Capítulo 50

Capítulo 50 – Albia 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




La Reina de la Noche – Ático de Tiberius Morenzi




"Lo conocí la misma noche que Jyn desapareció. Estaba en el parque frente a su casa, sentado, aparentando tomar el aire. Era un tipo extraño, de porte elegante y sonrisa sincera, que aseguraba ser su amigo. Decía que se conocían desde hacía muchos años... y que se alegraba de saber que, a pesar de todo lo que habían dicho sobre ella, que estaba bien. La reputación de Jyn no le hacía justicia, decía, y yo, que opinaba lo mismo, decidí creer en él.

La noche en la que nos conocimos nos fuimos a un bar a tomar una cerveza. El "Fénix" era un hombre bastante mayor que yo, por edad incluso podría ser mi padre, pero era cercano y juvenil, con un sentido del humor tan negro y una mente tan ágil que tenía la sensación de estar junto a alguien de mi edad. Además, a mí no me importaba lo de la edad. Magnus era mayor incluso que él y me encantaba pasar tiempo a su lado. La edad, cuando eres un Pretor, pierde importancia...

La cuestión es que me tomé unas cervezas con él, nos reímos un poco y, alcanzadas las seis de la madrugada, volví a casa de Tiberius para descansar el resto de la noche. Debería haber vuelto a casa, lo sé... pero después de todo lo que había pasado dudaba que mi madre fuese a recibirme con los brazos abiertos. Había mentido, dejado a Noah sola, ayudado a una fugitiva a escapar de la policía imperial y, como si aquello fuese poco, había perdido el teléfono móvil y estaba borracha... una combinación perfecta para no solo enfadar a mi madre, sino también para decepcionar a mi padre, así que, en un último momento de lucidez, decidí venir hasta aquí.

Y por suerte, Tiberius aún estaba despierto cuando llamé a su puerta.

Al siguiente día desperté por la tarde, con un fuerte dolor de cabeza y los recuerdos de lo ocurrido la noche anterior muy borrosos. Recordaba haber bebido, sí, pero no lo suficiente como para que mi memoria fallase. Fue una auténtica mierda. Me palpitaba la cabeza... me temblaban las manos... en fin, estaba hecha un asco, así que supuse que me habría sentado mal la bebida. Me di una ducha de agua helada, comí, me tomé una pastilla para el dolor de cabeza y, algo más recuperada, fui al Castra Praetoria para reunirme con "Pantera".

¿Qué quién es "Pantera"? Buena pregunta. Mi jefa... o mi jefe, no lo sé. Una sombra, en realidad. Alguien cuya identidad y rostro desconozco, pero de quien dependo desde que superé los rituales. Es duro: no acepta la debilidad ni el fracaso. Por suerte para él, soy la mejor.

La cuestión es que acudí una vez más a su encuentro, para que me guiase en mis próximos pasos... pero lo único que encontré fue silencio. Después de lo ocurrido la noche anterior en la Ciudadela, tanto "Pantera" como muchos otros agentes de la Noche habían sido convocados por el nuevo Emperador. De hecho, el Castra Praetoria estaba prácticamente vacío. Todos los Pretores estaban en movimiento, preparándose para la inminente guerra con Talos y la búsqueda de los traidores. Todos menos los que, como yo, no pertenecíamos a ninguna Unidad. Nosotros íbamos por libre, y en aquel entonces, sin saber exactamente qué decía hacer, decidí empezar a moverme. Fui hasta la Ciudadela en busca de respuestas, y tras casi cinco horas cruciales en las que no logré obtener más información de la que ya todos conocíamos, me di por vencida.

Además, seguía doliéndome la cabeza...

Volví a la ciudad con la duda de si debía ir a casa. Sin el teléfono, seguía incomunicada. Mi hermana podría haberse pasado el día llamándome, que no me habría enterado. Y en parte, lo agradecía. Sabía que cuanto más tardase en dar señales de vida, más enfadados estarían, por lo que decidí dar un paso al frente y dar la cara antes de que fuese demasiado tarde. Cogí mi motocicleta, me puse el casco... y a punto de arrancar el motor, alguien me llamó.

—¡Pero quién tenemos aquí! —dijo—. Pero si es la Princesa de la Noche...

—La Reina —corregí.

—Lo que sea. ¿Sabes que tu madre está muy cabreada?

