❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 66 ❦︎
66. Hallazgos esperados y otros no tanto.
Abril 2018
Joshua Jennings hinchó sus pulmones con todo el aire que podía respirar antes de sumergir su cabeza y avanzar por el túnel subacuático. El espacio era estrecho, pero tal como lo predijo pudo pasar sin mayores sobresaltos. Estaba demasiado oscuro para ver nada, sus manos tanteaban las paredes rocosas con algo de miedo y avanzaba lo más aprisa que podía. Los segundos se movían más rápido que él, los números se sucedían veloces en su cabeza mientras sus manos palpaban y sus pies impulsaban. Cinco, diez, quince, veinte.
Le picaban los pulmones y en la oscuridad sintió que el túnel era más estrecho cada vez. El miedo sabía agrio en su estómago. El espacio era tan poco que de haber decidido regresar habría tenido que hacerlo en reversa pues no podría maniobrar lo suficiente para voltearse. Veinticinco, treinta, treinta y cinco. ¿Cuánto tiempo podría estar sin respirar?
No, no debía pensar en eso. Debería dejar de contar, el paso de los números comenzaba a ponerlo nervioso y ponerse nervioso implicaba que su corazón latía con fuerza y suministraba el aire a su cuerpo con más prisa. Debía mantenerse calmado, Joshua sabía eso. Sin embargo, seguía repitiendo los números para sí. Cuarenta, cuarenta y cinco, cincuenta, cincuenta y cinco.
Una persona normal era capaz de aguantar como mucho dos minutos bajo el agua sin respirar. Sesenta segundos. Joshua vio una luz, apenas un resplandor, pero fue más que suficiente para saber que había un final en algún punto delante de él. Se movió con más prisa, intentando calmarse y no pensar en el tiempo que había transcurrido o en lo lejana que se veía aquella luz. Las paredes se estrecharon sobre él y Joshua se encogió en un intento de pasar. Mientras más avanzaba más pequeño era el espacio.
Sintió que las piedras lo presionaban y entró en pánico. Recordó a Ashton, a su claustrofobia, al día del ascensor el verano pasado. Solo consiguió ponerse más nervioso. Un minuto y medio. Había más claridad, pero las paredes eran tan estrechas que Joshua apenas conseguía mantenerse en movimiento. Su pecho se agitó y sus pulmones punzaron, rogándole agriamente que abriera su boca. Apretó los labios juntos y se arrastró por la diminuta apertura detrás de la cual se veía la luz.
Se encogió todo lo que pudo, su pecho dando un pequeño espasmo y un par de burbujas huyendo de su boca. Joshua apretó los dientes y usó sus manos para empujarse. Dos minutos. Le dolía, le dolía como si sus pulmones estuvieran hechos de espinas. Le ardían los ojos por la sal del agua y ya no sentía sus pies, no sabía cómo era capaz de moverlos. Necesitaba aire. El túnel era eterno. Quizás Marshall estaba equivocado, quizás no había nada allí, quizás él había sido muy idiota al pensar que cabría.
No cabía por aquella apertura, era imposible. Repasó los segundos en su mente. Dos minutos y diez. Era imposible, no lo conseguiría. No podría volver. Tenía ganas de llorar, sintió la piedra rasparle el vientre. La sal le picaba en los ojos y un espasmo sollozante le hizo soltar más burbujas que acabaron por dejar pasar el agua. Sus pulmones se quejaron, contrayéndose y provocándole una dolorosa sensación de ahogo.
Sus palmas se aferraron a la roca y se empujó con todas sus fuerzas a través del diminuto espacio. Iba a morirse. Iba a morirse ahogado. Las paredes lo aplastaban, como Ashton sentía que las del ascensor lo hacían. No había nada de aire en sus pulmones. Dos minutos y medio. Su cabeza estaba embotada y tenía ganas de dejarse arrastrar a la inconsciencia. Sintió las rocas arañarle la espalda y el dolor vino de su hombro cuando el espacio se volvió todavía más estrecho.
El resplandor parecía cada vez más lejano.
—Joshua Jennings, todos confiamos en ti –murmuró una voz en su inconsciente, demasiado parecida a la de Ashton para ser algo más que una alucinación—. ¿No confió Casey en tus habilidades en el campamento? ¿No confió Marshall en ti para venir tu solo hasta aquí? ¿No confié yo en ti en el elevador? ¿No confían siempre en ti tus padres? ¿No confía en ti Giselle? ¿Por qué no confías tú en ti mismo? ¿Por qué tienes tanto miedo de ser? ¿Por qué te aterras de ti mismo?
