❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 53 ❦︎
53. Los Primeros.
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[ɴ/ᴀ]:
ᴇsᴛᴇ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴄᴏɴᴛɪᴇɴᴇ ᴍᴜᴄʜᴀ ɪɴғᴏʀᴍᴀᴄɪᴏɴ ɪᴍᴘᴏʀᴛᴀɴᴛᴇ, ʀᴇᴄᴏᴍɪᴇɴᴅᴏ ʟᴇᴇʀ ᴄᴏɴ ᴄᴀʟᴍᴀ ʏ sɪ ᴇs ɴᴇᴄᴇsᴀʀɪᴏ ʀᴇʟᴇᴇʀ. ɪɢᴜᴀʟᴍᴇɴᴛᴇ ʀᴇᴀᴘᴏɴᴅᴇʀᴇ ᴛᴏᴅᴀs ᴋᴀs ᴅᴜᴅᴀs ǫᴜᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴛᴇɴ ʏ ᴇɴ ʟᴏs sɪɢᴜɪᴇɴᴛᴇs ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏs ᴄᴀsᴇʏ ʏ ʟᴏs ᴅᴇᴍᴀs ᴘᴏᴅʀɪᴀɴ ᴅᴇsᴄᴏᴅɪғɪᴄᴀʀʟᴏ ᴜɴ ᴘᴏᴄᴏ ᴍᴀs.
ᴅɪsғʀᴜᴛᴇɴ ʟᴀ ʟᴇᴄᴛᴜʀᴀ,
ᴄᴀᴍ.
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Octubre, 30, 1896—.
«Hermana Carmen Arriaga:
Reciba primero el mayor respeto y saludos cordiales de este hombre de bien. No tengo el placer de conocerla, pero han llegado a mis oídos noticias sobre su trabajo en el Orfanato de Jalisco. Estoy muy interesado en conocer más a fondo todo lo referido a los huérfanos relacionados con el meteorito “Atemajac” caído el pasado 26 de febrero. Por favor, escríbame con urgencia.
Necesitado de su ayuda,
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Noviembre, 12, 1896—.
«Buen Señor Churchill:
Más que de mi trabajo ha de haber llegado a sus oídos lo peculiar de estos niños, imagino que habrá llamado incluso la atención de la prensa británica. Sin embargo, no tengo intención de compartir información privada sobre la vida de unos pobres huérfanos y sus desgracias. No insista. Vaya con Dios,
La Hermana Carmen,
Jalisco, México»
Noviembre, 19, 1896—.
«Honorable Hermana:
No he sabido de sus niños a través de la prensa sino por mis propias investigaciones. Si para confiar en mí necesita ver un acto de confianza de mi parte, sepa que quien le escribe es el médico de una prestigiosa familia cuyo nombre no tengo permiso de revelar. Más, en lo que nos compete, dicha familia posee dos hijos que han desarrollado síntomas peculiares y como único antecedente poseen una abuela que años el 4 de agosto de 1835 fue testigo ocular de la caída de un meteorito que fue nombrado como “Aldsworth”. Los señoritos William y Elizabeth han sufrido desde hace unos meses síntomas similares a los de su abuela y vuestros huérfanos. La familia teme por ellos. Le ruego su ayuda, por el bien de los niños,
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Noviembre, 27, 1896—.
«Amable Doctor:
Solo por el bien de los niños, le proporcionaré toda la información que le parezca interesante y necesaria; pero me limitaré a aquella que no comprometa las labores del Orfanato de Jalisco. A cambio, por el bien de los niños, comuníqueme usted sus conocimientos sobre la enfermedad de estos niños. Es usted un Doctor e imagino que en los pasados años haya podido investigar a los jovencitos que dice usted necesitan mi ayuda.
La Hermana Carmen,
Jalisco, México»
Noviembre, 30, 1896—.
