❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 27 ❦︎

27. El año del Dragón

Agosto 2008

John Everson había sido un hombre enigmático, su figura alta de mayor se volvió imponente, sus manos eran nudosas y su rostro arrugado nunca pareció demasiado mayor. Llevaba gafas rectas de marco metálico y el cabello más blanco en las sientes y gris en el resto de la cabeza. Era un hombre de sonrisas fáciles, risas alegres y ánimo humorístico. Pero sobre todo era un hombre lleno de historias.

—El Dragón reina sobre todos los animales del mundo –le dijo una vez a Casey, cuando aún era pequeña y se acurrucaba con él en la cama antes de dormir—. Vuela, nada, anda, respira fuego, domina cada uno de los elementos. 

John se había estirado hacia la mesita y tomando su viejo cuaderno de tapa llena de estrellas. Lo había abierto en una página al azar y allí, con una pluma que siempre llevaba en el bolsillo, dibujó un dragón algo deforme pero que sacó una sonrisa a la niña.

—Es uno de los animales más antiguos, es casi anterior al tiempo, así que está lleno de sabiduría. Sabiduría profunda para entender en un nivel que los otros no comprenden las cosas que suceden alrededor –dijo, entregando el cuaderno a su nieta para que ella terminara de dar sus toques al dragón—. Su vejez lo ha hecho duro por fuera, fuerte, resistente. Su piel es tan gruesa que casi nada puede atravesarla.

—Como de piedra.

—Como de piedra –concordó él con la niña—. Pero no es de piedra y por dentro su corazón es dulce y apacible. Duerme en el campo, disfruta de la belleza del sol, de la luz de la luna y el susurro de las olas. Le gusta sentir el aire, ser libre y volar a donde le señalen las nubes.

—¿Los dragones existen de verdad? ¿O solo me estás contando esto para que duerma?

—Existieron. Hace mucho tiempo, es por ellos y su magnificencia que tu año es el Año del Dragón. Tú y el resto de los niños de tu clase son sus herederos, Casey, de su virtud y poder. 

—Me estás contando esto porque mamá te dijo que discutí con Alexei.

John sonrió hacia la niña.

—Puede, ahora escucha.

Casey suspiró y se resignó a prestar atención.

—La llama eterna corre por el dragón, la vida florece a su paso, los vientos se rigen por su aliento y todos los ríos fluyen con la dirección de su vuelo –siguió fantaseando—. Y si tú y los demás chicos aprenden eso, si lo comprenden, serán Dragones, Quimeras, Dioses del Zodiaco. 

—La discusión no fue nada…

—Casey, por tus venas y las de ellos corre el poder de las estrellas, el mismo poder. Y eso los une, los unirá siempre, los quieras o no –dijo, poniéndose serio—. No importa lo que pase esos serán los chicos que conocerás toda tu vida, aquellos con los que compartirás recuerdos cuando llegues a mi edad.

—Pero los odio –arrugó los labios ella, pensando más que nada en el Escorpio con quien había tenido una pequeña pelea esa misma tarde.

—Tú no sabes lo que es el odio, Casey –sonrió el abuelo, apartándole el cabello del rostro y besando su frente—. No se odian, sino que no se entienden y por eso les cuesta ser amigos.

—Yo no quiero ser su amiga.

—La vida los ha unido por alguna razón, Casey. No pudiste elegirlos, pero piensa que puedes elegir como actuar con ellos, como vivir con ellos. ¿Prefieres odiarlos o llevarte bien con ellos? –preguntó, pero ella no respondió—. Además, los Signos Dragón deben proteger el Zodiaco, ¿si siempre se están peleando como lo vais a conseguir? ¿Eh?

—¿Tengo que unirme a los Signos de Seguridad? –preguntó ella, mirándolo con alarma y él rio.

—No, Casey, las armas no son el único modo de defender el Zodiaco.

—¿Nuestros poderes?

Él negó, dio un golpe en su nariz y se levantó.

—Ya lo descubrirás –dijo, acomodándole las sábanas—. Y ahora a dormir y nada de volver a pelear con Alexei Lyov.






Enero 2018

El Centro de Seguridad estaba en el centro de la ciudad, ocupando toda una manzana en medio del tráfico. El autobús dejó a Casey frente al edificio: el frente era amplio hacia los lados y en el centro se alzaba la torre que rozaba las nubes. Acorde con el resto de las construcciones de la ciudad: vertiginosas, en busca de las estrellas, el Centro de Seguridad tenía al menos cien pisos de paredes de cristal reflejando el sol matutino.

