❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 58 ❦︎

58. Mejores amigos.

Marzo 2018

Solo la mitad del edificio estaba habitada, la otra mitad estaba casi completamente derrumbada. Marshall no pudo evitar pensar si aquello había tenido algo que ver con sus amigos, con Adalyn más específicamente. Desde la acera de enfrente pudo ver que había dos hombres de seguridad en la entrada que solo dejaban pasar a los residentes del bloque. 

El chico se aseguró de seguir trotando y rodear los jardines hasta que los rosales mal podados lo cubrieran de la vista de los hombres. Se coló a través de un agujero en la reja y, usando lo poco que sabía sobre sigilo, consiguió entrar por la ventana de una casa de la primera planta abandonada. Adentro todo estaba en penumbras, el polvo flotaba en los pocos haces de luz y Marshall estornudó. Malditas alergias. Lo ignoró y caminó sobre las pequeñas piedras hasta salir al pasillo. A la derecha encontró una serie de escaleras que nadie estaba usando y eran una mejor idea que intentar usar las principales.

Subió con prisas, tratando de que sus pisadas no fueran sonoras. Cuando llegó al tercer piso se detuvo, la mitad de la planta no existía, se había derrumbado bajo el peso del cuarto. La luz del sol se colaba desde agujeros que había sobre él y lo que habían sido apartamentos. Alzó su vista, y vio que los del quinto y el sexto de esa mitad también se habían derrumbado, razón por la cual podía ver partes del cielo aquí y allá. Había cintas rojas que prohibían el paso y el chico retrocedió, porque la zona era inestable.

—Esto lo hiciste tú –murmuró, pensando en su mejor amiga y el enorme poder que había usado.

Buscó con su vista algún rastro del limbo, pero entre los escombros no había nada. Su amiga lo había destruido para siempre. Dejó salir una respiración sorprendida y bajó dos escalones. Él nunca había desconfiado de ella, pero no fue hasta que vio la magnitud de sus acciones que realmente le creyó. Por primera vez se hizo la idea de que un Signo de Seguridad realmente le había hecho daño, pero se preguntó si lo había hecho con la malicia que habían indicado las palabras de su amiga, o lo había hecho por miedo al inmenso poder de la chica.

Marshall no lo culparía por asustarse, él mismo estaba asustado. ¿Desde cuándo Adalyn era tan poderosa? Retrocedió otro escalón. Por primera vez pensó en los entrenamientos que habían hecho en el árbol de Cesare. ¿Podría ser que hubiesen mejorado tanto? No había podido verlo en aquel momento, cuando no tenía otra comparación que los demás entrenando. Mas ahora, con aquel bloque de apartamentos doblado bajo la voluntad de su mejor amiga, Marshall consideró, por primera vez, que ellos no eran los mismos que hacía unos meses.

Y hasta los hombres de Seguridad podían tener miedo de ellos. Podían ser considerados traidores, después de todo Cesare no parecía muy devoto a las leyes del Zodiaco y ellos habían tenido contacto directo con los traidores. 

Salió de aquel edificio sintiendo que le faltaba el aire y corrió lejos de allí lo más rápido que sus pies le permitieron. No importa cuán rápido corriera, no podía huir de la idea. ¿Y si Adalyn tenía razón y Seguridad había cerrado los limbos sabiendo que Casey y Joshua estaban afuera? ¿Y si Seguridad consideraba que ellos eran traidores? ¿Consideraban también que los otros tres chicos que fueron tras ellos eran traidores? ¿Y si todos lo eran? 

No importaba, mientras estuvieran en el mundo humano estarían a salvo. Pero había solo una persona que había quedado atrás y ahora yacía indefensa en una cama de hospital, con su sistema dormido a puros químicos. 

¿Qué le harían a Adalyn?

Marshall corrió hacia el hospital. 








Agosto 2015 

Aquel verano había sido especialmente largo para el Virgo, viendo a Adalyn revolotear de aquí para allá siempre pegada a Jules Louis. Marshall comenzaba a preguntarse cuando se terminaría todo entre ellos cuando la chica decidió contarles que había decidido perder su virginidad con él. Casey había opinado que estaba tomando una decisión apresurada y posiblemente influenciada porque Amelia decía que ella ya lo había hecho por primera vez en julio. Adalyn intentó negar que aquello era cierto, pero los tres sabían que Casey tenía razón, aquel año ella siempre tenía razón. 

