❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 17 ❦︎

17. Las Doce Piedras

Diciembre 2017

Durante la cena del sábado Casey Everson estaba incómoda, comía con desgano alrededor de la fogata que los profesores habían construido para pasar el rato. Después de ser la encargada de fregar el almuerzo, habían tenido una tarde tan pesada como la mañana. Ahora todo lo que quería era terminar de comer y dormir, pero ni siquiera podía concentrarse lo suficiente para terminar su comida. Seguía jugando con los alimentos en su bandeja y observando en un silencio falsamente tranquilo las conversaciones de los demás.

—¿Casey? –llamó Marshall y ella se volteó hacia él.

—¿Qué?

—Estamos hablando de los formularios –le dijo Adalyn.

—¿Ya notaste cuenta de que tenemos que entregarlos cuando regresemos después de las vacaciones? –dijo su amigo.

—Sí, sí… –murmuró Casey, pero ella ni había pensado en eso.

—Ya nos decidimos, ¿y tú? –comentó la castaña.

«Bueno, yo quiero estudiar en el mundo humano, con Leandro: el humano que me gusta», pensó Casey, atragantándose con su comida, tosiendo y agradeciendo entrecortadamente cuando Adalyn le golpeó suavemente la espalda. Sintió un par de ojos en ella y alzó la vista para encontrar a Alexei mirándola desde el otro lado de la fogata.

Adalyn le ofreció su agua y ella tomó dos sorbos, asegurando que estaba bien.

—Y no, aún no me decido –dijo, aclarándose la garganta.

—¿Todavía? –se asombró Marshall y Adalyn le dio una mala mirada.

—Sí, ya lo sé –se quejó Casey—. Bueno, ni lo he decidido ni tengo hambre.

Se puso de pie ante las miradas de sus amigos y se apresuró a entrar en la cabaña principal que hacía de comedor. En el camino se cruzó con la profesora Saye que salía de la cabaña con expresión arrugada. La oyó murmurar entre dientes algo con enojo. No le dirigió la palabra, pero sí una mirada curiosa antes de entrar. El lugar estaba a oscuras y silencioso, las mesas dispuestas de forma desigual. Casey avanzó en dirección a las cocinas, pero se detuvo al oír una voz.

—¿No te estás divirtiendo con los demás?

Casey se volteó para encontrar a Darío Walker sentado en una de las mesas y comiendo con aburrimiento en la oscuridad. Suponía que él no necesitaba la luz. El hombre sonrió hacia ningún punto exacto.

—Supongo que no te gusta socializar –comentó él mientras ella seguía allí de pie y él le hizo un gesto con la mano para ofrecer las sillas en su mesa—, me puedes hacer compañía, no hablo mucho.

Ella dudó y entonces recordó la aventura de la noche anterior. No la parte de Alexei, lo que sucedió después. Recordó al hombre alzando la piedra, Guillory. Definitivamente era el miso que había dirigido el ataque contra la escuela, Casey podía recordar perfectamente su voz. Él había sobrevivido al fuego de Ashton y Casey no dejaba de darle vueltas porque eso solo significaba que debía ser un Signo, un Signo de fuego. Y ahí entraba Darío, el guarda que le había dado la ubicación exacta a aquel desconocido de una de «Las Doce Piedras», fuera lo que fuera eso. ¿Eran traidores? Estaban trabajando con humanos y los humanos habían atacado la escuela.

Casey apretó el agarre en su bandeja y arrastró los pies hacia la mesa, abriendo una silla y sentándose con el guarda.

—¿Qué Signo eres? –preguntó él.

—Capricornio.

—Como ella –sonrió él, más para sí mismo que para la chica.

Por un momento quiso preguntar quién era ella, pero había algo más importante picando en su lengua. Se inclinó hacia delante, apoyándose en sus codos y bajando la voz, cuidando cada una de sus palabras. Tampoco podía directamente contarle lo que había visto la noche anterior.

—¿Puedo hacerle una pregunta, señor Walker?

—Pregunta.

—¿Qué son «Las Doce Piedras»?

No fue difícil notal la tensión que se apoderó del guardia: la forma en que sus hombros se enderezaban y su mano se aferraba al tenedor.

—¿Por qué quieres saber eso?

—Estuve leyendo un libro donde las menciona –mintió con prisas, rezando internamente para que su voz no la delatara—, pero solo apenas –se apresuró— y me quedé con la curiosidad. Le pregunté a la profesora Eloise, pero ella me dijo que no sabía.

El guardia movió su tenedor, indeciso y finalmente sonrió un poco.

—Es una lástima que la educación decaiga tanto en estos tiempos.

—¿Es un vacío importante?

—Debería estar en todos los libros de historia, pero apenas se las menciona, no me sorprende que tu profesora no las recuerde –se encogió de hombros—. Nadie nunca habla de ellas.

—¿Entonces sí sabe sobre «Las Doce Piedras»?

