Capítulo 26. El último día de paz

—Carla, estoy en casa. ¿Han llegado mamá y papá?

No hubo respuesta. Raro. Su hermana solía haber llegado para esa hora. En cambio, aquel día la casa estaba en completo silencio. Sin saber realmente qué hacer, la joven soltó la mochila del instituto y fue al salón para poner la televisión. Aquella sospechosa calma la estaba matando, necesitaba que se escuchase algo de fondo.

Aunque por supuesto que no era la primera vez que notaba esta soledad al volver del instituto, sí que era la primera que se sentía... extraña. Distinta, por lo menos. Quizá era su sexto sentido, pero podía notar que algo no estaba en su lugar. Tan solo por seguridad, decidió revisar las habitaciones de la casa mientras decidía qué hacer de comer.

Primero fue al cuarto de baño. Nada. En la cocina y el salón ya había mirado, pero tampoco notó nada fuera de lugar. Antes de subir las escaleras echó un vistazo al jardín. Vacío, carente de vida humana. Un piso por encima revisó el segundo baño. No, tampoco. Pues era el turno de los dormitorios. Estaban cerrados. ¿Había cerrado la puerta del suyo antes de irse? Con confusión, acercó la mano al pomo.

Sería cosa de la sugestión, pero algo andaba mal al otro lado de la puerta. Sin más dilación, decidió adentrarse en su oscuro cuarto. Las persianas estaban bajadas hasta el punto de que la única luz que llegaba a la habitación era la que entraba por las ventanas del piso de abajo.

Pero eso no fue lo primero en lo que se fijó al ingresar al dormitorio, sino en las tres figuras colgadas del techo, mirando a la nada con aquellos ojos que carecían de vida. La oscuridad impidió darle detalles de la escena, pero tampoco tuvo tiempo antes de que un brazo rodease su cuello, así como un trapo húmedo cubriese la parte inferior de su cara. Un profundo sueño invadió su cuerpo, y el shock de ver a su familia muerta se fue tan pronto como llegó.

Alguien susurró algo a su oído antes de caer inconsciente:

—Esto es lo que sucede cuando se rechaza a Apeiro.

El comentario de Sergio la desconcertó. Finalmente, alguien había descubierto la existencia de las drogas y las hormonas que Apeiro empleaba. Pero de ahí a que no hicieran efecto en él... Era la primera vez que algo así sucedía, hasta entonces el trabajo del sector Beta había sido perfecto. Sergio era inmune a los métodos de la organización, y eso debería ser investigado. Alpha y Beta se lo habían advertido: aquel chico no era normal.

Mientras tanto, el resto estaba pendiente a Víctor. Tras el par de preguntas que había hecho, todos pusieron su atención en ver qué se le había ocurrido. Delta, por su parte, lo tenia claro. No esperaba que aquella evidencia llegase a salir a luz, porque tampoco esperaba que alguien prestase tanto detalle a sus palabras. No, Sergio no era normal, pero Víctor tampoco se quedaba muy atrás.

—Necesito que me digáis el coeficiente intelectual con el que llegasteis a Apeiro ahora mismo. Sin mentiras, ¿estamos o no?

—¿Por qué lo necesitas? —preguntó Silvia notablemente alarmada.

—Porque sí. Venga, ¿lo dices o no?

—No hasta que me respondas.

—Pues venga, siguiente. ¿Sergio?

El joven no respondió al instante, sino que lo pensó por un par de segundos. Al final, pareció saber cuáles eran las intenciones de su compañero y confió en él.

—187.

Si él confió en Víctor, el resto también podría, ¿verdad?

A este le siguió Fer, luego Blanca, Bea y finalmente Miriam. Afortunadamente, ninguno tuvo problemas para hacer memoria. El joven volvió a preguntar a su compañera de sector, en un último intento de convencerla para que colaborase.

—Quien tenga el coeficiente más alto es claramente el infiltrado. Es obvio, ¿no?

La joven dudó, pero no por mucho. Debieron de ser los nervios, pues en otra situación probablemente se hubiese negado de nuevo. Tan solo quería terminar con aquel infernal examen.

—No sé cómo de efectiva va a ser tu teoría, pero estoy harta de que me culpéis. Era 169, ¿vale? No es el más alto y no estoy mintiendo, se acabó.

