❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 69 ❦︎

69. El útlimo plot twist.


Abril 2018

Podía sentir su corazón acelerado, golpeando con fuerza en su pecho. El auto se movía entre las calles tranquilas, ajenas a todo lo que sucedería esa noche. Dentro reinaba el silencio: Adalyn ocupaba el asiento de en medio entre Janis y Casey. La chica de la casa de Cáncer parecía inquieta, jugando con el pequeño bolso de mano rojo a juego con su vestido; sin embargo, ella era la que menos motivos tenía para estar nerviosa.

El auto se detuvo en la entrada del Gran Salón. Había unas largas escaleras de mármol blanco que comenzaban después de un pequeño paseo donde habían desperdigado guardias. Uno de aquellos hombres vestido con el traje blanco oficial abrió la puerta del auto y ofreció su mano para ayudarlas una a una. Janis llevaba su cabello rubio suelto sobre su espalda, peinado liso, su vestido era corto y cubierto de lentejuelas rojas que reflejaban las luces. Aceptó la mano del hombre y se dejó ayudar hasta que estuvo correctamente de pie sobre sus altos tacones de aguja, que iban perfectamente a juego con el diseño de su vestido: la espalda descubierta cruzada por tiras delgadas que mantenían sujeta la ropa.

El hombre volvió a ofrecer la mano y Adalyn salió la siguiente. Su vestido era largo, cubría toda la longitud de sus piernas e incluso sus altos tacones negros. La tela era satinada, de un tono ocre entre el amarillo y el naranja, se entallaba en su pecho, se ajustaba en su cintura y caía suelto hasta el suelo. Le sonrió al hombre cuando se tropezó por un instante y tuvo que sostenerse de él, riendo como tonta. Casey se obligó a no rodar los ojos, sintiendo sus pestañas maquillas tiesas y molestas para su gusto.

—¿Señorita? –le habló el signo, extendiendo su mano por tercera y última vez. Casey dudó, nerviosa y temiendo que él notara el pequeño temblor en sus manos, pero finalmente decidió que se vería más sospechoso no aceptar la ayuda. Le dio la mano y se dejó sacar del auto.

Se tambaleó un poco sobre sus zapatos altos, hubiera preferido llevar algo más cómodo, para el caso de que tuviera que correr. Adalyn dijo que encerradas en una habitación protegida por múltiples guardas, tacones o no, no se podría correr y no iba a permitir que Casey se negara a llevarlos. Se zafó del hombre tan pronto como se aseguró de tener equilibro.

—Por aquí, por favor –dijo otro de los hombres de seguridad, señalándoles que avanzaran hacia las escaleras.

Casey repasó con sus ojos todo el lugar, intentando abarcar del todo las luces, los brillos, algunos flashes y un par de periodistas que reportaban en vivo. Se sentía totalmente ajena a aquel espectáculo, a aquel circo de marionetas que Daniel había movido para recuperar la sensación de seguridad en la Comunidad. Y ellos habían ido allí a romper del todo esa sensación, a golpearla hasta que estuviera hecha añicos, a quitar la venda oscura de los ojos de todos y decirles: he aquí el mundo real, he aquí las verdades, he aquí a los signos y he aquí tus estrellas.

Tragó saliva y sostuvo su falda con una mano mientras se apresuraba a seguir a Adalyn que se movía en dirección a la gente que subía las escaleras. ¿Por qué había tanta gente allí? ¿Quiénes serían? ¿Por qué sentía tantos ojos curiosos en sus hombros? Se sentía expuesta y hubiera deseado llevar un vestido que cubriera toda su piel. Hubiera deseado que Adalyn llevase un vestido con magas que cubrieran sus brazos, pero su amiga mostraba orgullosa las cicatrices en su piel. Un pie delante del otro y con el porte digno de una princesa Adalyn se volteó hacia ella y enganchó sus brazos juntos para hacerla ir más rápido.

