❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 68 ❦︎
68. Nervios a flor de piel.
Abril 2018
Casey Everson se despidió de sus amigos en la puerta principal, cosa que se le hacía incluso más extraña que el hecho de que, aunque todos se marcharon, Alexei se quedó con ella. Cerró la puerta y no tuvo oportunidad de voltearse cuando sintió los brazos del muchacho rodearla y su rostro esconderse en el hueco a medio camino entre su hombro y su cuello. La chica se tensó un poco, más por no estar acostumbrada del todo aún a aquel tipo de muestras que por desagrado hacia la misma.
—¿Qué era lo que querías decirme? –murmuró, moviendo sus manos, colocando una sobre las que él mantenía en su cintura y otra en el cabello que le hacía cosquillas—. ¿Alexei? –llamó cuándo él no le respondió.
—Vi a mis padres.
El silencio se acomodó entre ellos, pesando sobre cada uno de los muebles de la sala. El Escorpio alzó la cabeza y se alejó de ella para que Casey pudiera voltearse a verlo. No dijo nada, solo lo miró, esperando que él continuara, pero Alexei solo fue capaz de apretar los labios y moverse hasta dejarse caer sentado en el sofá. Ella avanzó y fue a sentarse a su derecha, subiendo las piernas al mueble y doblándolas bajo su peso.
—¿Cuándo? ¿Qué pasó?
—Después de encontrar la piedra con Adalyn –explicó, recostando su cabeza hacia atrás con un pesado suspiro, se quedó mirando el techo—. Creo que trabajan con Gabriel e iban en busca de las piedras…
La muchacha frunció el ceño, pensativa. Cabía la posibilidad de que Gabriel Guillory pensara que ellos le habían traicionado, o que eso le hiciera creer Olivia, y hubiera decidido continuar en su búsqueda de las piedras por sí mismo. O al menos por medio de los signos que controlaba: los traidores. Por un momento Casey se preguntó cuántos traidores habría, cuántos signos se habían ido como los Lyov habían hecho, abandonando a sus familias; o cuántos de ellos vivían todavía dentro del Zodiaco, como Darío Walker había hecho, como ellos hacían. Porque pesara lo que pesara, ellos también eran traidores.
Detuvo sus pensamientos cuando Alexei se pasó las manos por el rostro en un gesto cansado y tristón. Aquella charla no iba sobre las implicaciones de que Gabriel tuviera hombres buscando las piedras, sino sobre Alexei viendo a sus padres: los padres que nadie más que ella sabía que no estaban muertos, sino que habían abandonado el Zodiaco y dejado atrás a sus hijos. Él los había encontrado y obviamente aquello había despertado viejos sentimientos de furia y tristeza en él, aunque intentara no demostrarlo, Casey podía deducirlo sin mucho esfuerzo.
Ella no era, ni sería nunca, la persona más adecuada para consolar, pero sabía por experiencia que a veces simplemente estar ahí y escuchar era de gran ayuda. Y eso era algo que podía hacer, era algo en lo que había sido buena toda su vida: escuchar, guardar silencio y mantenerse pacífica. Se acercó al muchacho, pasando una mano por su cabello y consiguiendo que él volteara a verla. Casey se limitó a mirarlo, seria, pero con un aire tranquilo.
—¿Cuándo nos volvimos esto? –dijo él y ella resopló, haciendo una pequeña sonrisa que él copió débilmente—. ¿Cuándo pasamos de gritarnos a que yo te esté contando mis problemas?
—Tú me besaste primero, Alexei.
—Tú te subiste por mi ventana a devolverme a Spiderman, mucho antes de eso.
Las mejillas de Casey se sonrojaron y apartó un poco la vista.
—¿Crees que debería contarle a Liud? –preguntó él de pronto y ella volvió la vista a sus ojos, que azules y profundos parecían verdaderamente no tener una respuesta para aquella pregunta—. Ella todavía piensa que están muertos y yo la dejaría pensar eso, puesto que ya lo aceptó hace mucho y ellos no iban a volver, no se suponía que volvieran…
Casey acarició su cabello.
