Capítulo 36

Capítulo 36 – Aidan Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)




Miles de estandartes ondeaban en las calles de Herrengarde. Colgados de la muralla, de las fachadas de sus edificios de piedra y de lo alto de los postes luminosos que la arrancan de las sombras cada anochecer, el Sol Invicto engalanaba con los colores rojo y dorado la capital del norte de Albia.

Herrengarde era una ciudad majestuosa. Custodiada por un impresionante muro de más de treinta metros de alto con más de un centenar de torres de vigilancia diseminadas a por toda su estructura, la ciudad se extendía a lo largo y ancho de cincuenta kilómetros cuadrados. Era un lugar antiguo en cuyas calles, desde las amplias avenidas hasta los estrechos callejones, se podía sentir la rudeza de su modo de vida. El frío y la guerra había convertido en soldados a todos sus habitantes, empuñasen armas o no.

No había torre ni casa en Herrengarde que no tuviese la chimenea encendida o la calefacción funcionando a pleno rendimiento. Fría como pocas, la ciudad no albergaba universidades ni grandes bibliotecas. Tampoco había demasiados teatros ni centros comerciales en los que perderse. La capital del norte era una localidad marcial en la que la mayoría de los comercios estaban orientados a la supervivencia y a la guerra; una guerra que les había acompañado desde los inicios de los tiempos, cuando Throndall se había alzado contra Albia en la frontera. Desde entonces, miles eran los soldados que componían sus filas.

Herrengarde, cuna de grandes guerreros, era el mejor lugar de Albia para curtirte, para aprender a luchar y, sobre todo, para pasar frío. Mucho frío.




Cruzamos las murallas pasadas las dos de la tarde, con el depósito del coche casi tan vacío como nuestros estómagos. El viaje no había sido demasiado largo, pero habíamos encontrado una tormenta a mitad del camino que no nos había puesto las cosas nada fáciles. Por suerte, aquella etapa había acabado y por fin iniciábamos la recta final de aquella aventura.

Recorrimos las avenidas principales de Herrengarde a marcha lenta, uniéndonos al tráfico local. La ciudad, una de las más grandes de Albia, pero muchísimo más pequeña que Hésperos, concentraba en su interior un complejo entramado de calles por el que miles de vehículos circulaban a diario, llenando de ruido y humo la localidad. Fuese cual fuese la hora, las calles de Herrengarde siempre estaban llenas, con civiles durante el día y militares por la noche. A aquellas horas de medio día, sin embargo, era una mezcla de ambos los que ocupaban las aceras y carreteras. La ciudad se estaba preparando para el pistoletazo de salida que aquella misma noche se daría para el inicio de las festividades. En cuanto el príncipe hiciese acto de presencia, las luces de las ferias se encenderían, las plazas se llenarían y durante siete días y siete noches se celebraría la llegada del heredero al trono.

Aunque me hubiese gustado vivir la fiesta en el corazón de la ciudad, he de admitir que éramos unos afortunados por haber sido invitados a la fortaleza. En el exterior hacía frío, y por muchos farolillos y hogueras que fueran a encenderse aquella noche, que probablemente serían miles, la temperatura seguiría muy baja. Además, después de las llamadas que estaba recibiendo por parte de mis hombres desde la capital y Ballaster y lo que habíamos visto en las "Marismas", no estaba de humor para celebraciones. Lo que más me apetecía ahora era volver con los míos, reunir a mis hijos y Pretores y volver a recuperar el control de la situación.




Llegamos a la fortaleza una hora después de atravesar la muralla. La familia Vespasian se alojaba en la zona sur de la ciudad, en un bonito edificio de piedra gris situado muy cerca del pabellón de la Perla. Bordeamos los edificios colindantes deteniéndonos en hasta cinco controles policiales, y seguimos las indicaciones de los militares allí apostados hasta alcanzar la entrada principal. Pasamos por debajo de un túnel de piedra al otro lado del cual se hallaba un gran patio de suelo de losa, y allí dejamos nuestro vehículo, aparcado junto a otros tantos todoterreno blindados.

Un par de soldados acudió a nuestro encuentro nada más bajar del coche. Nos identificamos una vez más, sintiendo ya cierta diversión al tener que dar nuestro nombre por sexta vez, y juntos nos encaminamos al pórtico de entrada, una amplia estancia de techos altísimos en cuyo interior únicamente aguardaba un gran árbol de hojas azuladas y una mujer.

Una mujer muy hermosa, por cierto.

—¿Centurión Aidan Sumer? —preguntó, acudiendo a nuestro encuentro al vernos atravesar el umbral de la puerta—. Es un placer conocerle, Centurión. Mi nombre es Petra Shailene, y soy una de las consejeras del gobernador Marcus Vespasian. Espero que hayan tenido un buen viaje.

—Gracias, Petra —respondí, tomando su mano para estrecharla—. Hemos sufrido una tormenta de camino a la ciudad, pero bueno, imagino que es lo normal.

—Se encuentra usted en Herrengarde, Centurión. Si lo que quería era sol y playa, me temo que ha elegido muy mal.

Petra me estrechó la mano con fuerza, con una fría sonrisa sarcástica cruzando su duro rostro de piel blanca y cabello pelirrojo. Sus ojos, de un intenso color gris, miraban a su alrededor con seguridad, como si fuese dueña de cuanto pisaba; como si lo controlase todo, incluidos los soldados.

—Tal y como lo recordaba —sentencié, volviendo la mirada hacia Davin—. Le presento a Davin Valens. Es mi compañero de viaje.

—Usted era el Optio de la Unidad Valens, ¿verdad? —respondió ella, tendiéndole la mano—. Magnus y yo somos amigos.

—¿Magnus Wise? —preguntó Davin, dibujando una débil sonrisa amistosa—. Un buen tipo. Trabajamos juntos desde hace unos años.