Casey sentía que se desmayaría en cualquier momento. La gente reía, hablaba y comentaba cualquier cosa en aquella entrada, protegidos por hombres de seguridad aquí y allá organizando su avance hacia el interior. Buscó su invitación en su pequeño bolso de mano y notó que sus dedos temblaban.

—¡Oigan, por aquí! –llamó Adalyn, moviendo su brazo en el aire y ella alzó la cabeza al tiempo que los cinco muchachos las veían. Todos llevaban trajes, de distintos tonos, pero más o menos parecidos. Las diferencias iban en los moños, corbatas, camisas o el pequeño decorativo que se hubieran colgado en la solapa.

Mientras se acercaban Casey tuvo una mejor visión de cada uno. A pesar de que Marshall técnicamente había invitado a Jane, el moño de su traje era del color del vestido de su mejor amiga. Connor llevaba un traje blanco que hacía contraste con su piel y se entallaba a su figura con comodidad. Ashton usaba la camisa con un botón más abierto que el resto, sin moño o corbatín, pero con un pin rojo en su solapa. A su lado Joshua llevaba el conjunto más simple y clásico: blanco y negro. Por último, sus ojos fueron a Alexei, cuya mirada se había paseado por ella, inspeccionando aquel espécimen raro que era Casey cinco centímetros más alta y con falda.

—Toda tuya, corazón –dijo Adalyn, dándole un pequeño empujón para terminar de guiarla hacia él. Casey le dedicó una mala mirada, pero Alexei sonrió—. A las doce me la devuelves, ¿entendido?

—Como usted diga, señora –aceptó Alexei, ofreciéndole un brazo que Casey aceptó algo incómoda—. No quiero que te caigas en las escaleras.

—No me voy a caer.

—No pareces muy amiga de los zapatos altos, chocolatito.

—Cállate.

—Estás preciosa –susurró en su oído y Casey sintió sus mejillas arder.

—El vestido lo escogió Adalyn –respondió, bajito.

No era mentira, Adalyn había escogido aquel vestido azul oscuro que iba totalmente a juego con la pajarita en el cuello de su novio. Caía suelto de su cintura hasta las rodillas, con varias capas de vuelos oscuros entre el azul marino y el negro. Se ceñía firme a su cintura y entallaba su pecho, subiendo y cruzándose en su cuello, cubriendo su torso de pequeños brillos blancos y azulados. Al menos no tenía escote, pero dejaba al descubierto sus hombros y la mitad de su espalda, porque Adalyn había insistido en recoger su cabello en un moño alto trenzado. No era un vestido revelador, pero Casey también hubiera preferido uno largo como el de Adalyn, que cubriera del todo sus piernas, aunque aquello realmente debía dificultar el correr, mucho más que sus tacones negros.

—Déjame que te lo diga mejor, a ver si me entiendes –dijo él, apretando una sonrisa de medio lado y dejando un beso en su mejilla junto al susurro—. Eres preciosa.

Sus mejillas estaban rojas ahora y sus ojos fijos en el Escorpio que la miraba sonriente.

—Tú no estás nada mal tampoco –masculló entre dientes, tan bajo que él apenas la oyó.

—Tomaré eso como un estás jodidamente hermoso, mi amor.

—Tómalo como quieras, pero entremos de una vez –lo apresuró, dándole un pequeño tirón a su brazo para instarlo a seguir al resto de camino a las escaleras—. No estamos aquí para eso.

—Tan práctica como siempre, chocolatito.

Subieron las escaleras hasta la amplia entrada protegida con dos altas columnas griegas de granito blanco. Entregaron sus invitaciones a uno de los dos hombres de Seguridad que vigilaban la entrada y este abrió una de las enormes puertas para ellos. La luz amarillenta se escurrió hacia el exterior y rápidamente se sumergieron en el amplio recibidor alfombrado de púrpura. Las lámparas se curvaban en las paredes en sus soportes de plata, había algunas plantas aquí y allá, espejos y altas paredes de mármol que subían hasta un pequeño techo abovedado.

