Capítulo 35
Capítulo 35 – Damiel Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Pasamos toda la noche en el hospital, sentados en los bancos que había frente a la puerta tras la cual se encontraba Olivia ingresada. Por decisión de los médicos habían restringido la entrada de visita, por lo que aún no habíamos entrado a verla. Y podríamos haberlo hecho, no voy a mentir. Siendo quienes éramos, habría sido tremendamente fácil colarse sin ser vistos. No obstante, por respeto a Olivia y, probablemente por temor a lo que pudiésemos encontrar dentro, nos quedamos en el pasadizo, viendo las horas pasar en completo silencio, con la sensación de que, poco a poco, se nos escapaba la vida de nuestra querida Pretor de la Corona de las manos.
Fue una noche muy dura. Sentados el uno junto al otro, Lansel y yo habíamos intentado amenizar la espera hablando, pero a ninguno de los dos nos salían las palabras. Estábamos tan impactados por lo sucedido que no sabíamos qué decir. Podía ser casualidad, desde luego, pero ambos estábamos tan convencidos de que el "Fénix" estaba detrás de aquel ataqu, que no nos cabía otra posibilidad en la cabeza.
El "Fénix"... ¿a cuantas personas más estaba dispuesto a dañar con tal de hacernos daño? Y lo que era aún peor. ¿Qué le habíamos hecho para que nos odiase tanto?
Lyenor se unió a nosotros un par de horas después, cuando nos encontrábamos en la cafetería desayunando. Había pasado la noche yendo y viniendo del hospital al Jardín de los Susurros, llevando y trayendo información continuamente. El ataque a Olivia había hecho sonar todas las alarmas en el Palacio Imperial, y aunque todo apuntaba a que el asesino no tenía como objetivo la Familia Real, fue inevitable que se activasen los protocolos de seguridad.
—Ha pasado algo, chicos —anunció tras pedirse un café y aguardar a que el camarero dejase la taza sobre la mesa. Aquella mañana, a pesar de llevar toda la noche sin dormir, Lyenor tenía especialmente buena cara. Mantenerse activa le sentaba muy bien—. Pero no quiero que perdáis la cabeza antes de tiempo, ¿de acuerdo? Sobre todo tú, Damiel, que nos conocemos.
Estaba demasiado saturado como para perderla, pensé. En los últimos tiempos se me habían acumulado tantas cosas que dudaba que hubiese nada que lograse sacarme de aquel extraño limbo en el que vivía. Demasiado enfadado con el mundo, demasiado enfadado conmigo mismo. Necesitaba que todo se calmase... que me dieran un respiro.
Lástima que a nadie le importase.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Lansel.
—Esta noche ha ardido la academia de Lisa Lainard —dijo en tono confidencial—. Los bomberos siguen sofocando las llamas, pero uno de los míos ha logrado internarse y ver qué ha sucedido. Desde un principio se ha barajado la posibilidad de que fuese intencionado, y tras unas cuantas horas de ver arder el edificio, se ha acabado confirmando. Alguien se ha colado esta noche en la academia y la ha hecho arder hasta los cimientos... y ha dejado algo más. Una advertencia.
—¿Una advertencia? —repetimos Lansel y yo a la vez—. ¿A qué te refieres, Lyenor?
La Centurión dio un sorbo a su café antes de responder, probablemente buscando las palabras adecuadas. No era fácil tratar un tema tan delicado con Pretores tan implicados emocionalmente.
—Han entrado en una de las habitaciones y han llenado la pared de nombres... todos escritos con tinta roja. A simple vista parecía sangre, pero está hecha con un producto no inflamable capaz de soportar las llamas.
—¿Qué nombres?
—Hay muchos nombres, Damiel... los nombres de sus víctimas. Un listado entero. Te enviaré la fotografía al teléfono, para que lo revises, pero vaya... —Lyenor negó con la cabeza—. Además hay un mensaje. Alguien ha escrito "Siete días" encima de la cama de una de las bailarinas.
—¿Qué cama? —preguntó Lansel—. ¿Qué habitación?
Lyenor me miró de reojo antes de responder. Antes de decirlo yo ya sabía a qué habitación y a qué cama se refería. Por supuesto que lo sabía.
