❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 22 ❦︎
23. Es un buen momento para confesar
Enero 2018
Cuando el Director S. Williams llegó al gimnasio, ya había allí varios profesores y muchos alumnos. Su oficina estaba en lo más alejado de la institución y él no era una persona atlética. Atravesó la multitud de estudiantes mirones en las puertas y se encontró con los dos profesores de primer curso que se habían encargado de no dejar que nadie entrase.
—Todo el mundo de vuelta a sus salones –ordenó él con voz autoritaria, lanzando una mirada a los de primera fila que pronto se encogieron ante sus ojos—. ¡Ahora! ¡Quien no esté en su salón recibirá dos horas de castigo!
Fue suficiente amenaza para que los mirones se fueran.
—Profesores Gill y Martínez, por favor, asegúrense de que no haya estudiantes por los pasillos y todos estén en sus salones –dijo a los dos que hasta el momento lo habían retenido y luego se volteó hacia su secretaria que lo había seguido trabajosamente corriendo con sus tacones—. Señorita Lee regrese a la oficina, llame a la policía y a urgencias y luego comience a llamar a los padres de primer año para que pasen a por ellos; los de segundo podrán retirarse a casa ordenadamente igual que los de último curso, una vez que yo regrese a la oficina. ¿Bien?
Los tres se pusieron en marcha y él apresuró su paso por el pequeño pasillo entre las dos gradas hasta la cancha de futbol sala que conformaba el cuerpo del gimnasio escolar. Sus ojos se abrieron mucho al ver al entrenador Ricardo, un hombre de constitución corpulenta y fuerte, con la cara contorsionada por el dolor. Todavía estaba vivo, con dos balas en el cuerpo y una en el muslo, pero vivo. La enfermera Kate, una mujer de mediana edad y estatura baja con rostro amigable, estaba a su lado en el suelo, arrodillada y tratando de calmarlo con palabras dulces. Junto a ella el director encontró a una estudiante de último curso que alzó la vista hacia él tan pronto sus pisadas tocaron la cancha.
Adalyn Delauney presionaba las heridas del herido para contener el sangrado, quizás porque fue de las primeras en llegar y sus instintos reaccionaron rápido. La chica lucía asustada, el director notó la forma en que sus hombros temblaban y sus ojos lo miraban con un silencioso pedido de ayuda. Era una niña, no se suponía que sus manos estuvieran así de rojas con la sangre de un hombre.
El Director S. Williams miró al resto de las personas en aquel lugar. Otros cuatro chicos de último año a los cuales tuvo que mirar una sola vez para reconocer: Alexei Lyov sostenía a Casey Everson con expresión preocupada y ella se dejaba sostener, con sus piernas temblorosas y su expresión asqueada; Ashton Weiss estaba cerca de la pareja, pero más alejado de la escena, como si hubiera llegado el último de los cinco, inmóvil con los ojos fijos sobre el cuerpo, probablemente sin escuchar una palabra de lo que el profesor Hiroshi le decía; por último estaba Marshall O´Callaghan que intentaba explicar en susurros nerviosos lo que había sucedido a la profesora Eloise.
Pobres muchachos.
—Señora Kate –habló el director, su voz recogiendo toda la calma y autoridad que podía tener—, ¿cree que pueda trasladarse al profesor Hernández a la enfermería?
La enfermera lo miro con una seriedad que dejaba traslucir la gravedad del asunto.
—Sí, pero yo sola no puedo.
El director miró al profesor Hiroshi y a los otros dos muchachos que parecían menos en shock. Bien, si ya estaban ahí no había nada que hacer, lo mejor era que ayudaran.
—Profesor Takeshido, usted y el joven Lyov ayuden a la enfermera a trasladar al entrenador hacia la enfermería.
—Director… –comenzó a protestar el Escorpio joven, pero él lo cortó con voz autoritaria.
—Ahora, Lyov, deje a su amiga en el banquillo y estará bien.
El Escorpio apretó la mandíbula, pero tuvo que obedecer. Casey mantuvo su expresión perdida mientras era sentada en el banquillo y Alexei se alejaba en busca de la camilla que usaban para transportar a lesionados en el juego hacia la enfermería. Pronto él y el profesor Hiroshi bajo las ordenes de la enfermera estuvieron acostando allí al herido.
