❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 37 ❦︎

37. La calma antes de la tormenta.

Marzo 2018

Suele suceder que cuándo esperas algo por mucho tiempo comienzas a pensar cómo será, cómo sucederá, hasta que sin darte cuenta te construyes una imagen mental que solo está destinada a ser destruida por la realidad, dejándote en pausa e incapaz de reaccionar como planeaste. Aquello no solo le sucedió a Casey y a Joshua, sino también a los otros muchachos que llevaban tanto tiempo como ellos viviendo con Cesare. Incluso le sucedió a Cesare Dante aquella mañana cuando inesperadamente el peligro llegó a su puerta.

Aquellos que no habían quedado encerrados dentro del árbol de hojas rojas, se habían quedado en el pequeño claro a sus afueras. El cielo anunciaba que la jornada terminaría pronto, deshaciéndose en una tormenta temprana de primavera. El viento soplaba una mezcla cálida y fría que hacía que Adalyn se restregara los brazos por encima de su chaleco. A su lado estaba sentado Marshall, ambos compartían un asiento sobre una roca mientras esperaban. 

Cesare Dante hablaba en susurros hacia el árbol, con su mano puesta en la madera, pero no había resultados, ninguno de ellos esperaba que eso diera resultado. No muy lejos de él se encontraban Ashton, fumando para calmar sus nervios y Alexei, con una expresión más tranquila intentando distraerlo. El resto de ellos estaba repartido alrededor. Nasha jugaba con la tierra, dibujando patrones con una ramita, mientras Janis a su lado inspeccionaba el cielo intentando adivinar si empezaría a llover pronto. Las gemelas estaban sentadas en silencio aburrido, Jules, Connor y Juliana eran los más cercamos a los árboles: el Aries mascaba una yerba y conversaba con los otros dos tranquilamente.

En aquella calma antes del aguacero, Adalyn miró alrededor por puro instinto, pero solo encontró las hojas de los árboles meneándose con una brisa repentina. Se le arremolinó parte del cabello en los ojos y lo sacó de en medio para apurarlo en una coleta. Entonces cayó la primera gota sobre la nariz de Marshall y pareció despertarlo de un largo letargo.

—Mierda, está lloviendo –dijo el Virgo, alzando la vista al cielo. 

Adalyn extendió una mano y notó varias gotas gruesas cayendo en su palma. El agua estaba fría.

—Ya hemos entrenado bajo la lluvia antes –dijo ella—. No creo que Cesare cancele nada…

El grito de advertencia provino de Juliana y puso los pelos de todos de punta. Adalyn tuvo que voltearse sobre sí misma para verla. La Libra se apartó de los árboles, señalando a algún lugar. A Adalyn le pareció percibir una figura entre los arbustos, pero con un parpadeo desapareció y ya no pudo encontrar nada más que el movimiento de la brisa.

—Había alguien ahí –dijo Juliana hacia todos, Jules le sostenía a medias—. Lo juro, había alguien.

Marshall se puso de pie y Adalyn movió su vista alrededor como mismo los otros lo hicieron, buscando algo. No había nada, pero la chica Tauro se quedó con una mala sensación en la piel y se puso de pie porque la ansiedad comenzaba a acumularse en su cuerpo.

—¡Allí! –señaló Connor y todos se voltearon para ver lo que él señalaba. La brisa movía las hojas de los árboles y Adalyn sentía las gotas pesadas caer en su cabeza, pero no fue el agua fría lo que la dejó congelada. En un pequeño mover del viento, un levantar de hojas, una figura se materializó, primero pies, después tronco y luego cabeza. 

—Un Libra –murmuró Marshall a su lado y Adalyn retrocedió un paso más cerca de él. 

Apareció otra figura desde los arbustos, una mujer se dejó caer desde un árbol y luego otro hombre, otra mujer. Las figuras aparecieron por todas partes a su alrededor. Adalyn se giraba cada vez que un siseo o un ruido de pisadas le avisaban de una nueva presencia. Su corazón se aceleró y se le cerró la garganta de los nervios. Pegó su espalda a la de Marshall y la mano del chico envolvió la suya en un gesto comprensivo y protector.

—Son Signos… –murmuró alguno de los chicos allí presentes, quietos mientras las figuras avanzaban hacia ellos. No fue hasta que estuvieron al borde del claro de Cesare Dante se volteó a verlas.

Eran al menos veinte personas, pero Cesare se detuvo en una sola de esas: una mujer de cabello negro y ojos castaños claros. Adalyn no tuvo que preguntarse mucho tiempo quién era ella, porque Cesare frunció el ceño y la llamó por su nombre.

—Karina Kovalevskaya.

—Cesare Dante –sonrió ella, avanzando varios pasos hasta entrar en el claro, cerca de las gemelas—. ¿Ahora trabajas de niñera?

