Capítulo 25
Capítulo 25 – Damiel Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Tenía que ser allí.
Acuclillados entre la maleza y con los prismáticos enfocando la estructura que flotaba sobre el lago de aguas rosadas, Misi, Lansel y yo aguardábamos el momento oportuno para dirigirnos al puente colgante que nos llevaría hasta el lejano templo. De momento, con la luz del anochecer tiñendo de carmesí el cielo, no era el momento.
Nos encontrábamos en las afueras de una pequeña urbanización de un poblado llamado Koral, a veinte kilómetros del norte de Vespia, dispuestos a personarnos en el templo donde habíamos descubierto que al menos dos de los Magi que nos habían atacado en el palacio de los Swarz se habían criado. Un lugar que, aunque a simple vista era un remanso de paz rodeado de aguas dulces y bonitas instalaciones de madera, guardaba un gran peligro en su interior.
Nos había costado llegar hasta allí. Seguir el rastro de los Magi que habían muerto durante el ataque de el "Fénix" no había sido en absoluto fácil, y mucho menos cuando eran fuentes de información extranjeras las que había que consultar. Por suerte, no había base de datos alguna que se resistiese a la persistente y astuta Misi Calo. Nuestra joven aprendiz se había prometido a sí misma que lograría encontrar el lugar de origen de aquellos chicos, y aunque para ello había necesitado casi una larga semana, al fin lo había conseguido. Y precisamente por ello nos encontrábamos en aquel entonces allí, con las armas preparadas y la clara determinación de que no nos iban a poner las cosas claras.
—A estas alturas ya deben saber que estamos aquí —comentó Misi en apenas un susurro, acuclillada entre los dos—. De hecho, creo que acaba de salir un chico por la puerta principal... sí, ¿lo veis?
Desvié la mirada más allá del puente colgante hasta los accesos del edificio. He de admitir que el templo era un lugar sorprendente. Construido sobre una plataforma de madera situada en uno de los lagos más grandes de la zona, el edificio se alzaba en forma rectangular a lo largo de casi trescientos metros cuadrados. Desde la distancia la fachada se veía totalmente blanca, aunque en las caras laterales había inscritos símbolos negros en su superficie. Sus ventanas eran grandes y cuadradas al igual que su entrada, la cual estaba rodeada por un arco de madera. A su alrededor había un pequeño jardín con árboles frutales diseminados por la zona, con un pozo y varias estatuas. También había un porche, aunque en su interior no había ni sillas ni mesas. En lugar de ello había una gran alfombra azul que, extendiéndose hasta más allá del edificio, cubría todo el suelo impidiendo que la naturaleza creciese en él.
Una zona de entrenamiento.
En la parte trasera del edificio también había jardín, aunque desde allí no lo podíamos ver. Antes de partir, sin embargo, habíamos estado visionando la zona a través de la red local y aunque las imágenes no habían sido especialmente buenas habíamos podido descubrir una gran estatua dorada junto a la orilla. Una estatua cuya mera visión había logrado estremecernos.
—¿Pero qué clase de representación del Sol Invicto es esa? ¡Es una tía! —había dicho Lansel casi a gritos—. ¡Una tía con más de diez brazos! ¡Es una maldita abominación!
Abominación o no, lo cierto era que la estatua era lo que menos me preocupaba. La legislación en Ballaster era muy distinta a Albia en cuanto a materia religiosa se refería. Mientras que nosotros teníamos que practicar el culto en el ámbito privado, ellos tenían catedrales y lugares de rezo como aquel. Podían orar públicamente, mostrar su devoción y, lo que era aún peor, adaptar el credo a su propia visión.
Una visión que, como en aquel caso, había transformado al venerado Sol Invicto en una mujer con muchos brazos a modo de rayos...
—Ocho minutos para la caída de la noche, Optio —informó Misi—. ¿No deberíamos ponernos en marcha ya?
—No seas impaciente, Calo —advirtió Lansel—. Esperaremos lo que sea necesario.
Siete minutos después un centenar de llamas se encendieron en el lago. Se trataba de velas que, depositadas cuidadosamente sobre grandes hojas, flotaban por la superficie del agua otorgándole una agradable luminiscencia que, tan pronto cayó la oscuridad, tiñó de un color dorado la noche.
