Capítulo 29
Capítulo 29 – Damiel Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
El convoy estaba preparado.
Situado en las afueras de Vespia, a veinte kilómetros del corazón de la ciudad, se encontraba el centro de operaciones Odette, una base militar donde el ejército de Ballaster, por llamarlo de alguna forma, tenía parte de sus instalaciones. En el centro había varios almacenes armamentísticos, barracones para los soldados y media docena de pabellones cuya utilidad dependía de las circunstancias. A veces servían de gimnasios, a veces de salas de reuniones; todo dependía de la situación. En aquel entonces, con la paz en las calles y los ciudadanos en sus casas, probablemente de resaca después de tantos días de celebraciones, yo diría que ni tan siquiera estaban abiertos.
El centro Odette no era comparable a ninguna de nuestras bases. Además de pequeñas y visiblemente poco usadas, las instalaciones no disponían de muchos de los recursos que para nosotros eran esenciales. Aquello ponía en evidencia la poca inversión militar en el ejército de tierra de Ballaster, algo previsible teniendo en cuenta que en caso de tener un conflicto correrían a ocultarse bajo las faldas de su hermana mayor Albia. Por suerte, con la flota aérea no pasaba lo mismo. Toda la inversión que faltaba en la infantería se encontraba en su pequeño ejército de naves. Era una lástima que ninguna de ellas estuviese allí para poder verla. Tanto a Lansel como a mí nos habría encantado. En lugar de ello, muy a mi pesar, tuvimos que conformarnos con los pelotones de soldados que hacían prácticas de tiro en la lejanía, los pabellones demasiado silenciosos y su estación de tren.
Ah, y la soldado Mucil, claro. Al menos ella logró alegrarnos un poco el día.
—Este es el convoy en el que se realizará el traslado —explicó la soldado mientras paseaba unos pasos por delante nuestro, uniformada totalmente de gris con su chaqueta de vuelo entallada. En el pecho lucía media docena de medallas—. Procede de Albia, y según he podido saber, lo ha elegido especialmente el príncipe Lucian Auren para esta operación.
—Es posible —admitió Lansel a mi lado mientras paseaba la mirada por los tres vagones que conformaban el tren—. Tiene su firma.
Marcado por dos finas garras doradas grabadas en la parte superior de cada vagón y con gran parte de la maquinaria al aire, nos encontrábamos ante un ferrocarril de línea clásica formado únicamente por tres furgones de aspecto anticuado.
—No tenemos aún hora de partida. En cuanto lleguen sus "invitados", procederemos a liberar la vía. Si todo va bien, en cuestión de cinco horas alcanzarán la capital.
—Muy rápido, sí señor —dije, cruzándome de brazos y deteniéndome en el andén para contemplar el segundo vagón.
Más allá del esqueleto metálico, en el tren aguardaba un amplio espacio seccionado en dos sub-vagones en cuyo interior pronto nos encontraríamos. Según había podido saber, seríamos muy pocos los que viajaríamos a bordo. A parte de nosotros tres, Lucian había enviado dos Pretores de la Casa del Invierno especializado en vigilancia de prisioneros y un pequeño destacamento de doce legionarios. El resto del pasaje, sin contar los pocos operarios necesarios para hacer mover el transporte, se reduciría a cero.
Tras despedirnos de Mucil, la cual habría estado con nosotros hasta el final de no ser porque le pedimos que nos dejase a solas, inspeccionamos el tren exteriormente. Tal y como había supuesto, engañaba. Aunque a simple vista parecía un convoy poco protegido y de acceso relativamente fácil, lo cierto es que disponía de varias torretas de disparo automático y un moderno sistema de vigilancia que nos mantendría a salvo en todo momento de ataques externos. Además, recubriendo todas las paredes, techos y suelos, un potente blindaje anti-proyectiles cubría el interior de los vagones, convirtiéndolos en grandes fortalezas móviles prácticamente indestructible. Teniendo en cuenta que al sistema armamentístico del tren le teníamos que sumar la presencia de dos Pretores de la Casa del Invierno, tres de la Casa de la Noche y un puñado de legionarios armados hasta los dientes, el viaje prometía ser muy, muy tranquilo.
