Capítulo 43. Más allá del pasillo

—¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí?

Sus cuatro compañeros se dieron la vuelta al mismo tiempo. Algunos, como Blanca, tenían lágrimas cayendo por sus rojizas mejillas. Parecía estar interrumpiendo algo importante. Víctor, con cara de circunstancias, se acercó para ubicarle.

—Estábamos haciendo un... —el pelinegro tragó saliva. Estaba incómodo, Sergio podía notarlo— un funeral. Bueno, una especie de minuto de silencio por Bea.

El matemático miró por detrás de sus compañeros para lograr apreciar un marco con un selfie de grupo hecho por la difunta, rodeado por varias velas encendidas sobre una pequeña roca de superficie lisa. El joven intentó no ser demasiado expresivo, pero no pudo evitarlo. Un ligero desagrado se dibujó en su rostro. ¿Era necesario hacer algo así?

—Ah —respondió con sequedad—. Podríais haber avisado.

—Sergio, ¿desde cuándo te caía bien Bea? —preguntó, firme, un Fer notablemente afectado por la situación en la que se encontraban hasta hace un momento.

—No, si no me caía bien —dijo con sinceridad, sin importarle cuánto pudiese ofender al resto. Pudo notar expresiones de sorpresa e incluso de enfado entre sus compañeros—. Pero... teniendo en cuenta la situación a la que nos enfrentamos...

Sergio frenó para plantearse dos veces si era buena idea decir lo que iba a decir. Concluyó que sí, lo era.

—Creo que lo mejor es que nos llevemos bien de aquí en adelante —admitió—. Sé que mi actitud no ha sido la mejor con algunos de vosotros, pero creo que ya ha sido suficiente. Quiero ser vuestro amigo. Y aunque no me llevase bien con Bea, querer estar presente en su despedida es un acto... humano, simplemente. No era mi amiga, pero sí mi compañera.

Blanca y Víctor cruzaron miradas. Fer agachó la cabeza sin saber muy bien qué responder. Miriam ni siquiera se inmutó. Debería haber buscado un mejor momento para pedirles una tregua a esos cuatro.

—Bueno —contestó el alemán al ver que nadie daba el primer paso—, razón no te falta. Quedamos pocos, no nos merece la pena andarnos con malos rollos. Por mi parte, podemos intentarlo.

Fer forzó una leve sonrisa y miró de reojo a Blanca, esperando que ella también dijese algo. La joven física acabó percatándose, aún con la cara húmeda.

—Yo... sé que te caigo mal y ni siquiera se el por qué, no hace falta que finjamos ser amigos —respondió Blanca con franqueza, pues había notado múltiples veces las malas miradas de su compañero—. Pero podemos tener una relación cordial. Si yo soy la primera que al llegar aquí buscó llevarse bien con todos...

—Gracias. ¿Y tú, Miriam?

La cara de la joven no era muy positiva. Si había alguien que ganaba a Sergio en expresividad, era ella, pues ni siquiera se esforzaba en quedar bien.

—Creo que no es momento de tener esta conversación —replicó fríamente—. Me lo pensaré.

Que la asesina de Bea dijese eso le parecía irónico, pero se ahorró el comentario y asintió con calma.

—Entendible. Pues... nos vemos en la cena, supongo.

Sergio se despidió de sus compañeros ondeando la mano y, con una sonrisa, abandonó la escena. Afortunadamente no estaban muy lejos de la entrada al recinto, porque orientarse en aquel basto terreno seguía siendo un desafío si se adentraban más de la cuenta. Aun así, vio buena idea moverse siguiendo las paredes del lugar. Al fin y al cabo sería estúpido perderse de esa forma, teniendo la sala forma de un simple rectángulo —aunque uno muy grande—.

El complejo Theos cada día era más triste. Sergio podía notar la soledad que el ambiente emitía con solo pasearse por las diferentes estancias. Quizá era porque sabía que era el único merodeando por aquellos pasillos en ese momento, pero era igual de deprimente en cualquier otro momento del día. Los lugares grandes como aquel estaban hechos para aforos grandes, no para ocho adolescentes —y cada vez menos.

