❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 18 ❦︎

18. Mundo de adultos

Diciembre 2017

De regreso a casa del Campamento Casey creyó que sería libre, como cada año. Las vacaciones de invierno significaban dormir largas horas en las mañanas, almorzar chucherías en ausencia de sus padres, pasar el día leyendo y desvelarse viendo shows cómicos o películas. Y fue libre, pero únicamente por los primeros dos días de vacaciones.

El miércoles sus planes se vieron destruidos por la presencia de Lena Everson en su habitación, abriendo las ventanas y vociferando con energía.

—¡Casey, es hora de levantarse! –la chica se dio la vuelta en la cama y su madre se inclinó para quitarle la sábana—. Llevas dos días durmiendo de día y hoy tienes muchas cosas que hacer. ¡Arriba, Casey! ¡No me hagas tener que arrastrarte fuera de la cama!

Casey refunfuñó y abrazando a su almohada se sentó y dedicó una mirada asesina a su madre.

—Estoy de vacaciones.

—Quedamos que hoy irías con tu padre a la Universidad.

—¿Para qué? No debe haber nadie ahí.

—Te equivocas, los universitarios no tienen vacaciones hasta el viernes –dijo Lena, arrebatándole también la almohada—. Irás, tu padre te paseará por un par de clases y así tendrás mejor perspectiva para hacer tu elección del formulario.

Casey gruñó, dejándose caer de espaldas.

—¿Tú no vas?

—No tengo clases hoy, solo tengo muchos exámenes que revisar.

—Está bien…

—Arriba, Casey, no me hagas repetirlo.

—Voy, voy…








Para comprender el humor de Casey cinco horas y media después deberían saber algo esencial de sus padres. Los Everson no eran una familia controladora, más bien todo lo contrario. Lena llevaba esperando que su hija le presentara un novio por años, pero no había sucedido aún. Theo por su parte la trataba como si fuera una niña, seguía diciéndole «chocolatito» por mucho que ella le dijera que era vergonzoso. No eran controladores, pero su madre era bastante dura cuando se trataba de cosas serias. Y por cosas serias Lena entendía la vida profesional de su hija.

De haber ido con su madre a la universidad Casey no esperaba menos que un recorrido aburrido pero interesante, centrado, sin distracciones o vueltas innecesarias en la conversación. En cambio, Theo era mucho más relajado que su espora: era él quien le compraba comida chatarra de contrabando, quien le daba dinero para sus cosas, quien la mimaba más. Quizás por eso Casey había esperado que el recorrido con su padre fuera mucho más divertido, todo lo divertido que podía ser. 

Sin embargo, Theo había recibido órdenes exactas de su mujer y no se apartó ni dos milímetros del plan. Nada de diversión, nada de distracciones y nada de comida chatarra. Por primera vez en lo que Casey recordaba de toda su vida, su padre le compró una manzana antes de comprarle oreos. Hizo de guía con exhaustivo detalle, deteniéndose sobre todo en los edificios de su interés: la Facultad de Ciencias y la Facultad de Humanidades. 

Casey se encontró sentada en salones de interesantes pero inentendibles charlas sobre física o discusiones sobre novelas clásicas o explicaciones sobre largas ecuaciones matemáticas o descripciones de obras de arte. Su padre le hablaba también de los edificios, le contaba sobre su construcción y las diferencias entre cada una de las Facultades.

Almorzaron en la cafetería de la Universidad, en una mesa solo para ellos. Theo no paró de hablar ni siquiera entonces y Casey lo escuchaba solo a medias. Sus ojos paseaban por la cafetería en exteriores, aquellas mesas llenas de grupitos separados por intereses. Los estudiantes hablaban, reían e intercambiaban bromas con familiaridad. No era la primera vez que Casey visitaba la Universidad del Zodiaco, sus padres siempre trabajaron allí; pero era la primera vez que notaba como los estudiantes se amigaban con personas fuera de sus años.

En la escuela esas cosas no solían suceder, los años estaban muy definidos. Sin embargo, en la Universidad esas líneas parecían no existir. Fue aquello lo que a Casey más le gustó. Eligiera lo que eligiera no tendría que cargar con el peso que la unía al año del Dragón. Esas cosas no tenían importancia en aquel nivel.

