Capítulo 26

  Capítulo 26 – Aidan Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)  




—Deberías decírselo, Aidan.

—¿Decirle el qué?

—¿A ti qué te parece? Es evidente, amigo. Tan evidente que incluso me dan ganas de coger a Damiel por el pecho y sacudirle hasta que lo admita. Pero ya lo conoces, por muy obvio que sea, hasta que tú no se lo digas, no lo creerá.

—¿Tan evidente es?

Olic puso los ojos en blanco. Por supuesto que era evidente. Si a todo lo que había sucedido se le sumaba el evidente parecido con su madre, era realmente complicado no darse cuenta de que aquella chica era en realidad mi hija. Mi interés en ella, su parecido, su nombre, su edad... desde luego había que estar ciego o saber muy poco sobre mí para no darse cuenta. Para Olic, por supuesto, la realidad había salido a relucir tan pronto la había visto de cerca. Jyn tenía muchísimo de los Valens.

Dejé escapar un suspiro. Hacía unos minutos que habíamos superado la media noche y la celebración por Giordano estaba en su pleno esplendor con los agentes en la terraza charlando entre copa y copa. Olic y yo, sin embargo, nos encontrábamos en el salón, viendo en la televisión el torneo de esgrima de selecciones. Aquella noche, la misma en la que Marcus y Jyn cumplían los diecisiete, tras varios meses de competición, uno de los países de Gea se alzaría como el vencedor definitivo.

—¿Hace cuanto que lo sabes? —me preguntó.

Tuve la tentación de seguir con la mentira. De haber sido Lansel o alguno de los aprendices, no habría dudado en hacerlo. Aquellos chicos, por muy listos que se creyesen, creían tan ciegamente en mí que podría haberles convencido de cualquier cosa. Con Olic, sin embargo, era diferente. Mi agente más experimentado había visto y oído lo suficiente a lo largo de todos aquellos años como para saber analizar la realidad con otra óptica.

—Desde el principio. Estaba escondida en la casa cuando llegamos. El asesino confundió una de sus amigas con ella.

—Y creísteis que lo mejor sería ocultarla... tal y como haces ahora.

—Así es. Aquello no fue un crimen casual, Olic. Fueron a por mi familia.

—¿Y ahora?

Ambos desviamos la mirada hacia la terraza al ver que Damiel y Jyn se levantaban para ir a la cocina. Entre ellos había nacido una conexión tan fuerte que no podía evitar ponerme nervioso. El modo en el que se miraban o se sonreían resultaba de lo más inquietante tratándose de hermanos.

—¿Cuál es el plan? ¿Pasarte el resto de toda tu vida separándolos?

Era una posibilidad. No demasiado viable, desde luego, pero una posibilidad. Llegado a aquel punto me costaba tener que enfrentarme a la realidad, y más teniendo en cuenta lo que había sucedido con Davin. Con perder dos hijos había tenido más que suficiente.

Claro que las cosas con Damiel no tenían porqué ser iguales. Mis dos hijos eran tan diferentes entre sí que era un error tomar la conducta de uno como ejemplo para el otro. Eran, por así decirlo, como el sol y la luna, el día y la noche. Conociéndolo, Damiel nunca me abandonaría. Él seguiría a mi lado costase lo que costase, sintiese lo que sintiese, pero nadie le quitaría la decepción. La mentira seguiría siempre presente en su mente, separándonos cada día un poco más hasta, probablemente, acabar convirtiéndonos en dos extraños.

Era demasiado complicado. Quizás debería arrepentirme de no habérselo dicho antes, pero teniendo en cuenta lo que aquello implicaba, ¿acaso no había valido la pena? Jyn había acabado estando en peligro igualmente, pero no a costa de su apellido.

O al menos eso quería pensar, claro. Llegado a aquel punto, ya no sabía qué pensar. Todo era demasiado casual.

—No lo sé. Hace unos años Davin se enteró y mira lo que pasó.

—¿Fue por esto por lo que dejó la Unidad? —Sorprendido, Olic negó con la cabeza—. Espero que no te ofenda, Aidan, pero tu hijo siempre me pareció un auténtico capullo. Ahora, con esto, me lo confirmas.

—Olic...

El agente se encogió de hombros.