Siguieron el camino indicado hasta el final del recibidor donde había otra enorme escalera que estaba protegida por dos guardias y llevaba al segundo nivel con balcones y habitaciones, también funcionaba como una entrada VIP hacia el Salón principal. Al pie de la escalera, a cada lado, había una puerta abierta que la gente atravesaba para llegar al salón principal. Allí se separaron, tal como habían planeado. Adalyn, del brazo de Connor dijo que necesitaba ir al baño y una de las mujeres que guardaba la escalera le dio las indicaciones correctas, explicándole que no debía desviarse, y los dejó pasar hacia el segundo nivel. El resto de ellos atravesaron la puerta de la derecha y fueron a parar al amplio salón circular que sería el centro de atención esa noche.

Aún era temprano y la mayoría de la gente todavía estaba llegando, por lo cual el lugar no estaba muy lleno. Habían accedido a un pequeño balcón con una escalera corta de apenas cuatro escaños hasta el suelo de mármol crema marfil tan pulido que reflejaba destellos de las luces en sus estructuras de plata. Las paredes eran altas y sus rebordes estaban adornados con plata y oro hasta la cima, hasta la cúpula de cristal que dejaba una hermosa vista del cielo nocturno. Casey alzó la vista hacia las estrellas y se preguntó cómo podían verse tan brillantes con tanta luz en aquel salón, posiblemente estaban pintadas en el cristal, se dijo.

Bajaron los cuatro estaños para acceder al salón. Había aquí y allá arcos con cortinas purpúreas abiertas a pasillos que recorrían toda la primera planta del edificio. Casey volteó su vista hacia atrás para observar la enorme escalera que algo curvada y dividida en dos abría paso a aquellos que venían de la entrada VIP. Sus ojos siguieron aquel nivel, los balcones y los arcos que daban a pasillos en ese piso. Alexei seguía guiándola mientras ella inspeccionaba todo el lugar con sus ojos.

Había un grupo de músicos al pie de la escalera, entre sus dos ramificaciones curvas, una pequeña orquesta cuya música de violines se trasmitía por todo el local gracias a la acústica perfecta. Del otro lado había lo que parecían unas largas mesas con comida y bebida, donde se debían poder obtener las largas copas que muchos de los invitados portaban. La gente hablaba y reía, aquí y allá algunos de ellos eran entrevistados por periodistas.

Toda la habitación, toda la gente giraba en torno a un pedestal del mismo mármol que el suelo sobre el cual se alzaba una urna de cristal que protegía trece piedras. Los ojos de Casey las vieron y su corazón se aceleró, allí estaban todas, juntas sobre un cojín púrpura de rebordes plateados.

—¿Y ahora? –preguntó Ashton mientras se detenían un poco alejados de la escalera, habiéndose quitado del camino de la gente.

—Yo necesito sentarme –se quejó Janis, suspirando y dando una mirada de disculpa a Marshall que ya parecía resignado a tener que cargar con ella toda la noche—. ¿Podemos ir a un banco, Marshall? Creo que estos tacones son demasiado altos.

—Claro –aceptó el muchacho, lanzando una mirada a su mejor amiga—, los veo después.

Ella asintió y lo dejaron alejarse en busca de asiento, quedando los otros cuatro.

—No queda más que esperar –murmuró Alexei.

—Yo necesito algo de beber –comentó Joshua, mirando a Ashton.

—Yo podría usar un lugar donde fumar –se quejó el rizado, que ahora que Casey lo miraba bien parecía un manojo de nervios—. ¿Ustedes?

Alexei miró a Casey en busca de alguna preferencia para ocupar su tiempo mientras esperaban noticias de Adalyn y Connor. Abrió la boca para decir que ella no bebía cuando una voz le llamó la atención desde atrás. Se volteó para descubrir a Olivia Moore entallada en un bonito vestido plateado que resaltaba sus largos pendientes delgados.

