Capítulo 45

Feliz año a todos :)




Capítulo 45 – La Reina de la Noche, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




Además de unos idiotas, Vince y Candis Celler eran unos ladrones. Nacidos en Lamelliard, los ahora presidente y vicepresidente de la Farmacéutica Celler eran de aquel tipo de personas por las que no me costaba en absoluto sentir desprecio. Piratas de poca monta en sus tiempos de juventud, los hermanos Celler ahora eran dos de los más grandes empresarios de la ciudad gracias a su negocio ilícito de venta de fármacos. Dos décadas atrás habían tenido problemas con la justicia al diseñar y producir unas pastillas inhibidoras de crecimiento con la que muchos deportistas de élite y artistas habían sufrido graves trastornos. Ahora, dos décadas después, ya libres tras un brevísimo paso de dos años por la cárcel, habían regresar de su lejano Lamelliard con las bodegas de su nave llenas de sustancias por las que centenares de personas ansiaban apostar en la subasta que en apenas unos minutos estaba a punto de empezar.

El hotel estaba lleno de idiotas. Idiotas aquellos que colaboraban con los Celler, inundando nuestras calles de basura de laboratorio con la que jóvenes como yo podríamos acabar arruinando nuestras vidas; e idiotas aquellos que se disponían a comprarlas. Idiotas los que únicamente asistían a la subasta para aparentar, e idiotas los que habían permitido que se celebrase. Toda Hésperos conocía a aquellos cerdos, ¿cómo era posible, entonces, que el dueño del hotel hubiese fingido no reconocerlos? Si lo que habían pretendido era engañarme habían jugado sus cartas muy, muy mal. Tenían suerte de que no me hubiesen dado permiso para ello, de lo contrario sus gargantas ya habrían probado el metal de mi cuchillo.

Pero tranquilos, amigos míos... tarde o temprano llegaría su momento. Hésperos necesitaba un profundo lavado de cara, y ahora que al fin me había ganado el derecho de ejercer como agente individual, lo iba a hacer...

E iba a empezar aquella noche por los hermanos Celler.




El fogonazo del primer relámpago de la noche marcó el inicio de la operación. Encaramada en lo alto de la barandilla de seguridad de la azotea del hotel "Emperatriz Albia", aguardaba a que el Sol Invicto me mandase una señal para saber cuándo debía empezar, y no había ninguna mejor que aquella. Cerré los ojos, me llené los pulmones de aire y, volviendo a abrirlos, me descolgué por la fachada del muro hasta alcanzar la terraza del piso inferior. Subí de nuevo a la baranda de seguridad, me asomé para calcular la altura y me dejé caer una segunda vez, alcanzando así el balcón que daba a la habitación reservada por los hermanos Celler. Una vez en este, me agaché en la penumbra de la noche y me abrigué con el velo de la oscuridad. Más allá de la cristalera y de las cortinas, cinco guardias armados custodiaban la caja fuerte donde los piratas habían guardado la fórmula alquímica que aquella misma noche venderían por un dineral.

Pobres ilusos. Si realmente creían que Albia les iba a permitir hacer negocios fraudulentos en su ciudad era que no tenían ni idea del suelo que pisaban. El Imperio no pasaba por sus mejores momentos, sí, pero mientras quedase en pie al menos uno de los nuestros, la justicia aún imperaría en sus calles.

Me incorporé y eché un rápido vistazo más allá de la barandilla a la calle. El suelo se encontraba muy lejos... muy, muy lejos. Claro, cuarenta plantas de altura era algo a tener en cuenta, ¿no? Por suerte, había mirado después de saltar. De haberlo hecho antes...

Bueno, de haberlo hecho antes me habría dado igual, no voy a mentir. Era joven, sí, y diecisiete años era una edad muy corta para perder la vida, pero me daba igual. Si así lo deseaba el Sol Invicto, moriría por él. Pero tranquilos, que no iba a ser aquella noche. Al menos no en aquel balcón y mucho menos por dos lamelliards de mierda. La vida de Diana Valens era demasiado importante como para perderse por una tontería como aquella... y así se lo hice saber a los cinco guardias a los que, sin previo aviso, disparé a bocajarro tras abrir la cristalera y adentrarme en la estancia.