«Hermana Carmen:
Muy bien, acepto todas sus condiciones. Empezaré contándole lo referente a los niños bajo mi cuidado. En lo que a mis conocimientos de medicina alcanza, los señoritos William y Elizabeth no son víctimas de ninguna enfermedad, más han desarrollado síntomas peculiares que parecen coincidir con los sufridos por su abuela en la niñez. Hace dos meses la señorita Elizabeth incendió su habitación después de haber estado jugando con una vela, pero, aunque todo se cubrió de llamas, ella no tenía rastros de quemaduras. William, en cambio, se encontró a sí mismo atraído hacia las llamas decaídas del hogar del salón y ante la mirada aterrorizada de una sirvienta, el muchacho metió la mano en el fuego y lo hizo crecer de nuevo. Estimada Hermana, cuídese de compartir estos datos con nadie, me temo que nuestros niños podrían ser tratados peor que enfermos, como locos, brujos, peligrosos. Y ellos mismos, como su abuela, podrían desarrollar una terrible enfermedad nerviosa.
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Diciembre, 7, 1896—.
«Honrado Doctor:
La discreción es una de las mayores virtudes que puede poseer una buena alma. Además, no ha de pedirla, si ha investigado mi trabajo con los niños del Orfanato debe ser consciente de que he cuidado especialmente ese aspecto. Nada se sabe de los cuatro huérfanos de la familia Espinoza, más allá de que sus padres murieron en un terrible accidente pocos días después de la caída del meteorito que usted mencionó misivas atrás. Los cuatro niños han causado miedo a las otras hermanas, pero a mí nunca me han asustado las mentiras sobre la brujería, señor Churchill. Estos niños son ángeles de Dios y como tal merecen toda la ayuda que podamos darles, para que sus almas permanezcan libres del pecado que suele devenir de la mala influencia. Así que los he cuidado personalmente, lo que me ha permitido observar lo que usted llama “peculiaridades”. Ninguno de ellos ha tenido ningún tipo de atracción o juego con el fuego, sino que se sienten encantados en la exuberancia de la vida natural. El niño más pequeño hace dos semanas se subió al naranjo y ante mis ojos –iba a regañarlo por tal hazaña– lo hizo florecer y arrancó una única naranja. ¿Cree usted que puedan tener alguna relación los poderes que usted atribuye a la hechicería con estos que yo atribuyo a un don especial que les ha otorgado el Señor?
La Hermana Carmen,
Jalisco, México.»
Diciembre, 16, 1896—.
«Hermana:
Los huérfanos Espinoza, definitivamente, han recibido un don hermoso del Señor. No soy nadie para dudarlo cuando usted, hermana, afirma haberlo visto con sus propios ojos. No puedo saber la relación entre el don de sus niños y lo que otros –no yo– consideran una manifestación de brujerías y fuerzas oscuras en los míos. Es el momento preciso para contarle que antes de escribirle a usted he estado en contacto con otros colegas y desconocidos a lo largo del mundo que en los últimos años han sido cargados con niños como los nuestros. Ninguno de ellos posee, hasta ahora, un don como los suyos. No me sorprende que solo los huérfanos Espinoza hayan salido bien parados, contrario a los demás. Poseo un contacto en Indonesia que afirma que tres jovencitos testigos de la caída del “Bandong” en 1871 fueron vistos sufriendo transformaciones con aspecto acuoso en sus cuerpos, más con el paso de los meses dejaron de sufrirlas; un amigo en Estados Unidos se vio obligado al encierro de cuatro muchachas cuyas pieles “eran llamas sin quemarse”; yo mismo he atestiguado como un pequeño infante caminó en el Norte de Rhine, Alemania, sobre un lago, congelándolo a medida que sus piececillos avanzaban. Estos dos últimos incidentes ocurrieron tras la caída de dos meteoritos, con fechas respectivas en el año 1892 y 1886; y todos los niños implicados nunca más presentaron los síntomas. Más, tengo entendido que sus niños, al igual que los míos, no han dejado de presentar los síntomas con el paso de los meses. Comprenderá, hermana, que nuestros niños son especiales e inmediatamente hemos de encontrar una forma de protegerlos de futuros peligros.
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Julio, 5, 1908—.
