Capítulo 30

Capítulo 30 – Davin Valens, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)




El viaje no estaba siendo demasiado ameno. Sentados en la parte delantera de un todo terreno, turnándonos cada tres horas para conducir, Aidan y yo recorríamos Albia en silencio, disfrutando de los bonitos paisajes que nos acompañaban. Después de dejar Ballaster y cruzar la frontera habíamos recorrido cien kilómetros a través de una de las carreteras secundarias hasta llegar a una de las autopistas principales. Una vez en ella, habíamos pasado cinco horas de asfalto y polución hasta desviarnos de nuevo por una carretera de montaña, dirección al norte.

Y allí seguíamos ocho horas después, adentrándonos cada vez más en las tierras frías y boscosas que nos aguardaban junto a los límites de Throndall.

Ambos conocíamos bastante bien aquella zona. Aunque no habíamos estado destinado en muchas ocasiones, una de las operaciones que más tiempo nos había llevado había sido precisamente allí, en la ciudad de Herrengarde. En aquel entonces yo aún era un aprendiz y Damiel seguía en el Castra Praetoria, preparándose para los rituales de iniciación.

Aún recuerdo el día en el que nos presentaron al señor de la ciudad, Marcus Vespasian. Había oído hablar tanto y tan bien sobre él que no pude evitar que la garganta se me secase de puro nerviosismo al verle aparecer junto a su flamante unidad de Pretores de la Casa de las Espadas. Aquel hombre, general de la VII legión conocida como la "Áurea", era el mejor amigo del Emperador Konstantin, uno de los grandes pilares de Albia y, para sorpresa de todos, un antiguo conocido de Olic Torrequemada.

Nuestro encuentro con él fue breve. Vespasian nos dio la bienvenida a su ciudad y nos ofreció su apoyo en todo lo que necesitásemos. A partir de entonces no habíamos vuelto a verle, aunque mientras estuvimos en su ciudad no dejamos de sentir su aliento en la nuca. Aquel hombre no había llegado hasta donde había llegado sin motivo. Pero aunque conocerlo había sido emocionante, no había sido precisamente él el motivo de nuestra visita a la ciudad del norte. La Casa de la Noche tenía un cometido claro allí, y hasta que no cumplimos con él, no regresamos.

Y tardamos... vaya que si tardamos.

Pero aunque en aquel entonces las semanas bajo el frío invernal se nos habían hecho muy largas, ahora agradecía conocer aquellas carreteras. Las placas de hielo en el asfalto y la repentina aparición de animales salvajes en mitad de los pasos podían llegar a ser muy peligrosas si no se tenía constancia de ellas.

Buenos tiempos aquellos.

Nuestro destino actual era conocido como las "Marismas de Plata", y estaba situado terriblemente cerca de la frontera, a ciento cincuenta kilómetros de Herrengarde. Según los informes, aquella población era el lugar de origen de la familia Alaster, y el lugar al que, tras pasar cinco años en la Ciudadela, nuestro objetivo había decidido volver. Desafortunadamente no había mucho más sobre él. Su familia, poderosa en aquel entonces, se había encargado de borrar su rastro concienzudamente, y el resultado había sido muy bueno. Orace Alaster y el resto de su estirpe habían desaparecido a ojos de Albia...

Pero no a los nuestros.




Con la caída del anochecer decidimos parar en un aparcamiento cubierto para cenar algo caliente. La idea inicial había sido realizar todo el trayecto del tirón, logrando alcanzar el destino a primeras horas de la madrugada, pero una tormenta especialmente fuerte a durante la tarde nos había ralentizado. Ahora, si mis cálculos no fallaban, llegaríamos cerca del amanecer, por lo que podíamos tomarnos un descanso. Nuestro hotel no estaría abierto hasta bien entrada la mañana, así que no valía la pena el esfuerzo.

Aparqué el vehículo junto a una de las columnas del aparcamiento, me guardé la documentación y el teléfono en el bolsillo de la chaqueta y salí del coche, dispuesto a recibir la bofetada de frío que el norte me había reservado. Y no me defraudó. La temperatura era tan baja que incluso abrigado como iba pude sentir el frío calarme rápidamente los huesos. Cerré la puerta y me encaminé hacia la entrada de la gasolinera, con los brazos en cruz sobre el pecho. Aidan, por su parte, hizo lo mismo con la diferencia de que él ni tan siquiera se molestó en ponerse la chaqueta que llevaba entre manos. Por sorprendente que fuese teniendo en cuenta que la temperatura rondaba los cero grados, él no parecía tener frío.

—¿La quieres? —me preguntó, ofreciéndome la prenda—. Tienes mala cara.