—Lo sé... me ha hablado mucho de usted. —Petra cruzó los brazos tras la espalda y se giró—. En fin, sean bienvenidos. Si son tan amables de acompañarme, el gobernador ha tenido la amabilidad de prepararles unas habitaciones dentro la propia fortaleza. Le hubiese gustado recibirles en persona, pero unos asuntos de última hora han imposibilitado que estuviese aquí. Con suerte, esta noche les atenderá.

Petra nos guió a través de los amplios pasadizos de piedra de la fortaleza hasta uno de los ascensores. Subimos hasta la quinta planta, recorrimos un largo corredor donde únicamente había dos militares charlando junto a una de las puertas, y al final de este encontramos un arco de cobre y plata ricamente decorado. Más allá de su umbral, sumidas en la penumbra, había unas escaleras de caracol que ascendían a una de las torres secundarias, en cuya última planta se encontraban nuestras habitaciones.

—La fortaleza está llena de grandes personalidades de todo el norte —explicó Petra mientras ascendíamos por los empinados peldaños de la torre—. Nobles recién llegados de toda la región con ganas de estrechar la mano al heredero. Yo misma escribí sus invitaciones. Es curioso, no creía que fuesen a venir todos. La mayoría son señores de bastiones que ahora mismo están en guerra.

—¿Throndall? —preguntó Davin tras de mí, con las manos metidas en los bolsillos a causa del frío que se colaba por las ventanas—. Hasta donde sé, las batallas se están recrudeciendo notablemente en los últimos meses.

—Así es. Esos bastardos del norte parecen convencidos de que van a poder acabar con nuestras líneas... que pueden venir a Albia cuando les dé la gana. —Petra dejó escapar una carcajada sin humor—. Detener sus incursiones se están convirtiendo en el deporte nacional de Herrengarde.

—Un deporte peligroso —reflexioné—. ¿Cuantos soldados han muerto ya este año? ¿Cientos? ¿Miles? Vuestra legión no da a basto.

—Muchos —admitió la asesora—. Muchísimos más de los que me gustaría admitir. Por suerte, nuestro pueblo es fuerte, Centurión. Por cada hombre que muere, tres nuevos reclutas se unen a nuestras filas. Las incursiones enemigas están acabando con los campos y las granjas; con los pueblos... con gran parte de nuestro modo de vida. Es por ello que los jóvenes ya no aspiran a seguir los pasos de sus padres. Ahora a lo que se dedican es a combatir... a buscar venganza. Confío en que llegará el día en el que nuestra gente pueda volver a vivir tranquila en nuestras tierras, pero hasta entonces la sangre manchará nuestras manos.

Al final de la escalera nos aguardaba un sencillo salón con varias puertas cerradas. En la sala había una mesa con unas sillas, un televisor y unos sillones, poco más. También había un frigorífico y una pequeña cocina, aunque ninguno de los dos tenía la más mínima intención de utilizarlas. Con un par de habitaciones de las cinco que había disponibles y un baño, nos apañaríamos.

—La Torre de las Estrellas está reservada para las visitas de los agentes pretorianos —explicó Petra, alzando la mirada hacia el techo de la sala para señalar las decenas de puntos luminosos que lo decoraban—. Hace tiempo que no recibimos ninguna visita de los suyos, por lo que la calefacción estaba apagada. Ordené que la encendiesen ayer, pero me temo que las habitaciones tardarán unas horas en calentarse. Espero que no me lo tengan en cuenta, hasta donde sé, ustedes, los Pretores, gozan de una resistencia mayor que la del resto. Estoy convencida de que no les importará pasar un poco de frío.

—Que poco previsores —respondí, incapaz de reprimirme a sumarme al juego de pullas que Petra encabezaba desde nuestra llegada—. Esperaba más de la gente del norte. Imagino que estaban demasiado ocupados con los vecinos como para acordarse de encender el calefactor.

—Bueno, esto es lo que sucede cuando las visitas no deciden avisar de su llegada —dijo ella, ensanchando aún más la sonrisa, satisfecha de que al fin respondiera—. A parte de ser de muy mala educación, provocan este tipo de situaciones.

—Disculpe, ¿qué dice que deberíamos haber hecho? ¿Avisar o pedir permiso? —Le guiñé el ojo—. Creía que como ciudadano albiano que soy tenía derecho a moverme por todo mi país sin necesidad de avisar de antemano. De hecho, si realmente funcionan así las cosas en el norte, ahora entiendo porqué Vespasian está tan ocupado.

Davin, que se encontraba entre nosotros, dejó escapar una risotada. Desvió la mirada hacia el suelo, prefiriendo no meterse en la conversación, y se encaminó hacia una de las habitaciones.

—¿De veras se cree un simple ciudadano albiano, Centurión? —preguntó Petra—. Porque le aseguro que no todo el mundo está invitado a la cena de esta noche en honor al príncipe.

—Yo solo soy un fiel siervo de su país —sentencié, haciendo una reverencia burlona a la consejera—. Estoy convencido de que estaremos bien aquí, agradezca al gobernador su hospitalidad de nuestra parte.

Molesta al no haber logrado vencer la batalla, giró sobre sí misma, airada. Incluso de espaldas podía percibir la expresión de rabia con la que fulminaba la puerta.

—Hágalo usted mismo esta noche. La cena empieza a las ocho, así que sean puntuales... y por favor, tengan en cuenta la etiqueta. Desconozco si llevan sus uniformes en esas sucias mochilas que llevan consigo, pero si es así, prepárenlos. Ah, y finjan que se alegran de estar aquí. Les irá bien.




