Capítulo 23
El día tenía que llegar... mira que me he resistido a que pasara peeeeeeeero... se me acabaron las vacaciones :( :( :( ¡Momento dramático! Jejeje. Como broche final de este magnífico verano en el que taaaaaan bien me lo he pasado, comparto con vosotros el siguiente capítulo... un capítulo que estoy convencida de que os va a remover :)
Ah, y dado que hoy estaba un poco artística y he sacado los lápices y los pinceles del maletín, comparto el mapa de Gea que he hecho ^^ Así podréis haceros a la idea de la importancia de Albia, dónde está Ballaster y... bueno, ¡para que os situéis un poquito en general! Espero que os guste.
Un beso.
Capítulo 23 – Aidan Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial)
Lucian Auren llegó al palacete de los Swarz pocos minutos antes del anochecer. Vestido con su impecable uniforme blanco, una gruesa capa de pelo azabache ondeando a su espalda y la espada ceremonial colgando del cinto, el príncipe Auren brillaba con luz propia. Como de costumbre, quería que su presencia en Ballaster dejase marca, que toda la sociedad se hiciera eco de su presencia, y para ello no había dudado en rodearse de un centenar de soldados que, con un grupo de tres Pretores de la Casa de la Corona a la cabeza, rápidamente tomaron los alrededores. El edificio y los alrededores se llenaron de luces y de voces, y con ellas el palacete de los Swarz volvió a recuperar la vida que en los últimos días había perdido.
Una vida que, aunque en cualquier otro momento habría agradecido, en aquel entonces no fue fácil de sobrellevar.
—Centurión —saludó el Príncipe nada más entrar en el salón, ignorando a las autoridades vespianas para acudir a mi encuentro—. Vine lo antes posible. Son ellos, ¿verdad?
Aunque no era necesario, asentí. Ante nosotros, congelados en las mismas posturas que los había dejado la última vez, el cuerpo de baile de las "Elegidas" y Margot Swarz y sus hijos observaban el vacío con expresiones de dolor y angustia en sus semblantes.
Los cuerpos llevaban ya varios días en el salón. Personalmente me hubiese gustado poder darles el descanso merecido, pero la insistencia del príncipe en que no tocásemos la escena del crimen había imposibilitado su traslado. Lucian quería ver lo sucedido con sus propios ojos, y para ello no había dudado en trasladar a gran parte de su legión al país vecino.
—Ya veo... —dijo con interés, paseando la mirada por los presentes—. Acompáñame, centurión, quiero verlos más de cerca.
Juntos nos acercamos al cuerpo de Lisa Lainard para comprobar cómo su mirada de ojos grises había quedado fija en el contenido de su copa. Una copa que, probablemente en un último movimiento lleno de desesperación, había volcado sobre la mesa, tirando parte del contenido sobre su propio plato.
Por su expresión, aquella mujer sabía que estaba muriendo. Seguramente todos habrían sido conscientes de ello, al menos durante los últimos asfixiantes segundos antes de morir, pero ninguno de los presentes tenía aquella mirada. Lisa Lainard, incluso después de haber fallecido, transmitía tanto con sus ojos que resultaba complicado no caer un poco hechizado por ellos.
—Es curioso —comentó Lucian, acuclillado junto al cadáver para poder mirarla directamente a la cara—. Parece que de un momento a otro vaya a moverse.
—Lo parece, sí, pero tenga por seguro que no lo hará, alteza. Su corazón dejó de latir hace ya dos días.
—¿Fue una muerte dolorosa? ¿Qué dice el forense?
No me sorprendió su curiosidad. Si bien en boca de otro aquella pregunta habría podido parecer morbosa, a Lucian no le interesaban lo más mínimo los detalles. Simplemente era protocolo, nada más.
—Depende de la cantidad de veneno que tuviese en el cuerpo —expliqué—. Si ingirió una buena cantidad, el proceso fue muy rápido y sí, muy doloroso. De lo contrario, si tomó poco...
—Más lento pero igual de doloroso, ¿verdad? —respondió Lucian mientras se incorporaba—. Maldito lunático. Debes encontrarlo, Sumer. No entiendo qué le ha llevado a hacer esto, pero es evidente que es una declaración de guerra contra Albia. Tanto suya como la de todos esos intentos de Magi que lo acompañaban. ¿Te han informado ya de sus identidades?