—Ni siquiera creo que Jules sea el indicado –dijo la Capricornio, cruzando los brazos.

—¡Pues yo confío en él y lo vamos a hacer la próxima semana!

Marshall sacó cuentas, pero no tuvo que decirlo porque Casey lo hizo.

—¡No me digas que lo harán después de la fiesta para Ashton!

Adalyn había tomado una respiración honda y buscado apoyo en Marshall.

—No me mires a mí –murmuró él, incómodo por el nudo que se había hecho en su estómago—. Puedes hacer lo que quieras, es tu novio y es tu cuerpo…

Lo que Marshall realmente había querido decir era que Jules era un cerdo y no debía darle su primera vez a él; pero si lo hubiera dicho se hubiera oído a través de sus palabras el tinte de los celos. Casey suspiró y alzó las manos como si aquella fuera una batalla que no podía ganar, mirando a Marshall como si supiera que el chico mentía, pero no pudiendo hacer nada para obligarlo a confesar sus verdaderos pensamientos. 

Mientras más se acercaba la fiesta de Ashton, más se apretaba el nudo en el estómago de Marshall, más nervioso se ponía y más difícil le era no explotar cada vez que Jules besaba a su mejor amiga. Para la tarde antes de la fiesta, Casey le llamó y lo obligó a acompañarla al centro para comprar un regalo para el Leo. La chica estaba totalmente en contra de presentarse sin un obsequio y Adalyn estaba muy ocupada arreglándose para su gran noche. Tan pronto dijo aquello Marshall tuvo la impresiona necesidad de hacer unas doscientas abdominales hasta olvidarlo, pero caminar con Casey también funcionaba. 

Los dos pasearon por el centro comercial, Casey metiéndose en cada pequeña tienda de regalos que encontraban. Marshall no tenía ánimos para charlas, pero finalmente tuvo que decirlo.

—¿Por qué te importa tanto un regalo para Ashton? Ni siquiera es tu amigo –dijo y la chica le lanzó una mirada asesina antes de contestar.

—Yo no te pregunto por qué te importa tanto que Adalyn pierda su virginidad con Jules, ¿o sí? 

 Se mantuvieron la mirada un par de segundos hasta que él bajó los ojos. Casey sabía sobre sus sentimientos, claro que sabía, ella estaba con ellos en todo momento. 

—No voy a decirle a ella, Marshall –resopló—. Y solo quiero un buen regalo porque Ashton me dio un regalo en mi último cumpleaños cuando nadie se lo pidió –hizo una mueca—. Es incómodo de otra forma, ¿está bien?

Él asintió.

—Está bien –murmuró— y gracias.

—Yo no se lo voy a decir, tú deberías decirle –se encogió de hombros—, pero es totalmente tu decisión dejarla enamorarse una y otra vez hasta que se dé cuenta que lo que busca está justo delante de su nariz.

Marshall arqueó una ceja hacia ella.

—¿No se supone que tú y Adalyn hablan todas estas cosas?

—Lo hablamos, pero tú también eres mi amigo, ¿no? Y si no quieres que se lo diga no se lo voy a decir. Punto. Solo te digo una cosa más, Adalyn no es estúpida, Marshall, te conoce tanto o mejor que yo –dijo y dando la conversación por terminada se apresuró a comprar una baratija para Ashton Weiss en aquella tienda.

Fue esa la única vez que ellos dos hablaron sobre los sentimientos de Marshall. 

Cuando salieron de la tienda el chico seguía dándole vueltas a lo que ella había dicho. Casey tenía razón, Adalyn lo conocía más que nadie. ¿Cuáles eran las posibilidades de que ella todavía no se hubiera dado cuenta de sus sentimientos? Bueno, no tuvo tiempo de preocuparse por ello porque pronto tuvo otras cosas en mente, como que Jules estaba coqueteando con una chica a pocos metros en medio del patio del centro comercial. A su lado, Casey le lanzó una mirada cuando el cuerpo de Marshall se tensó y sin pensarlo avanzó a grandes pasos hacia el Sagitario. 

Jules Louis volteó a verlo y tan pronto como lo identificó sus cejas se alzaron con sorpresa y su coqueteo cesó. La chica junto a él no se apartó, no entendía lo que estaba pasando.

