❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 8 ❦︎

8. La guerra es la guerra


Noviembre 2017

—Eh…no sé qué está pasando –dijo la voz de Leandro. Casey seguía congelada, la mirada de Alexei era de hielo y estaba puesta en ella ahora; la de Ashton quemaba y tenía como objetivo la pantalla—. ¿Casey, estás ahí?

La incomodidad se palpaba en el aire, Alexei le dio una mirada a la pantalla.

—Tú te callas –dijo y volvió a mirar a la muchacha en la espera de una respuesta.

—Perdón –el humano sonó irritado—. ¿Quién eres? 

—La pregunta es quién eres tú –intervino el Leo.

—Oh, supernovas, quiten –dijo la chica, agarrando la laptop y girándola hacia ella. La expresión del muchacho se relajó un poco al verla y a ella la idea le alivió los nervios un poco—. Leandro este no es el mejor momento…

—¡No me dijiste que tenías novio! –exclamó el humano, en un susurro con tono de reproche.

Casey abrió la boca, pero fue Alexei quien respondió, asomándose por la derecha de la muchacha.

—No lo tiene.

—Pero no tienes oportunidad de ocupar ese puesto –añadió Ashton y Casey movió una mirada furiosa de uno a otro, pero en ese punto no podía decir mucho.

—¿Y eso por qué? –inquirió Leandro—. Yo creo que eso depende de Casey y…

—¿Eres humano? –lo cortó el Escorpio y luego miró a la muchacha—. ¿Te gusta un humano, Easy-Casey?

La chica abrió la boca para dar un no rotundo cuando recordó que Leandro la estaba viendo también. La cerró de golpe y por la forma en que Alexei la miraba supuso que eso había sido respuesta suficiente, pero de igual modo frunció el ceño y le habló con molestia.

—¡No es tu problema!

—Deja que te corrija, somos el año del Dragón, tus problemas nos incumben –dijo Alexei.

—No seas imbécil, no me digas que crees esas babosadas de Los Doce.

—Pues no quizás no sean solo babosadas, Easy-Casey.

—¡Pues claro que lo son! –exclamó ella—. ¡Qué vamos a ser el año de los guardianes si este y yo apenas pudimos defendernos la semana pasada del tiroteo! –dijo, señalándose a sí y al Leo.

—¿Tiroteo? –Casey volteó a ver la pantalla y se cubrió la boca cuando recordó que Leandro los seguía oyendo—. ¿Estuviste en un tiroteo?

—Un tiroteo causado por los tuyos –dijo Ashton.

El ceño de Leandro se frunció y Casey rezó para sus adentros por si los astros decidían escucharla en ese entonces. Les pidió que cerraran la boca de Ashton Weiss, sabiendo que eso era más imposible que el que sus plantas crecieran rápido o que llovieran cerditos. El Leo nunca se callaba, no empezaría ahora.

—Sí, un tiroteo por humanos. ¿Es que acaso no lo sabes? –dijo—. ¿Ella no te dijo que la gente como tú es un peligro para ella?

—¿La gente como yo? –inquirió Leandro.

—Los humanos –gruñó Alexei—. Los humanos son peligrosos para los Signos –dijo y cuando los ojos de Leandro se abrieron sin saber de qué le hablaban el Leo intervino.

—¿Es que ella no te dijo? –preguntó.

—Ella es diferente de ti –apuntó Alexei—. Así que no le vuelvas a hablar.

—Nunca –terminó Ashton, chasqueando los dedos y haciendo que una pequeña flama flotara desde sus yemas. Los ojos de Leandro se abrieron con horror y maldijo una vez antes de cortar la video-llamada. 

En cuando la pantalla quedó oscura y la imagen volvió al buscador, Casey echó la silla hacia atrás, apartándose de la mesa y llevándose las manos a la cabeza. Enterró los dedos en su cabello y dio una vuelta para intentar relajarse. ¿Pero cómo iba a relajarse? Estaba metida en un enorme problema. Si alguno de esos dos la delataban con un mayor la cosa podía ir a un asunto serio. ¿Le harían un juicio? ¿La llamarían traidora?

