Capítulo 50. El último perdón de Apeiro
Tanto Delta como Beta corrieron en dirección al helicóptero con el fin de detener a sus compañeros, pero este ya estaba a punto de alzarse.
—Crees que somos tontos, Alpha —vaciló Beta mientras se desabrochaba la bata—, ¡y eso un problema que vamos a solucionar ahora mismo!
—¡Date prisa, por Dios! —Alpha perdió la paciencia y ordenó con un grito a Omega, quien tan solo trataba de ascender antes de arruinar el plan. Pero un helicóptero no era tan sencillo de pilotar, mucho menos de despegar.
—¡Eso intento, cojones! —respondió, agitada— No lo entiendo... ¡No deberían haberme visto!
Delta trataba de abrir la puerta pero, afortunadamente, estas habían sido bloqueadas de antemano. Sin pensarlo dos veces, sacó una estaca de metal de su bata y clavó en el cristal, rompiéndolo en pedazos. A pesar de que no le dio tiempo de hacer mucho más, el vidrio roto se repartió por todo el interior, sobretodo por la zona de Omega, quien hacía un esfuerzo en despegar sin llenarse de heridas hechas por el cristal.
—Por favor, no os vayáis —amenazó desde el otro lado del cristal—. ¡Abrid la puerta!
—¡Tú no me mandas! —Omega se envalentonó a agarrar un puñado de cristales y tirárselos encima a su rival— Vamos a irnos ahora mismo, ¡ya lo ves!
Justo cuando el helicóptero agarró por fin la fuerza para levantarse del suelo, Beta se sacó algo de la cintura tras ser abatido por la fuerza de la corriente que formaron las aspas del vehículo.
—Vosotros no vais a ninguna parte.
El irritante líder de sector tenía atado a la cintura un gancho. Delta, por otra parte, se quedó abajo quitándose cristales de la cara y solicitando refuerzos. La cosa iba a ponerse aún peor.
—¿¡Pero qué...!? —dejó escapar Omega, tratando de no desconcentrarse del plan— ¡Alpha, no vamos a conseguirlo!
—Los agentes del sector Beta están hechos a todos los entornos, generalmente son ellos los que salen a misiones fuera de Apeiro, y Beta no es la excepción. Lo tenemos jodido, Omega...
—¡No entiendo como Delta ha podido hacerte esto!
—Creo que lo entenderás pronto.
Mientras la física trataba de dirigir el vehículo en dirección a la península, pero con los suficientes tambaleos como para tratar de tirar a Beta, este no hacía más que escalar aquella cuerda y acercarse más y más a ellos. A pesar del mal aspecto que Beta poseía a ojos de los demás, Alpha sabía que tenía la misma formación que un militar, o incluso más. Que algunos años hubiesen caído sobre él no iba a impedir que trepase una cuerda a metros de altura y con una mujer colgando de su espalda.
Y no se equivocó, pues no mucho después alcanzó eventualmente la puerta trasera y rompió el cristal con el mismo objeto que Delta empleó poco antes.
—¡No pares y no mires atrás, Omega! —Alpha se volteó para ayudar a sus hijos a quitarse cristales de encima e intentar empujar a Beta fuera.
—Qué bonita escena... —bromeó el psicólogo, quien ya tenía medio cuerpo dentro del vehículo— No es común ver en Apeiro familias felices tratando de escapar de aquí. Eso es lo que le gusta a la gente mediocre, ¿no? ¿Darlo todo por formar una familia?
Alpha no respondió, solo se estiró para alcanzar a darle un par de puñetazos en la cara a Beta, pero a pesar de comenzar a sangrar por la nariz, algo doblada, este no retrocedió ni un centímetro ni mostró la menor pizca de dolor.
—Vuelve a intentarlo y te atravieso el puño —Beta sacó un largo y filoso machete de su cinturón.La situación iba de mal en peor.
—Me da igual el daño que me hagas, ¿¡me oyes!? —indicó perdiendo la paciencia, volviendo a azotar el rostro de su enemigo.
Y tal y como prometió, Beta clavó su arma en la mano de Alpha, que comenzó a derramar sangre sobre 030, quien llevaba en medio de los dos líderes toda la pelea y no podía hacer más que observar petrificado.
—No me jodas... —farfulló el herido mientras trataba de aguantar el dolor y no mostrarse débil. Omega lo estaba oyendo todo y trató de subir el ritmo, dado que no podía hacer mucho más. Además, le daba miedo que Beta fuese armado.
