Capítulo 3. Proyecto Theos
La jefa del sector estaba terminando de prepararse para la sesión de presentación que realizaría en un par de minutos. Se ajustó el uniforme, repasó por encima el discurso y, por último, decidió abrir por fin la puerta al salón de clases con un suspiro que denotaba cierto nerviosismo.
Los ocho candidatos entraron en la amplia sala: el mismo número de pupitres individuales se encontraban colocados en forma de arco frente a una gran pantalla de proyector. Delta les saludó mientras tanto, uno a uno, con una cálida sonrisa.
Estos fueron tomando los asientos con una mezcla de temor y emoción presente en ellos, tal y como sucedía en la administradora: fue mucho el tiempo que dedicó al proyecto que hoy tenía el placer de inaugurar. Ser líder de sector no era nada sencillo, menos aún cuando se presentaban designios como aquel. Era, probablemente, su encargo más importante en sus nueve años de trabajo y, en caso de salir bien, la prueba definitiva de que estaba a la altura de su puesto.
El pequeño grupo ya estaba sentado. Delta cerró la puerta y encendió el proyector, que mostraba la portada de una extensa presentación Power Point. "Proyecto Theos: Fase 1", ponía en grande y en mayúsculas. El silencio se hizo en la sala en cuanto las luces se atenuaron. La administradora se colocó frente al grupo sin cubrir la imagen, se aclaró la garganta y comenzó a hablar.
—Buenas tardes una vez más. Esta vez no hacen falta presentaciones, ¿no?
El grupo se dedicó miradas entre ellos.
—Parece que no. Es bueno que hayáis empezado a conoceros, que son muchos los días que pasaréis sin ver más caras de las que aquí tenemos presentes —explicaba aún con la sonrisa en la cara—. Como sea, es hora de empezar con la presentación.
Todos escucharon a Delta con atención.
—Hoy estamos aquí reunidos para comenzar la primera fase del experimento más ambicioso que Apeiro ha desarrollado en años: el Proyecto Theos, del cual sois partícipes y los miembros más importantes —comentaba sin perder el hilo—. Antes de explicaros necesitaríais un poco de contexto, así que...
La administradora pasó la diapositiva para mostrar el infinito que hacía de logo de la organización.
—Comencemos con lo básico. Apeiro es una empresa especializada en todo tipo de campo científico y líder en prácticamente todos y cada uno de ellos actualmente. Nos dividimos en siete sectores que más adelante conoceréis en profundidad, cada uno de ellos especializado en un área en concreto. Física, genética, ingeniería e incluso psicología, no nos dejamos ninguna —Delta cambió la imagen a la de un mapa general de las instalaciones, conectadas entre sí por lo que parecía una red de metro—. Si bien todos los sectores cumplen tareas importantes, podríamos decir que la meta que persigue nuestra organización reside en el sector Sigma. ¿Alguien tiene idea de cuál podría ser este objetivo?
Nadie respondió, lo que pasados unos segundos provocó un suspiro en la monitora. En realidad se lo veía venir, era difícil de predecir —y de creer—.
—No perderé el tiempo en preguntaros también por el significado de Apeiro.
Pero entonces alguien alzó su mano. Era Bea, la joven pelirroja que está sentada en el extremo derecho del arco.
—Apeiro... Viene del griego, ¿no? De àpeiros, que vendría a significar infinito.
Todos la observaron mientras Delta esbozaba una cálida sonrisa. Eso sí que no lo vio venir.
—Muy bien. Pues el nombre de nuestra empresa tiene la función de hacernos recordar siempre por qué Apeiro existe —prosiguió—. Nosotros los trabajadores pensamos que la capacidad humana no tiene límites, que siempre hay algo más allá de lo que consideramos el máximo, por definirlo de alguna forma. Es por ello que nuestro objetivo es hallar la forma de que nuestras propiedades tiendan a ese límite inalcanzable, al mismo infinito.
La mujer pudo imaginar qué estaban pensando sus chicos. "Esta tía está loca", "¿dónde coño nos hemos metido?". Era raro si se escuchaba por primera vez, más aún si no habían visto con sus propios ojos el equipo que Apeiro guardaba en las instalaciones, sobretodo, del sector Sigma.
