❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 20 ❦︎

20. Año nuevo, vida nueva, ¿no?


Enero 2018

Él había llegado especialmente temprano el primer día de regreso a clases. Había sido de los primeros en llegar, tanto así que solo se encontró a dos personas en su camino hacia el aula. Subió las escaleras trotando y al entrar en el salón se sentó en el tercer asiento contando desde el frente hacia el fondo. Tuvo que esperar al menos diez minutos para que comenzaran a llegar los demás, pero su compañera de puesto no llegó hasta otros veinte minutos, casi para el inicio de la clase.

—Hola –saludó Ashton a Casey con una sonrisa, notando que ella fruncía ligeramente el ceño al verlo ocupar el asiento que ella insistía correspondía a Adalyn—. Feliz cumpleaños atrasado –dijo—, te hubiera mandado un mensaje, pero perdí el móvil en la fiesta de año nuevo…

—¿La fiesta de año nuevo? –arqueó una ceja ella, sentándose en su sitio sin protestar.

—Sí, ya sabes, esa que hacen en el centro de la ciudad. ¿No? ¿Nunca has ido?

Casey negó, colocando su mochila en el respaldo de la silla y sacando sus libros con parsimonia.

—Pues lo celebran en la Plaza, la del árbol… –su voz se apagó en media frase, sus ojos encontrando un punto por encima de Casey, detrás de ella. La chica se volteó para ver qué pasaba, pero solo vio a Joshua Jennings entrando al aula. 

El Acuario al sentirse observado alzó los ojos y cruzó una mirada con Ashton, que lo miraba fijo. Luego sus ojos notaron a Casey también viendo y sus mejillas se sonrojaron ligeramente. Joshua bajó la vista y se sentó en su sitio con el ceño fruncido. La Capricornio se volteó hacia su compañero de mesa mirándolo con sospecha y curiosidad, pero el Leo se repuso con prisa, volviendo a sonreír y relatándole el espectáculo de la Plaza.

—Pues tienen todas muchas luces de colores y un estrado donde suben bailarines –explicó Ashton, bajo la atenta mirada de Casey—. Ponen música y comienza el show…




Ashton Weiss vivía cerca del centro de la ciudad, en un apartamento modesto de dos habitaciones que compartía unicamente con sus padres. La señora Weiss tenía los mismos ojos avellana de su hijo y el mismo color de cabello entre el dorado y el café, era un amor de mujer: amable, dulce, siempre cariñosa con su único hijo. El señor de la casa trabajaba para la Seguridad del Zodiaco y pasaba largos períodos de tiempo encubierto en el mundo humano, durante los cuales su familia no tenía noticias de él. Aquel hombre de carácter duro había dado a Ashton su porte alto y posiblemente su nariz y los rizos.

Durante las celebraciones de fin de año era la tradición familiar que el señor Weiss llevara a su familia a cenar siempre en el mismo restaurante del centro. Todos los años iban al mimso local, ambientado al estilo japonés, con un extenso y caro menú que honraba su aspecto. El año pasado el señor Weiss había estado trabajando y la cena quedó pospuesta, pero este año incluso los abuelos fueron invitados. Así es que Ashton se encontró vestido de gala: camisa blanca, pantalones de corte elegante y zapatos lustrados, sentado a la mesa con todos ellos.

Al principio todo había ido tranquilo, Ashton y su padre no cruzaban más que palabras necesarias, las mínimas. Su madre era quien dirigía la conversación, tratando de mantener el espíritu festivo en la mesa donde tíos y primos también se encontraban. La cena estuvo bastante bien, para las espectativas de Ashton, más que eso. Sus abuelos se ocupaban bastante bien de limpiar la tensión en el aire.

Más, tarde o temprano tenía que pasar y fue durante el postre. Una camarera de aspecto juvenil y atractivo, la que los había estado atendiendo toda la noche y lanzando miradas indiscretas a Ashton, terminó por tirar sin querer una bebida sobre él al tropezar. El Leo había dado un pequeño salto al sentir el vino empapando su camisa. La chica se cubría la boca con una mano y su expresión era totalmente avergonzada. Al menos la copa no había caído al suelo y estaba intacta: Ashton la tomó de su regazo y la dejó sobre la mesa con extrema lentitud.

—¡Santas estrellas! –murmuró ella y comenzó a disculparse repetidamente, alcanzando un puñado de servilletas e inclinándose para limpiarlo—. Déjeme arreglarlo, señor… disculpe, disculpe…

No solo las miradas de la mesa, sino las de los comensales más cercanos estaban puestas en ellos: la camarera restregando sobre su abdomen un trozo de papel en busca de sacar una mancha que no se iría. Ashton que había permanecido en un estado de shock comenzó a apartarle, pero ella intentaba seguir con su tarea llena de disculpas.