Dejé escapar un suspiro. El "Fénix" había descubierto que Jyn seguía con vida. Desconocía cómo, aunque me lo podía imaginar, pero era evidente que lo sabía y estaba muy enfadado. Exigía que se presentase ante él para acabar lo que había empezado, y para ello había dejado aquella amenaza en forma de mensaje. Siete días... me pregunté qué pasaría en caso de que no obedeciese. ¿Añadiría nuevos nombres a la lista? Y en caso de ser así... ¿sería el de Olivia el primero?
Permanecimos unos minutos en silencio, pensando en lo ocurrido. Quería ir a ver con mis propios ojos lo ocurrido en la Academia, los restos del edificio y la habitación llena de nombres, pero no era el momento. Ahora más que nunca debía pensar con cabeza, no podía dejarme llevar por los sentimientos, y decidir con cuidado mis próximos movimientos. Cuanto más alterado estuviese el "Fénix", más actuaría y menos cuidadoso sería en sus actos, así que debía tener los ojos muy abiertos.
Saqué el teléfono y comprobé la imagen que acababa de enviarme Lyenor al correo digital. Efectivamente, el mensaje estaba inscrito en rojo en la pared, con letras mayúsculas y rodeado por nombres... muchos nombres. Demasiados para ir leyéndolos uno a uno.
Adjunté el archivo a un mensaje y se lo envié a Misi, para que se encargase de ello. A continuación, aprovechando que Lyenor y Lansel empezaban a charlar sobre las cenizas en las que se habían convertido las flores, salí de la cafetería para llamar por teléfono.
Misi no tardó más que un par de tonos en responder.
—Optio, aquí Calo.
—Hola Misi —respondí—. ¿Hay novedades? ¿Sabéis ya algo?
—Tenemos novedades, sí —dijo, y escuché cómo se alejaba unos pasos antes de seguir hablando. Se cambió el teléfono de mano—. Estamos en Vespia, jefe. Hemos trasladado los cadáveres al depósito local. La comisaria Liliard se va a encargar de ellos. Están preparando una coartada. Yo, por mi parte, he estado investigando a la mujer que nos atacó, la de la documentación falsa. Su nombre real era Lía Demark y era de Talos. Procede de una familia de clase alta muy bien situada, dueños de una de las mayores empresas del país. Son gente respetada y muy, muy adinerada, cuya hija mayor, Lía, desapareció hace dos años. Según he podido saber, se barajaba la posibilidad de que fuese un secuestro. Ahora, visto en perspectiva, todo apunta a que la chica simplemente se fue. Imagino que ya sabes con quién, ¿no?
—Gregor Waissled, supongo.
—Bingo. El padre de Waissled nos ha confirmado que había visto en varias ocasiones a su hijo con esa chica... aunque utilizaba otro nombre, claro. Nunca le confirmó si eran pareja, pero lo daba por sentado. —Misi hizo una breve pausa—. Todo apunta a que Waissled mandó a su chica al entierro para verificar el terreno... dábamos por sentado que se personaría, pero ha sido inteligente.
—Demark debió reconocer a Jyn el día anterior del ataque y dio la voz de alarma —respondí yo, atando cabos—. El "Fénix" sabe que sigue viva.
Misi enmudeció momentáneamente al escuchar aquellas palabras. Había barajado la posibilidad en todo momento, desde luego, pero al no haber encontrado ningún mensaje de alarma en el teléfono de Demark había querido creer que había logrado mantener a Corven a salvo.
Había sido un error sacarla.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó al fin en apenas un susurro—. He revisado su teléfono, y...
Sin necesidad de verla, supe que varias lágrimas de rabia habían rodado por las mejillas de Misi al explicarle lo ocurrido en la academia de las "Elegidas". La joven Pretor había estado tan convencida de que lo que hacía era lo correcto que el ver lo que sus actos habían provocado le había dolido enormemente. Sacarla había sido un error... un error que podría salirles muy caro a todos, y más si el "Fénix" decidía tomar represalias. Olivia no tenía porque ser el primer nombre ni el último en unirse a la lista que decoraba la pared de la habitación de Jyn.
—¿Ha muerto? Sol Invicto, Damiel, perdóname, jamás imaginé que...