—O´Callaghan, usted parece el más calmado, vaya a avisar a los otros profesores, dígales que deben mantener a los estudiantes en sus salones hasta que yo avise de lo opuesto –ordenó y el chico dio un rápido asentimiento y una última mirada a Adalyn antes de echar a correr de regreso al edificio principal—. Profesora Saye –el hombre se acercó a ella y bajó la voz—, ¿me puede decir que ha pasado?
—Hemos oído los disparos y hemos venido en seguida, pero los chicos se nos han adelantado. Cuando llegamos aquí Delauney ya estaba atendiendo al entrenador, Everson parecía apunto de desmayarse y Weiss acababa de entrar. Según Marshall O´Callaghan él y sus amigos estaban en el invernadero, por eso fueron los primeros en llegar.
—Entiendo –su mirada se posó con preocupación en Adalyn y los otros dos que quedaron en el lugar cuando se sacó al entrenador de allí. Se acercó a los tres, que se habían sentado en el banquillo y se dirigió a ellos—. ¿Pueden explicarme qué han visto al entrar?
Casey Everson tenía su vista en el suelo y el director no estaba esperando que ella respondiese, así que pasó su vista por los otros dos. Adalyn Delauney tenía las manos manchadas de sangre y se aferraba a su abrigo sin importar mancharlo; Ashton Weiss estaba sentado entre ellas y fue el primero en hablar.
—Yo estaba en el patio, señor Williams –explicó—, cuando entré ya ellos estaban aquí. Los había visto entrar corriendo y los seguí sin saber qué estaba pasando.
—Casey fue la primera en llegar –siguió Adalyn, sus ojos llenándose de lágrimas—, ella se acercó al entrenador, pero no mucho. Él le estaba diciendo algo, pero luego dejó de hablar cuando le pedí que guardara sus fuerzas. Pa-asé un curso de primeros auxilios… y aprendí que lo primero es presionar la herida, para parar la hemorragia. Estaba nerviosa, pero él me necesitaba, Casey estaba congelada… había más gente llegando al lugar, pero los profesores llegaron y no dejaron que nadie más entrara… lue-ego llegó la enfermera y fui a apartarme del cuerpo, pero ella me dijo que no lo hiciera aún…
—Está bien, Delauney, ha hecho bien –la consoló el director y ella asintió con prisa, limpiándose las lágrimas con la muñeca, sus dedos apenas rozándole la mejilla dejaron un ligero rastro de sangre—. Por favor, acompañe a la profesora Saye de regreso al edificio principal, lávese y luego esperen en mi oficina. La policía necesitará sus declaraciones también.
La profesora Saye tomó a la chica del brazo para ayudarla a ponerse de pie. Adalyn lanzó una mirada a su mejor amiga que de pronto hizo un ruido asqueado y se llevó la mano a la boca.
—¿Está bien? –preguntó el director hacia ella—. Everson, responda.
—Creo que quiere vomitar, señor –intervino Ashton, poniendo una mano en la espalda de su amiga.
—¡Vaya al baño ahora mismo! –exclamó el director, señalando las puertas que quedaban cruzando la cancha. Con otro ruido y un temblor Casey se puso de pie y avanzó con prisas en aquella dirección—. Acompáñela, señor Weiss. Profesora, saque a la joven Delauney de aquí ya.
Saye obedeció, aunque Adalyn quiso ir a ayudar a Casey, fue Ashton quien se levantó en su búsqueda. El director se quedó solo en el gimnasio, mirando todo el lugar por un instante. Sería un terrible escándalo. Como si la gente hubiera olvidado ya el incidente del tiroteo ahora tenía un verdadero herido. Se pasó las manos por su escaso cabello y en ese instante entró y se acercó el profesor Hiroshi.
—Director, la ambulancia está en cambio y la enfermera está haciendo todo lo que puede mientras.
Él asintió y puso una mano en el hombro de su colega.
—Gracias, debo regresar a mi oficina, creo que me tocará hablar con muchos padres y atender a la policía. ¿Puede usted quedarse aquí? –señaló el baño—. Ashton Weiss está ayudando a su compañera con un pequeño caso de vómito. ¿Puede asegurarse que cuando termine se dirijan a mi oficina?
—Sí, claro, iré con ellos ahora mismo.
—Gracias.
Casey Everson vomitó todo su almuerzo y probablemente su desayuno. Inclinada sobre el retrete lo dejó salir todo fuera. Las lágrimas emborronaban su visión y le temblaban los hombros. Era ligeramente consciente de que Ashton le sostenía el cabello y le susurraba que todo estaba bien. Ella no lo escuchaba, lloraba y temblaba con un único pensamiento repitiéndose en su cabeza.