Magnus Wise.

¿He dicho ya que Magnus y yo somos muy buenos amigos? Además de ser el mejor amigo de mi padre y un miembro clave de la Unidad Valens, Wise era prácticamente de la familia. Mi padre y él se habían salvado en tantas ocasiones la vida mutuamente que, llegado el momento de mi nacimiento, había sido precisamente él quien había decidido mi nombre. Y no me había puesto precisamente el de su madre o el de su hermana. Lo típico. Para nada. Él no era de esos. Magnus había decidido darme el nombre de la mujer a la que más había amado en su vida, una legionaria a la que la muerte había arrebatado la vida hacía ya muchos años. Una mujer por la que habría estado dispuesto a dar su vida... tal y como haría conmigo. Porque darme el nombre de su antiguo amor perdido no era una simple muestra de respeto y recuerdo, sino que era una declaración de intenciones. Con aquella decisión Magnus había jurado protegerme y quererme por encima de todo, como si en realidad fuese hija suya, y hasta el momento no había fallado en su promesa.

Ni lo haría.

—¿Te lo ha dicho? —le pregunté, quitándome ya el casco para bajarme de la moto—. ¿Y padre? ¿Él está cabreado también?

—Tu padre no sabe nada de momento, pero como no dejes de hacer el idiota, se lo diré. Y ya sabes lo que pasa cuando el Centurión se enfada...

—Mejor no saberlo.

—Mejor no saberlo, tú lo has dicho. —Magnus me tendió la mano—. Te invito a cenar, Princesa de la Noche. Tienes mala cara, ¿te encuentras bien?

Aquella noche cené con Magnus en una de las cafeterías del centro de la ciudad. Hacía tiempo que intentaba reclutarme para la Valens. Insistía en que debía dejar de hacer lo que él consideraba el "idiota" y volver con la familia. Que mi lugar estaba allí, y que cuanto más tardase en admitirlo, más me costaría adaptarme...

Y tenía razón. Aunque intentaba resistirme, sabía que mi lugar estaba en la Unidad Valens, junto a mi padre. Lo había sabido desde el día en el que había decidido rechazar su oferta de unirme a él. En aquel entonces Luther me había mirado de tal forma que al instante había entendido que me había equivocado. No obstante, quería libertad. Quería hacer lo que consideraba que era correcto, y en aquel entonces era iniciar mi andanada en la Casa de la Noche en solitario. Noah ya ocuparía mi lugar llegado el momento... lamentablemente, ella tampoco lo iba a hacer. Su decisión era aún más drástica que la mía, y por mucho que hubiese intentado hacerla cambiar de opinión, no lo había conseguido... y en parte era culpa mía, no voy a mentir. Mis padres no lo sabían, pero el motivo por el cual Noah había decidido rechazar la posibilidad de entrar en el Castra Praetoria había sido el mero hecho de que, llegado el momento de unirse a la Valens, yo no iba a estar a su lado. Mi querida hermana no entendía una realidad en la que yo no estuviese con ella, en la que la familia estuviese dividida, y antes de adentrarse en ella, había preferido alejarse.

Pero en fin, a lo que íbamos. Aquella noche cené con Magnus, aguanté una vez más su insistente discurso de que debía recapacitar y unirme a ellos, y por primera vez, logró convencerme. No de unirme a la Valens, claro, pero sí de volver a casa. Mi madre y mi hermana estaban sufriendo y en mis manos estaba solucionar las cosas...

Así que decidí volver. Finalizada la cena, me despedí de Magnus y me subí a la moto, dispuesta a regresar a casa. Me adentré en las bulliciosas calles de Hésperos y, media hora después, aparqué a tan solo una manzana de mi casa. Bajé de la moto, me quité el casco... y entonces, una vez más, alguien me llamó.

Solo que estaba vez no era Magnus el dueño de la voz.

—Sol Invicto, esto no puede ser una casualidad. ¿Diana?

El "Fénix". Nuestro encuentro me resultó extraño, no voy a mentir, pero tenía tan pocas ganas de volver a casa y enfrentarme a mis padres que acepté cuando me invitó a una cerveza. Aquella noche iba a volver, era definitivo, pero dado que no iba a marcar la diferencia el que lo hiciese una hora antes o después, me fui con él. Primero a un bar... después a otro... y por último a una fiesta en una galería de arte subterránea en la que exponía sus obras.

