❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 51 ❦︎

51. Besos salados.

Marzo 2018

No podía creerlo, no quería creerlo, no iba a creerlo. Si lo que Gabriel Guillory decía era la verdad, entonces todo su mundo, toda su vida, todas sus creencias eran mentiras. Mentiras que el traidor había soplado con apenas una hora minutos, haciendo tambalear todos los cimientos de Casey. Primero había sido solo palabras, Olivia Moore se había levantado para preparar el almuerzo. La invitaron a comer, pero Casey no probó bocado, todo el tiempo interrogando con incredulidad a Gabriel, desconfiada y negativa. Gabriel era un mentiroso y ella estaba segura. Después, la habían llevado al estudio a través del cual habían llegado y allí le mostraron más que palabras: hojas sueltas, un diario, un libro, fotografías. Casey se estremeció, apartando todo aquello de sí y negándose a creerlo.

—Ten –Olivia le entregó el diario con tapa de cuero cuyas hojas el tiempo había curvado—, es mío, léelo, léelo todo ahí.

—No, no, no quiero.

—Llévatelo, Casey –insistió ella y había algo tan dulce en su voz que ella tuvo que obedecer. Le prestaron un largo abrigo rojo, parecido al que había traído Gabriel, en cuyo bolsillo interior dejó el diario de Olivia Moore—. Léelo todo.

Ella asintió, aunque no pensaba hacerlo. Tenía que irse, tenía que encontrar a Leandro, tenía que coger a Ryvawonu e irse lejos. Salió por el pasillo mugriento, quería alejarse de aquel edificio corriendo, bajando los escalones de tres en tres, se resbaló en la entrada y salió a la tormenta sin miramientos. No le importó que el cabello que ya se le había secado volviera a pegarse en su cuello y mejillas. Cerró los ojos, sintiendo el agua caliente contra su piel.

Quería correr, pero solo logró caminar con lentitud. Quería que el agua la empapara, la calara hasta los huesos, pero el abrigo rojo era impermeable para mantener seguro el diario. Ella no iba a leer ese diario, ¿por qué lo haría? ¿Para qué? ¿Qué podría decirle Olivia? Nada y si había algo que pudiera decirle, Casey no quería saberlo. Quiso tirar el diario en la primera esquina, deshacerse de aquel sobretodo rojo y correr sin rumbo entre las calles desconocidas. 

Sintió una vibración en su bolsillo y recordó que ahora llevaba consigo su celular. Se colocó por debajo de un techado y lo sacó para descubrir que Leandro Llinás la estaba llamando. Por encima de la llamada vio que eran pasadas las dos y se preguntó cómo se le había ido el tiempo de aquella forma. Sin mucho ánimo deslizó su dedo en el ícono.

—¿Casey? Gracias a Dios que contestas –saltó el chico—. Acabo de llegar a casa y no estáis. ¿Todo bien? ¿Pasó algo? ¿Casey?

Su voz fue el detonador. Un sollozo se escapó de su boca y Casey se apegó a la pared exterior de algún edificio que no le importaba. Le temblaron los labios cuando intentó responder y sus ojos se nublaron con lágrimas.

—No –respondió—, nada está bien.

—¿Casey? ¿Estás llorando? –sonó preocupado y ella se sintió horrible por hacerlo preocupar, por inmiscuirlo en problemas que no eran suyos—. ¿Dónde estás? Voy a buscarte.

Diez minutos estaba en el auto del chico, temblando, con Leandro preguntando insistentemente qué había pasado, dónde estaba Joshua y por qué estaba llorando. Cuando el chico comprendió que ella era incapaz de responder nada en esos momentos, se cayó y la dejó ir todo el viaje en silencio. Ella apenas fue consciente del recorrido o de cuando Leandro metió el auto en la cochera. Su mente se encontraba desconectada, su cuerpo se hallaba rígido, con la mirada perdida en sus rodillas alzadas sobre el asiento. En otro momento Leandro le hubiera pedido que bajara los pies, pero ahora no lo hizo.