«Humanos… Traidor…», eso le había dicho el entrenador antes de que Adalyn interviniera.
—¿Ya? ¿Estás mejor? –preguntó Ashton cuando ella se echó hacia atrás, limpiándose la comisura con la manga—. Hey, Casey, ¿me escuchas?
—Si… –murmuró ella bajito, echándose hacia tras y dejando que Ashton la sacara del cubículo. Fue entonces que notó que había entrado en el baño de caballeros y no el de las damas. Con razón todo olía tan mal, o quizás solo ella apestaba a vómito.
Se soltó de Ashton y se acercó a los lavabos, abriendo el grifo y lavándose con prisa las manos y el rostro. El Leo se apoyó en la encimera junto a ella, viéndola con preocupación.
—¿Estás bien?
—¿Tú qué crees, Ashton?
Él negó y apartó su vista hasta el lugar donde sus ojos quedaron curiosos.
—¿Alguien se ha duchado aquí antes de que sucediera? –preguntó de la nada y Casey alzó la cabeza para verlo señalar el espejo y las duchas. El cristal con su reflejo estaba empañado y en ese momento notó que flotaba el vapor en la habitación, como si alguien se hubiera duchado con agua caliente. La muchacha se volteó hacia las duchas.
Los baños del gimnasio eran amplios, con una mitad llena de taquillas para guardar tus cosas y sacar su ropa de deportes, una fila de cinco cubículos y una de duchas. Las duchas compartidas tenían una pared de cristal polarizado dividiéndolas del resto de la habitación. Aquel cristal también estaba más empañado que de costumbre.
Casey cerró el grifo y avanzó hacia las duchas, olisqueando. No había champú o jabón flotando en el aire, encontró las pestes acostumbradas de los cubículos, pero además un olor metálico. Arrugando la nariz y oyendo a Ashton seguirla se asomó por la entrada de las duchas para ver. Sus ojos se ampliaron al descubrirlo.
Las cinco regaderas eran iguales, sobresaliendo apenas de las baldosas con un cuello delgado y terminado en un redondel de agujeros gruesos. A la luz fría del techo que iluminaba el blanco azulado del que estaban compuesto todas las paredes y el suelo, Casey observó la tercera de aquellas duchas. Bueno, lo que quedaba de ella. El metal había sido derretido, probablemente aquella fuera la razón del vapor flotando en el aire, debió necesitarse mucho calor para hacer algo así: para que la regadera se hubiera convertido en una masa amorfa manchando la pared y las baldosas del suelo.
—¿Qué ha pasado aquí…? –murmuró Ashton—. Esa ducha nunca ha funcionado, pero…
Casey se volteó hacia él.
—El traidor es un Signo de Fuego –dijo y él la miró confundida.
—¿De qué hablas?
Era el mejor momento para contarle, Casey necesitaba contarle, pero no lo hizo, porque en ese momento entró el profesor Hiroshi, buscándolos. Vio la ducha, preguntó qué había pasado y ellos alegaron que la habían encontrado así. Ella dio un vistazo a Ashton y él pareció entenderlo, porque no dijo lo que ella le había comentado. Sin más el profesor Hiroshi los acompañó fuera del gimnasio, donde ya un par de hombres de Seguridad entraban, y los acompañó hacia la oficina del director, atravesando los pasillos donde más oficiales caminaban en diferentes tareas.
Antes del despacho del Director S. Williams había un pequeño pasillo con un largo banco pegado a la pared frente al escritorio de la señorita Lee. La secretaria ya no estaba allí, había ido a atender a los padres de los estudiantes que llegaban alterados y buscando respuestas. En el banco estaban sentado los cinco muchachos que habían tenido una vista del herido en la cancha. Casey estaba junto a Adalyn, con la cabeza apoyada en la pared detrás de ella y su mejor amiga recostada en su hombro. La chica ya se había lavado y la secretaria le había prestado el abrigo rosa que llevaba ahora. A la derecha de la Tauro estaba Marshall, que sujetaba la mano de su amiga. Junto a él, Ashton, inclinado hacia adelante con los codos en las rodillas y luego Alexei, mirando su celular.
A cada uno lo habían llamado de forma individual a la oficina para dar su propia versión de los hechos y ahora solamente les habían pedido esperar ahí. Un oficial de Seguridad con su uniforme blanco y el símbolo circular con un único triángulo dentro sobre su pecho los vigilaba desde el asiento de la señorita Lee. Casey trató de cerrar el tiempo y solo esperar, pero su mente corría, lleno de hipótesis y casi seguridades. Era la segunda vez que atacaban la escuela, que él, Gabriel Guillory atacaba la escuela. Su padre había dicho que debió ser para llamar la atención, pero ahora Casey sabía que aquella había sido una intensión secundaria.
