repentino vuelco de la conversación—. Kare Vespasian y el príncipe Doric eran amigos. Estudiaron juntos... y no solo eso, son familia. Los Vespasian y los Auren comparten sangre.

La realidad todo era mucho más complicado de lo que a simple vista parecía. Lyenor tenía razón, ambas familias compartían sangre. No obstante, sus lazos familiares eran lo que menos. Lo realmente importante era el papel que los Vespasian jugaban en la línea sucesoria al trono. Un papel capital que, en caso de que Lucian muriese sin descendientes y que la melliza de Doric rechazase el trono una vez más, convertiría a Marcus Vespasian en el nuevo Emperador de Albia.

Complicado... muy complicado.

Empezaba a entender el nerviosismo de Lucian. Enfrentarse a un falso Doric Auren era peligroso, pero asequible. Usurpadores siempre había habido y siempre habría. No obstante, que ese falso heredero contase con el apoyo no solo de al menos una Unidad de Pretores y la Reina de las Estepas Dynnar, sino también de los Vespasian, era peligroso.

—¿Es posible que el falso Doric haya engañado también al Capitán Kare Vespasian? —reflexionó Damiel.

Era posible, pero era extraño. Sospechoso.

Hubo un silencio incómodo ante la pregunta. Cuanto más divagábamos al respecto más dudas se estaban despertando en todos los presentes. Nuestra posición al respecto era obvia, por supuesto, nosotros luchábamos por Albia y por su legítimo Emperador Lucian Auren. No obstante, todos teníamos nuestra opinión al respecto, y por el modo en el que estaban transcurriendo las cosas, era evidente que había dudas.

—Sea cierto o no, debemos actuar en consecuencia —dijo el Emperador—. Luther, quiero que tú y tu Unidad os dirijáis a Herrengarde de inmediato. Marcus Vespasian es uno de mis Generales más preciados. Quiero que asegures su lealtad... y que le recuerdes lo que sucede con aquellos que dan la espalda al Imperio. Si es mínimamente inteligente, que lo es, se asegurará de que su hijo entre en razón antes de que se oficialice su traición.

Conocía lo suficiente a Luther como para saber lo que en aquel entonces significó su silencio. Obedecería, por supuesto. Siempre lo había hecho y así haría hasta el último de sus días. Pero aunque lo hiciese, por dentro no podría evitar tener preguntas. Viajar hasta Herrengarde y reunirse con el General Vespasian no era un problema. Al contrario. Marcus Vespasian era alguien reconocido y respetado en el Imperio, y no precisamente por ser el mejor amigo del antiguo Emperador. Aquel hombre se había labrado su destino y buena fama a base de esfuerzo y dedicación. El propio Luther lo admiraba. Precisamente por ello, el que tuviese que viajar hasta su hogar para ponerle entre la espada y la pared no iba a ser fácil. Vespasian era un hombre leal al que nadie osaría poner jamás en entredicho. Interpretar aquel papel podría costarle un alto precio.

Pero lo haría, por supuesto.

Luther se llevó el puño al pecho, allí donde la Magna Lux latía al compás de las nuestras, y asintió con la cabeza.

—Puede contar conmigo, Emperador. Ahora y siempre.

—Ahora y siempre —repitió Lucian, agradecido, e hizo un ademán de cabeza, sellando así la orden. Seguidamente, sin dar oportunidad a ningún otro a intervenir, dirigió su mirada hacia Lyenor—. La Unidad Cross viajará hasta Solaris, donde buscará y localizará a un matrimonio apellidado Noctis. Ambos son antiguos Pretores de la Casa de las Espadas ya jubilados. Su hija, Vanya Noctis, es la Optio de la Unidad Reiner. Se dice que junto al propio Tristan Reiner, es una de las grandes precursoras de esta gran traición. Busca a esos hombres y tráelos ante mi presencia, Lyenor.