El psicólogo aprovechó el segundo de debilidad en su rival para impulsarse y entrar finalmente en el helicóptero. Este cayó sobre los dos niños que, asustados, comenzaron a golpearle con toda la fuerza que unos críos de siete años podían sacar.
—No estoy para hacer de niñero —sin siquiera pensarlo, Beta deslizó el machete por los brazos de los dos chicos, cuyos gritos de terror pasaron a ser gritos de dolor—. ¿Así, o sigo?
Alpha, impotente, agarró del cuello de la camisa a Beta y le azotó hasta que, una vez más, clavó su machete en su brazo.
—¡PARA YA, SON NIÑOS!
—¡SON SUJETOS, ALPHA, SUJETOS! ¡¿TE HAS OLVIDADO DE LOS VALORES MÁS BÁSICOS DE UN TRABAJADOR DE APEIRO?!
El silencio se hizo en la cabina. Beta agarró a 030, el sujeto que le pillaba más cerca, y puso su arma en su cuello. Acto seguido, su reloj inteligente comenzó a emitir un pitido.
—Vamos a hablar con alguien con quien creo que te entiendes mejor que conmigo, ¿sí? —Beta sonrió macabramente cuando una voz familiar para todos inundó el helicóptero.
—Alpha, has llegado muy lejos... —Delta parecía apenada e indignada a partes iguales. Omega comenzó a prestar atención a sus palabras— Sabías que esto iba a pasar.
—Me duele que seas tú quien vaya a echarme la bronca.
—No solo eso, sino que ha sido ella quien me ha avisado —informó Beta, sin soltar su arma ni alejarla del cuello de 030. Alpha no supo que decir por unos instantes en los que se dedicó a negar con la cabeza, decepcionado.
—Traidora de mierda...
—No eres el más indicado para hablar, Alpha —contestó fríamente—. Por favor, dad la vuelta ahora mismo, no queremos causar más daños.
Beta rió por lo bajo.
—Bueno, yo por lo menos no quiero —prosiguió la líder.
—Por mí seguid... Quiero ver hasta dónde sois capaces de llegar —vaciló Beta con una sonrisa enfermiza.
—Alpha... —lamentó Omega, indecisa de si era mejor rendirse o seguir hasta el final.
—No des la vuelta... ahora no—respondió su compañero, quien acababa de sacar la pistola que se había llevado por lo que pudiese pasar.
—Menudo valor tienes —respondió el psicólogo—. Hacéis todo esto por estos dos enanos, ¿verdad? ¿Os seguiría valiendo la pena huir si los matase aquí mismo? Los resultados serán los mismos que si os dais la vuelta, solo que de esta forma me encargaré de que sufran más.
—No escuches, Omega, sigue.
—Alpha, van a matarlos.
—¡Tengo una pistola!
—¿Y tú ves que me importe? —preguntó fríamente Beta para acto seguido hundir ligeramente la punta del machete en el cuello de 030 hasta poder ver su sangre caer poco a poco.
El sonido de un disparo agitó a todos los presentes. Un chorro rojo comenzó a salir agujero en el brazo de Beta. Como acto reflejo, este lanzó su piedad el arma a su atacante, que se vio con el machete clavado en su clavícula mientras el psicólogo procedía a saltar hacia él en un intento de robarle la pistola. Un par de tiros al aire aterraron aún más a Omega y a los dos chicos, pero nadie ni nada salió herido más allá del chapado del vehículo.
De lo que sí se dio cuenta la física, fue de que había algo acercándose a gran velocidad por el retrovisor.
—Oye... —señaló— ¿Qué es eso?
—Anda, tenemos visita —Beta puso los ojos en blanco.
El segundo helicóptero ganó la velocidad suficiente para ponerse a la altura del vehículo de Omega, quien llevaba un rato haciendo maniobras prácticamente mortales dados sus nervios. Delta se asomó para revelar que era la piloto del otro helicóptero y siguió hablando desde el reloj de Beta.
—No voy a decirlo más veces. Por favor, dejemos aquí esta pelea.
—Delta, por Dios... —murmuró Alpha.
—Ni por Dios ni nada, volved ya.
Alpha tragó saliva. No se podía creer que ni en una situación como aquella, Delta no terminase por cambiarse de bando. ¿Qué le habían hecho?