Había llegado el momento.
Los tres salimos de nuestro escondite en silencio para encaminarnos hacia el puente colgante. En el otro extremo, más allá de la gran verja dorada que protegía el acceso al templo, la puerta del edificio se abrió para dar paso a varias figuras. Tres niños y una mujer adulta. Los cuatro nos observaron desde la distancia durante unos minutos mientras avanzábamos, probablemente calibrándonos, y alcanzada la mitad del puente se situaron delante de la verja.
Se abrió lateralmente poco antes de que alcanzásemos el límite. Nos detuvimos a una distancia prudencial, conmigo a la cabeza y Misi y Lansel en los flancos, y aguardamos a que la mujer que iba a la cabeza del grupo rompiese el silencio.
—Pretores.
Las velas del lago revelaron que se trataba de una mujer de unos cincuenta años de edad, de larga cabellera rubia ya entrecana recogida en una trenza y bonitos ojos grises marcados por gruesas ojeras. La mujer vestía con una blusa naranja anudada a la cintura y unos pantalones oscuros que dejaban a la vista los tobillos totalmente tatuados. En los pies llevaba unas sandalias y en las muñecas, cubriendo otras tantas marcas, dos gruesos brazaletes de cuero en cuya superficie había grabada en oro la misma mujer de la estatua.
—Me pregunto a qué se debe esta visita, Pretores —prosiguió la mujer—. Ni me encuentro en territorio albiano ni han sido invitados a nuestro hogar.
—Tranquila, señora, será una visita breve si colabora —respondí con brevedad—. No pretendemos robarle más de una hora.
—Una hora de mi tiempo vale mucho más de lo que jamás podrás pagar, Pretor. Vuelve por donde has venido.
—Y si no lo hago, ¿qué? —dije, adelantándome un paso, y desvié la mirada hacia uno de los niños que había salido junto a la mujer. Si la memoria no me fallaba, que os aseguro que en aquel entonces no lo hacía, era la misma niña que nos había encerrado en una caja de hielo a Marcus y a mí—. Volvemos a vernos.
En aquella ocasión eran dos niñas y un niño de muy corta edad los que acompañaban a la mujer. Los tres vestían con ropas de calle, anchas y de aspecto cómodo, y lucían el cráneo afeitado lleno de símbolos rúnicos. La gran diferencia con nuestro último encuentro residía en su calzado. Mientras que en el palacio habían llevado deportivas, en aquel entonces iban totalmente descalzos, con los pies llenos de marcas apoyados directamente sobre el frío suelo.
La niña no apartó la mirada al sentir mis ojos en ella. Aunque ni sumando la edad de los tres llegaban a los veinticinco años, no había temor alguno en ninguno de ellos. Al contrario. Acompañados por la que sin duda debía ser su benefactora o maestra, los niños se sentían más poderosos y seguros de sí mismos que nunca.
—No me obligues a demostrártelo —insistió la mujer—. Vete ahora mismo.
—¿Pero está usted sorda, o qué? —intervino Lansel, alzando el tono de voz—. No nos vamos a ir de aquí sin...
Lansel desenfundó su espada y la interpuso entre él y la repentina aguja de hielo que, sin apenas mover un dedo, la mujer le lanzó a modo de advertencia. El carámbano chocó contra el metal y, sin apenas necesidad de activar la Magna Lux, Lansel lo vaporizó con el mero contacto, convirtiéndolo en un charco de agua que rápidamente se esfumó bajo sus pies.
—¡Fuera de mi propiedad! —dijo una vez más la mujer—. ¡No tenéis ningún derecho sobre mí aquí! ¡Esto no es el Imperio!
—Al menos uno de los críos que te acompañan han colaborado en un asesinato masivo perpetuado hace apenas una semana y media —advertí—. Está siendo buscado por las autoridades locales, las cuales nos han dado potestad en el país. Por el bien de todos ustedes, señora, le recomiendo que colabore, de lo contrario nos veremos obligados a emplear la fuerza.
—¡Esas acusaciones son falsas! —respondió la mujer—. ¡Ninguno de mis alumnos ha participado en ningún asesinato! Ensucian el buen nombre de...