El guarda asintió y se tomó unos instantes para ordenar sus palabras antes de comenzar a contar.

—Antes, mucho antes de lo que cualquier Signo podría recordar porque entonces no existíamos, cayó una estrella en la Tierra. Esa es la parte que todos saben, el cuento de niños que te hacen desde el prescolar, ¿no?

Casey asintió, aunque él no la pudiera ver. La estrella cayó, separando el mundo en dos: aquellos que serían bendecidos con su poder y aquellos que no. Así nacieron los Signos, hijos de las estrellas, con la fuerza de estas corriendo por sus venas. Casey frunció el ceño, todos sabían eso, ¿qué relación tenía aquella historia infantil con sus preguntas?

—Bueno, es mucho más esta estrella que cayó se había roto en doce partes –siguió contando el guarda—. Los Signos las recogieron y atesoraron, llamándolas justo como tú has hecho a falta de un nombre mejor: «Las Doce Piedras». Eran nuestro poder en bruto y se nombró a cada una de ellas en honor a un Signo específico.

—¿Y si eran un tesoro cómo es que nunca oí de ellas?

—Paciencia, estoy llegando –rió él—. Fueron dispuestas en cada uno de los templos de las casas, para ser cuidadas por sus hijos. Pero pasado un tiempo se consideró mejor guardarlas a la vista de todos, era un legado común y todos debían tener derecho a verlo. Si mal no recuerdo las pusieron en un pedestal en la plaza de la ciudad. Hasta que los humanos atacaron el Zodiaco y para esconderlas hubo que volver a separarlas. 

Ella sintió un nudo en su estómago, recordando como el tal Guillory había alzado la piedra: «Piscis». Esa era solo una, entonces, faltaban otras once. ¿Pero por qué las querría? ¿Por qué alguien insistiría en esconder reliquias sin valor? ¿Por qué alguien querría robar reliquias que para ellos no significaban nada?

—Yo tenía tu edad entonces, hace ya varios años –alzó los dedos como si contara y luego los sacudió para restarle importancia al tiempo. Casey calculaba que eso había sucedido unos veinte años tras, más o menos, ella no había nacido—. Mi año y yo fuimos los encargados de esconderlas. Yo mismo oculté una.

Casey quiso preguntarle directamente, pero sabía que no podía.

—¿Y qué pueden hacer estas piedras?

Al guarda se le escapó una risa.

—Si estás esperando magia, olvídalo –dijo—. Esas piedras fueron el inicio de nuestro mundo y ahora mismo solo pueden servirnos de reliquias en un museo, niña.

El guarda se puso de pie, su silla protestando cuando sus patas se arrastraron por el piso de madera. Tomó su bandeja, listo para irse, pero Casey tenía una última pregunta que lanzarle a toda prisa.

—¿Y por qué querrían robarlas los humanos? –exclamó y él se quedó quieto, curioso—. Usted dijo que las escondieron cuando los humanos atacaron…supuse que las escondieron de ellos.

Darío arqueó una ceja.

—Yo no dije eso.

—Pero…

—Pero es cierto –aceptó—. Los humanos son codiciosos y aunque ellos no pueden percibir el poder irradiado por las piedras como nosotros, estoy seguro que de alguna forma lo intuyen –aseguró—. Solo sé lo que puedo suponer –habló y de pronto bajó la voz a un tono confidencial—. Esas piedras para nosotros son solo símbolos, pero fueron mucho más que eso. Fueron nuestro inicio y pueden volver a serlo.

Casey frunció el ceño, teniendo la sensación de que Darío Walker hablaba con medias palabras, como si no quisiera poner sobre la mesa todo lo que sabía. Sin esperar más se alejó y ella no volvió a llamarlo. Al menos ahora tenía una idea de dónde se estaba metiendo. ¿La tenía?








El domingo en la tarde el guarda decidió que podrían divertirse. El clima había derivado en una tarde templada, no demasiado fría, y les regaló la ubicación de un lago donde podrían pasar el rato hasta que fuera hora de partir. Adalyn y Casey ya habían hecho sus maletas con anterioridad y ahora estaban allí con el resto del grupo. La Capricornio había sido arrastrada por el buen humor de su mejor amiga, obligada a sentarse en la piedra que había compartido con Alexei la primera noche del campamento, la que ahora ella llamaba «la noche del beso». 

Adalyn la había dejado sola, en vistas de que Casey se negaba a bañarse, había bajado por las piedras, teniendo cuidado de no resbalarse, y se había metido en el agua donde la mayoría de los estudiantes pasaban el rato. Pero ella no tenía ningunas ganas de bañarse, seguía con sus pantalones y un suéter más ligero, observaba desde la roca alta donde se había sentado con Alexei, mirando a sus mejores amigos pelear y lanzarse agua.

Se abrazó las rodillas, solo de imaginar la frialdad y profundidad que el color verdoso turbio no dejaba definir.

