Capítulo 15

Capítulo 15 – Damiel Sumer, 1.800 CIS (Calendario Solar Imperial) – 6 años después




Por muy rápido que corriese, aquella mujer sabía que no podía escapar. Desde el momento en el que se había convertido en nuestro blanco su destino había quedado marcado y no íbamos a fallar.

—Que no escape —ordené a mi joven compañero y aprendiz.

Nola Radón no era el primer objetivo al que nos había tocado eliminar en los últimos seis años. Desde que nos uniésemos a la Liga Áurea del príncipe Lucian Auren, no habíamos tenido apenas tiempo para respirar. Obsesionado con eliminar a los enemigos de Albia, nuestra Unidad y otras pocas elegidas a dedo habíamos ido viajando a lo largo de todo el continente, atravesando cuanta frontera fuera necesaria, para acabar con todos aquellos que el príncipe había considerado adversarios potencialmente peligrosos. Y habían sido muchos a los que habíamos dado caza. Muchísimos más de los que hubiese imaginado al inicio de aquella operación, pero como bien decía Lucian, el esfuerzo valía la pena. Cuantos más nombres de la lista áurea quedasen tachados, más seguros y felices vivirían los albianos, libres de su inminente amenaza.

Los últimos seis años no fueron fáciles. Después de la muerte de Mia y la partida de Davin, que decidió romper la tradición familiar y unirse a la Valens como Optio, todos habíamos creído que nada peor podía sucederle a la unidad. Lamentablemente, el destino tenía guardado otro revés más, y este vino dado directamente de la mano del propio príncipe al designar a Lyenor Cross como Centurión de otra Unidad. Por un lado, la partida de Lyenor nos hizo muy felices. El ascenso más que merecido para nuestra querida Optio venía en un momento poco oportuno, pero era el pago justo para una magnífica carrera de alguien a quien había llegado a querer mucho.

Pero aunque por un lado la decisión nos alegrase, he de admitir que por el otro se convirtió en un fuerte golpe del que tardamos bastante en recuperarnos. Sin un segundo al mando fuerte, la selección de un nuevo Optio se convirtió en una ardua tarea para mi padre, y es que, aunque la lógica decía que debería haber asumido aquel papel Olic Torrequemada, el más veterano, lo cierto es que él rechazó dicho puesto tal y como había hecho anteriormente en otras dos unidades. Olic no quería responsabilidades ni personas a su cargo, sencillamente quería hacer su trabajo, quería ayudar a Albia, y quería hacerlo en solitario, sin ataduras. Aquella decisión, por supuesto, no nos tomó por sorpresa a ninguno, pues desde el principio todos habíamos sabido de la naturaleza errática del Pretor, pero sí que puso a mi padre en una situación complicada, y es que, quedando tan solo Lansel y yo, la decisión no era fácil. Ambos éramos muy jóvenes, apenas novatos, un tanto descerebrados e inexpertos... una combinación explosiva a la que si se le unía la mezcla de emociones de los últimos tiempos nos convertía en agentes peligrosos que necesitaban tiempo para serenarse. Por desgracia precisamente era tiempo lo que no teníamos, por lo que mi padre tomó la decisión de confiar en Lansel.

Y mi buen amigo fue nuestro Optio... durante dos meses. Después, dándose por vencido al chocar continuamente con mi padre, que por cierto, no estaba en su mejor momento, decidió cederme el puesto a mí, y yo lo acepté, por supuesto. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Los primeros meses fueron complicados, pero con el paso del tiempo logré asentarme en el puesto, y ahora, con veintitrés años y siendo el segundo al mando de una de las mejores Unidades de la Casa de la Noche, era feliz. O al menos lo era durante los pocos minutos de descanso que tenía para poder descansar. Últimamente estaba tan ocupado que cuando lograba pensar en el tiempo que había pasado sin ver a mi hermano, seis años ya, no podía evitar sentir que la vida se me escapaba entre los dedos...

Pero como decía, ahora formábamos parte de la Liga Áurea y nuestra eterna persecución de enemigos de la patria nos había llevado hasta la frontera de Ballaster, en la ciudad de Oras, donde la escurridiza Nola Radón trataba de escapar de nosotros.