A las ocho de la tarde, uniformados y recién duchados, Davin y yo bajamos a uno de los salones para unirnos al resto de invitados con los que aquella noche cenaríamos. A la mayoría de ellos no los conocíamos, pues eran nobles locales, pero con gusto los saludamos. Eran muy pocos los que habían oído hablar de nuestras Unidades, pero todos estaban encantados de conocer a Pretores de la Casa de la Noche. Los de las Espadas, como en varias ocasiones me explicaron, estaban muy presentes en la zona. Con el recrudecimiento de la guerra con Throndall, el Emperador Konstantin había decidido enviar a nuevas unidades para que se uniesen a la Legión de Vespasian, lo que había provocado que su presencia aumentase notablemente en la zona. Sin embargo, el resto de Casas, salvo los agentes del Invierno, por supuesto, que tenían sus propias unidades locales instauradas en Herrengarde, eran prácticamente desconocidas para ellos.

Aquella noche me presentaron a muchas personas, en su mayoría nobles, cuyos nombres y caras memoricé. Aunque no dejaban de ser caudillos de lugares remotos sin ningún tipo de importancia a nivel global, sabía que podía llegar el día en el que requiriese de sus oídos u ojos, por lo que no quería dejar pasar la oportunidad de ampliar mi red de contactos. Además, todos parecían tan ansiosos por conocerme que me dejé querer. Bebí con ellos, brindé, reí e incluso bailé un par de canciones con algunas de las damas, pero poco más. Las personas por las que realmente sentía interés eran otras, militares y otros pretores allí presentes, y en cuanto tuve la ocasión, me encargué de conocerlos.

Una hora después, las puertas que daban al salón del banquete se abrieron. De su interior salió un grupo de cuatro Pretores de la Casa de la Corona, con un Centurión a su cabeza. Los cuatro guerreros abrieron un pasadizo de seguridad hasta el centro de la sala con la ayuda de varios legionarios, y una vez asegurada la zona, desenfundaron sus alabardas y se pusieron en posición de firmes, con los rostros cubiertos por los cascos y las capas púrpuras ondeando a las espaldas. Desde me encontraba, junto a una de las paredes disfrutando de una copa en compañía de una Pretor de la Casa de las Espadas especialmente charlatana, no se veía demasiado, pero me bastó con ver los colores de sus uniformes para reconocerlos.

—La Casa de la Corona —anuncié, y alcé la copa—. El príncipe ha llegado.

Mi compañera alzó también la suya y ambos bebimos en su honor, perdiéndonos así lo que probablemente fue una espectacular llegada por los aplausos. Doric siempre lograba causar aquel efecto en la gente: el pueblo lo adoraba, amaba su juventud e inocencia, su fuerza y arrojo, y allí donde iba siempre lo recibían con aplausos, palabras de cariño y devoción, mucha devoción.

Sería un Emperador muy querido el día que su padre muriese.

Permanecimos quince minutos más en la sala, charlando los unos con los otros. La mayoría de nobles había acudido al encuentro del príncipe, por lo que Doric se encontraba ahora rodeado de gente que ansiaba hablar con él y estrecharle la mano. Por suerte, el joven era paciente y tenía sonrisas por doquier para repartir. Yo, en su lugar, no sé qué habría hecho.

—Nos ha visto —me susurró Davin en cierto momento, poco antes de que nos invitasen a entrar al salón principal—. Se nos ha quedado mirando a ambos, sobre todo a ti. ¿Crees que se habrá ofendido porque no nos hemos acercado a saludar?

—Aunque lo hubiésemos intentado habría sido imposible —respondí, restándole importancia—. Igualmente, más tarde hablaremos con él, tranquilo. ¿Qué cara ha puesto al vernos?

—Contrariado. —Davin se encogió de hombros—. También está ese soldado que va siempre con él, Nathanatiel Trammel. Antes lo he pillado mirándonos de reojo... vigilándonos. Creo que nuestra presencia aquí no es de su agrado. No después de lo de Jyn.

—No le des mayor importancia —insistí—. Luego hablaremos con ellos. Ahora relájate... disfruta. No creo que vayamos a asistir a muchas otras recepciones como esta en mucho tiempo.

Condicionado por las palabras de Davin, me pasé el resto del rato deambulando por la sala. Mi hijo estaba en lo cierto, tanto Nat Trammel como Doric Auren se habían dado cuenta de nuestra presencia. De vez en cuando ambos nos buscaban, quizás asegurándose de que aún siguiésemos allí, y cuando nuestras miradas se encontraban no era alegría precisamente lo que transmitían sus ojos. Nuestra mera presencia les traía recuerdos dolorosos.

Por suerte, pronto aquello cambiaría.

Disfrutamos de una magnífica cena en un precioso salón de piedra en cuyo interior, repartidos en largas mesas de madera, nos reunimos cerca de quinientas personas. El lugar en sí no era especialmente lujoso ni bonito, pues reflejaba a la perfección la dureza de Herrengarde con sus altos muros de piedra y los fríos suelos de losa blanca, pero sus paredes habían sido decoradas de tal forma que resultaba complicado no emocionarse. Estandartes del Sol Invicto, de la familia Auren y Vespasian, de las Casas Pretorianas, de las Legiones... no había lugar al que mirase en el que no hubiese alguna mención a las organizaciones que tan grande habían hecho Albia.

Sin duda, había sido un magnífico acierto.

Y si a aquella preciosa decoración le sumabas una comida caliente de gran calidad, un servicio exquisito, una compañía inigualable formada por Pretores y soldados con ganas de divertirse y una banda de música tocando en el escenario, la velada no podría haber sido mejor.




Finalizada la cena, los invitados se desplazaron al final de la sala donde había preparadas varias mesas con bebidas y dulces para el postre. La música subió de volumen, las luces se atenuaron y apenas sin darnos cuenta se dio inicio a una agradable fiesta en la que poco a poco, todos los presentes se animaron a bailar.