—Hola –la voz de Ashton Weiss llamó a su derecha y Casey alzó la vista para encontrarlo sonriendo ligeramente. Estaba envuelto en una toalla, su cabello húmedo dejaba caer gotitas sobre sus hombros y, aún empapado, se rizaba sobre sus orejas—. ¿Puedo? –señaló el sitio a su lado.

Casey asintió, moviéndose para dejarle más espacio. Ashton se sentó.

—¿No te vas a bañar? No hay tanto frío.

—No me gusta mucho la idea, gracias –masculló ella, arrugando la nariz.

El Leo soltó una risita y luego bajó la vista a sus pies descalzos colgando por el borde de la piedra. Había al menos tres metros hasta la superficie del agua. 

—Casey –empezó él, llamando la atención de la chica por su tono—, antes en la escuela te dije que…

—Ya te he perdonado –lo cortó ella, apartando la vista cuando él la miró—. Al menos has pedido disculpas y sido sincero…

—Casey, yo…

—No tienes que pedirme permiso para ser mi amigo –rodé los ojos y él sonrió.

—Entonces somos amigos –anunció con confianza recuperada y una enorme sonrisa. Casey le dedicó una mirada de reojo algo divertida. Sus comisuras parecían querer copiar la sonrisa del Leo, pero ella luchaba contra ello. Era muy fácil dejarse llevar con Ashton Weiss, todo en él era simple y amistoso, agradable. Un poco tonto, sí, pero agradable. 

Casey recordó que él también había estado en el primer ataque y de pronto se encontró preguntándose si podría confiarle aquello que la atormentaba. Las piedras, el guardia, le Signo traidor. Los hilos sueltos de una historia ajena y a la vez propia se enredaban en su cabeza y la confundían. Sentía que no estaba viendo la imagen completa, que le faltaban piezas; había algo en las medias palabras de Darío Walker que le hacía suponer que había mucho más de lo que él decía.

—Deberías entrar –dijo él y ella pestañeó mientras él señalaba el agua.

Fuera como fuera, decidió que no era el momento o el lugar para decidir confiar en él o no.

—Ni muerta, debe estar helada y hondo… –supuso ella, mirando de nuevo hacia abajo.

—¡Chica al agua! –el grito fue a su espalda y Casey no tuvo tiempo de girarse cuando sintió dos manos alzándola de la cintura. Gritó al tiempo que era empujada más allá del borde, en dirección al agua. La superficie se acercó a una velocidad vertiginosa y la impactó echa una bola de extremidades temblorosas. El mundo se silenció.

Abrió los ojos al notar que por estar gritando no había tomado aire, un reguero nebuloso de azul y verde la envolvían. Se removió, su cabello flotando en dirección a la superficie. Pataleó, se movió, agitada y asustada. El pecho se le oprimió y los pulmones comenzaron a arderle antes de que se diera cuenta. Un par de manos aparecieron de la nada, sosteniendo sus brazos y tirando de ella hacia arriba, luego sujetándole la cintura y guiándola hacia arriba hasta que su cabeza estuvo de nuevo en la superficie.

El frío le picó las mejillas y tragó el aire cortante con desesperación, tosiendo y escupiendo al mismo tiempo que el mundo volvía tener sonido. Lo primero fue oír a Adalyn gritándole a Jules con un regaño excesivamente enojado y amenazante. El Sagitario pelirrojo seguía en la cima de la roca alta y Adalyn amenazaba con ir en su búsqueda, pero él no se movía.

—¿Estás bien? –la voz de Alexei estaba demasiado cerca y no fue difícil darse cuenta de que había sido el Escorpio quien la sacó del agua. Asintió con prisas, incapaz de hablar. Fue guiada hasta la orilla donde Adalyn la envolvió en una toalla y se la llevó lejos de la mirada de todos.

Casey se acurrucó en su amiga, temblando más de miedo que de frío.

—¡Jules! ¡Baja de ahí si no quieres que vaya a por ti! –le gritó Alexei a su amigo y el pelirrojo sonrió culpable. Ashton, que se había puesto de pie, fue quien empujó al Sagitario hacia el agua.

—¡Jerónimo! –gritó en su caída, manos arriba y piernas dobladas. Su cuerpo provocó una gran ola que empapó a las gemelas y pronto todos volvieron a reír, bromear y olvidar el incidente. 

Adalyn movía sus manos arriba y abajo en los brazos de Casey en un intento de darle calor. Ella le agradeció y le dijo que solo quería volver a la cabaña. Su mejor amiga asintió y rápidamente la guio, recogiendo lo poco que había traído consigo. Adalyn le rodeó los hombros con un brazo y Casey lanzó una última mirada hacia atrás, atrapando los ojos de Alexei Lyov por un instante. Volvió la vista al frente, apretando los dientes y apresurando el paso.

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