Caía ya el mediodía cuando la localizamos sentada en una de las cafeterías de la plaza del mercado. En apariencia Nola Radón era una jovencita adolescente de pelo rojo y grandes ojos azules cuyo rostro angelical era capaz de engañar a cualquiera. Vestida con el uniforme de su colegio, la mochila a las espaldas y el cabello recogido en dos coletas era de suponer que nos habíamos equivocado de objetivo. Aquella cría no podía formar parte de la trama de la que se la acusaba. Por suerte, las apariencias engañaban, y por muy angelical que pareciese, bajo aquella melena de fuego se ocultaba el maquiavélico cerebro de alguien a quien había que detener.

Y había que detenerlo ya.

Claro que no iba a ser fácil. Si bien en un principio habíamos querido pensar que no escaparía, ni que tampoco montaría mucho alboroto al encontrarse en una plaza llena de gente, lo cierto es que no solo se había dado a la fuga, sino que, además, había echo saltar por los aires varios de los puestos de comida lanzando los dispositivos explosivos por los que tan conocida se estaba haciendo. Así pues, había que detenerla costase lo que costase... y precisamente en ello estábamos.

—¡Cuidado! —exclamé a través del canal de comunicación interno al ver cómo la joven dejaba caer dos minúsculas esferas al suelo.

Tras ella, a gran velocidad, mi aprendiz aprovechó el impulso para saltar por encima de los dispositivos pocas décimas de segundo antes de que estos explotasen. Se tapó el rostro con los brazos y, cayendo ya al otro lado del fuego, siguió con la carrera, camino hacia las empinadas escaleras que aguardaban al final de la calle. Yo, por mi parte, aproveché el impulso y la velocidad con la que me enfrentaba a la persecución para saltar y aferrarme a la parte baja de las escaleras de emergencia que había en la fachada izquierda. Cerré los dedos firmemente alrededor de uno de los travesaños de la estructura y, balanceándome para ello, salté al otro lado de las llamas. Poco después, con las botas ya de nuevo sobre el asfalto, retomé la carrera justo a tiempo para ver como las coletas pelirrojas de Radón se perdían escaleras abajo.

—¿Hacia dónde va? ¿Qué ves? —pregunté.

—Un puerto. Va hacia el lago, Optio.

—No puede llegar al agua —le advertí—. Dispara si es necesario, pero que no alcance el agua, de lo contrario la habremos perdido.

—Sí, Optio.

Una nueva explosión me aguardaba en las escaleras, acompañada de una gran humareda negra. Salté por encima, activando la Magna Lux para poder aterrizar sobre los peldaños, y proseguí descendiendo con la imagen de mi aprendiz y Radón corriendo a gran velocidad a través de un claro de césped hacia un impresionante lago de aguas verdes. En la orilla oeste se encontraba el puerto deportivo del que había hablado mi agente: un lugar lleno de barcos de pequeño tamaño dispuestos para el ocio y la pesca deportiva. En la orilla este, sin embargo, había un embarcadero de madera de aspecto bastante desastrado y abandonado hacia donde, como era de suponer, se dirigía nuestro objetivo.

Desenfundé la pistola. Yo estaba a demasiada distancia como para asegurar que el disparo no la mataría, por lo que preferí no probar suerte. Aunque acabase muriendo, de momento la necesitábamos viva.

—¡Dispara! —ordené—. ¡Se te va a escapar!

—¡No es necesario! Ya la tengo... tan solo unos cuantos metros más...

—¡No! ¡Dispara! ¡Vamos, dispa...!

Nola estaba a punto de alcanzar la orilla cuando al fin mi aprendiz se abalanzó sobre ella. Ambos rodaron por la lengua de madera del embarcadero, convertidos en un jirón de brazos y piernas que no cesaban de forcejear entre sí, y siguieron girando sobre sí mismos hasta acabar cayendo al agua. Inmediatamente después, ambos se hundieron.

—¡¡No!! —grité.

