Capítulo 2: Ser feliz.

Su vida anterior era un completo fastidio, si quieren una pista aquí les va "Miau".

Sep, un gato, ni más ni menos. Pero puede decir que no era un gato cualquiera, era consciente de si mismo así como un poquito más sensato que sus iguales, aunque eso no quiere decir que su vida fue mejor por eso.

Por lo contrario era un constante juego de supervivencia, uno con la dificultad alta al haber nacido en un pueblo que se encontraba justo en medio de una guerra entre dos fronteras. Un sitio donde la comida y la sanidad brillaban por su ausencia.

Aun siendo un lindo gatito la gente no era amable con él, sus adorables maullidos solo ganaban la chancla voladora de alguna anciana o que algún mendigo intentase comérselo.

No había festividades, la navidad solo era otro día gris en ese lugar.

Aunque fue adoptado varias veces por alguna familia que le han dado diversos nombres, estas no duraban mucho, ya sea porque le abonaban por falta de comida o directamente le ignoraban, al final terminaba solo como siempre.

Una de sus desventuras resultó terriblemente fatal, devoró una carne podrida que le sentó muy mal y no pudo escapar de un trío de mocosos por demás violentos. Le daban con piedras y palos, era molestamente doloroso.

Pensó que hasta allí había llegado, y siendo honesto sabía que no tendría un final feliz por ser una alimaña gatuna, al menos podría dejar esa fastidiosa vida.

Pero el destino era curioso y fue salvado en ese momento por una mano morena.

—¡Alto allí! ¿Qué le hacen a un indefenso gatito? ¡Hasta los animales merecen que se les trate con respeto!—Con ese argumento ingenuo, ese joven de cabellera castaña le dio un coscorrón a cada niño y los espantó.

Estaba bastante atontado, pero aún así sintió como le levantaban con una delicadeza que nunca había sentido. Le dio un baño, comida y un cascabel que guindó en su cuello con un hilo grueso.

—¡Tú nombre será Kuro!

Un nombre bastante simple, así como ese chico, Mahiru. Un médico de apoyo que asistía en el hospital público de ese pueblo, ayudando a los sobrevivientes de los altercados de guerra y atendiendo a las familias enfermas.

Probablemente el único que estaba en un sitio así por voluntad propia, porque ingenuamente quería ayudar a las personas. Realmente no lo meditó demasiado para quedarse con él, tenía comida y un sitio cálido donde dormir simplemente no había otro lugar que le conviniese más que ese. En cuanto se pusiera difícil se iría como siempre.

Pero incluso si hubo momentos difíciles Mahiru nunca le descuidó, le vigilaba por si se volvía a meter en problemas con los niños, le daba de sus raciones de comida aunque no fueran muchas, podía montar su regazo y dormitar sobre él mientras le daba suaves caricias que le sacaban ronroneos, se sentía bien como nunca se había sentido, y no era el único que se sentía así con él.

Mahiru era algo así como el solecito de ese hospital en derrumbes, cuando no estaba asistiendo a los enfermos les hacía compañía a los niños huérfanos, casi siempre haciendo horas extras solo por el afán de ayudar, nunca dejando de sonreír aunque se le empezara a notar las ojeras.

Se ganaba el cariño del resto del personal y de los pacientes, y es que pensaba que una persona así de cálida estaría acompañado todo el tiempo.

Pero la realidad es que Mahiru era alguien muy solitario.

Esas noches en las que por fin podía descansar, se le veía melancólico viendo por la ventana de la cutre habitación en donde descansaban.

Con sus parpados pesados y los ojos perdidos en algún punto, probablemente preocupado por los deberes del mañana.

En esos momentos Kuro en verdad deseaba ser humano, así podría tomarle las manos y hacerle compañía en esas noches, llevarle una bebida fría y hacerlo descansar por entre sus brutales jornadas de trabajo, besar su frente y susurrarle en el oído lo orgulloso que estaba mientras le daba abrigo en noches frías.

