Capítulo 54. La carga del pasado
—Miriam —dijo una voz que tardó en reconocer—. No te vayas aún.
Era la de Delta. Vaya, sí que estaba espesa como para no haber reaccionado al momento.
—Dime.
—No te he notado muy fina hoy.
—¿De verdad pretendes que lo esté?
Delta arqueó una ceja.
—Supongo que sí. Sergio está tranquilo.
—Sergio es un sociópata, yo no.
—Vamos a ver... —la científica entrecerró la puerta del aula en un intento de hacer la conversación lo más privada posible— A estas alturas ya deberías saber que hundirte en los sentimientos negativos provocados por aquello solo van a perjudicarte a ti.
—No me puedo creer que estés diciendo eso como si nada —la muchacha caminó hasta la salida, abriendo la puerta de nuevo—. No pienso escucharte más de aquí a que gane. O a que me eliminen. Ya no sé ni lo que prefiero.
Miriam llevaba en otro mundo desde el día de ayer. Durante las dos horas de clase que habían tenido hasta el momento no fue capaz de concentrarse ni un solo minuto. Afortunadamente, a la joven médica no le tocaba dar una clase hasta el día siguiente. Con suerte, se espabilaría para entonces.
En otro orden de cosas, Miriam sí que tenía algo de lo que preocuparse en ese mismo instante: ir a ver a Fer, quien sorprendentemente no había dado señales de vida en toda la mañana. Le esperó durante unos minutos antes de ir a la primera clase, pero nadie salió de su habitación. Supuso que se habría ido solo hacia el aula general, pero allí tampoco lo encontró.
Una mano se posó en su hombro desde sus espaldas.
—¿Qué quieres? —dijo Miriam, quien no dejó de caminar hacia tu destino.
Sergio dio unos pasos hacia delante para ponerse a su altura.
—Solo quiero saber si tienes noticias de Fer. ¿Por qué ha faltado? Le toca a él después del descanso.
—Fer tiene que estar hecho una mierda, no como otros —replicó sin pensarlo dos veces—. Voy a ir a hacerle una visita.
—Voy contigo.
—No —Miriam se paró en seco y se volteó a su compañero—. Tú quédate fuera.
—¿Por qué? Yo también me preocupo por él.
—¿De verdad quieres que me crea que tú, que no has mostrado ni una sola pizca de impacto por lo que pasó ayer, estás preocupado por Fer? Venga, no me jodas.
—Claro que estoy dolido.
—No lo estás.
—Víctor era mi mejor amigo.
—Le conocías de menos de un mes.
—Blanca murió porque su novio de menos de un mes murió. Además, un amigo nunca me ha durado más de dos semanas.
—Por algo será.
Tras aquellas palabras, Miriam prosiguió su camino. Una vez más, el insistente matemático la agarró del brazo.
—¿No habíamos hecho las paces?
—¡No tiene nada que ver! Es solo que... me das mal rollo, joder. Eres muy raro y ahora mismo no estoy para lidiar con tus cosas raras.
El rostro de Sergio dejó mostrar una expresión más sombría de lo habitual en él.
—Miriam, nos quedan cinco días. En cinco míseros días dos de nosotros estaremos muertos. ¿De verdad crees que me voy a preocupar por algo que no tiene solución cuando ya le podemos ir viendo las orejas al lobo? No, cielo, creo que tengo asuntos mejores en los que poner mis fuerzas, como tratar que la bruja que nos monitorea a todas horas no me baje los puntitos y acabe como el resto. Y no me digas que no tengo razón.
La médica se llevó las manos a la cara tras soltar un largo suspiro de desagrado. Odiaba admitirlo, pero Sergio era sabio. Por algo había llegado tan lejos.
—Tienes razón, sí. Pero...
—¿Pero qué?
