❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 65 ❦︎

65. La búsqueda del tesoro.

Abril 2018

Adalyn Delauney se bajó del auto y miró alrededor. Los árboles rodeaban la estrecha carretera, cuyo asfalto estaba cubierto de irregularidades y el bosque se espesaba hacia ambos lados. Alexei salió del asiento del copiloto, lanzando una mirada a las copas altas. El grupo finalmente había decidido dividirse por el mismo patrón de parejas que Joshua había propuesto, porque como era habitual el Acuario tenía razón en su lógica. Aquella mañana, Adalyn había pasado directamente a por el Escorpio y habían conducido a una de las locaciones marcadas en el mapa. También se habían repartido las locaciones, por supuesto, eso lo habían hecho la tarde anterior, antes de que Casey se levantara de la mesa para buscar a Ashton. 

La chica Tauro puso el seguro a su auto y echó a caminar entre los árboles con dirección al norte. Alexei no tardó en seguirla, silencioso, con las manos en sus bolsillos. Adalyn iba delante, apartando las ramas más bajas de su camino, mirando el mapa en su celular y guiándose por el GPS. En algún punto su celular dejó de tener recepción y no les quedó de otra que andar en línea recta, siempre al norte o a lo que ellos creían era el norte, ya que ahora cualquier pequeño desvío podía desorientarlos.

El aire se deslizaba fresco, primaveral, entre las ramas; algunos pájaros cantaban aquí y allá; el verde florecía por doquier, la yerba se adueñaba de las raíces de los árboles, las ramas se vestían con follaje, los arbustos florecían. El bosque parecía detenerse en el tiempo, todo era paz y tranquilidad, ardillas correteando por las ramas altas, el sol colándose entre las hojas y haciendo haces luminosos aquí y allá, la humedad de la tierra acariciando sus narices y hundiendo un poco sus pisadas. En un lugar como aquel, era difícil saber cuánto caminaron o cuánto tiempo lo hicieron. 

A cada rato Adalyn volteaba para cerciorarse de que el Escorpio siguiera allí. Alexei iba dos pasos por detrás de ella, caminando un poco más pausadamente y en algún momento después de que perdieran la recepción, haciendo muecas cansadas de cuando en vez. Adalyn lanzó una mirada inspectora al chico y luego volteó la vista al frente, apartando una rama.

—¿Cómo va la herida? –dijo, su tono cordial y tranquilo.

—Bien –respondió él a secas.

Caminaron un poco más en silencio, Adalyn siempre llevando la delantera e intentando no desviarse de su línea recta.

—¿No te duele? –preguntó, volteando su rostro para verle sobrepasar un tronco caído.

—No, solo molesta si me esfuerzo mucho.

Adalyn asintió y caminó un par de pasos más antes de volver a hablar:

—¿Entonces…?

—¿Desde cuándo eres tímida, Delauney? –la interrumpió Alexei, serio, como si no tuviera ánimo para rodeos o charlas sin importancia; ella le lanzó una mirada de reojo y él apretó los labios—. Suéltalo de una vez, es sobre Casey, ¿no? Venga, dilo.

Adalyn resopló y sacudió la cabeza.

—De acuerdo –murmuró—. ¿Vas en serio con ella o solo estás jugando?

—Voy bastante en serio –respondió sin ningún momento de vacilación.

—¿Desde cuándo te gusta Casey?

Esta vez el chico se tomó un poco de tiempo para pensarlo. No, no para pensarlo, sino para elaborar sus palabras, porque sabía que su respuesta formularía otra pregunta.

—Desde la primaria, antes de que John Everson muriera –dijo, evitando mirar a Adalyn para que no viera su rostro avergonzado. Si algo tenían Casey y él en común era su poca habilidad para hablar de sentimientos.

Adalyn dejó salir un ruidito sorprendido y volteó a verlo, notando que el chico evitaba su mirada.

—¿Y por qué no se lo habías dicho?

Él hizo una mueca, encogiéndose de hombros.

