❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 25 ❦︎
25. El hijo de la casa de Leo.
Enero 2018
Ashton Weiss arrastró su maleta en silencio por el pasillo. Era temprano, demasiado, apenas eran las seis de la mañana, faltaban dos horas para lo acordado por Los Doce, pero a él no le importaba. Mientras más pronto saliera de su casa mejor, no quería pasar ni un minuto más bajo aquel techo. La noche anterior durante la cena había dicho a sus padres su decisión. Nunca había existido la opción de no contarles, porque su padre tenía un alto rango entre los Signos de Seguridad y Ashton no dudaba que ya supiera el contenido de la carta que había llegado aquella mañana.
Al principio su madre empezó a poner peros y pronto las lágrimas se le derramaron de los ojos. Samanta Weiss era una mujer delgada de aspecto delicado, con los dedos largos que iban perfectamente con su profesión musical, con los ojos grandes de color avellana y los cabellos de tintes dorados enmarcando mejillas de fácil sonrojo. Era una mujer joven, sobre todo, con respecto a su marido. A veces, Ashton se preguntaba qué había visto en aquel hombre, por qué alguien como su madre se encadenaría a él.
—Déjalo, Samanta –había intervenido Cristopher Weiss—. Lo mejor que hace es irse.
—¿Cómo puedes decir eso? –respondió ella, mirándolo con el ceño fruncido y la voz patosa de las lágrimas.
—Mamá…
—Por primera vez tu hijo se comporta como hombre, no voy a permitir que se quede. Irá, irá y cumplirá su deber o te juro que nunca más pisará mi casa.
Él estuvo a punto de replicar, enojado, pero su madre le sostuvo el rostro entre las manos mirándolo con súplica.
—Hoy no, Ashton, por favor –murmuró y él se abstuvo de decirle a su padre lo que creía, para que su madre pudiera abrazarlo, llorando con miedo y diciendo que era un niño, que Ashton era solo un niño, que se haría daño, que le harían daño. Él apretó los dientes, acariciando el pelo de su madre, porque ya le pasaba en altura, enfrentando sus ojos con los ores oscuros de Cristopher Weiss. No se hablaron, era mejor no hacerlo.
Ashton recogió todas sus cosas en una única maleta y tan pronto aparecieron los primeros rayos del sol la arrastró fuera de su cuarto, teniendo cuidado de hacer silencio para no despertar a su madre. Si algo odiaba era verla llorar y las despedidas solo lo harían peor. Se sentía como un adolescente huyendo de casa. Era, de alguna forma, un adolescente huyendo de casas.
—Buenos días –dijo la figura sentada en la sala.
La habitación estaba en penumbra, con las cortinas corridas y allí estaba su padre sentado en su butaca, con un cigarro entre los dedos, mirándolo. Ashton se detuvo antes de pisar finalmente el salón.
—¿Te vas sin despedirte de tu madre? –preguntó, dando una calada a su cigarro.
—No quería despertarla.
—Entiendo que me evites a mí –siguió el hombre—. Después de todo no es que nos entendamos.
—No nos entendemos porque tú no quieres –argumentó Ashton, manteniendo su voz calmada.
—No voy a pelear contigo hoy –señaló Cristopher—. Estoy cansado.
Otra calada a su cigarro.
—¿Tú estás cansado? –escupió Ashton, bajando la voz al recordar que su madre seguía dormida y lo último que quería era despertarla—. Si tú estás cansado, papá, ¿cómo crees que estoy yo?
El hombre apagó su cigarrillo en un cenicero de la mesita ratona y se puso de pie.
—Tú no lo entiendes, Ashton.
—No –respondió él, apresurándose a cruzar la sala en dirección a la salida— y no quiero entenderlo.
Se detuvo con la puerta ya medio abierta, las palabras de su padre congelándolo en su sitio.
—Es tu madre quien sufre con todo esto –había dicho—. Más que ninguno de nosotros, es a ella a quien haces sufrir.
«¿Hago? ¿Yo?», respondió una voz fría en su mente, su mano aferrándose a la puerta.
—¿Acaso tú sufres, papá?