—Mierda –masculló.

—Una mierda es lo que eres, Louis –escupió Marshall—. Quiero que mañana mismo termines con Adalyn, ¿me entiendes?

—¿Qué?

—Ya me has escuchado, idiota.

—¡Marshall! –gritó Casey cuando el chico lanzó el primer puñetazo al rostro del Sagitario.

Aquella fue la primera vez que Marshall se metió en una pelea y también la última. Casey les gritaba que se detuvieran, pero no lo hicieron hasta que la Seguridad del centro comercial los detuvo. Marshall nunca se había metido en problemas, pero esa vez le había importado poco. Incluso gritó e insultó a Jules mientras los sostenían separados en un intento de calmarlos. 

Cuando se hubieron calmado, llamaron a sus padres y Marshall recibió una fuerte reprimenda de ambos esa tarde. Su madre le prohibió salir por las dos semanas siguientes y el chico ni siquiera lo discutió. Él no quería salir, solo quería acostarse en la cama y dormir hasta que las clases empezaran y entonces pudiera centrarse en algo más. 

Podría vivir las próximas dos semanas tumbado boca arriba en su cama, esperando que el moretón en su mejilla se deshiciera antes de septiembre. Así estaba cuando sintió las piedrecitas golpear en su ventana. Al principio creyó que era una rama de un árbol, luego el sonido insistió y recordó que no había ningún árbol que tocara su ventana. El reloj de la mesita marcaba las once y media cuando Marshall se puso de pie y se asomó a través del postigo.

—¡Ábreme la puerta! –le pidió Adalyn desde abajo, embutida en unos pantalones ajustados y un bonito top blanco—. ¡Marshall!

El chico asintió y sin pensarlo mucho bajó al primer piso con cuidado de no hacer ruido y abrió la puerta principal para que su mejor amiga pudiera entrar.

—Casey me dijo que te habían castigado, ¿también te quitaron tu teléfono? Llevo dos horas llamándote, pero no me respondes –habló con prisas Adalyn, en voz baja, examinando con sus ojos llorosos el rostro de su mejor amigo en la oscuridad.

—No, solo dejé que se acabara la batería.

La Tauro suspiró y le dio un empujón a su hombro.

—Me tenías preocupada, O´Callaghan –murmuró y se fijó entonces en su moretón—. ¿Cómo te hiciste eso? Casey no me dijo por qué te castigaron, ¿fue porque te metiste en una pelea?

—¿No deberías estar ahora haciendo ya sabes qué con tu novio? –cambió rápido el tema.

Adalyn apartó la vista y Marshall se arrepintió al instante de haber sido tan brusco.

—Terminamos –le contó entonces y en la cabeza de él tuvo sentido el que ella hubiera ido a buscarle en medio de la noche y sus ojos llorosos—. Me dijo que lo nuestro fue algo del verano y que deberíamos ser solo amigos –se encogió de hombros y se metió las manos en los diminutos bolsillos de sus vaqueros—. Estoy segura de que tiene a alguien más. Casey tenía razón, como siempre, y me alegro de no haberlo hecho con él, ¿sabes?

Marshall no dijo nada y ella alzó la vista para encontrar sus ojos.

—¿Estás bien con eso? –preguntó y ella apretó los labios.

—Un poco. No lo sé. ¿Puedo quedarme aquí esta noche? Le dije a mi madre que dormiría con Casey, porque pensé quedarme con Jules, pero…

—Sí, pero tienes que irte antes de que mis padres despierten, no quiero que me quiten también el celular.

—Pondré una alarma –aseguró ella, tomándolo de la mano para dejarse guiar al piso de arriba.

Marshall le prestó un pijama para que se cambiara y cuando la chica se hubo vestido con aquel juego de pantalón y suéter azul se dejó caer sobre el colchón a su lado. El chico la miró de reojo y ella se movió hasta acurrucarse a su costado, pasando una mano sobre su pecho, como cuando eran niños y se quedaban a dormir juntos. Más, ahora era diferente y Marshall tuvo que respirar hondo para que su corazón no se acelerara con el olor de su cabello tan cerca de su nariz.

—Sabes que me alegro –murmuró ella, su mejilla apoyada sobre el pecho de él—, de no haberlo hecho con él, digo. Hubiera sido un terrible error, ¿no crees?