—Es la última vez que se lo pido, señora —interrumpí, desenfundando ya mi pistola a modo de advertencia—. ¿Va a colaborar o no?
Un asomo de sonrisa se dibujó en sus labios. Incluso en la distancia podía percibir el desprecio y rencor con el que nos miraba. Sin duda, para aquella mujer los Pretores de la Casa de la Noche no éramos desconocidos. Nos había reconocido demasiado rápido.
Sentía curiosidad por ella. Dejando de lado sus malos modos y la evidencia de que no iba a ponernos las cosas nada fáciles, aquella mujer despertaba en mí todo tipo de preguntas y dudas que difícilmente podría responder sin su colaboración. ¿Se trataría de una colabora de el "Fénix"? ¿O sería sencillamente una trabajadora social a la que sus alumnos habían traicionado?
Por suerte o desgracia, no tardaríamos en descubrirlo.
—Adiós, señores Pretores —dijo—. Espero no verlos jamás.
La verja inició el proceso de cerrado justo cuando la mujer se giraba y se dirigía de regreso al templo. Sus alumnos, sin embargo, no se movieron. Con los ojos fijos en nosotros, su mera posición evidenciaba que no dudarían en atacar si intentábamos algo.
Algo que, por supuesto, no tuvimos más remedio que hacer.
—Tú lo has querido.
Un simple ademán de cabeza bastó para que los tres desapareciésemos ante los ojos de los tres muchachos. Inquietos al no localizarnos, los niños giraron sobre sí mismos, a la defensiva. Alzaron sus manos, dispuestos a construir auténticos castillos de hielo con sus propias manos si fuese necesario...
Pero no les dimos tiempo a hacerlo. Los tres volvimos a aparecer, cada uno detrás de uno de los niños, y los noqueamos golpeando en el punto adecuado de la nuca. Acto seguido, como torres de naipes, los críos cayeron al suelo, dibujando grandes círculos de fuego y hielo con el mero contacto de sus manos con el césped.
Ordené a Misi que y a Lansel que los engrilletasen y se encargasen de ellos. Yo, por mi parte, me encaminé hacia la entrada del templo, a sabiendas de que la dueña del edificio no me pondría las cosas tan fáciles como aquellos críos.
Y pensar que en el palacio de los Swarz nos lo habían puesto tan difícil...
Entré en un amplio recibidor de paredes blancas en cuyo muro lateral aguardaban más de una docena de colgadores dorados. La sala estaba abierta en tres direcciones, izquierda y derecha con dos pasadizos largos y de techos abovedados que daban a las alas laterales del templo, y una puerta frontal que daba acceso a un gran salón de suelo de madera sin muebles. El muro frontal de la sala era totalmente acristalado, y a su a través se podía ver el jardín trasero, con sus árboles, su embarcadero y, sobre todo, su estatua dorada.
Ella se encontraba allí.
Incluso de espaldas sabía que me estaba viendo. Aquella mujer controlaba a la perfección todos y cada uno de mis movimientos, y así me lo demostró cuando, al poner un pie en el salón sin muebles, toda la vidriera se quebró al ser impactada por una centena de agujas de hielo. Consciente de que yo era su blanco, me apresuré a hundirme en las sombras y, activando la Magna Lux para ello, salir de nuevo al recibidor a gran velocidad.
El templo entero vibró cuando todas las agujas de hielo se clavaron contra la pared contigua del salón. Me oculté junto a la puerta de entrada y con cierta perplejidad vi como las agujas que habían seguido su curso, colándose por el hueco de la puerta, seguían su viaje hasta estrellarse contra el pórtico principal.
De haberme alcanzado, me habrían atravesado sin problemas.
Tomándome aquella muestra de poder como una advertencia decidí tomar un rumbo distinto. Me adentré en el pasadizo izquierdo y lo recorrí hasta alcanzar una puerta abierta. Al otro lado del umbral aguardaba una pequeña estancia preparada para que los alumnos comiesen en bancos de madera. Eché un rápido vistazo a la sala, asegurándome de que estuviese totalmente vacía, y me adentré en su interior. Al final de esta aguardaban varios ventanales a través de los cuales se podía ver el jardín. Abrí uno de ellos, dispuesto a asomarme, pero rápidamente tuve que retroceder al ver un alud abalanzarse sobre mí. Salí al pasadizo justo cuando la nieve se colaba ya por las ventanas, haciéndolas saltar para dentro.