Pero la realidad era cruel, era un simple gato, incluso si le palmeaba las manos con sus mullidas patas o le ronroneaba a la oreja, Mahiru solo interpretaría esto como que tiene hambre.

No había forma de que le viera como algo más que una simple mascota.

—¡Kuro me haces cosquillas!—Replicó el castaño soltando una risita cuando le lamió la mano sabiendo que le hace cosquillas.

Se limitaba a hacerle compañía e intentar distraerlo con sus maullidos, pero por muy frustrante que fuera esa situación, fue un lindo cuento de hadas comparado al trágico final.

La guerra les visitó esa silenciosa noche, despierta cuando sus instintos le advierten de movimientos extraños, se levanta del cómodo lecho que compartía con Mahiru y a paso silencioso caminó hacia el pasillo.

En la ventana pudo ver un grupo de sombras negras agachadas trabajando en algo que no podía ver, aunque si lo piensa tampoco es que hubiese sabido que es si lo hubiera visto, al fin a cabo los gatos no saben de bombas.

Lo siguiente que pasó está borroso en sus memorias, cuando tuvo consciencia de sí mismo se encontraba debajo de unos escombros, apenas tuvo la fuerza para arrastrarse, sangre se deslizaba de sus colmillos y estaba completamente seguro de que se había perforado algo.

Aún así se mantuvo terco y se arrastró por entre los restos de miseria y dolor de lo que fue ese edificio de departamentos, los llantos de agonía le ensordecieron y su vista se le ennegrecía. Más su desesperación dio paso a un profundo vacío cuando reconoció una figura debajo de una enorme pared.

Sabía que el final no iba a ser agradable para él ¿Pero y Mahiru? Él definitivamente no merecía ser brutalmente aplastado, con sus bonitos ojos ambar ahora entrecerrados sin brillo ni vida, solitario e ignorado por los paramédicos del lugar que dieron prioridad a los que "aún" permanecían con vida.

No puede hacer mucho incluso ahora, solo se arrastra hasta quedar tumbado junto a la mano morena extendida, y lame con delicadeza sintiendo el sabor de su sangre.

Le hubiera gustado escuchar su risa una vez más...

Y entonces todo se volvió negro, unos molestamente escandalosos tintineos invadieron sus oídos, para cuando salió de ese saco se vio rodeado de un montón de mocosos y un aciano panzón con una tupida barba blanca le veía con una sonrisa infantil.

—Bienvenido pequeño, a este tu nuevo comienzo...

Verse a sí mismo en ese espejo le dejó una tremenda impresión, aunque no era exactamente un "humano" al menos era algo bastante cercano. Todavía no entiende porque tiene el cabello azul pero agradece que aún tiene sus característicos ojos rojos de lo contrario no sabría si es él mismo.

—Bien, como aún no tienes compañero seré quien te enseñe el lugar, sígueme querido... oh no tienes nombre—Apuntó a la placa dorada lisa que colgaba de su abrigo—los que son como tú suelen no agradarle que otros les den nombre, pero sería mucho más fácil para tus nuevos amigos si tienen como llamarte. Dime ¿Cuál será tu nombre?

"Nombres" ha tenido muchos por lo que dejó de darles importancia, pero ante la insistente pregunta de ese viejo la respuesta brotó sola de sus labios.

—Kuro.

Se le asignó el departamento culinario y aunque el trabajo era extenuante para su pereza, definitivamente era un mejor comienzo que el anterior. Podía comer lo que quisiera, dormir en cualquier lugar sin que le echen piedras o palos, sin algún tipo de peligro.

Aún así algo le hacía falta.

Le hubiera gustado compartir esto con él...

—Es tiempo que se te asigne un compañero ¿Tienes alguna sugerencia.

El barbón llegó a su cabaña diciéndole eso, se sentó en el comedor con su sonrisa risueña pese al rostro trasnochado que le mostraba por haberse quedado hasta tarde haciendo unas condenadas galletas.

—¿Compañero?

—Es una de las pocas reglas de aquí, todos deben tener una pareja que le complemente ¿Por qué crees que te dimos una cabaña para dos personas?

—Suena molesto....—Se quejó con su voz cansada.