—Sigue en el hospital —interrumpí, atajando de raíz una disculpa que, en el fondo, no merecía—. Es una Pretor: sobrevivirá. No obstante, lo sucedido pone en evidencia que el "Fénix" sabe lo de Jyn. Quiere que se entregue.
—¡No pienso entregarla! —exclamó Misi—. ¡Jamás! ¡La matará!
—Por supuesto que no vamos a entregarla —la secundé—. Pero hay que estar preparados para posibles represalias. Si realmente ha atacado a Olivia a modo de venganza, teniendo en cuenta sus patrones de comportamiento, puede que vaya también a por ti.
—¿A por mí? —Misi lanzó una carcajada nerviosa—. Pues que venga, ya ves tú, no me da miedo... la cuestión es que tendría sentido. No que venga a por mí, pero sí que haya decidido tomar represalias. Verás, estuve revisando el teléfono de Demark. En él he encontrado el número de Gregor entre otras cosas. Hay muchas llamadas entre ellos... y mensajes. Ninguno en el que se mencione a Jyn, son de carácter más personal, pero sí hablan de una localización en la que verse. Un lugar en el que se han alojado en varias ocasiones cuando viajaban a Vespia. Se encuentra en uno de los suburbios de la capital y Olic ha estado inspeccionándolo hace unas horas. Por lo visto, ha sido cuestión de horas que no encontrase a Gregor dentro... por poco lo cogemos.
—¿Estáis siguiendo su rastro?
—Por supuesto. Yo misma estoy en ello. Pero como te decía, Olic ha registrado la casa. No quedaba demasiado, Gregor se había encargado de limpiarlo todo... o casi todo. Entre la basura ha encontrado restos de ceniza. Olic ha cogido unas muestras y me las ha enviado... puede que se correspondan con las que habéis encontrado en casa de Olivia. Según han confirmado los vecinos, poco antes de que abandonase el piso, Gregor recibió la visita de un mensajero.
Ningún vecino recordaba a qué compañía pertenecía, por lo que no estaba siendo nada fácil seguir el rastro. No obstante, tenían más datos al respecto. Como mínimo Gregor había preparado cinco paquetes para su envío... cinco paquetes que, sumado al de Olivia y al que en breves minutos descubriría que había sido recibido por parte de uno de mis aliados, sumaban los siete que se correspondían a los días que el "Fénix" el había dado a Jyn para aparecer.
Siete días, siete asesinatos... aquel tipo no se andaba con tonterías.
—Intentaremos seguir el rastro de los paquetes —aseguró Misi—. Pero no va a ser fácil. Debes avisar a todo aquellos que estén sujetos a un posible ataque. Amigas, compañeras, familiares... entre ellas las agentes de Valens.
—Luther ya está al tanto —respondí—, pero igualmente hablaré con él. Localiza a ese tal Gregor, Misi, lo necesitamos. ¿Dónde está Marcus? ¿Ha dado ya con Perséfone?
Perséfone era la mujer a la que Gregor había contratado para el rescate de Alaya Cyrax. Ella, a su vez, había sub-contratado a Max Cornel, lo que la convertía en la única testigo que había tratado cara a cara con Gregor en los últimos tiempos. Con suerte, tendría algo importante que decir.
—Está en ello. Esa mujer se esconde bien... pero la encontrará, estoy convencida. Olic y yo estamos intentando seguir el rastro de Waissled, pero hasta que la comisaria Liliard no acabe con los cuerpos me temo que no podré dejar Vespia.
—Necesito que uno de los dos vuelva al "Nido" y proteja a Jyn —advertí—. No quiero que esté sola, y mucho menos ahora que el "Fénix" sabe que está con vida. Avisa a Marcus: el que antes acabe, él o tú, que vuelva de inmediato. Me temo que nosotros aún tardaremos en volver.
—De acuerdo Damiel. Se lo transmitiré de inmediato. Si hay novedades...
—Te informaré, sí. Nos mantenemos en contacto.
Volví a la cafetería con un mal sabor de boca. Misi se sentía culpable, lo sabía, pero no había creído conveniente decirle nada al respecto. Aunque era cierto que el único responsable de lo que estaba ocurriendo era el "Fénix", se había equivocado al sacar a Jyn del "Nido". Era complicado que alguien la reconociese, pero por desgracia así había sido y las cosas se estaban complicando demasiado... y todo por su decisión. Así pues, no podía consolarla por algo que sí que había hecho. Misi se había equivocado y debía aguantar las consecuencias, tal y como hacíamos todos.