Media hora después, marcando con su llegada la cuenta atrás para el inicio del traslado, Luther acudió a la estación acompañado por uno de los Pretores del Invierno. Se trataba de un hombre muy alto de cráneo afeitado y profundos ojos azules cuya mera llegada logró convertir en nubes blancas nuestro aliento.
Nos estrechó la mano a ambos a modo de saludo.
—Os presento a Suren Sloane, de la Casa del Invierno —dijo Luther—. Él se encargará de la vigilancia de nuestra invitada durante el traslado.
—Un placer conoceros, Sumer, Jeavoux. Si me acompañáis os mostraré el vagón que Vitae y yo hemos preparado para las señoritas.
Rux Vitae era el otro Pretor que acompañaba a Sloane, un agente de la Casa del Invierno con una trayectoria casi tan larga como su barba. En aquel entonces aún no había llegado, pero no tardaría en hacerlo acompañado por el destacamento de legionarios y, por supuesto, las prisioneras.
Seguimos a Sloane hasta el último vagón. Al igual que el resto, el compartimento había sido dividido para que las prisioneras viajasen separadas por un grueso muro separatorio en el que la puerta blindada que los comunicaba permanecería cerrada hasta la llegada de Hésperos.
Para contener a las prisioneras, Auren había hecho montar un complejo dispositivo de seguridad en cuyo centro había una gran silla metálica donde la prisionera Cyrax viajaría atada. La idea era que ninguno de sus miembros quedase en libertad, y para ello habían preparado un conjunto de cadenas y correas cuyas muñequeras y tobilleras disponían de unos pequeños punzones a través de los cuales la prisionera recibiría descargas eléctricas continuamente que paralizarían sus músculos. Además, para asegurar que el viaje trascurría con calma, Cyrax acudiría a la llamada de Albia sedada y con los ojos vendados.
En el caso de Aisia, la niña Maga, las medidas de seguridad eran algo más extremas. En vez de viajar cómodamente sentada en un vagón sin ventanas, la niña sería encerrada en el interior de un sarcófago cuyas paredes internas habían sido previamente inscritas con símbolos mágicos que la mantendrían todo el viaje aturdida. Un gran trabajo de la Academia desde luego.
Y si todas aquellas medidas fueran pocas, cada una de ellas viajaría en compañía de uno de los Pretores del Invierno...
—El príncipe no ha escatimado en medios —comentó Lansel tras agacharse para intentar ver a través de la estrecha rejilla que habían dejado a la altura de los ojos del sarcófago las runas inscritas en su interior—. Duele solo tocarlo.
—Además de los sellos que hay en su interior, la caja ha sido imbuida con la magia de ocho de los mejores Magi de la Academia, incluida la princesa Selyne —explicó el Pretor con orgullo—. Si a esa cría se le ocurre intentar algo, morirá.
—Confiemos entonces en que no cometerá el error de intentarlo —respondió Luther con un asomo de sonrisa en los labios—. Nos interesa viva.
Quince minutos después el agente Vitae llegó a la estación acompañado por el destacamento Carmesí, como se hacían llamar, y las dos prisioneras. El equipo médico del hospital de Vespia había intentado convencer al Pretor de la necesidad de que viajasen sanitarios junto a Cyrax debido a su delicado estado de salud, pero este se había negado en redondo. El príncipe Lucian había prohibido taxativamente que ningún ciudadano de Ballaster subiría a ese tren, y sus agentes cumplirían con su palabra costase lo que costase.
—¿Y qué pasa si sufre una crisis? —pregunté con curiosidad al agente Vitae antes de que subiese al vagón donde ya le aguardaban sus prisioneras y compañero. Una vez ambos entrasen, lo sellarían desde dentro—. ¿Tienes conocimientos médicos?
—¿Yo? —dijo, y dejó escapar una sonora carcajada—. Como mucho la puedo congelar. He oído que en Talos se estudia algo llamado criogenización... podría hacer algo parecido. ¿Te vale?
La verdad es que no, no me valía, pero dadas las circunstancias me limité a reír ante el comentario. El príncipe tenía tantas ganas o incluso más que yo de interrogar a aquel par de mujeres, por lo que confiaba en que sus agentes se encargarían de que llegasen con vida.