Su corazón latía desesperado.
—Joshua Jennings, hijo de la casa de Acuario, con miedo de sí mismo.
No.
Había apenas aire en sus pulmones, pero Joshua lo sopló. No supo de donde vino la idea, pero ahí estaba. Sopló, dejó que todo el aire saliera, cerró sus ojos con fuerza y sopló hasta que le dolió el pecho. La sal dejó de picarle en los ojos, el agua se apartó ante su corriente de aire. Salió más del que creyó tener dentro. Sus ojos brillaban cuando los abrió, dejando un pequeño resplandor azul reflejado en las rocas mientras el aire salía de su boca y se amoldaba como una burbuja alrededor de su cabeza.
Jadeó y de pronto su pecho se removió con una risa. Había lágrimas en sus ojos y sin sus gafas la imagen era aún más borrosa, pero no le importaba. Él no iba a morir ahogado, él era Acuario, rector de los vientos, el aire se movía a su voluntad. Si él llamaba el aire venía, si él lo pedía el aire lo concedía, si él lo deseaba el aire lo daba. Eso era lo que significaba ser Acuario, era un poder abrumador, un poder que podía ser utilizado de tantas formas que era imposible no asustarse cuando todo aquello se llevaba en el pecho.
Pero era suyo y él podía controlarlo.
Sus manos encontraron agarre preciso y ahora que podía respirar se empujó, haciendo caso omiso del resplandor en sus ojos que reflejaban las rocas. Al final el espacio no era tan pequeño, había sido más su pánico que otra cosa. Tan pronto rebasó la diminuta apertura el túnel se agrandó y mientras más se alejaba más facilidad para nadar tenía. La luz se hacía cada vez más fuerte y ahora venía de arriba.
Cuando su cabeza rompió la superficie del agua no tuvo necesidad alguna de tomar una bocana de aire y aquello lo hizo sonreír. Dedicó un par de segundos a alegrarse, a simplemente estar orgulloso de sí mismo sin preguntarse de dónde había venido aquel poder. Luego sacudió su cabeza y se ocupó de detallar la cueva a dónde había llegado. Era amplia, pero no demasiado, las paredes hacían una bóveda sobre su cabeza y en la cima colgaban estalactitas. El agua solo ocupaba la mitad de la cueva, luego había una especie de isla hacia la que nadó.
El aire frío le hizo temblar y lo primero que hizo fue mirarse los arañazos que había recibido en el estómago. Las líneas iban de arriba hacia abajo, irregulares, rojas, pero se cerrarían y no dejarían marca, probablemente. No importó, porque sus ojos alcanzaron a ver un destello verde entre las estalagmitas que sobresalían en aquella isla en el medio de la cueva.
—La piedra de Géminis –murmuró, avanzando hacia allí.
Más, no pudo acercarse porque el cristal verde tembló y un grupo de corrientes de aire lo envolvieron, convirtiéndose en un tornado levantaron la piedra del suelo. Joshua se cubrió los ojos con el antebrazo y lanzó una mirada temerosa a las estalactitas que temblaron ligeramente sobre su cabeza. Toda la cueva tembló mientras el viento envolvía el cristal de Géminis y lo alzaba, abrazándolo en su interior. Los ojos miopes de Joshua apenas alcanzaron a definir la vaga forma de un dragón de viento con dos cabezas que albergaba en su pecho como único corazón aquella roca.
El animal rugió hacia él y la cueva tembló. A prisa, el muchacho se lanzó al suelo, pegando su frente al piso frío y estirando sus manos hacia adelante. Esperó, sintió el animal de aire inclinarse hacia él, ambas cabezas de la enorme bestia inspeccionándolo. No se movió cuando lo sintió tocarlo, solo se quedó allí, sin hacer nada que pudiera hacerlo sentir amenazado. El animal soltó un gruñido y Joshua alzó un poco la cabeza para verlo.
Era hermoso, como todos los animales de los Géminis. Solo que aquella bestia no estaba controlada por ningún Signo, sino que era la madre de todos ellos. Inclinó sus cuellos y posó su cabeza frente a la de él antes de desaparecer. La piedra cayó y Joshua se levantó aprisa, atrapándola antes de que se golpeara en el suelo. El verde resplandeció un momento antes de apagarse y volver a ser un simple cristal. Por un momento solo lo sostuvo y luego recordó que Marshall debería estar esperando por él.