Me lo pasé muy bien, no voy a mentir. El "Fénix" era una compañía muy grata junto al que me sentía realizada. Aquel hombre sabía lo que necesitaba escuchar para hacerme feliz, para no querer alejarme de él, y durante las horas que estuvimos juntos, bordó su papel. Logró hacerme olvidar lo que había pasado con mis padres, mis ganas de volver a casa y, por último, la diferencia de edad que había entre nosotros.

En fin... ¿qué voy a decir? Las horas fueron pasando entre copa y copa, risa y risa, y para cuando quise darme cuenta ya estábamos en su taller, juntos, a solas, y no hablando precisamente de arte.

Desperté al siguiente amanecer tumbada en el sillón de su taller, tapada con una manta y con un dolor tremendo dolor de cabeza. Me daba vueltas todo. La noche anterior había bebido mucho, sí, pero había algo más que resaca en mí. Cuando intentaba recordar más en detalle lo sucedido, todo lo acontecido acudía a mi mente cubierto por un velo onírico que lo teñía todo de color de rosa. Seguía sin volver a casa de mis padres, sí, ¿pero acaso importaba? El "Fénix" me hacía ver que no debía responder ante nadie, que ya era una adulta hecha y derecha. Volvería a casa, sí, pero únicamente cuando quisiera, no cuando ellos decidieran. Y no sería por el momento. Me sentía a gusto allí, con él, y cuantas más horas pasábamos juntos, más cómoda me sentía.

De hecho, tal era mi sensación de bienestar que lejos de irme del taller aprovechando que estaba sola, decidí quedarme hasta su regreso. Le esperé cerca de una hora, y cuando al fin volvimos a estar juntos, escuché cuanto tenía que contarme, embelesada.

Estaba hechizada.

El "Fénix" me contó que era un artista procedente de Gynae en busca de fortuna. Su acento era desconocido para mí, así que le creí. Me contó también que la pintura que utilizaba en sus cuadros era ecológica, hecha a base de ingredientes naturales, y que pronto tendría que viajar hasta el Bosque de Nymbus en busca de suministros.

Que lo que él pintaba iba más allá de la simple realidad... que era capaz de ver más allá de los ojos de las personas a las que retrataba para sacar su auténtico yo. Que en su tierra de origen se utilizaban ciertos rituales para poder concentrarse y encontrar inspiración... pero que yo era ahora lo único que necesitaba...

Y bla, bla, bla.

Dijo lo que quería escuchar. Me susurró al oído toda aquella palabrería sobre la que me habían advertido que no debía escuchar, y sin entender exactamente cómo ni porqué, caía en sus redes. Tomé su mano cuando me la ofreció y, días después, acudí con él al Bosque de Nymbus.

Sí, lo sé, no me mires con esa cara... me creías más lista. Ya, lo sé, yo también. Ha sido bastante decepcionante... no creí que fuese de esas que se dejase engañar tan fácilmente. De hecho, hasta ahora nadie lo había conseguido. No obstante, ese hombre tiene algo... tiene algo mágico con lo que controla a las personas. Las manipula... las engaña. Algo que juega con la mente de su objetivo y que le permite utilizarla a su gusto, como si de una marioneta se tratase. Y no es que quiera excusarme, he fallado, lo sé... pero a mi favor puedo decir que utilizó esa magia conmigo. No sé en qué momento ni cómo, pero era su prisionera.

Y tardé en darme cuenta, lo admito... pero en el momento en el que logré abrir los ojos, lo vi claro. Aquel hombre no iba a por mí. Me estaba utilizando para llegar a alguien, y ese alguien, como ya bien sabes, era Jyn...

Volvimos del Bosque de Nymbus una semana después. Nuestra aventura allí fue extraña, con muchas lagunas y recuerdos extraños. Podría contarte parte de lo que hicimos, pero te ahorraré los detalles. No querrás oírlos, te lo aseguro. Digamos que simplemente recogimos flores, acampamos y, en general, nos lo pasamos muy bien. Éramos como dos amigos... dos amantes de vacaciones. Y sí, sé que es extraño que alguien como él pudiese atraerme, pero sinceramente, estaba totalmente embelesada. Enamorada, enganchada, hechizada... llámalo como quieras, pero me tenía a sus pies.

