❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 62 ❦︎
62. Riesgos.
Marzo 2018
El fin de semana de Casey fue eterno. Marshall se presentó en su casa el sábado a primera hora y después de asegurarse de que ella estaba bien, incluso habían compartido un abrazo incómodo y corto, él le contó todo lo referido a su mejor amiga. El muchacho de Virgo puso especial interés cuando le contó el destrozo que había causado Adalyn en el antiguo edificio de los Lyov. Más, ella no había estado prestando atención a ese detalle, era más importante que su amiga había resultado herida y debía verla.
Consiguió que la señora O´Callaghan los colara en el hospital otra vez el domingo temprano en la mañana. La Capricornio apretó las manos en puños sobre su bolsa al ver las vendas que cubrían de arriba abajo los brazos de su amiga. Había una horrible sensación de culpa en su estómago, porque si ella hubiera vuelto cuando encontró su casa, Adalyn y los otros dos nunca hubieran ido en su culpa. Su mejor amiga la conocía tan bien que aparentemente pudo intuirlo y la atrajo a un abrazo largo donde le aseguró que estaba bien y que posiblemente ese mismo día le dieran de alta y al día siguiente podría conducir para llevarla a la escuela.
Sin embargo, cuando la dejó Casey tenía una sensación amarga en el estómago. Adalyn le sonreía desde su paz inocente, asegurándole que a la mañana siguiente ella la llevaría a la escuela, y ella se obligó a seguirle la corriente.
No tenía deseo alguno de intentar volver a su rutina. Mientras regresaba a casa, viendo a través de la ventanilla del auto de Marshall, como el paisaje de la ciudad se transformaba, se sentía una persona diferente. No era la misma chica que había vivido allí hacía unos meses, no le importaban las mismas cosas, sus preocupaciones iban más allá de sí misma. Le hubiera agradado volver a la normalidad, a Adalyn recogiéndola todos los días, a las magdalenas y los regaños por ser gruñona. Sonrió pensando en cuánto extrañaba todas las cosas estúpidas, como el mismo menú en el almuerzo, quejarse de las clases y que Adalyn la obligase a ir a pijamadas con las otras chicas.
Sentía como si hubiera sido una persona totalmente diferente quién hizo esas cosas y estaba tan ensimismada en su burbuja que no notó cuando Marshall aparcó el auto frente a su casa. Estuvieron al menos dos minutos en completo silencio, mientras ella perdía su mirada en el pálido cielo azul de primavera y la yerba fresca de rocío en su jardín.
—¿Me vas a decir la verdad?
Casey pestañeó con lentitud y confusión, volteando la cabeza para verlo. Marshall tenía unos bonitos ojos oscuros a juego con su cabello y su piel morena. Ahora, esos orbes cafés estaban fijos en ella, con la intensidad que era propia del muchacho.
—¿La verdad? –masculló, confusa.
—La verdad sobre lo que pasó en el mundo humano –dijo, volteándose todo lo que el cinturón de seguridad le permitía—. No soy estúpido, Casey, y como tu amigo esperaba que confiaras en mí.
La chica apartó la vista hacia abajo, jugando nerviosamente con sus dedos. Confiaba en Marshall, pero sabía que el muchacho deseó ser parte de los Signos de Seguridad desde antes de saber leer y aquello la ponía en una encrucijada. Era su mejor amigo, sí, pero no sabía si Marshall podría priorizar la amistad por encima de su lealtad.
—¿Seguro que quieres saber? –murmuró, viéndolo con seriedad y él apretó los labios.
—Después de lo que le pasó a Adalyn, sí, claro que quiero saber.
Con eso le bastaba, porque no estaba segura de que la amistad por ella valiera más que su lealtad al Zodiaco; pero su amor por la Tauro tenía mucho más peso que cualquier cosa, Casey lo sabía de sobra. Entonces, le contó, lo más resumidamente que pudo, todo lo que había pasado en el mundo humano. Él no la interrumpió, solo la miraba con seriedad, esperando que terminara de contar. En algún punto Casey sintió lágrimas en su garganta, pero la espantó, porque no le gustaba que la vieran llorar y odiaba haber llorado tanto en los últimos días. Como Marshall no la detuvo y Casey se sintió segura por un instante, en aquel auto aislado, le contó incluso lo que le había dicho Daniel cuando llegó de regreso.