Me apresuré a cerrar la puerta. El poder de aquella mujer era majestuoso. Tendría que pensar una buena forma de acercarme a ella.
Me llevé la mano al comunicador.
—Lansel —dije—. ¿Cómo están los críos? ¿Siguen inconscientes?
—Sí, claro, no han pasado ni cuatro minutos desde que te has ido —respondió él—... ¿qué pasa? ¿No te lo está poniendo fácil esa bruja, eh? ¿Necesitas apoyo? Si es una Maga experimentada, tú solo no podrás con ella.
—¿Que no? —dije, y solté una sonora carcajada—. Mira y aprende, chaval.
Lansel tenía razón, solo no iba a poder acercarme a esa mujer. Por suerte, yo nunca estaba solo. Después de todo, ¿de veras se creía la única capaz de hacer magia?
Volví a activar la Magna Lux para que mis capacidades se agudizaran aún más. Reunir la oscuridad reinante del pasadizo era fácil, pero darle forma y tallarla a mi gusto, no lo era tanto. Por suerte, el poder me sobraba. Esculpí con la mente cuatro estatuas negras que se asemejasen a mis formas e impulsándola con un sencillo impulso mental, las tres siluetas surgieron de entre las sombras para unirse a mí. Una vez juntos, me tomé unos segundos para mirarlas. El parecido era más que razonable. Suficiente. Volví al recibidor principal y, una a una, fui enviando a las sombras a modo de señuelo. Como era de esperar, en movimiento, la mujer no pudo diferenciarlas de mi yo real. Concentró sus energías en ellas y lanzó agujas de hielo que ellas pudieron esquivar. Una, dos, tres... para cuando la segunda sombra hizo acto de presencia, la primera ya bailaba entre estacas de hielo que nacían del suelo, como si de un bailarín se tratase. Un Jyn Corven en potencia.
Irónico, ¿no?
Dejé que se divirtieran durante un par de minutos más antes de unirme al espectáculo. En la retaguardia quedaba una sombra más, pero preferí mantenerla en la reserva, por si fuera necesario. Así pues, aguardé a que mi objetivo se concentrase en la trampa para fundirme en la oscuridad y recorrer la estancia a la carrera. Una vez al otro lado, tras atravesar uno de los cristales rotos, alcancé el jardín. La mujer se mantenía muy cerca de la estatua, prácticamente en su falda, y el motivo era claro. Aquel ser dorado canalizaba su poder... canalizaba su energía, potenciándola y dotándola de un salvajismo poco visto anteriormente.
Una sombra, dos, tres... podría haberle lanzado doce sombras que habría podido enfrentarse a todas a la vez. Eso sí, con un par bastaba para que se concentrase por completo...
Muy mal, querida, muy mal.
Me acerqué a la estatua dispuesto a tocarla. Antes de hacerlo, sin embargo, el instinto me advirtió al respecto. Un objeto metálico cargado de tantísimo poder podía llegar a ser muy peligroso... demasiado peligroso. Lo mejor que podía hacer era eliminarlo... derrumbarlo, y sabía cómo hacerlo. Me planté frente a la estatua, delante de mi oponente, la cual estaba demasiado ocupada como para darse cuenta de mi presencia, y alcé la pistola.
Ocho disparos bastaron para que la estatua se volcase y cayese de espaldas al suelo. Inmediatamente después todas las velas se apagaron a la vez. La oscuridad se cernió sobre nosotros... y para que no cometiera ninguna estupidez, decidí volver a disparar.
—¡Ah! —gritó la mujer al ser alcanzada en el muslo derecho.
Aproveché que caía de espaldas al suelo y se sujetaba la herida para materializarme ante ella con el arma apuntando directamente a su cabeza. El próximo disparo, si es que me obligaba a ello, sería en la cabeza.