Fue entonces cuando, al fin, Marcus Vespasian decidió hacer un hueco en su apretada agenda para acercarse a Davin y a mí a saludarnos acompañado de su asistenta.

Nos tendió la mano a ambos.

—Centurión, señor Valens, lamento no haber podido atenderles antes —se disculpó—. Un pequeño fuego cerca del campamento de Plomo me ha descolocado la agenda por completo.

—¿Problemas con el norte? —pregunté a sabiendas de cuál sería la respuesta.

—Me temo que sí. Throndall no nos da ni un respiro... aunque imagino que ustedes ya lo saben. No conozco demasiado en profundidad su Casa, pero hasta donde sé velan por el Imperio en sus fronteras, frenando la llegada de más enemigos de los que ya tenemos.

La imagen mental que tenía de Marcus Vespasian se ajustaba a la perfección al hombre que tenía ante mis ojos. Alto, ancho de espaldas, con el cabello castaño claro y el mentón perfectamente afeitado, Marcus Vespasian era un hombre severo y reflexivo al que le envolvía un aura de solemnidad poco habitual. Lucía el pelo corto, lo que dejaba a la vista una frente ya marcada por las arrugas y unos bonitos ojos verde grisáceos cargados de experiencia y fuerza. Aquella noche lucía su uniforme gris de General, con las condecoraciones grabadas en el pecho y la casaca ajustada por un cinturón de cuero con el Sol Invicto como hebilla. De la cadera le colgaba su espada ceremonial, muy parecida a la que solía lucir el príncipe Lucian, y del cuello un medallón dorado que relucía bajo la luz de las velas.

Para ser un hombre de cerca de cincuenta años se mantenía bien. No como un Pretor, pero sí lo suficiente como para seguir irradiando juventud y fuerza. Aquel hombre, si el Sol Invicto así lo quería, aún tendría muchos años por delante para gobernar.

—Así es —respondí—. Nos encargamos de los enemigos de Albia, aunque no en las fronteras con Throndall precisamente. Mi Unidad trabaja más al oeste, por Talos y Ballaster. La Unidad Valens, sin embargo, se encuentra en Hésperos.

—La Unidad Valens... —respondió Vespasian, pensativo—. He coincidido en muchas ocasiones con su Centurión, pero nunca he hablado con él. El Emperador lo considera un amigo... tanto a él como a usted, Sumer. Y los amigos de Konstantin, son también los míos.

Correspondí a sus palabras con una sonrisa. Vespasian estaba intentando ser cercano, tender puentes, y lo agradecía. No obstante, no me engañaba. Ni yo era amigo del Emperador, ni jamás lo sería de él. Como agente de la Casa de la Noche que era, sus palabras me convertían en una herramienta a la que poder recurrir, pero no alguien a quien tender la mano.

—Agradezco sus palabras, General —dije—. La Casa de la Noche está a su servicio, lo sabe.

—¿Les ha sido de utilidad el regalo que les envié? Petra pasó muchas horas investigando.

¿Petra? Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de la asistente de Vespasian al encontrarse mi mirada con la suya. Como suponía, aquella mujer sabía más de lo que a simple vista aparentaba.

—Ha sido de gran ayuda —respondió Davin—, se lo agradecemos. Orace Alaster fue una persona singular, con una vida llena de luces y de sombras según hemos podido saber.

—Más sombras que luces —corrigió Petra—. Su pasión por lo prohibido acabó con él.

—Yo diría que fue su asesino quien acabó con él —dije con acidez, logrando arrancar una sonrisa a todos los presentes—. Su identidad nunca salió a la luz, pero apuesto a que tienen sus propias teorías al respecto.

El General y su asesora se miraron de reojo, cómplices.

—Las teníamos, sí —admitió Vespasian—, y Petra no está muy desencaminada. La afición por lo desconocido de Alaster le llevó a juntarse con personas peligrosas. Conociste a su esposa, ¿verdad, Petra?

—Syb Mindali —respondió ella—. Una mujer singular. Tanto ella como Orace estaban obsesionados con que su chico entrase en la flota aérea; que se formase como aviador. Sabían que la mancha que había dejado Orace en la familia perduraría décadas, por lo que no se planteaban la posibilidad de volver a Hésperos. No querían que sus hijos entrasen en las Casas Pretorianas.

—¿Rencor, quizás? —preguntó Davin—. ¿No perdonaban lo que había pasado?

—Al contrario. —Petra negó con la cabeza—. Por vergüenza. Aunque cueste creerlo, Orace se arrepentía de lo que había hecho. Mindali decía que su marido se había dejado embaucar por Alaya Cyrax... que ella lo había manipulado. Sea cierto o no, estaban muy interesados en que el pequeño, Orland, se uniese al ejército. De ahí a que nosotros nos interesásemos en ellos...

—¿Y qué pasó?

El rostro de Vespasian se ensombreció al recordar el desenlace de aquella historia. Después de las entrevistas de Petra con los padres, el propio General había decidido ver al chico para valorarlo. Su asesora le había hablado de inestabilidad familiar; de una familia de comportamiento extraño obsesionada con limpiar su nombre... de recuperar el honor. Aquellos padres estaban dispuestos a que su hijo hiciera cuanto fuese necesario para intentar arreglar lo que Orace había provocado décadas atrás, sin importar lo que él deseara.

—Precisamente por ello quise hablar con él. En aquel entonces el chico era muy joven, de tan solo diez años, pero tenía las ideas bastante claras —explicó Vespasian, retomando la palabra—. Me pareció inteligente; un joven ingenioso y astuto, con muchos recursos. Según decía, haberse criado con dos hermanas mayores en una familia puramente matriarcal no había sido fácil. No parecía demasiado interesado en complacer a sus padres. Por el modo en el que hablaba de Orace, lo despreciaba. No obstante, coincidía con él en su interés de unirse a la flota. Quería conocer mundo.