Ni siquiera se planteó regresar por el agua, miró hacia arriba, hacia el agujero del techo que dejaba entrar la luz y se convertiría en su salida. Sonrió y movió sus manos.
—¿Crees que Darío esté allí? –preguntó Ashton hacia su derecha.
Casey iba cómodamente en el asiento de copiloto, jugando en su celular sin prestar atención a nada más que a la pantalla. Dentro del auto resonaba una canción de Lana de Rey, fuera los árboles se sucedían rápidamente unos a otros mientras Ashton conducía hacia el Campamento del Último Fin de Semana. Ellos irían a buscar la piedra de Capricornio, que había sido escondida en un área entre aquel campamento y el árbol de Cesare; pero Casey le había dicho que antes quería hacer una pausa para visitar al guarda ciego. Había un par de cosas que quería hablar con él, principalmente cosas referentes a «Las Doce Piedras» o lo que debían hacer ahora, incapaces de contactar con Gabriel Guillory y siguiendo la corriente al Jefe de la Comunidad por no tener más alternativa. Casey esperaba que Darío los ayudara.
—No lo sé –respondió ella, metiendo su celular a la guantera. Ashton le pasó su celular y ella lo guardó de igual forma—. Pero tampoco creo que tenga algún otro lugar al que ir –le comentó al Leo, mirando hacia la ventana con aire pensativo—, aunque sepa que la piedra de Piscis está en manos de Gabriel, debe seguir fingiendo que la protege, ¿no?
—Sí, eso creo –asintió él y tamborileó sus dedos en el timón antes de girar para dirigirlos a la entrada del Campamento.
El lugar estaba tal y como ella lo recordaba, el patio de tierra, la farola en medio, las cabañas de los estudiantes del lado opuesto a la caballa principal y todo rodeado de bosques. El lugar se encontraba en total silencio, calmo, como si estuviera vacío. Casey se sintió un poco inquieta por la calma y justo cuando Ashton detuvo el auto frente a la cabaña principal un hombre salió al porche, posiblemente escuchándolos llegar.
Casey se desasió del cinturón de seguridad y bajó del auto antes de que Ashton hubiera apagado el motor. Aquel hombre la miró con cautela, dándole una mirada de arriba abajo inspeccionando sus pantalones de mezclilla, sus zapatillas negras y su pullover amarillo sobre el cual había llevado una chaqueta que ahora yacía lanzada en el asiento trasero del auto.
—Los Astros los guarden –saludó el señor con tono respetuoso, pero a la vez temeroso, de aspecto mayor, vestido con un overol marrón y una gorra amarilla desgastada—. No esperaba visitas. ¿Quiénes son ustedes y qué desean?
No era Darío Walker. Sus ojos eran negros, al igual que su piel; llevaba una barba desaliñada entre gris y blanca y su tono de voz era mucho más grueso que el del guarda que ellos conocían. Casey frunció el ceño, sus ojos paseándose por el patio desierto, esperando que en algún momento Darío apareciese, pero no fue así.
—¡Que los Astros lo guarden, señor! –habló Ashton, saliendo de su lado del auto y rodeando el frente para quedar junto a Casey enfrentando la cabaña principal—. Venimos en busca de Darío Walker, estamos en una misión oficial de Seguridad y necesitamos de su colaboración.
El hombre frunció el ceño.
—¿Vienen del Centro de Seguridad y no lo saben?
Casey ladeó la cabeza.
—¿Saber qué? –inquirió, compartiendo una mirada con Ashton.
—Eduardo, la señora Roxana ya terminó el almuerzo, podemos reparar la cisterna después de comer… –salió un joven por la puerta principal detrás de aquel hombre y se detuvo al verlos a ellos, inmediatamente poniéndose en guardia—. ¿Quiénes son ellos?
El señor le dedicó una mirada por encima de su hombro y luego volvió a verlos a ellos.
—Vienen del Centro de Seguridad, buscando al guarda Walker.
El muchacho frunció el ceño, no lucía mucho mayor que ellos, quizás unos veinticinco años.
—Pero el señor Walker murió –dijo él.
Casey sintió que su corazón se detenía por un momento.