Con suerte, aguantarían cinco horas.
La ruta áurea era singular. Trazada entre ríos y montañas, valles y bosques, para que realizase el trayecto más recto posible desde Vespia hasta Hésperos sin levantar sospechas, las vías serpenteaban a través del paisaje como una montaña rusa. Atravesaba túneles, subía valles, se hundía en el subsuelo, recorría cuevas, surcaba ríos y lagos, y todo siempre bajo la potente luz del potente Sol Invicto, cuyos rayos arrancaban destellos dorados a los vagones.
El tren se movía a grandísima velocidad. Sentado en una de las cómodas butacas del primer vagón observaba el paisaje a través de la ventana. Frente a mí, Lansel hacía lo propio, con una expresión pensativa en el semblante. Y junto a nosotros, con la mirada fija en su teléfono, se encontraba mi tío, concentrado en sus quehaceres.
El resto del vagón, por petición expresa de Luther, estaba vacío.
—Vuestra aprendiz, Misi Calo, me acaba de enviar el expediente sobre Cyrax —comentó Luther—. Sumado a lo que ha logrado conseguir Danae, creo que tenemos material suficiente para hacernos a la idea de qué clase de vida ha tenido.
—¿Y qué dicen los informes?
Tras ser expulsada del Castra Praetoria y ser detenida por las autoridades, Cyrax fue sometida a un intenso juicio en el que el tribunal la sentenció a veinte años de prisión. Contrariados por la decisión, los abogados de la joven habían intentado luchar por su representada, pero de nada había servido. Alaya Cyrax entró en prisión, y durante largos doce años permaneció encerrada en la Ciudadela, cumpliendo la pena por sus crímenes. Siendo tan joven, aquellos años no transcurrieron fácilmente ni con rapidez. Al contrario. Viendo pasar sus mejores años entre rejas, Cyrax se había convertido en alguien sombrío, alguien taciturno que había ido cerrándose en sí misma hasta transformarse en la sombra de lo que en el pasado había sido.
—No salió hasta los veintiocho —explicó Luther—. Y en gran parte fue por las presiones. Uno de sus familiares, el tío paterno, logró entrar al Senado diez años después de su encarcelación y movió hilos para que la liberasen.
—¿Amate Cyrax? —preguntó Lansel, haciendo memoria—. Sí, debe ser él... sabía que me sonaba su nombre de algo.
—Efectivamente, Amate Cyrax hizo presión y finalmente logró que liberasen a su sobrina. Cuántos favores debe a cambio es todo un misterio, pero viendo cómo funciona el mundo, apuesto a que serán muchos. —Luther sonrió con malicia—. Tenemos a Cyrax con veintiocho años suelta en Hésperos, perdida y sin dinero. ¿Qué fue de ella?
—Su familia acudiría a su rescate, imagino —reflexioné yo—. Si la han ayudado a salir de prisión, no será para dejarla abandonada, ¿me equivoco?
Luther volvió a sonreír. Las cosas no eran tan fáciles como a simple vista parecían, y más cuando se trataba de personas relacionadas con el poder y el gobierno. Las apariencias tenían demasiada importancia como para poder actuar con un mínimo de normalidad.
Más allá de la ventana, el tren empezó a ascender una empinada montaña sobre la cual aguardaba una oscura capa de nubes. Pronto empezaría a llover.
—Después de sacarla de prisión, la familia Cyrax retiró el apellido a la joven Alaya. No hay datos sobre el motivo, ni tampoco sobre qué sucedió para llegar a esa situación, pero lo cierto es que Alaya fue rechazada por su familia y durante al menos cinco meses estuvo callejeando por las calles de Hésperos, sin un techo bajo el cual dormir.
—¿La dejaron en la calle? —Lansel se llevó la mano a la cara—. Por el Sol Invicto...
—Eso parece. Y hasta ahí llega el expediente abierto que hay en el Archivo, el que me ha hecho llegar Misi —sentenció Luther—. Cyrax no es un sujeto interesante, al menos no desde que no tiene recursos ni apoyos, por lo que no se le hizo seguimiento. Danae, sin embargo, ha estado buscando en las bases de datos de la Casa de la Noche, en las secciones restringidas, y ha encontrado algo más.