—Pero han vuelto –dijo ella, bajito.
—Han vuelto –secundó él, pasándose una mano por los ojos y restregándolos con cansancio—. Los odio, Casey, ellos se fueron y nos dejaron a mí y a Liud, nunca volvieron la vista atrás para saber si estábamos bien, no nos preguntaron si queríamos irnos con ellos.
Ella detuvo su mano y la apartó de él mientras Alexei se enderezaba un poco, bajando la vista hacia sus manos que hacían y deshacían puños con una lentitud acorde al ritmo de sus palabras.
—Puedo entender que se hayan unido a Gabriel, entiendo sus causas porque nosotros también de alguna forma estamos de su lado –murmuró—. Lo que no entiendo es por qué nos dejaron atrás y ni siquiera nos dieron la posibilidad de elegir. No sé si se merecen que Liud reviva todo el duelo ahora de pronto…
—No creo que debas decirle –lo interrumpió Casey y él la miró con las cejas ligeramente fruncidas, como si hubiera creído que ella diría lo contrario. La muchacha respiró hondo y luego se pasó la mano por el cabello antes de explicarle—. Creo que Liud tiene derecho a saber, tanto como tú sabes; creo que lo mejor hubiera sido que se lo dijeras antes, cuando no estábamos involucrados en todo esto. Pero, Alexei, estamos a punto de poner su mundo de cabeza, el de ella y el de todos –se presionó los ojos un segundo y luego movió sus manos hasta atrapar las de él—. Si no se lo dijiste hasta ahora, tendrás que esperar, ¿entiendes? No sabemos cómo podría reaccionar y no podemos arriesgarnos más de lo que ya lo hacemos con todo esto. Si todo sale bien –dijo y la voz le tembló ante la perspectiva de que algo saliera mal—, podrás decirle y ella podrá decidir, ya sabiendo quizás los motivos de tus padres para volverse traidores, si quiere o no perdonarlos. Ella tiene derecho a ver todo el panorama, como tú lo ves. ¿Entiendes? Por eso creo que no deberías decirle, no ahora.
Alexei entrelazó los dedos de su izquierda con los de ella y subió su otra mano por su brazo hasta su mejilla. La miró seriamente por un momento y luego lanzó una mirada al pasillo, como para asegurarse de que no tendría problemas con posibles intromisiones antes de acercarse y besarla. Duró apenas un segundo, pero no se apartó demasiado cuando asintió, su nariz haciendo cosquillas en la mejilla de ella.
—De acuerdo, entonces no le diré ahora.
—¿Y tú? –dijo ella—. Fuera de contarle o no a Liud, ¿estás bien?
Alexei suspiró y la abrazó contra él, escondiendo el rostro en su cuello. Casey tomó aquello como una respuesta y correspondió el abrazo pasados unos segundos, acariciando su cabello con una mano y simplemente dejándolo estar. Sintió como el chico dejaba un beso en su cuello y se erizó, aunque había sido algo tierno más que otra cosa.
—Son mis padres –murmuró—. Hayan hecho lo que hayan hecho, son mis padres… Y supongo que la próxima vez que los vea no debería salir corriendo, debería oírlos. Al menos darles la oportunidad de hablar. ¿Eso es lo que me dirás, chocolatito? –dejó otro beso en su cuello.
—En realidad, iba a decirte que estaba bien si seguías enojado con ellos.
Alexei soltó una risita y subió el rostro para verla.
—No dijiste eso hace ocho años.
—No recuerdo lo que dije hace ocho años.
—Me dijiste que hicieran lo que hicieran seguían siendo mis padres y lo serían para siempre.
Casey arrugó los labios y le dio un pequeño empujón a su hombro.
—Eso no excluye que puedas enojarte con ellos. Yo me enojo con mis padres.
—Incluso si nosotros te queremos y te damos tanta libertad como para verte besuquearte con tu novio en nuestra propia sala –la voz de Theo Everson les hizo separarse hasta el punto de que cada uno ocupaba un extremo del sofá. Casey lo miró alarmada, preguntándose cuanto habría escuchado, pero al ver su expresión ceñuda, supo que era otra cosa por la que debería preocuparse.