No esperó respuesta, salió de aquella casa como un remolino, dejando que la puerta se cerrara o no a sus espaldas, le daba igual. Arrastró su maleta con prisa y bajó las escaleras de los cinco pisos casi corriendo. Cuando llegó abajo le faltaba el aire y tuvo que contar hasta cinco, apoyado en la pared, para recuperarlo, apretando los puños y los dientes, sintiendo su interior arder: no sabía si de furia o dolor.
Suspiró, exhalando una ligera nube de humo dentro de su auto. Había abierto ligeramente la ventanilla, solo para que el interior de su Lexus no apestase demasiado. Lo mejor sería que no fumara en absoluto, porque después su aliento apestaría, sus dedos apestarían. Nadie le recriminaría, a nadie le importaba lo suficiente como para saber que Ashton comenzaba a desarrollar una verdadera adicción por los cigarrillos. Hasta ahora había probado distintas marcas, pero había desarrollado un gusto peculiar por los Gold Flakes, más que nada por la inscripción en la caja que le recordaba que cada cigarrillo era un paso más cerca del cáncer y la posterior muerte. Claro, siempre tenía los confiables L&M como el que en estos momentos movía entre sus dedos con nerviosismo.
No, ahora no estaba nervioso por su padre, que era su principal razón para desarrollar un hábito tan desagradable. Ahora mismo estaba nervioso por el muchacho que salía del edificio de tres pisos frente al cual había aparcado. Había estado manejando sin rumbo por al menos una hora antes de aparcarse allí, frente al edificio familiar donde vivía Joshua Jennings. Fue entonces, mientras observaba los balcones del frente del edificio, tratando de imaginar cual era el del Acuario, que empezó a fumar.
Ni siquiera sabía si Joshua habría aceptado lo dicho por Los Doce, pero tenía una especie de corazonada. Lo que no tenía era una buena excusa para encontrarse tan desviado de su camino al Centro de Seguridad. Dio una última calada nerviosa a su cigarrillo, lo lanzó por la ventana y arrancó para acercarse. Joshua llevaba una maleta, lo que quería decir que iban al mismo sitio. No contó con que detrás de él viniese una muchachita que era casi su copia exacta: ojos azules e inocentes, pecas repartidas desordenadamente, cabellos negros y figura delgada.
—Finalmente usarás el auto –iba diciendo ella—. Empezaba a pensar que sacaste la licencia para nada. Creí que mamá y papá me lo regalarían cuando finalmente apruebe mi examen.
—No hay forma de que te regalen mi auto –le replicó Joshua con gesto dolido.
—Tú nunca lo usas. ¡Siempre tenemos que ir a la escuela en autobús! Y por mi está bien, todavía no tengo edad para manejar, pero para ti es simplemente vergonzoso.
—¡Giselle!
—Es cierto.
Ashton sonó su bocina hacia ellos, llamando la atención de ambos desde el borde de la acera. Inclinándose sobre el asiento de copiloto se inclinó por la ventana abierta con su sonrisa más encantadora. Los ojos del Acuario se estrecharon, en completa contradicción con la boca abierta exagerada de su hermana menor.
—¿Necesitan alguien que los lleve?
Joshua abrió la boca para responder, pero Giselle se le adelantó.
—Santísimas Estrellas, ¡sí!
—¡Giselle! ¿A dónde crees que vas? –la regañó su hermano mientras ella abría la puerta trasera del Lexus y lanzaba su mochila dentro—. No te subas en el auto de extraños.
La niña lanzó una mirada dramática al Leo y rodó los ojos hacia su hermano.
—No es un extraño, es Ashton Weiss, todos en la escuela lo conocen.
Joshua frunció el ceño.
—Sí, bien, pero ya tenemos transporte.
—Hace siglos que no manejas, prácticamente desde que te sacaste el carnet –resopló ella—, no voy a arriesgarme a morir a mis quince cuando tengo un transporte seguro, gratis y guapo –sonrió hacia el Leo, terminando de entrar en el asiento trasero y cerrando la puerta—. ¡Además es un Lexus! ¡Nunca volverás a subirte a uno en tu vida, Joshua!
Ashton miró al hermano mayor, esperando que el Acuario se decidiera.
—Primero tenemos que dejar a mi hermana –dijo.