—Ah, buenas noches a todos –saludó la doctora con una sonrisa dulce que a Casey se le antojó falsa—. Perdonen que los interrumpa, pero me hace falta robarme a Casey por unos minutos.

El Escorpio rodeó con su mano a la chica, reticente a dejarla ir con esa mujer.

—Daniel quiere verla un momento –completó, con un tono que sugería que más que una petición era una orden. A Casey se le heló la sangre y se temió lo peor: habrían descubierto su plan y la llamaban para comunicarle que de nada servía volverlo a intentar y tan pronto el espectáculo acabara ella y sus amigos lo iban a pagar caro—. Será solo un minuto, lo prometo, ¿me acompañas, Casey?

—Sí, seguro, claro –se apresuró a responder, dando una mirada a Alexei—. Los veré luego.

El muchacho no quiso soltarla, pero ella le dejó un beso en la mejilla y se separó, siguiendo a Olivia Moore a través del arco hacia el pasillo más cercano. Había un guarda de seguridad en la entrada, pero a medida que se alejaron de él Casey descubrió que no había más nadie vigilando aquel pasillo. Olivia la guio en un silencio que ella no se atrevía a romper.

—Escúchame, rápido –murmuró la doctora, haciendo que Casey la mirara con sorpresa—. Solo tenemos un momento antes de estar de nuevo cerca de los oídos de los oficiales, así que solo escúchame. Llévalo hasta el final, pase lo que pase, no detengan lo que sea que hayan planeado para cumplir lo que hablamos, ¿entendido?

—Pero tú...

—Yo sigo de tu lado, Casey –le sonrió de reojo—. Yo y unos cuantos más, ¿de acuerdo?

—¿Entonces todo esto...?

—Es parte del plan.

—¿Y...?

—Hará una gran entrada, le encanta hacer de todo un gran espectáculo.















Olivia la llevó a través del pasillo hacia unas escaleras discretas que las dejaron en el segundo nivel. Allí recorrieron varios recovecos más antes de llegar a una habitación que estaba amueblada como una sala. Había una mesa baja de patas rectas y sofás cómodos de color crema. Todo era sencillo, pero estilizado. Y allí estaba Daniel Hunter, tomando con tranquilidad un vaso con alcohol, sus ojos se alzaron tan pronto se abrió la puerta para dejar que las dos mujeres pasaran.

—Oh, ya están aquí –sonrió el hombre, dejando su vaso en la mesita baja frente a él de modo que los hielos tintinearon.

Casey no tuvo tiempo ni de mirar la habitación, sus ojos ni siquiera llegaron al Jefe del Zodiaco, se detuvieron antes en el invitado de Daniel. Sentado en el sofá frente a aquel hombre, de espalda hacia la puerta, estaba Leandro Llinás, tenso en su traje verde oscuro, con su rostro ahora medio volteado hacia ellas. No traía sus gafas y sus ojos mostraron alivio al reconocer a la muchacha.

El corazón de Casey dio un vuelco y sin pensar dio un paso apresurado hacia él que le ganó una risa burlona de los labios de Daniel. Sus ojos relampaguearon hacia el hombre, su mirada furiosa, porque ya no le importaban las apariencias. Olivia le retuvo del brazo antes de que se acercara o hiciera nada más, como si silenciosamente le recordara su advertencia. Pasase lo que pasase, debía llevar aquel plan hasta el final, eso significaba que no podía matar a Daniel: todavía no.

—Casey, por favor, siéntate y bebe algo –la invitó el hombre, haciéndole un gesto hacia el sofá donde el humano estaba acomodado.

La chica no tuvo más remedio que obedecer y dejarse caer a su lado. Sus ojos se cruzaron con los de su amigo, que lucía tan asustado como confundido, como si no supiera muy bien que hacia allí y al mismo tiempo admiraros de tener una Casey tan arreglada en su presencia.

—¿Desde cuándo...?