Eso sí, debo admitir que me quedé con ganas de decirle algo. Quería a Misi, y el saber que no estaba pasando por un buen momento resultaba doloroso. No obstante, tenía que aprender, y la única forma de hacerlo era aquella. En el fondo, era por su propio bien.
—En fin, debo ir al Jardín de los Susurros —anuncié a mis compañeros—. Tengo que ver a mi tío. Lyenor, es posible que estés en la lista del "Fénix", así que te recomiendo precaución.
—Tarde —respondió ella.
Lyenor, que para cuando volví tenía el teléfono entre manos, depositó el dispositivo sobre la mesa y dejó escapar un suspiro. A su lado, Lansel miraba al vacío con los ojos entrecerrados, pensativo. Al parecer, yo no era el único que había decidido contactar con los míos durante aquel rato.
—Me ha llamado Cal, uno de mis chicos —explicó—. Hace diez minutos que han recibido el mismo paquete que Olivia en mis dependencias del Castra Praetoria. Aún no lo han abierto.
—Que no lo hagan —respondí—. Al menos no sin estar protegidos.
—Si te parece bien acompañaré a Lyenor, Damiel —propuso Lansel—. Me gustaría ver con mis propios ojos el contenido una vez más. En caso de que haya cualquier novedad con Olivia, nos avisarán, ya lo he pedido. Igualmente, su familia debe estar al caer...
Aunque hubiese preferido que uno de los dos nos quedásemos en el hospital, sabía que ambos debíamos seguir con nuestras obligaciones. Olivia simbolizaba nuestra parte más humana, nuestra parte más mundana, y en aquel entonces, muy a mi pesar, no eran hombres heridos lo que Albia necesitaba.
—De acuerdo. Nos mantenemos en contacto, ¿de acuerdo?
Lyenor me presionó el hombro con suavidad a modo de despedida. Cuidaría bien de Lansel, lo sabía. Dos noches atrás se había encargado de mí, por lo que sabía que no fallaría. Aquella mujer, en el fondo, era lo más parecido que teníamos a una madre, e incluso años después de habernos dejado para seguir con su propio camino, seguía haciéndolo.
La echaba de menos.
Volver a pisar el Jardín de los Susurros después de tanto tiempo fuera resultó extraño. Años atrás, aquel había sido mi hogar. Conocía cada palmo de su jardín, todas las entradas a los mausoleos e incluso los accesos más secretos, aquellos cuyos dueños creían invisibles a ojos de los demás. Siendo adolescentes, Lansel y yo habíamos recorrido toda la zona en centenares de ocasiones, registrando todos sus rincones. Ahora, seis años después, era posible que hubiese nuevas localizaciones y nuevos ocupantes, pero la esencia seguía siendo la misma. Por suerte, eso jamás cambiaría. Pasase el tiempo que pasase, su aura oscura siempre seguiría envolviéndome como el primer día, dándome la bienvenida al que sería mi hogar hasta el día de mi muerte.
Mi auténtico hogar...
Paseé por los caminos de piedra, disfrutando de la salvaje naturaleza del jardín. Las plantas y los árboles no habían cambiado en absoluto, pero sí que notaba el aumento de insectos en la zona. Sus zumbidos, ahora mucho más audibles de lo habitual, me acompañaron a lo largo de todo el paseo, aunque no llegaron a incomodarme. Formaban tan parte del escenario como yo, de modo que nos respetábamos los unos a los otros.
Pasé junto al camino que daba a la entrada de nuestra guarida. Llevaba mucho tiempo deshabitada. La noche anterior Lansel había dormido allí, pero no le había preguntado sobre su estado. Suponía que todo seguiría en su lugar. Dejándola ya atrás, seguí recorriendo el camino principal, deteniéndome únicamente un par de minutos para saludar a un antiguo conocido, hasta alcanzar la zona más sombría del jardín, en el otro extremo. Allí, oculto al final de un camino de rosas negras, aguardaba un pequeño estanque en cuyo corazón, alzándose sobre el suelo pantanoso con grandes bloques de mármol negro, aguardaba el monolito a los pies del cual se encontraba la entrada a la guarida de los Valens.
