❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 57 ❦︎
57. El hijo de la casa de Virgo.
Marzo 2018
La vida de Marshall O´Callaghan era tranquila y él solía jactarse de ello. Le gustaban las rutinas, tener siempre el mismo menú en los almuerzos, salir a correr siempre a la misma hora. No solía hacer nada que no estuviera en los planes. En una de las paredes de su habitación, cerca del escritorio, colgaba un calendario del que iba tachando días y arrancando hojas a medidas que el tiempo pasaba. Lo que no estaba anotado en aquel calendario no existía para él. Por supuesto, apenas había espacios en blanco en su calendario: aquí y allá había cumpleaños, días de exámenes, eventos deportivos que tenía que ver en la televisión, recordatorios para hacer la compra, citas con el dentista y más.
Teniendo su vida planeada de cabo a rabo, sabiendo lo que haría en cada hora de su día, Marshall había elegido como compañeras a las personas adecuadas. O al menos eso había pensado su yo más infantil cuando se anexó por fuerza a Casey y a Adalyn. No había nadie que gustara más de una vida planificada que Marshall, por ello le gustaban sus amigas predecibles y tranquilas. A Casey no le gustaba hacer locuras y era bastante ordenada por sí sola.
Adalyn Delauney era una historia diferente pues por lo general solía seguir los planes de Marshall, pero siempre que coincidieran con los de ella; aunque a veces la chica de Tauro tenía la necesidad, incomprensible para él, de hacer cosas fuera de lo planeado o simplemente cambiar sus ideas en el último minuto. Aquello implicaba múltiples discusiones entre los dos y desacuerdos que él estaba seguro que ella solo armaba por pura diversión. Adalyn era un misterio, uno que le encantaba y frustraba a partes iguales.
Además de estructurado, Marshall O´Callaghan era el tipo de persona que prefiere observar que participar. Le gustaba mantenerse al margen de la situación, valorarla, estudiarla, pero nunca verse envuelto en problemas. En toda su vida solo había participado de una sola pelea cuando tenía quince años y más que una pelea, Casey solía decir, había sido él recibiendo golpes de Jules Louis después de abrir su gran boca. Porque sí, le gustaba ser un espectador comentarista, lo que podría o no haberle ganado cierta fama de chismoso entre sus mejores amigas.
Por todas estas razones, no había disfrutado en absoluto de los últimos meses cuando su vida se convirtió en un caos. Haberse mudado por semanas al árbol de hojas rojas había trastornado todos sus planes y lo habían convertido en un perezoso gruñón que ni siquiera tenía ánimos para chismear. Adalyn había bromeado más de una vez sobre eso en las noches que ocupaban la biblioteca central de Cesare. Así que tampoco había disfrutado para nada la desaparición de su amiga y la forma apresurada en que lo volvieron a meter en su vida cotidiana.
Marshall estaba harto de las sorpresas de aquel tipo cuando descubrió que Adalyn Delauney estaba internada en el hospital. De todas las cosas que habían pasado, incluyendo la desaparición de Casey, aquella fue la que más lo alteró. Lo supo de casualidad, porque su madre era enfermera de la sala donde la internaron. Se enteró durante la cena, cuando su madre le comentó que Adalyn había sido llevada de urgencias por un accidente y ahora permanecería varios días en vigilancia. Su madre se lo dijo con calma, para que el chico no se exaltara, pero ni así pudo evitarlo. Al chico le faltó poco para agarrar las llaves de su auto y conducir hacia el hospital, pero le convencieron de que no le dejarían verla a esa hora y de que a la mañana siguiente su madre lo ayudaría a colarse, puesto que las visitas estaban limitadas a los familiares por el estado de la chica.
Apenas pegó ojo en toda la noche, preocupado, pasando fotos viejas de ellos en su celular. Si Casey hubiera estado a su alcance, la habría llamado para aliviar un poco su cabeza; pero solo en su habitación no había nada que lo ayudara a no ser negativo y pensar lo peor sobre el estado de su amiga. Le habían dado pocos detalles, había entrado de urgencia, estaba frágil, fue un accidente. Cuando su alarma sonó él llevaba media hora vestido y esperando que su madre acabara. Cuando la señora O´Callaghan finalmente estuvo lista para salir, Marshall sentía que había pasado una eternidad, pero solo eran las siete de la mañana.
—Tienes que prometerme que no le dirás a nadie que te ayudé a colarte –le dijo la señora con que compartía los ojos y cabello oscuros—. Además, cuando te avise que tienes que irte, me harás caso. ¿Está bien? Será una visita corta, realmente podría meterme en problemas si alguien te ve.