Disparé mi arma cinco veces, una detrás de otra con apenas unas décimas de segundo de diferencia, y antes incluso de que sus cuerpos cayesen en el frío suelo de mármol de la habitación, me abrí paso entre ellos hacia la caja fuerte.

¿He dicho ya que me gustaba el trabajo rápido? Mejor no pensar: simplemente actuar.

—Bonita decoración, por cierto —dije a todos y a nadie a la vez, surgiendo de mi capa de oscuridad para mostrar mi mejor sonrisa a los cinco cuerpos que me miraban con los ojos desorbitados desde el suelo—. Es una lástima que se vaya a desperdiciar la habitación.

Descubrí a uno de ellos aún con vida, murmurando algo entre dientes, así que no me dejó otra alternativa que volver a disparar. Lancé un fugaz vistazo a los demás, asegurándome que no hubiese ningún otro superviviente, y me guardé el arma en la cinturilla de los pantalones, en la espalda. Acto seguido me giré hacia la caja fuerte, me quité los guantes e, incapaz de borrar la amplia sonrisa de pura satisfacción que en aquel entonces me atravesaba el rostro, acerqué mis manos a la cerradura.

La acaricié con los dedos.

—Hola guapa —le dije—. ¿Qué tal si me enseñas los secretos que guardas en tu interior?

Un tentáculo de oscuridad surgió de mis dedos para adentrarse en el interior del mecanismo. Se coló en su corazón a través de la ranura principal convertido en poco más que una aguja, y una vez alcanzadas sus entrañas, creció de tamaño hasta transformarse en una gran ola de oscuridad.

Empezó a retorcerse...

Y siguió girando sobre sí mismo hasta lograr que el mecanismo rotase sobre sí mismo y la cerradura se abriese emitiendo un tímido "clic". Abrí entonces la puerta, me asomé y en la penumbra encontré varios sobres llenos de dinero y una cartera forrada de piel en cuyo interior se hallaba la famosa fórmula.

Buen trabajo, Reina.

—Interesante... —dije.

Y me lo quedé todo.

Los moralistas dirán que era una ladrona... y los no moralistas también... ¡y ninguno de ellos se equivoca! El Imperio me pagaba un buen sueldo como agente de la Noche, sí, ¿pero por qué no mejorar mis ingresos? En el fondo, no dejaba de ser una recompensa por el trabajo bien hecho. Además, estaba perdonando la vida a aquel par de estúpidos, ¿qué menos que pagarme por ello de alguna manera?

En fin, que quede entre nosotros...




Profundamente satisfecha ante un nuevo éxito en mi carrera y después de dejar el dinero en buenas manos, aproveché que me encontraba por los alrededores de donde vivía mi prima para acercarme a visitarla. Me compré un helado de vainilla a costa de mis nuevos amigos los Celler en uno de los puestos ambulantes y, saboreando el triunfo, deambulé por las amplias avenidas de la ciudad hasta alcanzar el parque frente al cual se alzaba el edificio en cuestión. Tomé asiento en uno de los bancos, cerca del tobogán rojo por el que tantas veces había bajado siendo una cría, y seguí disfrutando del helado tranquilamente. Era tarde, muy tarde, cerca de las tres de la madrugada, pero sabía que la encontraría despierta. Cierto pajarito me había dicho que la habían visto asistir a la fiesta del príncipe Lucian Auren, así que era de suponer que a aquellas horas aún se estuviese lamiendo las heridas.

El príncipe nunca dejaba a nadie indiferente.