Además de ser una experta en explosivos, Nola Radón era especialmente peligrosa bajo el agua. Los informes que había sobre ella decían que los experimentos en los que había participado como sujeto de pruebas habían potenciado su cuerpo para convertirla en un arma letal sub-acuática, y muestra de ello era que había logrado acabar con cuatro de nuestros legionarios en aquel entorno. Desafortunadamente para ella, ahora era a dos Pretores de la Noche a los que se enfrentaba, y no íbamos a ponerle las cosas nada fáciles.

Alcanzado el embarcadero, me apresuré a lanzarme de cabeza al lago, consciente de que los segundos jugaban en contra de mi agente. Me adentré en las verdosas aguas pantanosas y busqué con la mirada las dos figuras que en aquel entonces forcejeaban. Las burbujas impedían que pudiese ver con claridad qué estaba sucediendo pero yo diría que la joven pelirroja intentaba arañar la cara a mi agente. Maldita arpía. Buceé a gran velocidad hasta alcanzarlos y situarme tras ella. Busqué el ángulo adecuado y, aprovechando que no era consciente de mi presencia, me apresuré a inmovilizarla cogiéndola por los brazos. Inmediatamente después, demostrando una fuerza inhumana, empezó a agitarse con violencia, obligándome a activar de nuevo la Magna Lux para poder sujetarla.

Por suerte, haciendo muchísimo más esfuerzo de lo que cabría esperar con una cría, logramos sacarla entre los dos antes de que nos ahogase y se diese a la fuga.




Una hora después, tras haber dejado a nuestro objetivo en manos de Olic y mi padre en el piso franco, me llevé a mi aprendiz al hotel donde nos habíamos instalado un par de días atrás. Nola Radón le había dejado profundos cortes y arañazos en el cuello tras su enfrentamiento sub-acuático, pero por suerte no había logrado arrancarle la traquea. Algo era algo.

—Te dije que disparases —advertí tras lanzarle el pequeño botiquín médico para que se curase las heridas—. Podría haberte ahogado. Aunque parezca una niña, es una aberración.

El joven no respondió. En lugar de ello se quitó la camisa, que estaba totalmente empapada de agua y sangre, y se metió en el baño para limpiarse las heridas, dejándome con la palabra en la boca en la habitación.

Era un chico poco hablador.

—¿Marcus? —pregunté, y me acerqué a la puerta para golpearla con los nudillos únicamente una vez—. ¿Estás bien, Marcus?

—Sí, Optio.

—No hace falta que me llames así aquí, Marcus —respondí—. La operación ha acabado.

—Lo sé.

—¿Seguro que estás bien?

Más silencio. Sin necesidad de verlo podía imaginarme a la perfección la escena que estaba aconteciendo en el servicio. Mi querido aprendiz, muy joven aún, debía estar delante del espejo, mirándose las heridas. De no haber sido por mí, habría muerto, y era consciente de ello. De hecho lo había sido desde el principio pero había querido probar suerte. Se había dejado llevar por la seguridad en sí mismo tan propia de los adolescentes y se había lanzado a por todas, convencido de que lograría detenerla a tiempo... y obviamente, se había equivocado.

Por suerte para todos, la misión había salido bien, por lo que no quería ser especialmente duro con él. Con su edad yo también me había creído inmortal. Además, a pesar del desenlace, lo había hecho francamente bien.

—Me voy a mi habitación. Si necesitas algo avísame, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —dijo... y estaba a punto de atravesar ya la puerta de salida cuando de repente volví a oír su voz—. Lo siento.

Los dos fichajes que habíamos hecho para cubrir las bajas de Mia y de Lyenor eran estupendos, pero yo sentía especial debilidad por el joven Marcus Giodano. Conocido por la unidad tras haberlo salvado varios años atrás de una muerte casi segura tras el asesinato de toda su familia, el jovencito no había tenido demasiadas dificultades para convertirse en uno más. Fuerte, tenaz, silencioso y letal, aquel muchacho de tan solo dieciséis años se había convertido en la gran promesa de la Unidad Sumer: alguien con un gran futuro por delante al que, si conseguíamos que no muriese antes de tiempo por alguna imprudencia, le esperaba un magnífico futuro.