Seguí a Lucian hasta una de las esquinas de la mesa, donde dos jovencísimas bailarinas habían caído al suelo y habían muerto abrazadas. Una de ellas era Irina Kutz, una de las mejores amigas de Jyn. La niña, pues con catorce años seguía siéndolo, había muerto con los ojos llenos de lágrimas y apretando el rostro contra el pecho de otra chica de bajísima estatura. La segunda, identificada como Amanda Ricetto, tenía el rostro descompuesto en una expresión de agonía y miedo.
—Candidatos rechazados por la Academia —respondí, rememorando todas y cada una de las palabras de Misi al respecto—. Ninguno de ellos cumplía con los requisitos para entrar en la institución... y no por su falta de talento precisamente.
El comentario logró hacerle alzar una ceja, casi tan sorprendido como ofendido.
—¿Pones en duda nuestros procesos de selección, Centurión?
—No osaría jamás, Alteza... al menos no con usted delante.
—No tientes a la suerte, Sumer —dijo dedicándome una breve pero intensa mirada llena de advertencia—. No serías al primero de los tuyos que mando una temporada a la Ciudadela por bocazas. Tienes suerte de que entienda tu dolor.
En realidad aquel hombre jamás podría entender el sentimiento que en aquel entonces me atormentaba, ni mucho menos el que realmente me había llevado a tomarme aquella libertad, pero tampoco me molesté en explicárselo. No valía la pena. En lugar de ello lo acompañé a lo largo de toda la inspección hasta que, transcurridos unos minutos, decidió salir al exterior, donde un grupo de sus soldados montaban guardia y mantenían a raya a los periodistas. Lucian lanzó una fugaz mirada a uno de ellos, un joven de veintitrés años de cabello castaño y ojos oscuros, y se encaminó hacia la parte trasera del edificio.
Pocos minutos después, ya lejos del grueso de sus hombres, nos detuvimos junto a la torre donde mi hijo Damiel y Marcus se habían enfrentado a uno de los magi. En el suelo aún quedaba el rastro de las quemaduras provocadas por el hielo sobre el césped.
—Centurión, te mandé a Vespia para que te asegurases de que no había ninguno de nuestros Pretores de la Casa del Invierno involucrado en los asesinatos acontecidos en la cena benéfica —dijo Lucian—. Ambos lo dudábamos. De hecho, estábamos convencidos de que era una teoría absurda, pero viniste hasta aquí y cumpliste con tu deber. Siempre lo haces. No obstante, tanto la muerte de ciudadanos albianos como el que nuestro asesino cuente con aspirantes a Magi de su lado nos impide que nos podamos desvincular del caso. Como ya te dije antes, esto es una declaración de guerra. Y sé que te prometí que tú y los tuyos volveríais a Hésperos, te aseguro que no lo olvido, pero después de lo ocurrido estoy convencido de que pedirte que des caza a ese "Fénix" no va a ser un castigo para ti precisamente.
Para mí no, desde luego. Después de lo ocurrido en lo único que podía pensar era en lo mucho que deseaba matar a aquel cerdo. Cerrar mis manos alrededor de su garganta y apretar hasta dejarle sin aire... y cuando estuviese a punto de morir, dejarle respirar tan solo un poco para poder seguir apretando más y más durante minutos... horas, días incluso. Quería que sufriese, devolvierle parte del dolor que me había causado, y si para ello necesitaba invertir toda lo que me restaba de vida, estaba dispuesto a hacerlo.
Yo sí, desde luego, mis chicos, sin embargo, eran otra cosa. Damiel y Lansel me acompañarían hasta el final, estaba convencido. Olic hasta que se aburriese, tal y como había hecho con otras unidades, y Misi y Marcus hasta que tuviesen la experiencia suficiente como para cambiar de unidad o les venciese la impaciencia, lo que llegase antes.
Sea como fuera, sabía que la decisión caería como un jarro de agua fría a los míos.
—No es un castigo, alteza—respondí con severidad, apretando los puños con fuerza—. Daré con él cueste lo que cueste, tiene mi palabra.
—Sé que lo harás —dijo, y apoyó la mano sobre mi hombro—. Siento lo de tu hija, Centurión. No la conocí en profundidad, pero tenía luz propia. Era de las pocas personas que lograba hacer sonreír de verdad a mi sobrino y te aseguro que no es fácil. Puede que me equivoque, pero hubo un tiempo en el que creí que, con el tiempo, nuestras familias acabarían uniéndose. Me entristece enormemente saber que ahora eso es imposible.
