Capítulo 44

Felices fiestas a todos :) Espero que estéis disfrutando mucho de estos días en familia. Papá Noel se ha retrasado un poquito, pero aquí trae su regalito de Navidad ^^ Un beso!



Capítulo 44 – Jyn Corven, 1.811 CIS (Calendario Solar Imperial)




La fiesta aún no había empezado pero ya me dolía la cabeza. Me sentía presionada, obligada a asistir a un evento al que no quería asistir, y cuanto más cerca me encontraba de la hora de ir, mayor era mi inseguridad. Davin había dicho que todas las televisiones estarían atentas a mi llegada, que entre los invitados habría periodistas y grandes personalidades de todos los sectores atentas a absolutamente todos mis movimientos, por lo que ni podía faltar ni fallar.

Era demasiado.

Debería haberme negado. Días atrás, cuando recibí el requerimiento, pues aquel mensaje no tenía nada de invitación, había rechazado asistir. No tenía nada en contra de Lucian Auren, al contrario, durante los años que había estado más próxima a la familia real se había mostrado comprensivo y agradable conmigo, cercano incluso, pero no deseaba aparecer en la escena pública a su lado. Lo consideraba una traición. Después de tantos años junto a Doric Auren me negaba a darle la espalda de aquel modo, y mucho menos cuando aún ni tan siquiera sabíamos si había muerto. Porque sí, los periódicos hablaban de una muerte casi segura, de demasiados meses perdido, de la ausencia de esperanza... ¿pero acaso no existían los milagros? Era casi imposible, sí, pero me resistía a creerlo. Doric era uno de mis mejores amigos y su pérdida era tan dolorosa que mientras no apareciese su cuerpo, mantendría la esperanza. Y era precisamente por ello por lo que no podía asistir a esa fiesta. Posicionarme de lado de Lucian Auren era sinónimo de dar por muerto al príncipe heredero, y eso era algo que me negaba a hacer.

O al menos ese había sido mi planteamiento inicial. Después alguien había llamado a mi puerta y Davin lo había cambiado todo.

Era complicado. Trataba de consolarme diciéndome que aquel sacrificio salvaría la vida de mi buen amigo Marcelo Escalar, pero incluso así tenía mis dudas. Aunque no apoyaba del todo la causa de los "Voces Rotas", los podía entender. La violencia se había instalado en el Imperio. Siempre había existido, desde luego, pero en los últimos años estaba cogiendo una fuerza que era inaceptable. Allá donde mirases había muerte y sangre, conflicto y dolor... Así pues, lo podía entender, sí pero no secundar. No cuando mi familia formaba parte de aquel trágico escenario. Pero independientemente de cuál fuese mi posición al respecto, apreciaba a Marcelo, aquel hombre se había convertido en alguien importante en mi vida y no estaba dispuesta a dejarle morir. Y si para ello tenía que sacrificarme, lo haría...

Pero no de buena gana.

—Júrame que no le pasará nada —le había pedido a Davin antes de finalmente aceptar su mano y cerrar así nuestro trato. Poco después nos habíamos puesto en marcha hacia Hésperos, y aquí estaba, acabando de arreglarme, dispuesta a asistir a la maldita fiesta—. Dame tu palabra, Davin.

—Te doy mi palabra de que haré todo lo posible para evitarlo —respondió él, tomando mi mano antes de que la apartase—. No te voy a engañar, a ese tipo no le vendrían mal un par de guantadas de realidad, pero...

—¡Davin!

—De acuerdo, de acuerdo... tienes mi palabra.

No debería haberlo creído. Sabía que tan pronto descubriesen que había escapado de la Torre de los Secretos Davin sería expulsado de su Casa y, por lo tanto, que no tenía ningún poder de decisión en ella, pero incluso así quise creer en él. Llevaba muchos años sin verlo y necesitaba que alguien me orientase. Además, desde el anuncio de la muerte del Emperador y la llamada de Nat me sentía muy perdida y él había sido el único que había logrado serenarme. El único que me había cogido la mano cuando más lo necesitaba y quería devolverle el favor. ¿Quería que asistiese? Pues lo haría...

Y lo hice.