—¡Déjame en paz! –le gruñó él, su tono tan duro que ella se detuvo y lo miró con sorpresa. Los ojos de Ashton relampageaban—. Estoy bien, no es nada –repitió, tratando de sonar más calmado y relajando su expresión—. Estoy bien, por favor, déjalo ya.

La muchacha apretó los labios y asintó antes de irse a buscar una copa llena.

—No tenías que gritarle –habló su padre—. Ella solo estaba siendo amable.

—No le he gritado –Ashton respiró hondo, intentando ignorar la punzada que aquello le causó en el pecho. Tomó una servilleta de la mesa y él mismo restregó su camisa. A su lado su madre se la quitó, diciéndole que solo lo haría peor, que esa mancha había que ponerla en agua ya.

—Si hubiera sido un camarero chico no te hubiera molestado.

Ashton se estiró como una cuerda en tensión, su cabeza alzándose y sus ojos viajando en dirección al hombre sentado frente a él. La señora Weiss frunció el ceño, dejando las servilletas en la mesa y hablando hacia él en un susurro.

—¡Cristopher, que cosas son esas! –le susurró, pero ya era demasiado tarde, el resto de sus familiares también lo estaba mirando en espera de alguna reacción. Ashton estaba inmóvil, con su garganta contraída e incapaz de responder.

—No estoy diciendo nada malo –dijo su padre, aún mirando solo a Ashton y no a su mujer—. Solo estoy diciendo que si el camarero hubiera sido un hombre no se hubiera molestado –movió su copa y se llevó un trago a los labios mientras su hijo lo miraba con expresión dolida y enojada al mismo tiempo—. Incluso lo habráis disfrutado, ¿no es verdad?

—Ashton, amor, tu padre solo está algo bebido.

Ashton hizo su silla atrás con un ruido sonoro sobre las baldosas, ignorando a su madre que lo llamaba. No le importó montar una escena, de todas formas si iban a hablar al menos que tuvieran razón para hacerlo. Dejó la silla abierta y se dirigió a la salida, tomando con prisas su abrigo antes de empujar al portero en su camino hacia la calle.

Cuando sus pies estuvieron en la acera miró hacia arriba, respirando nubecitas de vapor en un intento de calmarse. La calle estaba llena de gente y Ashton se dejó llevar por la multitud hacia la celebración. Había música viniendo de algún lugar y luego luces volando sobre la multidud. Ashton sentía sus oídos tapados y al notarse en medio de una corriente de gente comenzó a sentir calor. No podía respirar, los rostros pasaban junto a él veloces y borosos, una risa, un guiño, alguien gritando.

De alguna forma había terminado a los pies de una tarima improvisada como escenario sobre la que un grupo de bailarinas de vaporosos vestidos se movían de forma coleografiada al son de un chico cantando. La plaza estaba constuida de forma circular y alrededor de un antiguo pedestal de donde crecía un bonsai de hojas rojas, era que habían montado el escenario. 

Tenía que salir de allí.

Con la respiración superficial y apenas podiendo moverse empujó su camino hacia algun lugar más lejos del escenario. Necesitaba huir a un lugar donde hubiese aire. Sus ojos encontraron por entre aquel mar de Signos un callejón donde no había nadie. Se dirigió hacia allí sin tener tiempo de disculparse por empujar a los atravesados en su paso. Detrás de él volaban los insultos y la gente molesta por el el pez que se salía de la corriente.

—¡Oye, idiota, pídeme disculpas! –gritó una voz femenina cuando Ashton logró salir de la multitud. Él la ignoró, apoyando su mano en la pared para recuperar el aliento. Un par de tacones resonaron en el suelo del callejón—. ¿Quién te crees que eres para andar empujando así a la gente? ¡Me debes una disculpa! –exigió la chica y él se volteó a verla con disgusto.

Abrió la boca con su intensión de mandarla a freír espárragos bastante clara en sus ojos, pero su ira se apagó y se convirtió en frustración al recorrerla con la mirada. Era una muchacha hermosa, de piel bronceada y ojos negros amplios y vivos. Las luces quedaban en su contra, de modo que la veía sumida en sombras, pero sus facciones se veían delicadas y su figura curva por debajo de los abrigos. Todo en ella gritaba atractivo, pero nada de eso despertó el más mínimo deseo en Ashton. Era como estar mirando una pared.

La frustración burbujeó en su estómago y era difícil explicar lo que sucedió a continuación, pero un par de instantes después la chica y el Leo se estaban besando. La espalda de ella presionada contra la pared del callejón, sus labios demandantes sabían a cerveza, su cuerpo fue presionado por el del chico, que apenas era consciente de las manos de ella en sus brazos, intentando meterse bajo su camisa. Para él su cintura era muy estrecha y sus caderas muy rendondas. 

No, no, así tampoco.