El chico la miró cuando ella subió un poco el rostro para verlo.

—Quiero decir, no es el indicado.

—No creo que el indicado exista –respondió él y ella se encogió de hombros.

—Yo tampoco.

—¿No? –arqueó una ceja—. ¿Adalyn Delauney no cree en el indicado? ¿Qué es lo próximo? ¿No crees tampoco en el amor verdadero? 

La chica rio, dándole un pequeño golpe.

—Ya no tengo cinco años. Y te hace mal juntarte tanto con Casey.

—Si no lo crees entonces da igual con quién lo hagas, ¿no?

Ella resopló.

—No, Marshall, se supone que es algo que debo hacer con alguien que confío, ¿no? –preguntó y él no respondió, así que ella se apoyó en su codo para verlo un poco desde arriba. Había en sus ojos un extraño brillo—. ¿No lo crees?

El chico tragó saliva, sus rostros estaban muy cerca.

—Sí. 

—Y yo confío en ti.

—¿Qué quieres de-…?

—Marshall, quiero que seas mi primera vez –dijo ella, seria—. Va a ser horrible con cualquiera y eres el único chico con quien tengo suficiente confianza para ser un desastre. ¿Entiendes? 

El chico solo podía mirarla, sin palabras. Ella suspiró y volvió a recostarse.

—Pero si no quieres hacerle ese favor a tu mejor amiga, entenderé y no me enojaré –lo abrazó.

—Sí quiero –murmuró él y ella volvió a alzar la cabeza para verle.

Claro que quería, así que bajó sus labios y tomó los de ella en un beso torpe. Más tarde le dolería y en algunos momentos incluso se arrepentiría de haberla hecho suya egoístamente por una noche; pero años después sería un bonito recuerdo que hacían olvidado para no perjudicar su amistad, como mismo él fingía no querer nada más para no arriesgarse a perderla.





Marzo 2018

Adalyn Delauney sintió que el mundo era suave, que todo tenía bordes hechos de nubes y el aire sabía a dulce en sus labios. No sentía sus brazos en absoluto, pero no le importaba que fueran pesos muertos a sus lados. Al menos así no le dolían las múltiples heridas bajo las vendas. Le quemaba un poco al principio, la entrada de la morfina en sus venas, pero ahora la droga en su sistema le gustaba. Le daba una sensación de flotar en la nada y toda la habitación blanca ayudaba a la sensación. 

—Hola, señorita Delauney –la voz la obligó a batir sus pestañas y hacer un esfuerzo porque su vista se centrase en aquel hombre sentado al borde de su cama—. ¿Cómo se siente?

—Algo drogada –masculló ella, sus ojos adormilados con un brillo ido.

Daniel Hunter le dedicó una sonrisa.

—Sé lo que se siente –confesó él—. Hace ya un tiempo, pero recuerdo haber estado en tu lugar, jovencita. No era exactamente la misma lesión, pero sí la misma droga y el mismo fin. Apagar el dolor.

—¿Qué podría haber puesto a Daniel Hunter en cama? –balbuceó ella, haciendo un esfuerzo para que su mente corriera correctamente.

El líder del Zodiaco dejó salir una risa.

—También fui un adolescente en una época complicada –explicó, mirándola con interés—. Y la persona que menos lo esperaba me traicionó –dijo y subió su manga para mostrar la piel arrugada de una quemadura—. Esto va por todo mi brazo y la mitad de mi torso.

Adalyn tenía la impresión de que el hombre cuidaba sus palabras, pero hablaba amablemente y sus ojos ahora no podían dejar de mirar ese trozo de piel de un tono diferente en el brazo de Daniel. Nunca antes lo había visto, pero si hubiera estado completamente en sus cabales, no se habría sorprendido de que no lo mostraran en cámara.

—¿Quién le haría algo así? –murmuró ella con voz somnolienta.

—Gabriel Guillory –respondió él, bajando la manga para que no tuviera más distracciones de sus palabras—, el mismo hombre que los atacó cuando estaban con Cesare.

—Él es… él es un Signo –balbuceó Adalyn, tratando de recordar—. Gabriel… Gabriel… Mi primo se llama así… Había otros Signos con él… –decía sus pensamientos tal cómo venían, la droga eliminando su poder de filtrarlos—. Mi primo es insoportable, señor Hunter… ¿Por qué Gabriel lo traicionó? 