A las siete de la tarde una limusina blanca me recogió en el apartamento que tenía alquilado en el centro de la ciudad, a tan solo diez minutos del Palacio Imperial. Davin sabía que las apariencias eran importantes, así que se había encargado de que aquella noche brillase más que nunca. Para ello se había encargado de alquilar el mejor coche que su presupuesto le había permitido, y de comprarme un precioso vestido blanco manchado de perlas. Incluso me había regalado una tobillera de oro en forma de luna, y de haber podido incluso me habría llevado del brazo hasta el Palacio. Lamentablemente nuestros caminos habían vuelto a separarse en el apartamento, donde no había podido evitar que el nerviosismo me impidiese despedirme de él en condiciones. Mi hermano me había cogido las manos, decidido a dedicarme unas bellas palabras de ánimo, pero yo ni tan siquiera le había mirado a la cara. Simplemente había musitado un "adiós" entre dientes, molesta tanto con él como con el mundo, y lo había dejado atrás.

Ay, si hubiese sabido lo que iba a pasar...

El viaje hasta el Palacio Imperial fue rápido y doloroso, con un incómodo silencio en el coche que ni el conductor ni yo quisimos romper. Recorrimos las calles a gran velocidad, y antes incluso de que estuviese preparada para ello el vehículo se detuvo ante la escalinata de entrada a los jardines, donde decenas de periodistas, fotógrafos y curiosos nos esperaban con las cámaras preparadas para disparar. Cogí aire, tratando de mantenerme serena, y en cuanto el conductor me abrió la puerta salí al exterior, con el vaporoso vestido blanco dibujando bonitas ondas alrededor de mi cuerpo.

Y ahí estaba yo, enfrentándome a mi destino con la mejor sonrisa.

Un aluvión de flashes y ovaciones me acompañaron hasta lo alto de la escalera, donde uno de los mayordomos del palacio me aguardaba uniformado de rojo y oro. Su rostro me resultaba familiar, pero tal era mi estado de nervios que no logré reconocerlo. Por suerte, no se ofendió. El hombre hizo una ligera reverencia a modo de saludo, mucho más cercano de lo habitual, e invitándome a acompañarle hacia el corazón del palacio, me tendió el brazo. Antes de cogérselo, sin embargo, volví la vista atrás y lancé un beso a los periodistas.

Un beso que me perseguiría en forma de portada durante las siguientes semanas junto al provocador titular de que "Jyn Corven: a rey muerto, rey puesto".

Maldita mi suerte. Desde el primer momento en el que puse pie en aquellas escaleras supe que mi vida iba a cambiar. En aquel entonces no imaginaba de qué forma iba a hacerlo, pero con el transcurso de las siguientes horas la sensación de que me estaba equivocando no solo no se esfumó, sino que se acrecentó hasta tal punto que, poco antes de las nueve, tras dos largas horas de charlas insustanciales y risas falsas con personas tan incómodas o incluso más que yo en uno de los mejores salones del palacio, decidí escapar. Dejé mi copa en una de las bandejas, me recogí la falda y sin más salí de la sala, convencida de que aquel no era mi lugar.

Por suerte, no me permitieron llegar muy lejos.

—¿A dónde se supone que va la joven más guapa y lista de toda la fiesta? —me preguntó uno de tantos Pretores que, diseminados por el Palacio, montaban guardia.

Sorprendida ante su repentina aparición cuando me disponía a bajar las escaleras principales del edificio, me detuve a punto de pisar el primer escalón. Volví la vista atrás, con el corazón encogido en el pecho, y alcé la mirada hacia su casco. El reflejo de su visor me devolvió la imagen de una mujer asustada; de una mujer a punto de romper a llorar. El Pretor negó levemente con la cabeza, quitándole importancia, y me cogió de la mano. A continuación, sin darme tiempo a reaccionar, tiró de mí hasta el interior del salón donde seguía la fiesta. Apoyó una mano en mi cintura, con la otra cogió mi mano derecha y, sorprendiendo a gran parte de los presentes ante la peculiar pareja que formábamos, empezó a bailar.

¡Y cómo bailaba!

—Tengo que irme...

—De eso nada, guapa. De aquí no se va nadie hasta que el príncipe lo mande.

—¡Pero...!