Apoyé la espalda en el banco y cerré los ojos, disfrutando de la brisa nocturna. No eran horas para que alguien como yo estuviese en la calle, lo sé. Era joven y llamativa, con los ojos oscuros muy pintados y los labios teñidos de rojo, el pelo corto azabache y la piel mortalmente blanca, pero no había nada que me asustase. Estaba armada y no tenía miedo a morir, y contra eso no se podía hacer nada. Además, sabía que contaba con el apoyo y la protección del Sol Invicto. Era una de sus favoritas... su elegida. Mi padre lo había sabido desde que era muy pequeña, poco más que una cría, y así me lo había hecho saber.

Y yo lo creía ciegamente.

Sabía que mi presencia en el mundo venía dada por algo más que el deseo de mis padres. Había algo mágico en mí... algo que me hacía única. Algo que me llevaría a hacer grandes cosas, y aunque por aquel entonces desconocía el qué, estaba convencida de que jugaría un papel clave en el futuro de Albia.

Pero mientras se me rebelaba o no ese gran destino, yo seguiría esperando tranquilamente con mi helado...

La vibración del teléfono móvil en el bolsillo interrumpió mi momento de relax. Normalmente lo apagaba. No me gustaba hablar con aquel diabólico objeto, y mucho menos cuando estaba trabajando, pero aquella noche mi hermana había insistido en que me lo llevase y la avisase en cuanto finalizase la operación, así que no había tenido más remedio que hacerla caso. Su opinión no solía importarme demasiado. Noah era una mocosa metomentodo que se preocupaba por todo. Por dónde estaba, por con quién me juntaba... con quién hablaba. Por todo. Su vocecilla me perseguía allá donde fuese. No obstante, por pesada que pudiese llegar a ser, sabía jugar bien sus cartas. Aún no tenía ni diez años, pero tenía muy buenos contactos. Antes de que diese un paso, ella ya sabía lo que me traía entre manos. Era como si lo supiese absolutamente todo... y creía saber cómo. Ella decía que era clarividente (en fin, sin comentarios). Lo cierto, sin embargo, era que se había ganado la confianza y el cariño de Magnus, y aquel tipo era un auténtico cotilla.

Un cotilla que, por cierto, me vigilaba.

Llegado el momento de elegir, mis padres me habían ofrecido unirme a su Unidad. Para ellos era un sueño hecho realidad iniciar una tradición familiar como la que tenían los Sumer en la que padres e hijos luchaban juntos... pero por desgracia para ellos, yo me había negado. Es egoísta, lo sé, con mi negativa había abierto una gran brecha entre nosotros, pero la Reina de la Noche tenía que cazar en solitario. Lo llevaba en la sangre... y así intenté hacérselo entender. Por desgracia, no fue fácil. Mis padres creían en la unidad familiar, en las lealtades y todas esas chorradas románticas de padres e hijos, y por mucho que lo intentaron, no consiguieron hacerme cambiar de opinión. Total, que se enfadaron y decidieron mandarme a Magnus para que me vigilase. No siempre, desde luego. El agente tenía su propio trabajo que hacer, pero eran muchas las ocasiones en las que podía sentir su aliento en la nuca.

Y es por ello que aquella noche no había tenido más remedio que aceptar llevarme el teléfono. Noah se había enterado a través de Magnus lo que iba a hacer y, por supuesto, me había chantajeado con contarlo a mis padres en caso de no obedecerla.

Maldita cría...

—Ey —saludé al responder a la llamada—. ¿Qué pasa, enana?

Al otro lado de la línea, mi hermanita lanzó un suspiro de puro alivio. Conociéndola, debía llevar toda la noche atenta al teléfono, mirando la pantalla cada diez segundos a la espera de mi llamada.

—¡Te dije que me llamaras! —replicó con voz chillona, acusadora—. ¡Te lo dije!

—¿Ah, sí? —respondí, y le di un lametón al helado—. No me suena.

—¿Que no te suena? ¡Diana!

—¿Diana? ¿Quién es Diana? —Otro lametón—. Aquí solo está la Reina de la Noche, niña. Te has debido equivocar de...

—¡Eres una idiota! —me gritó—. ¡Y no me llames niña!

Dejé escapar una risotada entre dientes, divertida al imaginarla. Noah era experta frunciendo el ceño.