—No, gracias.

Entramos en el establecimiento antes de que el frío nos obligase a volver al coche y poner la calefacción. Por suerte, el salón principal, una agradable sala cuadrada de luz amarillenta cuyas paredes acristaladas permitían ver parte del aparcamiento y la carretera, estaba climatizado. Buscamos una mesa vacía en la que sentarnos, cosa que fue relativamente fácil teniendo en cuenta que solo había tres ocupadas, y mientras que mi padre se acercaba al mostrador a pedir algo de cenar, yo fui a la tienda que aguardaba más allá de unas mamparas azules. En su interior, oculto tras varios pasadizos cuyas estanterías divisorias estaban repletas de todo tipo de productos, aguardaba un mostrador con un jovencito medio dormido junto a la caja registradora.

Parecía agotado.

Cogí una de las cestas rojas que había amontonadas junto a la entrada, la llené con comida "basura", unas cuantas latas de bebida energética y me dirigí al mostrador. Antes de alcanzarlo, sin embargo, algo me llamó la atención. Junto a la estantería de las chocolatinas había una esfera de metal alrededor de la cual había colgados una decena de peluches negros y pardos en forma de búho. El muñeco en sí no era gran cosa, pero del cuello le colgaba una graciosa llave dorada que, sumada a los grandes y tiernos ojos negros del animal, me hicieron sonreír. Era bonito.

—Seguro que le gusta —me dije en apenas un susurro.

Cogí uno de los muñecos, lo descolgué de la argolla donde estaba sujeto y lo dejé junto al resto de productos de la cesta. Poco después, tras haber pagado en efectivo, volví al salón donde, ya acomodado en la mesa que habíamos elegido, mi padre disfrutaba de un café muy caliente.

Hizo un ademán de cabeza a modo de saludo cuando me senté delante de él. Dejé la bolsa en el suelo y recogí de la bandeja mi taza de café. A su lado, envueltos en papel y acompañados por dos vasos de cerveza, aguardaban unos bocadillos recién hechos.

—Conduciré yo el último tramo para que puedas dormir un poco —comentó con tranquilidad, disfrutando de los minutos de descanso tras tantas horas de viaje—. Pareces cansado.

—No lo estoy —respondí con brevedad, cogiendo la taza con ambas manos—. Ni tampoco tengo mala cara. Simplemente es la que tengo, no puedo hacer nada para cambiarla.

Aidan se encogió de hombros.

—Si tú lo dices.

Cenamos en silencio, observando el ir y venir de coches por la autopista. Ninguno de los dos parecía especialmente cómodo en compañía del otro. Al inicio del viaje mi padre había intentado darme conversación, acercar posturas, pero yo me había cerrado en banda. El que ahora trabajásemos juntos no cambiaba nada.

—¿Ahora te van los peluches? —preguntó un rato después, tras lanzar un rápido vistazo a la bolsa de la compra—. No me has hecho abuelo aún, ¿verdad?

—¿Abuelo? —La simple pregunta logró hacerme reír—. Aún no, tranquilo, y al paso que voy no creo que lo vayas a ser corto plazo. Yo de ti centraría mis esperanzas en Damiel.

—Apañado voy entonces —respondió con un asomo de sonrisa en los labios—. ¿Entonces? ¿Para quién es el muñeco?

—Para Diana.

—¿Diana? ¿Quién es Diana?

Sorprendido ante su pregunta, opté por no responder. Si mi tío había preferido no hablarle de la existencia de Diana, por algo sería. Eso sí, me sorprendía. Hasta entonces siempre había creído que la relación entre ellos era muy mala, pero no inexistente. El que mi padre no supiese sobre la existencia de la niña era un paso más hacia la disolución de la familia... y esta vez no había sido él quien lo había dado.

Desvié la mirada hacia el cristal, pensativo. Estaba convencido de que si le miraba a los ojos encontraría decepción en ellos, por lo que preferí no hacerlo. Incluso siendo un Centurión, aquel hombre albergaba sentimientos tras la coraza. No muchos, pero sí los suficientes como para que se me revolviesen emociones que llevaban mucho tiempo enterradas.

—En fin... Misi me ha enviado las coordenadas exactas de la casa familiar de los Alaster —prosiguió Aidan—. Está a las afueras del pueblo, junto a una de las lagunas. Ha tomado imágenes aéreas de la zona y parece abandonada.

—¿No sabemos nada de los familiares?

—Los padres están muertos o desaparecidos. Ambos formaban parte de la Casa de las Espadas y no volvieron de una de las operaciones en la frontera. Es posible que los matasen. Actualmente su Unidad está dirigida por Jonah Thurim. He pedido a Olic que contacte con él, al parecer son conocidos, pero no va a ser fácil. Las cosas por el norte se están poniendo complicadas.