Lyenor tampoco respondió. En el momento en el que Lucian empezaba a dictaminar órdenes era mejor no entrometerse. Nada bueno podía salir de aquella intervención. No obstante, ella no pudo disimular el dolor que le causaba aquella petición. Probablemente no conociese a los tal Noctis, pero sabía que acababan de ser sentenciados. En cuanto los trajese a la capital Lucian y su círculo interior los harían desaparecer, tal y como en tantas ocasiones había sucedido. ¿Y todo por qué? ¿Por el crimen de su hija? El asalto a la Ciudadela había sido un delito grave, desde luego, pero teniendo en cuenta lo que habían provocado, ya a nadie le importaba la muerte de un Pretor de la Casa del Invierno. Aquellos hombres, la Unidad Reiner, estaba a punto de provocar la mayor crisis de Albia de los últimos años, y nos gustase o no, había llegado el momento de actuar.

Cogió aire antes de asentir con la cabeza. Ninguno de los presentes éramos partidarios de aquel tipo de medidas, pero comprendíamos al Emperador. Era complicado ponerse en su situación.

—Daré con ellos, Alteza.

—Lo harás, lo sé —aseguró él, y volviendo la mirada hacia mí, se detuvo unos segundos para reflexionar sobre sus próximas palabras. Dadas las circunstancias, sabía que debía ser especialmente cuidadoso al elegirlas—. Sumer, tú y los tuyos os quedaréis aquí, en la capital, a mi lado. A partir de ahora formaréis parte de mi escolta personal. Allí donde vaya, iréis conmigo, ¿de acuerdo? Es cuestión de tiempo que ese falso Doric reúna al número suficiente de seguidores como para seguir avanzando. Para cuando eso suceda, quiero que estés preparado. Tú estarás a mi lado cuando lo mate.




—Te está utilizando para asegurarse de que cumplimos con sus órdenes, Aidan... ¡eres su rehén!

—¿Un rehén? Por el Sol Invicto, Lyenor, exageras. Es todo un honor formar parte de la guardia personal del Emperador.

—No, no exagero. Sé de lo que hablo... y tú también.

Tras la intensa reunión en el Palacio Imperial, los cuatro habíamos abandonado las instalaciones para encaminarnos hacia el Jardín de los Susurros, donde en apenas unas horas iniciaríamos el cometido que se nos había sido asignado. Antes de hacerlo, sin embargo, a petición de Lyenor, habíamos acudido a la Sala del Cónclave de la Noche, en las profundidades del Jardín, para hablar. Mi querida compañera y esposa estaba angustiada después de lo ocurrido, y no era para menos. Aunque jamás lo admitiese en público, era perfectamente consciente del objetivo del Emperador al convertirme en su sombra.

Tomamos asiento alrededor de la mesa y encendimos nuestras velas. Nunca había visto aquella sala tan apagada y vacía. Normalmente nos reuníamos como mínimo diez Centuriones, o incluso más. El que aquel día fuésemos tan pocos era el preludio de una historia que no podía tener un buen final.

—No lances acusaciones que puedan volverse en tu contra, Cross —advirtió Luther—. No es necesario.

—Quizás no lo sea —admitió ella—, pero es lo que todos pensamos, ¿me equivoco?

Damiel se cruzó de brazos, incómodo. Su posición no era en absoluto fácil. Su reciente ascenso sumado a las últimas operaciones lo habían convertido en uno de los nuevos juguetes del Emperador. Alguien en quien no llegaba a confiar del todo, pero cuyos resultados estaban siendo tan satisfactorios que no quería perder de vista. Si seguía así, acabaría metiéndoselo en el bolsillo.

—Todo esto me da que pensar —reflexionó Damiel—. Dicen que ese falso Doric está reuniendo a mucha gente para su causa... que está formando un ejército. ¿Su objetivo es traer la guerra a Hésperos?

—Es cuestión de tiempo que reclame el trono, sí —admití—. Esto es una cuenta atrás.

Era una cuenta atrás, sí. Un tema espinoso. Albia no era un Imperio pacífico precisamente. Hacía siglos, desde nuestra fundación, que los albianos habíamos hecho la guerra una y mil veces contra los países que nos rodeaban. Éramos expansionistas y controladores: queríamos apoderarnos de cuánto nos rodeaba, y en el momento en el que establecíamos nuestras fronteras y nuestras leyes, no permitíamos que nadie las rompiese. Gracias a ello, a ese carácter tan explosivo que tanto había marcado siempre nuestra personalidad, nos había convertido en un pueblo guerrero e intratable al que pocos países se atrevían a hacer frente. Pero siempre había alguien, y en aquel entonces, además de Throndall y Talos, un nuevo enemigo se había unido a la lista.