La cuestión es que después de nuestra escapada romántica regresamos a Hésperos. No teníamos a donde ir, así que decidí recurrir a Tiberius. El "Fénix" decía ser un artista y quería ampliar su presencia en las galerías de arte de la ciudad, así que pensé que podrían hacerse amigos. Que se entenderían. Lamentablemente, Tiberius no es estúpido precisamente. Nos permitió quedarnos en su ático, por supuesto, a mí nunca me negaría nada, pero sé que no le gustaba el "Fénix". Desconfiaba de él... y aunque al principio creía que era únicamente porque estaba celoso, ahora lo veo claro. Desconfiaba de él porque no era una buena persona.

Ojalá le hubiese hecho caso.

La cuestión es que nos instalamos en el piso de Tiberius y empezamos a experimentar. La fabricación de las pinturas que utilizaba para sus cuadros no era fácil. Además de mezclar ingredientes, el "Fénix" les cantaba letanías y practicaba rituales durante su proceso de producción. Personalmente me hacía gracia todo aquello. Me parecía una práctica de lo más exótica. En Albia no hacemos ese tipo de tonterías ni creemos en los Señores del Sueño, así que sencillamente le miraba, divertida. Al menos al principio. Con el paso de los días, sin embargo, mi papel dejó de ser tan secundario para convertirse en principal. Y es que, aunque en un inicio había rechazado la posibilidad de ayudarle, acabé aceptando. Y ahí es cuando las cosas empezaron a torcerse de verdad...

Una de las noches decidió pintarme. Me pidió que posara para él y yo lo hice encantada. Había prometido sacarme guapa, sacarme como realmente me veía... y vaya, tiene mucha imaginación, la verdad. Que sí, que yo no digo que no sea atractiva, pero vaya, en su cuadro parecía una diosa. Alta, esbelta, con el rostro de un ángel y un cuerpo de ensueño. El cuadro en sí era estupendo, muy bonito, con una mujer preciosa de la que era complicado no enamorarse... pero no era yo, era evidente. Él decía que sí, pero en fin... fingí que le creía. La cuestión es que la chica del cuadro me resultaba vagamente familiar. Su mirada, su sonrisa... no era Jyn, pero había mucho de ella. De hecho, era una mezcla de ambas. Se lo dije al "Fénix"... y caí en su trampa.

Me confesó que en gran parte, sus cuadros lograban sacar la auténtica identidad de las personas porque no era su yo físico lo que retrataba. Él iba mucho más allá, y era su yo onírico, el que consideraba realmente cierto, el que sacaba a relucir. El que retrataba... ¿y cómo lo conseguía? Visitando a sus modelos en sueños...

Parece una locura, ¿verdad? Pero es cierto. Al principio yo no quería creerlo, pensaba que me tomaba el pelo, pero hicimos la prueba. El "Fénix" me dijo que me visitaría aquella noche en sueños, que me mostraría la Reina de la Noche que él realmente había conocido, y no falló a su palabra. Aquella noche, cuando me dormí, soñé con él. Soñé con un "Fénix" joven, apuesto, perfecto, tal y como lo guardaba en mi memoria, y juntos deambulamos por una Hésperos totalmente vacía hasta una casa totalmente llena de espejos. Allí me mostró mi auténtico yo, el que había pintado, y me confesó que, si quería, podríamos visitar a más personas de aquella forma. Que conocía la manera de hacerlo...

¿Y yo que dije? Pues lo que no debería haber dicho jamás: lo que él quería escuchar. Mi prima llevaba ya casi dos semanas desaparecida y quería saber de ella. Quería saber si había logrado escapar... así que le pedí que fuésemos a verla. Que la visitásemos en sueños... y lo hicimos.

Preparamos el ritual para poder visitarla empleando para ello uno de los pintalabios que me había regalado. Me preguntó dónde creía que ella se sentía más segura, y yo le revelé el lugar... le hablé de Ballaster y del "Nido". De la habitación de cristal... y aquella noche, tras haber realizado el ritual y haber aspirado los aromas que manaban de las flores púrpura que habíamos traído del Bosque de Nymbus, dejamos que el sueño acudiese a nuestro encuentro.

Y fuimos a verla.