Lansel y yo intercambiamos una fugaz mirada. Aquello era innecesario. Por todos era sabido que Danae Golin, además de la amiga íntima de mi tío, si es que no era ya su esposa, era una de las mejores agentes de la Noche. Sus fuentes de información eran inagotables, al igual que sus recursos y sus contactos. Aquella mujer parecía la dueña de todos los secretos de Albia... y en cierto modo, así era. Puede que hubiese alguien con mayor conocimiento que ella, pero yo al menos no lo conocía.
—¿Conocéis a Vulmen Dor? —preguntó.
—Sí, de la Catarsis —respondí—. Lo conocemos, a él y al resto de los caudillos de las unidades penales.
Formada por cinco unidades de ex convictos, el Pacto Esperanza daba una segunda oportunidad a aquellas personas que, rechazadas por la sociedad por sus crímenes y delitos, se veían abocados a entregar su vida al Imperio. En la mayoría de casos sus miembros ingresaban en sus filas por obligación, ya fuese a modo de castigo temporal o definitivo por actos deshonrosos en batalla. En otros, sin embargo, era el sujeto el que decidía si quería entregar su vida a la causa. Normalmente la segunda opción se daba en aquellos que cumplían sus penas en la Ciudadela, vagabundos o personas caídas en desgracia o repudiadas por sus familias.
La créme de la créme.
—Vulmen Dor de la Catarsis —canturreó Lansel—, Caleb Perdriel de la Sin Perdón, Leo Walcott de la Pesadilla, Becca Richier de la Inferno y Paul Cymre de la Puño de Hierro. Cinco caudillos bajo las órdenes de Gratia Sirdis, una de las legionarias más condecorada por el Emperador Konstantin. Hasta ahí llegamos, Centurión.
—Confiaba en ello —respondió Luther—. Como ya sabréis entonces, el Pacto Esperanza fue creado por el Emperador Konstantin hace ya muchos años, después de la crisis de Némesis. Algunos de los implicados, acusados de delitos menores, no fueron ejecutados, así que el Emperador les buscó un nuevo destino en el que tratar de limpiar sus nombres.
—Mi padre decía que el Príncipe Lucian estaba en contra —dijo Lansel—. Él exigía la pena máxima para todos, fuese cual fuese su grado de implicación. Dicen que nunca llegó a superar lo de su prometida.
—¿Y acaso alguien podría? —Luther negó con la cabeza—. Es cierto que el príncipe Lucian no estaba a favor del Pacto, pero el Emperador estaba decidido. Y es precisamente en una de sus unidades, la Catarsis, donde sigue la historia de nuestra protagonista. Tras pasar una temporada vagabundeando por las calles de Hésperos, Vulmen Dor le ofreció la posibilidad de unirse al Pacto.
—¿Y aceptó?
No tuvo más remedio. Dor le tendió la mano cuando más la necesitaba, y Alaya la aceptó, uniendo así su destino al de la unidad Catarsis a lo largo de los siguientes quince años. Sobre aquella etapa de su vida no había demasiada información salvo que había destacado enormemente gracias a sus capacidades mágicas. Incluso sin haber llegado a recibir la Magna Lux ni tener formación de Maga, Alaya Cyrax tenía un gran potencial. Su mente era capaz de canalizar la energía del Éter, convirtiéndola en magia pura gracias a la cual había logrado sacar de algún que otro problema a su Unidad. Debido a ello, su nombre destacaba por encima del resto, aunque no lo suficiente como para haber logrado progresar dentro de la unidad. Alaya había entrado como un alma errante más y así acabaría al final de su largo recorrido.
—¿Aguantó quince años? —Sorprendido, no pude más que asentir con la cabeza a modo de reconocimiento—. Es una mujer dura desde luego. Hasta donde sé, la esperanza de vida en el Pacto no supera los tres años.
—Se ganó el respeto de los suyos y del propio Vulmen Dor, con lo que eso comportaba —prosiguió Luther—. Era una pieza clave de la unidad.
—¿Y qué pasó después? —preguntó Lansel—. ¿Por qué lo dejó? Creía que una vez se ingresaba en las unidades penales no se podían dejar.