Lucian me apretó suavemente el hombro, logrando con aquel sencillo gesto que me estremeciera. Si bien había creído a Konstantin Auren capaz de ello, jamás imaginé poder encontrar aquel apoyo en su hermano menor. Lucian siempre me había parecido un hombre mucho más distinto, más frío... más inalcanzable. En aquel entonces, para mi sorpresa, me demostró cuán equivocado estaba. Más allá de su uniforme y su perenne expresión de determinación existía un hombre cuyo corazón, incluso después de haber sido profundamente herido con la muerte de su prometida, aún era capaz de sentir. Poco, muy poco, pero lo suficiente como para que, una vez más, se ganase mi agradecimiento.
—No voy a volver a Hésperos hasta que dé con él, Lucian —le aseguré—. Tiene mi palabra.
—Mantenme informado de todos tus avances, ¿de acuerdo?
—Lo haré.
—Bien... cuento con ello. —Lucian me apretó una última vez el hombro antes de apartar la mano—. Por cierto, imagino que te has fijado en el soldado al que he dirigido la mirada antes, al salir.
—¿El mismo que se encuentra entre los árboles, mirándonos desde la distancia? —Le dediqué una sonrisa carente de humor—. Me he fijado, sí.
El comentario logró dibujar una sonrisa en los labios del príncipe. El hombre dirigió la mirada hacia el jardín, allí donde el joven llevaba un rato observándonos, y le hizo una señal para que se acercase. Desde su posición no había podido escuchar la conversación, pero por suerte para los tres, no era aquello el motivo de su presencia. Aquel joven tenía otro cometido muy especial.
—Aidan Sumer, te presento a Nat Trammel, uno de los legionarios de la II legión —dijo Lucian—. Además de un fiel guerrero de Albia, Nat es uno de los soldados más cercanos al príncipe Doric. Su mano derecha me atrevería a decir.
—Algo así —admitió el joven, y me tendió la mano—. Es un placer conocerle, Centurión. He oído hablar mucho de su unidad.
Le estreché la mano con firmeza, ansioso por calibrar la fuerza del famoso legionario. Obviamente, conocía a Nathanatiel Trammel. De todos, él era el soldado con mayor proyección de la última hornada de reclutas, y no solo por su cercanía con el príncipe. De aquel joven hablaban maravillas, desde que poseía una mente tremendamente aguda hasta que tenía una puntería telescópica; que era un gran estratega y que su temple era digno de los más experimentados. Que era único en su generación... todo un conjunto de elogios que, unidos entre sí, lo convertían en alguien singular.
Alguien que, de haber podido, me habría gustado tener en mi unidad. Era una auténtica lástima que hubiese rechazado el unirse al programa de preparación para futuros Pretores, de lo contrario estoy convencido de que habría llegado muy lejos.
—Lo mismo digo, Nat.
—Como imaginarás —prosiguió Lucian tras las presentaciones—, Centurión, el príncipe Doric ha quedado devastado ante la triste noticia del fallecimiento de la señorita Corven. De hecho, en cuanto tuvo conocimiento de ello quiso venir, pero el Emperador decidió que sería mejor que fuese yo quien se personase en el escenario del crimen. No obstante, aunque aceptó a regañadientes quedarse en el Palacio Imperial, me pidió que Trammel me acompañase para poder ser sus ojos y sus oídos.
—Así es —intervino el legionario—. Su alteza me pidió que ayudase en todo lo que estuviese en mis manos y, sobre todo, que me asegurase de poder despedirme de la señorita Corven antes de que el cuerpo fuese enviado junto a su familia para su descanso eterno. Como ya sabe, el príncipe es muy ceremonial, y para él es importante que le haga entrega de algo al cuerpo.
¿Entregarle algo? Sin saber exactamente qué decir o hacer ante aquel inesperado giro de los acontecimientos, no pude más que alzar la mirada hacia Lucian en busca de una explicación. Si bien los Auren siempre me habían parecido gente sentimental, sobre todo Konstantin, aquel gesto me sorprendía por parte de su hijo. Sin duda, decía mucho a su favor, mucho sobre lo que sentía por ella y, sobre todo, sobre qué tipo de persona era.
—Doric siempre tan sentimental —murmuró Lucian—. En fin, Trammel, Sumer, aunque me gustaría poder quedarme con vosotros, me temo que tengo cosas que hacer. Centurión, ya sabes lo que tienes que hacer. Mantenme informado de los próximos pasos.
—Lo haré, Alteza. Gracias.
