❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 44 ❦︎
45. Limbo.
Marzo 2018
—¿A dónde vas?
Casey Everson se tensó y miró sobre su hombro a un Leandro en pijama saliendo de la cocina con un vaso de leche. El pasillo se extendía oscuro entre ellos y fue ocupado rápidamente por el silencio mientras él avanzaba hacia ella arrastrando los pies descalzos. La chica simplemente se quedó quieta, con la chaqueta que había tomado del perchero junto a la puerta a medio poner sobre la ropa que llevaba desde su baño.
—¿Casey, a dónde vas? –insistió Leandro.
El chico extendió la mano hacia el interruptor, pero Casey atrapó sus dedos a medio camino.
—No quiero que Joshua se entere –rezongó.
—¿Por qué? ¿A dónde vas a estas horas? –él también bajó la voz—. Y no puedes salir así vestida en medio de la noche.
—Es temprano, solo son las diez.
Leandro le dedicó una mirada ceñuda.
—¿A dónde vas, Casey? –repitió y ella hizo una mueca.
—Bien, te diré, pero tienes que prometer no contarle a Joshua mientras yo no estoy.
Lo miró seriamente hasta que él asintió y lo prometió; entonces se lo contó en un susurro.
—Más temprano, cuando les dije por qué creo que Ryvawonu nos trajo aquí, les mentí.
—¡¿Qué?!
—¡Baja la voz! –musitó, sus ojos buscando en el final del pasillo alguna luz. Joshua había ocupado la habitación de invitados en el primer piso y se había retirado temprano a dormir. Esperó un par de segundos hasta convencerse de que el chico no lo había oído y le explicó—. No fue exactamente una mentira, simplemente no fue toda la verdad, ¿está bien?
—No, no está bien –protestó él, pero ella lo ignoró y siguió hablando.
—Dije que mis pensamientos habían incitado a Ryvawonu a llevarnos a un lugar seguro. No era mentira, lo juro –garantizó—. Es solo que… En realidad, no estaba pensando en un lugar seguro en general, sino en uno específico, ¿entiendes?
Leandro negó con la cabeza, sin entender y ella suspiró exasperada.
—Yo solo quería irme a casa, a mí casa y Ryvawonu nos trajo específicamente a esta ciudad, Leandro –masculló con prisas—. Mi casa es una casa limbo, ¿sí? Es decir que conecta el mundo humano a mí mundo, por lo que si estoy en lo cierto…
—Tu casa está en algún lugar de esta ciudad y puedes usarla para volver –completó él.
Casey hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
—¿Y por qué no quieres que Joshua se entere? Él es el primero que quiere salir de aquí.
La chica se mordisqueó el labio.
—No estoy segura de tener razón –respondió—. Y tampoco estoy segura de que deba volver.
—¿Cómo?
—Es complicado –bajó la vista a sus pies—. ¿Me dejarás ir o seguirás preguntándome?
—Ninguna –dijo y ella alzó la vista con el ceño fruncido en confusión—. Voy a ir contigo.
Al final resultó que si Leandro no la hubiera acompañado Casey podría haberse pasado toda la madrugada buscando sin encontrar lo que buscaba. Con él le había tomado solo una hora, eso contando el viaje en su auto hasta la otra punta de la ciudad. Primero se habían cambiado de ropa, Leandro le facilitó una muda de su madre que podía ponerse; luego, ya en el auto del chico, él le había dejado usar su celular para una rápida visita a Google Maps. Casey había ampliado y alejado la ciudad, buscando por la línea de la costa algún nombre familiar, intentando recordar su dirección humana. Era complicado, nunca había sido buena con la geografía. Estuvieron cinco minutos sentados en silencio y a oscuras hasta que reconoció el nombre de un local de comida china que su padre amaba.
Leandro condujo a través de la ciudad con la radio apagada, el silencio era algo tenso, pero ninguno tuvo el valor de romperlo. Casey se limitó a mirar por la ventana para ver las luces pasar, tratando de dibujar en su mente el recorrido, más no fue capaz. Fueron cuarenta y ocho kilómetros hasta que Casey reconoció las calles. Leandro había conducido hasta el local de comida y con las indicaciones de la chica fue bajando más cerca de la costa hasta detenerse con la arena al borde de la carretera.
