❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 40 ❦︎
40. Leandro Llinás.
Marzo 2018
Joshua Jennings estaba en shock. Seguía abrazando a la chica Capricornio, pero no tenía idea de dónde se encontraban, ya no había árboles a su alrededor y ni hablar de la lluvia: un fuerte sol los iluminaba desde su punto más alto. El claxon de un autobús lo hizo despertar sobresaltado y tiró de Casey hasta que estuvieron en la acera, ignorando los comentarios groseros del conductor sobre los jóvenes de hoy día. Sus ojos se movieron alrededor con curiosidad, repasando los edificios desconocidos, con balconcillos de barandas de metal, ropa tendida hacia la calle, los árboles aquí y allá junto a la calle, la pintoresca mezcla de autos viejos y nuevos, el humo y la gente.
Solo tenía una certeza: ya no estaba en el Zodiaco.
Se sintió observado por muchos ojos y sus mejillas se sonrojaron un poco cuando movió la vista alrededor para encontrarse a más de un transeúnte viéndolos por encima del hombro. No los culpaba, ambos estaban totalmente fuera de lugar allí. El cabello de Joshua estaba empapado y se le pegaba sobre la frente, metiéndosele en los ojos, su ropa estaba sucia de barro y húmeda por la lluvia. Movió su vista a su acompañante, que acaparaba mayor número de miradas. Casey se veía aún peor: sostenía la roca oscura contra su pecho, una de las mangas de su chaqueta estaba convertida en girones, las rodillas de sus vaqueros estaban tan raspadas que se notaba la piel, su cabello revuelto tenía un par de hojas enredadas, pero la mayor atención se la llevaba el corte transversal en su muslo derecho.
—Casey –murmuró Joshua, porque la chica seguía mirando hacia la nada. Cuando ella no respondió la tomó del brazo, le agitó un poco y ella pestañeó para volver a la realidad—. Casey, ¿qué ha pasado? ¿Dónde estamos?
La chica le miró, le pasó su mirada de arriba abajo sin decir nada, luego miró alrededor y por último a la piedra en sus manos.
—Casey –insistió Joshua y ella se apresuró a limpiarse los restos de lágrimas con la manga más intacta de su camisa, logrando quitarse un poco de churre de las mejillas—. Casey.
Ella le miró y frunció ligeramente el ceño antes de hablar en un susurro.
—Creo que la piedra nos ha traído aquí –se apegó a él, cuidándose de hablar bajo y asegurándose que no había nadie tan cerca como para oírlos—. No estoy segura, no sé cómo ha pasado. ¿Bien?
Él arrugó los labios y asintió.
—Tenemos que movernos antes de que alguien llame a la policía o a una ambulancia o lo que sea.
Casey aceptó y comenzó a andar con una leve cojera. Joshua le sostuvo del brazo para ayudarla y ella se dejó llevar hasta la parada de autobuses más cercana. Ocuparon el banco vacío y esperaron en silencio hasta que un transporte azul llegó y subieron. Casey se las arregló para fingir que pagaba, lanzando dentro de la alcancía uno de los botones de su chaqueta que había arrancado mientras esperaba. Caminaron hasta el fondo del autobús, que iba bastante vacío y Casey ocupó el lado de la ventana.
—No deberíamos llevar la piedra tan a la vista –dijo Joshua y Casey miró el cristal para luego asentir y meterlo dentro de su chaqueta, cerrando los botones para sostenerla contra su estómago porque los bolsillos eran muy pequeños.
La chica no parecía tener intenciones de hablar, pero Joshua estaba nervioso.
—¿A dónde vamos? –preguntó.
—No lo sé, espero que lejos del centro.
Se bajaron cerca del final de la línea, lejos del centro de la ciudad de la ciudad. Casey dirigió la marcha sin rumbo fijo, simplemente avanzando lejos de la avenida donde el autobús los había dejado. Joshua fue a su lado sin hablar, no había muchos humanos en aquellas aceras, parecía un barrio tranquilo. La chica finalmente se detuvo, observando un local del otro lado de la calle.
Su estómago rugió e hizo una mueca.
—No tienes dinero, ¿verdad? –preguntó hacia Joshua y él arrugó la nariz.