—Monitorean todos los movimientos –murmuró él—. Telefonía, mensajería, tus búsquedas de internet, tus correos, todo.
Casey se pasó las manos por el cabello, exasperada.
—He llegado a pensar que podrían tener cámaras –dijo ella, mirando su casa—. Y me da miedo hablar, al punto de que no le he dicho a ninguno de los chicos estas cosas.
Marshall suspiró pesadamente, recostándose en su asiento y perdiendo la mirada en el frente.
—No creo que tengan cámaras –negó—. Bueno, quizás en tu casa sí, porque era un limbo.
Ella cerró sus ojos, recostándose en el reposacabezas.
—¿Y qué haremos ahora? –dijo él, bajito y Casey lo miró de reojo, arqueando una ceja ante el plural—. No esperarás que me quede de brazos cruzados. Quiero decir, no es que me crea todo lo que te dijo el traidor, pero…
—¿Adalyn?
Marshall se mordió el labio y apartó la vista.
—Ella te creería y te apoyaría, sin cuestionarte, sin pedirte pruebas.
—No espero que creas todo lo que me dijo Gabriel –replicó ella—, yo no me creería.
—Y, aun así, hay Signos atacando Signos y no lo han hecho público –dijo él, mirándola de reojo por un instante—. Si es verdad lo que te dijo Gabriel Guillory, hay que hacer algo. Y si no es verdad, un vistazo a los archivos secretos del Centro de Planificación Familiar debería bastar para comprobarlo.
—Marshall, Daniel Hunter prácticamente me confirmó que es cierto, lo que hacen ahí dentro… Y su preocupación por proteger «Las Doce Piedras», ¿no te dice nada?
El chico frunció un poco el ceño.
—Necesito verlo con mis ojos, Casey –insistió y ella tironeó con nerviosismo de su labio entre sus dientes.
—¿Y quieres entrar al Centro de Planificación Familiar y arriesgarte a que nos consideren traidores?
—Si voy a dejar de creer en todo lo que siempre he creído, sí, tomaré el riesgo.
La chica suspiró y se cubrió la cara por un segundo, pensándolo. Finalmente se pasó las manos por el cabello y miró a Marshall con la decisión pintada en su rostro.
—Bien, ¿cuál es tu plan?
El Virgo le dedicó una pequeña sonrisa, tamborileando sus dedos sobre el timón.
—Vamos a vernos a la una de la mañana a medio camino de la universidad, por suerte está apartada del centro –murmuró, como si lo planeara en el mismo instante que hablaba. Pareció idear algo de pronto, porque sus ojos brillaron un instante y señaló hacia la chica—. Trae a Ashton Weiss.
—¿Por qué quieres a Ashton?
—Porque es tu transporte –dijo, como si fuera obvio—, porque los Leo son poderosos y porque necesitamos alguien que conduzca y espere en el auto; además, tu novio está herido y no tiene auto.
La chica apretó los labios.
—Alexei no es mi novio –resopló, pero su amigo la ignoró.
—Como sea, tú consigue contactar con Ashton y salir a esa hora sin delatarnos y yo convenceré a Connor –dijo y Casey lo miró extrañada, ¿por qué quería que el Aries fuera con ellos también? ¿Qué planeaba? Mientras más grande fuera el grupo más llamaría la atención, ¿y por qué de todos precisamente a Connor Duncan? Antes de que pudiera decir nada el chico encendió el motor y la miró señalando la puerta con su barbilla para que bajase—. Nos vemos a la una, a medio camino de la universidad, trae a Ashton.
Él no entendía por qué Casey quería dar un paseo a aquella hora. Le había enviado un WhatsApp diciendo que necesitaba con urgencia salir de casa y Ashton lo primero que hizo fue darse cuenta que eran pasadas las diez. Sintió como si ya hubiera vivido aquella escena, solo que en vez de Casey era Alexei quien le había ordenado mover su culo. Casey podía ser incluso más molesta que Alexei cuando quería algo. Se levantó con desgano, diciéndose que eran uno para el otro.