—Siento mi sinceridad, Aidan, ya me conoces. Lo digo como lo pienso.

—Tú también puedes llegar a ser un autentico capullo cuando te lo propones.

—Y orgulloso estoy de serlo —dijo, y alzó su copa de vino—. Pero incluso así, te aseguro que jamás daría la espalda a mi familia por intentar proteger a uno de los miembros. Puedo ser un capullo pero tengo corazón.

—La situación de Davin era complicada, ya lo sabes... y si a eso le sumas la intervención de Valens, pues el resultado es el que es. —Me encogí de hombros—. Una auténtica mierda.

Olic me dio la razón. Aunque el comportamiento del mayor de mis hijos no había sido la mejor, se podía llegar a entender teniendo en cuenta su situación. Demasiada presión para alguien tan joven e inestable.

—Bueno, es cuestión de intentar enderezarla —reflexionó Torrequemada—. Visto lo visto, tienes dos opciones. Una, esperar a que Damiel se entere de casualidad y acabe odiándote... porque se va a enterar tarde o temprano, te lo aseguro, o dos, decírselo tú y tratar de manejar la situación. Eres listo, si sabes jugar tus cartas bien podrías incluso lograr ganártelos a los dos... O hasta los tres si me apuras. —Olic me dedicó una breve sonrisa—. Eso sí, haz algo antes de que sea demasiado tarde... o esos dos dejen de comportarse solo como hermanos.

Me acabé el contenido de la copa de un trago y me puse en pie, dispuesto a ir a la cocina. En la terraza, mientras tanto, Misi y Lansel bromeaban con un Marcus al que le estaba costando horrores concentrarse. Algo parecía preocupar al joven cumpleañero. Me pregunté de qué se trataría, aunque no me detuve a descubrirlo. Tenía otras cosas más importantes en mente. Me dirigí hacia la cocina y, escuchando ya las voces de mis hijos desde el pasadizo, me detuve junto a la puerta para oír su conversación.

Ambos parecían muy alegres.

—Así que al final me has hecho caso y te has quitado ese pelo rosa, ¿eh? Estás mucho mejor así. ¿Es tu color natural?

—Creo que sí... aunque hace ya tanto tiempo que no me lo veo que puede que me equivoque. Eso sí, tengo fotos de pequeña con el pelo negro como el carbón, así que supongo que sí. No me imagino a mi madre jugando a las peluqueras conmigo, la verdad.

Rieron con complicidad. Cuando hablaba de su madre no se refería a Jyn, era evidente. Durante el poco tiempo que habían estado juntas a ella le había encantado jugar a absolutamente todo con la pequeña de la casa. Sin duda debía hablar de la tal Winny Corven, la amiga de Luther.

—¿Y a tu madre le hacía gracia que te dedicases a eso del baile? A nivel profesional, me refiero. La exposición mediática es brutal.

—Bueno, no le hacía demasiada gracia, la verdad... y me imagino que ahora se estará culpando por ello. Conociéndola, no se perdonará nunca haberme dejado elegir mi propio camino. Ella habría preferido que fuera a la universidad y que hubiese acabado trabajando en su editorial o algo por el estilo.

—Guau, ¡qué emocionante! —Damiel soltó una carcajada—. Bueno, aún estás a tiempo de entrar en la universidad. Es más, quizás no sea una mala idea. Después de lo que ha pasado no creo que estés pensando en volver a los escenarios, ¿no?

—Para poder acceder tienes que estar vivo... creo, vaya —dijo ella, maliciosa—. La verdad es que no sé qué voy a hacer. Ahora mismo solo pienso en cuando podré volver a hablar con mis padres y con Doric. Me duele pensar lo mucho que deben estar sufriendo por mí.

¿Doric? Un escalofrío me recorrió la espalda al recordar unas palabras muy parecidas en boca de su madre hacía ya muchos años. Cuando conocí a Jyn, su relación con el por aquel entonces príncipe Konstantin era tan parecida a la de mi hija con Doric que resultaba complicado no sentir cierta inquietud.

—Bueno, seguro que tus padres están devastados por tu muerte, pero el príncipe... —Damiel volvió a reír—. ¿Tan íntimos sois? No me digas que eres su novia, por favor. No me rompas el corazón tan pronto.