—Déjate de peros y diviértete. Esto es una mierda, lo sé, pero es lo que hay. Además, se te nota en la mirada que te mueres de ganas de bailar... tú déjame a mí: ya verás como la noche de hoy no se te olvida jamás.

Desconcertada por el repentino giro de los acontecimientos, decidí dejarme llevar. Nada de aquello tenía sentido, ¿pero acaso importaba? De perdidos al río. Cerré los ojos y, apoyando las manos sobre su cuerpo, me concentré en la música. En aquel momento sonaba un vals.

—Más vale que sepas bailar —le advertí en apenas un susurro—. Soy una profesional

—Demuéstramelo, guapa —respondió él.

Y lo hice. Vaya que si lo hice. Giramos sobre nosotros mismos al ritmo de la música, adentrándonos en la sala a grandes zancadas, y seguimos danzando durante largo rato, logrando que muchos se animasen a imitarnos.

Y giramos, giramos y giramos en un vals inacabable hasta que, unos minutos después, tras convertirnos durante largo rato en el centro de atención, logramos alcanzar la terraza. Una vez allí el Pretor me hizo dar una última vuelta, elegante y cariñoso en cada uno de sus movimientos, y me guió hasta uno de los laterales, donde al fin se quitó el casco. Se apartó el flequillo de color azabache de la cara... y me guiñó el ojo.

—Mi querida Jyn —dijo, e hizo una reverencia burlona con la cabeza—. Cuanto tiempo sin vernos, ¿eh?

—¡Lansel! —exclamé, e ignorando las miradas curiosas me abalancé sobre él para abrazarlo con entusiasmo—. Maldito seas, ¡haberme dicho que eras tú!

—¿Y perderme esa cara tuya de enamorada? —dijo con diversión, atrapándome contra su pecho para estrecharme con fuerza—. Jamás, querida. Jamás de los jamases.

Lansel me besó las mejillas con cariño antes de dejarme de nuevo en el suelo. Tomó mi mano, la estrechó con suavidad, ansioso por poder volver a abrazarme pero demasiado consciente de que eran muchos los que nos miraban como para hacerlo, y finalmente besó el dorso.

Tuve que hacer un auténtico esfuerzo para no volver a abalanzarme sobre él. De todo lo que me había pasado en los últimos meses, el que él estuviese presente en la fiesta era lo mejor con diferencia.

—¿Por qué no me dijiste que estarías en la fiesta? ¡Me lo habría pensado dos veces antes de querer irme!

—¿Acaso me avisaste tú de que ibas a asistir? —Lansel dejó el casco sobre la barandilla de la terraza y se peinó el pelo hacia atrás con las manos de nuevo. Para ser un Pretor hay que admitir que era bastante presumido—. Damiel estaba convencido de que no vendrías, de que rechazarías la invitación, pero en lo más profundo de mi corazón sospechaba que hoy te vería. No eres tan rebelde como quieres aparentar.

La aparición de Lansel logró apaciguarme lo suficiente como para que llegase a disfrutar de la velada. Mi buen amigo estaba en lo cierto: no los había avisado, ¿pero cómo imaginar que iban a volver a Albia sin avisar? Su mera presencia allí era totalmente desconcertante, pero aún más que Davin no me lo hubiese mencionado. ¿Sería posible que él tampoco lo supiese?

Podría haber preguntado. Es más, debería haberlo hecho, pero aquellos días con mi hermano mayor habían sido tan extraños que ni tan siquiera se me había ocurrido. Había estado demasiado inmersa en mis propias preocupaciones como para planteármelo. Por suerte el destino me había brindado aquella bonita oportunidad de poder volver a unirme a ellos, y si bien aquella noche no podría hacerlo, no dudaría en acudir a su encuentro en cuanto me fuese posible. Mi padre, mi hermano, Misi... y Marcus.

El corazón empezó a latirme con fuerza de solo imaginar el poder volver a verlos después de tanto tiempo.

—¿Cómo está Aidan? —pregunté—. Hace casi un año que no lo veo. ¿Y mi hermano? A él hace más incluso... ¿cuándo fue la última vez que coincidimos? Cuando vinisteis a verme a Ossen, ¿verdad?