—Depende de la forma en la que hayas entrado —expliqué—. Si tu ingreso ha sido voluntario, puedes irte cuando consideres oportuno. Imagino que este es el caso, ¿verdad, Luther?
El Centurión asintió. Las andanzas de Alaya se alargaron durante quince años en su unidad. Unos años en los que probablemente no habría sido feliz, pero sí se habría sentido lo suficientemente útil como para no abandonar con anterioridad. Después de todo, ¿qué habría sido de ella si no? Sola y sin dinero en las calles de Hésperos, con su historial manchado por su estancia en la Ciudadela y sin el respaldo de su familia, el destino que le aguardaba no era bueno precisamente.
—Su periplo dentro de la unidad finaliza en una misión en el Bosque de Nymbus. Se desconoce el objetivo, la información al respecto tiene un nivel más de confidencialidad al que no hemos podido acceder, pero tras pasar varios meses en su interior, probablemente perdidos, solo dos personas regresaron con vida. Una de ellas fue Dor, que tan pronto volvió a la capital se concentró en la búsqueda de nuevos miembros para su unidad, y la otra fue Alaya, con la diferencia de que ella fue enviada directamente a un sanatorio. Fuese lo que fuese que vio o vivió durante esos meses, la afectó gravemente.
—El Bosque de Nymbus... —murmuré.
Y aunque probablemente no debería, no pude evitar desviar la mirada hacia Lansel, la única persona que conocía de aquella zona. Mi compañero, como era de esperar, estaba en completa tensión.
El tema del Bosque de Nymbus era complicado. Situado dentro del territorio albiano, el Reino de Nymbus era una de aquellas regiones a las que nadie se atrevía a acercarse. En parte era debido a que se trataba de un inmenso bosque en cuyo interior era terriblemente fácil perderse, pues la zona no había sido cartografiada y sufría fuertes cambios de temperatura que provocaba la repentina aparición de grandes bancos de niebla. Por otra parte, había tantas leyendas a su alrededor que cualquiera con un mínimo de conocimiento prefería mantenerse a una distancia prudencial. Las desapariciones y los extraños asesinatos que se habían cometido en la zona sumados al folklore que se había creado a su alrededor lo convertía en un lugar perfecto para no ir.
Un lugar maldito.
—Hacía tiempo que no oía nada sobre mi tierra —comentó Lansel al darse cuenta de que tanto Luther como yo nos habíamos dado cuenta de su expresión—. A los Señores de los Sueños no les gustan las visitas inesperadas. No son bienvenidas.
—Los Señores de los Sueños... —repitió Luther, perdiendo el interés en su teléfono para dedicarle una larga mirada a mi compañero—. Sabía que no eras de la capital, Jeavoux, pero nunca imaginé que vinieses de una zona tan exótica. Conozco a pocas personas de Nymbus.
—Eso es porque no hay casi poblaciones por la zona —respondió—. Yo soy de la frontera, de un pueblo llamado Shide. Mi familia está extendida por toda Albia, en su mayoría forman parte de la Casa de la Noche, ya lo sabéis, pero cuando llega el momento de traer un nuevo miembro a la vida viajan hasta Shide para que nazcan bajo la protección del bosque y las estrellas. Es una tradición.
—¿Y qué opinión tiene tu gente sobre las leyendas que hay sobre el bosque?
Mientras que ellos conversaban, decidí desviar la mirada hacia la ventana. Lansel no solía hablar sobre su tierra de origen, pero cuando lo hacía las conversaciones solían alargarse durante tantas horas que preferí disfrutar de la lluvia que en aquel entonces golpeaba los cristales del tren.
Yo no creía en las historias fantasiosas que se contaban de Nymbus. Ni creía en los Señores del Sueño, ni en las hadas ni las ninfas. Lansel aseguraba que su familia era especial, que por sus venas corría la sangre de los seres del bosque, pero sinceramente, le había visto sangrar las suficientes veces como para saber que no había diferencia entre nosotros. Eso sí, la historia de su tatarabuela, una ninfa que se aparecía a su tatarabuelo cada quince años con el mismo aspecto que la primera vez para honrarle durante una larga noche de amor, era estupenda a la hora de conocer chicas.