Tras anotar este último número y su propio coeficiente, Víctor echó de nuevo un vistazo general a los apuntes. El más alto era el de Sergio, pero eso ya lo sabía. No era ese su razonamiento, tan solo era una mentira para que Silvia cediese. Pensó que sería más difícil engañarla, pero tampoco se iba a quejar de ello.

—Apeiro no puede mentir y los trabajadores de Apeiro tienen coeficientes de más de seis cientos. Por tanto, en esta hoja algo debería fallar, ¿no? No hay un número que encaje con lo que nos han contado.

—Pero si no pueden mentirnos... ¿Es que hay algo más allá de estos números? —indicó Blanca.

—Exacto. ¡Muy bien, cariño! —dijo con emoción, sin siquiera darse cuenta de cómo había llamado a su compañera—. Para no darnos en bandeja datos que, de haberlos sabido de antemano, hubiesen expuesto totalmente al traidor, han tenido que camuflar el verdadero coeficiente de uno de nosotros. Por supuesto que no ha sido reduciéndolo y dejándolo como el mayor de todos. No nos han mentido: han escondido la verdad. El verdadero número siempre estuvo ahí.

El rostro de Silvia se torció en una mueca de molestia conforme la sonrisa de Víctor se hacía cada vez más grande.

—¿Me has engañado?

—No me quedaba otra, lo siento. Ahora, si Dios quiere, veamos el verdadero coeficiente del infiltrado. Venid todos y poneros a mi lado.

Todos —menos Silvia, quien quedó paralizada y con la mirada fija en Víctor— realizaron lo solicitado por el joven con cierta confusión. Delta simplemente observó desde la distancia, sabiendo que el debate estaba por llegar a su fin. El movimiento que hizo para revelarlo fue tan simple como voltear el folio. Todos los números dejaron de poseer significado. Todos, menos uno.

El 169 se convirtió en un 691, número que Víctor rodeó con fuerza para que destacase.

—Sergio es quien tiene razón, por supuesto.

Todos pudieron notar como algo se rompía dentro de Silvia. Su voz temblaba al igual que su cuerpo, sus ojos estaban al borde del llanto y apenas tenía fuerzas para hablar.

—E... Eso es una estupidez, no es ninguna prueba con fundamento. Lo de Bea tiene más...

No pudo acabar la frase, fue interrumpida por un entrecortado suspiro y el derrame de la primera lágrima. Ninguno de los presentes pudo hacer nada para calmarla, estaban tan en shock como ella. Menos Sergio, quien lo supo desde el principio gracias a su extraña y milagrosa inmunidad.

—¡Buena esa, Víctor! Siempre supe que podrías.

El joven sonrió con cierta vergüenza, pero no contestó. No era momento con una compañera llorando a su lado. Era la primera vez que podían ver tan vulnerable a Silvia. Es más, era la primera vez que la veían mostrar sentimientos por alguien: por ella misma.

Estaba asustada.

—Bueno, ahora sí, hacedme el favor de votar. ¿Hacen falta papeles? —informó Delta.

—Yo voto por Silvia —contestó Blanca con lástima.

—Lo siento, pero yo también —le siguió Fer.

La última en votar fue Bea quien, a pesar de intentar ocultarlo, estaba más feliz que preocupada por su compañera. Lo sentía como la venganza que merecía. Con todos los votos contabilizados, no había más que añadir. Era hora de anunciar los resultados.

—Bea: tres votos. Silvia: cuatro votos.

Delta se levantó de su asiento.

—Ha estado reñido, me ha gustado el desenlace que le habéis dado. Y, efectivamente, la infiltrada es Silvia —desveló finalmente, con la mirada fija en ella—. Desafortunadamente... Miriam y Victor, perdéis la mitad de vuestros puntos. Igualmente, enhorabuena a todo el mundo, sobretodo a Víctor.

El característico sonido del brazalete pudo ser escuchado por todos los presentes. Ambos jóvenes se miraron la muñeca para descubrir que habían perdido una horrible cantidad de puntos. Pero no tantos como Silvia. El macabro pitido que su dispositivo emitió al llegar a cero le hizo sentir un escalofrío. Esta buscó la mirada de Delta con un rostro inundado de miedo. La científica tuvo claro que la eliminada sabía lo próximo que le esperaba, pero no podía sentir pena por ella. Sin entretenerse mucho más, dio el examen por concluido.