—Por ello buscamos el ser humano más cualificado, y esa búsqueda es el comienzo del proyecto Theos —Delta hizo una breve pausa—. Ya hemos logrado demostrar que no hay manera de que nuestro cerebro alcance un tope de capacidad, así que ahora toca llegar al infinito. Uno de vosotros se convertirá en lo que podría llamarse en un futuro "hijo de Dios". Es un concepto difícil de comprender pero consideramos que existe una alta posibilidad de que un ser así pueda ser creado con ayuda de la ciencia. Una persona con las mismas habilidades que se cree que un Dios posee.
Víctor aprovechó el corto silencio de la administradora para solicitar hacer una pregunta:
—¿Y cuál es nuestro papel en todo esto? —dijo con un rostro preocupado.
—Os prepararemos para una selección. Hemos estado recopilando información acerca de todos vosotros y sois los que mejor encajáis en los perfiles que Apeiro necesitaba para este proyecto. Sois personas de altas capacidades, de edad joven y dedicados en menor o mayor medida a alguno de los campos en los que trabajamos. Tú, por ejemplo, estudias ingeniería mecánica, ¿no es así?
El joven asintió.
—Lo pasarías bien en el sector Lambda, allí se dedican a eso —Delta devolvió su mirada al grupo—. Por cierto, recuerdo que os prometimos un puesto fijo en nuestras instalaciones, seáis o no seleccionados, así que no os preocupéis del todo.
El grupo seguía sin verse convencido. Estaban jugando a ser dioses, ¿no era eso demasiado? Podía ser, pero en Apeiro nada parecía resultarles extremista y eso podría ser tan bueno como malo.
Delta procedió a profundizar en el funcionamiento del experimento. Explicó que cada día entre semana tendrían cuatro horas de entrenamiento que los formarían como trabajadores de Apeiro y científicos hechos y derechos. También introdujo al grupo la existencia de los "exámenes": pruebas que se harían cada domingo con el fin de demostrar sus capacidades y mejoría.
Estos irían previamente acompañados de un estudio en profundidad del cerebro de cada sujeto. El cociente intelectual en la escala propia de la organización, la capacidad y probabilidades de éxito en cada uno de los siete sectores y el rendimiento general de la persona. Así lograrían observar con todo detalle la evolución y el impacto que el experimento produciría en ellos.
Luego indicó que no todos llegarían al último día. En este proyecto no todos los sujetos eran candidatos hasta el final, sino todo lo contrario. La jefa enseñó un curioso dispositivo similar a un brazalete que, según explicaba, contaba con la tecnología suficiente como para tener cada propiedad del portador totalmente medida y controlada como podían serlo sus pulsaciones, impulsos e incluso sus sentimientos.
Lo más importante de este aparato se hallaba en el llamativo número cien, que Delta introdujo como "puntuación". Esta puede bajar de varias formas y si llegaba a cero significaría que la estancia en el complejo Theos había finalizado para su portador.
Tras esta larga charla la mujer se dispuso a repartir un brazalete a cada uno de los jóvenes. Poco a poco se los fueron colocando y la magia surgió: la alta tecnología del dispositivo reconoció inmediatamente al portador, marcando los datos personales que ellos mismos introdujeron en el currículum acompañados de un par de valores más como una gráfica que marcaba la intensidad de sus emociones en vivo y aquel número cien.
El avance científico-tecnológico de Apeiro acababa de ser realmente comprobado por el grupo. Igual esa gente no estaba tan chalada y eran más que unos trabajadores de laboratorio comunes y corrientes con estándares inalcanzables.
—Pues por hoy hemos acabado —indicó Delta mientras apagaba el proyector—. La introducción está hecha y vosotros ya sabéis dónde os habéis metido. Bueno... Realmente debería ofreceros abandonar ahora si no he convencido a alguien. Debo decir que solo contaréis con esta opción hasta este domingo. Así que hablad antes de entonces o callad para siempre.
Ocurrió lo segundo.
—Está bien. Nos vemos mañana a las nueve, pues. Por favor, puntualidad —la mujer se dio la vuelta una última vez antes de abandonar la sala. —Ah, se me olvidaba. Todo lo que os he dicho es la verdad pura y dura, por lo que espero que nadie piense que andamos con engaños. Lo digo porque lo tenemos prohibido. En ninguna circunstancia podremos mentir en lo que os contemos. ¿Queda claro?