—Tu padre está bien, como siempre. Prometiéndonos año tras año que volveremos a Hésperos. Ya lo conoces. Es un buen hombre. Además, la edad le está sentando bien. Desde que se casó ha asentado bastante la cabeza. Y tu hermano también está bien. Ya sabes, en su línea. A Don Perfecto le sonríe la suerte... y no solo eso. Le van bien las cosas con Nancy. Esa chica parece que le ha hecho asentar un poco la cabeza.

—¿Pero sigue con ella? —respondí con cierta incredulidad—. Vaya, creía que él y Misi...

—Agua pasada —aseguró—. ¿Cómo es ese dicho? ¿Es bonito mientras duró? —Lansel se encogió de hombros—. Creía que Misi te lo habría contado.

—Hace tiempo que no hablamos.

—Para que veas. Misi es de las mías, un alma libre. Se resiste a creerlo, pero con el tiempo lo aceptará. Con este estilo de vida es lo mejor, te lo aseguro. Menos responsabilidades, menos debilidades.

—Si tú lo dices...

El sonido de unos aplausos procedentes del interior del salón donde se celebraba la fiesta captó nuestra atención. Lansel recuperó el casco de la barandilla y se lo puso con rapidez, consciente de que nuestro breve encuentro debía acabar. El príncipe Lucian se había unido al festejo.

—¿Qué tal si vienes a hacernos una visita mañana? Todos se alegrarán mucho de verte. Me pasaría la noche contigo, te lo aseguro, pero creo que a ninguno de los dos nos conviene.

—Iré a veros, te lo prometo —respondí con rapidez, a punto de dar el primer paso de regreso—. Te agradezco lo que has hecho, Lansel. Creo que de no ser por ti, me habría ido.

—Y habrías vuelto a meter la pata, sí. —Lansel me apretó con suavidad la mano—. Por suerte para ti, siempre nos tendrás a tu alrededor, velando por tu bien, querida Jyn. Eso sí, intenta usar la cabeza. Además de para hacer bonito, la tienes para algo.

—Muy amable.

—Vamos, no hagas esperar al Emperador.

Regresé al evento algo más animada, aunque con un millar de preguntas en la punta de la lengua. Además de por mis familiares, me hubiese gustado poder preguntar por Marcus. A él hacía más de cuatro años que no veía, desde la boda de mi padre, y aunque sabía que estaba bien me hubiese gustado poder saber un poco más. Por suerte, al día siguiente podría al fin volver a verlo, por lo que por el momento me conformaba con ello.

Y pensar que de no haber ido a la fiesta no me habría encontrado con Lansel...

Disfruté del resto del evento. No tanto como el rato que había estado con mi buen amigo Jeavoux, pero sí lo suficiente como para lograr complacer al futuro Emperador cuando, un rato después, cuando me encontraba junto al cisne de hielo disfrutando de una copa de vino dulce, acudió a mi encuentro. Lucian, elegantemente vestido de negro y gris y con el cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás, tomó mi mano y besó el dorso, tan galán como de costumbre. Aquella noche, con la capa sangre a las espaldas y el semblante más relajado de lo habitual, parecía un hombre nuevo.

Un hombre al que ni la guerra ni las recientes pérdidas habían logrado enturbiar la mirada.

—Había quien decía que no vendrías —me dijo a modo de saludo sin soltar mi mano—, pero yo sabía que no faltarías. Gracias, Jyn. Te agradezco este gesto. Es importante para mí.

—Es un placer —respondí con cierta incomodidad. Aunque durante los últimos minutos mi malestar se había suavizado, no me gustaba tener que mentir abiertamente a alguien que se había portado bien conmigo. Lamentablemente, sabía que no tenía otra alternativa. Aquel hombre me había hecho asistir a la fiesta para escuchar algo y había llegado el momento de decirlo—. Sabe... sabe que puede contar conmigo, alteza.

Varios flashes enmarcaron la escena. Con suerte, me dije, no sería la única que aparecería con la mano cogida por su majestad. Por desgracia, una vez más me equivocaba.

—No esperaba otra cosa de ti —contestó, dedicándome una cálida sonrisa—. Sé cuánto querías a mi sobrino, Jyn. No me engaño. Sé que desearías que fuese él quien ahora mismo te tomase la mano, no yo, pero el destino ha decidido ser cruel con nosotros.