Nuestro otro gran fichaje era Misi Calo, una joven de veinte años de magníficas cualidades físicas y de carácter tremendamente alegre con la que resultaba imposible no sonreír estando a su lado. Personalmente me gustaba mucho la presencia de Calo en el equipo. Risueña como pocas y trabajadora como la que más, la agente se estaba ganando con creces la plaza y el cariño de todos... pero sobre todo el de Lansel. Después de haber fracasado como Optio, el haber podido coger a Misi como aprendiz y enseñarla cuanto sabía se había convertido no solo en un gran reto para él, sino también una motivación para seguir al máximo día tras día.




Cansado después de la larga jornada, entré en mi habitación para dejarme caer pesadamente sobre una de las dos camas gemelas. La estancia no era especialmente grande ni lujosa, pero era más que suficiente para que Lansel y yo estuviésemos cómodos. Acostumbrado ya como estaba a sus ronquidos y sus charlas nocturnas, Jeavoux se había convertido no solo en mi mejor amigo, sino en el mejor compañero de habitación que podía tener.

—Eh, Damiel —saludó saliendo de la ducha un rato después—. Te esperaba más tarde. ¿Habéis dado con el objetivo?

—Sí —respondí, aún tirado en la cama—. Olic y Aidan están con ella ahora.

—Genial, si mal no recuerdo era la última —dijo, y tomó asiento en su cama, con la toalla entre manos para secarse el cabello negro como la noche. Tras una temporada de llevarlo rapado, volvía a lucirlo algo más largo, perfecto para que el flequillo le tapase parte de los ojos—. Lucian va a tener que levantarnos una maldita estatua en su Palacio: estamos haciendo todo el trabajo sucio en tiempo récord.

Nola Radón era el último nombre de una larga lista de personas que había participado en el experimento 801 de la doctora Ariel Byne. Durante años, la científica Talosiana había estado trabajando en distintas formas de evolucionar a sus pacientes, convirtiéndolos en peligrosos sujetos a su servicio. Para ello, empleando la tecnología más prohibida y todo tipo de brujerías que jamás llegaríamos a entender, había convertido a personas cualquiera, niños incluidos, en auténticas máquinas de matar cuyo número, hasta nuestra intervención, había ido aumentando exponencialmente en los últimos años. Por suerte, con la científica y sus sujetos experimentales eliminados, el Círculo de Grandes Mentes de Talos volvía a sufrir un duro golpe del que difícilmente se podría recuperar.

—No cantes victoria antes de tiempo, seguro que ya tiene otra misión en mente.

—Eso seguro, ese tipo no se aburre precisamente —reflexionó Lansel—. En fin, ¿te apetece tomarte algo? Te invito. A ti y al chico. Hasta donde sé, Misi anda con Olic y el Centurión, así que esta noche estamos solos.

—No creo que el chico tenga ganas de salir —respondí—. Esa arpía ha estado a punto de ahogarlo.

—¿Lo ha vuelto a hacer?

—¿El qué?

—No te hagas el tonto, anda... ya sabes a lo que me refiero. ¿Se le ha ido la mano?

Después de tanto tiempo juntos, Lansel interpretaba mis silencios casi tan bien como mis palabras.

—¡Maldita sea, va a conseguir que lo maten! —exclamó con preocupación—. ¿Se lo has dicho al Centurión?

—¿A mi padre? —Negué con la cabeza—. No vale la pena. Ya tiene bastantes cosas en mente como para añadirle esto. Además, es una tontería. Aún es muy joven: ya aprenderá.

—Si tú lo dices...

Cuando nos unimos a la Liga Áurea el príncipe Lucian nos habló sobre lo que él denominada el Círculo de Grandes Mentes de Talos. En él, unidos desde hacía varias décadas, se encontraban siete grandes científicos cuyos avances tecnológicos habían dado auténticos quebraderos de cabeza a Albia y a Gea en general. Los informes habían logrado demostrar la relación entre muchos de ellos, pero no entre todos, lo que había ocasionado que en ciertas ocasiones tuviésemos dudas al respecto. El nombre de la agrupación y su existencia en sí parecía más producto de la mente paranoica de Lucian Auren que de Talos, pero fuese cierto o no, era innegable de que eran personas peligrosas. Por suerte para todos, con la eliminación de Ariel Byne y todos sus agentes, el número de miembros del Círculo descendía a dos, con lo que aquello comportaba.