—Puedes estar tranquilo, tiene novia, sí, pero no soy yo precisamente. A mí me van un poco más mundanos... y si son Pretores, mejor que mejor.

Suficiente. Sintiéndome mucho más incómodo de lo que me había sentido en años, decidí intervenir. Retrocedí unos pasos, para que el sonido de mis pisadas procediese de un poco más atrás, y entré en la cocina, fingiendo no haberme dado cuenta de su presencia. Al verme entrar ambos volvieron la mirada hacia mí, sonrientes, como si no les importase mi presencia, y siguieron conversando. O lo habrían hecho de habérselo permitido. Saludé a ambos alzando la mano y me dirigí directamente hacia Damiel, el cual no necesitó más que mirarme a la cara para comprender de inmediato lo que quería.

Se despidió de Jyn con un guiño.

—Luego seguimos hablando, guapa —dijo—. Vuelve con el resto, seguro que te echan de menos.

—¡No tardes! —exclamó ella con una gran sonrisa atravesándole la cara y sacudió la cabeza a modo de despedida—. Centurión.

Centurión...

Aquella actitud tan desvergonzada logró arrancarme una sonrisa. Jyn no solo se parecía físicamente a su madre, sino que había heredado mucha de su personalidad. Era abrumador. Después de tanto tiempo enterrados en mi memoria, aquella joven tan solo necesitaba abrir la boca para despertar en mí recuerdos del pasados. Recuerdos de una época en la que había sido tremendamente feliz en compañía de mi querida esposa, mis hijos y mi hermano.

Ojalá nada hubiese cambiado.

Aguardé un par de minutos a que la joven saliese a la terraza y Olic subiese el volumen de la televisión para desviar la mirada hacia Damiel. Mi hijo estaba tranquilo en apariencia pero sus ojos evidenciaban que tenía muchas ganas de hablar y no solo de trabajo precisamente.

Me pregunté qué debía hacer. Llegar hasta la cocina había sido fácil, al igual que lo había sido escucharlos, pero llegado a aquel punto todo se complicaba. Por suerte, con Damiel tenía una confianza que a duras penas se podía comparar con la de nadie. Quizás con la de Lyenor, pero ella era un caso a parte.

Me crucé de brazos. Ni tan siquiera sabía por dónde empezar.

—¿Te has enterado ya de lo de Lucian, no? —dijo de repente Damiel, facilitando así el inicio de la conversación—. Exige el traslado de la detenida.

—Ojalá pudiese decir que me sorprende —respondí—. Es un metomentodo, ya lo conoces. Mientras considere al "Fénix" un enemigo de Albia, hará y deshará cuanto pueda. ¿Habéis logrado identificarla?

Para mi sorpresa, Damiel dudó por un instante en responder. Se acabó de un trago el contenido de la copa que tenía entre manos y la dejó sobre el mármol de la cocina.

—Alaya Cyrax, ¿te suena?

Alaya Cyrax... el nombre resonó con fuerza en mi mente, despertando ecos del pasado. No me resultaba del todo desconocido. En aquel entonces no lograba recordar el motivo, pero sin duda había conocido a aquella mujer. ¿Quizás en alguna misión? ¿Puede que en Hésperos? O quizás...

Desvié la mirada hacia la ventana que daba al exterior. Más allá del cristal la noche de Vespia estaba llena de luces y música; llena de diversión. Desde allí, sin embargo, únicamente alcanzábamos a ver los coloridos hologramas que dibujaban los potentes proyectores en el cielo. Aquella noche, tratándose de la de cierre de las fiestas, el cielo se llenaría de fuegos artificiales durante tres horas a partir de la una de la madrugada.

—Me suena —admití—. Aunque no recuerdo de qué. ¿Debería conocerla?

—Deberías, sí. Al menos ella te tenía muy presente. —Damiel dejó escapar un suspiro—. Misi ha estado buscando información. Por lo visto coincidisteis durante un tiempo en el Castra Praetoria. A ella y a un tal Alaster los expulsaron.

—¿Alaster?

El sonido gutural del timbre de la casa al resonar en el interior del cavernoso edificio logró sobresaltarnos a ambos. Damiel y yo miramos hacia el pasadizo, confundidos ante la inesperada llamada, y aguardamos en silencio a que alguno de los nuestros decidiese ir a abrir. Misi, como de costumbre, se ofreció.