Me despedí de Lucian con un apretón de manos. Nuestros caminos tardarían en volver a cruzarse, pero en aquel entonces estaba tan concentrado en las inesperadas palabras de Nat Trammel que ni tan siquiera me molesté en dedicarle una última mirada. Sencillamente aguardé a que su majestad se perdiese entre los árboles para, cruzando los brazos sobre el pecho, centrar la atención en el joven que con tanta tristeza me miraba.
No necesité más que observarle durante unos segundos para comprender de inmediato que Doric no era el único amigo que mi hija había hecho en el Palacio.
—¿El presente es tuyo o de su alteza, soldado? —pregunté con cierta curiosidad, divertido al ver que no era capaz de mantenerme la mirada.
—Suyo —confesó—. Aunque quisiera, yo no tengo nada que darle salvo el barro de las botas o los casquillos de bala de mi pistola —respondió.
—Estoy convencido de que los habría aceptado de buena gana —aseguré—. Pero tranquilo, estoy convencido de que se ha quedado con tu amistad. ¿Qué te parece si me das ese presente? Yo mismo puedo dárselo. Como imagino que ya sabes, el cuerpo de Corven no se encuentra junto al resto. Su muerte fue diferente.
—Algo he oído pero... ¿podría explicarme en profundidad lo que sucedió? Sé que no estuvo usted presente, que fueron los Pretores Damiel Sumer y Marcus Giordano, pero aunque he intentado hablar con ellos, no se encuentran en el palacio. Si pudiese contarme lo ocurrido le estaría enormemente agradecido. El príncipe...
Aunque intentaba disimularlo, era evidente que el corazón de aquel muchacho latía por el de mi hija. Desconocía desde cuándo, si ella lo sabía o si, sencillamente, era un amor oculto, pero a mis ojos era tan evidente que no pude evitar sentir que despertara cierta ternura en mí. Sabía lo que estaba sufriendo, pues yo también lo había vivido en el pasado, y no deseaba que padeciese tanto como yo había hecho. Obviamente aquel joven no se había casado con Jyn, ni tampoco había tenido tres hijos con ella, pero incluso así la herida dolería durante bastante tiempo... mucho dependiendo de cuánto hubiese llegado a quererla. Por suerte, la guerra podría llegar a servirle de válvula de escape.
—No creo que saber lo que le ha ocurrido vaya a calmar tu alma, soldado —le dije—. Pero si lo que quieres es transmitirle el motivo de su muerte a tu príncipe, dile que ha sido por una herida de bala. Ella no fue envenenada como el resto... o mejor dicho, con ella no emplearon la misma sustancia. Desconozco el motivo, pero ese demente quería algo más de ella. Algo que por suerte mis hombres impidieron que consiguiera.
—Ese hombre, si es que se le puede llamar así, no merece vivir —respondió con rabia, apretando los puños con fuerza—. Si pudiera le mataría con mis propias manos, se lo aseguro. Monstruos como él son los que dan mal nombre a nuestra patria.
—Sin duda. Por suerte, para eso existimos Pretores como yo, amigo mío. Nos llevará un día, una semana o puede incluso que un año, pero te doy mi palabra de que acabaré con ese hombre.
Agradecido ante mis palabras, Nat me tendió la mano con un pequeño paquete de cuero en ella. El regalo del príncipe, supuse. Lo observé pender sobre la hierba durante unos segundos, pensativo, sintiendo la pesada mirada de ojos tristes del joven. Me resultaba complicado no sentirme identificado con él. De hecho, me costaba incluso no sentirme un tanto embriagado por el velo de melancolía con el que envolvía su maltrecho corazón. Aquel joven sentía mucho por mi querida hija. Tanto que, aunque sabía que no debía hacerlo, no pude evitar que mi lado más humano volviese a traicionarme.
Tomé el paquete con la mano derecha y, sin tan siquiera sopesar el peso y hacerme una idea de lo que contenía, se lo devolví. Sorprendido, Nat lo aceptó sin decir palabra, confuso.
—Pero...
—Jyn está en uno de los dormitorios del palacio. ¿Quieres despedirte de ella?
Pocas veces me he sentido tan orgulloso de una decisión errónea como en aquel entonces. Siempre he sido un experto en equivocarme, y a aquellas alturas aún me quedaban muchos fallos que cometer, pero tal fue la sensación de paz que sentí cuando el joven se despidió del cuerpo de mi hija que valió la pena.