—Ni si quiera sé en qué país estamos o qué moneda utilizan. Y no creo que si tuviéramos billetes nuestros nos los aceptaran de todas formas. ¿Tienes hambre?
—Y necesito usar un baño.
—Podemos buscar un parque, puedes ir al baño donde nadie vea.
La chica le lanzó una mala mirada y Joshua se encogió de hombros. Ambos se volvieron a mirar el local cuando el sonido de la campanilla de la puerta llamó su atención. Un empleado del lugar salió, pasándose una mano por el cabello para revolverlo. Casey frunció el ceño, su corazón apretándose por un instante sin causa aparente. Entonces el chico alzó la cabeza desde el otro lado de la calle, con el celular en la oreja y sus ojos se tropezaron con los de ella.
—Leandro… –el nombre salió de su boca con un suspiro de alivio.
Leandro tenía el cabello castaño, dos tonos más oscuros que sus ojos escondidos tras unos bonitos anteojos de pasta negros, su nariz era un poco larga y su cara un poco delgada. Incluso desde el otro lado de la calle a ella no le costó reconocerlo y estuvo segura de que él la había reconocido a ella. O quizás solo la estaba mirando por lo inusual de su aspecto.
—¡Leandro! –le gritó y sin mirar hacia los lados cruzó la calle con pasos largos. Joshua saltó tras ella, por suerte no había ningún auto, pero la chica seguía teniendo una ligera dificultad para caminar. Sin embargo, Casey no se dejó atrapar y no se detuvo hasta estar frente al muchacho—. Leandro…
El chico se había quedado de piedra, con su boca ligeramente abierta y el celular aún en la oreja. Sus ojos pasaron sobre la chica, absorbiendo toda la imagen y reconociendo por último el rostro de la chica con una exclamación ahogada.
—¿Casey?
Ella hizo una pequeña sonrisa y él dejó salir una respiración sonora asombrada.
Casey había pensado un millón de veces en el momento en que finalmente conociera a Leandro Llinás, cuando finalmente viera sus ojos en persona y no a través de una pantalla. Lo había imaginado un millón de veces, pero nunca pensó que sería de esa forma. Algunos lo llamarían pura casualidad o una extraña coincidencia, pero Casey no. Ella no creía en el destino y tampoco creía que realmente las estrellas guiaran sus pasos, pero no podía ser una coincidencia que hubiera deseado bajar en la parada que lo hizo ni que sus pies la hubieran guiado hasta aquel café y no a cualquier otro. Casey prefirió pensar que tenía algo que ver con Ryvawonu, que de la misma forma que la había trasladado a aquella ciudad la había guiado hasta Leandro.
Fuera como fuese, Casey se alegraba de que él estuviera allí y por un momento la esperanza de no estar totalmente perdidos, solos, hambrientos y sin techos en el mundo humano, se albergó en ella. Luego, recordó la forma en que había dejado de hablar con Leandro y la sonrisa se tambaleó de su rostro.
—Casey –intervino Joshua, tirando de su manga—, ¿quién es él? Es un humano, ¿cómo puedes conocerlo? –inquirió el chico, claramente nervioso y desconfiado.
—Solo lo conozco, Joshua, y ahora mismo es nuestra única esperanza.
—¿Quién? –murmuró el humano, viéndola con confusión y bajando su celular—. ¿Yo?
Esperaron a Leandro en la salida lateral para empleados. El humano no tardó más de quince minutos en excusarse para tomar la tarde libre, dejar su uniforme, tomar sus cosas y salir con un par de sándwiches envueltos en una servilleta. Cuando se encontró con ellos primero les ofreció la comida y Casey agradeció antes de devorar la pequeña merienda en un tiempo increíblemente corto. Hasta Joshua la miró con extrañeza, pero ella solo sacudió las migajas de sus comisuras y volvió a agradecer a Leandro.
—Gracias, no tomo nada desde del desayuno y eso lo vomité.
El humano frunció el ceño y los miró de arriba abajo.
—¿Qué les pasó? –señaló el corte en la pierna de Casey—. ¿No debería verte eso un médico? ¿Estás bien, Casey? ¿Cómo llegaron aquí? ¿No se supone que vives en algo así como otra dimensión?