—Oh, venga –resopló ella—, no es que seas tímido, Lyov. Y has tenido novias, varias. ¿Pero estabas enamorado de Casey desde primaria y no se lo habías dicho? Puedes darme al menos una buena razón creíble si esperas que confíe en que vas en serio con ella y no solo estás jugando.

—Eres buena en esto –gruñó Alexei con molestia.

Ella le sonrió amplio, esperando su respuesta.

—Está bien, bueno, comprenderás que era difícil –explicó él, metiéndose las manos a los bolsillos y poniendo su mejor pose dura para que no se notara externamente como abría su corazón— que a los siete años supiera que se estaba enamorado de la chica con la que siempre estaba peleando.

—Ustedes dos eran insoportables a veces –confesó Adalyn con un bufido, rodando sus ojos—. Recuerdo que Casey no paraba de quejarse de ti y tú realmente eras molesto, pero creo que ella tampoco te daba tregua.

—Sí, bueno, es toda mi culpa –hizo una mueca—. Creo que la única forma que encontré de canalizar mis sentimientos fue molestándola y eso no salió muy bien. Para cuando quise darme cuenta… ¿Cómo le dices a la chica que te llama idiota y que cree que la odias que en realidad estás enamorado de ella y no puedes despegarle los ojos cada vez que pasa cerca? –resopló.

Adalyn le dedicó una mirada de reojo, pero no dijo nada, esperando que él continuara. Así lo hizo, después de una pequeña pausa en la que se llevó la mano al cabello.

—Me costó un poco encontrar el valor e iba a confesarme, en la fiesta de los quince de Ashton –dijo y Adalyn asintió, dándole a entender que claramente recordaba su primera fiesta con alcohol, la primera de todos—. Pero, Casey terminó besándose con Joshua mientras todos miraban, así que aborté la misión.

La Tauro se mordió un poco el labio, sintiéndose culpable porque esa noche ella había roto con Jules y se había olvidado por completo de su mejor amiga. Quizás si ella hubiera estado allí, Casey no se habría emborrachado y, por lo tanto, Alexei se hubiera podido declarar.

—¿Y entonces decidiste amarla en silencio? –habló, su voz tomando un tono burlesco que hizo que Alexei le lanzara una mala mirada.

—No, decidí olvidarla –dijo—. Intenté dejar de molestarla, aunque es un poco difícil perder una costumbre que llevas cultivando toda tu vida. ¿No? Así que, ya sabes, llegamos al presente con alguna discusión ocasional y, según lo que creía Casey, odiándonos a muerte. Fin.

—¿Y ahora? –preguntó ella, deteniéndose para mirarlo. Alexei la rebasó, no pensaba detener su paso para hablar. Adalyn resopló, resignándose a seguirlo—. ¿Ahora por qué te confesaste? ¿Cuál fue el valor repentino? 

—Es fácil fingir que no te gusta alguien mientras esa persona está sola, mientras no tenga a nadie en su vida, simplemente es una oportunidad abierta, ¿no? Podrías ir, podrías decirle… todavía tienes chance –murmuró y sacudió su cabeza—. Lo difícil es fingirlo cuando te das cuenta de que ella tiene sentimientos por alguien que no eres tú y sabes que pronto se te irá definitivamente la oportunidad.

Adalyn apartó la vista, su estómago revolviéndose como si reconociera perfectamente el sentimiento. Él resopló: 

—¿Ya has satisfecho tu curiosidad?

La chica pasó por su lado, rebasándolo con una sonrisa enorme, como siempre.

—Por supuesto que no, pero por ahora me basta con que no le hagas daño –dijo—, después veremos.














Del otro lado del Zodiaco el día terminaba de amanecer gris, con espesos nubarrones que se arremolinaban con la misma energía que empujaba las olas a entrechocarse en la playa. El lugar estaba poco concurrido: Joshua Jennings y Marshall O´Callaghan solo se habían encontrado una pareja de ancianos y una familia con dos niños muy pequeños para ir a la escuela. El viento salado picó las mejillas del Acuario, tan pronto se bajó del auto de Marshall, sonrojándolo. 