—Es un poco tarde para que estés despierta, pequeña —dije, fingiendo actuar como la hermana mayor responsable y seria con la que tanto había fantaseado Noah—. ¿No están nuestros padres en casa?

Suspirito.

—No. Estaban, pero han salido. Por lo visto ha pasado algo esta noche... algo grave en la Ciudadela. ¿No has oído nada?

—¿La Ciudadela? —pregunté, un tanto sorprendida, pero rápidamente le quité importancia—. Algún prisionero se habrá intentado escapar, imagino.

—No lo sé, pero parece grave... ¿por qué no vuelves? —Noah bajó el tono de voz—. Estoy sola en casa... tengo miedo. Madre quería que fuese al Jardín de los Susurros, pero le dije que tú estabas a punto de llegar... No quiere que esté sola.

—Mentirosa...

—¡Dijiste que volverías pronto!

Lo dije, sí. Dije tantas cosas y tan pocas eran verdad que había perdido la cuenta. Tenía trabajo y mi hermana amenazaba con delatarme ante mis padres, ¿qué otra cosa esperaba que hiciera?

Dejé escapar un profundo suspiro. La noche aún era joven y yo era su Reina, ¿cómo volver entonces a casa? Además, estaba a apenas doscientos metros de la entrada al bloque de mi prima. Podría hacerle una visita rápida, y...

De repente, alguien tomó asiento a mi lado en el banco. Su aparición me sobresaltó, pues ni lo había visto llegar ni había esperado que hubiese nadie más a aquellas horas. Le miré de reojo, con curiosidad, pero rápidamente volví a centrarme en la llamada. Se trataba de un cualquiera, un hombre de unos treinta y cinco años vestido con un traje gris y gabardina que en cuanto nuestras miradas se encontraron, sonrió. A continuación se encendió un cigarrillo.

—No tardaré demasiado, ¿vale? Dame una hora más —respondí al fin.

—¿Una hora? —Al otro lado de la línea Noah empezó a hacer pucheros—. ¡Pero Diana...!

—¡Reina! —repliqué a la defensiva. Aquella cría sabía perfectamente cómo me llamaba, ¿a que venía tanta insistencia?—. ¡Me llamo Reina, maldita sea! ¡Como vuelvas a llamarme Diana no vuelvo, te lo juro!

Tragó saliva.

—Vale, vale... pero vuelve ya, Reina. Tengo un mal presentimiento...

—Métete en el baúl. Allí no te puede pasar nada. Cuando vuelva te sacaré.

—Pero ahí dentro hace mucho calor...

—¿No decías que tenías miedo? Pues eso... adiós, Noah.

Colgué la llamada antes de que empezase a lloriquear. Noah estaba asustada, era evidente, pero no tenía motivo para ello. Vivíamos tiempos extraños, sí, pero no peligrosos. Nadie se atrevería a hacerle nada a la hija de un Centurión, y mucho menos en la mismísima Hésperos. La paranoia empezaba a afectarle seriamente...

Guardé el teléfono en el bolsillo y volví a mirar de reojo al recién llegado. En el parque había más de ocho bancos y todos estaban vacíos. Absolutamente todos. Aquello era ridículo.

—¿No quedaba más sitio donde sentarse? —pregunté con severidad.

Sorprendido ante la incómoda pregunta, el hombre forzó una sonrisa. Por su expresión, era evidente que no había esperado aquella salida.

—Yo siempre me siento al lado de las chicas guapas —respondió finalmente—. Tengo un imán. Además, la noche es peligrosa: mejor estar junto a alguien que pueda protegerme, ¿no crees?

Buena respuesta. Me acabé el helado de un mordisco y me crucé de brazos, a la defensiva. Aquel tipo era curioso. A simple vista me había parecido un ciudadano cualquiera, con su traje y su estilo elegante, pero había algo extraño en él. ¿Sería quizás aquellos ojos verdes? Uno era más oscuro que el otro. Y aquella sonrisa...

No pude evitar contagiarme de ella.