—Las cosas en el norte siempre son complicadas —corregí—. Me pregunto cuánto tardará Auren en dejar su paranoia con Talos y mandarnos a Throndall.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Poder puedes, otra cosa es que te responda...

Estaba siendo duro demasiado duro con él, lo sé, pero no me salía ser de otra forma. Seguía dolido por lo que había pasado seis años atrás, pero sobre todo con el momento tan crítico que estaba pasando. El encierro en la Ciudadela me había afectado, y no solo por los meses a la sombra. El haberme enfrentado al príncipe me había metido en una dinámica de la que tenía la sensación del que iba a ser difícil salir.

Apuramos la cena para poder seguir con el viaje lo antes posible. El cielo se estaba llenando de nubes negras que pronto liberarían una buena tormenta y queríamos evitar que coincidiesen con la parte de curvas del trayecto. Así pues, recogí la bolsa, dimos los últimos tragos a nuestras bebidas y regresamos al aparcamiento.

En esta ocasión fue mi padre quien se puso al volante.

Dejando la gasolinera atrás, seguimos con nuestro viaje a través de una estrecha carretera de montaña de un solo carril. El camino estaba lleno de curvas sin apenas visibilidad y de todo tipo de señales que ninguno de los dos conocíamos. De la zona, imagino. Por suerte, al igual que yo, Aidan conocía perfectamente la región, por lo que no tuvimos problemas para avanzar. Además, la carretera iba prácticamente vacía.

Encendimos la radio para sintonizar la emisora local. Las noticias de Herrengarde hablaban de la inminente llegada del príncipe Doric a la ciudad. Cumpliendo con los planes de su padre, el Emperador Konstantin, el heredero de Albia se disponía a pasar los siguientes dos años de formación militar junto al general Vespasian y su flota aérea. Con suerte, además de aprender estrategia militar y a defenderse, sería adiestrado en las artes del vuelo, tal y como había sucedido con el propio hijo de Vespasian, Kare. Aquello, por supuesto, era una muy buena noticia para la ciudad. Situada tan lejos de la capital, manteniendo siempre a raya a la amenaza constante procedente de los salvajes de Throndall, la estancia temporal del príncipe allí era un premio a su valía que bien se habían ganado.

—El heredero se hace mayor —comentó Aidan sin apartar la vista del frente. En aquel preciso momento recorríamos una curva especialmente cerrada—. ¿Cuántos años tiene ya? ¿Veinte? ¿Veintiuno? A su edad su padre estaba a punto de heredar el Imperio. Yo, sin embargo seguía siendo un Pretor raso. En ese sentido, tú y tu hermano vais más adelantados.

—Son las circunstancias —respondí, restándole importancia—. Tengo entendido que antes Luther y tú estabais en la misma Unidad, ¿es verdad?

—Así es. Tus tíos Luther, Jarek y yo luchábamos codo con codo en la Unidad Castor... buenos tiempos. —Una sonrisa triste afloró en los labios del Centurión—. Luther fue el que tardó más en unirse a nosotros por edad, pero una vez nos juntamos no hubo forma de separarnos. Al menos no al principio, claro.

—¿Vas a contarme lo que os pasó?

Aidan alzó las cejas, sorprendido ante la pregunta.

—¿De veras quieres saberlo? Los secretos tienen un precio, Davin, lo sabes. Si estás dispuesto a pagarlo, lo compartiré contigo.

Nos cruzamos con un camión que llevaba las luces de emergencia encendidas. Mientras que nosotros circulábamos ahora a toda velocidad por una pendiente, describiendo peligrosas curvas por la montaña, él se veía obligado a ascenderla, lo que no le estaba resultando en absoluto fácil. Probablemente llevase el remolque lleno.

Bajé el volumen de la radio.

—Depende. ¿Cuál es el precio a pagar?

—Quiero saber qué ha pasado con Lucian —dijo—. El porqué te envió a la Ciudadela y porqué no estás aún en activo. Tengo la sensación de que te está pasando algo grave y me gustaría poder ayudar.

—Aunque así fuera, no podrías hacer nada —repliqué—. Solo te complicarías la existencia como mucho. De todos modos, se agradece el interés. Acepto el pago.

—¿Sí?

Nos miramos a través del retrovisor. La respuesta había vuelto a sorprender a mi padre, aunque no tanto como a mí la mera posibilidad de descubrir qué era lo que le había separado de Luther en el pasado. Después de tantos años preguntando al respecto y recibiendo un silencio por respuesta, aquello era un gran avance.