Bordeé el estanque hasta alcanzar la orilla este, donde varias hojas flotaban en el agua. Bajo estas había varias estatuas humanas cuyas coronillas quedaban a apenas un par de centímetros sobre la superficie. Apoyé el pie sobre la primera hoja, asegurándome de que la piedra siguiese en su lugar, y una vez confirmado inicié el avance. Un minuto después, ya en la pequeña isleta central, me acerqué al dolmen. Tras este, cubierta por su sombra, se encontraba la escalera de acceso.
Me asomé. Normalmente se podía percibir la luz de las antorchas en las profundidades del túnel, como ojos en la oscuridad. Aquel día, sin embargo, la negrura era total... como si no hubiese nadie.
Decidí bajar. Si realmente había alguien en la guarida, a aquellas horas ya debía saber de mi presencia allí, por lo que no tardarían demasiado en acudir a mi encuentro. La Unidad Valens nunca dejaba nada al azar... y en aquella ocasión no fue diferente. Descendí a lo largo de veinte metros hasta alcanzar una pequeña sala circular de piedra donde las antorchas estaban apagadas. Por suerte, no necesitaba luz para poder ver en las sombras. Me acerqué a la puerta cerrada que conectaba con el pasadizo principal y apoyé la mano sobre la losa que había junto a la cerradura. Mi mano, ya grabada en la memoria del dispositivo de seguridad, no tardó en granjearme el paso.
La guarida de la Unidad Valens estaba especialmente sombría aquel día. Con la mayor parte de las antorchas apagadas, tuve que atravesar el primer tramo del pasadizo a oscuras. Una vez alcanzada la primera encrucijada, giré por el pasadizo izquierdo hasta el final, donde aguardaba una puerta metálica con un gran sol sonriente en su superficie. Introduje la mano en su boca entreabierta para abrirla. Al otro lado del umbral, con los peldaños iluminados por piedras blancas que irradiaban luz, aguardaba una escalera de caracol. Descendí los escalones uno a uno, sintiendo que me adentraba cada vez más en las profundidades de la tierra, y una vez abajo, en el interior de un pequeño recibidor, me encaminé hacia el pasadizo derecho. El izquierdo, como en varias ocasiones me había advertido mi hermano, daba a un pozo al que era mejor no acercarse. Así pues, deambulé en silencio por el corredor hasta alcanzar el cruce de caminos que daba al pasadizo principal.
Allí las antorchas sí que estaban encendidas.
Miré a izquierda y derecha, tratando de orientarme en base a los últimos recuerdos que tenía del lugar, y me encaminé hacia el despacho de mi tío. No recordaba exactamente detrás de qué puerta se encontraba. Por suerte, antes de empezar a dudar, alguien se cruzó en mi camino. Alguien cuya mera presencia logró que me detuviese en seco para observar en silencio como pasaba a mi lado sin tan siquiera mirarme, totalmente concentrada en sus propios pensamientos.
—Diana —dijo de repente una voz masculina tras de mí—. Es Diana. No la conocías, ¿verdad?
Al volver la vista atrás encontré a Magnus Wise mirándome con fijeza, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. Tal y como se mantenía en mi memoria, Magnus seguía tan esquelético como de costumbre, con los ojos hundidos en profundas ojeras y un corte en la cara a modo de boca. Aquel día lucía su uniforme de Pretor totalmente negro, con la capa colgada a las espaldas. En el pecho lucía el emblema de la casa, la luna y el puñal, y en la cadera la espada ceremonial. Por su aspecto, supuse que estaba a punto de salir.
Me tendió la mano a modo de saludo.
—Optio —dijo—, me alegro de verte.
—Igualmente compañero —respondí yo, estrechando su huesuda mano con fuerza—. Han pasado ya muchos años de la última vez que nos vimos.
—Demasiados. Te diría que has cambiado, pero la magia de la Magna Lux te mantiene igual que hace seis años.
—Lo mismo digo.
Volví la vista atrás en busca de la niña. Nuestro encuentro había sido muy breve, pero me había bastado para poder percibir la intensa negrura de sus ojos y cabello. Aquella niña, al igual que el resto de habitantes de la guarida de los Valens, parecía nacida de la propia oscuridad.
—Diana —volvió a repetir Magnus.