Cuando abrí los ojos en el mundo de los sueños me encontraba en el corazón del "Nido", en mitad del sombrío salón donde en tantas ocasiones nos habíamos visto a lo largo de los últimos años. Aquel lugar se había convertido en el favorito de mi prima, aunque nunca había llegado a comprender el motivo. Ella decía que su estancia allí, aunque breve, había sido muy especial. Yo siempre había creído que se debía a que había sido precisamente allí donde se había reencontrado con su familia. Donde Jyn había dejado de ser únicamente una Corven para recuperar sus orígenes Valens y Sumer. No obstante, había más..

—Hay alguien —murmuró el "Fénix" a mi lado, inquieto—. Hay alguien más con nosotros.

—¿Jyn?

—No, es otra persona.

Se oían voces. Susurros, risas... palabras. No estaba sola, no.

Guié al "Fénix" a través de los sombríos pasadizos del "Nido" hasta el corredor que daba a las habitaciones de cristal. Todas estaban apagadas, sumidas en las sombras, salvo una. La habitación de Jyn, por supuesto. Nos acercamos con paso lento, tratando de hacer el mínimo ruido posible, hasta alcanzar la puerta abierta. Una vez allí, nos asomamos.

Había alguien con Jyn. Tumbada en la cama, cubierta con una única sábana y en compañía de alguien conocido para ambas, mi prima disfrutaba de lo que parecía ser una velada romántica. Se abrazaban, se acariciaban, se besaban... y todo sin apartar la mirada el uno del otro, como si no existiese nada más. Como si llevasen años esperando poder volver a verse.

Como si realmente se quisieran...

Era algo demasiado íntimo: no era un buen momento para interrumpir.

—Deberíamos irnos —sugerí al "Fénix", cogiéndolo del antebrazo—. Quizás en otro momento...

Pero él no estaba de acuerdo. Apartó mi brazo de un manotazo y, desoyendo mis palabras, se adentró en la sala. Sus ojos empezaron a llamear en la noche.

—¡No! —insistí—. ¡Déjala! ¿Es que no ves que...?

El "Fénix" se giró una única vez más para mirarme a los ojos... y te aseguro que ya no era el mismo hombre que había conocido antes. En su mirada había odio, había envidia... había un ansia irracional por devorar y destruir. Por apoderarse de cuanto le rodeaba... pero sobre todo de dominar la situación. Dominarme a mí, a Jyn... a absolutamente todo cuanto le rodeaba.

Extendió la mano hacia mí y sonrió. Y de repente ya no estaba allí... o sí, en realidad sí que estaba, pero también estaba en el interior de una botella, en lo alto de un estante, junto a otras tantas en cuyo interior, atrapadas como yo, había otras mujeres. Estábamos encerradas en una sala circular, en un armario frente al cual, situada sobre un altar de piedra en forma de aguja, había una estrella. Un astro que giraba sobre sí mismo emitiendo una potente luz blanca.

Y en mitad de aquella luz estaba él, avanzando por el suelo acristalado, adentrándose en el sueño de Jyn para hacerse un hueco en él. Para expulsar a su acompañante y ocupar su lugar.

Es difícil de explicar. El "Fénix" me había encerrado en aquella botella, pero a la vez seguía bajo el umbral de la puerta, viendo y escuchándolo todo. Lo veía desde detrás de una cortina de humo cada vez más densa... a través de una hoja de cristal cada vez más gruesa, pero lo veía y lo oía. Lo vi acercarse a ellos... lo escuché murmurar unas palabras... y de repente él ya no estaba en pie, sino que estaba en la cama, tumbado junto a Jyn, y el colchón había empezado a arder. El fuego los rodeaba, se alzaba sobre ellos formando una jaula en cuyo interior se debatían. Él la sujetaba firmemente por los brazos, y ella...

Ella...

Aunque soy joven, soy un Pretor. Junto a mi corazón palpita un fragmento de Magna Lux que me convierte en una de las elegidas del Sol Invicto; en alguien cuya misión en la vida es salvar a Albia y proteger a sus gentes. He nacido y moriré por ello. Y aquella noche, incluso atrapada en el interior de aquella botella, sintiendo que con cada segundo que pasaba me faltaba más y más el aire, supe que tenía que actuar. El instinto me decía que si no intervenía la mataría, así que hice lo que tenía que hacer. Cerré los ojos, concentré mi mente en la Magna Lux para activarla, para desenterrarla del mundo onírico en el que ella también dormía, y canalicé todo el poder que el Sol Invicto me brindaba a través suyo en mis manos. Después, únicamente tuve que apoyarlas sobre el cristal para partirlo en mil pedazos y liberarme de aquel intento de prisión. Inmediatamente después, de nuevo libre y de regreso a la entrada de la habitación, fui a por él...