—Interesante —escuché decir a mi tío un rato después, tras una larga hora de charla sobre mitos y leyendas en las que estaba convencido que no creía—. Veo que sabes bastante sobre lo que ha acontecido en la zona... nos iría bien parte de esos conocimientos. El Archivo de la Casa de la Noche tiene muchos expedientes a medias sobre la materia. Quizás tú podrías ayudar a completarlos.
—Quizás podría, sí —respondió Lansel, desviando la mirada hacia mí—. Siempre y cuando mi Optio y mi Centurión estén de acuerdo...
—¿Qué más sabemos de Cyrax, Luther? —pregunté, reconduciendo la conversación. Las ofertas de mi tío eran demasiado tentadoras como para ni tan siquiera planteárselas—. Después de la operación en Nymbus la metieron en un sanatorio. ¿Y después? No tengo la sensación de que fuese una recién llegada a Ballaster precisamente.
—Probablemente no lo sea —explicó—. El último registro que existe es de hace once años, así que es probable que después de salir del centro viajase hasta Ballaster. Según los registros, Alaya tiene cincuenta y cuatro años de los cuales hay once en blanco. —Luther volvió a coger su teléfono—. ¿Has pensado ya cómo vas a plantear el interrogatorio? La clave está en esa época.
—Tengo la base.
—Intentaré que el príncipe participe lo menos posible. Si le das alas, te aseguro que no habrá forma de frenarlo.
Era consciente de ello. De ello y de que en gran parte el rumbo de la investigación dependería de los resultados que obtuviese de aquel interrogatorio. Era, sin duda, una gran responsabilidad, pero no me asustaba. Estaba preparado para ello. De hecho, ni sería el primer interrogatorio al que asistiría, ni sería el último. Por algo me había seleccionado mi padre.
Además, la presencia de Lansel era tranquilizadora. Por separado ambos podríamos haber realizado un interrogatorio perfecto, empleando todas las técnicas que conocíamos para sacar el máximo de información posible. Juntos, el resultado sería inmejorable.
Cansado de estar sentado después de tres horas de viaje, deambulé por el vagón hasta alcanzar una pequeña sección para fumadores desde la que las vistas del paisaje eran bastante buenas. A aquellas horas de la mañana ya estaba lloviendo con fuerza, pero incluso así la zona era preciosa. Tras haber ascendido y descendido las faldas de dos montañas, ahora viajábamos junto a un gran lago negro, bordeando la orilla lo suficientemente cerca como para generar olas en su superficie normalmente tranquila. La zona estaba despoblada, sin pueblos ni carreteras cercanas, lo que nos permitía viajar ocultos al ojo humano.
Me pregunté cuántas vías como aquella existirían. Conociendo al príncipe, estaba casi convencido de que al menos habría una vía áurea conectando Hésperos con las principales capitales de Gea.
Consulté el reloj. Con suerte, aquella misma tarde podríamos llevar a cabo el interrogatorio. Aprovechando mi visita a la ciudad había llamado a Olivia, y aunque mi repentina visita la había sorprendido, había insistido en vernos aquella misma noche en el Nexo. Quería hablar, decía, y prefería que fuese sin Lansel...
Quizás debería haberme preocupado. Siempre que alguien decía que quería hablar solía ser porque tenía un buen motivo, pero en aquel entonces, concentrado en mis propios problemas, ni tan siquiera me lo planteé. Sencillamente confirmé la hora y, feliz ante la idea de poder volver a verla después de tanto tiempo, me concentré en el interrogatorio.
—Damiel.
Lansel abrió la puerta que daba acceso al pequeño corredor donde me encontraba justo cuando un rayo iluminaba el cielo nublado. Ambos desviamos la mirada hacia la ventana, sorprendidos ante la fuerza del estallido de luz, y escuchamos con atención el estruendoso trueno. La tormenta no iba a menos precisamente.
Las luces del vagón parpadearon.
—Vaya, parece que la cosa se pone seria —dijo entrando ya en la zona. Cerró la puerta tras de sí y se acercó a mí, apoyándose en la pared contigua para poder ver a través de la ventana—. El convoy de su alteza va a quedar muy, muy limpito.
—Como a él le gusta —respondí, y le guiñé el ojo.