—¿Murió? –inquirió, sus ojos trasluciendo la sorpresa mejor que su tono de voz.
—¿Cómo que murió? –la secundó Ashton, viéndolos como si no les creyera—. Estuvimos aquí en diciembre y todo estaba bien con él. No era tan mayor, ¿cómo puede ser que muriera? ¿Estaba enfermo o algo?
—Deberían saberlo si son hombres de Seguridad –masculló el señor Eduardo.
—No somos hombres de Seguridad –aclaró Ashton, todavía algo sorprendido por la noticia dada sin más—, estamos en una misión de Seguridad directamente mandada por…
—Eso no importa –lo cortó Casey, dándole una mirada dura: la gente normal no sabía lo que ellos sabían o exactamente lo que hacían y era mejor que así siguiera—. ¿Me puede decir por qué murió Darío Walker?
El señor la miraba con sospecha, pero el joven parecía confiar en ellos un poco más o al menos no tenerles miedo. Casey se preguntó qué habría pasado y por qué estaban siendo recibidos de forma tan sospechosa y cortante. El muchacho se adelantó y se apoyó en una de las columnas que sostenía el techo antes de responderle, viéndola directamente a los ojos.
—Al parecer tiene que ver con las mismas personas que han estado atacando la Comunidad. Todo lo que nos dijeron es que Darío Walker protegía algo valioso y ellos lo mataron para llevárselo. Dejaron un gran destrozo aquí, estamos reparando la cabaña, es nuestro trabajo.
—Es suficiente, James –dijo el señor, con un tono firme y les miró—. ¿Hay algo más en lo que podamos ayudarlos?
Casey asintió, viéndolo.
—¿Dónde está enterrado?
El hombre la vio con extrañeza, pero alzó su mano para señalar a la derecha.
—Si siguen por ahí encontrarán un sendero hacia la cabaña donde él dormía, está enterrado en la parte trasera.
—¿Y por qué no en el cementerio? –preguntó Ashton mientras Casey volvía a subirse al auto.
—Porque no tenía más familia que él mismo –dijo James para él—. Nadie reclamó su cuerpo y se pensó dejarlo en el lugar al que dedicó su vida.
Casey se colocó el cinturón de seguridad y les dedicó una mirada seria.
—Arthur, vamos –dijo ella, haciendo que Ashton la mirara con extrañeza—. Y gracias a ustedes.
—Suerte en su misión –saludó James, haciendo un saludo militar—. Que los Astros les protejan.
—A ustedes también –se despidió Casey mientras el Leo volvía a entrar al auto y arrancaba.
Se mantuvieron en silencio mientras se alejaban en la dirección que ellos habían indicado, hacia el sendero que llevaba a la tumba de Darío Walker. Cuando se perdieron de la vista de la cabaña principal, Ashton le lanzó una mirada a su compañera.
—No necesitamos que reporten a Seguridad quiénes estuvieron aquí –dijo Casey, encogiéndose de hombros—. Y Arthur es tan buen nombre como cualquier otro.
—No es eso –negó él, deteniendo el auto cuando llegaron—. ¿Tú crees que Gabriel haya matado a Darío Walker cuando él se interpuso en su camino a la piedra?
Casey se bajó del auto y a él no le quedó más remedio que seguirla.
—Gabriel Guillory no es un asesino –dijo ella y avanzó en busca de rodear la diminuta cabaña con Ashton siguiendo sus pasos.
—Eso no lo sabemos, en realidad no conocemos a ese hombre.
—Tienes razón –suspiró—, pero en cualquier caso tengo la certeza de que Darío le entregó la ubicación de Piscis mientras nosotros estábamos aquí en diciembre –le lanzó una mirada sobre su hombro, deteniendo sus pasos antes de llegar a la parte posterior de la cabaña—. Vi a Gabriel conseguir la piedra y Darío seguía vivo cuando lo dejamos.
—Entonces no crees que Gabriel le haya matado.
—No –apretó los labios y se pasó una mano por los ojos con preocupación, como si lo que fuera a decir le doliera incluso a ella—, creo que están usando a Gabriel como tapadera.
—Eso quiere decir que…
—El Zodiaco mató a Darío Walker –declaró ella, volviendo su vista al frente.
Justo como había dicho aquel hombre, allí estaba la tumba. Apenas había una lápida de piedra con su nombre tallado y las fechas sobre un montoncillo de tierra removida. Casey se acercó y se agachó ante esta, mirándola en silencio por unos segundos antes de pasar su mano sobre los guijarros.