—¡Siempre jugando sucio! —murmuró entre dientes al verme aparecer ante ella. La luz de las estrellas y de la luna no era especialmente fuerte aquella noche, pero bastaba para que pudiese ver mi silueta frente a ella—. ¡Eres escoria, Pretor! ¡No tenías derecho a entrar!
—Yo de usted no perdería demasiado el tiempo con tonterías —respondí—. Hasta que no suelte todo lo que quiero oír no la llevaré a un hospital, así que usted verá. Puede morir desangrada.
Por la forma en la que me miró, juraría que me habría escupido de no tener una pistola apuntándole directamente a la cabeza.
—Si ese es el destino que ha tejido el Sol Invicto para mí, que así sea.
—Por el amor del Sol, déjese de tonterías, anda —dije ante tanto dramatismo—. No tiene porqué morir nadie esta noche. De hecho, si le sirve de consuelo, sus niños siguen con vida... eso sí, serán llevados ante la ley. Al menos los que colaboraron en el asesinato de los Swarz. El resto correrá otra suerte.
—Son inocentes —replicó—. Ellos son inocentes... todos, incluida Aisia.
—¿Aisia? ¿Aisia es la cría del hielo?
La mujer desvió la mirada hacia la herida de la pierna, visiblemente dolorida. Por la cantidad de sangre que estaba perdiendo, más le valía ser rápida.
—Sí, es la chica del hielo... es cierto que ella participó en el ataque a los Swarz pero no es culpable de ello. Yo se lo ordené.
—¿Usted?
Llegado a aquel punto sabía que no iba a dejar de hablar, así que decidí acuclillarme para poder mirarla a la cara. A pesar de la palidez causada por la herida, sus ojos brillaban con tanta determinación y odio que no me cabía la más mínima duda de que ocultaba una gran historia.
—¿Cuál es su nombre?
—Pregúntaselo a tu padre o tu tío, Sumer —respondió, prácticamente escupiendo mi apellido—. Ah, no, a Jarek no puedes, cierto, se lo cargaron. Una pena, ¿eh?
No debería haberlo hecho, lo sé. Fue un error caer en una provocación tan burda como aquella, pero no pude evitarlo. Odiaba que mencionasen a mi padre. Si bien en el pasado no había sido el Pretor que debería haber sido, hacía ya muchas décadas que se había convertido en un gran hombre y no soportaba que siguiesen tratándolo con desprecio. No obstante, lo podía soportar. El que mencionasen a mi tío Jarek, sin embargo, ya era otra cosa. Mi tío llevaba muerto casi catorce años y no iba a permitir que nadie ensuciase su nombre. Absolutamente nadie.
Precisamente por ello hice lo que no debía haber hecho. Bajé el arma, furioso, la cogí por el cuello y apreté con fuerza, dispuesta a estrangularla... tal y como ella había pretendido que hiciera.
Maldita sea, Damiel, ¿en qué demonios estabas pensando?
Tardé unos segundos en poder controlarme. Unos segundos en los que la mujer estuvo a punto de morir ahogada pero que, por suerte, logró superar.
Nunca me habría podido perdonar cometer tal error.
—Veo que conoce a mi familia... —dije, volviendo a alzar la pistola—. Pues ya sabe de qué somos capaces.
—Lo sé perfectamente, y es precisamente por cómo sois que vais a morir uno a uno. Todos, chaval, absolutamente todos... me pregunto quién será el próximo en la lista. Primero ellas, pero después...
—¿De qué demonios está hablando? ¿De qué lista habla?
—¿Aún no lo sabéis? ¿De veras? —Soltó una carcajada—. Debí imaginarlo. Jarek era el único con un poco de talento. El resto era pura basura, desde esa Valens a...
No pude más. Insisto en que no debería haberlo hecho, que fue un grave error, pero en aquel entonces la pasión me pudo y estrellé el puño contra su rostro con tanta fuerza que la mujer cayó de espaldas al suelo, inconsciente.
Muy a mi pesar, el interrogatorio llegó a su fin.
—Genial —me dije a mí mismo entre dientes al comprobar que al menos de momento no iba a despertar—. Muy listo, Damiel, muy listo... —Volví a conectar el intercomunicador—. Eh, Lansel, manda a Misi a la parte trasera del edificio. Creo que esto se me ha ido de las manos.