—Preguntaría cómo lo sabes, pero cualquier albiano reconocería mi uniforme —dije con orgullo—. La Casa de la Noche siempre a la disposición de los ciudadanos.

—Se os ve poco —respondió él tras asentir con la cabeza—. No eres la primera que conozco de tu Casa, pero he de admitir que sí que eres la más joven. ¿Trabajas sola?

—La Reina de la Noche no necesita a nadie más.

—La Reina de la Noche, ¿eh? —repitió, y ensanchó la sonrisa—. Bonito apodo. Yo también tengo uno. Mis amigos me llaman "Fénix".

—¿"Fénix"? Esos son los pájaros que renacen de sus cenizas, ¿verdad?

El hombre asintió justo cuando un blindado se detenía en el parque, a escasos metros de donde nos encontrábamos. Ambos volvimos la vista atrás con curiosidad, sorprendidos por su repentina aparición, y observamos cómo de su interior surgían seis personas. Policías, para ser más exactos. Los seis hombres se adentraron en el parque con paso decidido, con uno de ellos a la cabeza, y se encaminaron hacia el edificio.

Iban armados.

Me levanté como un resorte, interesada. A mi currículo no le iría nada mal la participación en una redada policial. Además, dudaba que me fuese a llevar demasiado tiempo. Con suerte podría ir a visitar a mi prima y volver a casa antes de que Noah volviese a llamar lloriqueando.

—Vaya, policía a estas horas... —El "Fénix" negó con la cabeza—. Mala cosa, desde luego. Creo que vienen a por mi amiga.

—¿Tu amiga? —respondí, repentinamente inquieta—. ¿Qué amiga?

—Vive ahí mismo, en la quinta planta... se llama Jyn. Imagino que la conocerás de oídas: es una actriz bastante famosa.

¿Jyn? Volví la mirada hacia el hombre, a la defensiva. Todo aquello no podía ser casualidad. Vale que alguien decidiese tomar asiento a mi lado para sentirse más seguro de noche, lo compro, pero que además ese alguien conociese a mi prima ya era demasiado casual... y si además coincidía con una redada policial...

Apreté los puños con fuerza. Había oído a mis padres hablar últimamente sobre ella y el tal Escalar. Al parecer, su director, o amigo, o novio, lo que demonios fuese, se estaba relacionando demasiado con un grupo de alborotadores llamados los "Voces Rotas de Albia". Unos tipos que se hacían llamar a sí mismos intelectuales que nos estaban dejando por los suelos. Gentuza. Jyn no pertenecía a ese grupo, desde luego, pero su proximidad a Escalar la estaba poniendo en una situación comprometida. ¿Sería por ello que la policía había acudido a su edificio en plena madrugada? ¿Para detenerla? ¿Interrogarla?

Fuese cual fuese la respuesta, no lo iba a permitir.

Esperé a que los policías atravesasen el portal del edificio para dirigirme hacia el lateral izquierdo, fachada donde se encontraban los balcones. Cogí carrerilla y, concentrándome al máximo para ello, recorrí la distancia que me separaba del muro y me impulsé, proyectando mi cuerpo a lo largo de varios metros, hasta alcanzar la parte baja de la primera de las terrazas. Cerré las manos a su alrededor, aferrándome con fuerza a la esquina derecha, y subí a base de fuerza bruta. Una vez sujeta a la barandilla, alcé la mirada. A tan solo un par de metros de distancia había una de las ventanas que daban al pasadizo de la primera planta. Me impulsé de nuevo hacia ella, rompí los cristales hacia dentro y, ya dejándome caer, me adentré en el edificio.

El sonido de los pasos de los policías al atravesar el corredor principal de la planta baja me alertó. Se acercaban rápidamente hacia las escaleras. Por suerte, yo tenía ventaja.

Ascendí las cuatro plantas restantes a la carrera, dejando tras de mí un potente reguero de oscuridad gracias al cual la noche se apoderó del edificio. La policía tendría problemas para subir, pero si eran listos no tardarían más que unos minutos en sortearlos. La oscuridad no era invencible. Hasta entonces, sin embargo, tendría una ligerísima ventaja con la que poder avisar a mi prima.