La sala de debate quedó abierta como sala de descanso, así como el nuevo pasillo para futuro uso de los seis sujetos restantes. Estos fueron guiados a las puertas del ascensor de cristal central, frente a las que Delta y Silvia se situaron.

—Por suerte o por desgracia, esta es nuestra primera eliminación natural —indicó la líder de sector—. Entiendo que os gustaría hablar con Silvia antes de que abandone el recinto, así que os permito despediros.

La joven no levantó la cabeza. Sus lagrimas cesaron mucho antes, pero los ánimos no le volvieron —ni le volverían.

—¿Por qué me hiciste esto, Sergio?

—La pregunta es por qué le hiciste tú eso a Germán. Porque está realmente muerto, ¿no?

Delta pellizcó disimuladamente la espalda de su inferior como señal de que no respondiese. Aún no podían saber la verdad.

—Yo no quería hacerlo, pero fue la mejor opción.

—¿La mejor opción para qué? ¿Para arruinar una semana del experimento? —replicó Bea con mal genio— Chica, has matado a alguien que no te hizo nada, me has dejado inconsciente dos veces y encima has tenido el coño de culparme a mí de tus propios actos. ¡Eres gilipollas!

Fer se dirigió a su compañera.

—No hace falta ser borde, Bea.

—¡Cállate, coño! ¡Sí que hace falta! Apeiro nos ha colado sin motivos a esta puta asesina con el fin de amargarnos la estancia. No sé si es culpa de ella o de quienes la mandaron, pero no la veo para nada arrepentida. ¡Porque no lo está, claro que no!

Con frialdad, Silvia alzó su mano y azotó la cara de la otra joven sin siquiera pensarlo. Ninguna de ellas abrió la boca tras ello, Bea tan solo la observó con más desprecio que nunca. Si no hizo un contraataque, fue porque Blanca la agarró automáticamente después.

—Yo nunca quise ser lo que he tenido que fingir aquí. No soy una asesina, no soy una mala persona, no soy una psicópata y mucho menos alguien sin sentimientos —la chica hizo un brusco movimiento para que Delta dejase de agarrarla—. Soy una persona, pero estos monstruos me han hecho uno de ellos.

—Silvia, cállate.

—No —replicó con decisión—. Me importa absolutamente cero lo que sea de vosotros aquí en adelante, pero hablaré porque sé que fastidiaré a Apeiro. Esto no es un laboratorio, es una maldita granja de humanos, ¿lo entendéis o no? Yo no maté a Germán, fueron ellos. Y sí, está muerto, lo estuvo desde que aceptó participar en este experimento.

Delta no entendía la reacción de Silvia. Aquello no debería suceder, no estaba en los planes. Los trabajadores de Apeiro deberían estar hechos para ser obedientes...

Recordó el brote de ira de Alpha, aquel día en el comedor, y entonces entendió que quizá los sentimientos podían llegar a ser más fuertes que los métodos actuales de Apeiro. O eso, o estaban comenzando a debilitarse. Sergio, Alpha, ahora Silvia... ¿Qué estaba ocurriendo? No quedaba otra que forzar a su subordinada a callarse.

—¿Por qué vuestro coeficiente sube tan rápido? ¿Por qué vuestras emociones son más fuertes de lo normal? ¡¿No os preguntáis por qué el simple hecho sentaros a pelear en una puta sala de juicio os hiela la sangre como si fuese a tener consecuencias graves?! ¡Os están drogando, Sergio lo dijo! ¡A todas horas y en todos lados!

—Venga, nos vamos.

La puerta del ascensor fue abierta con un movimiento de muñeca de Delta y esta trató de meter a Silvia en este con toda su fuerza agarrándola de la muñeca, pero la joven se resistió como pudo.

—¡Silvia, vamos dentro! —exclamó firme, tratando de no perder los nervios.

—Ya es tarde para mí, y creo que para vosotros también, pero... Merecéis saber que no vais a salir de aquí ninguno. La muerte de Germán no fue accidental, fue ordenada. Todo lo que ocurre aquí dentro ocurre por algo que ya fue estudiado hace meses, ¿entendéis? Sabían cómo empezaría esto y saben cómo acabará, probablemente sepan a la perfección quién de vosotros será el ganador —el cuerpo de Silvia estaba casi por completo dentro del tubo, le quedaba poco tiempo por mucho que se aferrase a las puertas abiertas—. Aquí el libre albedrío es tan solo una ilusión. Por eso debo pediros una cosa: luchad por no obedecerles, luchad por no acabar como yo y, ante todo... ¡luchad para que vuestro número no llegue a cero!