—Maldita sea, Damiel, ¿qué has hecho? —respondió él de inmediato—. ¿La has matado?
—No, pero si no me la quitas rápido de encima, es posible que lo haga.
—Alaya Cyrax... pues no me suena de nada, la verdad.
—¿De veras? Pues por edad pertenece a la misma generación que el Centurión, Damiel.
—Ya, bueno, ¿sabes la cantidad de aspirantes a Pretores que hay cada año?
Lo sabía, desde luego. Ella misma había sido uno de ellos hacía tan solo unos cuantos años, y sí, había muchos aspirantes. A lo largo de los cinco años de preparación que duraba la estancia en el Castra Praetoria, muchos eran los jóvenes que se ponían a prueba a sí mismos. La mayoría de ellos acababan retirándose durante los primeros años, incapaces de soportar la presión. Otros, por desgracia, no superaban el ritual de la Magna Lux. Así pues, de la gran cantidad de aspirantes que había en cada generación, muy pocos eran los que lograban llegar al final del proceso. Tan pocos que incluso se podían contar con los dedos de las manos... de ahí a que, en el fondo, no fuese tan extraño que el nombre de Alaya Cyrax no me resultase familiar. Mi padre y mi tío habían coincidido con ella, sí, ¿y qué? Teniendo en cuenta que no había logrado completar ni el primer curso, lo más probable era que hubiese durado tan solo unos meses.
—Pues ella parecía conocerlos demasiado bien —comentó Lansel distraído mientras paseaba la mirada por el parque en el que nos habíamos sentado a comernos unos bocadillos. Aún no eran ni las diez de la mañana, pero las calles de Vespia estaban llenas de gente—. Al menos por lo que has dicho, claro. Yo ni salgo ni entro del tema, ya sabes.
—Estoy convencida de que el Centurión conocerá el nombre —insistió Misi, con su panel de datos entre manos. Desde que al fin fuese identificada en el hospital, no había cesado de buscar información sobre ella—. Tenemos que preguntarle al respecto. Según los informes que estoy revisando, tanto ella como un tal Orace Alaster fueron expulsados por una falta grave en la que, casualmente, también se vieron envueltos otros dos aspirantes.
—Eso no significa nada, Misi —repetí una vez más—. Aunque cueste creer, los Sumer no eran los únicos...
—Optio —me interrumpió mi aprendiz, sombría—. Aunque no da nombres, el informe indica que se trataba de dos gemelos... puede que sea una casualidad, pero...
Alcé la mano para zanjar el tema. No quería hablar de ello. No mientras estuviese de tan mal humor. Las cosas se habían torcido dramáticamente en las últimas horas y no tenía ganas de nada.
Alaya Cyrax había sobrevivido a la herida. Aunque había perdido mucha sangre, pues el traslado al hospital había sido más complicado de lo esperado, la mujer había sobrevivido. Los servicios médicos habían priorizado su caso y, siempre bajo vigilancia, se había procedido a su tratamiento. Unas horas de infarto después, los cirujanos nos confirmarían que habían logrado extraer la bala y estabilizarla.
Hurra por ellos.
El problema había venido poco después, cuando la noticia de su detención junto a la de sus proyecto de Magi había llegado a oídos de el "jefe". Lucian Auren quería interrogar personalmente a los prisioneros, y para ello, nos gustase o no, había ordenado su traslado inmediato a la Ciudadela, en Hésperos. Sin preguntas, sin quejas, simplemente nos quitaban a nuestros detenidos sin tan siquiera darnos la oportunidad de interrogarlos.
Estupendo, vaya.
Aquel repentino cambio de planes nos obligaba a volver a Hésperos antes de tiempo. Bueno, no a todos, desde luego, pues el plan de mantenernos ocultos una temporada en Vespia seguía en pie, pero sí que provocaba que, una vez más, la Unidad tuviese que dividirse, con lo que aquello conllevaba. Una auténtica mierda.