Y pensar que todo había empezado con Landon Farr...




Aquella noche Lansel y yo salimos solos. Aunque Marcus no solía decir que no a una cerveza, el encontronazo con Nola Radón le había hecho reflexionar, por lo que disfrutamos de unas horas de soledad como en los viejos tiempos. Un Sumer y un Jeavoux mano a mano.

Lástima que nos faltase Olivia.

Hacía tiempo que no veía a mi querida Olivia Harper. Manteníamos el contacto a través de llamadas y mensajes, pero los meses y años de separación nos estaban distanciando. Lansel y mi padre insistían en que no debía preocuparme, que cuando acabásemos con nuestra misión volveríamos a Hésperos una temporada, pero yo lo veía complicado. Cada vez que acabábamos con nuestro objetivo salía un nuevo, y así se había ido repitiendo la misma situación a lo largo de mucho tiempo.

Tanto que incluso ya no recordaba la última vez que había pisado la capital.

—¿Tú crees que aún estará abierta la "Espada y la Luz"? —comentó Lansel poco después de media noche, con una cerveza en la mano y la mirada perdida más allá de los gruesos cristales de la vidriera del restaurante en el que nos encontrábamos. Hacía un rato que los camareros habían empezado a limpiar y recoger todo, dispuestos a cerrar, pero nosotros nos resistíamos a abandonar nuestra mesa—. Echo de menos las batallitas de Maaxen.

—Olivia dice que sí, pero a saber. Hace unos días leí en el periódico que había habido una pelea y un Pretor se había cargado de una puñalada a un legionario, así que...

—¿Unos días? —Los labios de Lansel se curvaron en una media sonrisa—. De eso hace ya casi medio año, Damiel.

—Vaya... ¿de veras hace tanto?

—El tiempo vuela —reflexionó mi buen amigo, y alzó su cerveza para brindar conmigo—. Por una larga vida llena de éxitos y momentos como este, Damiel.

—Por una larga vida.

Los camareros lograron sacarnos del local cerca de la una de la madrugada. A aquellas alturas Lansel y yo ya estábamos lo suficientemente bebidos como para que cualquier tontería nos hiciera gracia, pero no lo suficiente como para bajar la guardia. Por suerte, ahora que Nola Radón había sido eliminada ya no había nada de qué preocuparse en aquella ciudad. Oras volvía a ser territorio libre y seguro, y como tal disfrutamos de su noche, deambulando de un bar a otro hasta que, alcanzado cierto punto, mi memoria ya no recuerda qué hicimos. Afortunadamente, al siguiente amanecer desperté tirado en el colchón de mi habitación, a medio desvestir y con un profundo dolor de cabeza que me recordaría a lo largo de todo el día lo mucho que me había divertido la noche anterior.




El estruendoso sonido de varios golpes en la puerta de la habitación me despertó. Abrí los ojos de par en par, creyendo sentir martillazos en la cabeza, y desvié la mirada hacia la entrada. Al otro lado del umbral, probablemente disfrutando de despertarnos de aquella forma, Misi estrellaba una y otra vez su pequeño puño contra la puerta.

—¡Vamos! ¡Arriba! ¡Arriba, arriba, arriba! ¡Aidan dice que ya es hora de que os despertéis, chicos! ¡Vaaaamos!

Un rato después, ya algo más despejados tras darnos una ducha, bajamos al comedor del hotel, donde nos esperaba ya el resto del equipo sentado alrededor de una de las mesas. Lansel y yo nos acercamos únicamente para coger nuestros platos y, con el estómago rugiendo de hambre, nos dispusimos a llenarlos con todo tipo de comida del buffet libre.

Misi lanzó una risotada a modo de bienvenida cuando tomamos asiento. Olic me palmeó la espalda con fuerza, probablemente intentando que escupiese el corazón, mientras que mi padre se limitó a asentir a modo de saludo. De Marcus, sin embargo, no había ni rastro.