Gabriel Guillory estaba detrás de las piedras, no la había conseguido la primera vez, quizás por haber perdido el tiempo con los niños. Había regresado para un segundo intento más arriesgado, esta vez siendo silencioso, yendo directamente sin importar crear distracciones. Casey no dudaba que hubiera una de «Las Doce Piedras» dentro de aquella regadera que nunca funcionó, había sido la única cosa destruida, la única víctima además del entrenador. La pregunta era cómo sabía Gabriel Guillory que exactamente ahí había una piedra escondida. ¿Cuál era? ¿Cómo se había escapado sin que nadie lo viese? O quizás si lo habían visto, solo que no ella ni ninguno de sus amigos.
La policía sabría, ellos debían haber entrevistado a cada uno de los estudiantes.
—Señor Hunter –el oficial se puso de pie con un saludo militar cuando un hombre de traje azul oscuro apareció en el pasillo, sacudiéndose los brazos. Casey abrió los ojos y Adalyn alzó la cabeza, todos los muchachos miraron al hombre.
—Muchachos –saludó el Jefe del Zodiaco, haciendo un gesto hacia la oficina del director—, ¿les importa concederme un único minuto y luego podrán irse a casa?
Ninguno de ellos iba a decirle que no.
El despacho del Director Williams era amplio, con una ancha ventana con vista al frente de la escuela, las paredes cubiertas de libreros, estanterías, diplomas, fotografías de equipos y años graduados. Frente al buró había cuatro butacas: las dos de vinil rojo que siempre habían estado en esa posición y dos que habían estado junto a la pared y el hombre de Seguridad había movido para ellos. El Jefe del Zodiaco les indicó que se sentaran y él se acomodó en el asiento giratorio del director.
—He sido informado de sus nombres, pero si no les molesta decírmelos sería de mucha ayuda para identificar rostros con apellidos –empezó Daniel Hunter con una sonrisa que pretendía ser tranquilizadora y las manos cruzadas sobre la madera.
—Yo soy Marshall O´Callaghan, ellas son Casey Everson y Adalyn Delauney y ellos…
—Alexei Lyov.
—Y tú debes ser Ashton Weis –terminó el señor Hunter, mirando al Leo—. Sí, tienes un aire a tu padre –comentó y Casey notó la forma en que el chico se tensaba—. Quiero que me cuenten todo lo que han visto, oído o sepan.
—Ya le hemos contado todo a los oficiales, señor Hunter… –murmuró Adalyn, apretándose las manos en el regazo.
La autoridad máxima frente a ellos se irguió en su silla, mirándolos con seriedad. Casey no podía recordar haber visto nunca antes en persona al líder del Zodiaco. Un par de veces lo había oído dar felicitaciones en año nuevo por la televisión o hacer todo tipo de comunicados o declaraciones públicas; nunca pensó que lo tendría frente a ella mirándola con intensidad.
—De acuerdo, entonces solo voy a preguntarles algo más –dijo—. ¿Vieron a alguien que pareciera sospechoso? ¿Vieron a alguien salir del gimnasio o algo?
Adalyn frunció el ceño.
—No –respondió Marshall.
—Cuando entramos ya no había nadie ahí –confirmó Alexei.
—¿Quién fue el primero en llegar?
Los otros cuatro miraron a Casey que se sonrojó al ser el centro de atención y frunció ligeramente el ceño. El hombre se dirigió a ella de forma directa.
—¿Qué pasó cuando llegaste?
—Yo…
—Yo llegué casi al mismo tiempo –intervino Adalyn cuando su mejor amiga tartamudeó—. El entrenador intentaba decir algo, pero no podía. ¿Él está bien, señor Hunter?
—Sí, él será interrogado cuando se recupere. Ahora, señorita Everson, ¿le importaría decirme que le dijo el entrenador?
Casey dudó, apretando las manos en puños. Este era el momento de decirlo todo, ¿no?
—No sé –murmuró, poniendo su mirada en el suelo—. No se le entendía, apenas murmuraba y se cortaba. No pude entenderlo y luego Adalyn llegó, señor.
—Ya veo.
Daniel Hunter tomó una respiración honda y sonrió un poco.
—Bueno, creo que es suficiente, pueden irse.
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