Si es que había algo que avisar, claro.

Subí el último tramo de escaleras de dos en dos hasta alcanzar el recibidor. Una vez allí, con la mirada ya fija en la puerta de Jyn, volví a activar mi Magna Lux para que la oscuridad abriese la cerradura a mi paso. Me situé frente al umbral, aguardé a que el pestillo emitiese un chasquido al abrirse y, logrando con ello una de mis gloriosas entradas, abrí la puerta de par en par para irrumpir en el piso como un maremoto.

—¡Jyn!

¿Cómo imaginar lo que iba a encontrar al entrar? Un tipo con un arma alzada, apuntándome directamente a la cabeza, una maleta a medio hacer, la casa revuelta... y silencio. Un silencio estremecedor que tan solo la repentina aparición de mi prima procedente de uno de los pasadizos laterales logró romper.

Se detuvo en seco al verme en la entrada, cara a cara con el pistolero.

—¡Fuera de aquí, Pretor! —me advirtió el hombre del arma en apenas un susurro, con el dedo apoyado sobre el gatillo—. Un paso más, y...

—¡Nat! —gritó Jyn tras los primeros segundos de desconcierto. Inmediatamente después se abalanzó sobre él para que bajase el arma—. ¡No, Nat! ¡Es mi prima! ¡Baja el arma!

El hombre dudó. Miró de reojo a Jyn, que en aquel entonces tenía la mano apoyada sobre su antebrazo, y después volvió a mirarme a mí. Había miedo en sus ojos... desconfianza, pero también determinación. No iba a permitir que nadie les detuviese.

Afortunadamente para todos, bajó el arma. Dejé escapar un suspiro, aliviada, pues una bala en la cabeza a aquella distancia habría acabado conmigo, y me adentré un par de pasos más.

—Nat Trammel, ¿eh? —dije, pero rápidamente me concentré en mi auténtico cometido—. Jyn, la policía está subiendo. Es una redada... ¿es posible que vengan a por ti?

—¿La policía? —Jyn palideció—. No... yo no... yo no he hecho nada.

—¡Te lo dije, Jyn! —exclamó su acompañante con nerviosismo—. ¡Te has negado a colaborar con el Imperio! ¡El príncipe no te lo va a perdonar!

—Pero... pero...

Jyn parecía al borde del colapso. Nos miró a ambos con los ojos llenos de lágrimas producto del miedo, del nerviosismo, y retrocedió unos pasos. Nat Trammel, en cambio, sí pudo reaccionar. Se agachó para cerrar la maleta que tenían a medio hacer y, guardándose el arma en la cintura del pantalón, se la cargó a las espaldas. Inmediatamente después le tendió la mano.

—Tenemos que irnos.

—¡Pero Nat...!

Aunque me hubiese gustado poder tener un poco más de tiempo y de información para poder actuar en consecuencia, íbamos a contrarreloj. La policía no tardaría demasiado en llegar, y si lo que decían era cierto, que Jyn se había negado a colaborar con el Imperio, las cosas se podrían complicar mucho para ella.

Volví la vista atrás. El sonido de los pasos de la policía eran cada vez más audibles. Pronto llegarían... y malo sería que los encontrasen tanto a ellos como a mí. Entorpecer una redada policial podría ponerme en una situación muy comprometida.

Lancé una maldición.

—Vale, se acercan —dije, apartándome de la puerta para que pudiesen salir—. ¿Tenéis un plan? ¿Un coche? ¿Algo?

—Sí —aseguró Trammel—. Mi idea era sacarla de aquí hoy igualmente.

—¿A dónde?

—Es mejor que no lo sepas. —El hombre volvió la vista atrás, hacia Jyn, y le tendió de nuevo la mano—. Jyn... sabes que jamás te haría daño. Déjame ayudarte.