El silencio pesó aún más mientras Casey divisaba su casa a tan solos unos metros. En el mundo humano su casa lucía paredes de piedra, para asemejarse a las vecinas, pero del otro lado el revestimiento de madera era claro, a juego con el techo azul oscuro. Su corazón se aceleró y abriendo la puerta salió del auto, solo para quedarse de pie y observarla. Ahora que sabía que tenía razón no sabía cómo actuar, no podía simplemente ir al porche y tocar el timbre. Sus padres estaban ahí, tras aquellas ventanas iluminadas y en ese preciso instante se dio cuenta de cuánto los extrañaba y cuánto le hacían falta sus consejos y conocimientos.
—¿Qué hacemos? –le preguntó Leandro, también bajando del auto.
—No lo sé.
—¿No deberías entrar? Tus padres deben estar preocupados por ti.
Casey lo miró, sus ojos inspeccionando en la oscuridad el rostro del muchacho.
—¿Y qué les voy a decir?
—La verdad, ¿no?
—No es tan sencillo.
Callaron y no hizo falta decir que esa complicación en parte se debía a Leandro. Él seguía siendo un secreto peligroso, incluso en momentos como ese. El chico suspiró y se pasó una mano por el cabello en ademán nervioso.
—Si no vas a entrar, deberíamos volver.
La chica se mordisqueó la uña del pulgar mientras pensaba por un instante y luego decidió su siguiente movimiento. Cerró de un golpe la puerta del Lada y avanzó hacia la residencia. Leandro trotó para alcanzarla, ella había recuperado casi perfectamente su caminar puesto que con un par de antibióticos ya casi no le dolía la pierna. Oyó que él la llamaba un par de veces y lo mandó a callar con un siseo, escurriéndose entre las sombras hasta alcanzar el jardín de su casa.
Se alegró de que sus padres fueran fanáticos de las cortinas bajas y pasó corriendo por el frente hasta la entrada del garaje. Leandro la siguió igual de silencioso y observó mientras ella buscaba como subir. Fue él quien señaló una cañería por la cual se podía trepar con mucho cuidado. Casey subió aferrada a aquel tubo, sus pies buscando las uniones de este con la pared. Debajo de ella Leandro la vigilaba, listo para atraparla en caso de que cayera, pero no hubo necesidad. Casey se sostuvo del borde del tejado y se impulsó lo suficiente para subir sobre su inclinación.
La ventana de su habitación quedaba justo encima del tejado inclinado sobre la entrada del garaje y Casey solo tuvo que avanzar con cuidado hasta poner sus manos en el marco de madera. Forcejeó un poco con las hojas de la ventana y el seguro terminó por ceder en un último empujón que la abrió hacia adentro. Esperaba no haber hecho mucho ruido y, una pierna primero y otra después, entró.
Observó su habitación en la penumbra, como si los libros que cubrían suelos y paredes no fueran de ella, como si no hubiera dormido nunca sobre aquella sábana de patrones coloridos. Caminó como una extraña dentro de la que había su habitación por años. Descubrió ajena la cómoda, el armario, el escritorio, la lámpara, el espejo. Hacía solamente poco más de un mes que ella había dejado todo aquello para ir con Cesare, pero se sentía como una eternidad.
Oyó las voces de sus padres y despertó de sus meditaciones para darse prisa. Agarró su mochila de la escuela y abrió el armario, lanzando dentro toda la ropa que sus manos alcanzaban. Oyó pasos en el pasillo y con prisas se lanzó sobre el escritorio, abrió la gaveta en busca de su teléfono, pero sus dedos toparon primero la tapa dura del cuaderno que había sido de su abuelo. Dudó y finalmente lo agarró, tomó su teléfono con prisas y corrió hacia la ventana.
Salió con prisas, tantas que resbaló y no pudo sujetarse del marco de la ventana para no deslizarse por el techo inclinado del garaje. Sus pies se frenaron en el reborde con un golpe sonoro en el metal. No dudó que alguno de sus padres la hubiera oído, pero no se quedó a comprobarlo, como tampoco cerró la ventana. Lanzó la mochila a Leandro y luego se colgó del borde del tejado, ante la mirada asustada del chico. Cerró los ojos y se dejó caer.