—Tenía potencial —reflexionó Petra—. Orland era inteligente, era evidente, pero estaba demasiado enfadado con el mundo como para poder pensar con claridad. Por petición expresa del General le ofrecimos hacer las pruebas de acceso. Teníamos dudas sobre él, pero teniendo en cuenta quiénes eran sus abuelos, lo intentamos. Le tendimos la mano y él la aceptó. Lamentablemente no duró demasiado.

—¿Ah, no? —exclamó Davin.

Volvieron a mirarse mutuamente, incómodos al recordar el tema.

—Orland era muy agresivo —confesó Petra—. Lo sospechábamos desde un inicio, pero no fue hasta que salió de su entorno y se juntó con otros jóvenes que no salió a relucir su auténtica naturaleza. Aquel niño se había criado con el corazón lleno de odio, y en cuanto se vio mínimamente presionado, explotó.

—Debo admitir que me equivoqué con él —reflexionó Vespasian con tristeza—. Quería creer que aún había salvación para los Alaster... que podríamos limpiar su buen nombre, pero no tardé demasiado en darme cuenta que había sido un error. Orland perdió el control un par de semanas después de ingresar en el programa de preparación, y de no ser por la intervención de mi propio hijo, Kare, habría matado a una de sus compañeras. Tuvimos que expulsarlo.

Esta vez fuimos mi hijo y yo los que nos miramos con complicidad. Poco a poco, todo empezaba a tener sentido.

—Dicen que el chico tenía diez años —intervino Davin—. Según mis cálculos, poco después asesinarían a su familia y él desaparecería. ¿Cuanto tiempo pasó desde su expulsión?

—Dos semanas —sentenció Petra con tristeza—. Fue él, estoy convencida.

—No hay pruebas —interrumpió Vespasian—. El chico era muy inteligente, sí, pero me cuesta creer que pudiese cometer tantos asesinatos sin dejar ninguna prueba. No olvidemos que tenía diez años. Además, su padre había recibido formación para unirse a las Casas Pretorianas. Dudo mucho que Orland pudiese matarlo tan fácilmente. —El General lanzó un profundo suspiro—. Es un caso complicado... muy perturbador. Hacía ya muchos años que no pensaba en él, pero durante los primeros meses después de conocer la noticia soñaba con su mirada. Aquel joven tenía unos ojos muy perturbadores... unos ojos muy especiales.

—¡Únicos! —exclamé—. De color verde, pero de distinta tonalidad, ¿verdad?

El General y Petra asintieron a la vez, sorprendidos ante mis palabras.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó la asesora—. En las fotografías no se distinguían...

—No hace falta —sentenció Vespasian, apoyando la mano en el antebrazo de Petra para finalizar así la conversación. A diferencia de ella, que seguía confundida por lo que acababa de ocurrir, él parecía haberse dado cuenta de todo. Nuestra mirada, nuestro cambio de actitud... estoy casi seguro de que incluso pudo percibir el nudo en la garganta que en aquel entonces tenía Davin.—. Tengo la sensación de que su visita al norte acaba aquí, Pretores. Me alegra haber sido de ayuda. Solo espero que la próxima vez que decidan acudir a mis tierras hagan un alto en Herrengarde. Con suerte, habrá algo que celebrar.

Vespasian nos tendió la mano.

—Sin lugar a dudas —respondí, estrechándosela con fuerza. Aunque breve, la conversación con el General nos había dado lo que tanto buscábamos. Al fin teníamos un nombre... al fin sabíamos quién era el "Fénix"—. Gracias por todo, Legatus. Volveremos, tiene mi palabra.

Tras despedirnos de ellos, salimos del salón para encaminarnos a uno de los fríos balcones, en busca de un poco de intimidad. Por dentro, ambos estábamos muy agitados. Nuestras sospechas habían sido confirmadas... no obstante, no nos hacíamos ilusiones. El conocer la identidad real del "Fénix" no cambiaba casi nada. Después de tantos años desaparecido tras haber cometido un crimen tan atroz, era probable que jamás hubiese vuelto a utilizar su auténtico nombre.

Sin embargo, era un avance en la investigación.

Davin me tendió la mano. En el balcón hacía un frío atroz, pero tal era el estado en el que ambos nos encontrábamos que ni tan siquiera lo notábamos.

—Es un gran paso —dijo con alegría—. Ahora podemos ponerle nombre a nuestro hombre.

—Y puede que entender sus motivaciones —respondí, estrechándole la mano—. Ese chico busca venganza por lo que le hicimos a su padre... por haber manchado su nombre.

—¡Pero eso es injusto! —se lamentó Davin con tristeza—. ¡Hicisteis lo correcto!

—Cierto o no, eso no importa ahora. La cuestión es localizarlo antes de que pueda seguir haciendo daño... llama a tu hermano: infórmale de todo. Que busque conexiones... gente que pueda estar apoyando al "Fénix" desde el extranjero. Mañana por la mañana volveremos a Ballaster.

—¿Y después?

Buena pregunta. Sabía lo que mi Unidad haría durante las próximas semanas. Ahora que el "Fénix" sabía que Jyn estaba viva, las cosas cambiaban radicalmente y teníamos que actuar en consecuencia. Los próximos pasos de su Unidad, sin embargo, eran un auténtico misterio para mí.

No pude evitar sonreír ante la ironía. De haber seguido a mi lado, podría haberle respondido. Estando con su tío, muy a mi pesar, su destino no quedaba en mis manos... y mucho menos después de haberse enfrentado a Lucian.

—Tienes que volver con tu Unidad —respondí finalmente—. Aunque quisieras, no puedes quedarte indefinidamente con nosotros.