El grupo asintió con confusión y se despidió de la persona que sería su tutora durante las próximas semanas, quien abandonó la sala a paso ligero y una sonrisa. No tuvo que caminar mucho para alcanzar la gran cámara principal del complejo. Se dirigió al gran portón y lo abrió para abandonar el lugar por el resto del día.
Miró el reloj: las ocho en punto. Sacó su teléfono y justo en aquel instante llamó alguien, a quien respondió sin pensar.
—Buenas tardes, Sigma —dijo, cambiando su agradable expresión por un rostro más bien serio y apagado—. Estoy de camino a la estación, acabo de salir del recinto justo como calculamos. Sí, llevo los informes que pidió, ahora se la muestro en su oficina. También me complace anunciar que ninguno de ellos se retiró, por lo que tenemos a siete de los ocho invitados originales —Delta hizo una pausa—. Entendido. Sí, allí estoy en media hora. Hasta luego.
Mientras colgaba, a la administradora se le escapó una sonrisa de satisfacción. No había nada mejor que un trabajo bien hecho. Todo estaba saliendo mucho mejor de lo que esperaba, cosa que alegraba infinitamente a Delta. Su estricto jefe nunca pareció tener demasiada fe en ella, pero esta era la ocasión perfecta para demostrarle que no era menos que el resto de sus compañeros.
— —— —
—Trabajadora α-359, ¿no es así?
—En efecto, esa soy yo.
Un hombre algo entrado en años estaba ojeando unos informes frente a ella, sentado en un lujoso y reluciente escritorio de madera. Al lado de la joven, un muchacho de pelo castaño oscuro y unos veintitantos años observaba atentamente.
—Sí que tienes el buen currículum del que Sigma me ha hablado.
—Me alegra oír eso, jefe.
—Pronto tendrás que dejar de llamarme así.
Las palabras no salieron de la boca de aquella joven de uniforme de oficina y pelo color chocolate.
—¿Conseguí... el ascenso?
—Tú no... —el hombre desvió su mirada al acompañante de la chica— él.
Aquel muchacho abrió sus ojos como platos.
—¿Perdón?
—Yo solo transmito lo que Sigma me ha dicho. Ambos currículum son impecables, pero el de α-270 encaja más en lo que queríamos que fuese mi sucesor.
—¡Alpha, yo...!
—Espérate, mujer. Has tenido la suerte de que se ha decidido que la actual líder del sector Delta también se jubile. Vamos a trasladarte y, según como te manejes en el ambiente de dicho sector te ascenderemos a líder en prácticas, tal y como vamos a hacer con α-270 a partir de hoy.
—¿Me van a cambiar de sector porque creen que no soy capaz de llevar este?
—El Delta también tiene su importancia.
—Discúlpeme, pero todos sabemos que es el sector de menos prestigio. Será el mismo trabajo para mí, pero estoy segura de que no se me tendrá en cuenta como a ustedes dos, por ejemplo.
—Soy la mano derecha de Sigma, no puedo hacer nada. Ni tú tampoco, no te queda otra que aceptar el puesto. Lo sabes, ¿verdad?
—No me parece justo.
—Venga anda, te acompaño a tu oficina a recoger tus cosas. Te va a venir bien el cambio de ambiente.
La joven, irritada, se levantó de su silla tratando de no mostrarse débil. Antes de salir cruzó miradas con su compañero.
—Lo siento, Nieves.
—No, no es culpa tuya —respondió antes de abandonar la estancia para evitar disgustos mayores.
— —— —
Esos recuerdos aún despertaban algo de odio hacia Apeiro, su organización y sus compañeros. De tanto darle vueltas a aquella situación, a una de las cientas de veces que la habían infravalorado, Delta no se dio cuenta de que el metro ya había llegado a su destino: el sector Sigma. Se aseguró de tener sus nervios bajo control antes de salir del vagón.
La administradora no bajó el ritmo hasta llegar al octavo piso, ubicación de la sala de reuniones donde había sido citada en unos minutos.
Cuando alcanzó la puerta metálica se dispuso a mirar de nuevo el reloj: ocho y media clavadas. La puerta se abrió para revelar un interior luminoso en cuyo fondo podía verse una silueta poco identificable por el cambio de iluminación pero que Delta, por suerte o por desgracia, ya conocía perfectamente.
—Bienvenida, Delta.
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