❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 59 ❦︎
59. Conocimiento es poder.
Marzo 2018
Estiró sus manos, buscando el cuerpo faltante en el colchón a su lado. Las mantas estaban cálidas, pero Alexei no estaba ahí. Abrió los ojos lentamente y se levantó para notar que el sol se colaba a medias entre las cortinas. El reloj marcaba las ocho treinta y Casey se pasó una mano por el desorganizado cabello antes de levantarse y caminar fuera de la habitación. Oyó ruidos y la risa y Ashton en el piso de abajo. Todavía no del todo fuera de las garras de Morfeo, bajó los escalones y se los encontró en la cocina, desayunando y charlando como si fuera un día normal.
Cuando todavía era invisible en el arco del pasillo, vio la forma en que los ojos del Leo seguían a Joshua mientras este servía el café, la forma en que el otro le respondía a esas miradas. Había una comunicación diferente entre ellos, que iba más allá de las palabras que no se dedicaban y Casey lo vio, pero no dijo nada. Sus ojos se fijaron en cambio en Alexei, removiendo sus cereales con una ligera sonrisa ante cualquiera fuera el chiste que el Leo hizo.
Leandro no estaba por ningún lado, así que supuso que ya debía haberse ido a la escuela.
—Buenos días, chocolatito.
—¿Quieres café o cereales con leche?
—¿Cómo dormiste? –preguntó Ashton.
Casey no respondió a ninguno en un primer momento, porque no quería romper la bonita escena de tranquilidad. Era casi como si todas las cosas estuvieran bien y ella no quería arruinarlo. Pero tenía que, aún había cosas que debía contarles y debía contárselas ahora. Los tres se la quedaron viendo hasta que ella finalmente se restregó la mejilla con aire cansado y habló.
—Café, solo.
Antes de que ninguno dijera nada ella se dio la vuelta y volvió a la habitación. Con prisa rebuscó en el cajón y alcanzó el diario que miró por un instante antes de bajar de nuevo con prisas. Joshua ponía una taza para ella cuando Casey se volvió a detener en la entrada de la cocina, bajo tres miradas curiosas.
—¿Qué es eso? –preguntó el Escorpio, señalando.
—Es un diario –respiró hondo, alzándolo un poco y poniéndolo sobre la mesa—, es la historia real del Zodiaco, contada por sus protagonistas –explicó mientras Joshua alcanzaba a tomarlo y lo hojeaba.
—¿De dónde lo sacaste? –Ashton se había puesto de pie e inclinaba sobre el hombro del de gafas.
—Olivia y Gabriel me lo dieron –dijo—, para que comprobara todo lo que ellos me habían dicho y mucho, mucho, más –suspiró, aún sin sentarse—. Es la mejor prueba de que todo lo que ellos dicen es verdad, cuenta paso a paso cómo surgieron las Casas, como se reunieron las piedras y cómo niños de diferentes partes fueron protegidos en medio de la Primera Guerra Mundial…
—¿Quiénes son estas personas? –murmuró Joshua, removiendo las hojas de las disímiles cartas que se encontraban antes de comenzar la narración del diario y luego miró el nombre escrito en la primera página con tinta negra—. ¿Quién es Adrien Legard?
—No lo he leído todo –contó ella, pasándose las manos por el cabello—, pero es bastante loco, así que deberían sentarse.
Ashton frunció el ceño, pero volvió a su silla.
—Esas personas fueron los hombres que juntaron «Las Doce Piedras» –comenzó a contar ella, tomando una respiración honda y sentándose—, los trozos de diferentes meteoritos caídos en la Tierra desde 1835 –señaló el diario y Joshua se lo alcanzó para que ella rebuscara y pusiera un par de hojas con recortes de informes de periódicos muy antiguos, casi ilegibles—. A raíz de cada meteorito, algunos niños desarrollaron particularidades y luego sus nietos o descendientes –explicó, poniendo entonces las cartas—. Estos hombres, comenzando por un tal Doctor Churchill de Londres y una monja de México, los reunieron poco a poco, para estudiarlos…
—Las estrellas cayeron y su poder se vertió en nuestras venas –murmuró Alexei, la frase que todos ellos conocían desde niños. Casey asintió hacia él.