Apagué del todo la radio. No quería perderme ningún detalle.

—Luther, tu tío y yo nos hicimos muy amigos en el Castra Praetoria —empezó—. Coincidimos solo un curso, pero fue suficiente para que se formasen lazos muy fuertes entre nosotros. Cuando Jarek y yo superamos el ritual, él fue el primero que vino a vernos. Recuerdo que nada más abrir los ojos fue su fea cara la que tenía delante... al parecer no se había despegado de nuestras camas en ningún momento. Incluso siendo tan joven, demostró ser muy leal.

Recordaba haber visto una fotografía de los tres de jóvenes. En ella se veía a mi padre y su gemelo rodeando los hombros de un tercero mucho más delgado y bajo. Luther. En la instantánea estaban sonriendo. Vaya si sonreían... resultaba triste pensar en lo unidos que habían llegado a estar. Ahora, de no haber sido por Jyn, probablemente podrían haber pasado el resto de su vida sin hablarse que a ninguno de los dos habría hecho nada para solucionarlo.

—Jarek y yo nos unimos a la Unidad Castor. Era un grupo de veteranos muy unidos entre sí a los que no les hacía la más mínima gracia que dos idiotas como Jarek y yo llegásemos para incordiar. Por suerte, tu abuelo había dejado el listón muy alto, así que Oliver Castor, el por aquel entonces Centurión, decidió darnos la oportunidad. Lógico, después de todo, él había sido elegido como Optio por tu abuelo durante su etapa como líder de la Unidad, así que se podría decir que era una deuda de honor. La cuestión es que nos unimos a ellos... y aunque al principio no les gustamos, no tardaron en cogernos aprecio. Tu tío, genio y figura, era capaz de camelarse a cualquiera, y yo... bueno, ¿qué te voy a decir que no sepas? —Negó suavemente con la cabeza—. Los inicios fueron complicados, pero valió la pena. Además, cuatro años después, para cuando tu tío superó los rituales, Jarek y yo habíamos cogido tal peso en la Unidad que cuando planteamos la posibilidad de contratarlo como aprendiz, no lo dudaron.

—¿Y Magnus? Creía que llevaban toda la vida juntos.

—¿Magnus? ¿Magnus Wise, dices? —dejó escapar un suspiro—. Me acuerdo de él. Se unió a nosotros poco después, un año después que tu tío, si mal no recuerdo. Era un tipo extraño... en fin, lo conoces mejor que yo. Incluso de aprendiz daba escalofríos.

Sonreí ante el comentario. La verdad era que la Unidad Valens era muy diferente a la Sumer. Mientras que los hombres de mi padre brillaban con luz propia, los de mi tío eran sombras andantes; agentes que habían interiorizado de tal forma la oscuridad que parecían haber sido absorbidos por ella.

—La cuestión es que Luther se unió a nosotros... y al fin me presentó a tu madre. Hasta entonces ni tan siquiera nos habíamos visto, ¿te lo puedes creer? —Dejó escapar una risotada—. Luther era tan protector con Jyn que no quería presentárnosla, temeroso de que se la robásemos.

—Hacía bien entonces, visto lo visto...

—Tardé ocho meses en conquistar a tu madre. Se hacía mucho de rogar pero incluso así me encantaba. Por suerte, en aquel entonces pasaba bastante tiempo en Hésperos, así que dentro de lo que cabe tuvimos una relación normal. No nos veíamos todo lo que me hubiese gustado, pero al final la convencí para que saliésemos juntos y, unos años después, para que nos casásemos... y ahí es cuando empezó todo. Tu madre era todo para tu tío. De hecho, imagina como era la cosa que no tardé más que unas semanas en darme cuenta de que sentía celos. No quería que nadie le quitase a su querida Jyn, y aunque en cierto modo se alegraba de que fuese yo el elegido, el día de nuestra boda marcó un antes y un después en nuestra relación. De haber sido por él, jamás lo habría hecho.

Un año después, cuando yo nací, el Optio de la Unidad Castor se jubiló, dejando su puesto libre. Aquello generó una auténtica disputa interna, puesto que al tratarse de una retirada repentina ningún otro Pretor había sido adiestrado como futuro sustituto. Una disputa que, aunque al principio fue a tres bandas, con Jarek en medio, acabó reduciéndose a dos. Aidan y Luther deseaban ser el Optio de la Unidad costase lo que costase, y tras muchas disputas y discusiones, Castor se vio obligado a tomar medidas para evitar que el conflicto fuese a más.