Y no era un enemigo cualquiera, precisamente.

Tuvimos unos segundos de silencio en los que cada uno de los presentes nos sumimos en nuestros pensamientos. Había algo que rondaba la mente de todos desde hacía rato, días incluso, pero nadie se atrevía a ponerlo sobre la mesa. Algo cuya mera mención podría provocarnos auténticos problemas... pero que en aquel entonces, con Lyenor más alterada que nunca, no tuvimos más remedio que tratar.

Resulta estremecedor el mero hecho de recordarlo.

—Os voy a hacer una pregunta a todos y cada uno de vosotros... y quiero que seáis sinceros —dijo en apenas un susurro—. Además de compañeros, somos familia, así que confío en que esta conversación no saldrá de aquí.

—Estás decidida a matarnos a todos, ¿eh? —bromeé, tratando de quitarle hierro sin éxito—. En fin, llegados a este punto, adelante: dispara.

Todas las miradas se fijaron en la silueta oscura que en aquel entonces era Lyenor. La Centurión apoyó las manos sobre la mesa, situándose sobre la llama de su vela, y sopló para apagarla. En la oscuridad total, las palabras no tenían porqué tener dueño.

El resto hicimos lo mismo.

—Damos por sentado que ese hombre es un impostor —dijo—, ¿pero y si no lo fuera? ¿Qué pasaría si realmente fuese Doric Auren? Lucian no va a entregarle el trono, es evidente, y según la ley ha pasado el plazo para que pueda reclamarlo. No obstante, es el auténtico heredero... el hijo de Konstantin. —Hizo un alto para coger aire—. Si realmente llegamos a lo inevitable... ¿qué vais a hacer?

Directa y brutal. Sus palabras fueron tan sinceras que tan solo Luther, experto en la materia, logró responder con rapidez. Damiel y yo, impactados al escuchar en boca de otro lo que ambos temíamos desde hacía días, necesitamos algo más de tiempo para asimilar la pregunta. ¿Que qué íbamos a hacer? Maldita sea, Lyenor.

—¿Te has vuelto loca? —respondió Luther con contundencia—. Doric Auren está muerto, y aunque ese hombre tuviese su cara, su voz y sus recuerdos, a los ojos de Albia seguiría estando muerto.

—Todos sabemos lo que pensaría Albia —admitió Lyenor—. O mejor dicho, el Emperador. La cuestión es: ¿y tú? ¿Qué harías si...?

—No importa lo que yo piense, Cross —insistió él—. Somos leales al Emperador Lucian Auren ahora y siempre. Me da igual que Doric Auren esté vivo o no: perdió su oportunidad. Y si no queréis perder la vuestra, ni tan siquiera os molestéis en plantearos otra opción. Sois Centuriones, no pensadores. Vuestro deber es obedecer. Hacedlo y puede que dentro de un año podamos volver a reunirnos los cuatro aquí. De lo contrario, no prometo nada.

Me hubiese gustado poder decir que me sorprendió la respuesta de Luther, pero mentiría si lo hiciese. Conocía lo suficiente a aquel hombre como para saber de antemano lo que iba a decir. Su posición era clara: seguiría del lado del Emperador hasta el final. La gran duda era, ¿y nosotros?

Ni tan siquiera se esperó a escucharnos. Para Luther no había nada más que discutir. Éramos compañeros y familia, y seguiríamos siéndolo si sabíamos qué bando elegir. En caso de que nos equivocásemos en nuestra elección, él no nos seguiría. En nuestras manos estaba decidir si la familia seguiría unida o no.

Lyenor soltó una maldición por lo bajo al escuchar la puerta cerrarse tras él. No había esperado otra reacción por parte del Centurión, pero incluso así le molestaba la falta de opciones. Después de lo que le estaba tocando vivir de manos de Lucian, no era de sorprender que fantasease con la posibilidad de que Doric Auren hubiese regresado de entre los muertos.