—No sé quién eras o cuáles eran tus sueños o cómo terminaste en este Campamento –murmuró hacia la tierra y al orden de sus dedos pequeños capullos verdes sobresalieron—; pero nadie merece dormir para siempre olvidado en medio de la nada –terminó y con otro movimiento de sus manos los capullos cubrieron la tumba, crecieron y florecieron con pétalos blancos diminutos.
Ashton colocó una mano en su hombre y Casey volteó la vista hacia él que le ofreció la mano para levantarse. Ella se dejó ayudar y cuando estuvo de pie volvió a mirar la lápida en silencio una vez más antes de retroceder y regresar con Ashton al auto. En realidad, no había conocido al guarda como para entristecerse realmente, pero había un vacío en su pecho que no podía ser sino tristeza.
—¿Ahora qué haremos? –preguntó el muchacho una vez que estuvieron dentro. Ella soltó un pesado suspiro, presionándose los ojos cerrados por un instante—. ¿Casey?
—Vayamos a buscar la piedra, ya pensaremos en algo.
El Leo asintió y regresó el auto por donde habían venido.
—Tengo la ligera impresión de que la encontramos –comentó la chica Tauro con un deje sarcástico en su tono, soltando un resoplido—. Muy sutil todo.
Alexei Lyov arqueó una ceja hacia ella, pero Adalyn se limitó a apartar las ramas y él la siguió para detenerse al pie de un enorme lago congelado. Definitivamente ahí debía estar la piedra de Escorpio. Alexei avanzó hasta el borde, agachándose para dar un par de golpes al hielo con sus nudillos. La capa era gruesa y firme, demasiado para un lago tan grande y mucho más en esa época del año.
Habían llegado a aquel claro después de avanzar por largos minutos, con Adalyn conversando aquí y allá, sobre cualquier cosa que le pasaba por la mente. Alexei se alegraba de que finalmente hubiesen llegado, no tenía nada en contra de la mejor amiga de Casey, pero para su gusto hablaba demasiado y estaba comenzando a irritarle.
—Entonces… –murmuró ella, avanzando hasta el borde del hielo—. ¿Está debajo de todo ese hielo?
—Supongo, la capa es gruesa.
—¿Crees que toda el agua esté congelada o solo la capa superior?
—Espero que solo la capa superior –respondió él, poniéndose de pie y sacándose la chaqueta.
Adalyn lo miró con una ceja arqueada.
—¿Qué haces?
—Buscar la piedra.
—Deja de desnudarte –le regañó ella cuando él dejó caer no solo su chaqueta sino también su camisa y empezó a desabrochar su cinturón—. Alexei.
Él la miró antes de bajarse los pantalones y Adalyn lanzó una mirada a las vendas que cubrían su estómago. Arrugó los labios y él suspiró.
—No voy a esperar sentado –dijo él, bajándose los pantalones y lanzándolos con el resto de sus prendas—. Si te preocupa mi herida, estoy bien. Y tengo la sangre más fría, así que creo que…
—De acuerdo –se encogió de hombros ella, sentándose en el suelo y él le dedicó una mirada de incredulidad, pensando que opondría más resistencia—. ¿Qué? Eres Escorpio, me imagino que estés bien con el hielo. Y yo prefiero el verano, así que me gustaría mantenerme alejada del agua helada todo lo posible. Adelante, tienes todo mi permiso.
Alexei sacudió la cabeza, tomó una piedra grande del suelo y avanzó sobre el hielo, haciendo una pequeña mueca ante la sensación fría bajo sus pies descalzos. Avanzó hasta que estuvo en el centro del lago, donde el hielo era más fino. Sintió la capa crujir bajo su peso y decidió que aquel lugar era el indicado. Se agachó y golpeó con todas sus fuerzas usando la piedra que había traído. El hielo se quejó y varias marcas se desperdigaron por la superficie. Otro golpe y el hielo se cuarteó, haciendo que saltaran un par de trozos y un agujero pequeño dejara ver el agua oscura casi tan helada como el hielo.
—¡Tú puedes, Lyov!
—¡Déjame en paz, Delauney!