—Hay un gran vacío entre las fechas, luego empezó la Primera Guerra Mundial y como los niños no estaban seguros fueron moviéndose y reuniéndose en Nueva York –dijo, poniendo las últimas cartas y luego un último artículo de periódico—. En 1908 había caído un meteorito enorme en alguna parte de la Siberia que estoy segura ahora tenía en su centro a Ryvawonu. Generó una gran explosión y ocultaron sus restos al público –señaló una de las cartas—. Hay varias notas en ruso, que supongo pertenecen a este profesor, Nikita Borodin, pero no puedo leerlas por motivos obvios.
—Pero leíste sus cartas –dijo Joshua.
—Sí. Él descubrió que los restos del meteorito creaban los limbos… –se mordió nerviosa la uña y se encogió de hombros—. Aparentemente el impacto creó un segundo espacio al cual se podía entrar a través de diversos puntos naturales y que replicaba la geografía de gran parte de Europa norte y central.
—El Zodiaco –murmuró Ashton, su ceño fruncido en concentración.
Casey asintió.
—Fue idea del profesor Borodin la de trasladar a los niños a este lugar.
—Nada de esto es diferente a lo que nos contaron –dijo Alexei, que no terminaba de comprender—. Las estrellas cayeron, obviamente los meteoritos, y su poder se vertió en nuestras venas. Cuando los primeros estuvieron en peligro, esta gente, quien quiera que fuese, los escondió en el Zodiaco.
—Hasta ahora nada de esto apoya lo que hablamos anoche –comentó Joshua, siguiendo la línea del Escorpio—. Casey, ¿qué tiene que ver…?
—Lo sé –lo cortó, suspirando pesadamente y luego tocó varias veces la página primera del diario—. Mi francés no es muy bueno, pero he podido leer un poco del diario de Legard. Todo el inicio es justo lo que nos contaron, lo que nos cuentan siempre; pero tan pronto como llegaron al lugar seguro que todavía no llaman Zodiaco, el Doctor Churchill se volvió loco después de una enfermedad larga.
—¿Qué? –Ashton arrugó el ceño—. No estoy entendiendo, ¿ustedes entienden?
Casey movió sus manos para que callasen y la oyeran.
—Fue él quien inventó el Zodiaco, comenzó a hablar de Los Doce Elegidos, locuras, Adrien Legard estaba seguro que no eran más que los sueños de un enfermo –habló rápido, su dedo presionado sobre las hojas del diario—. Fue él quien habló de las Doce Casas, de la pureza de los Signos, de su deber para salvarlos. Salvarlos a ellos, de la guerra, de los horrores que acometían los humanos del mundo. Legard escribió en su diario privado que el Doctor Churchill había perdido la razón y todos parecieron perder la razón con él, porque lo siguieron a su locura.
—Una mentira dicha muchas veces es verdad –murmuró Joshua, como citando a alguien.
—Eran pocos cuando todo inició, así que trajeron más y más niños de todas partes, huérfanos de la guerra y no huérfanos, niños e incluso no tan niños –contó sobre lo que había leído—. Los primeros meses, nacieron muchos Signos, el control de natalidad no llegó hasta el segundo año, y fue propuesto por el primer Jefe del Zodiaco, cuando se dio cuenta de que no podían alimentarse tantas bocas. Al principio fue fácil controlar los nacimientos con simple educación y contención.
—Esto es tan retorcido –Ashton se puso de pie y con dedos temblorosos buscó en sus bolsillos por un cigarrillo que encendió y dio una calada profunda—. ¿Qué hicieron entonces? Supongo que en algún momento la gente quiso tener más hijos.
—Sí –asintió ella y dejó que Joshua tomara el diario para hojearlo, supuso que su francés era mejor que el de ella—. Al principio las doce parejas que tenían hijos, se sentían realmente bendecidas, pero luego otras empezaron a querer ser bendecidas también.
—Entonces inventaron la vacuna, ya sabían que los niños ante la exposición de determinada piedra nacían de una Casa y no de otra –habló el Acuario, señalando en la página del diario.
—Justo antes de que el doctor Churchill muriese. Legard pensó que eso acabaría con aquella idea absurda, la guerra ya había acabado para entonces, pero no pasó –se mordisqueó la uña—. Aquello de que los Signos habían llegado para salvarlos se transformó y con el tiempo –señaló el diario para que Joshua pasara las páginas—, cuando cambia la letra y escribe alguien más, no me fijé su nombre, comienza a hablarse de Los Doce que los salvarían. Ya no habla de los humanos, habla de los Signos.
—No sé por qué eso me suena –murmuró Ashton.