—El Emperador ha hecho un buen trabajo con él —murmuró entre dientes—. Leal hasta la médula.

—En realidad siempre ha sido así —admití yo—. Lucian no ha hecho más que beneficiarse de lo que Konstantin logró. Han hecho de Luther el Centurión perfecto.

—¡Ni que fuésemos perros de presa! —replicó ella a la defensiva—. Todo por Albia, sí, pero no como máquinas. ¡Si quieren autómatas que busquen en Talos!

—¿Qué pasa, Lyenor? ¿No estás contenta con el papel que juegas en esta nueva etapa?

Damiel escupió aquellas preguntas con cierta rabia. Mientras que él estaba disfrutando de una bonita oportunidad, Lyenor estaba viviendo una época oscura en la que estaba haciendo cosas que atentaban contra su código de honor. Lamentablemente, ni Damiel ni yo sabíamos ni la mitad de la verdad. Lucian estaba utilizando a los Cross para hacer una limpieza importante entre los civiles de Albia, y a no ser que alguien lo detuviese, la purga no tendría fin.

Lyenor dejó escapar un suspiro. Estaba agotada.

—Sabes que no van por ahí los tiros, Damiel —respondió.

—Pues yo creo que sí —dijo él, poniéndose en pie—. Puede que Lucian no sea el mejor Emperador de todos los tiempos, en eso estoy de acuerdo, pero es el Emperador. Le toca por línea de sangre. —Negó con la cabeza—. ¿Quieres saber mi opinión? Pues aquí la tienes: no creo que ese farsante sea el auténtico Doric, pero en caso de que así fuese, ¿acaso importa? Si se quiere enfrentar con su tío, demostrará lo poco que ama a su país.

—¿Y acaso Lucian demuestra amarlo mucho enviándome a detener a ciudadanos inocentes? —Lyenor apretó los puños con fuerza—. Damiel, mientras que tú y los tuyos estáis fuera de las fronteras, aquí están pasando muchas cosas. Además, ¿acaso has olvidado ya lo que le ha hecho a tus hermanos? Lo que le hizo a Davin hace años y ahora a Jyn...

Furioso ante lo que a sus ojos fue una acusación de deslealtad a la familia, Damiel retrocedió unos pasos, profundamente ofendido. En medio de ambos, yo no tuve más remedio que ponerme en pie, dispuesto a mediar en caso de que fuese necesario. Dudaba que la situación fuese a más, pues entre ellos siempre había habido una magnífica relación, pero pisaban terreno resbaladizo.

—¡Por supuesto que no lo olvido! —replicó Damiel, alzando el tono de voz—. Lucian ha sido demasiado duro con ellos; demasiado exigente. No obstante, tampoco olvido que ellos no han estado a la altura de la familia a la que pertenecen. Davin nos dio la espalda hace años, uniéndose a la Valens, y después decidió desobedecer. ¡Se ganó el castigo!

—¿Una vida entera de destierro? —intervino yo, volviendo la mirada hacia Damiel con sorpresa—. No fue justo, Damiel, y lo sabes. De hecho, probablemente lo habría ejecutado de no ser por la intervención de Doric.

—Admito que no fue justo —aseguró Damiel—, ¿pero acaso lo fue Davin con nosotros? Imagino que ya lo sabéis, pero ha escapado de Zarangorr. Me vino a ver hace unos meses... decía buscar a Jyn. —Negó con la cabeza—. ¡Su comportamiento no deja de perjudicarnos!

—¿Por buscar a su hermana? —Parpadeé con incredulidad—. Te estás pasando, Damiel.

—¿Yo me estoy pasando? —Damiel se agitó con nerviosismo—. ¡Él se pasó dándonos la espalda y largándose con Luther, padre! ¡Y no solo eso! ¡Vuelve a escaparse, se convierte en un fugitivo, y lejos de pedirnos ayuda se limita a aparecer y desaparecer...! ¡No quiere estar con nosotros! No quiere formar parte de la familia... y lo que es peor, ha arrastrado a Jyn a ese estilo de vida. —Damiel se encogió de hombros—. Lamento que estemos en desacuerdo en esto. Es cierto que Lucian Auren no es el mejor Emperador de la historia, pero nosotros tampoco se lo estamos poniendo nada fácil.