—¿Y el chico? —pregunté, preparándome ya para empezar a desayunar—. ¿No lo habéis despertado?

—Marcus llevaba un rato entrenando cuando me desperté —respondió Olic—. Y teniendo en cuenta que he sido el primero en levantarme con mucha diferencia, me atrevería a decir que no se ha acostado.

—Yo lo escuché salir de madrugada —exclamó Misi—. Creo que eran las dos o las tres. Parecía disgustado, la verdad. Me ofrecí para acompañarlo, pero no quiso.

A pesar de sus veinte años, Misi se había ganado el respeto de todos los presentes desde el principio. Alta, muy delgada, con los ojos de un intenso color pardo y el cabello largo y oscuro recogido habitualmente en una trenza, la única fémina del equipo no solo estaba siempre dispuesta a participar en las misiones, fuesen lo peligrosas que fuesen, sino que no dudaba en ofrecer su hombro a todo aquel que lo necesitase en los momentos de mayor desazón.

—Está bien —sentenció Aidan—. He hablado con él esta mañana: simplemente quería entrenarse un poco, nada más. No os preocupéis por él.

El desayuno transcurrió con inusual calma. Después de haber acabado con la operación, todos estábamos de buen humor... o casi todos, claro. Aunque el ambiente en general era jovial y Misi y yo estábamos compartiendo nuestras mejores bromas, ninguno de los dos lograba arrancar una sonrisa a mi padre. Su semblante, como siempre sucedía últimamente, estaba muy serio, sombrío incluso, y no era precisamente por la misión.

Mi padre no había vuelto a ser el mismo desde lo de mi hermano y Lyenor.

Decidimos alargar la sobremesa hasta quedarnos solos en el salón. En aquella época del año no había demasiados turistas en la ciudad, por lo que simplemente tuvimos que esperar un poco para conseguirlo. Una vez a solas, el Centurión aguardó a que Misi acabase de explicar una historia que le había pasado en Hésperos durante sus años en la Castra Praetoria para reconducir el tema. Incluso habiendo finalizado la operación, nuestra Unidad ya nunca descansaba. Estuviésemos donde estuviésemos y fuese la hora que fuese, la Sumer siempre estaba operativa.

—Anoche informé al jefe —dijo mi padre, refiriéndose con el término "jefe" al príncipe Lucian Auren—. Está muy satisfecho. Me ha pedido que os transmita sus felicitaciones.

—¿Solo las felicitaciones? —respondió Lansel en nombre de todos—. Cuánto lo dudo...

—Ya todos conocemos al "jefe" —comentó Olic—. ¿Qué te ha pedido esta vez, Aidan? ¿A dónde nos manda?

—¿A Hésperos? —intervino Misi, esperanzada—. Le dije a mi madre que volvería este mes...

Antes incluso de responder, supe que no íbamos a volver a casa. Mi padre había estado fantaseando con ello en las últimas semanas, pues así se lo había prometido el príncipe, pero nuevamente un cambio de última hora daba al traste con sus planes. Porque había hecho planes, por supuesto. Aunque no debería haberlo hecho, le había oído hablar con Lyenor por teléfono y habían acordado verse. Después de tanto tiempo separados, ambos necesitaban unos días para recuperar el tiempo perdido. Lamentablemente, el modo en el que la mirada de mi padre se ensombreció puso en evidencia lo que ya todos temíamos. Ni íbamos a volver de momento, ni probablemente lo haríamos en muchos meses.

—Lo siento, Misi, me temo que de momento tu madre va a tener que esperar —dije apoyando la mano sobre su hombro—. ¿A dónde vamos esta vez, Aidan?

—Pues vaya —murmuró ella por lo bajo, decepcionada.

—Ballaster —anunció mi padre para sorpresa de todos—. El jefe nos manda a Reino vecino para que hagamos ciertos recados. No es complicado, al menos no más de lo habitual, así que, con suerte, no nos llevará más de un par de días. Al fin y al cabo estamos en la frontera, así que será rápido. Una vez acabemos con la operación, ha prometido que volveremos a Hésperos.