Y si a aquel último giro de tuerca le sumábamos que llevaba casi una semana y media yendo y viniendo de un hotel a otro, sin pisar la casa que yo mismo había buscado y, por supuesto, sin ni tan siquiera haber podido conocer a nuestra invitada estrella, Jyn Corven, la verdad es que resultaba complicado mantener el buen humor.
Ah, y a todo esto se me olvidaba sumar las palabras de Alaya, claro. La mujer había dicho poco, pero más que suficiente para que mi mente crease una loca teoría sobre todo lo que estaba sucediendo con el "Fénix". Una teoría que, aunque no me beneficiaba en lo más mínimo, cada vez tenía más cabida y más fuerza en mi mente.
Todo genial, vaya.
Una palmada en el hombro de mi buen amigo Lansel me hizo volver a poner los pies en el suelo. Aunque resultaba complicado no perderme en mis propios pensamientos, y más con todo lo que estaba pasando, no era el momento para hacerlo. Cuanto más vueltas le diese a todo más me envenenaría y no era precisamente aquello lo que más nos convenía. Más que nunca necesitaba tener la mente clara.
—Tranquilo Damiel, seguro que todo tiene una explicación. Cuando volvamos hablaremos con el Centurión. Conociéndolo estoy convencido de que sabrá por dónde van los tiros.
—Desde luego —admití—. Aidan tendrá que explicarnos varias cosas... pero no será hoy... porque, ¿qué día es hoy, Lansel?
Obligándome a mí mismo a recuperar el buen humor, me agaché para meter la mano dentro de la bolsa de plástico donde había metido la estrella de la noche. Una estrella que, envuelta en papel de regalo, haría las delicias de todos, pero sobre todo de mi querido Marcus Giordano, que aquel día cumplía diecisiete años.
—¡El día del elegido! —exclamó, y alzó el puño triunfal cuando saqué a relucir la magnífica botella de licor artesanal gran reserva que le había comprado en una de las licorerías locales—. Al chico le va a encantar.
—¿A Marcus o a vosotros? —preguntó Misi con cierta timidez, probablemente sintiéndose culpable por haber despertado mi malhumor—. Me daréis al menos un poquito para probar, ¿no?
—Eso ni se pregunta —respondió Lansel, que le rodeó los hombros con el brazo—. Eso sí, solo si convences a la bailarina para que pruebe ella también un poco.
Aproveché que Misi me lanzaba una mirada de reojo en busca de mi aprobación para guiñarle el ojo y zanjar así el tema. Aunque lo hubiese parecido, no estaba enfadada con ella. Sencillamente se me habían acumulado demasiadas cosas, entre las que también estaba el hecho de que además del cumpleaños de Marcus, aquella misma noche mi hermana habría cumplido también diecisiete años en caso de haber seguido con vida, y no estaba siendo fácil.
Pero iba a sacar energía de donde ya no me quedaba para sobrellevarlo, por supuesto.
—No os pondréis en plan chulitos esta noche, ¿verdad? —preguntó Misi recuperando el buen humor habitual—. Esa chica no necesita a dos gallos de corral peleándose por ella precisamente. Si queréis pelearos por alguien, ¡que sea por mí!
—¿Nosotros peleándonos? —replicó Lansel con fingida inocencia—. Por el Sol Invicto, Misi, ¿cuándo hemos hecho nosotros tal cosa? Ya sabes que no nos interesan las chicas... y mucho menos cuando son jóvenes y guapas. Anda ya. Damiel es un hombre comprometido con la causa, y yo... bueno, un lobo solitario, ya sabes. Pero vaya, que si tú quieres que yo te conquiste, me sacrifico por la causa. Todo sea por el bien de Albia.
—¿El bien de Albia? —Misi soltó una sonora carcajada—. ¡Qué morro tienes!
La noche prometía.
¿He dicho ya cuánto quería a Marcus Giordano? Aunque a veces era demasiado callado y tenía una tendencia natural a la autodestrucción que con el tiempo acabaría pasándole factura, era complicado no querer al joven aprendiz. Su sonrisa, siempre pura y cercana, y su forma de reír con tanta sinceridad cuando algo le hacía gracia lo convertían en alguien tan transparente que era difícil no confiar en él desde el primer momento en el que se le conocía. Además, pocas personas había conocido tan leales como él. Si se le pedía a Giordano ayuda, él te la ofrecía aunque le fuese la vida en ello... tal y como le había sucedido en el palacete de los Swarz. Yo le había pedido que me ayudase a salvar a la chica, que costase lo que costase teníamos que mantenerla con vida, y él no había dudado en enfrentarse con quien fuese con tal de conseguirlo.