Se me formó un nudo en el estómago ante la simple mención de Doric. El que la prensa hablase de él en pasado era triste, pero podía aceptarlo. El que fuese su propio tío quien lo hiciese, sin embargo, era un golpe duro de asimilar.

—Bueno... —murmuré con la voz temblorosa—. Lamento enormemente su pérdida, alteza. La de Doric y la del Emperador. Aún me cuesta creer lo que ha pasado.

—A mí también me cuesta —admitió, y me apretó suavemente la mano—. Pero sé que todos unidos conseguiremos levantar la cabeza y lograr que Albia vuelva a brillar. —Dichas aquellas palabras, se acercó un poco más a mí y bajó el tono de voz—. Tengo que pedirte un favor, Jyn. Sé que eres amiga íntima de alguien que siente muy poco aprecio y respeto por el Imperio. Alguien que en el pasado te ha hecho llegar lejos, convertirte en quien eres, pero cuya compañía ahora no puede traerte ningún bien. Imagino que sabes de quien hablo...

Lo sabía. Por supuesto que lo sabía. Empezaron a temblarme las piernas.

—Majestad, yo...

—Necesito tu ayuda, querida —insistió—. Pero me temo que ahora no es buen momento para hablar de ello. Quédate hoy aquí, en tus antiguas estancias. He mandado que las preparasen para ti. Ahora tengo que atender al resto de invitados pero cuando acabe la recepción podremos hablar. Espérame, ¿de acuerdo?

Lucian me apretó la mano de nuevo, silenciando así mi respuesta, y se alejó para perderse entre el gentío. Impactada ante lo que acababa de ocurrir, bajé la mirada hasta el suelo acristalado, en busca de un poco de aire. Sabía lo que significaban aquellas palabras. Lucian tenía claro los planes que tenía para mí, y yo, tan estúpida como de costumbre, a pesar de haberlo sospechado, había ido a la boca del lobo...

Quise irme de la fiesta. Quise abandonar el edificio antes de que la celebración llegase a su final y me viese obligada a mantener una conversación que no quería tener, pero la repentina aparición de una pareja de Pretores de la Casa de la Corona me lo imposibilitaron. Los agentes se situaron en la puerta, aquella que antes había atravesado cuando había tenido el arrebato, y sin necesidad de verles los ojos, supe que tenían sus miradas clavadas en mí.

Aquella noche no me dejarían ir, ni tampoco acercarme de nuevo a Lansel. Mi querido amigo fue invitado a abandonar la fiesta antes de tiempo, y antes incluso de que pudiese ser consciente de ello, me quedé sola atrapada entre centenares de personas que, ataviadas con sus mejores ropas y sus más falsas sonrisas, siguieron celebrando la velada hasta que el cielo se cubrió de estrellas.




El reloj dorado en forma de sol que colgaba de la pared de la que había sido mi habitación marcaba la media noche cuando alguien golpeó la puerta. Alcé la mirada hacia la entrada, consciente de lo que me aguardaba al otro lado del umbral, y me encaminé hacia allí. En el pasadizo, armados con sus alabardas ceremoniales y los rostros ocultos bajo sus cascos, los dos Pretores de la Casa de la Corona que me habían escoltado hasta allí me estaban esperando.

—Señorita Corven —dijo uno de ellos, con la voz amortiguada por el yelmo—, si es tan amable de acompañarnos, su majestad la espera.

Los seguí a través de los amplios pasadizos de piedra hasta alcanzar unas empinadas escaleras de caracol que descendían a los subterráneos del Palacio. Apoyé la mano sobre la barandilla y, cogiendo la falda para no tropezar, fui descendiendo uno a uno los peldaños, sintiendo como la temperatura bajaba dramáticamente con cada escalón. Una vez en el nivel inferior, a unos quince metros de profundidad de la planta baja, nos adentramos en un sombrío corredor de piedra tenuemente iluminado por antorchas. Al final de este, bañando de luz parte del pasadizo, aguardaba un amplio salón donde una chimenea encendida había teñido de dorado las paredes blancas del lugar. Se trataba de una espaciosa sala de techo alto y bonitos armarios de color caoba llenos de antiguos tomos y pergaminos. Junto a estos también había estatuas de mármol y jarrones, aunque lo que realmente destacaba era la imponente efigie que, situada en el corazón de la estancia, conmemoraba la victoria de la primera Emperatriz sobre el antiguo pueblo albiano.