—El mismo año que tú naciste, en el setenta y tres, Oliver me nombró Optio de la Unidad. No fue una decisión fácil, pues tu tío era un auténtico genio, pero sí justa. Aunque él era bueno, yo era mejor y tenía más experiencia... más edad. —Se encogió de hombros—. A Luther le cayó como un jarro de agua helada. Bastante le había costado asimilar que le hubiese "quitado" a su hermana como para que encima le arrebatase el puesto de Optio... y si a eso además le sumas que poco después naciste tú, imagina. —Negó con la cabeza—. Fue demasiado. Intentó asimilarlo, te lo aseguro, Jarek se encargó de ello, pero Luther no pudo aceptarlo y acabó yéndose de la Unidad junto con Magnus. A partir de entonces, las cosas entre nosotros cambiaron. De hecho, dejamos de hablarnos. Años después, con el nacimiento de tu hermano, Luther se disculparía conmigo y trataríamos de retomar la amistad, pero ya nos habíamos distanciado. Aquello fue solo un parche. Eso sí, un parche muy duradero... imaginas quién estaba detrás, ¿no? O mejor dicho, quiénes.

—El tío Jarek y madre, supongo.

—Los mismos. Hicieron todo lo que pudieron para que mantuviésemos la relación y lo lograron. Lamentablemente, en el ochenta y cuatro, el mismo día en el que nació Jyn, Jarek murió y con él parte de la amistad que nos había unido... o al menos eso temí cuando vi que no iba a visitarnos al hospital. Tu hermana tenía ya una semana de vida y Luther seguía sin dar señales de vida. —Aidan dejó escapar un suspiro—. Con el tiempo descubriría que había estado velando a tu tío y tratando de dar caza a su asesino... ojalá lo hubiese encontrado. Por desgracia, no lo consiguió así que, agotado, regresó a Hésperos para conocer a su sobrina y jurarme que no pararía hasta dar con el asesino. Aquello revitalizó nuestra relación... pero fue solo temporal. Tres años después, con la muerte de tu madre, se abrió la caja de Pandora y todo salió a la luz. Nos echamos en cara todo lo que no habíamos hecho durante aquellos años. Él me culpó de todo lo sucedido, tanto de la muerte de tu madre como de la de tío, y yo, abatido como estaba, no fui capaz de reconducir la situación. Acepté que se encargara de Jyn... que hiciera cuanto creyese oportuno para protegeros. No fue fácil, la verdad. Los dos estábamos destrozados... no éramos dueños de nuestras palabras ni de nuestros actos... y cometimos errores. A partir de entonces, por vosotros, intentamos mantener un mínimo la relación. Luther es una persona tremendamente familiar y no quería perderos la pista. Con el paso del tiempo, sin embargo, las cosas se han ido complicando hasta la actualidad. —Me miró de reojo—. Hacía seis años que no sabía nada de él.

Absolutamente nada. Ni la boda, ni Diana. Nada.

Necesité unos segundos para asimilar toda aquella información. Aunque siempre había deseado saberlo, ahora que al fin lo había conseguido me arrepentía de haber aceptado el trato. Profundizar en la historia familiar me había embriagado de una tristeza tan profunda que no pude evitar sentir un nudo en la garganta. Visto desde fuera, la enemistad entre Luther y Aidan no había parecido tan grave. Nunca se habían llevado bien, desde luego, pero jamás había imaginado que existiese un abismo tan profundo entre ellos.

—¿Satisfecho?

Asentí con la cabeza. Aquel no era el mejor término para describir como me sentía en aquel entonces, pero lo acepté como tal. A veces, como ya había podido comprobar en muchas otras ocasiones, era mejor no saber la verdad.

—Esta es mi versión, claro. Tu tío imagino que tendrá otra, pero este es el resumen —dijo Aidan recuperando el buen humor—. En fin, es hora de cobrar mi deuda. Cuéntame lo de Lucian.

Necesité unos cuantos minutos más para ordenar las ideas. Me sentía desorientado. Por suerte, él respetó mi silencio. Permanecimos un rato callados, mirando al frente, viendo como de nuevo el parabrisas empezaba a llenarse de gotas de agua.

Mi historia con el príncipe Lucian Auren era complicada de explicar. De haberse tratado de cualquier otra persona no me habría importado hablar abiertamente. Sin embargo, al tratarse del hermano del Emperador, tenía que ser cuidadoso. En los últimos años aquel hombre se había ido entrometiendo en los asuntos de la Casa de la Noche hasta tal punto que para muchos, como para la Unidad Sumer, se había acabado convirtiendo en su jefe.

Su jefe... el mero hecho de pensar en Lucian como tal me provocaba dolor de cabeza. Aquel tipo no se lo merecía. No después de demostrar su auténtica naturaleza. Déspota, cruel, desalmado... podría describirlo con mil adjetivos negativos que nunca acabaría.