—¿Sabes quién es? —pregunté.

—Conociendo a Lansel, alguna chica ligera de ropa —respondió sin poder evitar que una carcajada se le escapase—. ¿Se te ha olvidado ya mi regalo del año pasado?

—Dudo que jamás pueda olvidarlo. En fin, sobre el tema que me comentabas de Cyrax... mañana lo hablaremos en profundidad. Te mentiría si dijese que el nombre me resulta desconocido, al igual que el de Alaster, pero ahora mismo no sabría decirte de qué los conozco. Probablemente Misi esté en lo cierto y hayamos coincidido en la Castra Praetoria.

—Uno de nosotros debería viajar a Hésperos para asistir al interrogatorio —prosiguió Damiel—. Tengo la sensación de que esto es más complicado de lo que parece a simple vista, padre... creo que nos afecta directamente a nosotros.

—¿A la Unidad?

—No, a la familia.

—¿A la familia?

Por el modo en el que Damiel me miró, supongo que mi cara lo dijo todo. Aquella acusación era muy grave y más teniendo en cuenta lo que había sucedido años atrás con su madre. Alguien había atacado una vez a la familia y el que ahora otra persona lo volviese a hacer resultaba aterrador...

Si es que se trataba de otra persona, claro.

Un escalofrío me recorrió toda la espalda. Inicialmente no había querido abordar el tema aquella noche, pues era un día de celebración, pero después de escuchar aquellas palabras no me quedó más remedio que profundizar en lo que Cyrax había confesado.

Pero no sería en aquel momento cuando lo hablaríamos. A pesar de que así lo habría deseado, la voz de Misi en el salón volvió a interrumpir la conversación. La aprendiz anunció la llegada de alguien... e inmediatamente después se oyó un grito de Jyn. Pasos acelerados, una expresión de sorpresa por parte de otra persona y, por último, silencio.

Mucho silencio.

Damiel y yo intercambiamos una fugaz mirada, confusos ante las reacciones, y rápidamente volvimos al salón. Y maldita la hora en la que lo hicimos. Para cuando llegamos, bajo la atenta mirada de todos los presentes, los cuales parecían casi tan perplejos como yo al entrar, descubrimos que no solo teníamos dos nuevos invitados en casa, sino que uno de ellos estaba abrazando a mi hija.

Davin.

—¿Pero qué...? —murmuré.

Pero no logré acabar la frase. Con ver la expresión de angustia de Davin al estrechar a su hermana con fuerza contra su pecho y la de ella, de total y absoluta alegría, me bastó para comprender que Davin no había estado precisamente quieto durante aquellos seis años.

—¡No sabes cuánto me alegro de verte! —exclamó Jyn para la satisfacción de Luther Valens, que se encontraba de brazos cruzados junto al televisor—. Te quise llamar, pero...

—No entiendo nada —murmuró Damiel a mi lado—. ¿Por qué se conocen?

Consciente de que la situación se me escapa de las manos, lancé una mirada cómplice a Olic para que sacase a los aprendices de la sala. Una vez a solas, con la familia reunida en el salón frente al televisor ahora sin volumen, aguardé unos segundos a que Davin y Jyn se separasen para al fin lograr reaccionar.

Davin había cambiado. Además de físicamente, pues a lo largo de aquellos seis años no solo había perdido mucho peso sino que la cicatriz que ahora cruzaba su rostro había cambiado por completo su semblante tornándolo mucho más sombrío, su mirada evidenciaba que había madurado. El Pretor que tenía ahora ante mis ojos distaba mucho del joven que años atrás había abandonado la unidad Sumer. Davin tenía ahora un aura de poder a su alrededor que evidenciaba lo mucho que había crecido en todos los sentidos.

Un aura que lo hacía parecerse enormemente a su tío, el cual, seis años después, seguía manteniéndose igual que el primer día, firme y sereno, con el toque de majestuosidad y vanidad muy propio de los Valens.