—Baja la voz –le pidió ella y Leandro se calló.
—¿Él lo sabe? –preguntó Joshua, que no había confiado lo suficiente para probar su sándwich—. ¿Le has dicho sobre el Zodiaco a un humano? –exclamó en voz baja abriendo mucho sus ojos hacia ella—. Casey Everson, eso es traición.
—¡No tenemos tiempo para eso, Joshua! –le dedicó una mirada enojada y luego se pasó una mano por el cabello antes de mirar a Leandro con gesto de súplica—. ¿Te molesta si hablamos en un lugar más privado? Donde no haya otros…
—¿Humanos? –sonrió un poco Leandro y ella afirmó con un movimiento de cabeza—. Claro, podemos ir a mi casa –se sacó del bolsillo las llaves de un auto—. Déjame ir por el auto, está a la vuelta de la esquina, mi jefe no me deja aparcarme en el frente, ¿está bien?
—Sí, te esperamos.
Cuando Leandro se alejó suficiente Joshua habló hacia ella con prisas y voz baja.
—¿Qué estás haciendo? ¿Confías en él? ¿Cómo sabes que no está con los malos?
Casey lo miró con un resoplido cansado.
—¿Siquiera sabemos quiénes son los malos? –preguntó, pero alzó su mano para mandarlo a callar antes de que hablara—. Me da igual, yo confío en Leandro, ¿sí? Y ahora mismo es o aceptar su ayuda o dormir en la calle. ¿Qué prefieres?
Joshua apretó los labios.
—De acuerdo, solo dime una cosa. ¿En serio confías en él?
El Lada azul del humano se aparcó en la acera y el chico se asomó por el asiendo el copiloto para llamarlos. Antes de andar hacia Leandro, sin quitar su vista del auto, Casey le respondió a Joshua.
—Sí.
Leandro Llinás había tenido un aburrido sábado, como la mayoría de sus sábados. Se había pasado la mañana trabajando para cubrir el turno de su mejor amigo. Contaba con que pasaría todo el día sirviendo cafés, pues después del turno de Martín tendría que hacer el suyo hasta las cuatro. Salió del local con la excusa de estar recibiendo una llamada importante de su padre cuando en realidad solo necesitaba un respiro y entonces encontró a Casey.
Seguía en shock cuando regresó al interior y le dijo a su jefe que su padre lo necesitaba en el hospital. Se sentía terrible de usar la enfermedad de su madre como excusa para huir, pero era lo único que funcionaba con aquel hombre que le dio la tarde libre.
Ahora conducía en silencio hacia su casa. De vez en cuando sus ojos iban hacia Casey en el asiento de copiloto y sus miradas se cruzaban. No tardaron más de quince minutos en detenerse frente a los muros de su residencia. El chico les pidió que esperaran mientras se bajaba a abrir el portón y luego regresó para guiar el auto dentro.
El humano vivía en una casa de jardín amplio, con un portal de granito tras dos escalones de entrada, un segundo piso y una pequeña piscina en el patio. Su bisabuelo había tenido un alto rango en el ejército que les consiguió aquella casa con más espacio del que su familia necesitaba. Había cuartos de sobra e incluso tres baños, cuando los Llinás solo necesitarían dos habitaciones y un baño pequeño. Si no fuera porque era la herencia de su familia la hubieran vendido y se hubieran mudado más cerca del centro de la ciudad. Además de grande la casa de Leandro estaba en un barrio residencial alejado al que solo llegaba una línea de autobuses, única razón por la cual él había sacado su licencia para manejar el Lada de la abuela Leticia.
—¿Estás seguro de que tus padres no…? –preguntó Casey mientras él movía la llave en la cerradura de la puerta principal. Hizo clic y Leandro le dedicó una sonrisa antes de abrir.
—Mi madre está internada en el hospital, leucemia, tuvo un bajón, le pasa a veces –se apresuró al ver el gesto preocupado de Casey—. No te preocupes, mi padre se está quedando con mis tíos para estar más cerca, comprenderás que esta casa está en el fin del mundo.
Ella miró alrededor, al amplio jardín, al alto muro, escuchó el silencio y se dio cuenta de que él tenía razón.
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