—No soporto a ese hombre —empecé—. Al principio creía que era un buen hombre... alguien honorable, como el resto de los Auren, pero con el tiempo fue mostrando su auténtica cara, y te aseguro que no es lo que parece.

—¿Habéis entrado en la Liga Áurea?

Negué con la cabeza

—No, pero estuvimos a punto. Luther no quiere dejar la ciudad, así que tuvo que pedir apoyo a uno de nuestros benefactores para que hiciese cambiar de opinión a Lucian. De haber sido por el príncipe, el Sol Invicto sabe dónde estaríamos ahora.

—¿Un benefactor? ¿Quién?

Dudé si debía responder. No quería implicar a más personas de las necesarias en mi historia, y más cuando la imagen del príncipe quedaba tan devaluada.

—Vamos, Davin, en el fondo me da igual quién haya sido —insistió Aidan—. Es solo para saber qué piezas están sobre el tablero de juego, nada más.

Aidan mentía, por supuesto. Aquel nombre era importante y ambos lo sabíamos. Si alguien era capaz de hacer cambiar de opinión al príncipe, ese alguien bien se merecía una atención especial.

Reí entre dientes. Incluso en la familia la información seguía siendo la moneda más valiosa.

—¿Qué me das a cambio del nombre?

—¿Un beso? —ironizó Aidan—. Oh, vamos, soy tu padre, no seas tan sanguijuela. Además, hemos hecho un trato. Yo he hablado.

—Precisamente porque eres mi padre y he aprendido bien de ti sé que todo secreto tiene un precio —insistí—. Y este secreto, Aidan, no entra dentro de mi historia con el príncipe. Al menos no directamente. Si quieres saberlo, tendrás que responderme a algo.

El Centurión soltó una carcajada sincera.

—Bueno, nadie puede negar que he hecho un buen trabajo contigo. ¿Cuál es tu pregunta?

—Misi o Marcus, ¿cuál de los dos es mejor? El ratón de biblioteca o el espadachín.

Sorprendido ante la pregunta, Aidan se tomó unos segundos antes de responder. Por el modo en el que frunció el ceño, era evidente que le preocupaba. No la pregunta en sí, por supuesto, pero sí mi interés en sus aprendices. Endureció la expresión.

—Esa pregunta tiene la firma Valens.

—Soy un Valens.

—No me refería a ti precisamente —dijo con desconfianza—. ¿Qué pretende? ¿Quitármelos? No lo conseguirá: ambos son leales y están muy unidos al resto. Si lo que quiere es desestabilizarme tendrá que buscar otra forma.

Me moví incómodo en el asiento. Lo cierto era que no era Luther quién estaba detrás de aquella pregunta, sino la propia Danae Golin. Mi compañera de Unidad quería saber más sobre los nuevos fichajes de la Sumer, sobre su proyección y capacidades, y no había mejor fuente de información que su Centurión.

—No es cosa de Luther —respondí—. Siento curiosidad, nada más. Ella parece inteligente.

—Lo es. Ambos lo son, aunque destacan de distintas formas. Él es una Sombra, un guerrero como Lansel o tu hermano, mientras que ella es una Guardiana de Secretos. Con el tiempo sustituirá a Mia, estoy convencido.

—Me lo imaginaba —sentencié—. ¿Brillan?

—No te haces a la idea cuánto.

Asentí satisfecho. Por un instante me pregunté cuál habría sido su respuesta ante esa pregunta de haber sido yo el sujeto en cuestión, pero rápidamente eliminé aquel pensamiento de mi cabeza. No tenía lugar a aquellas alturas.

—Galedur Morven —confesé al fin—. Él es nuestro benefactor.

—¿El Senador? —Aidan negó con la cabeza—. No sabía que estaba tan cerca del príncipe.

—Es tan obsesivo o incluso más que el propio Lucian. De hecho, es gracias a ello que Luther consiguió convencerlo para que nos quedásemos en la ciudad. Para protegerla, ya sabes. Además, tiene un hijo, Mael Morven, que se ha unido hace relativamente poco a la Casa del Invierno. Luther acordó con él tenderle la mano cuando fuese necesario.

—Nada es gratis en Albia —exclamó Aidan muy acertadamente—. En fin, sigue.