—¿Ahora trabajas de asesina?

La pelinegra soltó una risa cantarina, demasiado dulce para pertenecer a alguien malvado.

—No soy una asesina.

—No, eres una traidora –dijo él, su rostro y voz calmados, pero Adalyn notó como apretaba sus manos en puños y la forma en que sus ojos brillaban. Se preguntó de qué se conocían aquellos dos y calculó que debían tener la misma edad.

—No soy una traidora, Cesare –dijo la mujer, sus ojos paseándose por los niños—. Todo está mal, siempre ha estado mal, yo solo estoy del lado de la gente que quiere arreglarlo.

El silencio cruzó entre ellos, moviendo las gotas de la llovizna con una brisa. Fue roto por la risa de Cesare Dante, una carcajada sincera le explotó en la garganta, haciendo que Karina frunciera el ceño con molestia y retrocediera un paso. Fue más que obvio que aquella no era la reacción que había esperado por parte de su viejo conocido, su rostro estaba convertido en una mueca de confusión.

—¿Mal? ¿Qué todo está mal? –preguntó Cesare, aun riendo, pero Adalyn no se perdió el movimiento de sus ojos para evaluar y quizás contar las figuras a su alrededor—. ¿Sabes qué? No me importa –se encogió de hombros, avanzando lentamente hacia la mujer que retrocedió dos pasos—. El bien y el mal son conceptos relativos. ¿Qué es lo que está mal? ¿Qué Daniel haya matado para llegar a dónde está?

Adalyn contuvo la respiración ante aquella declaración y Marshall le apretó la mano con sorpresa.

—¿O son las otras mentiras? Karina, por favor, tú no sabes ni la mitad –se carcajeó.

—¿Entonces por qué no…?

—Porque lo que tú haces tampoco es correcto –la cortó él, su risa volviéndose rápidamente un tono serio, sus ojos entrecerrándose hacia ella—. Además, mi lugar no está en este conflicto, ni con ningún mando, mi tiempo de luchar y elegir pasó hace mucho tiempo. Ahora solo quiero estar con Alicia.

Fue el turno de Karina de sonreír, burlona, mirando el árbol de hojas rojas.

—¿Alicia? –habló la pelinegra, cruzándose de brazos—. ¿Y cómo sabes que ella no ha tomado un lado ya en esta discusión? 

—¿De qué hablas?

Por toda respuesta Karina alzó una mano y todos siguieron la dirección señalada hacia arriba. En uno de los escasos balcones de la primera planta había gente. Adalyn tuvo que afinar la vista, la ligera llovizna no ayudaba. Su boca se abrió en una exclamación de sorpresa al mismo tiempo que Nasha gritaba.

—¡Son Casey y Joshua!

Las pocas personas que no habían alzado la vista lo hicieron para confirmarlo. 

—¡Casey! –gritó Adalyn.

—¡Adalyn! –gritó la chica de regreso.

Ella y Joshua estaban atrapados en un grupo de raíces, ambos removiéndose, incapaces de romperlas. Sus ojos se fijaron en Cesare, pero el hombre solo podía mirar a la tercera persona sobre el balconcillo: a la derecha de Casey. Un hombre alto de formas angulares y musculosas, pero no demasiado, debía estar en sus cuarenta tempranos, había algunas canas en su cabello castaño. La mandíbula de Cesare se apretó al verlo, pero el hombre solo sonrió.

—Espero que te alegres de verme vivo, Cesare.

—Gabriel –murmuró Cesare, su expresión rompiéndose—. ¿Cómo…?

—Pensé que te alegrarías de ver a un viejo amigo.

Cesare frunció el ceño, miró a los niños, luego a los intrusos y por último a Gabriel.

—¿Qué quieres?

—Me dueles, yo sí te he extrañado.

—¡Ve al grano, Gabriel, no tengo tiempo para estupideces!

Gabriel rio y se apoyó en la barandilla con una mano antes de alzar en la otra lo que parecía una piedra negra y brillante.

—Solo he venido a por esto y para tener una charla con aquellos que entrenas para enfrentarme.

Cesare se relamió los labios, su expresión pensativa, calculadora.

—Así que tú eres la razón de que Daniel haya decidido meter a estos niños en sus problemas –dijo y Gabriel sonrió, encogiéndose de hombros—. Solo tengo una pregunta más, si solo has venido a hablar, ¿para qué necesitabas la escolta? –señaló a las otras personas.

—Cesare, sabes muy bien que si hubiera venido solo ni siquiera me hubierais prestado oídos, se habrían limitado a atacarme, ¿no es así? Además, tenía la esperanza de que una vez que vierais otros Signos de mi lado Daniel no pudiera mentirles más ni seguir echándole la culpa únicamente a los humanos. ¿No es eso lo que les ha dicho? ¿Qué somos solo un grupo de humanos que quieren apropiarse de «Las Doce Piedras»? –rio.