—Señor Everson –habló Alexei, su seriedad signo claro de los nervios de haber sido atrapado tan cerca de la única hija de los Everson.
—Alexei –dijo Theo, viéndolo directamente—, eres un buen muchacho e incluso cumpliste tu promesa de traer a Casey de regreso a casa –habló, sin cambiar su expresión de padre celoso— y estoy bien con que ustedes dos estén juntos… Pero ya se está haciendo tarde y es hora de que vayas a casa, tus abuelos se preocuparán.
Alexei se puso de pie, tragando saliva y asintiendo, miró a Casey que también se había levantado para acompañarlo a la puerta. Se despidió de Theo con prisas y dejó un beso en la mejilla de la chica que le ganó un carraspeo como último llamado de atención a irse. Casey cerró la puerta mientras Alexei se alejaba por la acera y luego se volteó hacia su padre. Lo encontró mirando por encima de su hombro a su madre que lo veía todo con una sonrisa.
—¿Qué…? –empezó a decir Casey, pero Theo la miró con una amplia sonrisa.
—¿Me ha quedado bien? Lo he asustado, ¿verdad?
—Sí, cariño, estoy orgullosa –dijo Lena, acercándose a su marido y abrazándolo desde atrás.
Casey les dedicó una mirada ceñuda.
—No puedo creer que…
—Relájate, Casey, sabes que amo a Alexei –le restó importancia con un gesto su padre y luego se puso serio, viéndola—. Pero lo castro si se sobrepasa contigo, ¿entendido?
La chica rodó los ojos y decidió regresar a su habitación sin responderles.
Ashton Weiss detuvo el auto en la entrada del edificio donde Joshua vivía, pero el muchacho no se bajó. El Acuario le había pedido a él que le adelantase, incluso si Adalyn o Marshall no hubieran tenido problemas en hacerlo, porque quería hablar con Ashton, pero en todo el viaje el Leo se había mantenido callado y distante. Cuando el auto se detuvo Joshua tomó una respiración honda y lanzó una mirada a su edificio. Sus manos se movían nerviosas, aferrándose al borde de su camisa.
—Ya llegamos –le dijo Ashton y él volteó el rostro para verlo, pero el Leo se limitó a mover su barbilla para apuntar en dirección a la puerta.
—Ashton –empezó y el aludido se limitó a mirarlo—, ¿podemos hablar?
Hubo un pequeño espacio de silencio.
—Depende –respondió el rizado—, si vas a gritarme o a insultarme no.
Joshua arrugó los labios.
—Quería pedirte disculpas por eso –habló, sin apartar la mirada de él incluso cuando sintió sus mejillas calientes—. Perdón, tenías razón, en todo.
Ashton lo miró, su rostro ablandándose apenas un poco.
—Puedo disculparte –dijo Ashton, lentamente, cauteloso—, ¿pero eso significa que quieres que seamos algo o quieres que volvamos al mismo punto? Espera, déjame acabar –lo interrumpió cuando vio que tenía intenciones de responder—. Estoy enamorado de ti, Joshua, ¿bien? Quiero estar contigo, da miedo, lo sé; sin embargo, estoy dispuesto a intentarlo, pero no haré nada a medias, ¿me entiendes? Si voy a estar contigo necesito poder coger tu mano si vamos por la calle, cenar con tus padres o con los míos, poder salir juntos, a la luz del día y besarnos donde nos apetezca.
El Leo mantuvo su mirada en él, serio, esperando su respuesta. Vio que el muchacho relajaba sus hombros y una de sus manos encontró las suyas y juntó sus dedos. Ashton miró la unión y luego alzó la vista hacia Joshua, que estaba muy rojo.
—Sí. Está bien.
—¿Eso es todo? –dijo, arqueando una ceja y el otro murmuró algo por lo bajo, avergonzado—. No se te oye, Joshua. ¿Qué dices?