Se apartó de ella jadeante, buscando aire. Ella lo miraba con deseo y él apartó la vista hacia las afueras del callejón. Entonces fue cuando lo vio: Joshua Jennings mirándolo de reojo no muy lejos de la entrada del callejón. Cuando sus ojos se cruzaron los del Acuario se enturbiaron y apartó la mirada, alejándose. Un peso cayó inexplicablemente sobre el Leo que dejando a la chica con ganas de más, se movió de vuelta hacia la multitud, en busca de él. Gritó su nombre y miró a todos lados, pero no lo encontró.

Su estómago era un vacío frío.




Tan pronto sonó la campana del final de las clases de la mañana Joshua Jennings recogió sus libros y fue el primero en salir del aula. Al lado de Casey el Leo lo vio irse y frunció el ceño. Con prisa, metió todo en su mochila como fuera y aun acomodándolo se puso de pie.

—¿Todo bien? –le preguntó Casey, que lo miraba con curiosidad.

Ashton asintió con prisa, sin mirarla.

—Te veo después –soltó a modo de despedida y se apresuró al pasillo. 

Tenían cuarenta y cinco minutos libres antes de las clases de la tarde, tiempo que normalmente los estudiantes aprovechaban para almorzar en la cafetería o vagar por los pasillos. Cuando Ashton salió de su salón ya había un mar de estudiantes que salían de sus propias clases y era imposible encontrar a Joshua. Suspiró, pero pronto imaginó donde podía alcanzarlo y se dirigió hacia las escaleras. 

Joshua no era del tipo de alumnos que almorzaban en la cafetería, mucho menos solo. Él solo lo había visto almorzar un par de veces allí y siempre con Janis, Nasha o Juliana. Pero él no había salido del aula con sus amigas, sino totalmente solo. Lo más seguro era que hubiera subido directamente al área de los Signos de Aire a tomar un almuerzo solitario y esperar la siguiente clase.

Ashton subió los escalones a la azotea de dos en dos y empujó la puerta sin miramientos, saliendo al frío aire del techo. El lugar era amplio y rodeado por un murillo de piedra. La mayor parte estaba vacía, pero un área a la derecha había sido habilitada con bancos de piedra formando un círculo. Allí estaba Joshua, apoyado en uno de los bordes del tejado y con su palma abierta para formar una ligera corriente de aire que lo despeinaba.

Cerró su puño al notar la segunda presencia, pero Ashton no se quejó junto a la puerta, sino que avanzó hasta apoyar los codos a su lado, sonriendo.

—¿Qué haces aquí? –preguntó Joshua sin mirarle.

La sonrisa del Leo flaqueó, pero dos segundos después volvía a tener las comisuras elevadas.

—Pensé que deberíamos hablar… Pero no he podido contactarte desde que nos vimos en la ciudad. Es que perdí mi celular… –dijo Ashton y cuando el Acuario finalmente se volteó a verlo, su expresión vacía terminó de apagarle la sonrisa.

—¿Y de qué se supone que debemos hablar?

Ashton abrió la boca, buscando en el fondo de su mente las palabras que tenía preparadas, pero ahí no estaban. Pasó al menos dos segundos en silencio, solo mirándose de frente con el otro chico, hasta que finalmente su voz supo formar las palabras.

—Quería hablarte sobre lo que viste en la ciudad –soltó, aclarándose la garganta y sintiendo su lengua patosa.

—Las bailarinas eran muy buenas –comentó Joshua, haciéndose el desentendido—. Por no hablar de los fuegos artificiales, fueron simplemente increíbles. ¿No te lo pareció a ti?

El ceño del rizado se frunció y bajó la vista al suelo con incomodidad.

—Sabes de lo que estoy hablando –masculló rápidamente pero no obtuvo respuesta—. Yo no…

—¿No qué? –inquirió con brusquedad el otro, haciendo que Ashton lo mirase—. ¿No ibas a acostarte con esa chica? 

La mirada de Joshua era dura, a juego con el color rojo que comenzaba a florecer furioso por todas sus mejillas pecosas. Su nariz delgada se arrugó al notar que Ashton se había quedado sin palabras ante su explosión totalmente fuera de lugar. Ellos ni siquiera eran amigos, ¿qué estaban haciendo?

—No es mi problema –masculló, rápidamente apartando la vista del Leo—. No le diré a nadie.

El otro chico frunció el ceño y Joshua le dedicó una única mirada de reojo.

—No quieres que manche tu imagen de príncipe perfecto. ¿No es eso? Puedes estar tranquilo que no diré nada de lo que vi.

Los puños del Leo se apretaron con fuerza, su expresión delatando todas las emociones confusas que le azotaban por dentro. Sin embargo, hizo su mejor esfuerzo por tomar una honda bocanada de aire y hacer que su voz sonara tranquila mientras caminaba de espaldas, alejándose.

—Sí, eso es justo lo que iba a decirte.

Se giró sobre sus talones y se apresuró a salir de allí, pensando que debía ser un horrible mentiroso. Él no había ido a decir eso. ¡Claro que no! Poco le importaba… Solo quería contarle toda la historia, pero el Acuario nunca le daría la oportunidad de explicarse, ¿o sí?

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