«Estimado Doctor Churchill:
Me han llegado noticias curiosas sobre cómo tras una explosión misteriosa en la Siberia un misterioso polvo brillante en la atmósfera que ha dejado que en vuestra ciudad se pueda leer periódicos en la noche. Además de buscar satisfacer mi curiosidad acerca de la veracidad de estos rumores, señor, he de informarle que tal cómo usted pensaba, los hijos de una de aquellas muchachas que me vi obligado a encerrar después de que sus pieles fueran de fuego, ha presentado los mismos síntomas que su madre. El más pequeño apenas ha presentado un resplandor que duró un solo día y no lo ha vuelto a mostrar, pero al mayor, según su sugerencia, tuve la precaución de exponerlo al contacto con los restos del meteorito “Bath” –que ya sabe usted como he conseguido hacerme con ellos.
Me gustaría saber cómo han ido sus averiguaciones y las de la hermana Carmen.
George Evans,
Dakota del Sur, Estados Unidos»
Julio, 9, 1908—.
«Amigo George:
Los rumores son ciertos. Un contacto en la Universidad me ha contado todo lo que sabe sobre la explosión en Siberia. Ocurrió a 300 kilómetros de Taishet y provocó que el suelo se estremeciera de forma perceptible hasta 650 kilómetros a la redonda. ¿Leer el periódico en las calles oscuras de Londres? Fue posible, los dos días siguientes. Es toda la información que tengo, no parece haber testigos oculares o restos de lo que debió ser un pequeño meteoro, así que no deberían llegarnos noticias de más niños peculiares. Me alegra que sus experimentos hayan resultado como predijimos; en cuanto a lo que la hermana Carmen y yo hemos sido capaces de reunir, le cuento a continuación. De los huérfanos Espinoza solo el mayor se resistió a usar su don y a los pocos meses, como ya le conté, dejó de tener la capacidad para usarlo. Desde entonces, la hermana Carmen se encarga de que los otros tres niños utilicen regularmente sus habilidades y debo decirle que el Orfanato de Jalisco nunca ha tenido mejor producción en su huerto. A raíz de esto, tengo la hipótesis de que, si los niños dejaran de usar sus habilidades, las perderían. Más, he intentado comprobar esta idea con la señorita Elizabeth, en vano. Sin embargo, sé a ciencia cierta que su abuela perdió toda habilidad de manifestar su peculiaridad después de unos meses de reprimirla. Ahora, comparto con usted mi nueva idea. Solo los que han sido directamente afectados por los meteoros han de utilizar regularmente sus dones a riesgo de perderlos o, más precisamente dormirlos. Según lo que usted me comunica, creo correcto afirmar que, si a la siguiente generación no se les expone directamente a las mismas condiciones que su progenitor, no poseerá apenas síntoma. En cambio, como Elizabeth y William demuestran bajo mi cuidado, la tercera generación no presenta debilitamiento de sus dones incluso si no se les expone a los meteoritos, incluso si se reprimen a sí mismos por hasta un tiempo de un año.
PD: ¿Ha recibido noticias de Noruega?
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Julio, 14, 1908—.
«Amigo Harold:
Me resulta sumamente curioso todo lo que me cuenta y me atreveré a decir que su hipótesis ha de estar en lo correcto. Sobre lo referente a Noruega, solo uno de los cuatro niños implicados, ha continuado presentando la peculiar capacidad de provocar tormentas moviendo el aire y atrayendo nubes. Me he encargado de que el jovencito sea traído hacia mí, ya que sus tutores se rehúsan a cuidarlo. Me haré cargo de él como si fuese mi propio hijo. Así mismo, me he asegurado de que con él me sean traídos los restos del meteorito que le ha influido sus dones. He echado mano de mis viejos amigos de la Universidad y resulta que uno de ellos me pudo facilitar sin problemas la roca caída den Sogn y Fjordane el 24 de enero de 1898. Salude a la hermana de mi parte, no he tenido tiempo de escribirle.
George Evans
Dakota del Sur, Estados Unidos»
Julio, 27, 1908—.