—¿Volver a mi Unidad? —Davin negó con la cabeza, molesto—. Estoy inactivo, ¿recuerdas?No sé si te has fijado, pero ya nadie me trata como un Pretor... además, Lucian me quiere desterrar a Zarangorr. ¡No tengo dónde volver!

—Esto es solo un alto en el camino, Davin. Puede que solo sean unas semanas... unos meses. Después todo volverá a la normalidad. Volverás a ser un Pretor, estoy convencido.

Lo estaba decepcionando, lo sé. Creo que en lo más profundo de su alma, Davin creía que podría quedarse con nosotros. Que aunque fuese de forma no oficial, podría trabajar a nuestro lado y seguir adelante, saltándose el castigo impuesto por el príncipe.

Que por ser mi hijo me arriesgaría y lo aceptaría como a uno más...

Lamentablemente, se equivocaba. De haber seguido conmigo lo habría hecho sin dudarlo, pero después de haber elegido su propio camino no me quedaba otra opción que mantenerme al margen, tal y como él había querido que hiciese. Davin había tomado sus propias decisiones, así que ahora era él quien debía asumir las consecuencias.

—Sabes perfectamente que si voy a la Torre de los Secretos, no me dejarán salir... —respondió con frialdad. Por el brillo de sus ojos, era evidente que estaba haciendo un auténtico esfuerzo por controlarse y no empezar a gritar—. Me van a encerrar de por vida.

—Puede que no —insistí, aunque ambos sabíamos que aquello no era cierto—. Debes ser paciente, Davin. Lucian es duro, lo sabes, pero también es justo. No va a dejarte encerrado eternamente. El castigo será proporcional a la afrenta.

—¿Que es justo? —Abrió los ojos de par en par—. ¿Bromeas? ¡Ese hombre...!

Davin dejó la frase a medias, prefiriendo tragarse las palabras que lanzarlas a la noche. De haber estado solos, lo habría hecho sin dudarlo. Aunque los años iban pasando y había ido moderándose, seguía siendo impetuoso. Pero no tonto. Había cosas que no podían ser dichas en alto, y mucho menos cuando, al otro lado de la puerta, mirándonos con fijeza desde el pasadizo, se encontraba el sobrino del príncipe acompañado por su fiel guardia, Nat Trammel.

Incómodos ante su repentina aparición, ambos entramos de nuevo en la fortaleza para acudir a su encuentro. Aunque hubiésemos querido, no podíamos esquivarlo eternamente.

—Alteza...

El príncipe Doric había cambiado mucho durante aquellos seis años. Gracias a las comparecencias públicas en las que había acudido a distintos eventos junto a su padre había podido seguir su evolución, pero la televisión no le hacía justicia. Poco quedaba ya del niño con el que mi hija se había codeado años atrás por el Palacio Imperial. Doric se había convertido en un hombre hecho y derecho, apuesto y fuerte, con una gran presencia. Aún le quedaba mucho por aprender para conseguir el aura intimidatoria que tanto caracterizaba a su tío, o la majestuosidad que rodeaba a Vespasian o al Emperador, pero estaba haciendo un buen trabajo. Con el tiempo, si seguía así, aquel joven lograría eclipsarlos a todos.

—Centurión, Davin, me alegro de verles —dijo el príncipe tras responder con un ligero asentimiento a nuestros saludos—. Antes, durante el aperitivo, nuestras miradas se cruzaron, pero me temo que nuestro encuentro fue imposible. Hacía mucho tiempo que no pisaba el norte, debía atender a sus gentes.

—Por supuesto —me apresuré a decir, restándole importancia—. Precisamente por ello nos mantuvimos a una distancia prudencial, no queríamos molestar.

—Es de agradecer —respondió, y desvió la mirada hacia mi hijo. Apoyó la mano en su hombro, en un gesto muy cercano—. Lamento enormemente lo que le ha pasado a Jyn, Davin. Sabes que me unía una fuerte amistad a ella. Su pérdida ha sido un duro golpe para mí.

Tras Doric, a una distancia prudencial, Nat Trammel desvió la mirada hacia el suelo. Al igual que el príncipe, el soldado lamentaba enormemente la muerte de Jyn... con la diferencia de que eran sentimientos distintos los que los habían unido. Mientras que para el príncipe mi hija era una gran amiga, el soldado parecía ir más allá.

Solo un corazón roto era capaz de teñir los ojos de un hombre de aquel modo.

—Agradezco sus palabras, Alteza —respondió Davin, escapando de la intensa mirada del príncipe para evitar que la mascarada se quebrase—. No hay día ni noche que no le dedique unos pensamientos tanto a ella como a su asesino.

—Sé que mi tío está trabajando duramente en ello —dijo Doric, alzando la mirada hacia mí—. Es cuestión de tiempo que lo atrapen... confío en que será pronto. Ese hombre debe pagar por todos los crímenes que ha cometido.

—Lo hará —aseguré con determinación—. Tiene mi palabra, alteza.

Satisfecho, el príncipe presionó suavemente el hombro de Davin antes de despedirse de él educadamente, pidiéndole unos minutos de privacidad conmigo para poder hablar sobre ciertos temas. Sorprendido ante la petición, pero sabiendo ocultar tras una máscara de absoluta cortesía su incomodidad, Davin se despidió de nosotros y se encaminó de regreso a la fiesta. Más tarde, una vez finalizase el evento, contactaría con Damiel, pero por el momento prefería mezclarse con la gente y no regresar en soledad a nuestra torre, cosa que agradecí. Davin era demasiado impredecible como para no preocuparme.

Tras su marcha acompañé al príncipe y su soldado hasta un despacho vacío situado no muy lejos del salón. Desde allí se oía la música y las voces de la fiesta, pero no molestaban. Las gruesas paredes de piedra amortiguaban el ruido y nos ofrecían una intimidad que, aunque en aquel entonces no me resultaba demasiado cómoda, pronto agradecería.