Pero antes de poder alcanzarlo el sueño se rompió y fui propulsada al mundo real, donde el "Fénix" volvía a ser de carne y hueso. Donde tenía las manos cerradas alrededor de mis garganta.

Donde estaba a punto de matarme.

Forcejeamos. Yo tenía más fuerza, pero gran parte de mí aún seguía atrapada en el sueño. Intenté defenderme, quitármelo de encima, pero no lo conseguí. Me estaba venciendo. Me estaba ahogando. Iba a morir... hasta que, de repente, una sombra apareció tras él. Una sombra que estrelló contra su cabeza una botella de vino, logrando al fin que me liberase. El "Fénix" cayó al suelo, aturdido por el golpe, pero rápidamente se abalanzó sobre Tiberius. Mi buen amigo Tiberius me había salvado. Pelearon, se insultaron, se golpearon, y todo sin que yo pudiese intervenir. Estaba paralizada en el suelo, atrapada entre el sueño y la realidad... encerrada en mi propia botella rota.

Tardé días en despertar, si es que realmente lo he hecho del todo. El "Fénix" escapó, y no lo hizo solo. Parte de mí sigue atrapada en aquella sala circular, donde otras tantas mujeres siguen encerradas en botellas de cristal, cegadas por la luz de su estrella. A veces cuando cierro los ojos vuelvo a aquella sala... pero siempre logro escapar. Eso sí, el precio no es bajo. Cada vez estoy más agotada: más debilitada. Intento no dormirme para no caer en sus garras, pero tengo la sensación de que tarde o temprano acabará atrapándome. Es cuestión de días..."

—Te voy a llevar a la Academia —decidió Davin tras escuchar con detenimiento la historia. Sus ojos brillaban con fuerza, al borde del nerviosismo, pero se estaba controlando. Sabía que no era el momento de perder la cabeza. No serviría de nada. Además, no era lo que necesitaba—. Allí podrán ayudarte. Si realmente es un hechizo, tiene que haber alguna forma de romperlo.

—¿A la Academia? —respondí, horrorizada, y me puse en pie. Aquello era impensable—. ¡No! ¡No puedo ir! Si voy me descubrirán... ¡el Centurión descubrirá lo que ha pasado!

—¿Y qué? —perplejo, se puso en pie—. ¡Eso es lo de menos ahora! ¡Sol Invicto, Diana, si supieses realmente quien es el "Fénix"...!

—Lo sé —confesé—. Ahora lo sé. Mis padres me lo ocultaron, pero después de lo ocurrido he estado informándome. Me he colado en su archivo privado y lo he descubierto todo. Absolutamente todo. Ese hombre... ese monstruo me ha utilizado.

—¡Podría haberte matado! —reflexionó Davin con amargura—. Han pasado más de diez años desde que perdimos su rastro. Ninguno de nosotros ha estado jamás tan cerca. No podemos desaprovechar la oportunidad... pero antes tenemos que evitar que te atrape. Te guste o no, necesitamos ayuda.

—¡Pero si vamos a la Academia el Centurión lo descubrirá! Sabrá lo que ha pasado... y sabrán que estás aquí. —Negué con la cabeza—. Te buscan, Davin.

Mi primo acudió a mi encuentro para tomar mis manos con las suyas. Después de la narración estaba abatido, y no era para menos. A mí me había ido de poco, pero no era la única. Además, era una Pretor, podía defenderme. Jyn, sin embargo, era otra historia.

—Que me encierren o que me maten, no me importa. Te aseguro que es un precio muy bajo con tal de evitar que ese monstruo nos venza —dijo, y besó el dorso de mi mano—. Ahora tú eres lo primero, Diana.

—La Reina de la Noche —le corregí por lo bajo, consciente de que de él no podría escapar—. Me llamo la Reina de la Noche...

—Como sea: nos vamos a la Academia.