Ninguna de esas cosas era lo más importante en su cabeza. Lo más importante era que habían espantado a Leandro y Casey dudaba que después de eso pudiera volver a hablarle de forma normal. Su ceño se frunció y dedico una mirada asesina a ambos chicos.

—Pero, ¡¿qué les pasa a ustedes?! ¡¿A caso son idiotas?! –gritó, moviendo sus manos nerviosamente—. ¡Para qué pregunto! ¡Idiotas no! ¡Estúpidos! ¡Imbéciles! –tenía un repertorio limitado de insultos y se le acabaron pronto, así que casi por suerte fue interrumpida por Ashton.

—Oye, no te pases, te prometo que no le contaré a nadie tu secreto –dijo el Leo.

—¡¿Qué secreto?! ¡Ustedes son quienes la cagaron! ¡Yo nunca le había hablado del Zodiaco!

—¿No? ¿Y de qué hablabas entonces con tu cibernovio? –preguntó Alexei, recostándose en su silla al tiempo que cruzaba sus brazos con una ceja arqueada.

—De películas, libros… ¡Ese no es tu problema, Lyov! ¡Solo era un buen amigo con quién podía ser yo misma sin ser un Signo!

—¿O sea que jugabas a ser humana? –preguntó el Escorpio, una daga de hielo muy digna de él clavándose en el pecho de la chica y dejándola sin habla.

—Yo no…

—¿Tú no qué? –inquirió Alexei, poniéndose de pie y acercándose a ella. Le sacaba un par de centímetros y sus profundos ojos azul oscuro la veían con tanta seriedad que podrían haberla hecho empequeñecer incluso dos centímetros más—. ¿Qué cosa, Casey? ¿A caso no sabes que ser amiga de un humano no declarado puede ser un delito?

—Podrías ir presa –dijo Ashton.

—O peor… –murmuró el Escorpio.

La chica apretó los labios y le dio un empujón a Alexei, pero apenas lo movió un par de centímetros.

—¡No es tu puto problema! –exclamó—. ¡Y fueron ustedes quienes le hablaron del Zodiaco, subnormales!

—Pensé que ya le habrías dicho –murmuró Ashton—. ¿No se supone que era tu amigo? Según tú.

Casey abrió la boca, volteándose hacia el Leo con la réplica perfecta en la punta de la lengua, pero la puerta del sótano abriéndose la interrumpió. Miró el reloj que ya daban las siete cuarenta. Sus padres habían llegado. Le temblaron las manos de los nervios, cerró la computadora de golpe y empezó a recoger sus papeles.

—Da igual, no los quiero en mi casa, así que pueden irse ya –masculló, mirando al Leo amenazante. Ashton bajó la cabeza y recogió su cuaderno, pero Alexei no se movió de su lugar, ni siquiera cuando ella le envío su mirada más amenazante.

Terminó de recoger sus cosas y se volteó hacia él con las manos en jarras sujetas a su cintura.

—¡Casey, estamos en casa! –saludó su madre, asomándose en el comedor—. Oh, no me dijiste que vendría alguien.

—Alexei y Ashton ya se van –murmuró y se volteó con una sonrisa hacia su madre.

—¿Esos son Alexei y Ashton? ¡Qué grandes están, chicos! ¡Hace como mil años que no los veo! ¡A ver! ¡Vengan acá! –la madre de Casey se puso los espejuelos y ahogó varias exclamaciones exageradas cuando los muchachos se acercaron a saludarla. Le tocó el cabello al Leo y palpó sin vergüenza en los hombros del Escorpio, dándole una mirada poco discreta y pícara a su hija.

—Ya se van –masculló ella, apretando los dientes.

—Cariño, ¿debería calentar la cena en el micro o quieres que vuelva a freírla? –dijo Theo Everson, entrando en el comedor y deteniéndose a ver a los muchachos—. Hola, soy el padre de Casey –saludóy se volteó a su hija, añadiendo por lo bajo—: Chocolatito, no me dijiste que traerías a nadie.

—Tonto, son Alexei y Ashton.