—Lo sé, pero si no te apresuras llegaremos tarde –respondió él, aún inclinado hacia la ventanilla.
Finalmente suspiró, dejó su maleta a Giselle y fue a subirse junto al Leo que no pudo evitar poner una sonrisa victoriosa en sus labios. Ashton aceleró, dando un giro en U ilegal mientras Joshua se abrochaba el cinturón.
—Apesta como si veinte personas hubieran estado fumando aquí dentro –comentó el Acuario, mirando de reojo al otro con gesto acusador.
—Son buenos para mis nervios.
—Y malos para tus pulmones.
Intercambiaron una mirada, Joshua apartó sus ojos primero.
—Entonces Ashton –habló Giselle, inclinándose entre ambos asientos pese a las protestas de su hermano mayor—, ¿qué hacías por aquí?
Claro, tenían que preguntar. Pudo notar que Joshua se quedaba esperando, aún con la nariz arrugada por el olor a cigarro. Ashton tocó el botón para bajar las ventanillas del frente y que el auto se refrescase. Fue así como tuvo su maravillosa idea.
—Fui a comprar cigarrillos –dijo, mostrando la caja del bolsillo de su abrigo y volviéndola a guardar para que no les diese tiempo a notar que no era nueva.
—¿No hay tiendas de cigarrillos en el centro? –inquirió Giselle.
—Sí, pero hay un mercadillo 24horas por aquí que tiene mejores –se inventó Ashton, mirando a Joshua de reojo para intentar averiguar si se lo creía: el Acuario fruncía el ceño ligeramente, sin mirarlo.
—Giselle, déjalo en paz.
—Solo intento sacar conversación –se excusó ella—. Si fuera por ti iríamos en silencio incómodo todo el camino –rodó los ojos y con la misma naturalidad se volvió hacia Ashton y preguntó—: ¿Es cierto que te acostaste con Liud?
La pregunta consiguió que Ashton diera un pequeño frenazo y Joshua se fuera hacia adelante, teniendo que poner sus manos en la pizarra del auto. Su rostro se distorsionó momentáneamente por el miedo. Giselle se había abrazado al reposacabezas de su hermano.
—Tomaré eso como un sí… –murmuró.
Joshua se echó hacia atrás al tiempo que Ashton volvía a poner el auto en camino, tan veloz como antes del pequeño susto. Pensó que ahora sí harían el resto del viaje en silencio incómodo, pero no. La pregunta vino de su derecha, desde la voz de Joshua Jennings.
—¿Quién es Liud?
—Liudmila Lyov, hija de Tauro –dijo Giselle mientras Ashton lanzaba una mirada al Acuario para descubrir que él también lo miraba—. Está en mi curso.
—¿No será por casualidad la hermana de Alexei? –preguntó Joshua, sus ojos fijos en el otro chico que hizo una pequeña sonrisa incómoda.
—Sí, esa Liud…
—Oh, entonces es cierto –masculló Giselle, consiguiendo que ambos chicos se voltearan a mirarla. Ashton tuvo que volver la vista rápidamente a la carretera, pero Joshua siguió viéndola con curiosidad y molestia—. ¿Qué? Liud ha estado diciendo a todos que Ashton está enamorado de ella y que por eso no se lo ha visto con ninguna otra chica desde que se acostaron. Yo no me lo creía, pero… ¿Por qué me miras así?
El Leo compartió una mirada con el Acuario y fue como hablar en silencio. Ashton sí había sido visto con otra chica, justo en los festejos de año nuevo, solo que nadie lo había estado comentando por los pasillos. Silenciosamente agradeció al otro chico, pero Joshua apartó la mirada.
—Por nada –respondió para su hermana.
—¿Entonces sí estás enamorado de Liud? –insistió la chica.
—No –dijo Ashton, soltando una risa ligera—, solo estaba borracho ese día.
—Jo, ¿no estás enamorado de ella?
—No…
—Porque es demasiado joven para él –intervino Joshua, cortando la conversación.
—Tiene mi edad –frunció el ceño Giselle.
—Exactamente, quince años es todavía una niña.
La chica resopló y se cruzó de brazos, prefiriendo pasar los siguientes diez minutos en silencio.
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