Aunque podríamos haber seguido discutiendo sobre el tema durante horas, preferí que Damiel abandonase la sala. Aún albergaba demasiado rencor en su alma como para poder hablar con claridad. Los Sumer y los Valens no estábamos jugando bien nuestras cartas, desde luego, al menos parte de la familia, pero eso no excusaba según que decisiones de Lucian.

Lamentablemente, no estábamos en posición de poder discutir al respecto. Nos gustase o no, el Emperador seguía siendo nuestro líder, y así sería hasta el fin de sus días.

Aguardamos a que Damiel abandonase la sala para sentarnos juntos en el fondo de la sala. Conocía parte de la carga que Lyenor soportaba y comprendía su pesar. No estaba pasando por su mejor momento. Por desgracia, mi situación tampoco era mejor, pero no podía permitir que el desánimo se apoderase de nosotros. Pasase lo que pasase, teníamos que mantenernos fuertes y serenos.

Tomé su mano con las mías cuando me la tendió. Mientras que su rostro seguía reflejando la juventud estanca en la que vivíamos los Pretores, las arrugas de las palmas de sus manos evidenciaban que el tiempo pasaba inexorablemente.

—Yo creía ciegamente en Konstantin —murmuró Lyenor con tristeza—. En su deseo de paz con Talos... en su deseo de convertir a Albia en un país mejor en el que hubiese algo más que guerra. Para muchos era un Emperador demasiado conciliador. Para mí, sin embargo, era un ejemplo a seguir. De convicciones férreas y comprensivo: justo como pocos. —Negó suavemente con la cabeza—. Me está costando asumir su pérdida... me cuesta creer que las cosas hayan cambiado tanto. Hemos luchado mucho por la paz con Talos, Aidan. El que ahora Lucian esté pisoteando todo lo que tanto costó conseguir es doloroso.

—Lo sé —respondí, apretando con suavidad sus dedos con los míos—. Pero son los tiempos que nos tocan vivir, querida. Se acerca una etapa oscura. Es probable incluso que ese falso Doric traiga la guerra a Albia. En caso de que se llegue a ese extremo, tendremos que mantenernos fuertes. Mantenernos a la altura y cumplir con nuestro deber. Pero después...

—¿Después?

Los ojos de Lyenor relampagueron al escuchar aquellas palabras. Aún éramos jóvenes para los estándares de los Pretores, nos quedaban al menos veinte o treinta años más de servicio, pero eso no implicaba que tuviésemos que cumplirlos. Después de tantas décadas al servicio de Albia, nos habíamos ganado el derecho a decidir qué hacer con nuestras carreras, y viendo cómo estaban yendo las cosas, quizás había llegado el momento de dar el paso definitivo.

Apreté con suavidad su mano.

—Las nuevas generaciones vienen pisando fuerte —dije—. No nos cerremos puertas, ¿de acuerdo? Cuando acabe todo esto pensaremos que hacer... Ahora mantengámonos fuertes. Viene una época convulsa en la que vamos a necesitar tener que hacer cosas que no nos gustan... pero hay que hacerlas. Ten paciencia.

Lyenor me correspondió al apretón con tristeza. Aquel no era el final de carrera que le hubiese gustado tener, pero no lo descartaba. Mientras Lucian siguiese siendo el Emperador, las cosas serían demasiado complicadas. Por suerte, el mundo no se acababa en Albia.

—Lo intentaré... pero no va a ser fácil.

—No lo va a ser —admití—, pero sobreviviremos. Viaja hasta Solaris y haz lo que tengas que hacer aunque no te guste. Yo seguiré aquí, esperando el momento... esperando vuestro regreso.

—Volveremos lo antes posible, tienes mi palabra.