Lo hizo desde la distancia, por supuesto. Jamás le dejaría a él ni a ningún otro acercarse a ella, y mucho menos después de todo lo que había sufrido. Bastante me había costado adecentar la sala y preparar su maltrecho y dañado cuerpo como para que extraños viniesen a corromperlo con su mera presencia. El santuario de Jyn, que era como me gustaba verlo, no podía ser ocupado por nadie que no fuese de la unidad, y con Nat Trammel no fue diferente. Le guié hasta el piso superior, ocultándolo de los ojos indiscretos de los soldados allí presentes envolviéndolo en mi oscuridad, y una vez frente a la puerta le ordené que se detuviese junto al umbral. La cama donde descansaba Jyn quedaba a casi diez metros de distancia y se encontraba sumida en la penumbra, para que su alma descansase fuera del alcance de los molestos focos. Aquello provocaba que mi querida hija quedase demasiado lejos como para poder ver su expresión en detalle, pero lo suficientemente cerca como para que al joven soldado se le aflojasen las rodillas nada más verla.
No fue capaz de articular palabra.
—Lo lamento, soldado —dije al ver sus ojos encenderse. De haber estado solo, varias lágrimas habrían rodado por sus mejillas—. Estoy convencido de que era una joven encantadora.
—Jyn... —respondió él al fin, con la voz quebrada—. Oh, pequeña, ¿pero qué te han hecho...?
—Si te vale de consuelo, no sufrió. La herida fue mortal. Para cuando mis pretores quisieron reanimarla, ya era demasiado tarde. La joven murió en el escenario, como imagino que sueñan morir todos los artistas.
—Sol Invicto —murmuró con amargura—. ¿Podrías pasar y darle un beso? Verla de cerca...
Aunque me hubiese gustado poder permitírselo, no tuve más remedio que denegar la petición. Llevándole hasta allí ya estaba haciendo mucho más de lo que me había prometido a mí mismo que iba a hacer. Demasiado en realidad.
—Lo lamento, pero estamos en plena investigación. Bastante hago dejándote subir. Además, sé por lo que estás pasando, soldado, y te aseguro que es mejor que la veas así, en la distancia. Quédate con lo bueno.
—Lo sé, pero...
Luchando consigo mismo, Nat sentenció la visita entregándome el paquete de cuero y estrechándome la mano con firmeza. También me agradeció el haberle permitido subir a verla. De haber podido habría deseado poder besar su frente una vez más, pero comprendía el procedimiento. De hecho, tal era su comprensión sobre el gran favor que le acababa de hacer que aseguró estar en deuda conmigo.
Sin duda, Nat Trammel era un buen chico. Un chico que, desde luego, no se merecía lo que acababa de sucederle... ni mucho menos que le hubiese mentido de aquella forma. Lamentablemente las circunstancias me habían obligado a tomar medidas extremas, y si bien aquella decisión sí que me acabaría comportando grandes problemas, en ningún momento temí las consecuencias. Al contrario.
Aguardé unos minutos a que el joven soldado descendiera al piso inferior antes de adentrarme en la sala. Una vez en ella, cerré la puerta y me encaminé hacia la cama, donde mi querida Jyn seguía inmóvil, sumida en un profundo sueño. Su piel, ahora cenicienta, aún mostraba las marcas de las heridas que el "Fénix" le había dejado. Arañazos, cortes... y agujeros de bala. Dos profundas heridas cuya marca siempre decoraría su piel, recordándonos al resto que Albia nunca podría descansar en paz.
Absolutamente nunca.
—Por el Sol Invicto, ¡haberle dejado pasar! ¡Casi me echo a llorar de solo escucharlo! —dijo de repente la joven bailarina, incorporándose sobre los codos—. ¿Por qué no le has dejado que me diese un beso en la frente?
—¿Y arriesgarnos así a que percibiese tu temperatura corporal? De eso nada, preciosa.
—¡Pero es mi amigo!
Mi querida Jyn... demasiado valiosa como para dejarla con vida, demasiado dura para morir. Fingir su muerte iba a ser una de las tareas más complicadas a las que me iba a enfrentar, pero siendo francos, también una de las más gratificantes. Volver a tener a la chica del pelo rosa a mi lado era un sueño hecho realidad.
—Como si es el mismísimo Emperador de Albia, me da igual —respondí—. No es negoci...
—¡Pero...!
—¿Es tu novio?
—¿¡Mi qué!?
Incluso sin demasiada sangre que bombear hasta las mejillas, el rostro de Jyn se encendió.
—¿¡Pero de qué hablas!? —gritó, logrando con aquel arrebato arrancarme una sonrisa—. ¡Somos amigos!