—Los humanos lo engañaron –dijo Daniel, inclinándose hacia ella—. Y ahora trabaja con ellos para conseguir «Las Doce Piedras», engañando a otros Signos para que se le unan, diciendo todas las mentiras que se le ocurren, haciéndoles creer que soy un hombre amante del poder. En su lengua soy el autor de acciones atroces, soy el culpable de muertes y otras cosas.

—¿Me podría conseguir una magdalena? Aquí solo me dan gelatina amarilla que ni siquiera sabe a vainilla –se quejó ella, que se había perdido en la mitad de su discurso.

Daniel le sonrió, amable y Adalyn copió su gesto con aire somnoliento.

—Claro, en cuánto me diga por qué se fueron sus amigos y qué fueron a buscar a la oficia del señor Weiss en la Torre Seguridad.

La sonrisa de la muchacha se esfumó y por un instante su mente estuvo más despierta y se removió lejos de Daniel, más el hombre la sostuvo de los brazos, susurrándole que se calmara, que estaba bien, que no había nada que temer. Finalmente, Adalyn se dejó arrullar por su voz y volvió a recostarse tranquilamente en la almohada blanca.

—¿Qué asuntos tienen en el mundo humano ustedes? –repitió, más dulce, más amable.

Adalyn se dejó llevar por lo bien que sonaba su voz, por lo bonito de sus rasgos, lo bien peinado de su cabello, la amabilidad de su tacto.

—Fuimos a la oficina del papá de Ashton a buscar un limbo abierto –explicó y Daniel asintió para hacerle saber que la comprendía y podía continuar—. No tenemos asuntos en el mundo humano, solo queríamos buscar a nuestros amigos. Los que están desaparecidos, señor Hunter. 

—La Capricornio y el Acuario.

Adalyn asintió con prisas y se mareó un poco.

—Alexei dijo que quizás ustedes no sabían que ellos estaban en el mundo humano y que no los irían a buscar. 

—¿Así que decidieron buscarlos ustedes mismos? –dijo, arqueando una ceja y ella movió su cabeza en gesto afirmativo—. Oh, querida, estos son asuntos que ustedes no pueden manejar, debieron dejarlo en nuestras manos.

—¡Pero ustedes no los van a encontrar porque no están buscando en el lugar correcto!

El hombre le ofreció una sonrisa y tomó una mano.

—Querida, nosotros ya los hemos encontrado.

—¿Sí? –Adalyn se incorporó un poco, viéndolo con ojos esperanzados—. ¿Cómo? ¿Dónde están? ¿Los traerán a casa? ¿Casey está bien? Dígame que los traerán a casa. 

—Calma, claro que los traeremos a casa –sonrió—. Y te prometo que están bien.

Adalyn lloró, pero sus lágrimas eran de alivio.

—Hay algo más–dijo, viendo las vendas en sus brazos—. El oficial Bostwick quería pedirte disculpas –se incorporó y la puerta se abrió para dejar pasar al hombre que le había cubierto los brazos de sangre y heridas.

La chica chilló, huyendo lo más lejos posible de él.

—Tranquila –se apresuró Daniel, haciéndole un gesto para que se calmara, su tono era seguro e inspiraba confianza—. El oficial Bostwick solo está aquí para pedirle disculpas.

El hombre inclinó su cabeza y Adalyn lo miró con desconfianza.

—Lo siento mucho, señorita Delauney –dijo—, me propasé con usted porque en el último minuto me asustó demasiado la magnitud de sus poderes.

La chica quiso escupirle y decirle que eso era mentira, que él había disfrutado verla llorar de dolor, pero no podía decir eso cuando Daniel estaba en la habitación y aseguraba que aquel hombre decía la verdad. Justo en ese instante Marshall irrumpió en la habitación, jadeante, intentando huir de los hombres que le impedían el paso.

—¡Adalyn!

—¡Marshall! –gritó ella.

—Déjenlo pasar –ordenó Daniel y los oficiales que guardaban la puerta le dejaron el camino libre.

El muchacho se apresuró a rodear a los visitantes y acercarse a su amiga que lo abrazó con prisa.

—Está bien –susurró él, mirando con curiosidad a ambos hombres en la habitación.

—Los traerán a casa, Marshall –lloró ella en su hombro—. Los traerán a casa.

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