Casey cruzó la calle tan pronto el semáforo del paso de cebra cambió a verde. Para las siete y media de la mañana había bastante gente andando alrededor. Caminó con la vista arriba, tratando de abarcar la totalidad de la torre donde se decidían las estrategias de protección de toda la Comunidad. Las puertas de la entrada se abrieron automáticamente para ella y de pronto Casey se encontró en una recepción amplia con pisos pulidos similares a espejos y lucecitas blancas estratégicamente colocadas en el techo. Notó un par de cámaras de seguridad y un hombre que hacía guardia tras un mostrador de granito a su derecha.

—Necesita un pase para entrar, señorita, hoy no es día de visitas –le dijo aquel hombre. 

—Ah… –Casey palpó su abrigo y sacó la carta de uno de los bolsillos, mostrándole el sello lacrado. El guardia lo observó un segundo y asintió hacia un compañero que se encontraba de pie unos metros más allá en la recepción. La recepcionista ni siquiera se inmutó con su presencia, su escritorio situado en el centro la mantenía ocupada en el teléfono.

—Acompáñeme, señorita, la llevaré a donde la esperan –habló el segundo hombre con una ligera sonrisa amable. Casey asintió, siguiéndolo. 

Fue encaminada por un pasillo con el piso tan reluciente como la recepción. Las paredes de esta parte eran de madera oscura y de vez en cuando saltaba alguna planta con hojas similares a las palmeras o un cuadro pacífico. El guardia se detuvo en una puerta doble y le abrió para ella, haciéndole un gesto para invitarla a entrar. Con un murmullo agradecido Casey se coló dentro del salón y sintió la puerta cerrarse tras ella. 

Inmediatamente se encontró rodeada de miradas conocidas.

—Casey –llamó Adalyn, su rostro alegrándose de verla.

Se encontraba en lo que parecía una sala de conferencias pequeña, con sillas dispuestas frente a un espacio vacío con trece sillas mucho más cómodas enfrentadas a ellos. Entre las sillas estaban casi todos sus compañeros. Casey se acercó a Adalyn y Marshall, sentándose con ellos e inmediatamente perdiendo la atención del resto.

—¿Crees que todos vengan? –preguntó Adalyn y ella volvió a pasar una mirada por alrededor.

—Ya están casi todos –murmuró—. Solo faltan…

—Nasha y Janis –completó Marshall, señalándolas cuando ellas hicieron entrada.

—Entonces todos vinieron.

Casey apretó los labios y asintió, mirando a Adalyn.

—¿Estás bien?

La chica Tauro sonrió, tomando la mano de su amiga.

—Sí, obvio sí, Casey. Es Marshall quien está más alterado.

—¡No estoy alterado!

—No, estás completamente emocionado de que Los Doce te estén dando tarea.

—Deberías considerarlo un honor…

La boca del Virgo se cerró cuando una puerta se abrió en la parte delantera de la sala y los tan famosos Doce hicieron acto de presencia detrás de nada más y nada menos que Daniel Hunter. La cara de Marshall podría haber sido enmarcada como digna de un museo, la emoción y la incredulidad de encontrarse frente a ellos. Fue él el primero en ponerse de pie, aunque en seguida el resto del año del Dragón hizo el mismo gesto en señal de respeto.

—Gracias –habló el Jefe del Zodiaco, quedándose de pie mientras el Consejo tomaba asiento—, pueden sentarse, por favor, no esperamos que estén de pie todo el rato –bromeó, consiguiendo aliviar los ánimos de algunos.

Cuando todos se hubieron sentado Daniel Hunter también ocupó su asiento en medio del Consejo. Los Doce nunca salían en la televisión, pero todos conocían sus nombres. Casey pasó sus ojos por ellos con la misma curiosidad que los otros doce adolescentes en la sala. Los miembros más destacados de cada Casa, los ancianos que hablaban en nombre de los demás, aquellos que representaban los estándares más altos de cada Signo del Zodiaco, estaban sentados frente a ellos con disímiles expresiones: tranquilas, preocupadas, sonrientes, agrias.

Se habían acomodado de derecha a izquierda en el mismo orden que las casas se acomodaban al año. Casey Everson fue asociando cada cara a un nombre, cada nombre a una Casa, cada Casa a una voz dirigida hacia ellos. Mack Wheeler era un hombre de rostro duro y piel oscura, se imponía con solo pasar una mirada sobre su audiencia y hablaba por Aries. A su derecha se sentaba Ximena Rodríguez, con su sonrisa ligera su aspecto maternal, miraba especialmente a Adalyn, hija de su misma Casa. Le seguía James Dawson con una expresión difícil de leer murmurando con su vecino de Cáncer Richard Davis. La representante de Leo jugaba con lo que parecía un pin entre sus dedos regordetes, a Casey le costó recordar que se llamaba Mitsuyo Nakamura. Con rostros silenciosos le seguían en el mismo orden de las casas: Jan De Brigard, María Torres y Fabiana Lima. El miembro más joven de Los Doce era el representante de Sagitario, con cuarenta y siete años, Adam Stone, parecía bastante adaptado ya a su cargo, a juzgar por su expresión confiada. Casey apenas pasó su vista sobre Sebastián Arteaga, que llevaba ya buena parte de su vida dirigiendo a los Capricornio con rostro estoico pero sereno. El Consejo lo cerraban las representantes de Acuario y Piscis: Ann Winston y Gwenn Hayle. 