Ajeno a su aptitud, el anciano hombre comía sus deformes y duras galletas, estaba seguro de que tenían un extraño sabor salado y agrio pero ese sujeto no mostraba desagrado alguno mientras las devoraba, venga que no puede exigirle mucho a alguien que antes fue un gato.

—No seas así, estoy seguro que tienes a alguien en mente desde que llegaste...—Decía con esa voz animada mientras con la mano libre que no sostenía ninguna galleta llevaba un celular.

Le sorprende que en un sitio así usen tecnología, aún ahora no sabe manejar esos aparatos molestos, aunque le gustaban las consolas de videojuegos.

El viejo navegaba con un rostro de interés en el dispositivo, alzó las cejas levemente al encontrar algo que llamó su atención.

—Shirota Mahiru—El escuchar ese nombre le sobresaltó y la sonrisa de Santa se ensanchó—parece buena persona pero necesito un tiempo para decidir, te enviaré un aviso con antelación.

Con eso dicho el hombre se levanta y se dirige a la salida con Kuro siguiéndole más que incrédulo.

—E-Espera ¿Vas a traer a Mahiru?¿Puedes hacerlo?

—Hijo, con fe todo se puede—Dijo para luego tomar su abrigo rojo del perchero, dio un paso antes de voltear a verlo con su espeluznante sonrisa—gracias por las galletas, te sugiero ponerle azúcar en vez de pimienta para la próxima.

Kuro le vio alejarse esa mañana de otoño, ni siquiera va a preguntarse cómo es que ese viejo metiche sabía de Mahiru, no quiere meterse en cosas molestas. Tiene otras cosas en las que pensar.

Por ejemplo, como puede explicarle al chef en jefe que le puso pimienta a las cien galletas de prueba para la cena navideña, que molestia...

El tiempo pasó, y cuando la primera nevada empezaba a Kuro le visitó una paloma blanca con el aviso de que debía presentarse en la fábrica para recibir a su nuevo compañero.

Y no, no estaba nervioso para nada, ya no era un simple gato que fue recogido de la inmundicia, ahora era un "vigoroso joven de buen ver" (O eso le decían las ancianas de la plaza, todavía no entiende a que se refieren pero le daban dulces cada que le veían así que es bueno). No hay nervios en absoluto, solo un sudor excesivo en sus palmas y el corazón le latía desbocado, es molesta esa fisiología humanoide.

Pero el fastidio pasó rápido cuando volvió a ver esos ojos ámbar.

La llegada de Mahiru fue un desmadre así como la suya propia, cientos de mocosos mirándolo como si fuera la cosa más extraña del mundo y un viejo barbón que parecía saber todo de ti.

A diferencia de Kuro, su apariencia no había cambiado mucho a excepción de que ahora sus orejas eran puntiagudas.

El pobre castaño miraba a todos lados incrédulo y desorientado, probablemente creyendo que todo era un sueño. No le culpaba, pasar de un territorio en miseria y ruinas a uno de fantasía y navidad es bastante chocante.

—Y este chico será tu compañero, Kuro.

"El momento más esperado" o algo así, en realidad no fue la gran cosa, fue Kuro mirándolo con sueño y Mahiru viéndole de arriba abajo sin creerse nada y probablemente esperando caerse de la cama y ver que nada era real.

¿Qué esperaban? Se podría decir que es la primera vez que se veían, Mahiru definitivamente no le reconocería con esa forma, y él no podría decirle algo como "Hola, soy el gato inmundo que salvaste de unos mocosos en la zona de guerra y he estado enamorado de ti desde entonces ¡Seamos felices juntos!" es molesto hasta morir.

En su lugar le da tiempo al castaño de que se adapte a su nueva realidad, y le muestra ese nuevo mundo en el que ahora viven. Junto con Kuro fue asignado al departamento de culinaria, un mal momento para serlo de hecho.

—¡Maldita sea Kuro!—El chef jefe le llegó hecho una "furia negra", porque estaba cubierto de pies a cabeza en hollín—¡Olvidaste el pastel en el horno y ahora todo está quemado! ¡La navidad será arruinada y será tu culpa!