—Date la vuelta, Omega.
Sin siquiera recibir respuesta, pudo notar que el helicóptero cambiaba su trayectoria. Alpha iba a explotar de la impotencia, pero el sentimiento de vacío que se había apoderado de el ante su derrota le quitó las ganas de siquiera desahogarse. Beta había hecho su trabajo exitosamente una vez más, incluso con el hombro reventado y cubierto de sangre. Con suerte pagaría su merecido y moriría antes de volver a Apeiro: tampoco es que nadie le estuviese ayudando a cortar la hemorragia.
El teléfono de Alpha le indicó que alguien le estaba llamando. Era Sigma. Ni siquiera se aterró como solía hacer, tan solo sacó su móvil y aceptó la llamada.
—Dime.
—Aterrizad en el sector Omega, os espero en la entrada al segundo piso del ala sur —A Alpha se le heló la sangre al reconocer aquel área al que le habían solicitado ir como la zona donde se llevaban a cabo los experimentos humanos del sector—. No creo que haga falta deciros que no intentéis más locuras.
Nadie respondió.
El jefe de Apeiro colgó tras esas palabras y Alpha destacó a Omega que debían aterrizar en su sector. El resto de viaje se vio inundado en el más puro silencio. Tan solo podían oírse sollozos y respiraciones agitadas en el asiento de atrás, pero Alpha no tenía la fuerza suficiente como para darse la vuelta y comprobar el estado de sus hijos. No tardaron demasiado en volver a pisar tierra firme.
Los cuatro líderes y los dos jóvenes salieron de sus respectivos vehículos. Todo parecía haber acabado: Delta estaba apuntando a Alpha y Omega con una pistola, mientras que Beta tenía agarrados de las manos a los dos chicos heridos. Pero el padre no quería que todo acabase así.
Sin pensarlo, derribó a Beta de un placaje y agarró a los dos niños para luego dirigirse a Delta con una profunda mirada de pena que aún dejaba ver un pequeño rayo de fe en él.
—Dispara a Beta y vámonos juntos. No voy a guardarte rencor, sé que este es tu trabajo, pero ya estamos aquí. Sabes que no quieres vivir esta vida, te conozco.
Las sudorosas manos de la líder comenzaron también temblar mientras que su expresión se torcía a una de nervios. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Beta, quien tan solo trataba de no quedar inconsciente dadas sus heridas.
—No va a matarme, imbécil... Ya lo sabes.
Pero ella no dio respuesta, tan solo seguía apuntando a quien en su momento fue su compañero de trabajo más fiel.
—Alpha, no podemos huir. No podemos...
—Tenemos al líder de sector más hijo de puta a nuestros pies y el resto cree que ya estamos retenidos, ¿¡cual es tu problema ahora!?
—¿¡De verdad no eres capaz de verlo!? ¡Sé realista por una vez Alpha, hablamos de Apeiro! ¡Han matado a miles de personas, secuestrado a todo tipo de gente y realizado los descubrimientos más importantes de la época, y aun así absolutamente siempre se han salido con la suya! ¿¡Crees que va a ser problema para ellos encontrarnos una vez huyamos!? ¿¡CREES QUE SIGMA SERÁ PERMISIVO CON VOSOTROS CUANDO NOS LLEVEN DE VUELTA!? ¡NO HAY ESCAPE, ALPHA, ADMÍTELO DE UNA VEZ!
Sin moverse un solo centímetro, los ojos de Delta comenzaron a derramar lágrimas una tras otra, mostrando debilidad y que, en efecto, aún no había perdido sus valores. Pero tenía razón, no había forma de escapar de Apeiro. Eran tres... No, cuatro líderes los que se perderían, además eran probablemente aquellos con la información que más peligro podría suponer para la compañía si se filtraba al exterior. Su escape formaría el mayor incidente en la historia de Apeiro.
—Si os vais y armáis un escándalo público, probablemente Sigma reaccione activando el núcleo. Lo sabéis, ¿verdad?
Las miradas de los otros cinco presentes se fijaron en Beta. Ninguno de ellos había caído en el núcleo. Al fin y al cabo, nunca fue incumbencia de ninguno de ellos lo que pudiese pasar si se activaba.
—No es que vayan a perseguiros hasta encontraros, es que no van a daros el tiempo de alcanzar una comisaría y desembuchar —continuó diciendo sobre un charco de su propia sangre.