Ya a solas en el despacho, Nat Trammel se situó junto a la puerta, a modo de vigía, mientras que el príncipe se acomodaba en la butaca de cuero que aguardaba al otro lado de una amplia mesa de roble. Por la escasa decoración de la sala y los más de doce grandes archivadores que aguardaban al fondo, supuse que aquel lugar servía de oficina de alguno de los administrativos de Vespasian. ¿Petra, quizás?

Permanecí de pie frente a Doric con los brazos cruzados tras la espalda, a la espera. Desconocía el motivo de su interés en mí, pero por el modo en el que me miraba supuse que era algo bueno. Después de tantos años soportando estoicamente las miradas de su tío, duras e inquisitivas, agradecía que un Auren me mirase con lo que parecía ser una pizca de aprecio.

—Sé que no depende de usted, pero Davin no debería llevar ese uniforme, Centurión —empezó, logrando con su aviso dejarme sin palabras—. Hasta donde sé, está inactivo.

Necesité unos segundos para poder digerir aquella primera bofetada.

—Lo sé, Alteza... y tiene razón —respondí—. Actualmente se encuentra inactivo. No obstante, dado que es algo temporal y que nos pidieron expresamente que acudiésemos de uniforme a la cena, decidió ponérselo. Lamento lo ocurrido.

—No es una disculpa lo que busco, Centurión. Como ya le he dicho, sé que no depende de usted. Davin se unió a la Unidad Valens hace ya seis años, lo recuerdo muy bien, y es a Luther Valens a quien debería pedirle explicaciones. No obstante, es usted junto a quien ahora mismo se encuentra y siento auténtica curiosidad... —Doric juntó las manos sobre la mesa—. Los conozco mucho más de lo que imagina, Centurión. Tanto a usted como a sus hijos. Jyn se encargó de ello.

Jyn, como no.

—Supongo que no lo sabe, pues hasta donde sé no hubo trato entre ustedes, pero Jyn era plenamente consciente de sus orígenes —prosiguió—. Lo sabía desde hacía muchos años... pero hace seis Davin se encargó de confirmarlo. Antes de ello, sin embargo, nosotros nos encargamos de ayudarla en su búsqueda personal.

—¿Nosotros?

Doric hizo un ademán de cabeza hacia Nat Trammel, logrando con aquel sencillo gesto unirlo a la historia. Tal y como había sospechado después de nuestro encuentro en Vespia, aquel joven había jugado un papel muy importante en la vida de mi hija.

—Queríamos a Jyn —prosiguió Doric—. Nos conocíamos desde hacía muchos años y siempre quisimos ayudarla. Usted ya lo sabe, Centurión, pero su esposa y mi padre eran buenos amigos.

—Así es —le secundé, sin poder evitar que los músculos de la cara se me tensaran ante la mera mención del tema. Era incómodo, muy incómodo, y más cuando era con el hijo del Emperador con quien lo trataba—. Mi mujer tenía un gran aprecio por su padre, al igual que sé que mi hija lo tenía por usted. La historia se repite.

—Se repite, sí, y en gran parte es por deseo del Emperador. Fue él quien me pidió que me acercase a vuestra hija, Centurión, y cumplí con gusto. No tardamos en hacernos muy buenos amigos... Jyn era importante para mí. Su pérdida... —Doric negó suavemente con la cabeza—. Su pérdida ha sido muy dolorosa. Es por ello que, al ver a Davin y a usted juntos, no puedo evitar sentir curiosidad. Ella se habría sentido muy feliz de verlos unidos de nuevo.

No pude evitar sonreír. Aunque aún conocía poco a mi pequeña joya, no me sorprendía. Jyn se parecía mucho a su madre, y si bien los Valens tenían muchas particularidades, y no todas ellas buenas, una de las que más les caracterizaba era lo familiares que eran.

—Se lo agradezco, Alteza.

—Sé que Davin se encuentra en una situación complicada —confesó el príncipe—. Jyn decía que era un hombre complicado... impetuoso, y sé que es precisamente esa impetuosidad la que le ha llevado a enfrentarse directamente a mi tío.

—Ha pasado cerca de medio año encerrado en la Ciudadela por ello —respondí—. Hace apenas unas semanas que fue liberado. Se equivocó, pero pagó por ello.

—Y volvería a entrar si hubiese sido mi tío quien le hubiese visto con el uniforme en vez de yo. —Doric negó con la cabeza—. Por el cariño que albergo a Jyn, por favor, Centurión, asegúrese de que no siga cometiendo errores. Lucian es un hombre íntegro, pero es duro en sus castigos. Si Davin no reconduce su carrera, solo el Sol Invicto sabe qué será de él... y es un buen hombre, estoy convencido. Jyn creía en él.

Sabía lo que me estaba pidiendo. Doric no podía ser más directo de lo que ya estaba siendo, pero su discurso me bastaba para ser plenamente consciente de que estaba poniendo en palabras lo que tanto me atormentaba. Davin necesitaba ayuda, necesitaba replantearse su comportamiento si lo que quería era seguir adelante y superar la dura prueba a la que Lucian le estaba sometiendo, y yo, como su padre, tenía que tenderle una mano. Debía redirigirle antes de que cayese en el pozo... ¿pero cómo hacerlo después de que me diese la espalda?

¿Cómo hacerlo cuando no era de mí de quien dependía? Conocía a Luther, sabía que haría cualquier cosa por su sobrino... ¿acaso no debería esperar a que fuese él quien actuase? No era fácil.