—Ayer –respondió Daniel, mientras Olivia le alcanzaba una copa con alguna bebida que lucía ligera—. Iba a comentártelo, puesto que tu amigo sabe de nuestro mundo se ha convertido en una amenaza de seguridad que no podemos dejar suelta...

—No querrá decir que... –su tono fue furioso y su rostro se giró con prisa hacia él, pero Daniel soltó una carcajada, moviendo su cabeza en gesto negativo.

—Relájate, Casey, no somos unos asesinos, tu amigo ha sido tratado hasta con lujos.

—Yo me ocupé personalmente de su alojamiento hasta hoy –aseguró Olivia, dándole una mirada a Casey que se suponía debía calmarla—. Pero pensamos que debería mudarse fuera del hotel, quizás podría irse a vivir contigo, aunque si tus padres no están de acuerdo ya hemos pensado donde podríamos ubicarlo en el centro de la ciudad.

—Yo les he dicho que nunca diría ni una palabra, Casey... –intervino Leandro, bajito.

—Hijo –habló Daniel, recuperando su bebida y moviendo los hielos con un movimiento lento—, quizás tú voluntariamente no darías la información, pero tan pronto algún grupo de nuestros enemigos, porque, oh, sí, tenemos enemigos humanos ahí afuera que buscan sin parar cómo hacernos daño, aunque tú no lo creas, Casey; bueno, tan pronto uno de ellos descubriera que existes y sabes de nosotros, ellos no dudarían en sacarte la información, de una forma nada amable, te lo aseguro.

A Leandro lo recorrió un escalofrío y Casey enderezó su espalda mirando con firmeza a Daniel.

—¿Entonces...?

—Se quedará a vivir con nosotros.

—¿Cómo un prisionero?

—¿Preferirías dejarlo libre y arriesgarlo a torturas? –Daniel arqueó una ceja—. En cualquier caso, esto no es una discusión. Yo solo te llamé aquí para darte la sorpresa y dejarte con él –hizo un gesto despectivo hacia Leandro—. Nadie debe saber que es humano, simplemente llévatelo al salón y pasen una bonita noche.

Casey dejó su copa intacta sobre la mesita y se puso de pie.

—Si eso es todo.

Daniel le sonrió.

—Por supuesto y mándale saludos a tu amiga, aunque supongo que las veré en cuanto la gala empiece –dijo—. Ah, prométeme que me concederás una pieza de baile.

—Claro que sí, señor Hunter –aceptó a regañadientes, su voz llena de odio—, será un honor.

Se volteó hacia Leandro y él se puso de pie, con más prisa que ella por salir de aquella habitación.

—Ahora, con su permiso –hizo un pequeño saludo formal con la cabeza y se retiró con el humano pisándole los talones.

Tan pronto la puerta se cerró a sus espaldas Leandro dejó salir un pesado suspiro de alivio, pero Casey le lanzó una mirada de advertencia, negando con la cabeza. Tomó su mano y lo apresuró por el pasillo hasta que consiguió divisar el final que salía hacia el salón principal y bajó la velocidad, deteniéndose. Cuando dejó de caminar fue en extremo consciente del tacto cálido en su mano y apartó los dedos con prisas, pidiendo disculpa por lo bajo. Sus ojos buscaron los de Leandro, que se veía temeroso.

Un movimiento al final del pasillo le hizo saber que estaban siendo vigilados atentamente por algún guardia de seguridad. Sostuvo la mano de Leandro y tiró de él en la dirección contraria, buscando algún balcón o patio interior donde esconderse.

—¿Casey qué hacemos?

Ella no le respondió, no hasta que no estuvieron seguros detrás de una puerta, en la oscuridad de una habitación vacía. Casey presionó su espalda contra la puerta, suspirando pesadamente. Sus ojos se adaptaron poco a poco a la falta de luz, visualizado lo que parecía un viejo estudio ahora deshabitado y polvoriento. A su lado Leandro simplemente esperaba que ella hiciera algo, bajando la vista a sus manos. Casey volvió a notar que seguía aferrada a él de forma innecesaria. Se soltó.