Y de pie junto a ella, observando su rostro pétreo con la mirada enturbiada por sus propias preocupaciones, se encontraba el futuro Emperador en compañía de otro hombre cuya identidad era conocida por todos: el senador Galedur Morven.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando, al cruzar el umbral de la puerta, los dos hombres desviaron la mirada hacia mí. No había expresión alguna en sus semblantes, ni de desagrado ni todo lo contrario, pero su mera presencia me incomodaba. A pesar de ser rostros conocidos, personas con las que me había relacionado en alguna que otra ocasión, sobre todo el príncipe, aquella noche los sentía como desconocidos en los que me costaba confiar.

Ojalá hubiese podido irme.

—Jyn, acércate —me pidió Lucian, apartándose unos pasos de la estatua para quedar a medio camino—. ¿Conoces al senador Galedur Morven?

De estatura media tirando a baja, entrado en carnes y con el pelo corto de un intenso color blanco, Galedur Morven era un hombre de unos sesenta años de porte aristocrático al que el traje gris que lucía le sentaba francamente bien. Era un hombre elegante, de sonrisa amable pero mirada glacial, cuya mera presencia me ponía los pelos de punta.

Una compañía fantástica, vaya.

—Nos conocemos, sí —respondió él, tomando mi mano para besar el dorso con sus fríos y delgados labios rosados—. Siempre es un placer verla, señorita.

—Lo mismo digo, senador.

—Imagino que te estás preguntando qué hace él aquí... —prosiguió Lucian—. Pues bien, el senador nos está brindando su ayuda en la batalla propagandística en la que nos vemos inmersos desde hace meses. Por sorprendente que sea, mientras que nuestros valientes soldados mueren en el norte hay quien se atreve a ensuciar su nombre. Los tacha de asesinos y desalmados... aunque claro, ¿qué te voy a contar que no sepas, Jyn? —Sonrió sin humor—. Imagino que Escalar te habrá explicado todo lo que ha hecho con sumo lujo de detalle.

El primer jarro de agua fría. Sabía que mi presencia allí venía provocada por mi relación con Marcelo, pero jamás imaginé que fuesen a enfocar el tema de tal forma. Lucian no solo había sido brusco, sino que había logrado dejarme sin palabras.

—Bueno... —atiné a decir, apartando la mirada hasta el suelo de piedra—. Escalar y yo somos amigos, pero...

—No te hemos traído aquí para que te excuses, Corven —me interrumpió el senador con frialdad—. La prensa lleva haciéndose eco de vuestra estrecha relación desde hace años. Tratar de negar lo evidente es una pérdida de tiempo.

—Y tiempo es precisamente lo que no tenemos —prosiguió Lucian—. Te voy a hacer una pregunta, Jyn, y quiero que seas totalmente sincera. Responde sin miedo, te vamos a respetar. Albia es un país libre.

Desvié la mirada hacia la estatua en busca de la suficiente calma como para no escupirles las cuatro verdades que en aquel entonces se me pasaban por la cabeza. ¿País libre? ¿Respeto? Me encontraba en el subterráneo del Palacio Imperial en compañía de un senador y el hombre que próximamente sería coronado Emperador escuchando acusaciones que rozaban la traición. Si realmente pensaban que iba a responder con libertad es que estaban locos.

—¿Y bien? —pregunté en tono cortante—. ¿Qué quieren saber?

—Es fácil... —contestó el senador, y cogiéndome con brusquedad por el mentón me obligó a mirarlo a los ojos—. ¿Eres leal a tu patria?

Aquel gesto logró encender en mí la mecha que con tanto ahínco trataba de mantener apagada. Podía soportar insinuaciones, un trato descortés e incluso que me tacharan de estúpida, pero no que me tocasen. Aquello había sido demasiado.