La noticia no despertó la alegría ni la esperanza que en otros tiempos habría conseguido, pero al menos hizo sonreír a Misi. Lansel, Olic y yo, sin embargo, no variamos un ápice nuestra expresión. Ni era la primera vez que el Príncipe nos hacía aquella promesa, ni tampoco sería la última vez que la rompería. Algún día volveríamos a Hésperos, sí, pero probablemente no sería ni a lo largo de aquel año ni con vida. La Unidad Sumer era mucho más valiosa en activo, trabajando a destajo día y noche, y ahora que el Príncipe era consciente de ello, no iba a dejarnos descansar ni un segundo.

—Bueno, si es solo un par de días no pinta mal, ¿no? —comentó Misi, positiva—. Puede que hasta me de tiempo a llegar para el cumpleaños de mi abuela. Es este domingo.

—Por si acaso no le compres el regalo —le aconsejó Lansel—. ¿Y en qué consiste el encargo, Aidan? ¿Tenemos definido el objetivo?

—De momento no, pero no tardaremos. Ahora id a vuestras habitaciones y preparad vuestras cosas, saldremos en una hora, ¿de acuerdo? Olic, encárgate de conseguir un transporte. Misi, tú asegura que nuestras acreditaciones falsas aún son válidas para cruzar la frontera. No quiero sorpresas de última hora. Jeavoux, tú...

—¿Sí?

La aparición de una camarera logró que se hiciese el silencio en la mesa. Todos desviamos la mirada hacia ella, la cual nos saludó con una amplia sonrisa, y aguardamos pacientemente a que cumpliese con su papel. Al igual que nos había pasado la noche anterior en el restaurante, aquella mujer iba a invitarnos a irnos.

—¿Quieren algo más? —preguntó—. Hemos cerrado ya la cocina, pero si quieren algo antes de irse, podríamos servirlo. ¿Un café quizás?

—Sí —respondió Aidan—. Tráiganos dos cafés, uno para mi hijo y otro para mí. El resto se iba ya, ¿verdad, muchachos? Jeavoux, creo que me he dejado una chaqueta en el centro, ¿puedes ir a echarle un vistazo?

—Claro, Aidan.

Aguardé a que la camarera y mis compañeros abandonasen la mesa para acomodarme delante de mi padre. La cabeza seguía doliéndome a horrores, pero me consolaba el tener al menos el estómago lleno. A lo largo de aquellos años había llegado a pasar tanto hambre que ya no dejaba escapar ninguna ocasión. Si había un plato en la mesa, yo lo vaciaba.

—¿Te has dejado algo en el piso franco? —pregunté un poco después, a la espera de que nos trajesen nuestros cafés—. ¿O es solo para asegurar?

—Asegurar —respondió Aidan—. Anoche acabamos muy tarde y estábamos todos cansados. No quiero que un error producto del agotamiento pueda llegar a pasarnos factura.

—Lo comprendo —dije, y asentí con la cabeza a la camarera a modo de agradecimiento cuando dejó las tazas sobre la mesa. Le di un sorbo a la mía—. ¿Decepcionado?

Se tomó unos segundos antes de responder. De haber estado en compañía de cualquier otro su discurso habría sido totalmente diferente, pero estando los dos a solas, padre e hijo, no dudó en sincerarse. Ahora que Lyenor ya no estaba en el equipo, yo me había convertido en su mayor apoyo.

—Sí —confesó—. Soy estúpido por haber creído en su palabra, pero te aseguro que esta vez quise confiar en él. Hace mucho tiempo que le pido volver, pero no hay forma.

—El bienestar de Albia está por delante de nuestros deseos personales —respondí, repitiendo las mismas palabras que me había dicho él en incontables ocasiones a lo largo de aquellos años—. Somos armas, nada más.

—Me temo que sí. Mientras formemos parte de la Liga al menos.

—¿Y acaso hay forma de salir?

—¿Con vida? —Aidan chasqueó la lengua—. Negativo.

—Genial...

Ambos bebimos de nuestras tazas. Vistos desde fuera, mi padre y yo éramos dos versiones de distintas épocas del mismo hombre. Físicamente éramos cada vez más parecidos, y tal era la sincronización que había entre nosotros que incluso nuestros movimientos iban a la par.