Dubitativa, Jyn tardó unos segundos en decidirse. Miró con fijeza a Nat, probablemente tratando de ver más allá de sus ojos, y después la dirigió hacia mí. Pero no era a mí a quien veía. No me voy a engañar. Jyn miraba a través mío, probablemente al corredor por el que pronto aparecería la policía. Tenía dudas, miedo de lo que podría pasarle dependiendo de qué camino tomase. En ninguno de los dos iba a ser fácil, pero debía ser valiente...

Y lo fue.

Me abrazó con fuerza.

—Dile a los míos que estaré bien—me susurró al oído.

—Se lo diré. Ten cuidado... si ese tío se pasa, lo mataré.

—Sé que lo harás... —apoyó los labios contra mi mejilla y la besó—. Nos vemos pronto.

Ojalá, pensé.

Y sin más se fueron a escasos dos minutos de que la policía llegase al piso. Lamentablemente, para cuando lo hicieron ya no quedaba absolutamente nadie en su interior. Nadie salvo yo, por supuesto, que oculta en la oscuridad reinante de la cocina pude verlo y escucharlo todo.

Absolutamente todo.




Una hora después me encontraba aún en el piso de Jyn, sentada en uno de los sillones, cuando el teléfono sonó de nuevo en mi bolsillo. Lo saqué con rapidez, temerosa de que el sonido de la vibración pudiese captar la atención de los policías que aguardaban en el pasillo, a la espera de que Jyn regresase, y acepté la llamada.

Noah no necesitó más para empezar a chillar.

—¡¡Diana!! ¿¡Dónde demonios se supone que estás!? ¡Dijiste que...!

—¡Shh! —la chisté yo, y me adentré en el piso hasta estancia más alejada de la entrada, un baño. Entrecerré la puerta—. Cállate, mujer. Vas a lograr que me descubran.

—¿¡Dónde estás!? ¡Madre está a punto de volver! Le he dicho que estabas, pero...

—¿Cuánto tarda?

—Diez minutos como mucho.

Diez minutos. Por mucha prisa que me diese no llegaría antes que Danae, así que ni tan siquiera me molesté en intentarlo. No valía la pena. Una vez más, asumiría las consecuencias de mis actos.

—Lo siento, Noah —me disculpé—. No voy a poder llegar a tiempo.

—¡Pero Diana...!

—Ha pasado algo grave. Dile a madre que volveré lo antes posible, pero que de momento no es posible. Volveré en cuanto...

El teléfono se me escapó de las manos cuando, de repente, alguien me cogió por la espalda. Una mano se apoyó en mis labios, impidiendo a mi voz escapara, mientras que la otra se las arregló para, cogiéndome por los antebrazos, inmovilizarme. Me golpeó en el costado, a la altura de la cadera, y antes incluso de ser consciente de ello, ya estaba arrodillada, con los brazos en la espalda y la cabeza metida en la bañera.

Y tras de mí, sujetándome con fuerza, había una sombra...

—¿Dónde está? —me susurró al oído—. ¿Qué demonios ha pasado aquí? ¿Y esa policía ahí fuera? ¿De qué va todo esto?

A pesar de la fuerte presa logré girar lo suficiente el rostro como para poder ver parte del rostro de mi captor. La oscuridad lo envolvía con el velo de las sombras, pero mis ojos podían ver más allá de su capa de invisibilidad. Lo sondeé... y no necesité más para reconocerlo.

Chasqueé la lengua con desdén. De todos los posibles candidatos a asaltarme, él era el que estaba en última posición.

—Suéltame si no quieres que te mate, imbécil —le advertí también en un susurro, empezando a forcejear—. Te juegas la vida.

Recibí un nuevo golpe en el costado a modo de respuesta. Aquel tipo se tenía en demasiada alta consideración. Si realmente creía poder vencerme es que estaba loco.

—Responde, niña —insistió, apretando aún más la presa con la que me sujetaba los brazos—. Responde ahora mismo o te juro que te parto todos los huesos si hace falta.