—¿Es tuya?
—¿Mía? —Magnus alzó las cejas, divertido ante la pregunta—. Sol Invicto, ni en mis peores pesadillas. La niña es del Centurión, ¿no sabías de su existencia?
No respondí. No valía la pena. Podría haberme sentido ofendido porque se me hubiese ocultado la existencia de Diana, pero dadas las circunstancias preferí no tocar el tema. Luther era una persona tremendamente familiar y protectora. Si la había ocultado, sus motivos tendría.
Eso sí, he de admitir que me habría gustado saberlo.
—No importa —dije, volviéndome ya hacia el agente—. Vengo a verle.
—¿A Luther? —Magnus negó con la cabeza—. Llegas tarde, salió hace unas horas. Hasta donde sé, ha sido convocado por el príncipe.
—¿Y sabes cuándo volverá?
Magnus me dedicó una sonrisa socarrona.
—¿A ti qué te parece? Es el Centurión, su paradero siempre es desconocido. Como mucho te puedo llevar con Danae. Incluso las Goldwid están fuera.
Pedí que me llevase con la agente, la cual se encontraba dos plantas más abajo, en el interior de un espacioso laboratorio.
—Glorin —llamó tras golpear la puerta con los nudillos—, tienes visita.
Danae Glorin apareció bajo el umbral vestida con una larga bata de color negro y unas gafas protectoras en la cabeza. Su rostro, blanco como el papel, apenas había cambiado en aquellos años, aunque sí su expresión. Si bien no había perdido ese aire de autosuficiencia que siempre la había caracterizado, en aquel entonces parecía algo más afable. Algo más humana.
Abrió los ojos con sorpresa al reconocerme. Se quitó un guante, se lo puso bajo el brazo y me tendió la mano, dejando a la vista sus largos y blancos dedos de uñas pintadas de negro.
—Sumer —dijo—, eres la última persona a la que esperaba ver hoy. Lamento lo de Harper. ¿Hay alguna novedad?
Le estreche la mano con suavidad, sin poder evitar que mi vista fuese más allá de sus espaldas hasta el luminoso interior de la sala. El laboratorio de Danae no escatimaba en recursos. Mirase donde mirase, las mesas y las estanterías estaban repletas de libros y útiles. Había botellas de cristal de distintas formas y tamaños, frascos y calentadores; tubos de ensayo y un cuerpo en una camilla.
Un cuerpo desnudo con el torso abierto al que le estaban practicando una autopsia... un lugar perfecto para una niña, vaya.
Gracias al Sol Invicto que se había quitado el guante para saludarme.
—Me temo que no —respondí—, sigue en el hospital. De momento no dejan que la veamos.
—Bueno, paciencia.
Salió del laboratorio y cerró la puerta tras de sí, impidiendo así que pudiese seguir viendo el siniestro espectáculo que aguardaba más allá del umbral. A simple vista no había muestras de sangre por ningún lugar, pero el hedor, aunque muy débil, llenaba la boca de metal.
Ya en el pasadizo, Danae hizo un ademán de cabeza a Magnus para que nos dejase a solas. El agente se llevó la mano a la sien y se despidió con una sonrisa cruzándole la boca. Acto seguido, se fundió con las sombras, desapareciendo de nuestra vista con inquietante facilidad.
Danae se quitó el otro guante también para frotarse las manos. A continuación, pidiéndome ayuda para ello, se desprendió de la bata negra, dejando así a la vista una prominente curva en el vientre que no dejaba lugar a la duda.
—Oh, vaya —dije sin poder evitar que mi mirada volase a su barriga—. Enhorabuena.
—Por tu cara imagino que tampoco lo sabías —respondió ella, recuperando la bata de mis manos—. Creí que Luther os lo habría dicho durante la visita a Vespia.
—Me temo que no... al igual que tampoco nos habló de Diana. —Me encogí de hombros—. La distancia, imagino.
—No es la distancia la que separaba a los hombres, Damiel —corrigió ella—. Pero dudo que sea ese el motivo de tu presencia aquí. ¿Venías en mi búsqueda o en la del Centurión?