—¿Acaso lo duda? —repliqué, apartando su mano de mi rostro de un manotazo—. ¡No vuelva a ponerme una mano encima! ¡No se lo permito!

Tengo la sensación que de haber estado a solas me habría respondido con una bofetada. Es más, incluso creí verle hacer un ademán, pero no llegó a alzar la mano. Pobre de él de haberlo hecho. Quizás no fuese un legionario, pero había pasado el tiempo suficiente con Pretores como para saber cómo matar a un hombre.

—Calma —me pidió el príncipe, apaciguador—. No nos pongamos nerviosos, por favor. La situación ya es suficientemente complicada de por sí como para encima empeorarla. Lo que queremos de ti es sencillo, Jyn. Los "Voces Rotas" a los que Marcelo Escalar pertenece nos están haciendo daño. Sus injurias están calando en parte de la población y no podemos permitir que siga así. Es por ello que recurrimos a ti. Eres amiga de la Corona, pero también eres alguien que ha estado demasiado cerca de esos alborotadores como para no haber manchado tu buen nombre. Si no lo frenas de inmediato, esto acabará arruinando tu carrera.

—¡Soy amiga de Marcelo, sí, y sé a lo que se dedica en su tiempo libre, no soy estúpida, pero nada más! ¡No puedo ayudar en nada! —respondí a la defensiva—. Si lo que quieren es localizarlo, pueden hacerlo. No se esconde precisamente.

—¿Y acaso crees que eso serviría de algo? —inquirió el senador—. ¡A la hidra no se la mata cortando una de sus cabezas, sino todas!

—He ordenado ejecutar a Marcelo Escalar —prosiguió Lucian, logrando con aquellas palabras dejarme sin aliento—. Ese hombre debe pagar por sus crímenes. No obstante, por el aprecio que te tenía mi sobrino, te ofrezco un trato. Si ese traidor me entrega un listado con los nombres de todos los miembros de su organización clandestina le perdonaré la vida. Es complicado, pero...

—No lo va a hacer —dije, imaginando a la perfección la carcajada con la que Marcelo respondería al trato—. Él sabe perfectamente dónde se ha metido, y...

—Lo hará —volvió a interrumpirme el senador—. Lo hará por su bien... y por el tuyo. —Negó con la cabeza—. Hace tiempo que unisteis vuestros destinos: ¿quiénes somos nosotros para separaros? Tienes tres...

La repentina aparición de un legionario en la sala nos interrumpió. Los tres volvimos la mirada hacia la puerta, ellos con enfado ante la interrupción, yo con desesperación, pero únicamente el príncipe se acercó. Escuchó durante unos segundos al mensajero susurrar y, repentinamente pálido, abandonó la sala a gran velocidad, dejándonos a solas.

Decidí entonces aprovechar la ocasión para escapar. Sabía que al otro lado del umbral aguardaban los Pretores que me habían escoltado hasta allí, pero no me importaba. Chillaría si era necesario. Gritaría hasta desgañitarme, pero saldría de aquel subterráneo costase lo que costase. Por suerte, no hizo falta. Lejos de ponerme la mano encima de nuevo, el senador alzó el dedo índice y, amenazante, repitió una vez más la pregunta que previamente tanta furia había despertado en mí.

—Responde, jovencita: ¿eres leal a tu patria, o no?

—¡Esta ya no es mi patria! —respondí con rabia, incapaz de reprimirme—. ¡El Imperio que yo conocía jamás me pondría entre la espada y la pared! ¡Si Doric estuviese vivo...!

—Doric —repitió, y dibujó una sonrisa carente de humor—. Tienes tres días, Corven.

—Métaselos por donde le quepan —le grité.

Y esta vez sí que abandoné el Palacio Imperial con la intención de no volver a pisarlo jamás. Cogí el primer taxi que se cruzó en mi camino, le pedí que me llevase hasta mi piso y, pocos minutos después, me apresuré a subir las escaleras a gran velocidad, consciente de que mis actos muy pronto tendrían graves consecuencias. Saqué las llaves del bolso con las manos temblorosas, introduje la correcta en la cerradura y tan pronto abrí, me metí en casa. Acto seguido cerré la puerta tras de mí... pero ya era tarde.

Había alguien más en casa.

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