La arena crujió bajo sus zapatos, no era una arena linda, no era dorada como el sol, no tenía ninguna similitud con las hermosas vistas que tenía la casa de Casey Everson al mundo humano. La playa del Zodiaco era un lugar alejado y frío, de olas revoltosas, arenas de tintes descoloridos grises donde la yerba sobresalía entre rocas aquí y allá. No había palmeras, el césped alto de un verde opaco terminaba un par de metros después de la carretera y daba paso a una arena llena de piedrecillas. 

Los muchachos atravesaron hacia la arena por el puente de madera elevado sobre las altas espigas de la yerba, sin hablar. El mar rugía con una furia cansina, sus aguas besando las piedrecillas y arrastrándolas revueltas hacia él, como si fuera avaricioso y las quisiera todas para sí y para nadie más. Joshua se apretujó en su chaqueta delgada, no era un buen día para estar en la playa, no le sorprendía que los puestos de comida estuviesen casi en su totalidad cerrados y que hubiera tan poca gente en la arena. Por supuesto, un salvavidas había alzado la bandera roja y sentado desde su alta vigía se asegurada de que nadie fuese lo suficientemente temerario y loco para saltar al agua.

—Por aquí –dijo Marshall, llamando la atención del Acuario, que desvió su vista hacia él con pereza. No había podido contactar a Ashton desde ayer, eso no quería decir que no podía llamarlo o que el muchacho no contestaba, sino que no había tenido el valor de hacerlo. En gran parte, porque el muchacho había tenido razón y eso lo ponía de un humor tristón y tan pesado como el microclima de aquella playa. 

Joshua era un miedoso.

Avanzaron hacia la derecha de la línea de la costa, hacia las rocas. Los pedruscos se salteaban en su camino, más grandes a medida que se acercaban al final de la playa y el comienzo de los acantilados. Joshua no estaba prestando mucha atención a su camino, iban lo suficientemente alejados del agua como para no tener que preocuparse por esta. Marshall lo ayudó a trepar cuando las piedras construyeron una barrera y era eso o salir a la furiosa corriente del mar.

Sus zapatillas desgastadas resbalaron en la cima y el agarre del Virgo se volvió de hierro en su brazo, tirando de él para evitar que se cayera. Joshua aceptó el apoyo hasta que consiguió de vuelta su equilibrio y entonces Marshall lo soltó con prisa, como si le provocara repelús. El ceño del más delgado se frunció hacia el moreno, pero no dijo nada porque Marshall pronto siguió su camino, bajando del otro lado de la barrera y continuando su camino. Joshua lo siguió, pero ahora lo miraba con más atención.

 El moreno caminaba a una distancia prudente de él y evitaba mirarlo. Llegaron al borde del acantilado, las rocas se alzaban altas y puntiagudas, mohosas en algunas zonas. Joshua se aseguró de no resbalarse, no quería comprobar si Marshall lo sostendría otra vez o si lo dejaría caer. Un par de aves volaron sobre ellos y Joshua sintió el agua salada salpicarle en el rostro. Volteó hacia la izquierda y vio que se habían ido acercando al mar y ahora solo había unos tres metros entre ellos y la espuma que rompía contra aquellas rocas.

—Aquí –llamó Marshall, atrayendo su atención desde la cima de una roca un poco más adelante. Joshua se apresuró a ir con él y aceptó su mano para subir más rápido. El moreno lo alzó con facilidad y lo dejó de pie sobre la roca, soltándolo tan pronto estuvo arriba.

La piedra era estrecha y en su borde se chocaban las olas. Joshua frunció el ceño, pero Marshall señaló hacia adelante. A no más de diez metros, después de varias rocas y olas rompiendo sobre estas, había lo que parecía una corriente de agua que se internaba arremolinada dentro de lo que parecía una cueva en la pared del acantilado. Marshall se agachó, inspeccionando el camino hasta esta y su entrada. La entrada era pequeña, apenas un agujero oscuro de techo bajo. Estaba demasiado lejos para detallarla demasiado. Tampoco podía preverse la profundidad de las aguas turbulentas que entraban en ella.