El hombre pidió un segundo, salió hacia la cocina donde había dejado su maletín del trabajo y cuando regresó con sus espejuelos los saludó con un abrazo masculino. Casey se pasó las manos por la cara, avergonzada y con deseos suicidas exagerados.

—¿Quieren quedarse a cenar? –invitó el padre—. Trajimos comida de más del restaurante chino del centro.

Ashton dedicó una mirada a Casey quien de haber podido lo hubiera hecho desaparecer en una bola de humo en ese mismo instante. Quizás el Leo lo notó, porque puso una sonrisa nerviosa y negó.

—Mi madre me espera en casa, señor Everson, en otra ocasión será.

—Oh bueno, es una lástima –suspiró él y soltó los hombros de Ashton. Tuvo que ponerse un poco de puntitas para rodear los de Alexei en un semiabrazo—. Dime que tú si aceptarás.

—Me encantaría quedarme, pero…

—Nada de peros, joven –lo cortó Theo—. Si es por la nevada o por el transporte yo mismo puedo llevarte a casa cuando terminemos. 

Casey se preguntó por qué la vida era cruel y se cruzó de brazos, esperando que el Escorpio se negara otra vez. Él no lo hizo. Alexei aceptó la invitación a comer, mirando a Casey con una sonrisa divertida y ligeramente victoriosa.












No había habido un momento exacto en que Casey y Alexei hubieran empezado aquella guerra en pausa. Quizás el primer acto era tan lejano como el robo de una crayola en primer grado o la burla hacia las coletas de la muchacha o la burla hacia la obsesión del Escorpio con los comics de Marvel. En todo caso, Casey estaba segura de que debió empezar él, porque siempre empezaba él. 

Quizás todo se remontaba al prescolar, quizás cuando Casey se presentó ante los doce niños que debían acompañarla toda su vida, Alexei dijo que era fea. Quizás en venganza Casey se robó sus crayolas y luego él le tiró de las coletas. Era imposible saberlo, era imposible recordar quién había lanzado la primera piedra. Lo importante era qué a sus diecisiete años, Casey sabía que el odio era cosa mutua, aunque ya no se pelearan como cuando niños, nunca habían hecho las paces y, aunque con más frialdad y menos interés, los insultos seguían volando de cuando en vez entre uno y otro.

Lo que sí recordaba Casey era que debería cargar con él hasta que uno de los dos muriera o hasta que sus trabajos los separasen irremediablemente para bien. En todo caso, Casey conocería a Alexei y a todos los chicos del año del Dragón para toda su vida. Recordaría sus nombres, sus apellidos y de algunos incluso sus direcciones. Ella no creía en esas babosadas del año del Dragón como los guardianes, no lo hacía, pero no podía negar que tenía una conexión con ellos que, si no estaba formada por un nexo mágico o celestial, sí lo estaba por todos los años juntos que habían vivido.

Los mismo doce adolescentes, todos los días de su vida, desde el primer día en prescolar hasta el último de sus días. Y hasta entonces habría guerra con Alexei. Quizás era un buen momento para declararla de una vez por todas.












Después de negarse rotundamente a hacerle compañía a Alexei hasta que su padre calentase la cena, Casey se refugió en su habitación. Cerró la puerta sin dar un portazo, porque ella no tenía trece años para portarse tan dramática. Pero sí se dejó caer con aire enfadado de cara en el colchón. Allí permaneció por largos segundos hasta que alzó la cara para poder respirar y sus ojos enfocaron los papeles sobre su escritorio. Específicamente la carta en sobre de papel café.

—Estúpida selección de trabajos. Estúpida Comunidad. Estúpidos Astros… –lo último lo dijo bajito y en seguida se arrepintió, presionando su cara contra el colchón. Los culpables no eran los astros, eran los Signos. 