Dio otro golpe cerca de aquel agujero y consiguió abrir suficiente espacio para caber. Respiró hondo y lanzó una mirada a la oscuridad antes de saltar sin detenerse a comprobar la temperatura. No había necesidad de demorarse, mientras más rápido bajara y regresara menos probabilidades tenía de congelarse. El agua lo aceptó en su interior, punzando como diminutas agujas en toda su piel.
No se detuvo, sus ojos estudiaron la oscuridad hasta captar un resplandor rojizo al fondo, un poco a su derecha. Comenzó a nadar tan pronto lo vio. Mientras más se acercaba, más frío hacía. Sus ojos ardían y sentía sus dedos entumiéndose. Para cuando alcanzó la piedra no podía sentir sus pies y no tenía idea de cómo seguían respondiendo a sus órdenes. Había bajado su temperatura corporal para sentir menos frío, pero eso solo lograba hacer sus movimientos más torpes.
Tomó el cristal rojizo con manos temblorosas y se le resbaló un par de veces. La piedra parecía hecha de hielo a juzgar por su temperatura. La apretó contra su pecho para no dejarla caer y sintió el frío punzarle en la piel. Se quejó y varias burbujas de aire se escaparon de su boca. Rápidamente la cerró y volvió a moverse, lo más rápido que sus extremidades entumidas le permitían, de regreso hacia la superficie.
Cuando llegó arriba, una pequeña capa de hielo comenzaba a formarse para cerrar el agujero que él había dejado y tuvo que golpearla para poder salir. Empujó la piedra hacia afuera primero y esta se deslizó sobre la superficie helada un poco mientras él salía, temblando. Su piel tenía tintes azulados, sus labios estaban amoratados, había escarcha en sus mejillas y trozos de hielo entre sus pestañas y su cabello. Al verlo, Adalyn corrió en su dirección, teniendo cuidado de no resbalar. Los brazos le temblaban y ella tuvo que sostenerlo para ayudarle a salir.
—Por Venus, ¿estás bien? –preguntó ella, pasándole su chaqueta mientras él se dejaba caer en la superficie del hielo, temblando y asintiendo—. Debes volver a ponerte tu ropa, por los Astros, te dará hipotermia. Alexei, ven, arriba, no te quedes quieto. ¡No cierres los ojos!
—Merezco un descanso –replicó él, su voz temblando y sus párpados amoratados cerrándose.
—¡Descanso mis chichis! ¡Arriba! –le azuzó, tomándolo del brazo y obligándolo a ponerse en pie. Las piernas le fallaron y ella lo dejó recostar su peso en ella—. La piedra, tómala.
El muchacho hizo caso, recogiéndola antes de que ella lo guiara de regreso a donde había dejado su ropa. Al final, Adalyn había actuado bien, pues tan pronto como la piedra dejó de tocar la superficie del largo este comenzó a descongelarse. Lentamente el hielo se derritió y la capa se volvió cada vez más fina, cuarteándose bajo sus pisadas pesadas. Adalyn maldijo, apresurándose.
Llegaron a la tierra justo a tiempo cuando la capa se rompió y los trozos de hielo floraron, derritiéndose más a prisa hasta fundirse con el agua y dejar un lago completamente normal, con sus aguas en calma.
Alexei dejó caer la piedra al suelo y tan pronto estuvo fuera de sus manos los hielos de su cabello y la escarcha en sus mejillas se derritieron. Adalyn le ayudó a vestirse con prisa, queriendo hacerle recobrar el calor le dejó por encima de los hombros su propia chaqueta. Sus labios seguían demasiado amoratados cuando recogió de nuevo la piedra y se puso de pie, aún con piernas temblorosas, pero listo para regresar al auto. Ella se puso de pie, sabiendo que en su auto podría poner la calefacción para ayudarlo a entrar en calor y lo más lógico era que volvieran cuanto antes.
Lo ayudó a sostenerse en pie, aunque él pareció un poco reticente a volver a apoyarse sobre ella, Adalyn no le dio otra opción. Ya estaban alejándose del lago cuando una voz hizo que Alexei detuviera sus pasos. Una voz femenina, una voz que le traía demasiados recuerdos, una voz que hizo volar hasta él sentimientos dolorosos que había olvidado, una voz que lo llamó cariñosamente en ruso y provenía del otro lado del lago.
—Moy mal´chik, kak ty vyros… [1]
Alexei volteó su rostro y su corazón se detuvo cuando allí, de pie, encontró a su madre.
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1: [del ruso] mi niño, como has crecido
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