—A pesar de no habernos unido a la Liga Áurea, el príncipe Lucian tiene tiene cada vez más presencia en nuestros movimientos... demasiada. —Negué con la cabeza—. Hace un año detectamos algo en la ciudad. Se trataba de un antiguo combatiente de Talos, un militar condecorado caído en desgracia que tras ser culpado de la muerte de más de trescientos hombres en un accidente ferroviario, fue condenado a la pena capital. Asustado, abandonó el país y viajó a Albia en busca de una segunda oportunidad. Recorrió nuestro amado Imperio de norte a sur, y tras varios meses de dudas, acabó instalándose en la capital. Y durante cuatro años estuvo viviendo sin levantar ningún tipo de sospecha. Montó un bazar en el barrio de las Mil Columnas y formó una pequeña familia. Alguien normal en apariencia. Desafortunadamente para él, un atraco en su local lo puso en el punto de mira. Según los informes, él solo acabó con sus propias manos con los tres jóvenes albianos que intentaron robarle. Todo un héroe. En un principio el caso lo cogió la policía local, pero al ver las grabaciones de seguridad decidieron pasárselo a la Casa del Invierno.

—Y al rastrear sus orígenes acabó en vuestras manos, imagino —reflexionó Aidan—. Un talosiano en Albia... tiene mala pinta.

—El príncipe estaba convencido de que se trataba de un espía. No había pruebas de ello, pero estaba tan convencido que nos ordenó que le hiciésemos un seguimiento. Que controlásemos todos sus pasos... Nos pasamos varios meses siguiendo su pista, vigilando sus movimientos, pinchando su teléfono y el de su esposa. No había ninguna comunicación que no pasase por nuestras manos.

—¿Resultado?

No pude evitar que un suspiro escapase de mis labios al recordar a aquel pobre hombre. Yo mismo me había encargado de vigilarlo durante semanas y su vida había resultado terriblemente aburrida. Sibil Wayne era un hombre normal, con una vida cualquiera, sin nada que ocultar.

—Negativo. Estaba totalmente limpio... y aunque así se lo transmití al príncipe, él se negó a creerlo. Ordenó detenerlo y tras encerrarlo unas semanas en la Ciudadela, torturándolo a diario, decidió ejecutarlo. —Cerré los ojos—. Se me pone la piel de gallina de solo pensarlo. Ese tipo era inocente, Aidan.

La lluvia golpeó el parabrisas durante los siguientes segundos. Mi padre se había quedado en completo silencio. Su opinión al respecto era clara, era evidente. A veces era necesario tomar medidas extremas por el bien del país. Sí, lo sabía... y lo compartía. Personalmente no me había gustado tener que acabar con Sibil Wayne, pero comprendía la decisión del príncipe. Lo que no podía entender ni compartir, sin embargo, es lo que sucedió después.

—El talosiano fue ejecutado... al igual que los trabajadores de su negocio, su mujer, su hija y una docena de amigos que había hecho a lo largo de aquellos años. De un día para otro varios coches policiales acudieron a sus casas y puestos de trabajo a buscarlos y desaparecieron para siempre... ni tan siquiera pasaron por la Ciudadela. Fue algo brutal. Cuando quise preguntar al respecto, el príncipe se negó a darme ningún tipo de explicación. Consideraba que no había hecho bien mi trabajo, que no había realizado la "limpieza" necesaria para asegurar el bienestar de Albia, y así me lo hizo saber con muy malos modos. Como imaginarás, no me lo tomé demasiado bien. Incluso sin haber sido yo el asesino, sentía que tenía las manos manchadas de sangre de inocentes...

—Y se lo hiciste saber.

—Y se lo hice saber, sí. —Me encogí de hombros—. Debería haber cerrado la boca, lo sé, pero no pude evitarlo. Le dije lo que opinaba, él me respondió... y en el fondo tuve suerte de que no me ejecutasen allí mismo. Luther tuvo que interceder a mi favor para que me mandasen a la Ciudadela unos meses y no acabase enterrado vivo de por vida.

De nuevo hubo unos minutos de silencio. El mismo silencio que, semanas atrás, había acompañado a Luther cuando había sido llevado ante su presencia tras haber salido de la Ciudadela y haber estado a punto de coger un tren hacia Ballaster sin informarle.

—Me equivoqué —reconocí al fin—. Hice mal enfrentándome a él, pero no podía hacer otra cosa. Lo que hizo fue una salvajada.

—Lo fue, sí. Una decisión demasiado extrema sin duda... pero una decisión Real después de todo. Podrían haberte matado por esto, Davin.

—Me fue de poco, sí.

—Te creía más listo.

Debo confesar que aquellas palabras me dolieron más de lo que hubiese deseado. Aunque creía superada mi relación con mi padre, el sentirme una vez más despreciado por él me resultó doloroso. No tanto como antes, desde luego, pero sí lo suficiente como para que volviese a levantar las defensas que por alguna estúpida razón había dejado caer a lo largo de aquel viaje.