—No sea así jefe chef ¿Dónde está el tiempo de paz y de amor?

—¡Vete a la mierda!

Mientras lidiaba con los gritos del hombre, el resto de ayudantes de cocinas corrían de un lado a otro en pánico, ya que la explosión del horno arruinó el resto de postres que se estaban preparando y algún que otro distraído terminó revuelto en crema.

La ceja de Mahiru temblaba mientras su ceño fruncido se hacía más notorio ante el pandemonio del que era testigo.

—¡Ah que fastidio! ¡Si necesitan más postres entonces los haré yo!

Con eso dicho, el castaño puso orden en ese lío por los siguientes días de navidad. Y si bien en su otra vida parecía tener afinidad con las tareas domésticas, pues ahora parecía todo un "amo de casa". Limpió el sitio de arriba abajo con rapidez, hizo la lista de los nuevos postres (Simples, porque lo sencillo es lo mejor), y comandando al resto de ayudantes se logró hacer los dulces para navidad.

No era de extrañar que le pusieran en el cuadro de "El mejor trabajador". Y así como en su vida anterior, Mahiru se volvió un solecito para el resto de trabajadores que la tenían difícil por el desastre que era la navidad, además de que se le veían más animado en ese trabajo que en el anterior, quizás porque aquí nadie estaba muriendo.

Agradecía que al final del día volvieran a ser solo ellos dos, Mahiru solía dormitar en el sillón al haber invertido toda su energía en la jornada de trabajo, él teniendo piedad de su estado le tendía un chocolate caliente (Probablemente lo único que sabía cocinar bien) y se sentaba a su lado compartiendo una misma manta.

Entre dormido y despierto, el castaño terminaba por recostar su cabeza en el hombro ajeno, tiempo en que le permitía percibir el aroma de su champú.

—Sabes algo Kuro...—Decía Mahiru en voz suave y con los ojos cerrados—sé que nunca te he visto antes... pero igual siento estos extraños Déjà vu cuando estamos juntos... como si siempre lo hubiéramos estado...

Kuro le ve de reojo internamente avergonzado, quizás Mahiru le recordaba, de una forma vaga e inconsciente, pero saber que tal vez recordaba a ese mugriento gato que recogió le llenaba de una molesta calidez en el pecho.

—El ser sonámbulo te hace decir cosas extrañas—Se limita a decir, Mahiru bufa ante su seco comentario arrugando su nariz en berrinche y entreabriendo sus parpados.

—No estoy dormido aún, solo un poco cansado. Cielos... intento decirte lo cómodo que me encuentro ahora y no me haces caso...—Replicó, y aunque probablemente intentaba sonar enfadado su voz sonaba adormilada—en mi vida anterior, solía preocuparme todo el tiempo. Nací en un país difícil en tiempos difíciles, y aunque daba todo de mi nunca era suficiente... así que a veces siento que todo esto es un sueño...

—O quizás tu anterior vida fue una pesadilla...—Agrega entreteniéndose por las expresiones que el semi despierto Mahiru hacía.

—Eso suena macabro, no fue fácil pero... tampoco fue tan mala... de hecho hasta es igual a esta...

Kuro arquea una ceja en claro desacuerdo aun cuando el contrario no podía verlo por tener los ojos cerrados.

—¿En qué...?—Pregunta claramente interesado por lo que el sonámbulo diría.

Mahiru bostezó con somnolencia, sin pena se acomodó mejor en el hombro ajeno antes de terminar la oración.

—Aquí también... cuido a un gato perezoso...—Su último susurro antes de terminar completamente dormido.

Kuro se contuvo de reír para evitar despertar al otro, en su lugar le besó la frente y recargó la mejilla en los cabellos achocolatados para cerrar sus propios ojos.

Quizás no era tan diferente, de nuevo se siente reconfortado por la presencia del otro, y los días eran bastantes normales sin importar la fecha.

Siempre que estuvieran juntos, le daba realmente igual el día que fuese. 

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