—¿Te importaría que te deje sola un rato? –preguntó el padre mientras se deshacían de los restos de su almuerzo. Casey lo miró con curiosidad y él sonrió—. Tú madre no dijo nada de no separarnos, te he enseñado todo lo que puedo y tengo una reunión.

Casey se encogió de hombros, metiendo las manos en sus bolsillos.

—Está bien.

—Pórtate bien, chocolatito.

—Sí, papá –murmuró ella, viéndolo alejarse.

Su padre se adentró en el edificio de la Facultad de Ciencias y Casey vagó por el campus un par de minutos con aburrimientos. No había casi nadie por los jardines, la mayor parte de los estudiantes estaban agrupados en la cafetería o en los pasillos. Casey andaba con las manos metidas en los bolsillos, sin decidirse a entrar en ninguno de los edificios. Sus pies se dirigieron a través de un caminillo de piedra resbaladiza por la nieve derretirá y pronto se encontró de pie ante el único edificio que no había visitado.

Era un edificio de solo tres pisos, construido en piedra blanca, con anchas columnas en un pórtico de tres escalones de altura. El logo de los Sanadores estaba sobre la puerta: un círculo construido por una rama desconocida, dentro del cual se ubicaban cuatro circunferencias más pequeñas. Era de conocimiento general que cada símbolo representaba un elemento y el logo impreso a colores representaba cada círculo con un color y la rama en tono ocre. El símbolo sobre la puerta era totalmente blanco, tallado en la piedra.

Su padre no la había llevado allí y ella tampoco lo culpaba, pues no estaba en sus planes ser parte de los Sanadores. Sin embargo, las dos puertas de madera abiertas picaron su curiosidad y se acercó con cuidado. Nadie la detuvo al entrar y Casey caminó por los pasillos sin recibir muchas miradas curiosas. Casi todos vestían con algún elemento azul o blanquecino: pudo identificar que las batas azul marino pertenecían a profesores y que los estudiantes eran los únicos que vestían como gustasen.

Recorrió los pasillos de los dos primeros pisos y ya para el tercero no tenía curiosidad. Estaba haciendo su camino en busca de las escaleras para regresar al primer piso y salir de allí cuando alcanzó un vistazo del patio posterior a aquella dependencia de la Facultad de Ciencias. Allí había un pequeño edificio, era apenas un cuadrado de la misma piedra blanca que el lugar donde ella se encontraba, pero Casey lo reconoció al instante: El Centro de Planificación Familiar.

Sabía lo mismo que todos sobre ese lugar: el acceso era restringido, solo podían acceder trabajadores y las doce parejas que hubiesen sido bendecidas por los astros para tener un hijo. Mientras Casey miraba por la ventana desde el segundo piso alcanzó a ver una de esas parejas, un hombre de piel oscura y hombros amplios rodeaba con un brazo a una diminuta mujer pelirroja con el vientre hinchado. Por la distancia Casey no podía ver sus expresiones, solo podía verlos alejarse en dirección al estacionamiento.

Posiblemente solo volvían a casa después de un chequeo regular.










—¿Qué haces aquí? –preguntó una voz femenina con tono asustado, haciendo que Casey detuviera su avance por el pasillo. Miró alrededor, notando que ya no estaba entre aulas, sino entre oficinas, cada puerta tenía una plaquita con un nombre—. ¡Se supone que estás muerto!

La exclamación hizo que Casey frunciera el ceño y se volteara para alcanzar con su vista una puerta con apenas una apertura diminuta. Miró a lo largo del pasillo y comprobando que no había nadie alrededor se acercó a la puerta, pegándose a la pared e inclinando la cabeza para ver a través de la rendija.

—Baja la voz –pidió una voz con tono cariñoso. Casey no podía ver al hombre, pero no tardó en identificar al atacante de la escuela y se tensó. ¿Qué hacía ese hombre allí también?

—Se supone que estás muerto, Gabriel…

El ángulo desde el que podía ver Casey alcanzaba para abarcar a la mujer de pie detrás de su escritorio. Una larga bata azul cielo la cubría desde los hombros, su cabello y piel eran oscuros, sus ojos brillantes estaban escondidos detrás de un par de gafas redondas. 

—No lo estoy, Oli… –la mujer retrocedió y Casey alcanzó un vistazo de la placa de su puerta para ver su nombre: Olivia Moore—, pero si sigues gritando lo estaré.