Pero aquella extraña melancolía se hacía más fuerte cuando Sergio recordaba que se había quedado solo. Desde la muerte de Silvia, su circulo social se había reducido a Víctor, al que solo veía —sin contar las clases y durante aquel estúpido intento de escape— cuando Blanca estaba ocupada. Y eso era cada vez menos frecuente dados sus constantes altibajos. Ser su claro segundo plato no le sentaba bien, y mucho menos que escondiese su amistad. Sabía que el pelinegro sentía que ser su amigo podía ser peligroso, ya que no era la persona preferida del resto de sus compañeros y, por supuesto, de su querida Blanca. ¿Tan malo era?

Tras tantas horas de soledad, Sergio decidió que lo mejor que podía hacer llegado a ese punto era llevarse bien con el resto. Lo mínimo para que le considerasen un aliado, por lo menos: no podía depender únicamente de Víctor en lo que quedaba de experimento, sobretodo porque eventualmente este podría ser eliminado y se quedaría totalmente solo. Y sin amigos ni aliados, las posibilidades de ganar caerían en picado, lo cual era lo último que quería que pasase.

Si su plan funcionaba y podía integrarse en el grupo de Víctor, ser finalista estaba prácticamente asegurado. Al fin y al cabo, solo quedaban dos exámenes y cinco personas. Lograr llevar a la eliminación a una de las otras cuatro para salvarse no era difícil.

Aquella noche, Sergio acudió al comedor antes de lo normal. Si era el primero en llegar, ¿el resto decidiría sentarse por separado o con él? Habría que verlo.

Mientras Sergio comía patatas fritas por puro aburrimiento, alguien entró a la cantina.

—Ah, hola.

El joven alzó la mirada para encontrarse con la estudiante del sector Gamma, que se acercaba lentamente a su asiento.

—¿Qué tal, Miriam? ¿Cómo que vienes sola hoy?

—Siempre llego la primera. Blanca y Víctor se entretienen mucho y Fer les suele esperar. Como siempre llegas el último, igual te piensas que venimos todos juntos.

—Será eso —hubo un corto silencio entre ambos—. Pues... ¿Quieres sentarte?

—Si no te importa, espera que coja la comida.

—Ah, ya, claro.

Unos minutos después, la joven se sentó frente a él y comenzó a comer. Aunque el ambiente era algo incómodo y tenso, era la primera vez en tres semanas que ambos hablaban sin malas caras o comentarios agresivos de por medio. Eso era un avance, cuanto menos.

—Y bien —prosiguió el chico de las gafas—, ¿podemos ser amigos o no?

Miriam resopló ante su comentario.

—A ver, si me he sentado contigo no es para insultarte precisamente.

—Ya, solo quería asegurarme.

—No sé, supongo que podemos. Bueno, eso tomará tiempo, pero podemos no llevarnos mal como mínimo —aclaró mientras removía los fideos para enfriarlos—. Quizá... fui muy seca contigo durante los primeros días.

—Demasiado.

—Bueno, ya no lo soy... tanto. Entré aquí con una mentalidad, pero la he cambiado.

—Por supuesto, eso se nota. No te culpo —Sergio sonrió—. Podemos empezar de cero.

En realidad, ellos dos se parecían más de lo que Sergio pensaba. Ambos poseían una personalidad similar, siempre pasando de todo, solo que de formas distintas. Pero, con el tiempo, Apeiro les cambió a ambos, y eso no se podía negar.

Miriam entró sin importarle no hacer amigos y queriendo salir de allí lo antes posible, pero ahora sufría cada pérdida y, sabiendo lo que le esperaba tras la eliminación, no pensaba dejarse ganar. Por otra parte, Sergio quería que la situación la manejasen los demás con el fin de no llamar la atención, pero poco a poco comenzó a tomar las riendas del complejo hasta convertirse en el manipulador número uno del experimento. Beta estaría orgulloso de él, una pena que Alpha le adoptase.