—Sigma solo activaría el núcleo en una situación de emergencia —respondió Alpha, cuya cara se había palidecido ante aquella idea.
—¿Crees que no le va a parecer una emergencia la ausencia de más de la mitad de los líderes activos? Piénsalo, inútil. Tan solo quedarían Lambda y Gamma a merced de Sigma. ¿Cuánto tardaría Apeiro en caerse a pedazos? ¿Crees que lo permitirían?
El silencio en el que se sumieron tan solo duró un par de segundos. Beta perdió la consciencia antes de poder hacer más, pero la repentina aparición de Sigma y las últimas palabras de su compañero fueron suficientes motivos para que Delta se acercase a Omega, aún con la pistola arriba, para ponerle las esposas. Antes de que pudiese pasar con Alpha, Sigma interrumpió la escena.
—Estabais tardando demasiado, así que me he dado el permiso de subir a vigilar que no seáis capaces de nada más —Sigma venía acompañado de dos guardas armados, como si se hubiese olido el intento de rebelar a Delta—. En fin, seamos breves. Alpha, espero que sepas que lo que has hecho merece un castigo.
No hubo respuesta por su parte.
—No voy a llevarte a mi sector. Sería un desperdicio tener muerto durante tantos años a un líder de sector con tanta capacidad. Pero pasarás a ser un sujeto de pruebas. Uno del sector Omega, para ser exactos. No te preocupes, que no voy a hacerte pasar por un experimento de acceso de nuevo.
La líder de dicho sector quedó ojiplática ante aquella revelación. ¿El castigo de Alpha sería ser su sujeto?
—Hay un experimento en marcha que no ha sido probado con voluntarios humanos hasta ahora por miedo a las consecuencias, pero que estoy seguro que nos vendrá bien usar a alguien ta fuerte como tú para conocer la efectividad de los métodos.
—¿Habla de...? —preguntó Omega, quien se podía hacer una idea de a qué experimento se refería.
Sigma clavó su vista en la joven que acababa de hablar.
—Sí, ese. De tu castigo hablamos luego, ¿sí?
Delta se dispuso a esposar a su compañero para poder partir al interior del sector, pero antes de poder hacerlo Alpha se acercó por detrás de ella, y de nuevo, le dio un puñetazo en la cara con tal fuerza que la hizo caer al suelo con un diente menos.
—Omega, mete a los niños en el helicóptero.
Instantáneamente después de decir eso, el muchacho que hasta hace un momento parecía arrepentido y conforme con su destino, se tiró sobre Sigma y le clavó su cuchillo en el ojo. La física soltó un breve chillido de sorpresa y terror: acababa de agredir a la autoridad suprema en Apeiro.
—¡Omega, coño!
El guarda que observaba la escena alzó su extraña arma y disparó a Alpha. Lo que Omega pudo ver a continuación fue a su compañero gritar de dolor mientras que su ropa y piel de la espalda se fundían como si estuviese siendo hervido vivo. Aunque tratase de volver al helicóptero, probablemente sería abatida antes de alcanzarlo.
Los gritos de Alpha se hacían más intensos y sus hijos observaban aterrados. El guarda seguía apuntando al líder con su arma y Sigma simplemente se mantuvo en silencio, inmóvil, mientras Alpha trataba de agarrar el cuchillo que había dejado clavado en su jefe tras el ataque. Todo estaba perdido para ellos dos.
Pero no para los dos chicos. Omega se sintió obligada a ayudarles.
La joven corrió hacia el guarda y, gracias a un poco de reflejos, logró esquivar el primer disparo —a pesar de notar cerca de ella un intenso ardor que había emanado de la boca del arma— y abalanzarse sobre él. Sacó su navaja y no dudó en usarla para apuñalar múltiples veces el cuello del guarda, quien se estremeció ante el ataque y procedió a intentar taparse la herida con la mano que tenía libre. Se preparó para comerse de lleno un segundo disparo.
—¡Corred al helicóptero, por Dios! —indicó Omega a los dos niños— ¡Si sois capaces de desarrollar telepatía, sois capaces de conducir ese cacharro!
Tras un par de segundos de incertidumbre, ambos corrieron al interior del helicóptero. Tuvieron la suerte de esquivar el par de disparos que el guarda aún sano efectuó. Quizá fue casualidad, quizá fue intencional, pero la puntería de aquellos dos ataques fueron pésimos.