Apagó el auto y Casey pareció volver en sí cuando se descubrió en el interior de la cochera. Pensó que estarían en total oscuridad como la noche anterior, más la luz del día se colaba ligeramente por unas ventanas diminutas encima de la puerta. Movió su cabeza para mirar alrededor, pero sus ojos se quedaron parados en los orbes oscuros de Leandro.

—¿Estás bien?

Sus labios volvieron a temblar e, incapaz de hacer su voz salir, negó con la cabeza. Casey empezó a llorar y él la abrazó. Con un par de movimientos Leandro cruzó sobre la palanca de cambios para ocupar el mismo siento que ella y ella, sentada sobre su regazo ahora, se acurrucó en su pecho. Las manos del humano le acariciaron el cabello y los hombros, su voz le repitió que todo estaría bien; pero ¿cómo iba a estar todo bien si su vida era una mentira? ¿Cómo iba a volver a mirarse en el espejo y ver en sí otra cosa que no fuera mentiras muy elaboradas con el tiempo?

—Todo… –lloró ella, su rostro escondido en el cuello del chico, donde podía notar un dejo de la colonia que había llevado esa mañana— es mentira…

Leandro la apretó un poco en su abrazo.

—¿Qué quieres decir, Casey? –murmuró con paciencia.

La chica no alzó la vista y le tomó un par de segundos contener los sollozos para poder responder.

—Quiero decir… –respiró hondo— que todo mi mundo… todo lo que sé… todo lo que alguna vez me han dicho… es mentira…

—No lo entiendo, Casey –dijo él—. ¿Qué significa eso? ¿Cómo lo sabes?

Ella se apretujó más contra él, porque emanaba un calor familiar reconfortante que lentamente calmaba sus sollozos y la hacía sentir como en casa. Mientras él la abrazara estaba a salvo, segura, lejos.

—Gabriel Guillory me lo dijo.

—¿Gabriel Gui-…? ¿El traidor? ¿Cómo? ¿Hablaste con él? ¿Cuándo? 

—Lo seguí. Él me dejó seguirlo. Ahora entiendo por qué –restregó su nariz en el cuello del chico, haciendo que Leandro se sonrojara, aunque ella no podía verlo—. Me contó su verdad, la que él encontró junto a Olivia Moore. Son tantas cosas, Leandro, que no sé cómo…

—No digas más –la interrumpió él, sosteniéndole el rostro y haciéndola mirarlo a los ojos—. No creas ni una palabra de lo que Gabriel Guillory te haya dicho. Tú misma dijiste que era un traidor, un mentiroso que había engañado a mucha gente. ¿No?

—¿Pero y si no lo es? –masculló ella, sus ojos nerviosos buscando seguridad en los orbes oscuros del chico—. ¿Y si es él quien dice la verdad? ¿Y si he estado todo el tiempo del lado equivocado? ¿Y si todos estamos luchando por mantener las mentiras? ¿Y si resulta que…?

—¿Qué?

Casey se mordió el labio, apartando la vista. Con cuidado el movió su dedo hasta allí y acarició su labio hasta que los dientes lo soltaron. Le pidió que no hiciera eso, pero ella no respondió, solo lo miró. El pulgar de Leandro seguía sobre la piel sonrosada, acariciando la forma. La respiración de Casey se sintió escasa, su corazón subió la sangre a sus mejillas y sus ojos se lanzaron a los labios del humano. Los ojos de él revolotearon por el rostro de ella.

El aire era eléctrico y ambos fueron conscientes de lo juntos que estaban. Una voz muy callada le dijo a Casey que se apartara, pero ella no obedeció. Leandro movió su mano de la boca a la mejilla de la chica, pasando su dedo por toda la piel ligeramente colorada. Casey vio el momento en que lo pensó, como separó sutilmente sus labios, sintió su aliento sobre la piel, como se inclinó hasta casi tocarla. Y esperó. Leandro quería besarla, su nariz ya se encontraba con la de ella y a sus labios solo les hacía falta un suspiro o una palabra para rozarse, pero él no los juntó, quería que ella le diera permiso.