Se quejó y perdió el equilibrio al golpear el suelo en una sentadilla, pero ya tendría tiempo de quejarse. Tirando de la manga de Leandro echaron a correr veloces hasta el Lada aparcado al final de la calle. Saltaron dentro y sin demora el chico encendió el motor y aceleró de regreso. Casey respiraba agitadamente y se giró sobre el asiento para ver la forma en que se alejaban. No volvió su vista al frente hasta que su casa se perdió de vista.
—¿Tu pierna está bien? –preguntó Leandro con la respiración jadeante.
Casey lo miró y cuando sus ojos se cruzaron ambos comenzaron a reír. Las ventanillas bajas dejaban que el aire fresco y nocturno los despeinara, enredando sus risas con los ruidos nocturnos de la ciudad. Ella abrazó la mochila con sus cosas contra su pecho mientras las risas se les apagaban poco a poco.
—Si hubiera sabido que vivíamos en la misma ciudad hace mucho tiempo que te hubiera llevado lejos conmigo –le dijo Leandro cuando llegaban a su casa y ella lo miró con una ligera sonrisa.
—¿A dónde me habrías llevado?
El chico se lo pensó por un instante.
—No lo sé, a todas partes.
—Nos quedaríamos sin dinero.
—Arruinas mi fantasía perfecta, Casey –se quejó él y ella rio con tranquilidad.
Su risa flotó en el aire mientras él entraba el auto al garaje. Tuvo que bajarse a abrir la verja, pero la puerta de la cochera el chico la controlaba con un pequeño mando en su juego de llaves y la dejó caer detrás de ellos. Quedaron en total oscuridad y silencio cuando el motor del auto se apagó.
Casey se volteó hacia la derecha con intenciones de abrir la puerta, pero la mano de Leandro sostuvo su muñeca, deteniéndola. Volteó su cabeza con lentitud, sintiendo su corazón acelerarse con la ligera caricia de los dedos en su piel. Leandro la miraba con tal intensidad que ella se quedó quieta, solo mirándolo. Los ojos oscuros le bailaron sobre la piel y lentamente el chico alzó su mano, tímido, hasta tocarle la mejilla. Casey contuvo la respiración, pero la electricidad del tacto no la dejó apartarse.
Pudo imaginar la forma exacta en que sucedería en ese preciso instante. En su mente se libraba una batalla difícil de la que se hacía eco en su pecho. Leandro iba a besarla, se inclinaría y juntaría sus labios. Una parte de ella quería dejarlo, quería que la besara; otra parte de ella le dijo que estaba mal, que ella quería a otro chico. El nombre de Alexei se atoró en su garganta y sintió las lágrimas picar en sus ojos en el momento justo en que Leandro acortó la distancia entre ellos lo suficiente para mezclar sus respiraciones.
—Si huyera contigo –murmuró Casey, cerrando los ojos, sus labios aún no se tocaban—, ¿a dónde iríamos, Leandro?
—Me da igual, con tal de que sea contigo.
Su voz le rozó la piel de los labios y calentó su cuerpo de forma tentadora, pero Casey no se movió para acabar con la distancia. Sus palabras eran hermosas, dulcísimas, Casey las habría consumido con gusto tiempo atrás, pero ahora no podía. Ella quería a otro chico, uno que probablemente estaba muerto. Sus labios temblaron y la chica se echó hacia atrás con el corazón acelerado.
Leandro tenía una expresión confundida y al mismo tiempo adolorida. Ella no quería hacerle daño, pero de pronto su mente se arremolinó con demasiados nubarrones de lluvia. Pidió una disculpa silenciosa y bajó del auto a prisa. Oyó a Leandro seguirla, pero corrió y no miró atrás. Salió de la cochera hacia el pasillo principal y subió los escalones de dos en dos hasta la habitación donde se había instalado momentáneamente.
Cerró el pestillo y recostó su espalda a la madera, deslizándose hasta caer sentada en el piso. Su pecho se agitó con los sollozos que pronto brotaron de sus ojos y le mojaron la cara. Abrazó la mochila contra sí misma y escondió su rostro.
Lloró hasta quedarse dormida allí, al pie de la puerta.
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