Volvió a apretar aún más la presa, evidenciando con aquel gesto que no dudaría en hacerlo si era necesario. Estaba nervioso y me tenía contra las cuerdas: no podía arriesgarme.

—Se ha ido —respondí al fin, logrando con aquellas palabras que me liberase—. Ha escapado hace una hora. No iba sola.

—¿A dónde ha ido? —insistió—. ¿Con quién iba? ¿Ese tal Escalar?

Me aparté un paso para poder frotarme los brazos ahora engarrotados. La presa había sido mucho más fuerte de lo que probablemente el agente hubiese pretendido. El nerviosismo, supongo.

—¿Y a ti qué te importa? —repliqué a la defensiva—. Debería bastarte con saber que está bien... ¡y no ha sido gracias a ti precisamente!

—¡Ni tan siquiera sabía que estaba en la ciudad! —se defendió él—. ¡Pero maldita sea, Diana! ¡Responde a mis preguntas! ¿Dónde está? ¡El senador Morven la ha acusado de traición!

—¿Pero no decías que no sabías lo que pasaba?

El Pretor maldijo por lo bajo, furioso ante mi actitud. Buscaba colaboración en mí, un brazo en el que poder apoyarse para localizar a Jyn. No obstante, yo no estaba por la labor. Conocía a aquel tipo, Marcus Giordano, y no me gustaba. Ni me gustaba cómo miraba a la gente, con aquella expresión siempre ceñuda y sombría, ni la frialdad con la que siempre nos había tratado tanto a mí como a mi hermana. El que ahora se interesase tanto por mi prima era incomprensible... y lo que era aún peor, despertaba mis sospechas. ¿Sería posible que Lucian Auren lo hubiese enviado para dar con ella? Parecía extraño tratándose de un miembro de la Unidad Sumer, pero cosas más extrañas había visto.

—¡Diana, por favor! Esto es gra...

—¡Que te den, Giordano! —interrumpí, cortante—. Ni voy a decirte nada... ni sé mucho más. Simplemente sé que está bien, ¿de acuerdo? Se ha largado a tiempo. Me ha pedido que avisara a su familia. Díselo tú si quieres: me da igual.

—¡Joder! —Marcus estrelló el puño con fuerza contra la pared, dibujando un agujero en ella.

Y sin más, consciente de que mis labios estaban sellados, desapareció. Se esfumó ante mis ojos... y yo, por supuesto, hice lo mismo. Ya poco más podía hacer allí. Atravesé el baño, abrí la ventana que aguardaba al otro lado de la bañera y, a sabiendas de que el sonido provocado por Giordano llevaría a los policías hasta aquella sala, salté.




Debería haber vuelto a casa. Debería haber dejado atrás el edificio y el parque, allí donde el amigo de Jyn seguía sentado en el banco, observando en silencio el balcón de la casa de mi prima, y haber regresado a mi hogar, donde mi hermana y mi madre me esperaban. Me iba a llevar una buena reprimenda, lo sabía, pero incluso así debería haber cumplido con mi palabra. Le había prometido a Noah que volvería cuanto antes... pero una vez más, mentí. Y no es que quisiera hacer honor a aquellos que me llamaban la Reina de las Mentiras en vez de la Reina de la Noche. En absoluto. Despreciaba a aquella gente. Sencillamente me dejé llevar una vez más por el instinto y, como suele pasar en estos casos, me equivoqué.

Lástima que ya sea tarde para arrepentirme, ¿no?

—Así que te llamas "Fénix"... —dije a modo de saludo, reapareciendo de nuevo en el banco, junto al extraño amigo de mi prima—. Me pregunto porqué sigues aquí. Si lo que quieres es ver cómo bajan a mi prima esposada, me temo que no lo vas a conseguir.

—¿Esposada? —Los labios del "Fénix" se ensancharon con diversión ante el comentario—. Sol Invicto, jamás. Tengo en gran estima a tu prima, Reina.

—¿Entonces? ¿Por qué sigues aquí?

—Sencillo. —El "Fénix" me guiñó el ojo—. Te esperaba a ti.

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