—Hablas con una tranquilidad irritante. Alguien normal, por mucho que pensase como tú, estaría asustado. O angustiado, o dolido... pero tú no. Tú solo le sigues el juego a Apeiro, sonríes a todo, bromeas hasta con cosas innombrables y dejas que todo fluya. No es normal.
—No todos somos iguales.
—Mira... Da igual —terminó por decir antes de, una vez más, incorporarse para visitar a su compañero—. Ven si quieres pero, por favor, ni una sola palabra de eso. No creo que Fer esté para oír tonterías.
—Dicho y hecho —la sonrisa que el matemático mostró a Miriam parecía sincera.
Al otro lado de la puerta de Fer, no se oía nada. Miriam trató de hacerle saber que estaba ahí dando un par de golpes a la puerta, pero no logró escuchar ni un solo movimiento proveniente de su habitación.
No fue hasta casi cinco minutos después y un buen puñado de aporreos que el frustrado alemán se dispuso a abrir la puerta, con unas ojeras que le llegaban al suelo y el pelo más despeinado que nunca. El interior estaba oscuro y podía notarse que no se había movido de la cama en todo el día.
—¿Estás bien? —preguntó Miriam, impactada por el estado de su compañero.
—Yo le veo divinamente —respondió irónicamente Sergio, quien recibió un disimulado pisotón en su zapato por parte de su compañera.
—Volved a clases, no os preocupéis por mí, haced el favor.
—Es la hora del descanso, no vamos a volver hasta las doce.
—¿Ya es el descanso? Ah, pues...
—Dios santo, estás desubicado —Miriam se adentró en el cuarto y sujetó gentilmente a Fer del brazo para llevarlo a su desordenada cama y sentarlo en el costado. La mesa estaba llena de pañuelos usados, así como el suelo de alrededor—. No puedes quedarte aquí dentro lo que queda de proyecto.
—Me da igual.
—¡No puede darte igual! Déjame ver tu brazalete —ordenó Miriam antes de agarrar su muñeca y mirar su número sin siquiera esperar respuesta—. ¿¡Cómo que treinta y dos!?
Fer tragó saliva, cabizbajo, sin siquiera mirar a sus amigos o su propio brazalete.
—He tenido una noche difícil.
—Como para no tenerla, pero... Fer...
—Tú no lo entiendes.
—Ya... Sé que no es lo mismo.
El joven giró su cabeza y comenzó a sollozar en silencio. Miriam no tenía ni la menor idea de lo que decir a continuación, por lo que solo le tomó la mano, esperando que no se la rechazase. No solo no se apartó, sino que la agarró con fuerza. Sergio tan solo estaba ahí, cruzado de brazos, con la misma expresión de siempre. Al menos estaba callado.
Aunque no le duró mucho.
—No pudiste decirle lo que sentías, ¿verdad?
El muchacho negó con la cabeza mientras que Miriam le fulminaba con la mirada. Por mucho que quisiese convencerse a sí misma de que Sergio se comportaría, algo en ella sabía que aquello ocurriría tarde o temprano.
—Vamos a ver, está claro que eso es gran parte del problema, no me mires así.
—No tienes por qué meterle el dedo en la herida.
—Para cerrar una herida hay que coserla.
Miriam no respondió. Si Sergio quería jugar a los psicólogos, ella no iba a detenerle y formar una discusión delante de su compañero. Pero sabía perfectamente cómo acabaría la charla.
—Vamos a ver, Fer, voy a ser franco. Tu historia de amor con Víctor no tenía futuro —dijo, yendo totalmente al grano. Miriam tuvo que esforzarse para no detenerle—. Ni la vuestra, ni la suya con Blanca, ni absolutamente ninguna que se hubiese formado aquí, porque en Apeiro no hay sitio para el amor. Y eso es un hecho, se sabía desde el día uno, desde antes de descubrir que este lugar no era normal.
Miriam no le detuvo porque Sergio tenía razón. No sabía si era por la situación tan compleja, porque sus nervios ya habían sobrepasado el límite, o simplemente porque se había acostumbrado a la forma de hablar del muchacho, pero... tenía razón.