—¿Qué es lo que quiere esta vez? —pregunté—. ¿Algún miembro del Consejo?

—Me temo que no. Ojalá. Dar caza a alguien, en el fondo, es fácil. Lo que ahora quiere es que investiguemos algo que sucedió hace una semana. Al parecer hubo una cena benéfica en uno de los palacetes de las afueras de Vespia. En ella se reunieron personalidades de la alta sociedad... ya sabes, los nobles de turno.

—Me lo imagino.

—La cuestión es que se estaba emitiendo el evento en una de las cadenas locales. El objetivo de la cena era recaudar dinero para la reconstrucción de un orfanato recientemente incendiado, por lo que había bastante interés a nivel mediático. Este tipo de temas tocan la fibra sensible de la gente, ya lo sabes. La cuestión es que la retransmisión se detuvo unos minutos a las doce. Al ser una noche especialmente tormentosa y estar situado el palacete en la montaña los técnicos lo achacaron a algún fallo en las comunicaciones. Para su sorpresa, seis minutos después, cuando volvió la emisión, se descubrió que no había sido cosa de la climatología.

—¿Ah, no?

Mi padre se acabó el café de un trago antes de finalizar la historia. Como pronto descubriría, había motivo más que suficiente para ello.

—Cuando volvieron a emitir las imágenes, todos los invitados estaban congelados... literalmente. Los habían convertido en estatuas de hielo.

—¿Estatuas de hielo? —Un escalofrío me recorrió toda la espalda al imaginar la escena—. ¿Y eso se vio en la televisión?

—En vivo y directo, sí. Cortaron la emisión a los diez segundos, pero fue más que suficiente para que cundiese el pánico. Las autoridades están intentado tapar el tema, pero es bastante escabroso. Ha muerto bastante gente... gente importante... aunque bueno, siendo sinceros, son ciudadanos de Ballaster, así que, en el fondo, a nosotros no nos afecta. Lo que sí que nos afecta es el modo en el que han muerto. Hay pocas personas en Gea capaces de convertir a alguien en hielo, Damiel. Muy pocas... lo que nos convierte a los Pretores en sospechosos. No nuestras Casa, pero...

—La Casa del Invierno... ¡Por el Sol Invicto, ¿de veras crees que ha sido uno de los nuestros!?

Aidan se encogió de hombros.

—Lo que yo crea poco importa, hijo. Auren quiere que descubramos quién está detrás de lo ocurrido y acabemos con él, y sea albiano o no, lo vamos a hacer, ¿de acuerdo? No le digas nada aún a los chicos. Es un tema bastante delicado, así que habrá que tratarlo con cuidado. Asegúrate de que mantienen la moral alta.

—¿Pero y por qué no se ocupa la Casa del Invierno? Es de ellos de quien se sospecha, no de nosotros.

—Es un tema muy delicado, Damiel. Hay mucha gente implicada, gente de muy alta cuna... Lucian quiere que tratemos el tema con especial delicadeza y, sobre todo, que seamos muy discretos. ¿De veras crees que esos cerebro de hielo lo harían sin levantar sospechas? Mejor no jugárnosla, y mucho menos con un aliado como Ballaster. Tenemos que mantener las buenas relaciones cueste lo que cueste.

—Ya, pero...

—Damiel, no me discutas más, por favor. Sé que tienes preguntas, como yo, pero no es el momento para discutirlas. Cumple con tu papel. Si más adelante es oportuno que sepas más, me encargaré de que así sea, te lo aseguro, pero hasta entonces necesito que te mantengas firme y con la mente clara. ¿Podrás hacerlo?

Incluso perplejo y confuso como estaba, asentí con la cabeza, manteniendo siempre la compostura. Costase lo que costase, jamás fallaría al Centurión, y mucho menos a la Unidad.

—Confía en mí, padre. Lo haré.

—Pues vamos, no pierdas ni un segundo más. El tiempo juega en nuestra contra si queremos que Misi llegue al cumpleaños de su abuela. 

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