Danae hablaba en pocas ocasiones, pero cuando lo hacía era tan directa y tan franca que lograba hacerme sentir incómodo. Además, sus ojos no ayudaban. No eran desagradables, ni muchísimo menos, pero miraban con tal fijeza que estar a su lado se convertía en una especie de juicio en el que era difícil no sentirse el acusado.
—No voy a engañarte, venía a ver a Luther —confesé—, pero en el fondo creo que es mejor hablarlo contigo. ¿Hay algún lugar en el que podamos estar cómodos? Sería mejor que estuvieses sentada, ¿no?
—A tu prima no le va a pasar nada por estar un rato de pie —respondió, tajante—. ¿Qué es eso que tienes que decirme? Si es sobre las cenizas que recogieron ayer en casa de Harper, te diré que no he sido yo quien las ha analizado. No me lo han permitido. No lo consideraron...
—¿Seguro? —La interrupción pareció ofenderla, pero no me importó. Danae estaba de mal humor, era evidente, por lo que no iba a tenerlo en cuenta. Además, llevaba en su vientre a mi segunda prima, ¿cómo demonios iba a decir nada?— Es comprensible. De todos modos, no era de las cenizas de lo que quería hablar. Al menos no directamente. Verás...
Danae me escuchó en silencio, sin variar un ápice la expresión. Formar parte de nuestra familia la ponía en peligro, tanto a ella como a Diana, y eso era algo que debía conocer. Cabía la posibilidad de que no le sucediese nada. Es más, estando en el Jardín de los Susurros lo más probable era que el "Fénix" no pudiese llegar a ellas, pero dudaba mucho que aquella cría pudiese pasar tanto tiempo bajo tierra. No podía ser sano. Así pues, era necesario que supiese la verdad.
En sus manos quedaba decidir qué hacer con ella.
—¿Crees que va a venir a por nosotras? —preguntó finalizada la narración, apoyando al espalda sobre la pared.
—Es posible —admití—. Hasta donde sabemos, parece que tiene interés en acabar primero con todas las mujeres. Después irá a por nosotros.
—No creo que tenga constancia de mi existencia, y mucho menos de la de Diana.
—Conocía la de Olivia —respondí—, por lo que no hay que descarar ninguna posibilidad.
—¿Y qué pasa con Lyenor? Dices que ha recibido el paquete... ¿le ha pasado algo?
Negué con la cabeza, sorprendido ante el interés. Hasta donde yo sabía, entre Lyenor y Danae no había ningún tipo de relación. O al menos no la había habido en el pasado, claro. Ahora, llevando tanto tiempo fuera de la ciudad alejado de ambas, cualquier cosa era posible.
—Está bien —dije—. El paquete lo recibió uno de sus hombres. Jeavoux y ella están precisamente ahora examinándolo. —Dejé escapar un suspiro—. Puede que no estéis en la lista de ese monstruo, Danae, pero preferiría que fueseis precavidas... tanto tú como tu hija. Hasta que no lo detengamos, nadie estará del todo seguro.
—Siempre tenemos cuidado —contestó ella sin inmutarse—. Te sorprendería saber la cantidad de enemigos que tenemos por el mero hecho de formar parte de la Unidad Valens. No obstante, te tomo la palabra. Avisaré a Luther de tu visita.
—De acuerdo... cuidaros entonces. Y... —No pude evitar que mi mirada volviese a dirigirse a su vientre—. Suerte.
Abandoné la guarida de los Valens con la sensación de no estar haciendo bien las cosas. Parte de mi familia se encontraba en aquel lugar, oculta bajo toneladas de tierra, y el separarme de ella de aquel modo no era correcto. Luther, a pesar de todo, era el hermano de mi madre, así que sus hijas y yo compartíamos sangre. Éramos familia... y aquella no era forma de tratarla.
Ojalá hubiesen sido las cosas diferentes. Sé que yo era uno de los culpables de que se diese aquella situación al cortar la relación con mi tío, pero a aquellas alturas ya no había vuelta atrás. Mi lealtad era hacia mi padre, Aidan Sumer, y si aquel hombre decidía darle la espalda, jamás podría contar conmigo. Costase lo que costase... doliese lo que doliese.
El sacrificio valía la pena.