Poco después los otros tres entraron en la sala, un poco más animados de lo que estaban en el extraño ritual que hicieron en honor de la fallecida —y con razón—. Al ver a sus dos compañeros sentados juntos, cruzaron miradas descaradamente y Víctor se adelantó para coger una silla de otra mesa.

—¡Anda! Qué raro veros juntos.

—Hemos hecho las paces, fíjate —respondió Sergio con alegría—. Por mi parte, se han acabado los malos rollos.

—Pues mira, ya era hora —respondió el ingeniero mientras se sentaba y cogía sin preguntar una patata del plato de Sergio—. A estas alturas no nos merece la pena llevarnos mal.

—Exacto —confirmó el matemático—. Además, ¿quién sabe? Si comenzamos a trabajar en equipo puede que todos podamos salir de aquí o, como mínimo, ganar juntos.

Sergio notó cómo Víctor se daba cuenta de que aquellas palabras eran tan impropias en él que tenía que estar diciéndolas por algún motivo, pero decidió no abrir la boca. Blanca y Fer no tardaron en sentarse, cargando con tres bebidas y dos bandejas con comida varia.

—Ay, ¿me has pedido la comida? —preguntó el pelinegro a Blanca, con una sonrisa, al ver su comida favorita entre sus manos.

—Ah, no, ha sido Fer —aclaró mientras se sentaba y le acercaba el burrito—.

—Es que si no ibas a comer el último. Con lo lento que eres...

—Se llama "tener facilidad para distraerse", perdona —aclaró antes de sorber un poco de su Pepsi—. No entiendo por qué aquí no tienen Coca-Cola.

—Es más cara —indicó Miriam.

—No creo que sea más caro que secuestrar y asesinar superdotados, pero bueno —comentó suavemente Sergio—. Igual andan cortos de presupuesto.

—Pues que dejen de matar gente y se relajen un poco, digo yo... —replicó Fer con una notoria cara de cansancio— Me gustaría saber si siempre han sido así.

A pesar de que la conversación estaba tomando un rumbo más bien oscuro, ninguno de ellos pareció sentirse mal por ello. Después de todo lo que habían visto, de nada servía sufrir por el hecho de que los planes de Apeiro fuesen tan poco éticos. Y Sergio estaba contento de ver que sus compañeros por fin habían aceptado aquel hecho.

Aquel era el sistema, y esa era la realidad. Ninguno de ellos podría cambiarlo jamás.

—Oye —dijo Miriam, interrumpiendo el extraño silencio que todos habían aprovechado para comer—. ¿Y ahora qué?

Todos alzaron la cabeza de sus cenas.

—Quiero decir... ¿Empezamos a comportarnos como Apeiro quiere y ya? ¿A rezar para que por un milagro nos salvemos más de uno?

Era cierto: los planes se habían acabado. Explorar los sectores, encontrar a la asesina de Germán, intentar escapar... Todo había sido intentado y nada había funcionado. Ya no tenían un objetivo más allá de esperar al próximo examen y rezar para que sus números no bajasen. Y ese objetivo para Sergio era más que suficiente: ahora mismo era el tercero con menos puntos. Tenía que aguantar un poco más.

—Es que ya no hay nada que hacer —admitió Fer, sorprendentemente conforme con aquel hecho—. Ya no hay mucho más que intentar.

—¿Seguro? —dijo Blanca, tratando de buscar alguna alternativa en la que no hubiese pensado hasta aquel momento.

—Hombre... Podemos volver a intentar escaparnos, pero dudo que vayan a ser tan tontos de dejarnos usar el ascensor de nuevo.

—Pues quizá... —pensó en voz alta Víctor.

—No, yo paso —aclaró la peliblanca—. Por culpa de esa gracia perdimos a Irene. Si no pudimos huir con un plan estructurado...

—Y un arma de fuego —recordó el pelinegro.

—Y un arma de fuego, sí. Pues eso, que no va a funcionar. Estamos acorralados.

Entonces Sergio recordó algo.

—Oye, ¿hemos investigado el pasillo?

Todos se callaron al caer en aquel dato. La puertas del coto de caza y la sala de juicios no eran las únicas de aquel largo y lúgubre pasillo que se había abierto hace poco más de una semana: si no recordaban mal, eran otras tres las que permanecían cerradas.