—¿Seguro? Él parece bastante interesado en ti, la verdad. O al menos mientras estabas viva, claro. Ahora me imagino que se buscará otra.
—¡Pero bueno! ¡Deja de meterte donde no te llaman!
—¿Seguro? ¡Entonces a callar!
Adolescentes.
Incluso malherida por dos heridas de bala, con el rostro empolvado de blanco y fingiendo haber muerta, Jyn Corven seguía siendo la misma jovencita cada vez más y más rebelde que tan popular se había hecho en Albia. Fuerte y tozuda como su madre, ni tan siquiera los fármacos más potentes conseguían cerrarle la boca.
Era puro nervio... y si encima estaba enfadada, aún más.
—¡Pues no estoy de acuerdo! Entiendo que es mejor que el "Fénix" crea que ha logrado matarme, ¿pero por qué tengo que ocultarle al príncipe que he sobrevivido? ¡No puedo pasarme toda la vida escondida!
—Toda la vida no, querida, pero sí el tiempo suficiente como para que demos con el asesino. Una vez lo hayamos detenido podrás volver al mundo de los vivos sin problema.
—Ya, pero...
—Anda, toma. Te traigo un regalito.
Le lancé la bolsita para que la cogiese en el aire y comprobase su contenido. Un contenido que, muy a mi pesar, logró que los ojos de Jyn se llenasen de lágrimas. La joven apretó contra el pecho el medallón dorado que Doric le había hecho llegar e, incapaz de reprimir la melancolía, hundió la mirada en el suelo.
—Oh, vamos...
Debo confesar que había esperado que lo hiciera antes. A pesar de su delicada apariencia, Jyn había demostrado ser muy fuerte al no mostrar señales de debilidad en prácticamente ningún momento. Ni había llorado por las heridas a pesar del dolor que le habían provocado antes de que la sedásemos, ni tampoco al ser al fin consciente de lo que había sucedido. Sencillamente se había enfrentado a lo ocurrido con frialdad, con la dureza que tanto había caracterizado a su madre a lo largo de toda su vida, y durante los dos días que llevábamos juntos había logrado mantener la compostura.
Hasta ahora.
—Jyn...
Obligándome a mí mismo a mantener las distancias a pesar de sentir que el corazón se me partía al verla así, retrocedí de nuevo hasta la puerta. Observarla desde la distancia no calmaba mi angustia, ni tampoco la suya, pero al menos silenciaba parte de mi ansia de acudir a su encuentro y abrazarla. El mismo ansia que me había acompañado desde el primer momento en el que la había visto, inconsciente en los brazos de Damiel, con el vestido manchado de sangre. En aquel entonces, roto como estaba, habría entregado mi alma al mismísimo Sol Invicto con tal de poder estrecharla contra mi pecho y besarle el cabello. De hecho, habría dado incluso mi vida con tal de que ella sobreviviese. Por suerte, no había sido necesario. Las heridas no habían sido tan graves como a simple vista habían parecido y aunque mi deseo de abrazarla seguía muy presente, enterrado en mi corazón, el bienestar y equilibrio de todos se había antepuesto a mis deseos más privados.
—Déjame —murmuró la bailarina.
Salí de la sala sin responder, sintiendo el corazón encogido en el pecho. Miré el largo y silencioso corredor al final del cual nos encontrábamos y me encaminé hacia el recibidor desde donde Misi controlaba que nadie entrase en aquella zona del castillo.
Me acomodé a su lado, arrebatándole la botella de agua que en aquel entonces tenía entre manos para darle un largo trago. Procedente del piso inferior, decenas de voces distintas evidenciaba la presencia de Lucian y los suyos en el castillo.
—¿Hasta cuando se van a quedar? —preguntó la aprendiz en apenas un susurro—. Son muy ruidosos.
—No tardarán en irse —respondí—. Si todo va bien, hoy mismo levantarán los cuerpos.
—¿Y nosotros? ¿Cuando nos vamos a ir de aquí? No es por nada, Centurión, pero me duele el trasero de dormir en los sillones.
—Nos iremos pronto, te lo aseguro.
—Pero no a Hésperos, ¿verdad? —Sin apartar la vista del hueco de la escalera, Misi dibujó una sonrisa triste—. Le voy a decir a mi abuela que mejor no me espere.