—Perdón.

El muchacho negó, metiéndose las manos en los bolsillos.

—Está bien.

—No, perdón por meterte en esto, no tendrías que estar involucrado.

—Pero aparentemente ya lo estoy.

—Lo sé –suspiró ella, presionándose las mejillas—. Y en el peor momento –murmuró y luego lo miró—. Escúchame, pase lo que pase no te apartes de mí en toda la noche.

—¿Viniste con tu novio?

Casey sintió el calor en sus mejillas y adivinó como eso podría ser un problema.

—Alexei entenderá –zanjó—. Ahora debemos volver... antes de que empiece.

—¿Empiece?

—Hagas lo que hagas no te separes de mí, Leandro.















Adalyn y Connor no tardaron en encontrar la sala desde la que se trasmitían las señales de televisión, solo habían tenido que robar un pase a un hombre en el camino y luego seguir los cables hasta aquel lugar.

—¿Qué hacemos ahora? –susurró Adalyn a Connor.

—Calla –le hizo una seña y se apresuraron a esconderse tras una pared cuando la puerta se abrió y tres hombres vestidos con trajes y con pases colgados al cuello salieron.

—¿Ya está listo todo, Miguel? –preguntó uno de ellos hacia el interior de la habitación. Un cuarto hombre salió, asintiendo—. Bien, la gala está al empezar y no quiero perdérmela. Si ya todo está listo, vamos, rápido.

—¿No se quedarán a supervisar la trasmisión? –dijo Adalyn.

—No me sorprende, no todos los días se tiene la oportunidad de asistir a una gala en el Gran Salón. Probablemente han programado todo para controlarlo a distancia. Desde sus celulares o algo así.

—¿Eso no será un problema para nosotros?

Connor ladeó una sonrisa hacia ella.

—No si puedo poner mis manos en esas computadoras.

Cuando los hombres se fueron ellos se apresuraron hacia la sala. Incluso habían dejado la puerta abierta, así que ellos no tuvieron problemas para entrar en la habitación llena de computadoras que reflejaban las diferentes imágenes de cada una de las cámaras de televisión asistiendo a aquella gala. Una de las pantallas mostraba a una periodista presentando a la gente que entraba al edificio; otras dos eran planos interiores del salón, que hacían panorámicas de la gente. Adalyn sonrió al ver como alcanzaba a enfocar a Marshall y a Janis en un banco al borde de todo el movimiento.

—¿Ves ese punto amarillo? –preguntó Connor, señalando al que había al borde de la imagen de la periodista haciendo las presentaciones.

—Sí.

—Indica que el sonido que se está trasmitiendo es el de esa imagen. ¿Ves ese rojo? –señaló uno de los planos del interior del salón—. Quiere decir que esa es la imagen que están trasmitiendo ahora en todos los televisores.

—¿Y tú puedes hacer que esa imagen sea los archivos que trajiste?

Connor resopló, sacando un USB plateado de su bolsillo.

—Déjame eso a mí –dijo, insertando el USB en la que parecía la computadora central y sentándose antes de empezar a teclear—. Voy a buscar cómo inhabilitar su control manual y corto la trasmisión como dijimos, pasando los materiales que tengo.

—En el momento preciso, recuérdalo.

Connor asintió, tecleando a prisa. Fue así por al menos dos minutos y luego tocó una última tecla y se recostó con un suspiro, pasándose las manos por el rostro.

—Listo. También se reproducirá en todas las pantallas de este edificio y eso son varias.

—De acuerdo, ¿ahora...?

—Regresa con ellos y avísales que todo está listo, yo me quedaré aquí –dijo—. Luego vuelve, necesitaré ayuda, porque probablemente regresen a intentar averiguar que sucede.

Adalyn asintió y regresó al pasillo. Estaba cerrando la puerta cuando lo oyó.

—¿Qué haces aquí?

Todo su cuerpo tembló, presa del miedo ante la gruesa voz de Patrick Bostwick.

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