Marcus Giordano – Frontera de Albia con Throndall




Las noches eran muy frías en el norte. Lo habían sido semanas atrás, cuando habíamos recorrido durante semanas aquellos mismos bosques donde ahora nos encontrábamos, y lo seguían siendo ahora. Frías, silenciosas y desagradables. Eso sí, al menos ahora no se hacían tan cuesta arriba. La temperatura seguía calando los huesos, pero los dispositivos caloríficos que cada noche encendíamos en el interior de las tiendas de campaña facilitaban las cosas. No lo suficiente como para decir que me sentía cómodo, no exageremos, pero sí como para que me pudiese acostar sin la equipación térmica.

Estaban siendo días extraños. Maica Roshtrack y sus soldados talosianos nos habían llevado de regreso a los bosques de Throndall con la promesa de presentarnos a alguien que había podido atestiguar lo acontecido con el príncipe Doric Auren, y tras muchos días de expedición, ahí seguíamos, a la espera del tan esperado encuentro. Personalmente tenía mis dudas al respecto. El bosque estaba totalmente vacío, era evidente. La guerra había borrado toda clase de vida. Sin embargo, Maica insistía en que la encontraríamos... en que "ella" seguía entre los árboles, habitando el corazón del río Thall... y por alguna estúpida razón, yo la creía.

Para ser de Talos, Maica Roshtrack no estaba mal. Su determinación y coraje eran admirables. Era una lástima que creyese tan fervientemente en la paz entre nuestros países. Aquellos ideales la debilitaban. De hecho, era probable que se acabasen convirtiendo en su perdición. No obstante, incluso así, la admiraba. Había que tener mucha sangre fría para hacer lo que estaba haciendo, y más cuando, en el fondo de su alma, sabía que nuestras intenciones no eran buenas. Le estábamos mintiendo, y lo sabía. Tarde o temprano los suyos y los nuestros se enfrentarían y moriría, era cuestión de tiempo, pero incluso así se resistía a creerlo. Creía que lograría hacernos cambiar de opinión; que cuando nos presentase a quien fuera que viviese en el bosque nuestro objetivo cambiaría... pero se equivocaba. Tanto ella como los suyos estaban sentenciados, y por mucho que noche tras noche, cuando acudía a mi encuentro en plena madrugada para divertirnos juntos, intentase convencerme de lo contrario, no iba a hacerme cambiar de padecer. Albia y Talos jamás serían aliados, y si yo tenía que ser el primero en golpear para desencadenar la tan esperada guerra entre nuestros países, lo haría.

Nunca me había temblado el pulso.

Además, tenía motivos más que de sobra para querer volver cuanto antes a Albia. Unos motivos que durante mucho tiempo había tratado de ignorar, desterrándolos al rincón más oscuro de mi memoria, pero que ahora habían regresado y no estaban dispuestos a irse.

Y no habían venido solos precisamente...

No entendía cómo había podido volver a mí, pero ahí estaba: en mi mano, en mi dedo en forma de anillo. El mismo anillo que, años atrás, le había regalado a Jyn para que se casara conmigo. Se lo había entregado la última noche que nos habíamos visto, en el "Nido", y aunque en aquel entonces hacía casi un año que no nos veíamos, ella había aceptado. Había dicho que sí, que se convertiría en mi esposa, pero entonces el destino había decidido volver a separarnos y durante muchos años, demasiados, no habíamos vuelto a vernos.

Fue triste enterarme por la prensa que me había cambiado por el tal Escalar. No era estúpido, después de tanto tiempo separados era normal que sucediese, pero incluso así me sentí tan dolido que decidí poner aún más tierra entre nosotros. Ella había roto su promesa. Había prometido algo que no había podido cumplir... exactamente igual que había hecho yo al asegurarle que la iría a ver al menos una vez al año.

Me gustaría poder decir que las cosas entre nosotros habían sido bonitas. Que a pesar de la distancia habíamos logrado mantenernos unidos; que habíamos podido luchar contra el destino. Lamentablemente, no fue así. Ella había rehecho su vida como actriz en Albia y yo... bueno, yo había seguido con la mía, perdido por Gea. A veces en un país, a veces en otro, manchándome de sangre las manos prácticamente a diario. La vida de los Pretores de la Casa de la Noche es dura, dicen, pero nadie se hace a la idea de cuanto. Por suerte, acabé acostumbrándome a no tener hogar, a no echar a nadie de menos; a vivir el día a día en compañía de mi auténtica familia...