—-A ver —dijo Víctor—, hasta ahora todas las salas de ese pasillo han sido zonas de examen. Si quedan tres puertas por ser abiertas y solo dos exámenes...

—Una sobra —confirmó Sergio—, exacto.

—¿Y por qué pondrían una sala común en la zona de exámenes? —preguntó Blanca, extrañada y poco convencida con aquella teoría.

—A ver —indicó la médica—, teniendo en cuenta que la entrada al laberinto estaba en el pasillo de habitaciones... Ya no me extraña nada.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —la chica de gafas redondas no terminaba de entender la conversación.

Sergio la miró por un par de segundos.

—No hay. Vamos a investigar y punto. A pasar la noche tocando puertas, ¿no es divertido?

La física arqueó una ceja.

—No mucho...

—Bueno, pues no hay mucho más que hacer. ¿O quieres pasarte lo que queda de día preparando la maravillosa clase de física que tienes que darnos mañana?

—Ni que me hiciese falta— refunfuñó, rodando los ojos—. No como a ti, que no hay quien entienda tus explicaciones de estadística.

—No las entiendo ni yo, tampoco os pido que lo hagáis vosotros —contestó con una sonrisa pícara mientras se levantaba de la mesa y llevaba su plato al mostrador. Sergio no era precisamente el mejor profesor del grupo, pero al menos lo admitía.

El resto rió por lo bajo e hizo lo mismo que él, retomando la compostura tras un buen rato de charla y comida —menos Víctor, quien a pesar del gesto de Fer, no había terminado aún.

—¿Te esperamos? —preguntó Blanca.

—No, no. Da igual, si para cuatro bocados que me quedan...

—Tampoco tenemos prisa —indicó Sergio, quien cruzó miradas con Víctor tras decir eso.

Ambos quedaron en silencio antes de que el ingeniero volviese a hablar.

—Bueno, id vosotros —respondió a su compañera—. Que se quede Sergio, igualmente quería contarle una cosilla.

Extrañada por la respuesta, la física asintió y abandonó la sala con Fer y Miriam. Sergio, igual de confuso, volvió a sentarse en su asiento y esperó explicaciones por parte de Víctor.

—¿Y bien?

—No me creo tu repentino cambio de personalidad. ¿Qué tramas?

El estadista dejó mostrar una leve sonrisa. A veces se olvidaba de que Víctor no era la persona torpe y despreocupada que aparentaba ser.

—Qué poco confías en mí. ¿Es que no puedo intentar hacer amigos? —dijo Sergio, fingiendo haberse ofendido— Todos a los que me acerco han acabado muriendo, y no quiero quedarme solo lo que queda de experimento, ¿sabes?

Víctor arqueó una ceja. No parecía fiarse del todo.

—Te conozco lo suficiente como para saber que tienes otros motivos. No creo que Blanca y Fer te hayan empezado a caer bien de la noche a la mañana —argumentó con claridad.

—Y tienes razón, me caen mal, pero es cuestión de cordialidad. Tampoco creo que les haya hecho nada malo hasta ahora, ¿no?

—Supongo que tienes razón. Si tú lo dices, no me queda otra que creerte.

El pelinegro siguió comiendo mientras Sergio pensaba en silencio.

—Nos vamos de aquí el viernes que viene, Victor —prosiguió el joven—, por lo menos del complejo Theos. Queda una semana contada para que el experimento acabe y se sepa el resultado final.

—Ya, lo sé. ¿Qué pasa con eso?

—Quedamos cinco participantes. ¿Cómo crees que Apeiro se encargará de reducir ese número a un solo sujeto en cuestión de diez días?

Víctor dejó de comer por unos segundos para pensarse la respuesta.

—No lo sé. ¿Un examen más difícil?

Si los exámenes fuesen la única forma de quitarse gente de por medio...

—Ándate con ojo —contestó fríamente—. Se acerca la recta final: procura que todo tu trabajo no acabe siendo en vano. Solo eso.

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