—Lo prometo, solo quiero saber que está bien.
Su madre le lanzó una mirada dulce, sabiendo que su hijo no decía ni la mitad de sus sentimientos.
Cuando llegaron al hospital, su madre le dio un pase de visitante y lo guio por los pasillos medio vacíos. Todavía era temprano, la actividad comenzaba sobre las ocho treinta, así que tenía tiempo. Su madre lo guio por las escaleras y pasillos hasta el bloque de terapia donde tenían a Adalyn. Su madre habló un segundo con la encargada del piso y después de que compartieran un par de chistes, la señora O´Callaghan les consiguió el peaje hacia las habitaciones privadas. Marshall tenía poco interés en nada que no fuera Adalyn, así que no prestó atención a lo que se dijeron o a los pasillos que recorrieron.
—Bien, en media hora pasaré a por ti –le dijo su madre, dejándole un beso en la mejilla cuando llegaron a la puerta correcta—. No salgas de la habitación, ¿de acuerdo? Este piso tiene las visitas limitadas, Eugenia me dijo que me avisaría de cualquier problema.
—Está bien, estaré bien, mamá.
La mujer asintió y abrió la puerta para que él se colara dentro.
La habitación era mediana, con una temperatura controlada en un intermedio agradable ni muy caluroso ni muy frío. Todos los muebles eran de madera clara y lisos, sin decorado. La ventana tenía unas persianas oscuras impidiendo que la luz solar alcanzara la figura recostada en la cama de sábanas blancas. La falta de color hacía que Adalyn luciera como una mancha de mantequilla sobre una servilleta, con su cabello de miel derrapado sobre la almohada y sus ojos cerrados.
Había a su lado una máquina que seguía sus latidos y tubos conectados a su muñeca izquierda. Marshall cerró la puerta a su espalda y se acercó, tomando la silla para visitantes y poniéndola al borde de la cama. La abarcó de arriba abajo con sus ojos, mientras ella estaba dormida. Parecía tranquila, como si nada hubiera sucedido y solo hubiese decidido probarse aquel pijama amarillo de hospital. Sin embargo, sus brazos cubiertos de vendajes hasta las muñecas decían otra cosa.
—¿Qué mierda hiciste, Adalyn? –murmuró y, aunque no quería despertarla, los párpados de la chica revolotearon hasta abrirse a causa de su voz.
Primero Adalyn miró alrededor, confundida y finalmente sus ojos se encontraron con él.
—¿Marshall? –habló con voz ronca y llorosa—. ¿Marshall? ¿De verdad estás aquí?
Los ojos de Adalyn se llenaron de lágrimas y él se inclinó hacia ella, juntado sus dedos con la mano derecha de la chica. Ella dejó salir un suspiro aliviado al tiempo que sus labios temblaban por lágrimas contenidas. Marshall llevó una mano hacia arriba para pasarla por su cabello en ademán tranquilizador.
—¿Estás bien? ¿Te duele? ¿Quieres que llame a la enfermera?
Ella negó.
—No, no la llames, por favor. No llames a nadie.
Se quedaron en silencio por un instante, simplemente disfrutando de la paz mutua que se traían. Más temprano que tarde Marshall se vio obligado a romper esa burbuja con sus preguntas.
—¿Qué te pasó? Adalyn –la llamó cuando ella pareció querer comenzar a llorar—, oye, puedes contarme. Me diste un susto de muerte, así que cuéntame, por favor.
Adalyn se atragantó con sus lágrimas cuando intentó tomar una respiración honda y sus palabras salieron con un sonido húmedo.
—Ayudé a Ashton y a Alexei a colarse en el Centro de seguridad –balbuceó.
—¿Qué?
—Íbamos a buscar a Casey, ella está en el mundo humano, Marshall –lloró—. Nos descubrieron, huimos, pero nos atraparon cuando llegamos al limbo por el que iríamos. Les dije a ellos que siguieran y yo me quedé atrás a detenerlos –su mano apretó la de Marshall—. Uno de los hombres de Seguridad me hizo esto –lloriqueó, mirando sus brazos—. Fue horrible, Marshall, había sangre por todos lados y dolía, me rompía la piel y yo…yo…
El chico le acarició el cabello sin decir nada, porque en su mente no cabía que un hombre de la Seguridad a la que él quería unirse, pudiera hacer algo como eso a una simple estudiante. Sin embargo, allí estaba Adalyn, llorando y temblando de miedo. Marshall se inclinó para abrazarla y ella se aferró a su camiseta, metiendo la nariz en su cuello.
—No debieron entrar al Centro de Seguridad sin autorización –murmuró él y ella asintió.