—Que yo también estoy enamorado de ti y sí quiero estar contigo, del todo, no a medias. Y que planeo empezar con eso ahora mismo, si tú quieres.
—¿A qué te refieres con empezar ahora mismo?
—Me gustaría que me acompañes a mi casa, Ashton Weiss, y que estés ahí para saludar a mis padres. ¿Te parecería bien? –dijo, mirándolo con seriedad y el Leo hizo una sonrisa—. Pero antes voy a besarte.
—¿Aquí? ¿Dónde cualquiera puede vernos?
—Sí, Ashton.
El rizado sonrió y esperó paciente hasta que Joshua se acercó y unió sus labios.
En los días que quedaron de esa semana, recuperaron las piedras que restaban. Marshall convenció, tal como había prometido, a Connor de ayudarlos a revelar la información. Para sorpresa de Joshua el muchacho no estaba ni un poco preocupado por tener que hackear el sistema central de comunicación dentro del Zodiaco; pero sí había dicho que necesitaba saber dónde se llevaría a cabo la trasmisión, así podría estar preparado de antemano. Ashton se ofreció inmediatamente para echar un vistazo a las cosas de su padre, pero al final no tuvo que hacerlo porque a la mañana siguiente Daniel Hunter anunció a la Comunidad que se habían recuperado todas las piedras y se haría una gala excepcional para celebrarlo.
Connor estuvo seguro de que se trasmitiría en directo, así que solo tenía que interceptar la conexión desde aquel lugar. Aunque, eso quería decir que debían encontrar una forma de colarse en la gala. Hubieran encontrado una forma, pero tampoco tuvieron que hacerlo, porque al día siguiente cada uno de ellos le llegó una invitación a la gala, firmada por Los Doce y Daniel Hunter. Se los invitaba a una noche elegante, a un baile de salón, en el Gran Salón del centro de la ciudad, un lugar reservado para eventos muy exclusivos. Era la forma que tenían de agradecerles su ayuda, además de que, decía la invitación, la Comunidad tenía derecho de saber quiénes habían sido los jóvenes que habían puesto en peligro sus vidas para salvarla.
Cada uno podía traer consigo un invitado, así que Adalyn invitó a Connor para que pudiera colarse y para que Janis no se enojase, como Connor previó que haría, Marshall la invitó a ella. Todo aquello sucedió el jueves, dos días antes de la gala. El tiempo parecía correr eterno, parecía que nunca llegaría el momento. Adalyn arrastró a Casey para comprar unos bonitos vestidos de gala en compañía de Janis. Ella prefería llevar cualquier cosa, pero su mejor amiga se negó a dejar que eso sucediera. Compraron vestidos, zapatos y Adalyn insistió en que se hicieran manicura y pedicura.
Casey no podía dejar de pensar que su amiga aprovechaba el momento demasiado, que estaba disfrutando en demasía la idea de asistir a una gran gala. Cuando se lo dijo, cuando le recordó que iban a meterse en la boca del lobo y arriesgarse a ser destrozado por sus colmillos, cuando se quejó diciendo que no iban a bailar ni a disfrutar de una copa de champaña, Adalyn le lanzó una mala mirada. Ella lo sabía, estaba más que consciente, le dijo, pero hubiese levantado sospechas si no se emocionaban. Además, si querían que todo saliera bien no debían parecer sospechosas y lo mejor era relajarse antes del momento.
Relajarse, eso era imposible. Durante el sábado Casey tuvo el estómago cerrado, un nudo apretado le impedía comer. Cuando en la tarde Adalyn y Janis llegaron para vestirse y arreglarse para esa noche, su mejor amiga la obligó a comer. Sin embargo, apenas pudo tragarse la mitad de un sándwich.
Cuando un auto blanco de ventanas polarizadas enviado por los hombres de Seguridad llegó a su puerta, Casey tenía su garganta apretada y lo último que quería hacer era ir. Su madre le dio un abrazo inesperado y ella estuvo a punto de rehuir de sus manos cuando la mujer le susurró al oído, como si supiera, como si sospechara que su hija iba directo al peligro:
—Ten cuidado, Casey.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top