Aprovechando que me encontraba en el Jardín de los Susurros, decidí volver a visitar nuestra guarida. Tenía muchas cosas que hacer, y más después de que Kobal me abriese un universo de posibilidades tras hablarme de sus innovadoras para estudiar los cadáveres, pero en aquel entonces solo tenía ganas de sentarme cinco minutos y descansar. Cerrar los ojos y dejarme acunar por el Rey de los Sueños durante un rato... caer en la oscuridad total y olvidar.
Lamentablemente, la gente como yo no tenemos tiempo para ello, y así me lo recordó Misi cuando, al dejarme caer en mi propia cama, el teléfono sonó. Lo saqué del bolsillo con cansancio, sintiendo los brazos más pesados que nunca, y me lo llevé a la oreja.
La voz de la agente Calo no tardó más que unos segundos en romper el silencio reinante.
—Optio, soy Misi —saludó—, ¿tienes un momento para hablar?
—Sí, no hay problema. ¿Hay alguna novedad?
—La hay, sí... —Dudó por un instante—. ¿Estás solo?
Sorprendido ante la pregunta, me dejé caer de espaldas en la cama y centré la mirada en el techo. Aquel era el sitio más seguro y con acceso más limitado de todo Hésperos, así que sí, estaba solo.
—Sí, estoy solo... ¿qué pasa? ¿A qué viene esa pregunta?
Hubo unos segundos de silencio. Al otro lado de la línea, Misi estaba indecisa, algo totalmente impropio de ella y que evidenciaba que algo grave estaba pasando... algo muy grave.
—¿Misi? —dije, sintiendo ya la preocupación teñir mis pensamientos—. ¿Qué pasa? ¿Estáis todos bien? ¿Ha pasado algo?
—No, no, estamos bien, te lo aseguro... es solo que he estado revisando la fotografía que me mandaste. —Tragó saliva—. Los nombres. Tú... tú no los has leído, ¿verdad?
Inquieto ante la cuestión, me incorporé en la cama. Lo cierto era que no le había prestado demasiada atención a la lista. Sencillamente había leído un par y se la había enviado. Para mí, lo más importante había sido el mensaje... la amenaza de los siete días.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Más que nunca, el silencio reinante resultaba opresivo.
—¿Qué pone? —dije en tono cortante—. ¿Qué has visto?
En aquel momento mi teléfono se iluminó al recibir una segunda llamada. Hice ademán de mirar la pantalla instintivamente, para ver el número de entrada, pero rápidamente me concentré en la actual. Ahora mismo solo podía pensar en Misi y en la pared llena de nombres.
—¡Misi! —grité—. ¡Dilo ahora mismo! ¡Maldita sea! ¿¡Qué has visto!?
—Aparece su nombre... —respondió al fin, con la voz temblorosa—. Puede que sea un engaño, una provocación, pero...
—¿Qué nombre? ¿De quién demonios hablas?
—De ella, Damiel... —Misi cogió aire—. Jyn Valens.
Jyn Valens. Escuchar aquel nombre logró que mi corazón diese un vuelco. Que las rodillas se me aflojasen... que el teléfono se me escapase de entre los dedos. Separé los labios, sintiendo la garganta seca, y me llené los pulmones de aire. Una vez, dos, tres...
No recuerdo cuánto tiempo estuve así, respirando profundamente para no ahogarme. Sentía que me faltaba el aire, que alguien me estaba apretando el pecho... que me estrujaba los pulmones. Llevaba años queriendo saber aquel nombre, queriendo descubrir quién había acabado con ella, y ahora que al fin lo sabía, no podía aceptarlo.
No quería aceptarlo.
Cualquier otro menos él...
El sonido del teléfono al sonar contra el suelo interrumpió mis pensamientos. No recordaba haberme despedido ni haber colgado a Misi, por lo que supuse que era ella tratando de contactar conmigo de nuevo. Para mi sorpresa, sin embargo, era Lansel el que llamaba.
Acepté la llamada con las manos aún temblorosas y me llevé el dispositivo a la oreja. Me costaba hablar... me costaba incluso pensar. Por suerte, en aquella ocasión no fue necesario. Lansel no quería conversar, sencillamente quería transmitirme un mensaje, y para ello no necesitó que yo respondiese. Con escucharlo fue más que suficiente.
—Damiel, soy Lansel. Ven al hospital de inmediato, Olivia... Olivia ha muerto, Damiel. Ven cuanto antes, te necesitamos aquí.
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