«George:
Me alegra que el muchacho vaya a recibir su ayuda. Aprovecho para comentarle que mi amigo Hans Wilkinson, que era solo un niño cuando el “Barntrup” cayó al norte de Rhine, acaba de tener un hijo con su señora. He mantenido contacto con él, incluso después de que dejara de utilizar su peculiaridad, como mismo sabe que he mantenido contacto con todos aquellos en Europa cuyos padres o abuelos presenciaron algún meteorito y sufrieron algún síntoma peculiar. No son tantos como puede parecer, solo hubo desde 1835 al presente día once meteoritos con este resultado fantástico. Me las he arreglado para convencer a Hans de mudarse a Londres y conseguirme los restos del meteorito que vio de niño. Me parece digno mencionar que dos nietos de la familia Di Pietro, en Lombardía, han comenzado a desarrollar la misma peculiaridad que su abuelo presentó en 1883 tras la caída del “Alfianello”, así como el infante hindú bajo mi custodia presenta los de su abuela. Nuestro buen amigo Adrien Legard continúa la vigilancia de los nietos de los testigos del “Kerilis” en su natal Bretaña, en Francia, pero hasta ahora nada, lo mismo con el joven Miguel y su gemela Sofía Carvajal en La Rioja, cuyo abuelo presenció el “Barea” en 1842 y afirma haber sido capaz de jugar con un cervatillo hecho de aire.
Seguimos en contacto. Cuénteme usted todo lo que siga averiguando sobre sus niños y yo le contaré lo que siga averiguando de los míos y de mis amigos.
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Julio, 28, 1908—.
«Querido Doctor Churchill:
Le escribo con urgencia, el Orfanato de Jalisco cerrará por un par de años y ante la perspectiva de que mis niños quedaran desamparados decidí manejar su traslado al Orfanato de Londres con mis pocos ahorros y la ayuda de la Madre Superiora. No sé si volverá a saber de mí, pero, por favor, le ruego que visite a los huérfanos Espinoza y los cuide por mí. Mi prima me ha hecho saber que los bisnietos de los testigos del “Macau” en Brasil han comenzado a ser capaces de moldear con sus manos pequeñas rocas sólidas y que se ha hecho con –y le envía a usted directamente– los restos de dicho meteoro. A partir de ahora, me desentiendo de su investigación, Doctor Churchill. Suerte y cuide de los niños.
La Hermana Carmen,
Jalisco, México.»
Septiembre, 06, 1914—.
«Estimado George:
Esta es la última carta que le envío antes de embarcarme a Nueva York con un séquito curioso. Me acompañan los huérfanos Espinoza que han cumplido ya 10, 13 y 27 años. Al menos, me reconforta que la mayor de ellos y su esposo el buen señor Rodríguez me presten ayudas para el viaje. Ya no soy joven y no puedo cuidar de tantos niños, porque además de sus hermanos y los dos bebés del joven matrimonio, me acompañan el pequeño Frank de solo 8 años –que adopté afectivamente en la India cuando me enteré de que su abuelo había presenciado el “Bhagur”– y sus seis hermanos menores, todos los cuales han desarrollado la misma habilidad de convertir su piel en dura piedra; los gemelos Carvajal y los primos de estos; y mi buen amigo Hans con su esposa e hijos. Sabe usted que Europa ya no es segura, mucho menos para niños como estos, por lo que mi amigo Adriel Legard nos seguirá dentro de unos días, trayendo con él a los tres jovencitos que han comenzado a desarrollar los mismos síntomas que su abuelo en 1874 en Bretaña. He pensado que podríamos reunirnos todos en algún lugar de su gran nación, amigo George y buscar un lugar seguro para vivir. Me han llegado terribles noticias de Indonesia y Brasil. Escríbame a mi nueva dirección en Nueva York para el próximo mes.
El Doctor Harold Churchill,
Londres, Inglaterra.»
Septiembre, 07, 1914—.