—Yo también creo en él. Sé que puede llegar muy lejos... que es un gran Pretor, pero no ha tenido suerte. Imagino que ya lo sabe, Alteza, pero después de su estancia en la Ciudadela, el príncipe Lucian quiere que vaya a la Torre de los Secretos.

—¿A la Torre de los Secretos? —preguntó, confuso—. Desconozco ese lugar, ¿se trata de alguna guarida secreta de su Casa?

Decidí hablarle de Zarangorr. Aún era joven para conocer todos los secretos de las Casas Pretorianas, y aún más los de la Casa de la Noche, pero tarde o temprano le serían confiados, por lo que no dudé en adelantarme. La Torre de los Secretos era uno de los destinos más conocidos entre los nuestros, y no precisamente por sus vistas. Los agentes de la Noche sabían lo que significaba ser enviados a Zarangorr.

—En la mayoría de los casos es un viaje de ida sin billete de vuelta, alteza —expliqué—. Es por ello que aún no ha tomado la decisión. Después de su estancia en la Ciudadela creía que su castigo había finalizado. El encontrarse ahora con este nuevo golpe no está siendo fácil.

—Es comprensible —admitió Doric—. Conozco el motivo por el cual mi tío lo encarceló, y aunque es grave, no hasta este punto. Estoy convencido de que su estancia en la Torre de los Secretos será temporal.

—Eso es lo que todos queremos pensar, pero...

Decidí dejar la frase en el aire. No conocía al príncipe, pero podía leer en su mirada las dudas. Tanto él como Nat Trammel sabían que Lucian podía llegar a ser muy duro, y aquel no sería ni el primer caso ni último que verían en el que el príncipe había aplicado un castigo desproporcionado al delito cometido. Sin duda, Davin se encontraba en una situación muy comprometida...

Me pregunté si aquel joven podría hacer algo por mi hijo. Tanto Lucian como él eran príncipes, pero siendo Doric el heredero, estaba casi convencido de que su tío lo escucharía.

—Alteza, sé que no debería hacerlo, pero dadas las circunstancias me gustaría pedirle ayuda. Usted bien lo sabe por mi hija, Davin es un buen hombre. Si lo enviamos a Zarangorr sin fecha de regreso no volverá jamás. Quedará condenado para el resto de su vida y perderemos a un magnífico aliado con el que dar caza al asesino de Jyn... porque si ahora se encuentra conmigo, Alteza, es precisamente por ello.

—Si lo que me está pidiendo es que indulte a Davin del castigo impuesto por el príncipe, me temo que no puedo hacerlo, Centurión —aseguró—. Su conducta debe ser reconducida, y si la mejor forma de hacerlo es enviándolo a la Torre de los Secretos, apoyo a mi tío.

—Sin duda —me apresuré a decir—. Davin necesita recapacitar... replantearse su carrera, y en Zarangorr lo van a ayudar, estoy convencido. No obstante, sería todo mucho más fácil si además de fecha de ida, tuviese fecha de vuelta... después yo me ocuparía de él, tiene mi palabra, pero necesito saber que va a volver.

Doric se cruzó de brazos, adoptando una posición defensiva. Se sentía incómodo. La petición era sencilla, pero llevarla a cabo no iba a ser fácil precisamente. Lucian era un hombre complicado. Por suerte, estaba receptivo.

Asintió con la cabeza.

—Lo intentaré —aseguró—. Me encargaré de que reciba un castigo justo y medido. No quiero que Albia pierda a uno de sus mejores Pretores de la Casa de la Noche.

Sin excusas, sin condiciones. Sencillamente le pedí ayuda y él, siendo quien era, no dudó. Aquella petición podría ponerle en una situación complicada, pero el príncipe ni tan siquiera se lo planteó. Haría lo que estuviese en sus manos, y lo haría por Albia, porque Davin era un buen Pretor y el Imperio lo necesitaba... pero sobre todo lo haría por mi hija, porque incluso después de haber muerto, seguía siendo leal a ella.

Imagino que no es necesario decir que aquel día Doric Auren se ganó mi lealtad, ¿verdad?

—Se lo agradezco, Alteza —aseguré—. Se lo agradezco enormemente.

—Lo intentaré, pero no prometo nada. Mi tío no es un hombre fácil.

—Incluso así...

—Jyn se habría alegrado de escucharlo —apuntó Nat, rompiendo al fin el silencio con el que había aguardado hasta entonces—. Habría estado muy agradecida, Alteza.

Doric sonrió levemente, probablemente con una mezcla de sentimientos en lo más profundo de su ser. Aquel hombre quería a mi hija, era evidente, y lo que acababa de hacer así lo evidenciaba. De hecho, todos y cada uno de sus actos desde nuestro encuentro lo habían demostrado. Jyn había dejado dos buenos amigos atrás en aquellos hombres. Dos personas que incluso después de haber muerto seguían luchando y cuidando de ella. De todo lo que una vez le había importado...

De aquello por lo que una vez tanto había luchado.

Sol Invicto, ¿cómo no decirles la verdad? Semanas atrás, Nat Trammel había logrado romperme el corazón al despedirse de mi hija. Lo había hecho con tanto cariño y amor que, por un instante, había temido no poder mantener el engaño. Ahora, en otro país y en otras circunstancias, la historia volvía a repetirse, pero no únicamente por él. Doric se había ganado mi lealtad con su generosidad, y yo, con tan solo una moneda para pagarle, no quería despedirme de él sin demostrar cuánto valoraba su acto.

Y sí... puede ser que una vez más me equivocase, pero no pude evitar decir las palabras que en aquel entonces lograrían que los dos jóvenes enmudeciesen.

—Alteza, Nathanatiel... creo que deberían ver algo antes de instalarse definitivamente en Herrengarde. Si fuesen tan amables de acompañarme hasta Vespia... será un viaje corto, tienen mi palabra, pero tienen que verlo con sus propios ojos. 

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