—No hay mucha diferencia con lo que sois, ¿no? –preguntó Cesare y luego se hizo un silencio espeso y tenso. Adalyn no apartó los ojos de su mejor amiga en todo el momento, Casey estaba quieta, observando la piedra. Se preguntó por qué no se liberaba de las raíces, se preguntó si no tenía poder sobre aquel árbol específico o si había algún otro Capricornio controlándolo ya.

Miró alrededor, pero no le pareció ver a nadie interviniendo en el árbol y no había nadie más en el balconcito –hasta donde ella podía ver.

—¿Y si no queremos que te la lleves? –preguntó Cesare, finalmente cortando el silencio, su mirada feroz cruzándose con la de Gabriel que rápidamente se oscureció con seriedad.

—Para eso los tengo a ellos –señaló con su cabeza a Casey y a Joshua.

La chica se quejó adolorida cuando las raíces se apretaron a su alrededor. Alexei se tensó, Adalyn gritó por ella, Marshall tuvo que sostenerla para que no echara a correr hacia el árbol. Cesare alzó una mano para mandarla a callar y la chica Tauro apretó los dientes.

—Bájalos –le ordenó a Gabriel—. Bájalos y conversemos aquí. Déjalos libres y te dejaré ir.

Casey abrió la boca como si quisiera objetar, pero las raíces la amordazaron y la chica se vio obligada a llorar en un silencio ahogado. Gabriel Guillory se lo pensó por un momento, miraba a Cesare con desconfianza. Finalmente terminó por darse vuelta y entrar en el árbol, los chicos se movieron tras de él y todos los perdieron de vista.

—¡Está loco! –exclamó Connor—. ¡No podemos entregarle la piedra! 

Cesare lo ignoró, cerrando sus ojos y esperando.

—¡Si no le dejamos ir con la piedra le hará daño a Casey y a Joshua! –contrapuso Adalyn, removiéndose en el agarre de Marshall que la abrazaba desde la espalda.

—¡Este es el momento para el que hemos estado entrenando! –discutió Amelia.

—¡Debemos pelear! –gritó Jules.

—¡No estamos listos! –negó Janis.

—¡Pero tienen a Joshua!

—¡No puede llevarse la piedra! 

—¡Cállense! –los detuvo Cesare Dante cuando los chicos empezaron a discutir. Abrió sus ojos y pasó su mirada por cada uno de ellos—. Cállense.

Adalyn apretó los labios, pero se quedó quieta, obedeciendo la orden. Le latía con fuerza el corazón, las emociones nublando a medias su mente. Ella no era como Casey, ella no podía pensar fríamente sobre las cosas, era algo que le envidiaba. No, su mejor amiga estaba en peligro y era todo lo que podía pensar. No veía la imagen desde lejos, no podía analizarlo como analizaría algo en clases. ¿Quién iba a culparla? Sintió las lágrimas en la garganta y Marshall la soltó al sentirla tranquila.

Su corazón le decía que no obedeciera a Cesare, que le gritara, que le reclamara, que hiciera algo para que su amiga no saliera herida. ¿Pero qué podía hacer? Había estado entrenando por semanas sin saber exactamente para qué y ahora que finalmente había llegado el momento, era como si hubiera olvidado ese tiempo y solo fuera una adolescente asustada en medio del bosque bajo una llovizna ligera.

Se oyó un trueno cercano.

—Hagan caso de lo que dice su niñera –habló la pelinegra, Karina—. Solo son unos niños asustados, no podrían enfrentarse a nosotros.

Adalyn apretó sus manos en puños, dio un paso en dirección de la mujer, pero la mirada de Cesare la detuvo. El hombre la observó directamente a los ojos y Adalyn se detuvo, oyendo la risa de aquella mujer. Más, su atención volvió a moverse rápidamente cuando la entrada del árbol se abrió y dejó que Gabriel Guillory saliera al exterior, Casey y Joshua fueron depositados a sus lados, liberados de las raíces. 

Por un momento todo estuvo en calma, nadie se movió. Hubo un resplandor y luego un trueno. Adalyn y Casey cruzaron sus miradas, la Capricornio negó cuando vio a su amiga intentar dar un paso. Entonces Cesare sonrió ligeramente hacia su viejo amigo.

—Me alegra mucho que estés vivo, Gabriel –dijo y el otro apretó ligeramente el ceño, lo conocía—. Pero he cambiado de idea, no puedo dejar que te la lleves. 

Entonces, por primera vez en las cinco semanas que llevaban allí, vieron a Cesare Dante, hijo de la casa de Escorpio, usar su poder.

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