Llegó a casa de Casey poco después de las once y media; la chica lo esperaba sentada en el porche con una ligera chaqueta para resistirse al fresco nocturno. Tan pronto vio el Lexus aparcado en la acera, se puso de pie y cruzó rápido el caminito hasta él. Ashton abrió la puerta desde dentro y ella saltó al asiento de copiloto.
—Conduce –ordenó, apenas moviendo su boca.
—¿Qué?
—Solo conduce y dame tu celular –extendió su mano y él la miró extrañado—. Confía en mí.
Ashton soltó un pesado suspiro y le entregó el aparato antes de acelerar calle abajo sin rumbo. De reojo vio que la chica apagaba el celular y luego lo escondía en la gaveta donde él guardaba los cigarrillos. Frunció el ceño sin entender, pero antes de que pudiera preguntar habló ella otra vez.
—¿El auto tiene GPS?
—Sí, ¿por? No lo necesitamos, ¿espero…?
—¿Puedes desconectarlo? ¿Apagarlo?
—¿Por qué quieres…?
—Porque no pueden saber a dónde vamos –le explicó—. Te prometo que te explicaré, pero por favor, apaga el GPS ahora que estamos en medio de la nada. O dime cómo hacerlo, no detengas el auto.
El muchacho apretó los labios, pero finalmente se rindió y le dijo que botones tocar en el panel. Casey siguió sus instrucciones al pie de la letra hasta que la pantallita se puso oscura y pudo reposar tranquila en su asiento. El Leo acercó el auto a la cuneta, pero Casey negó.
—Sigue avanzando, debemos rodear la ciudad hasta la universidad.
—¿Me vas a explicar qué estamos haciendo?
Ella apretó los labios.
—Vamos a meternos en el Centro de Planificación Familiar para darle a Marshall las pruebas que quiere para creernos –explicó como si contara la tarea de la escuela—. Pero los Signos de Seguridad monitorean toda nuestra información de GPS, celulares, mensajes, todo. ¿Entiendes? Olivia Moore trabaja para ellos, Daniel sabe todo lo que Gabriel nos dijo en el mundo humano, pero además… sabía de mi amistad con Leandro, lo que quiere decir…
—¿Nos vigilan?
—Exacto –suspiró, haciendo un gesto para señalar el GPS y luego la guantera—. Por eso todo lo de apagar y mi mensaje diciendo que necesitaba dar una vuelta.
—Por eso quieres que vayamos por este camino –murmuró él, viendo a la carretera estrecha y oscura—. Nadie nunca viene por aquí.
La chica asintió, apoyando su frente en la ventana. La carretera estaba abandonaba hacia años y el auto se bamboleaba por los baches causados por el descuido. Ashton no parecía feliz de estar maltratando así a su vehículo, pero no le quedaba más remedio. Se mantuvieron en silencio y tan pronto dejaron los bosques atrás Casey se preguntó por qué habrían dejado abandonar aquella carretera. La hilera de árboles dio paso a un pequeño espacio verde que terminaba en un acantilado rocoso. La carretera se acercaba y bordeaba la línea del vacío, una pequeña barrera separándolos de la peligrosa caída por los pedruscos. El agua rompía abajo, la espuma burbujeando sonora y elevando el olor de la sal. El cielo nocturno era despejado y Casey tenía una bonita visión de la Luna que se reflejaba sobre las olas negras.
—Tenemos que venir un día realmente de paseo –dijo Ashton a su izquierda, dando un rápido vistazo al paisaje y ella estuvo de acuerdo con un asentimiento.
Se encontraron con el BMW de Marshall estaba aparcado a unos tres kilómetros de la universidad. Ashton bajó lentamente la velocidad hasta que estuvieron junto al auto. El Virgo bajó del asiento del conductor y del otro lado salió Connor Duncan con una mochila oscura colgada del hombro. Hicieron rápidamente su camino al asiento trasero del Lexus de Ashton.
Los otros dos se voltearon a verlos, Casey cruzó primero sus ojos con Marshall y luego miró a Connor. El Aries ladeó su cabeza con una sonrisa a modo de saludo, un mechón de cabello rubio le cayó en la frente. Connor Duncan llevaba el pelo un poco más debajo de la barbilla, toda una melena digna del sol y hoy la traía peinada en un moño bajo, con solo un par de mechones sueltos detrás de las orejas. Casey apretó los labios, no era su persona favorita.