—¿Estás seguro de que es ahí dentro? –preguntó Joshua, sus ojos nerviosos mirando el agua turbulenta y el peligroso camino hacia aquella apertura. No le gustaba la idea de entrar a esa cueva, no había forma de saber lo que había ahí dentro; pero le gustaba mucho menos la idea de tener que saltar entre las rocas para llegar, sufriendo la posibilidad de resbalarse, caer, ser golpeado con las olas hacia la pared y morir. Marshall sacó su celular y le enseñó a Joshua el mapa.

La marca se encontraba al borde de la playa, extendiéndose por toda la zona y yendo hacia tocar casi los acantilados. Joshua hizo un mohín molesto y miró hacia el frente, buscando con estúpida esperanza algún tipo de camino más seguro. No había más arena, solo rocas enormes. Los acantilados se extendían a todo lo que alcanzaba a su vista, el mar entrechocando las piedras que eran enormes, pero iban desapareciendo a medida que se alejaban de la vista.

—¿Cómo llegaremos hasta allá? –masculló Joshua con molestia, apegándose a la pared de forma que las olas estuviera lo más lejos posible de él. El aire aún le traía salpicaduras saladas.

—Vamos, la distancia no es tanta –dijo Marshall, ajustando los cordones de sus zapatos—. Solo serán diez metros a lo sumo y entre las rocas el espacio es corto, podemos saltarlo.

—¿Perdón? –Joshua lo miró con una ceja arqueada—.  Marshall es una locura, ¿qué diablos te pasa? Te das cuenta que las piedras están húmedas y además son lisas, ¿no? Si pones mal un pie te caerás y las olas no están precisamente con ganas de acariciarte.

El Virgo rodó los ojos, dándole una mirada de reojo.

—Entonces piensa un mejor plan, genio.

Joshua se cruzó de brazos, mirando el camino otra vez. Su rostro se iluminó cuando una idea llegó a su mente y entonces se acercó al borde de la roca. Marshall lo miró con atención y se apresuró a sostenerlo del brazo cuando vio que el muchacho extendía una pierna y daba un paso hacia la nada. Tiró de él hacia atrás, pero Joshua se desasió de su agarre con molestia.

—Idiota, mira –resopló, dando un paso. Su pie encontró un apoyo sólido invisible—. Recordé a Darío Walker y sus paredes de viento. Si él puede hacerlas para retener a una persona, yo también puedo hacerlas y construir un paso en el que no dependa de mi habilidad de salto.

Marshall bufó, mirando al pie de Joshua que se apoyaba en el aire.

—De acuerdo… la próxima vez avisa, ¿quieres? 

—Perdón, no pensé que te lanzarías a salvarme –murmuró, dando otro paso y quedando totalmente fuera de la piedra.

—¿De qué hablas?

—Pues de cómo evitas tocarme o hablarme o pareces estar incómodo conmigo alrededor.

—Eso no es cierto –replicó Marshall y Joshua dio otro paso, hablando sin mirarle.

—Marshall, lo gay no es contagioso y que yo sea gay no significa que vaya a interesarme por ti, ¿vale? –dijo, volteando el rostro un segundo para ver al Virgo apartar la mirada con vergüenza—. Puedes estar tranquilo, macho.

—Por favor, Joshua.

—No, no, tranquilo. No es que fuéramos amigos antes, no me importa si eres homofóbico.

—No soy homofóbico.

Joshua llegó a la siguiente piedra y Marshall frunció el ceño.

—Iré yo solo –dijo el Acuario—. No tengo el poder de Darío, así que es mejor que vaya por mi cuenta y tú me esperes ahí. Además, así tienes menos probabilidades de que se te contagie mi enfermedad del diablo. 