—Lo sé, pero era por Casey…
—Aun así, Adalyn, estamos en un momento delicado –le dijo, apartándola para verla a los ojos—. El Zodiaco tiene muchos enemigos, si empezamos a luchar entre nosotros no podremos contra ellos.
—Por eso no te dije nada…
El chico apretó los labios y es que, después de todo, la entendía. Quizás ese no era el momento para decirle que no había actuado bien, que debió dejárselo a las autoridades. Quizás solo debió abrazarla y esperar que se calmara, pero él no era así. Él era el chico bueno que hacía caso de las normas y se las recordaba a sus amigas cuando estas parecían vivir en otro universo. Para bien o para mal, ese era Marshall O´Callaghan y no cambiaría.
—Marshall –la voz de su madre lo llamó con prisas desde la puerta—, tenemos que irnos, vienen a visitar a Adalyn.
—¿A mí? –murmuró ella.
Marshall le dio un último abrazo y besó su frente.
—Ponte bien y en cuanto salgas de aquí, llámame, ¿está bien? –lo dijo como una orden, pero en realidad era un ruego.
La chica se aferró a su mano, como si no quisiera dejarlo ir y a Marshall le dolió tener que separar sus dedos. Adalyn lloró, pero rápidamente entró una enfermera y abrió una de las pequeñas válvulas que colgaban conectadas a su brazo. A Marshall su madre le aferró la muñeca en un agarre de hierro y tiró de él antes de que viera como administraban tranquilizantes a la chica que amaba.
Porque sí, Marshall O´Callaghan estaba enamorado de su mejor amiga.
Tan pronto como llegó a casa se cambió su ropa por una muda deportiva y conectó los audífonos a su celular para seleccionar la pista correcta en una larga lista. Arctic Monkeys se reprodujo a todo volumen en sus oídos mientras trotaba fuera de la casa. El sol estaba alto en el cielo, pero a Marshall no le importó. En la cabeza le daba vueltas la imagen de Adalyn llorando con sus brazos vendados hasta debajo de las mangas del pijama de hospital.
Su amor por Adalyn era un secreto gritado a viva voz. No hacía falta más que mirar bien y se podría descubrir la forma especialmente protectora con que él la trataba, como siempre intentaba que la chica estuviera feliz con pequeños detalles como comprar su café favorito o dejarla elegir la música del auto. A veces fingía que le molestaba hacer esas cosas y por un pequeño momento discutían. Sin embargo, Adalyn siempre ganaba y lo recompensaba con un diminuto beso en su mejilla. Solo por ese escaso contacto de sus labios en la piel, valía la pena discutir con Adalyn Delauney.
Algunas veces se preguntaba si sus sentimientos eran tan obvios y si era tan patético como a veces se sentía. Había estado enamorado de ella desde que tenían once, pero nunca se había confesado. ¿Para qué hacerlo? Adalyn nunca le correspondería, ella no era el tipo de chica que se enamoraba de su mejor amigo. Quizás Casey sí, pero Adalyn no.
Sus pisadas continuas, rítmicas y seguras a lo largo de la calle lo ayudaban a calmarse. Prefería no pensar en esas cosas, prefería dejar que el ejercicio limpiara su mente tanto de aquello como de la imagen vulnerable de Adalyn en la cama de hospital. Apretó su paso cuando un pequeño trote no fue suficiente y corrió tan rápido como pudo. No quería pensar en ello, pero no dejaba de hacerlo.
Marshall amaba la seguridad, por eso había querido unirse a las autoridades, ayudar a construir un mundo cada vez más estable para todos. Porque él odiaba sentir que el cielo se caía en su cabeza o que su pecho se derrumbaba a causa de la inseguridad o el miedo. Justo como hacía en ese preciso instante que tuvo que detener su carrera, jadeante, con la música presionando en sus oídos, se inclinó y apoyó en sus rodillas para tomar grandes bocanadas de aire.
Él amaba sentirse seguro, pero cuando se trataba de Adalyn siempre tenía miedo. Tenía miedo de que lo que ella hubiera dicho fuera verdad, de que realmente un Signo de Seguridad la hubiera atacado y dejado en el hospital. ¿Qué pasaría si fuera cierto? ¿Podría él seguir defendiéndolos? ¿Podría simplemente confiar en ellos para encontrar a Casey y Joshua, y ahora a Ashton y Alexei? ¿Signos que dañaban a otros signos podían proteger los intereses de todos?
El miedo lo llevaba a decisiones que con la cabeza fría él hubiera llamado insensatas.
Se enderezó y desde la calle de enfrente vio el edificio donde alguna vez los Lyov habían vivido.
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