Casey no estaba pensando, de haber estado pensando solo tendría en la cabeza traiciones, mentiras; no estaría volviéndose loca por aquella energía eléctrica que viajaba entre sus bocas entreabiertas, deseosas, calientes. Si hubiera estado pensando no se habría dejado llevar por la vulnerabilidad agrupada en su pecho, no habría dejado que su mente se nublara más, no habría cerrado sus ojos y rozado sus labios juntos.

A ninguno de los dos le importó que ella no estuviera en su mejor momento y solo buscara consuelo. Leandro ansiaba tanto aquel contacto que le sabía a nubes y cielos. Ella solo deseaba olvidar por un momento. Las bocas se movieron rítmicamente, primero en un vals delicado, con miedo de asustar al contrario y hacerlo alejarse; luego agarrando la confianza suficiente para demostrar el hambre de más. El beso se rompía para dejar salir respiraciones agitadas, jadeos y uno que otro gruñido deseoso. Las manos de Leandro habían estado primero en su rostro, respetuosas, pero Casey las dejó que bajaran por su espalda y que se colaran bajo el sobretodo. Sus manos también exploraron los hombros ajenos, agarraron todo lo que había para agarrar en los brazos de Leandro y luego volvieron a su cuello para que sus pulgares sosteniendo las mejillas del muchacho guiaran el beso.

Quién sabe si solo fue unos segundos o tantas horas como les pareció a ellos, daba igual: se besaban.










En algún momento el beso se volvió salado, las lágrimas de Casey comenzaron a brotar y su pecho rompió en sollozos. Leandro se apartó, mirándola con preocupación. Subió sus manos en un intento de limpiarle las lágrimas, de acariciarla y calmarla, pero ella negó con la cabeza, apartándose de su tacto como si quemara. Quemaba.

—Esto está mal…no deberíamos… 

—¿Qué pasa? –dijo él, sus ojos viajando por todo su rostro arrugado y rojo por el llanto, tenía los labios ligeramente hinchados—. ¿Estás bien? ¿Fui yo? ¿Hice algo mal? ¿El beso fue…? ¿Fue muy rápido? ¿Estuvo muy…?

Ella movió su cabeza en forma negativa, apartándose de él.

—No debí besarte –musitó ella, mirándolo a los ojos con arrepentimiento—. No así, no ahora, no por las razones que lo hice –su voz se rompió y se cubrió la cara con las manos.

—¿Qué quieres decir? Yo quería besarte, Casey –el chico le sostuvo las manos, apartándoselas para poder verla a los ojos—. Llevo tiempo queriendo hacerlo. Te hubiera besado la otra noche si tu no…

Si ella no hubiera salido corriendo como debió salir corriendo aquella tarde también. Se miraron en silencio y ella respiró hondo calmando su llanto. Abrió la boca para decir algo, pero él la interrumpió.

—Me gustas, Casey –dijo y ella sintió que su corazón se detenía—. Me gustas mucho.

—Leandro…

—Sé que ahora mismo tu vida es un caos, ¿sí? Sé que estás metida en muchos problemas y yo solo soy un humano estúpido, lo sé –se apresuró él sin dejarla interrumpir—. Pero te quiero y quiero estar contigo… Dios, Casey, haré cualquier cosa. Te seguiré al fin del mundo, pero no dejaré que te alejes de mí ahora que estás tan cerca –murmuró con dulzura, sosteniendo con sus manos el rostro de la chica.