Pero un tiempo después, cuando ya al fin había logrado mentalizarme, regresamos a Hésperos y una de las noches Lansel me dijo que la había visto. Que había estado bailando con ella... y que hacía tan solo unos minutos que el Senador Morven habían ordenado que fuese detenida. Entonces todos aquellos sentimientos que había dejado enterrados en lo más profundo de mi ser volvieron a surgir y antes de darme incluso cuenta de lo que hacía, ya estaba en su edificio, buscándola. Rezando porque aún no la hubiesen encontrado.

Lamentablemente, fue demasiado tarde. Jyn ya se había ido, y con ella gran parte de aquel sentimiento que había regresado, volvió a esfumarse. Regresé al Jardín de los Susurros junto a los míos, a la Unidad, y sintiendo una vez más que me había vuelto a fallar, decidí desterrarla definitivamente de mi memoria. Como si eso fuera posible, claro. Me obligué a mí mismo a dejar de pensar en ella, a dejar de preguntarme si estaría bien, si habría logrado escapar, si seguiría con vida... hasta que de repente, al cerrar los ojos, volvió a mí. Fue únicamente en un sueño, sí, pero no fue un sueño normal y corriente. Volvimos a encontrarnos en el mismo lugar donde nos habíamos despedido, y tras mirarnos a los ojos durante unos segundos, le dije lo que jamás había sido capaz de confesar.

—Te echo de menos.

Idiota, ¿no? Una auténtica nenaza, como me habría dicho Lansel de haberme oído, pero fui lo más sincero que había sido en años. Y por sorprendente que parezca, en vez de desaparecer, Jyn me había respondido que ella también. Lo había hecho mirándome a los ojos, con las manos entrelazadas, y por alguna extraña razón, había sabido que no había sido solo un sueño. Lo había sabido por cómo me había mirado, por cómo me había sonreído... pero sobre todo porque al despertar tenía su anillo en la mano.

Había sido una señal. Una maldita señal del destino que me decía que tenía que volver a Albia y arreglar todo lo que había estropeado.

Pero para ello, antes teníamos que acabar con toda aquella mentira...




—Una noche más —me pidió Damiel mientras cenábamos a la luz de la hoguera, bajo el manto de estrellas helado de Throndall—. Si mañana no la encontramos, acabaremos con todo esto.

—Centurión, es la quinta noche que me dices lo mismo —respondí en apenas un susurro, con la mirada fija en las llamas de la hoguera—. Aquí no hay nada. Simplemente intenta ganar tiempo, nada más.

—¿Tú crees?

¿Francamente? No, no estaba mintiendo, estaba claro. Creía ciegamente en que había algo en ese bosque. No obstante, ¿realmente deseaba que Damiel lo supiese? Teniendo en cuenta la importancia que le daba a mi opinión y mis propios intereses, la respuesta era tremendamente fácil.

—Lo creo.

Damiel asintió levemente con la cabeza, frustrado ante mis palabras. Creo que esperaba escuchar otra cosa, y teniendo en cuenta que poco antes lo había visto sentado junto a Lansel, imaginaba el motivo. Si sumábamos la evidente aversión de Nancy a aquella gente a la opinión de Lansel, que era más práctico o incluso más que yo, y por último a la mía, el Centurión se quedaba sin demasiados apoyos para seguir adelante con aquella mentira.

Por suerte para todos, Damiel no los necesitaba para mantenerse firme en su postura.

—Un día más, ¿de acuerdo? Solo uno más.

—Si tú lo dices...

—No tengas tanta prisa, Marcus —respondió, y me dio un suave puñetazo en el hombro, quitándole importancia—. Si llegase a oídos del Emperador lo que haces por las noches con el enemigo, te mandaría ejecutar.

—Yo solo cumplo órdenes, jefe —dije, aunque no estaba siendo del todo sincero, no voy a mentir—. En fin, si quieres un día más, esperaré, pero...

—Confía en mí, tengo un presentimiento.

Los presentimientos y las corazonadas de Damiel habían sido las que habían logrado mantenerme con vida a lo largo de tantos años, por lo que ni tan siquiera me planteé lo contrario. Sencillamente alcé mi taza y brindé con la suya, sellando así la discusión.

Después de tantos años separados, poco importaba un día arriba o un día abajo...

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