—Daniel dijo que estabas muerto –murmuró la doctora Moore, negando lentamente.

—¿Acaso no te alegras que esté vivo? –preguntó él, avanzando lo suficiente para alcanzar el escritorio y entrar en la visión de Casey.

Tomó una respiración honda y se cubrió la boca para evitar hacer ningún ruido y ser descubierta cuando reconoció del todo al atacante. Ahora tenía las dos partes de su nombre, ahora tenía su imagen unida a un nombre.

—Pero deberías estar muerto… –murmuró ella, negando y retrocediendo hasta que su espalda tocó la pared—. Los humanos…

—Los humanos no me mataron –la cortó Gabriel Guillory decidido—. No hubieran podido si lo hubieran intentado.

Por un minuto ambos se quedaron en silencio, solo mirándose y Casey se preguntó cuál sería la relación entre ellos.

—Estoy aquí porque quiero hacerte una pregunta y una invitación.

—¿Qué cosa? –cuestionó la mujer con prisas.

Casey se inclinó un poco más cerca para poder oír la respueta.

—¿Qué sabes de «Las Doce Piedras»? 

Olivia frunció el ceño y Casey sintió su corazón acelerarse.

—Nada –respondió a prisas la doctora— y si supiese no te diría. Eres un traidor, Gabriel –lo último lo dijo con un tono dolido.

—Oli, al menos escucha mi versión… –rogó él, pero Olivia Moore se negó, gritando.

—¡No, no quiero saber nada! –lágrimas se agrupaban en sus ojos y por la forma en que sostenía apretadamente sus puños Casey podría decir que estaba a punto de un colapso nervioso.

—¿Qué te ha pasado? –susurró él, manteniendo la calma, sus hombros erguidos y su postura firme, pero su tono dulce—. Eras una chica dulce que quería luchar contra las injusticias y ahora estás entre los que las dirigen. 

La doctora Moore frunció el ceño.

—Dirijo los estudios de jóvenes interesados en unirse al Centro. No injusticias, Gabriel.

—Formas injusticias.

—¡Cállate! ¡No tengo que escucharte! ¡No quiero escucharte! –Casey retrocedió al ver a la mujer alzar el auricular del teléfono de su mesa tocando un solo número. No escuchó lo que la mujer dijo al auricular, lo siguiente que escuchó fue un disparo. 

El corazón de Casey quiso salírsele por la garganta y se apresuró a retroceder al fondo del pasillo, pero no suficientemente de prisa. Gabriel Guillory salió de la oficina de la mujer mientras se metía la pistola en el borde del pantalón por debajo de su largo abrigo beige.

—Dile a Daniel que su mejor amigo lo extraña –habló hacia el interior de la habitación y luego su mirada se dirigió al final del pasillo opuesto a Casey desde el que se oían pasos a la carrera. 

Ella se había quedado congelada, con su espalda presionada a la pared y sus piernas temblándole. El disparo seguía sonando en el fondo de su cabeza, una y otra vez, como un disco rayado. ¿Olivia Moore estaría bien? ¿La bala la habría alcanzado? ¿Qué diablos hacía Casey todavía en ese pasillo? Quiso correr, pero antes de darse cuenta Gabriel Guillory corría hacia ella.

Su garganta se trabó y no pudo gritar, pero pronto vio que no había necesidad. El traidor no iba hacia ella, solo hacia la ventana. Casey quiso fundirse con la pared y ser invisible, pero podía jurar que los ojos marrones del hombre se fijaron en ella al pasar a su lado. Le pareció ver un brillo de reconocimiento y una diminuta sonrisa curvando sus labios antes de que aquel hombre saltara rompiendo la ventana.

A Casey se le escapó un suspiro contenido y sin pensar corrió hacia el postigo roto y se asomó por el borde, teniendo cuidado de no tocar los vidrios rotos. El traidor había aterrizado en ambas piernas con una flexión de sus rodillas. Casey lo vio recuperarse con facilidad y correr a toda velocidad para atravesar el campus. Sintió las pisadas de lo que debían ser los guardias de seguridad viniendo del fondo del pasillo y comprendió que estaría en problemas si la encontraran allí. 

Dobló con prisas por el pasillo y finalmente encontró las escaleras, huyendo con casi tanta prisa como el traidor.

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