—No me dijiste que Connor venía –le susurró Ashton.
—Es cosa de Marshall, no sé cómo o por qué lo ha traído –respondió ella, volviéndose hacia el frente—. Pregúntale si quieres.
El Leo arqueó una ceja hacia la chica y ella le hizo un gesto para que condujera, así que él arrancó.
—Le debo un favor sin hacer preguntas –explicó Connor, encogiéndose de hombros como si no le importara arriesgarse a ser arrestado por hacer un favor a un chico del que no era muy amigo.
—Y viene porque es bueno con las computadoras –dijo Marshall, poniéndose su cinturón.
—¿Computadoras? –Casey miró a su amigo a través del retrovisor.
Connor se inclinó para atrapar su mirada y responder.
—Puedo hackear y programar –habló.
Ella arrugó el ceño.
—¿Y no te importa por qué queremos entrar ahí o lo que sea que queramos ver en esas computadoras?
El Aries se encogió de hombros.
—Supongo que lo sabré cuando lo vea.
Ashton detuvo el auto a varios metros del estacionamiento, posicionándolo detrás de unos matorrales y árboles, fuera de la vista de cualquiera que se asomara a la institución. Apagó el motor y miró a los otros tres. Marshall y Connor salieron sin mediar palabra, cada uno por su puerta, y Casey soltó un suspiro antes de indicarle a Ashton que les esperara allí. Sintió su mano retenerle de la manga de su chaqueta y volvió a verlo antes de abrir la puerta.
—Ten cuidado –le dijo, mirándola con seriedad y verdadera preocupación.
Quiso darle una sonrisa para tranquilizarlo, pero no pudo, porque ella estaba tan nerviosa como él. No podía creerse que irrumpiría en aquel lugar, que realmente estaba cometiendo un acto criminal. Era tan increíble como el hecho de que fuera Marshall O´Callaghan el de la idea. Ashton la dejó ir cuando el Virgo los apresuró desde afuera.
Rodearon el estacionamiento vacío, evitando cualquier haz de luz y se acercaron al edificio de la Facultad de Ciencias Médicas. Se detuvieron en uno de los costados del edificio, observando el Centro de Planificación Familiar que se ubicaba detrás de este. Era un cuadrado de piedra blanca con solo dos pisos y ventanas pequeñas. Casey afinó su vista, pero no pudo ver mucho. Había luz en la entrada, pero las ventanas estaban oscuras.
—Si lo que te dijeron es verdad, supongamos que en el piso inferior está el área de atención: salones, laboratorios, todo tipo de cosas que necesitan para atender pacientes –dijo Marshall.
—Ahí estarán los guardias y la sala de cámaras.
—Y supongo que en el segundo piso estarán las oficinas y archivos. ¿No? Al menos así están organizados en el Centro de Seguridad.
Casey los miró un segundo mientras ellos mantenían una especie de discusión sobre circuitos cerrados, alarmas silenciosas, la cantidad aproximada de hombres que debía haber según el tamaño del edificio. Se preguntó desde cuando Marshall y Connor eran amigos, y desde cuando se dedicaban a saber cosas necesarias para colarse en un edificio. No le extrañaba que su mejor amigo supusiera que debía haber cerca de tres hombres y que habría ciertamente cámaras y alarmas, porque él sabía muchas cosas sobre los Signos de Seguridad, eran su pasión.
—Si las cámaras no son de circuito cerrado la cagamos –dijo Connor al final de la discusión y Marshall apretó los dientes—. Si lo son, podré acceder a ellas y borrar nuestra estancia una vez que acceda a una computadora conectada a la red local.
Ella tenía unas terribles ganas de decir que esperaría en el auto con Ashton, todavía podía volver y sentarse junto al Leo. Sin embargo, Marshall decidió tomar el riesgo y encabezó la marcha atravesando el patiecillo hacia el edificio que debían allanar. Casey trotó, sin tener tiempo de replicar, para alcanzarlos. Se movieron con rapidez y antes de darse cuenta Marshall había forzado la ventana de un baño, subido en los hombros de Connor con una navaja suiza y pasó al otro lado. Con ayuda del Aries ella se trepó y pasó por el estrecho espacio, dejándose caer para que su amigo la recibiera. Le siguió la mochila del rubio y luego el propio muchacho.