Nuestras miradas se encontraron momentáneamente. Para mí era complicado no mirarlo. Mi pequeño había vuelto convertido en todo un agente de la Noche y no podía evitar sentir curiosidad. Me preocupaba su delgadez, la verdad, y tampoco me hacía demasiada gracia la cicatriz, pero he de admitir que tenía un aspecto digno de admirar. Sin duda, Luther había hecho un gran trabajo con él.

Pero que yo sintiese curiosidad por él no implicaba que el sentimiento fuese mutuo. Al contrario. Lejos de mantenerme la mirada, Davin la pasó de largo, imposibilitando así que me pudiese dirigir a él. De momento no quería contacto. Con su hermano menor, sin embargo, sus intenciones eran totalmente distintas. Davin centró la mirada en él y, tendiéndole la mano, logró romper la distancia que tanto les había separado a lo largo de aquellos años.

—Te veo bien, Damiel —dijo.

Damiel me miró de reojo antes de responder. De haber sido otra la situación, estoy convencido de que mi hijo mediano se habría abalanzado sobre su hermano para abrazarlo con fuerza. De hecho, teniendo en cuenta la constitución de ambos, probablemente lo habría apretado contra sí hasta hacerle crujir todos los huesos. En aquel entonces, sin embargo, únicamente aceptó su mano y se la estrechó. Nada más. La lealtad total y absoluta que sentía por mí le impedía ir a más.

—Hola —respondió él y a continuación le tendió la mano a su tío—. Siempre es un placer verte, tío.

—Lo mismo te digo, Damiel —contestó Luther—. Te veo imponente.

—Gracias.

—Tu tampoco tienes mal aspecto, Aidan —prosiguió el Centurión, desviando ahora la mirada hacia mí. Eso sí, a mí no me tendió la mano. Mejor. Después de lo de Davin, no se la habría estrechado—. Imagino que te preguntarás porqué ha tardado tanto mi agente en acudir a tu llamada.

—Doy por hecho que ha sido cosa tuya.

—Tú lo has dicho.

He de admitir que había llegado a creer que no le habían permitido venir. Tras haberle esperado durante casi cuarenta y ocho horas sin conciliar el sueño, atento en todo momento a su llamada, me había acabado dando por vencido. El Davin que yo conocía habría acudido de inmediato hasta el mismísimo infierno con tal de poder despedirse de su hermana, y por mucho que hubiese cambiado, que lo había hecho, sabía que aquel concepto de familia seguía teniendo mucha fuerza en él. En el fondo, era parte de su educación. El que no hubiese venido antes, sin duda, venía dado por causas externas. Causas que, ahora que al fin conocía, no me sorprendían. Luther era así. Él tenía que controlar la situación en todo momento, y en aquel momento la única forma que tenía de hacerlo era tirando de sus hilos y controlando los tiempos. Davin iría a ver a su hermana, sí, pero únicamente cuando él decidiese.

—No se lo tengas en cuenta, Aidan —prosiguió—. Estaba ya a punto de coger un tren hacia Ballaster cuando Danae lo encontró. El príncipe Lucian requería su presencia.

—Pero aquí estoy —exclamó Davin, atajando el tema de raíz. Rodeó los hombros de Jyn con el brazo y la atrajo contra sí para plantarle un beso en el cabello—. Tenía muchas ganas de verte, Jyn. Durante estos meses te he tenido muy presente, te lo aseguro.

—¿Y por qué no me cogías el teléfono? —respondió ella—. ¡Te he llamado mil veces!

—Lo sé, pero...

—Ha sido culpa mía, Jyn —intervino Luther de nuevo—. Davin ha estado involucrado en una misión especial en la que ha estado ilocalizable. Como ya te dije la última vez, la vida de Pretor es complicada.

Tanta complicidad me estaba revolviendo el estómago. Aquello era una traición en toda regla, y todos lo sabíamos. Luther y Davin me estaban castigando por haber guardado el secreto y para ello no estaban dudando en utilizar a Damiel. Un Damiel que, sin dudas, estaba haciendo un gran esfuerzo para no explotar y tirarme en cara todo lo que estaba viendo.

Se estaban comportando como unos auténticos cerdos.