—Está claro que habéis sido víctimas de los planes de Apeiro. Quiero decir, mirad como por poco no quedamos dos de un día para otro. Si no te hubieses resistido, hubieses perdido todos tus puntos. Es lo que ellos quieren. Y tú, que te has mantenido como una de las puntuaciones más altas durante casi todo el proyecto, ¿te vas a dejar eliminar por un truco de Apeiro?
Tras aquellas amargas palabras y unos segundos de un desagradable silencio, Fer se dio la vuelta en busca de más pañuelos. Ni Sergio ni Miriam esperaban que articulase una sola palabra, pero no fue así.
—No me quiero morir, no aún. Pero no puedo remediar el hecho de que ahora mismo... —el genetista hizo una pausa para secarse las lágrimas y sonarse los mocos— tampoco quiero salir de aquí. No me siento capaz.
—Pues entonces tenemos un problema.
—Sergio, de verdad que no entiendo por qué quieres animarnos a sobrevivir —preguntó Miriam, notablemente extrañada y escéptica.
—Si os morís me quedo sin rivales. No me sentiría como un verdadero ganador si solo he conseguido sobrevivir porque los demás perdisteis por una depresión casual. Quiero decir, ya me jodería ganar por una ola de suicidios.
—Me sigue sonando extraño.
—Gracias igualmente, Sergio. No me has animado demasiado, pero al menos he dejado de llorar —admitió Fer, que comenzó a recoger los pañuelos desperdigados por la mesilla para tirarlos a la basura.
—Es un avance —el estadista sonrió.
—¿Podemos ir a clases ahora, por favor? —propuso Miriam, quien comenzaba a perder ligeramente la compostura—. No quiero que pierdas más puntos por no presentarte.
—No estoy ahora mismo para atender.
—Si te crees que yo he atendido es que me conoces poco.
Los dos sujetos del sector Gamma rieron levemente mientras Fer terminaba de secarse la cara.
—Pues la última clase de hoy ha estado muy interesante —indicó Sergio, apretándose las gafas.
—Ya nos la explicas luego, anda —respondió Miriam con frialdad, pero más tranquila al ver que Fer estaba mejorando.
—Si dejáis que me dé una ducha... Huelo a tigre.
Sergio asintió discretamente, Mientras que Miriam le animó a hacerlo mientras consultaba el reloj.
—Ve, ve, si queda media hora.
Lo peor del proyecto no estaban siendo las clases, ni las prácticas, ni siquiera los exámenes: lo peor era la carga psicológica que se iba acumulando en los que quedaban con vida. Delta no mentía cuando dijo que todo el proyecto había sido estudiado metódicamente desde mucho antes de su ingreso: Apeiro sabía perfectamente, por ejemplo, que una persona frágil como Blanca no aguantaría el peso de ver morir a su amado.
Y por eso mismo temía tanto a Sergio, el único que parecía no haber sufrido las consecuencias de todos los sucesos que se habían llevado acabo durante el mes. Sin esa carga, sus capacidades seguían siendo las mismas que las que tenía el primer día, y eso era un problema, sobretodo porque el último examen determinaría el destino de ellos tres, de los cuales solo uno podría sobrevivir.
Miriam no tenía la menor idea de lo que podría aguardar el examen más importante de todo el proyecto, pero algo en ella le decía que no estaba preparada para afrontarlo, mucho menos para ganarlo. Pero las palabras de Sergio le transmitieron algo de confianza... El problema residía en que era Sergio, y Miriam no creía nada de lo que decía.
—Oye.
Tras unos minutos durante los que solo se oía el distante sonido del agua cayendo al otro lado de la pared del baño, Miriam decidió llamar la atención de su compañero.
—¿De verdad pensabas que me creería el rollo de que a Víctor lo mató Bea?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top