Connor sacó de su mochila tres antifaces exagerados, parecidos a máscaras de los carnavales de Venecia, excepto por la falta de cascabeles y porque no cubrían sus bocas. Casey no protestó y se colocó aquel disfraz de arlequín con brillo bordeando sus ojos y pómulos. El suyo era rojo, el de Marshall verde y el de Connor amarillo. Le hicieron cerrarse completamente la chaqueta y colocarse unos guantes negros. La sensación de estar haciendo algo ilegal comenzó a llenarla de adrenalina y ansiedad.
No hablaron, Marshall le hizo señas para que caminara rápido y en silencio. Ella no planeaba desobedecer, se limitó a seguirlos. El Virgo parecía saber lo que hacía, abrió la puerta al pasillo y se asomó, sus ojos buscando cámaras de seguridad y les dio indicaciones rápidas de a donde no mirar antes de lanzarse al pasillo. Más que correr, Casey sintió que volaba por encima del pulido suelo hacia las escaleras.
Era un pasillo amplio, con sillas cómodas, plantas y cuadros posiblemente para proveer de paz a los visitantes. En las penumbras a ella solo le pareció aterrador. El segundo piso era un pasillo mucho más frío, sin mobiliario a excepción de algunas plantas. Marshall localizó las cámaras de seguridad antes de avanzar rápidamente, con la vista al suelo y pegado a la pared.
Debieron verse únicamente como manchas en una pantalla borrosa.
Tres bonitas manchas que doblaron el pasillo y pronto se detuvieron al encontrar lo que buscaban. El área de laboratorios era un pasillo inundado de luz azulada que provenía de unos bombillitos LED en la puerta que les cerraba el paso. El cristal estaba montado en un marco metálico blanco y había un panel táctil donde debía insertarse un código numérico.
No era que ella fuera pesimista, pero sintió que hasta ahí llegarían, más Connor se movió rápido. Sacó de su mochila un destornillador diminuto y ayudado con la navaja suiza de Marshall consiguió abrir el panel por un costado y develar su cableado. Casey observó curiosa, pero poco podía ver o entender de lo que el muchacho hacía. Solo supo que funcionó cuando oyó el clic abrirse y el rubio soltó un suspiro de alivio.
La puerta se corrió a un lado y los dejó pasar, quedando abierta a su espalda.
—Tenemos quince minutos antes de que salte la alarma avisando que alguien ha tocado esa cosa –murmuró el Aries.
En aquella parte no había cámaras de seguridad, probablemente para proteger la privacidad de los experimentos, pero no se detuvieron a quitarse las máscaras. Marshall se detuvo para intentar mirar al interior de los compartimentos a través de los rectángulos trasparentes en las puertas, pero Connor fue directo al final del pasillo. Casey miraba su reloj.
Les quedaban trece minutos cuando el Aries consiguió colarlos a lo que parecía la oficina del director del Centro de Planificación Familiar, Casey no tenía idea de su nombre, tampoco importaba. Doce minutos. Connor se sentó en la silla del escritorio, se sacó la máscara con prisa y encendió con prisas la Mac. La computadora reaccionó sin pereza, mostrando el logo y enseguida saltando la ventana que pedía una contraseña.
—No importa si saben que hemos estado aquí mientras no sepan quienes hemos sido –murmuró, moviendo rápido el ratón y marcando reiniciar.
Diez minutos. Casey vio como el rubio presionaba simultáneamente Ctrl+R.
—¿Deberíamos buscar entre los papeles? –murmuró ella hacia Marshall.
—Si hay algo que vale la pena está en esa computadora.
Cuando el logo de Apple apareció en la pantalla, Connor soltó las teclas y Casey tuvo un vistazo de la pantalla. Se abrió lo que parecía un menú, Connor se movió rápidamente por él y abrió un segundo panel. El chico trabajaba rápido, sabía lo que hacía, pero Casey se preguntó si sería suficientemente rápido. Marshall se asomó a la puerta, vigilando mientras Connor abría una tercera ventana y escribía un comando en el pequeño cuadro negro flotando como un agujero en la pantalla. Se abrió una opción de cambio de contraseña. Ocho minutos, volvió a presionar reiniciar.