Gateó para atravesar el colchón y llegar al escritorio. Apartó la ropa de la silla y se sentó con las piernas cruzadas bajo su peso. Tomó en sus manos el sobre de papel café. El sello tradicional de cera ya estaba levantado hacía tiempo y los papeles dentro de él estaban desorganizados. Casey sacó la hoja de la plantilla, con doce rayas y una sección para que dejase su huella dactilar encima de su nombre impreso. La apartó, no tenía intenciones aún de llenarla. Sacó en cambio la fotocopia de toda su trayectoria estudiantil, cinco hojas unidas en la esquina, impresas por verso y reverso, llenas con los números de su vida, cada una de sus calificaciones y promedios. En rojo marcadas sus mejores notas y las asignaturas en que resaltaba, casi que opuestas entre sí: literatura, matemáticas y, por al menos dos años en su vida, física. 

En esos números no estaba la solución a sus dilemas. Dejó la hoja a un lado y sacó el último papel en el sobre: una carta dirigida a ella y solo a ella. La había escrito un miembro de los Doce, un miembro del Consejo de las Doce Casas, específicamente el que representaba a Capricornio. Se llamaba Sebastián Arteaga y Casey solo lo había visto un par de veces en el Templo de Capricornio, pero no se asombraba que fuese él quien firmaba la carta. Tampoco le asombraba la idea de que él solo la hubiese firmado y fuese una secretaria quien la redactase para él. ¿O era una carta antigua? ¿Un mismo formato del que solo cambiaba la firma si cambiaba el representante de la Casa?

A Casey no le importaba, porque, aunque tratara de leerla así, fríamente y viéndola como algo lejano, destinada a cualquiera y no solo a ella, no podía evitar sentir que era para ella y que quién la escribió casi la conocía. La propia carta afirmaba conocerla, pero era imposible. Al menos en persona no se conocían, pero no dudaba que sus estadísticas fueran conocidas por los líderes de su Casa. Cada Casa llevaba las estadísticas del recorrido académico de sus miembros antes de la selección de trabajos, para asegurarse de que todos encontraban un lugar.

A punto estuvo de arrugar la carta y lanzarla a la basura, pero no lo hizo. La firma de Sebastián Arteaga se parecía a la de su abuelo. Y solo por eso, no la guardó en el sobre, sino en su gaveta, junto al cuaderno de tapa estrellada. Después volteó el sombre y lo último de su contenido cayó en su palma: una USB plateada con forma de llave. Allí estaba el vídeo, ese que había visto el domingo después de que Ashton fuera a verla.

La apretó en su palma y tuvo el impulso de lanzarla por la ventana, más tuvo miedo de que algún humano la recogiera. Después de todo, la ventana de su habitación daba a una calle humana y más allá a la arena que terminaba en mar.

—La cena ya está servida, Su Majestad –Alexei se asomó por su puerta sin tocar.

Casey se giró a verlo con cara de pocos amigos. 

—Vete al carajo.

El Escorpio arrugó los labios y con un suspiro terminó de entrar en la habitación con los brazos cruzados. Avanzó hasta sentarse en el borde de la cama de la chica, encarándola.

—¿Podemos tener una tregua? –dijo él, apoyando sus manos en el colchón.

—¿Ahora quieres una tregua? ¿Después de haberme cagado la amistad con Leandro?

—Yo no lo veo así…

—No, no quiero una tregua –dijo ella, poniéndose de pie—. Nunca hemos tenido una tregua y menos ahora, idiota –habló, cruzándose de brazos—. Y no te creas ni por un segundo que si sonrío en la cena y me evito enviarte al carajo es porque te disculpo. Solo lo hago porque no quiero arruinarles la cena a mis padres.

Cuando terminó su declaración de guerra se alejó hacia la puerta, pero Alexei la detuvo a medio camino, sosteniéndole el brazo. La chica lo miró con mala cara, removiéndose de su agarre.

—Si no tenemos tregua significa que seguimos en guerra.

Casey arrugó los labios.

—Sí, seguimos en guerra –dijo, rodando los ojos y caminando hacia las escaleras.

—La guerra es la guerra, chocolatito –murmuró el, bajando las escaleras antes que ella, como si eso también fuera una carrera o una competencia.

—La guerra es la guerra –repitió ella, saltándose los últimos escalones para llegar más rápido.

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