Fue 072 quien se colocó al mando, con 030 a su lado tratando de ayudar. Cuando el agente al que estaba atacando dejó de forcejear, Omega corrió hacia el otro guarda sin quitarle un ojo a los dos niños, pero justo cuando las aspas del helicóptero comenzaron a girar, la joven se llevó un disparo en el pecho que la derribó a unos metros de la escena.
Pudo notar en sus propias carnes cómo el calor freía y consumía su piel: era un dolor era tan intenso que llegaba a sus propios huesos. Los proyectiles de esa maldita escopeta no eran balas, sino ráfagas de aire a una temperatura excesivamente alta.
El segundo guarda aprovechó su corto descanso para intentar quitar de encima de Sigma a Alpha, quien no quería ceder a moverse. Antes de que pudiese ponerle un dedo encima, Sigma logró sacar una mano de debajo del corpulento hombre y clavarle un táser que le dejó totalmente vulnerable. Como si se tratase de una pequeña astilla clavada en su dedo, Sigma agarró el cuchillo y se lo sacó del ojo sin cuidado alguno.
—Eras mi favorito, Alpha.
Sin poder verlo venir, Omega sintió un disparo en su pecho que la hizo caer de espaldas al suelo, llevándose un golpe en la cabeza con el cemento sobre el que quedó inmóvil. Pudo ver algo borroso moverse en el cielo poco a poco antes de perder totalmente la consciencia.
Lo siguiente que notó fue una insoportable luz blanca que la hizo despertar. Agitada, se levantó de la camilla y miró su alrededor: estaba en una consulta del sector Gamma, eso estaba claro. Tenía el pecho vendado y notaba un intenso dolor proviniendo de este. Buscó a Alpha por todos lados, pero no parecía estar allí. Poco después, recordó todo lo sucedido y supuso que, si quería encontrarle, tendría que ir a su sector.
Sin siquiera esperar a que un trabajador del ala de enfermería la atendiese, Omega se puso en pie y abandonó el establecimiento a paso ligero, tratando de no pensar mucho en el ardor de su pecho.
Por el camino, fueron aflorando recuerdos de lo que había sucedido hace ni más ni menos que dos días, según su reloj. Llevaba casi 48 horas en coma, pegada a una camilla. Alpha posiblemente ya estaría internado en la sala de experimentación. Por otra parte, pensó en los dos chicos. ¿Habrían podido escapar? ¿Estarían en la península, o en el sector Sigma? No había forma de saberlo, y eso enrabió aún más a Omega.
Entonces la joven cayó en un último detalle en el que no había pensado desde que comenzó el plan de escape. Y es que, tras todo el esfuerzo, tras todas las consecuencias que había sufrido —y que aún le quedaban por conocer—, no había logrado descubrir quién era, y ya no tendría forma de saberlo. Era una derrota para ella, en toda regla. Apreció en la aplicación de mensajes de su reloj, mientras lo toqueteaba durante el viaje en metro, un mensaje de Alpha de hace dos días, poco después de quedar inconsciente.
"Gracias por todo. Cuida bien de mí hasta el final, ¿sí?"
La física derramó una lágrima al ver aquellas últimas palabras, pero pero no podía hacer más que sentir impotencia por no haber podido salvarle y, sobretodo, lograr hacerle hablar de su pasado. Cuando llegó a la oficina, lo primero que hizo fue romper a llorar en silencio por unos minutos, aún sin creer todo lo que había pasado.
Acto seguido buscó el lavabo para secarse las lágrimas y lavar su cara, llena de suciedad y heridas. Verse al espejo sin saber a quién estaba mirando era un sentimiento que no podía aguantar, pero con el que tendría que lidiar durante mucho tiempo. Recordó las palabras que Alpha le dedicó un día, hablando del tema: "El borrado de memoria en Apeiro no es infalible, pues con el tiempo los recuerdos comienzan a brotar de vuelta hasta que un estímulo clave saca a flote todo lo que hacen olvidar. Pero claro, hasta que eso ocurra pueden pasar años..."
No le quedaba otra que seguir adelante, rezando por no cruzarse con otro rebelde como Alpha hasta el final de sus días como líder de sector e indignada por no saber qué fue de ella en el pasado: su verdadero nombre, dónde vivía antes, de quién estaba enamorada —si es que lo estaba—, y sin saber con certeza por qué le faltaba la mitad de su oreja derecha.
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