—¿Falta mucho? –dijo Casey, que no encontró nada mejor que hacer que asomarse a la ventana.
—Ya casi.
El logo de Apple apareció por tercera vez y Casey vio cómo Connor tecleaba rápidamente la nueva contraseña y el acceso le era concedido. La sesión se abrió y por un segundo simplemente se quedó viendo como asombrado sus resultados.
—Estoy dentro –murmuró y rápidamente los otros dos se acercaron para inclinarse sobre él.
—Rebusca en los archivos, todo lo que encuentres sobre los bebés.
—No tenemos tiempo para mirar todo –dijo la chica, mirando su reloj.
Siete minutos.
—No vamos a mirar todo ahora –dijo Connor, sacando un disco duro de su mochila y conectándolo a la computadora—. Vamos a descargar todos los archivos y los veremos luego.
El muchacho tecleó, abrió y cerró ventanas y ante ellos se abrió una transferencia.
—Cinco minutos –jadeó Casey, viendo como la barra avanzaba lentamente.
—Solo tenemos que esperar –murmuró el Aries, apartándose de la computadora y poniéndose de pie, recogiendo su máscara y poniéndosela otra vez.
Casey se pasó las manos por el cabello y rápidamente se movió hacia la puerta, asomándose. El pasillo seguía vacío y oscurecido. A su espalda Marshall se sentó en la computadora y simplemente decidió aprovechar para abrir algunos de los archivos. Connor destrabó la ventana y se asomó hacia afuera.
—Podemos salir por aquí –dijo, volteando a verlos y alcanzando los ojos de Casey—, hay un alfeizar que podemos usar para movernos hasta aquel árbol, las ramas chocan con el muro…
La muchacha notó el cambio en su expresión cuando sus ojos se centraron en la pantalla. Marshall subió el volumen y pronto Casey supo por qué Connor se había quedado ensimismado.
—¿Me puede decir para qué es eso? –habló la voz de una mujer.
—Es una inyección de vitaminas, para que su bebé nazca saludable, recibirá una cada veinte días hasta que llegue a las veinticinco semanas; luego le administraremos otras dosis con menos frecuencia.
—Oh, vale, es que no me gustan mucho las inyecciones, con las mensuales me bastan.
—Al menos ya no tiene que ponerse esas.
—Lo sé, es un alivio, ¿no? Usted me entiende, doctora Moore.
Casey no había ordenado a sus pies el movimiento, pero pronto se encontró mirando la pantalla a espaldas de Marshall. El video se veía algo viejo según su calidad. Connor también se acercó, probablemente para leer los diminutos carteles y cifras escritas en blanco en los bordes.
«06/03/2000»
«Formación de feto Escorpio»
«Futuro Dragón»
«Suero de Escorpio 01»
—Madre Santa, esa es la madre de Alexei –jadeó Casey, viendo como la mujer hacía una mueca ante la inyección que Olivia Moore ponía en su brazo. Se llevó una mano a la boca, mordiéndose los nudillos y notando el parecido de la mujer a su hijo—. Santísima Estrellas, graban en video cada…
—Sí, hay muchos, muchos archivos –murmuró Marshall, dejando el video a un lado de la pantalla para ver las carpetas. Ordenadas por año, luego por meses. Cada clip era nombrado con el Signo y el nombre del año. Casey se congeló, Marshall se echó atrás, levantándose y pasándose las manos por el cabello.
Dos minutos.
—¿Qué significa «Formación de feto Escorpio»? –murmuró Connor, mirando entre ellos dos y señalando la pantalla—. Sé que prometí no hacer preguntas, pero necesito saber qué significa esto. ¿Qué mierda se traen ustedes dos? ¿Qué diablos pasó en el mundo humano? ¿Por qué creo estar asistiendo a la creación de uno de mis amigos? –señaló la pantalla.
Casey no podía dejar de ver el video, que se había congelado al finalizar y ahora solo mostraba lejana la sonrisa de la madre de Alexei Lyov. Se llevó las manos al pelo y miró a Connor con gravedad.