—Nos alegra que todos hallan venido –comenzó María Torres.

—Si alguno quiere retirarse, todavía está a tiempo –intervino Mack Wheeler, con su voz gruesa.

—A nadie se le reprochará si sale ahora de la sala –aseguró Adam Stone.

Hubo un silencio y Casey compartió una mirada con sus amigos, luego volvió la vista hacia los ojos azules que la miraban desde el otro lado de la sala, vio también a Ashton e incluso sus ojos chocaron con los de Jules. La atmósfera se mantuvo nerviosa, eléctrica y llena de expectativas. Cada uno de llos esperaba que otro alguien de la sala se levantara y saliera. Casey, por ejemplo, no creía que Nasha Unda realmente quisiera quedarse. Más, cuando ninguno de los niños del año del Dragón se puso en pie o salió o dio el mínimo indicio de querer irse, Mitsuyo Nakamura sonrió y Daniel Hunter habló:

—Entonces, si estáis seguros, les contaremos lo que sucederá a continuación.






Mientras aquellos trece adolescentes escuchaban explicaciones y alabanzas, el hombre que tendría que recibirlos horas después, estaba a kilómetros de distancia, apoyado en la alta barandilla construida con las mismas hebras de madera que hacían el árbol que le servía de casa. Cesare Dante mantenía su vista fija en el horizonte, más allá de las copas de verdes tímidos y aún opacos por el frío, más allá de las montañas, más allá. 

—Debería haberle dicho que no –habló para el aire, acariciando las hebras de madera bajo sus dedos—. Daniel no debería estar metiendo a esos chicos en esto y lo sabes. Ni debería estarme metiendo a mí en sus asuntos políticos.

Un susurro del viento le respondió y él soltó una risa.

—No me dirás que en serio te crees eso de los humanos atacando –resopló, lanzando una mirada a la rama que sobresalía a su izquierda. Nadie hubiera percibido el movimiento de sus hojas rojas—. No, no me lo creo. Las pocas veces que un grupo de humanos se han infiltrado en nuestro mundo, ¿cuándo han sido capaces de ocultarlo? 

Viento entre la copa de los árboles y él sacudiendo la cabeza y caminando lejos de la barandilla.

—¡Venga! ¡Hay algo que apesta en todo esto! Conozco a Daniel mejor de lo que me conozco a mí mismo, Alicia. Crecimos juntos, tú también deberías conocerlo –dijo, caminando entre los diminutos bonsáis que ocupaban sus horas—. Tú lo viste cuando vino, estoy seguro de que no lo está contando todo. Hay algo que cree que le conviene esconderme y probablemente también se lo está escondiendo a esos niños.

Se sentó en un pequeño banco, alcanzando unas tijeras para comenzar su paciente trabajo de todos los días.

—Sí, son niños, no hay quien me convenza de lo contrario –como si hubiera recibido una réplica se irguió con el ceño fruncido—. ¿Nosotros teníamos su edad cuando nos enfrentamos a nuestra propia leyenda del año del Dragón? ¡Éramos una banda de estúpidos! ¡Mira lo bien que nos salió!

Batió las tijeras en el aire.

—La mitad de nuestro año murió, la otra mitad perdió toda posibilidad de vivir cómo quería, al único que parece que le fue bien es a Daniel Hunter, porque él siempre supo sacar lo mejor de cada situación y a Olivia porque esa mujer siempre tuvo la suerte en su familia.

Puso las tijeras en su sitio, suspirando.

—No quiero discutir contigo, Alicia –murmuró, sus ojos viajando a lo largo de las ramas y las hojas que lo rodeaban—. No, venga, no te enojes. Alicia…

No tuvo respuesta y cerró sus ojos con los labios ligeramente apretados en expresión nostálgica.

—No debería, pero he aceptado y no pienso echarme atrás con lo de ayudar a esos muchachos –dijo—. Al menos puedo ayudarlos a que tengan mejor chance que nosotros.

Subió sus párpados y volvió a repasar el árbol. 

—¿Estarás mucho tiempo enojada conmigo? Porque nuestros invitados llegarán esta noche.

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