—Confío en ello. Me siento cual damisela encerrada en la torre esperando a que su caballero acuda a su rescate —bromeé, logrando al fin arrancarle una sonrisa—. Y por cierto... respondiendo a tu pregunta, no sé si ese hombre es realmente Doric Auren o no... pero en caso de que sí lo sea, ten por seguro de que yo no olvido lo que hizo por mis hijos... y hasta ahí puedo leer.




Cuando regresé a nuestra guarida mis hombres me estaban esperando en la sala de reuniones, uniformados y con una expresión extraña en la mirada. Ya no había ni rastro de Damiel ni ninguno de los suyos, por lo que supuse que mi hijo había arrasado en su llegada. Conociéndolo, lo habría dicho todo sin abrir la boca. Su mirada lo decía todo. Era una lástima que hubiese partido tan pronto. Antes de encaminarse hacia Gherron me hubiese gustado poder hablar con él. La discusión con Lyenor había dejado entrever que había heridas que creía cerradas demasiado abiertas entre hermanos. Con suerte, aún tendríamos tiempo de poder buscar soluciones antes de que fuese demasiado tarde.

Pero dejando ya de lado a Damiel, pues lo que teníamos entre manos era demasiado grande como para seguir aplazándolo, acudió al encuentro de mis hombres. Los tres me esperaban en completo silencio, inquietos ante lo que estaba a punto de suceder, pero dispuestos a enfrentarse a lo que fuese necesario. Por suerte para mí, la Unidad Sumer seguía contando con magníficos Pretores a su servicio.

—Centurión —exclamó Eugene, poniéndose en pie a mi llegada—, ¿qué ha pasado? Damiel regresó hace media hora y se llevó a sus hombres... estaba muy callado.

—No dijo ni mu —le secundó Terry Swift—, pero se notaba que ha pasado algo.

—Sí, se notaba... —admitió Misi con cierta tristeza—. Se van de la ciudad, ¿verdad?

Asentí con la cabeza. La misión de Damiel me preocupaba. Sabía que tanto él como los suyos bordarían su papel, eran maestros en ello, pero temía que una mala decisión pudiese jugar en su contra. No eran unos críos, desde luego, pero a veces la juventud podía llegar a ser contraproducente en según qué momentos.

—Se les ha asignado una misión fuera de la ciudad, sí —respondí—. Tanto ellos como las Unidades Cross y Valens van a abandonar Hésperos esta misma noche. El Emperador ha empezado a mover sus fichas ante la amenaza del falso Doric Auren.

—Falso Doric Auren... —murmuró Eugene, cruzándose de brazos—. Se han oído muchísimos rumores sobre él... era cuestión de tiempo de que reaccionásemos. —Negó con la cabeza—. ¿El Emperador va a acabar con él, Centurión?

—Claro, ¿qué va a hacer, sino? —respondió Terry con sencillez—. Es un enemigo del Imperio: es cuestión de tiempo que nos ordene borrarlo del mapa... si es que no lo ha hecho ya.

—No es tan fácil, Swift —intervino Misi, adelantándose unos pasos hacia mí—. Se dice que ese falso Doric cuenta con el apoyo de muchos... y no todos son anónimos precisamente. Dices que las Unidades Sumer, Valens y Cross van a abandonar la ciudad. ¿Y qué pasa con nosotros? ¿No nos unimos a ellos?

Misi habría dado cuanto estaba en sus manos porque en aquel entonces le hubiese respondido con un sí. Quería participar en lo que fuese que se estuviese organizando, y quería hacerlo junto al resto de miembros de la Sumer. Los echaba de menos, y no era la única. Yo también habría dado cualquier cosa por poder ir con ellos. Lamentablemente, Lyenor tenía razón. Nuestro papel era totalmente diferente, y ya fuese como prisioneros o no, teníamos que seguir en la ciudad... pero no en el Jardín de los Susurros precisamente.

Dejé escapar un suspiro. Para Swift y Kallen aquella iba a ser una buena noticia: un avance en sus carrera. Para Misi, sin embargo, un bofetón de realidad frente al cual iba a ser complicado mantener la cabeza alta.

—Nosotros nos movemos también —respondí—, pero no abandonamos Hésperos. Recoged vuestras cosas: a partir de esta misma noche nos unimos a la guardia privada del Emperador en el Palacio Imperial.

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