—Te explicaré con más detalles luego –prometió—, pero esto quiere decir que ellos controlan el signo en que nacemos, con esos sueros.
—No son vitaminas –completó Marshall, que se daba tirones al cabello.
La chica lo miró con preocupación, ignorando el sonido ahogado de Connor para acercarse a su amigo. Le puso una mano en el brazo con gesto conciliador, pero él se apartó.
—Estoy bien –aseguró, aunque ella no le creyó.
La copia terminó.
—Puta vida, las cámaras –Connor se dejó caer en la silla y rápidamente tecleó con furia—. Tomen el disco y salgan, los seguiré enseguida.
Marshall pareció dudar, pero Casey sintió la adrenalina viva en su piel. Prácticamente arrancó el USB y lo metió con prisas en la mochila. Se la enganchó al hombro y se inclinó por la ventana. La vista le provocó una sensación de vértigo desagradable. Dudó apenas dos segundos antes de pasar sus piernas fuera hasta el alfeizar. Respiró hondo, dando una mirada a Marshall que consiguió ponerlo en acción. El chico la siguió y ella se movió lenta, intentando no mirar abajo y solo centrarse en la pared.
Cuando llegó a la altura del árbol vio con el corazón en la garganta que tendría que estirarse para alcanzarla. Maldijo en voz alta y oyó a Connor unirse a ellos en el alfeizar. Marshall la apresuró y ella cerró los ojos para alargar su brazo hasta que tocó la punta. Pensó quitarse el guante para hacer mejor contacto con la vida, pero no fue necesario. No tuvo que intentarlo, encontró las hebras y estas se estiraron a su deseo sin que ella tuviera más que mover ligeramente su mano.
—Eso es increíble –susurró Marshall, pero no tenían tiempo para admirarse.
Casey se trepó a la rama y gateó hasta alcanzar el tronco. Luego, bajó por los salientes y saltó el último par de metros. Sus rodillas se quejaron y trastabilló, pero se recompuso pronto. Marshall cayó después y un par de segundos más y Connor estuvo con ellos. No se demoró más, echó a correr, escuchando gritos y órdenes provenir del interior del edificio. Alcanzaron un grupo de arbustos antes de que el primero de los guardias descubriera la ventana abierta y se asomara buscando por ellos.
Sentía su pecho ligero, la adrenalina moviendo sus piernas en pasos amplios. No tenía tiempo para mover cada rama de su camino, así que simplemente les ordenó hacerlo y parecía como si la madera la esquivase. La oscuridad rodeaba sus cuerpos y pronto se encontraron con el auto de Ashton. El muchacho estaba recostado en la puerta del piloto, fumando y se sobresaltó al verlos, una chispa en sus dedos convirtiendo en nada el cigarrillo. Casey retiró la máscara, rápidamente dirigiéndose al copiloto.
—¡De prisa! –le gritó al Leo para que se moviera.
Los otros dos chicos se metieron en la parte de atrás y no habían cerrado las puertas cuando el rizado retrocedía a toda velocidad, con sus luces apagadas. El auto dio un pequeño bote cuando bajaron el bordecillo y se oyó el chillar de gomas cuando giró el timón insistente para ponerlos en marcha acelerada lejos de allí.
El silencio reinó en el auto durante los primeros metros. Marshall se sacó su máscara y se llevó las manos al cabello, echándose hacia atrás para tomar grandes y nerviosas bocanadas de aire; Connor se dobló sobre su estómago, con las manos en el cuello y Casey cerró sus ojos un instante, todavía con la mochila negra en su espalda.
—¿Entonces? –preguntó Ashton, sus ojos nerviosos pasándose por los otros. La chica suspiró.
—Todo salió bien –dijo y se volteó para ver a Connor—. ¿Pudiste con las cámaras?
Él se limitó a dar un asentimiento en respuesta, como si el impacto de la nueva información aún no le dejara pensar correctamente. A su lado Marshall cruzó sus ojos con los de Casey y ella pudo ver en ellos el brillo del miedo porque ella le había dicho la verdad y las pruebas de ello las traían en el disco duro de Connor.
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