Estúpido de mí. Incluso en aquel entonces, después de todo lo sucedido, en lo más profundo de mi alma seguía confiando en aquel hombre.

—Después de salir de la Ciudadela y de ser interceptado por mi Unidad cuando me disponía a ir hacia Ballaster, Luther me llevó de nuevo ante Lucian. Quería verme, decía; asegurarse de que el castigo había logrado hacerme entrar en razón. —Negué con la cabeza—. Fingí, por supuesto. Dije todo lo que quería escuchar, y aunque lo único que sentía por él era odio, lo disimulé a la perfección. Fui, por así decirlo, el agente perfecto... pero Auren es listo, Aidan, y no me creyó.

El rostro del Centurión se ensombreció.

—¿Qué quiere? Te pidió algo a cambio de volver a estar activo, ¿verdad?

—Predecible, ¿eh? —Sonreí sin humor—. Quiere mandarme a Zarangorr para que me laven el cerebro... para que me reeduquen.

—¿A la Torre de los Secretos? —Aidan parpadeó con incredulidad—. Vaya.

Vaya, sí. Situado al sur de Solaris, Zarangorr era una de las bases secretas de la Casa de la Noche. Conocida como la Torre de los Secretos o el Jardín de los Susurros del Sur, en sus instalaciones, una impresionante torre negra construida al final de un espigón, junto al mar, se guardaba el famoso Archivo secreto de los agentes de mi Casa, la Biblioteca de Humo. En ella trabajaban los mejores Guardianes de los Secretos de la hermandad, pero también agentes condenados a caer en el olvido tras haber cometido algún error imperdonable. Era, sin duda, un lugar perfecto en el que encerrar a alguien como yo.

Para borrarlo del mapa.

—Está loco si cree que voy a aceptar —aseguré.

—¿Te ha dicho durante cuanto tiempo?

—No, pero lo conozco lo suficiente para saber que en cuanto pise la torre no podré volver.

—¿Sabes? Conozco a alguien allí; alguien que quizás podría ayudarte. Podrías aprender mucho de tu estancia en la Torre de los Secretos.

Sus palabras me dejaron atónito.

—¿¡Qué!? ¿¡Estás loco!? ¡No pienso ir! —exclamé alzando el tono lo suficiente como para que mi padre se sobresaltase—. ¡Al infierno con el príncipe! ¡No pienso hacerlo! ¡Me ha pasado meses encerrado en la Ciudadela porque a él le ha dado la gana!

Aidan apartó la mirada de la carretera momentáneamente para mirarme a los ojos. Era evidente que estaba preocupado.

—¿Y qué piensas hacer entonces? ¿Dejar la Casa?

La simple idea logró estremecerme. Clavé la mirada al frente, sintiendo serpientes en el estómago, y durante unos segundos permanecí con los dientes muy apretados y las manos sobre las rodillas. Tenía los dedos tan aferrados a la piel que los nudillos se me habían puesto blancos.

Dejar la Casa... todo mi mundo se destruiría a mi alrededor si me obligaban a hacerlo. Todo aquello por lo que tanto había luchado... todo aquello en lo que había creído.

La simple idea era insoportable.

—Davin... Meda Cross, la hermana de Lyenor, trabaja en la Torre de los Secretos. Es una buena mujer, podría ayudarte. Si fueses...

—¿La hermana de Cross? —Abrí los ojos de par en par, ofendido ante la mera propuesta. Golpeé el salpicadero con el puño—. ¿¡Es una maldita broma!? Espero que lo sea, de lo contrario...

—No lo es. Piénsalo, por favor, solo digo eso. Es tu vida, tu carrera... aquello a lo que has dedicado toda tu vida. —Aidan apretó los puños con fuerza alrededor del volante, profundamente dolido—. Davin, déjame ayudarte. No lo tires todo por la borda. Encontraremos una solución, te lo aseguro. Si es necesario hablaré yo mismo con el príncipe, pero...

—No te metas.

—¡Davin, soy tu padre, maldita sea! ¡No pienso consentir que...!

—¡He dicho que no te metas! —fue lo último que dije.

Y desvié la mirada hacia la ventana tratando de ocultar las lágrimas de rabia que en aquel entonces caían por mis mejillas. Aidan lo había dicho. Aquello era mi vida, mi carrera, mi sueño... todo cuanto daba sentido a mi existencia... y estaba a punto de desaparecer.

Gracias, Lucian, siempre que piense en ti recordaré aquella noche. Aquella maldita noche en la que mientras que a mí se me caían las lágrimas de pura impotencia, mi padre hacía un auténtico esfuerzo para controlarse y mantener a raya la avalancha de sentimientos que en aquel entonces hacían latir su corazón desbocado.

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