—Los Signos Dragón –interrumpió Alexei, con las manos entrelazadas y el gesto pensativo—. Son los Signos Dragón, los guardianes del Zodiaco. Somos nosotros.
—Somos la mentira de un loco –Ashton dio una larga calada a su cigarrillo después de decir aquello.
—Una mentira dicha muchas veces es verdad –dijo Joshua otra vez—. Llegó un punto donde no tenían que mentir, supongo. Los niños que nacían no sabían nada más que lo que ellos les contaban. Simplemente educaban a sus hijos de una forma y nunca les hablaban de otra y luego esos educaban a sus hijos con las mismas reglas y esas reglas y creencias son las nuestras.
—Exacto, solo los Jefes cuando toman el poder, son conscientes de toda la historia, ni siquiera creo que el Consejo lo sepa… –habló Casey—. Todo lo que creemos, es una mentira, justo como Gabriel y Olivia dijeron –murmuró, señalando al diario— y esta es la mejor, aunque no creo que la única, prueba.
Se hizo un pesado silencio en el que Ashton se terminó con nerviosismo su cigarrillo y buscó por otro que no encontró. Casey jugaba nerviosa con sus dedos, sin haber probado siquiera el café que Joshua le había servido. El Acuario pasaba las páginas del diario, leyendo frases aisladas y viendo la progresión de la historia de su mundo.
—Hay algo que no tiene sentido –murmuró Alexei y Casey llevó sus ojos a los de él—. Si esta es la mejor prueba de Olivia y Gabriel, ¿por qué te la darían sin más?
—Porque quieren convencerla de que traicione al Zodiaco, obviamente –dijo Ashton, señalando con su brazo a Casey—. Creen que si ella sabe la verdad simplemente se unirá a ellos. No creen que ella pueda simplemente volver a la Comunidad, devolverle este libro a Daniel, que es quien debería tenerlo, y entregarlos a ellos.
—Es demasiado riesgo, Alexei tiene razón –murmuró Joshua.
—Me lo dieron porque saben que no puedo simplemente hacer eso que Ashton ha dicho –respondió ella entonces, cruzándose de brazos—. En primer lugar, porque saben que no quedan limbos abiertos en la ciudad; en segundo lugar, porque una vez que sabes todo esto, ¿cómo puedes volver atrás y simplemente callarte?
El silencio le respondió, incómodo y testo, pero dándole la razón.
—No estás pensando en unirte a ellos, ¿o sí? –señaló Ashton, con sus ojos entrecerrados hacia ella—. Te he seguido a locuras hasta ahora, Casey Everson, pero no creo que pueda seguirte a esto.
—Ashton tiene razón –dijo Alexei, frunciendo el ceño hacia Casey—. No podemos simplemente unirnos a esta gente que apenas conocemos y apoyar toda su mierda solo porque nos den unos documentos que los respaldan.
—Chicos…
—¿Qué es exactamente lo que ellos quieren hacer? –preguntó Joshua, viéndola—. ¿Si quiera sabemos eso? Están robando las piedras, pero ¿para qué? No te dijeron eso, ¿o sí?
Ella hizo un movimiento negativo con la cabeza, cruzándose de brazos y apretando sus labios.
—Más razón para buscar otra formad e volver y devolver el libro a Daniel, que es quien debe guardarlo –señaló Ashton.
—Pero eso tampoco sería correcto –contradijo Joshua.
—Además de que técnicamente no podemos –apuntó Alexei—. No hay más limbos que el suyo. Además, piénsenlo, ¿creen que nos dejarán? Si le dieron algo tan preciado a Casey, probablemente anden cerca, quizás fuera de la casa. Podría haber cualquiera ahí fuera vigilándonos y esperando que hagamos algún movimiento –su brazo se dirigió hacia las ventanas y por un momento todos se quedaron quietos, buscando alguna figura en el patio.
—Escúchenme –dijo ella, apoyando sus codos en la mesa y arrastrando el diario por la superficie hacia ella—. No sé qué quieren Gabriel y Olivia, pero sé que no es correcto simplemente volver y callar todo esto. ¿No merece la gente saber que está viviendo una mentira? –se encogió de hombros—. Digo, es realmente difícil de aceptar, pero una vez que lo sabes no hay vuelta atrás.
—Casey, no podemos unirnos a ellos…
La chica dio un golpe en la mesa para que Alexei callara.
—No quiero unirme a ellos, mierda, quiero que hagamos un plan por nosotros mismos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top