Y no estaba siendo nada fácil contenerme, la verdad. De haber sido otra la situación no habría dudado en reprocharles aquel comportamiento. Intentaban hacernos daño y lo estaban logrando. No obstante, no quería perder la compostura. Aquel par se creían los vencedores de aquella pequeña batalla, creían estar por encima de mí con aquel golpe de efecto, pero no sabían que los Sumer, por encima de todo, estábamos unidos.

—Como decía, el príncipe nos ha retrasado un poco, pero no podíamos faltar a la ocasión —explicó Luther—. Espero que no te moleste, Aidan, pero en cuanto me enteré de lo ocurrido no tuve más remedio que mandar a uno de mis agentes a investigar lo sucedido. La noticia de la muerte de Jyn fue muy dura de asimilar. Tanto que preferí no creerla. Por suerte, no tardé demasiado en descubrir la verdad... al igual que esta localización. Deberías borrar mejor tu rastro, Centurión. Si en vez de ser uno de mis agentes el espía hubiese sido el "Fénix", es posible que ahora estuviésemos lamentándolo.

—¿Lo dices por Tara, tío? —intervino de repente Jyn para sorpresa de todos—. Porque si te refieres a ella, yo misma la vi merodeando por aquí hace unos días... de hecho, por aquí y por la casa de los Swarz. Es más, el señor Torrequemada también la vio, pero como ambos la conocíamos decidimos no decir nada.

—¿Ah sí?

Jyn estaba mintiendo, pero lo estaba haciendo con tanta seguridad que Luther la creyó. De hecho, todos la creímos, incluido yo. Es más, de no haberme guiñado el ojo en cierto momento en el que nadie nos miraba, seguramente a día de hoy habría creído su versión. No obstante, no era cierta. Jyn estaba mintiendo para proteger el honor de los míos, la Unidad que la había salvado, pero también para dejar clara su posición. Ni Valens ni Sumer, ella era una Corven y como tal se mantendría en el medio de ambas familias.

—En el fondo no importa cuánto hayáis tardado —dije para reconducir el tema. Jyn ya le había dejado suficiente en evidencia como para ahondar en la herida—. Lo importante es que estáis aquí. Nadie salvo vosotros y mi Unidad sabe que ella sigue con vida, por lo que es vital que no salga de aquí. Por su propia seguridad. Eso sí, quería que lo supieseis... por eso te llamé, Davin. Sabía que se lo transmitirías a tu Centurión.

—Lo iba a hacer, sí —respondió él sin mirarme a la cara.

Y entonces sucedió algo extraño. Algo mágico. Jyn, que aún estaba sujeta con un brazo por su hermano mayor, cogió de la mano a Damiel y lo atrajo para poder abrazarle. Y aunque habían pasado más de trece años desde la última vez que había visto aquella escena, con mis tres hijos unidos, no importó el tiempo que había transcurrido. No importó las disputas que había entre nosotros ni los enfrentamientos. No importó absolutamente nada, porque con aquel gesto logró que los hermanos volviesen a unirse y que la familia, aunque probablemente rota para siempre, volviese a ser eso, una familia.

Mi querida Jyn, siempre tan lejos de nosotros pero a la vez tan cerca. ¿Cómo imaginar que eras precisamente tú la pieza que faltaba para que volviésemos a estar unidos?




—¿Entonces ya lo sabías? —preguntó Davin a su hermano un rato después.

Sentados en los sillones del salón, con los tres hermanos acomodados en el de mayor tamaño y Luther y yo en los individuales, cada uno en un extremo de la sala, los cinco estábamos disfrutando de un alto el fuego mucho más dulce de lo que jamás habríamos esperado. Las cosas estaban yendo bien, las conversaciones fluían con naturalidad, sin rencores ni mentiras, y todo en gran parte era porque Jyn estaba empleándose a fondo para que así fuese. Siendo la pieza central que unía los dos bandos, la joven se dirigía a todos los presentes para hacerles participar en la conversación, sin soltar la mano de sus hermanos en ningún momento. Y lo estaba haciendo francamente bien, la verdad. Era como si lo hubiese estado practicando...

Como si lo tuviese planeado.