Ella dejó escapar un sollozo lastimero, su corazón se encogía y latía con fuerza sobre sí mismo. Siempre había algo satisfactorio en saber que le gustabas a alguien, incluso cuando no le correspondías. Más, a Casey aquel sentimiento se le entremezclaba con el dolor y la tristeza. Sabía lo que tenía que decir, sabía lo que tenía que hacer, pero dolía. 

—Leandro, tú también me gustas –confesó y los ojos de él brillaron por un instante antes de que ella le sostuviera las manos y las apartara de su rostro—, pero no puedo mentirte o darte esperanzas sobre un nosotros... 

La expresión del chico decayó.

—¿Es porque soy un humano?

—¿Qué? ¡No! –ella se pasó las manos por el rostro y el pelo con nerviosismo—. Tienes razón, mi vida es un desastre ahora mismo, ni siquiera sé si hay algo real en todo lo que creo…

—Ya dije que estoy bien con eso –se apresuró él—. Casey, puedo entenderlo, te ayudaré con todo, haré todo lo que pueda…

—No –lo cortó, pestañeando para evitar que más lágrimas salieran—, no puedes. Y no quiero que lo hagas. No es solo mi vida, Leandro, soy yo, ¿está bien? Ahora mismo… esto complicaría más las cosas y… –su voz se cortó.

—¿Y? –insistió él con un deje de esperanza.

—Y yo estoy enamorada de alguien más, Leandro.

El chico tomó una respiración honda, sorprendido. Sus cejas se arquearon y su cuerpo se tensó. Casey lo miró en silencio, mordiéndose el labio con nerviosismo, claramente había fastidiado su amistad. Sabía que no debió besarlo, no debió dejarse llevar, no debió darles esperanzas de aquella forma. Su vida era un desastre y no podía inmiscuirlo en semejante enredo; pero si fuera solo eso quizás habría funcionado, él hubiera insistido y ella hubiera cedido a intentarlo. Las cosas no eran tan simples, lo serían si tan solo Alexei Lyov no se le hubiera declarado poco tiempo atrás y ella hubiera aceptado que lo correspondía, lo hacía, ella correspondía los sentimientos de Alexei incluso sin saber que era correspondido, incluso cuando no quiso tener esa clase de sentimientos, los tuvo. Todo eso seguía ahí, estuviera muerto o no. No podía simplemente cargar todas esas cosas sobre Leandro, no estaba bien, nada bueno y firme podía salir de ahí. 

Cuando notó que él no diría nada, Casey se extendió y abrió la puerta del auto. Salió sin que él la detuviera y cuando estuvo fuera se alisó el cabello y se pasó las manos por el rostro. Él también salió, totalmente en silencio.

—Lo siento –volvió a musitar ella—. No quería hacerte daño, yo solo…

—No, tranquila –la interrumpió él, sacudiendo la cabeza y tomando una respiración profunda—. Es solo que es bastante duro de asimilar, no es tu culpa. 

—Claro que es mi culpa, debí apartarme antes de que sucediera.

Él negó y ella se abrazó a sí misma, notando que todavía llevaba el sobretodo rojo de Olivia Moore.

—Leandro, no es el mejor momento, pero necesito saber si quieres que me vaya hoy mismo o…

Los ojos de él se alzaron hacia él con gesto insultado.

—Claro que no, sigues siendo una amiga –lo dijo con dolor, pero alivió ligeramente el peso sobre ella— y me necesitas. Puedes quedarte cuanto quieras.

—No será mucho –aclaró ella—, probablemente una noche o dos como mucho… solo necesito decidir qué haré ahora.

—De acuerdo, no te preocupes –suspiró y luego se encogió de hombros con incomodidad—. Voy a preparar la cena, deberías tomar un baño.

Ella lo miró un poco más, sabiendo que no estaba ni la mitad de bien de lo que quería aparentar y que ella no lo podía consolar. Se mordió los labios y asintió antes de dirigirse al pasillo en dirección al baño. Necesitaba una larga ducha de agua caliente y estar a solas con sus sentimientos.

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