Damiel y Marcus aparecieron en aquel momento al final de la escalera, lo que provocó que nuestra conversación quedase interrumpida. Ambos desviamos la mirada hacia los recién llegados, aliviados por su llegada, y aguardamos pacientemente a que subiesen al piso superior. Damiel iba por su propio pie, tal y como lo había encontrado dos días atrás, en el escenario. Ni el "Fénix" ni sus secuaces habían logrado herirle de gravedad, cosa que agradecía enormemente. Giordano, sin embargo, no había tenido tanta suerte. Ansioso por atrapar a nuestro asesino, el joven aprendiz no había dudado en salir tras él cuando intentaba escapar. Aquella decisión, muy honorable y valiente por su parte, no cabe duda, le había llevado a enfrentarse directamente con los Magi supervivientes y al propio Gregor Waissled, con terribles consecuencias para él. Era una suerte de que hubiese sobrevivido. Después de encontrarlo moribundo sobre su propio charco de sangre con todo tipo de heridas decorando su cuerpo, había temido lo peor.
Pero el Sol nos había vuelto a sonreír, y aunque en aquel entonces caminaba apoyándose en Damiel y tenía el rostro y el cuerpo cubierto de marcas de guerra, pronto volvería a ser el que era.
—Chicos —los saludé cuando acudieron a nuestro encuentro—. Me alegro de veros. ¿Cómo van esas heridas, Giordano? ¿Cierran o no cierran?
Marcus se esforzó por sonreírme a pesar de tener un profundo corte atravesándole el labio inferior.
—En ello ando, Centurión, pero tranquilo, en un par de días volveré a estar como nuevo.
—Un par de días o tres —apuntó Damiel, menos sonriente que su compañero. Por su expresión era evidente que, además de cansancio, había estado muy preocupado—. No tengas prisa, Marcus, ya has oído a los médicos. De hecho, el chico tiene que descansar en un lugar en condiciones, Centurión. No puedo dejarlo aquí. No al menos mientras no podamos utilizar las habitaciones. Entiendo que no debemos dejar rastro ni tocar nada, pero necesita reposo.
Un leve asentimiento de cabeza hacia Misi bastó para que la joven cogiese a Marcus por debajo del brazo y se lo llevase hacia una de las salas, para que tomase asiento y desancara. No era necesario que escuchara esta conversación. De hecho, prefería que no lo hiciera. Conociéndolo, en el momento en el que se sintiese un estorbo cometería una tontería y llegado a aquel punto no quería más problemas de los que ya tenía.
Aguardé a que los dos jóvenes se perdieran por el pasadizo para centrar la mirada en Damiel. Aunque no habíamos hablado apenas durante aquellas dos jornadas, sabía que no lo había pasado bien. Mi Optio arrastraba un sentimiento de culpa por lo ocurrido que, aunque en cierto modo podía llegar a compartir, pues había incumplido con su deber, no le estaba haciendo ningún bien.
—¿Está el chico bien?
—Dentro de lo que cabe, sí —respondió, evadiendo mi mirada—. Pero podría haber muerto, Aidan. De hecho, estoy convencido de que esos tipos creían haberlo matado cuando escaparon. Yo mismo lo creí cuando lo vi.
—No pienses en lo que podría haber sido, sino en lo que realmente fue. El chico está bien, se enfrentó a ellos y sobrevivió, nada más. Lo demás no importa.
—¿De veras? ¿Eso crees?
Sin variar un ápice la expresión, Damiel desvió la mirada por el corredor hasta la puerta tras la cual se encontraba Jyn. Además de por lo sucedido con el "Fénix" y el estado de Giordano, mi Optio estaba profundamente inquieto por el misterio que envolvía a la bailarina. Damiel quería saber más, era evidente, y aunque no me exigía respuestas, sus miradas y comportamiento evidenciaban que no se sentía en absoluto cómodo con la situación. Lógico. Teniendo en cuenta que de no habérselo ordenado explícitamente habría dejado a la chica en el escenario para ir a por el "Fénix" y, quizás así, no solo detenerlo sino que también ayudar a su aprendiz, era comprensible que se sintiese descontento. En su lugar, probablemente yo habría estado aún más enfadado que él. Por suerte, Damiel era un Pretor tremendamente respetuoso que jamás se enfrentaría a su superior. Al contrario. Podría llevarse el enfado a la tumba antes de recriminármelo.
En aquel sentido, era totalmente distinto a su hermano mayor. Demasiado leal... demasiado comprensivo.
—Estás inquieto, lo noto —dije, apoyando la mano sobre su hombro—. Necesito que te serenes, Damiel. Estamos en un momento crítico.
—Estoy sereno —respondió—. Puedes contar conmigo, lo sabes. Simplemente estoy preocupado por el chico.