Y así le había ido.
Para cuando logramos reencontrarnos una semana y media después de nuestro último encuentro las heridas de Marcus habían mejorado mucho. El Pretor ya volvía a ser plenamente dueño de su cuerpo y se movía con fluidez, pero su rostro denotaba que aún necesitaba unos cuantos días más de descanso para estar del todo recuperado. Por suerte, la espera no estaba siendo todo lo desesperante que en un principio había creído. Cuidar de la bailarina estaba siendo una tarea francamente agradable y muestra de ello era el modo en el que la miraba. Con disimulo, sí, pero con unos ojos tan brillantes que a pocos podía engañar.
Pero mientras que él parecía encandilado con la joven Corven, ella solo parecía tener ojos para mí. Desde que nos habían presentado no dejaba de mirarme, de hablarme y sonreírme, y la verdad sea dicha, yo estaba encantado. Después de todo, ¿acaso no me merecía un poco de atención después de todo lo que me había tocado vivir durante los últimos días? Además, había salvado la vida a esa chica, ¿qué menos que un poco de agradecimiento? Era una lástima que tanto Olivia como Marcus estuviesen siempre tan presentes en mi mente, de lo contrario las cosas habrían sido muy distintas aquella noche... o al menos lo habría intentado, claro. Con mi padre vigilándonos en todo momento e interrumpiendo todas las conversaciones era complicado conocer en profundidad a nadie.
—Brindo por ti, Marcus. Por ti y por mi hermana, esté donde esté. No puede ser casual que nacieseis el mismo día —dije, alzando mi copa—. El Sol Invicto te mandó con nosotros por algo. Los diecisiete años son una buena edad. Disfrútalos, apuesto a que a partir de ahora tu carrera no va a hacer otra cosa que ascender hasta las estrellas. Por ti, Marcus Giordano: ¡felicidades!
Todos felicitaron a Marcus a coro y le dieron un sorbo a su copa. Bajo la luz de las estrellas, reunidos en la bonita terraza donde tanto le gustaba estar a Giordano, todos nos habíamos contagiado de la alegría reinante. Al siguiente amanecer volveríamos a caer prisioneros de nuestras preocupaciones y deberes, pero en aquel entonces, más unidos que nunca, éramos felices. Incluso mi padre, ahora situado entre Jyn y yo, sonreía, y lo hacía con aparente sinceridad.
—Por ti, muchacho —exclamó Aidan—. Como bien dice mi hijo, disfruta de los diecisiete. El tiempo pasa muy rápido, demasiado, y aún tienes mucho por delante, pero es una edad mágica. Demasiado mayor para comportarte como un crío, demasiado joven para ir a la cárcel indefinidamente... lo dicho, ¡la edad perfecta!
La edad perfecta... mi padre logró arrancarnos una carcajada a todos con aquel discurso. Más que nunca, Aidan Sumer estaba profundamente feliz, como hacía mucho tiempo que no lo veía, y aunque en aquel entonces creía que era por tener un descanso después de tantas jornadas de tensión, no tardaría en descubrir la verdad.
—¡Felicidades Marcus! —exclamó Jyn de repente, sorprendiéndonos a todos con su intervención. Además de ser mucho más habladora y cariñosa de lo que habría imaginado, aquella chica no parecía en absoluto intimidada a pesar de estar rodeada de Pretores. Al contrario, parecía sentirse tremendamente cómoda, como si hubiese encontrado en nuestra Unidad su sitio—. Espero que disfrutes mucho de tu gran día. Te hubiese comprado un regalo, pero ya sabes, no me dejas salir de aquí... pero sin rencores, tranquilo. ¡Ah! Por cierto, ¡felicidades a mí también! Creo que no os lo he dicho pero también es mi cumpleaños... y cumplo diecisiete. Como tu hermana, Damiel. Qué casualidad, ¿no crees?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top