Me pregunté hacía cuanto que sabía la verdad. Visto en perspectiva me parecía evidente que su comportamiento tan cercano con Damiel no había sido otra cosa que una provocación hacia mí. Jyn había intentado forzar la confesión; se había acercado todo lo posible a él para que yo tuviese que intervenir, y a punto había estado de conseguirlo. Por suerte o desgracia, aún no lo sé, la aparición de Luther y Davin lo había acelerado todo y no había sido necesario decirle nada a Damiel. La verdad, muy a mi pesar, lo había golpeado de pleno en la cara.

—Lo sabía, sí —respondió Damiel—. El Centurión me lo confesó hace unos días.

—Sí —volvió a secundarlo Jyn, uniéndose a la mentira con peligrosa naturalidad—. Ya lo sabía. Tuve la tentación de decírselo, pero Aidan se adelantó. Una lástima, llevaba unos días practicando cómo hacerlo para dejarlo boquiabierto.

Tranquila Jyn, aunque había disimulado muy bien, lo habíais conseguido. Entre tú y todos habíais conseguido que Damiel no solo hubiese tenido que descubrir la verdad de la peor forma, sino que, además, no pudiese decir lo que opinaba al respecto libremente. Damiel era prisionero del momento, y así seguiría siéndolo hasta que no dispusiera de unos cuantos minutos para poder pensar con frialdad lo que estaba pasando.

Unos minutos en los que estaba convencido de que yo sería su blanco.

—¿Hasta cuando os vais a quedar, Luther? —preguntó Jyn—. ¿Tenéis que volver ya a Hésperos?

—Me temo que sí, Jyn —respondió el Centurión—. Debemos volver... o al menos ponernos en marcha. El caso del "Fénix" está levantando muchas ampollas en la capital. Lucian considera el asesinato de Jyn una afrenta directa a la corona.

—Dice que es un ataque al príncipe Doric, Jyn —lo secundó Davin—. Una provocación.

—Personalmente tengo dudas al respecto —prosiguió Luther—. Como bien sabéis, este no es el primer ataque del "Fénix". Tiendo a pensar que simplemente busca notoriedad internacional y para ello busca objetivos de alta relevancia. Primero esa cena benéfica con parte de la alta sociedad de Ballaster presente y después a las "Elegidas", con Lisa Lainard a la cabeza. —Valens negó con la cabeza—. Ese tipo quiere demostrar algo.

—Demostrar que no tiene miedo a nada ni nadie —le secundé—. Estoy de acuerdo en esa segunda parte. No obstante, es posible que sus actos sí que busquen una reacción... pero no en la familia Auren precisamente.

Una fugaz mirada a Luther bastó para que el Centurión comprendiese que Jyn no debía estar presente en la conversación. La joven había sido de gran ayuda, pero llegado a aquel punto su lugar se encontraba fuera de la sala, junto al resto. Así pues, consciente de ello, Luther hizo un ligero ademán de cabeza hacia Davin para que la sacase.

Muy a mi pesar, entre mi hijo y su tío había tal compenetración que no necesitaron palabras para entenderse. El Pretor rodeó la cintura de Jyn con el brazo e hizo ademán de incorporarse.

—Jyn, tengo un poco de hambre. ¿Me acompañas a...?

Pero como era de esperar, ella no se lo permitió. La chica se cruzó de brazos, molesta ante el mero intento, y sacudió la cabeza.

—¡No! —exclamó con brusquedad—. ¡No me muevo de aquí! ¡Tengo derecho a saber qué está pasando! ¡Ese loco intentó matarme!

—La investigación es confidencial —advertí—. No podemos compartir contigo secretos de la Casa de la Noche, lo lamento.

—Confidencial —repitió ella con ironía—. ¿Tan confidencial como que estoy muerta? —Sacudió la cabeza—. Estoy metida en esto: merezco saberlo. De hecho, estaba esperando el momento perfecto para decirlo... y creo que es este. Cuando me preguntasteis sobre qué sucedió en el escenario antes de vuestra intervención no fui del todo sincera. Me dejé algo por decir.

Aquella confesión provocó el silencio total y absoluto en el salón. Todas las miradas se clavaron en ella.

—¿Algo? —dije, y alcé el dedo a modo de advertencia—. Esto no es un juego, Jyn, lo sabes perfectamente. ¡Si has escondido algo que pueda ser de ayuda dilo de inmediato!

—¡A eso iba! —Jyn apretó los puños—. Ese tipo, el "Fénix", sabía quién era... y no me refiero a lo obvio. Al principio, cuando me atraparon, me llamó Sumer.