Lansel sabía que no estaba en mi mejor momento. Aunque lo disimulaba francamente bien impidiendo que las preocupaciones me perturbasen, mi querido Jeavoux tan solo tenía que mirarme a la cara para saber que en lo más profundo de mi alma había algo que me incomodaba. Era un don. Y aquella mañana, por supuesto, lo había notado. Mi padre había tratado de transmitir todo lo acontecido la noche anterior a primera hora de la mañana, antes de que partiésemos. Había explicado el motivo de la visita de la Unidad Valens y la historia que Luther nos había narrado. También había comunicado los próximos pasos, asignando sus deberes a cada uno de los componentes del grupo; había hablado de la importancia de colaborar con Luther y, finalmente, había informado de la presencia de Davin en la operación que él mismo iba a desempeñar.
Y después, cuando ya todo parecía dicho, había confesado lo de Jyn.
—Incluso cuando intenta ser cercano, tu tío impone muchísimo—dijo Lansel con la mirada fija en la ventana—. Tiene una mirada muy perturbadora.
—Lo sé —admití—. Juega muy bien su papel.
—Desde luego... y ahora Davin también. Ha cambiado.
—Demasiado. Me cuesta reconocer en él a mi hermano.
—Y sin embargo, sigue siéndolo. —Se cruzó de brazos—. ¿Sabes? Tengo la sensación de que no va a durar demasiado en la Valens. Luther es uno de los favoritos del príncipe. No creo que le guste que haya una "oveja negra" en su Unidad. ¿Te ha contado porque le mandaron a la Ciudadela?
—La verdad es que no, pero debió ser algo grave. Además, ya oíste a Luther, sigue inactivo... deberían haberle dejado volver a la unidad después de salir de prisión. —Me encogí de hombros—. Creo que se le están complicando las cosas.
—¿Te preocupa?
Aquella era una muy buena pregunta. Después de todo lo que Davin nos había hecho a mi padre y a mí, ¿podría importarme? No lo merecía desde luego. Además de habernos abandonado cuando más lo necesitábamos, Davin nos había dado la espalda y se había comportado de forma despótica sin un motivo aparente. Ahora, con el tiempo, entendía el motivo, pero incluso así me parecía excesivo. A la familia jamás se le daba la espalda. Así pues, ¿me preocupaba su situación? ¿Me preocupaba el increíble cambio físico y mental que había sufrido?
¿Me preocupaba el apenas haberle reconocido?
El mero hecho de plantearme la posibilidad de negar la evidencia me hizo suspirar. No valía la pena el esfuerzo, al menos no con Lansel. Mis sentimientos al respecto eran tan evidentes que no iba a malgastar ni un segundo negándolo.
—Me preocupa, sí. Aunque ya no forme parte de la Unidad sigue siendo mi hermano... así que sí, me preocupa el rumbo que están tomando las cosas. El príncipe es un mal enemigo, espero que no cometa ninguna estupidez.
—Es Davin, Damiel... si alguien puede cometer una estupidez, es él.
—Lo sé, pero no puedo hacer nada. Me dio la espalda, ya no me escucha.
—A ti no, es evidente, pero a ella sí.
Ella. El tema estrella.
Un nuevo relámpago iluminó el cielo. La lluvia cada vez caía con más fuerza contra los cristales. Las nubes se habían oscurecido y la luz, cada vez más débil, amenazaba con dejarnos a oscuras en caso de fallo eléctrico.
Jyn, como no.
—No has parecido demasiado sorprendido esta mañana. ¿Lo sospechabas?
—Hombre... —Lansel se encogió de hombros—. El nombre, la edad, el interés de tu padre... y el parecido, Damiel. El parecido con tu hermano. Lo siento, pero era evidente... y lo sabes.
—Debería haberme dado cuenta, ¿verdad?
Lansel se encogió de hombros a modo de respuesta... y en aquel preciso momento, un rayo alcanzó de pleno el tren y el sistema de frenado de emergencia se puso en marcha, provocando que el Pretor cayese sobre mí y ambos nos desplomásemos en el suelo, incapaces de mantener el equilibrio. Inmediatamente después, todas las luces se apagaron, dejando el vagón a oscuras.
Y entonces, algo explotó en el último vagón.
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