«Al señor George Evans:
Le escribo a usted en vistas de que mi amigo el doctor Churchill ya se haya en medio del océano viajando. Yo mismo he de embarcarme mañana temprano con mismo rumbo. Más, antes, enviaré esta carta para que llegue antes que yo. Ha llegado a mis oídos el rumor de que nada bueno vendrá para los niños que cuidamos si esta guerra continúa. Han llegado también a mis oídos noticias referidas a lo que ahora llaman Meteorito de Tunguska caído el 30 de junio de 1908. Se ha dicho oficialmente que no han quedado restos, más, un amigo me ha hecho llegar en secreto una carta con información que puede sernos preciada para salvar a los niños.
Por favor, póngase en contacto con Nikita Borodin de forma inmediata.
El Doctor Adrien Legard,
Paris, Francia»
Octubre, 10, 1914—.
«Harold:
Mientras escribo la carta me preparo para hacer el camino en tren hasta Nueva York para visitarte. No nos vendría mal disponer de una buena planificación para nuestros siguientes pasos ahora que todos ustedes están aquí. Y por todos me refiero también a los nueve niños que llegaron desde Chūbu, Japón, la semana pasada a Washington con sus respectivos padres, en busca de nuestra ayuda y he mandado hacia usted. No tengo noticias de Indonesia desde septiembre, temo lo peor. Sobre los brasileños, se embarcarán la próxima semana con la prima de la hermana Carmen, rumbo Nueva York.
George Evans,
Dakota del Sur, Estados Unidos»
Octubre, 14, 1914—.
«Amigo George:
Las noticias de Indonesia no son buenas. Hoy en la mañana me ha llegado un telegrama, cinco de los niños han muerto, di orden de que los restantes diez vengan a nuestro encuentro.
Harold Churchill,
Nueva York, Estados Unidos»
Octubre, 14, 1914—.
«Amigo George:
Las noticias de Indonesia no son buenas. Hoy en la mañana me ha llegado un telegrama, cinco de los niños han muerto, di orden de que los restantes diez vengan a nuestro encuentro.
El Doctor Harold Churchill,
Nueva York, Estados Unidos»
Abril, 7, 1916—.
«Colegas en Nueva York:
He llegado a comprender los restos del meteorito de Tungunska, continuando con la investigación en secreto como el Doctor Churchill me pidió. Pueden comentarle a Hans Wilkinson que sus teorías eran más menos ciertas. Ayer conseguí resultados increíbles. ¡No me tomen por loco! ¡Pero he viajado al punto exacto de la explosión! ¡Y más! ¡No puedo expresarlo correctamente sin emocionarme! ¿Recuerdan el polvo brillante que permitió que en Londres el estimado Doctor Churchill leyera el periódico de noche? Tengo la impresión que toda la atmósfera que tocó aquel polvo fue replicada en lo que parece ser otro mundo. Estoy seguro de haber visto el Támesis en mi viaje, más no estaba en Londres pues no había ninguna ciudad construida a sus alrededores. He tallado los restos del meteorito y he descubierto en su interior lo que parecía formar su centro: una gran roca cristalizada. Si puedo forzarla a llevarme, quizás pueda ver más de este mundo nuevo que acabo de descubrir.
El Profesor Nikita Borodin.
Moscú, Rusia»
Abril, 24, 1916—.
«Profesor Borodin:
¡Sus descubrimientos son maravillosos! Le responde el señor Kohaku en nombre del Doctor Churchill que se ha visto relegado por una enfermedad que esperamos pase pronto. Por favor, usted no se arriesgue demasiado, pero nos gustaría que pudiésemos seguir juntos todas estas investigaciones. Nosotros, siguiendo sus instrucciones, hemos tallado también nuestras piedras y descubierto el mismo tipo de roca cristalina en su núcleo. Tengo mis propias ideas sobre esto, por ello quisiera pedirle que viaje con Urgencia a Nueva York. Es de vital importancia que traiga la roca con usted, comparto su opinión en que esta es la clave para salvar a los niños que cada día nos es más difícil esconder de la terrible humanidad que ha consumido Europa en la tan terrible Guerra.
Profesor Yukio Kohaku,
Nueva York, Estados Unidos»
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