Sumer. Aquella revelación nos golpeó a todos con fuerza, dejándonos más mudos de lo que ya estábamos. Cuanto más profundizábamos en todo lo ocurrido, más fuerza cogía la posibilidad de que todo estuviese directamente relacionado con nuestro apellido... y más en concreto, conmigo.

Lancé una maldición por lo bajo. En el sillón, junto a Jyn, Damiel me miraba fijamente.

—Ya os lo dije, no es la primera vez que me encuentro con ese hombre. Esta es la tercera vez que me ataca. Primero en el escenario, después en el camerino, y ahora... —Jyn bajó la mirada—. Está obsesionado conmigo.

—Me temo que no solo contigo, Jyn —reflexionó Damiel—. Mierda, todo empieza a cobrar sentido, Aidan. ¿Recuerdas lo que te dije antes, verdad?

—Muy a mi pesar —admití—. Luther, ¿te suena el apellido Cyrax? Me resulta familiar, pero no recuerdo exactamente de qué. Según los archivos, Jarek y yo coincidimos con ella y con un tal Alaster durante los años en el Castra. Puede que fuese en la época en la que estabas tú también.

—¿Cyrax? —Los ojos de Luther se ensombrecieron—. Me suena, sí. ¿Por qué?

—Es el apellido de la mujer que envió a los Magi que ayudaron al "Fénix" —explicó Damiel—. Calo, Jeavoux y yo la capturamos anoche. Sufrió una herida de gravedad y ha sido internada en el hospital de Ballaster. Ahora mismo está bajo vigilancia, en observación, y en cuanto sea posible será trasladada a Hésperos por órdenes directas del príncipe Lucian Auren. —El agente negó con la cabeza, tratando de disimular su indignación—. Quiere interrogarla él directamente.

Luther asintió levemente con la cabeza, manteniendo su expresión indiferente en apariencia. A lo largo de los años la había mejorado hasta convertirla en una máscara de impasibilidad absoluta. Sin embargo, por muy depurada que estuviese su técnica, lo conocía demasiado para no saber que, en el fondo de su alma, estaba maldiciendo. Últimamente Lucian Auren se estaba entrometiendo demasiado en los asuntos de la Casa de la Noche y no le gustaba. Ni a él ni a Davin, con la diferencia de que el segundo no ocultaba en absoluto su enfado. ¿Sería por ello que había acabado encerrado una temporada en la Ciudadela?

—¿Qué te dijo esa mujer exactamente? —pregunté a Damiel—. Dijiste que te habló de mí.

—De ti y del tío Jarek —respondió mi hijo, incapaz de mantenerme la mirada al mencionar el nombre de mi hermano—. Y de madre. De hecho, fue cuando la mencionó a ella que la volví a golpear. Sé que no debería haberlo hecho, pero...

Todos los presentes palidecimos al escuchar aquellas palabras. No era la primera vez que descubría que alguien hablaba mal de Jarek o de mí. Siendo Pretores de la Noche, era comprensible ganarse mala fama en según que entornos. Pero Jyn... por el Sol Invicto, ella era intocable.

—¿Lo hizo con desprecio? —preguntó Luther con los puños muy apretados. Tenía todos los músculos de la cara en completa tensión—. ¿Qué te dijo de ella?

—Habló con desprecio, sí —admitió Damiel.

—Entonces hiciste bien —aseguré—. ¿Qué más te dijo?

—Cuando le pregunté su nombre me dijo que tú o el tío lo conoceríais... y os tachó de estúpidos. Hablaba de vosotros con mucho rencor. También dijo que los niños no eran culpables, que todo lo que había pasado era culpa suya... y habló de que uno a uno iríamos cayendo. Existe una lista... una lista con "ellas" a la cabeza.

—¿Ellas? —murmuró Davin.

Y aunque no fue necesario, pues todos habíamos comprendido el significado de aquellas palabras, Jyn no pudo evitar decir lo que nadie quería escuchar.

—Se refiere a mi madre y a mí —dijo con tristeza—. Primero nosotras... después el resto. Sol Invicto, eso significa que el "Fénix" mató a nuestra madre, ¿verdad?

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