—Yo no pienso que…

—Me da igual, vine a buscar la piedra, no a hablar de si soy gay y tú eres homofóbico –lo cortó rápidamente—. Te elegí precisamente porque no pensé que quisieras hablar, si venía con Adalyn ella no se callaría, ¿o me equivoco?

Marshall arrugó los labios y dejó salir un pesado suspiro molesto.

—Como tú digas, pero no soy homofóbico, puedes hacer lo que te dé la gana con tu vida –dijo antes de que Joshua se alejara demasiado como para hablar—. Solo es un poco incómodo porque no lo sabía, ¿de acuerdo?

—No lo sabías porque es mi puta decisión contarlo o no –masculló, mirando a Marshall con un enojo que no iba dirigido a nadie más que a sí mismo—. ¿O acaso yo no tengo derecho a guardarme esas cosas para mí como tú te guardas tus sentimientos por tu mejor amiga? ¿No lo tengo? ¿Tengo que saltar y envolverme en banderas multicolores y usar brillo de ojos para que te enteres, para que todos se enteren y no se sientan incómodamente sorprendidos?

—¿Pero de qué mierda hablas…?

—Olvídalo, me estás distrayendo.

Sin más Joshua volteó su vista al camino que debía recorrer y comenzó a caminar, siempre cerca de la pared. El agua le salpicaba y le empapaba, pero él se aferraba a la roca y caminaba con prisas. Se resbaló en algunas de las rocas del camino, pero logró llegar a la entrada de la cueva sin morir y para él eso era todo un logro.

Lo siguiente que hizo fue agacharse cerca de la entrada, el agua salada salpicaba al borde de la roca donde estaba y a su espalda. A lo lejos Marshall lo vio apegarse a la pared e inclinarse hacia el frente para mirar dentro del agujero que hacía de acceso. Estaba oscuro, pero se alcanzaba a ver cómo el túnel se estrechaba al punto de que el agua tocaba el techo. Luego, ya no podía ver más, pero Joshua estaba seguro de que aquel túnel continuaba y debía ser posible atravesarlo a nado. La pregunta era si llegaba a alguna parte, a alguna cueva más grande tal vez y si así era, ¿cuán largo sería el camino? y ¿cuán estrecho? 

¿Cabría siquiera él por allí? Joshua Jennings era un muchacho delgado y bajo para su edad. Sus extremidades solían lucir endebles y los huesos se le marcaban en la clavícula, los hombros y las caderas. Quizás alguien como Marshall o Ashton no podría pasar, pero Joshua tenía una figura infantil que podría llevarlo a través de aquel espacio.

Se puso de pie y miró hacia el Virgo. 

—¡¿Estás seguro de que es aquí?! –gritó, haciendo bocina con sus manos para oírse por encima del chocar de las olas. 

—¿¡Qué ves dentro!? ¿¡Quieres que vaya hacia allá!?

—¡No! –exclamó Joshua, haciendo señas con sus manos para que se quedase dónde estaba y aguardaba. El cielo era turbio sobre su cabeza y el aire estaba frío, un clima que no invitaba a continuar sus planes. Aun así, Joshua se sacó la chaqueta y luego los pantalones, sosteniéndolos contra su cuerpo.

—¡¿Qué haces?! –le gritó Marshall desde la distancia.

—¡Aligero mi peso y evito que me moleste la ropa para nadar!

Cuando estuvo en ropa interior lanzó hacia el Virgo su ropa, usando su poder para que una corriente de aire la guiara hacia allá. El moreno la atrapó sin problemas, mirando con extrañeza al pálido muchacho. Joshua se estremeció cuando la ola salpicó sobre sus pecas y lanzó una mirada al acceso del túnel, dudando si era una buena idea.

—A la cuenta de tres, Joshua –se dijo a sí mismo, respirando hondo y obligando a su voz a pronunciar los números.

Cuando llegó al uno recordó a Ashton.

Saltó al agua.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top