Por Marcus, por la huida del "Fénix", por no haber estado en el palacete cuando el enemigo apareció, por los Magi, por las víctimas, por la bailarina, por mi decisión de ocultarla, por la visita de Lucian Auren... sí, Damiel estaba preocupado, desde luego, pero no solo por el pequeño de los Giordano precisamente.
—Pues deja de pensar en él. Le he dado órdenes a Misi de que lo cuide. A él y a la bailarina, así que quítatelos de la cabeza.
—La bailarina... —repitió, pensativo, y volvió a mirar la puerta—. ¿Está despierta? Quiero conocerla.
—¿Conocerla? —Aunque mi hijo no fue consciente de ello, sus palabras lograron acelerarme el corazón—. Ya tendrás tiempo para ello. Ahora te necesito en movimiento. Olic y Lansel están buscando por toda Vespia indicios de nuestro asesino. Rastros, pistas que nos puedan llevar hasta él. No es un trabajo fácil y mucho menos con el escándalo que se ha montado, pero los necesito en movimiento.
—¿Quieres que me una a ellos?
—Sí, pero primero necesito que te encargues de otra cosa. Misi podría hacerlo, pero prefiero que lo hagas tú. De todos, eres el mejor ocultando tu rastro.
Un asomo de sonrisa se dibujó en su rostro, agradecido. Aunque fuese evidente, pues el talento de mi hijo mediano era innegable, siempre iba bien recordárselo de vez en cuando.
—Necesito que busques un lugar seguro en el que ocultarnos.
—¿Un piso franco?
—Algo así, pero no en la ciudad. Busca algún lugar alejado, algún pueblo o aldea de las afueras. Vamos a pasar una temporada en Vespia y no quiero que absolutamente nadie tenga constancia de nuestra presencia.
—¿Ese "vamos" incluye a la chica?
Tuve que coger aire antes de responder. La mera idea de mantener bajo el mismo techo a mis dos hijos me resultaba tan compleja que ni tan siquiera sabía cómo iba a enfocarlo. Me gustase o no, tarde o temprano coincidirían y tendrían que hablar, y eso complicaría las cosas. Vaya que si las complicaría...
Lamentablemente, era inevitable. Después de lo ocurrido no podía permitir que Jyn volviese impunemente a su casa, como si no hubiese sucedido nada.
—Busca un buen sitio, ¿de acuerdo? —sentencié—. Auren me ha pedido que dé caza a ese "Fénix" cueste lo que cueste, y es lo que vamos a hacer. Y si para ello tenemos que pasarnos una temporada aquí, lo haremos. Y sí, esa chica se quedará con nosotros. No pienso ponerla en peligro.
—¿Y ella está de acuerdo? Se podría considerar un secuestro.
—No es tonta, sabe lo que es mejor para ella. No es la primera vez que el "Fénix" la ataca.
Damiel alzó ambas cejas, con sorpresa.
—¿De veras? —Chasqueó la lengua—. En fin, me encargaré de buscar un lugar donde escondernos. Si consideras que es lo mejor para ella, yo te apoyo, lo sabes. Eso sí, creo que a Misi no le va a hacer demasiada gracia no poder volver a Hésperos. Y ya sabes que no lo digo solo por lo de su abuela. Llevamos demasiado tiempo sin volver a casa.
Misi y su abuela, Giordano y su padre, Olic y sus amigos, Lansel y sus padres, Damiel y Olivia... y Lyenor. Sí, llevábamos demasiado tiempo sin volver a la capital, estaba de acuerdo. Todas aquellas personas ansiaban volver a reencontrarse con sus seres queridos y yo no se lo estaba permitiendo. Mea culpa. Lamentablemente, aquella era una de las cláusulas invisibles que se firmaba cuando se tomaba la decisión de convertirse en un miembro de la Casa de la Noche. Familia, hogar, recuerdos, presente, pasado, futuro. Todas aquellas cargas no siempre cabían en la mochila. Todos lo sabíamos, y en momentos como aquel era más evidente que nunca...
Pero por desgracia aquel era nuestro destino y poco se podía hacer al respecto. Simplemente nos quedaba otra que coger aire y respirar.
Nada más.
—Pensaré una solución —respondí, y no mentía—. Tú de momento ocúpate de lo que te he pedido, ¿de acuerdo? En cuanto Auren se vaya, nos moveremos. Hasta entonces, nos guste o no, tendremos que seguir aquí, atentos y rezando porque no quieran ver a la chica.
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