Aquello fue lo último que pudo decir antes de tropezar al interior del pequeño recinto. Delta entró antes de que pudiese reaccionar y apretó el botón. Las transparentes puertas se cerraron velozmente y aquel ascensor subió hasta que cruzaron el techo y ambas perdieron de vista a los seis sujetos.

Silvia ni puso esfuerzo en levantarse del suelo, pero estaba satisfecha. Puede que su destino no cambiase, pero el de sus compañeros aún tenía posibilidades. Apeiro era fuerte e inquebrantable, pero al fin y al cabo eran humanos.

Y los humanos cometen errores.

— —— —

Las puertas de aquella fría y vacía habitación se abrieron. Al entrar, Silvia supo que le quedaba poco. En aquella sala, lo único destacable era una enorme silla muy similar a las que usaban en las revisiones semanales, con la única diferencia de que el casco parecía poseer alguna modificación.

—Δ-247, siéntate ahí.

—¿Tanto cuesta llamarme Silvia estando a solas?

—No eres la única Silvia en Apeiro, pero sí la única Δ-247.

—Está bien —respondió mientras tomaba asiento en el estrafalario sillón mecánico, tan helado como el ambiente del lugar. Desde ahí, tan solo podían oírse las respiraciones de ambas. Era incómodo, no ayudaba a la situación.

—¿Qué te ha parecido el proyecto? ¿Interesante? ¿Genérico? ¿Mejor o peor que tu primer experimento?

—Al menos en el primero gané.

—Me hubiese parecido raro verte ganar dos experimentos seguidos, la verdad.

—Sobretodo porque jamás revelasteis que tenía un 0% de posibilidades de ganar este.

—Sí tenías, solo que pocas. No es esperábamos que tu compañero te recordase. Necesitábamos a alguien como tú para reducir el número y ser el centro del segundo examen, ¿entiendes? Igualmente, te dimos ventaja ayudándote a culpar a Bea. También pudiste aprovechar la noche de las máscaras. En fin, supongo hiciste lo que pudiste.

—No entiendo nada de lo que hacéis. Sabes lo que sufrí en el primer experimento, me obligasteis a hacer cosas horribles.

—Claro que lo sé. Todos los trabajadores de Apeiro somos los supervivientes de los experimentos de acceso, así funcionamos.

—¿Todos...? —Silvia paró a pensar— ¿Cómo que experimentos de acceso? ¿Tuve que pelearme hasta la muerte con dos decenas de personas solo por ingresar a Apeiro?

—Sí. Quiero decir, el proyecto Theos sí que es real y esta es la única forma de desarrollarlo. Pero el resto... A ver, si os mandásemos a luchar por el simple hecho de ser contratados, lógicamente nadie lo haría.

—¡Ja! ¿Cómo que no, si nos obligasteis?

—Eras especial. Esto ya lo hemos hablado, ¿no?

—Todos somos especiales según vosotros, pero la mayoría acabamos con el mismo destino. Matasteis a mi familia solo para que no tuviese más remedio que irme con vosotros. Cuando recibí vuestra oferta de trabajo meses atrás, me hicisteis creer que realmente podía elegir, pero negarme solo consiguió que acabaseis con tres vidas más. Sois horribles.

Lo eran, y Delta lo sabía. Cada día eran varios los experimentos cuyas únicas metas eran potenciar las capacidades de sus sujetos y quedarse con los más aptos. ¿El resto? Irían al sector Sigma.

Porque Apeiro nunca miente, ni siquiera lo hizo cuando aseguró que los eliminados pasarían a ser parte de aquel sector.

—Bueno Δ-247, fue un placer.

Lo que no aseguraron fue que sus miembros estuviesen vivos.

• • •

[Δ-027. Germán Guerrero]
[Puntuación: 0]

Δ-095. Ferdinand Koch
Puntuación: 89 - CI: 171

Δ-143. Beatriz Alonso
Puntuación: 95 - CI: 189

Δ-192. Blanca Cañamero
Puntuación: 77 - CI: 180

Δ-211. Miriam Dutari
Puntuación: 28 - CI: 173

[Δ-247. Silvia Moreno]
[Puntuación: 0]

Δ-281. Víctor Sánchez
Puntuación: 50 - CI: 197

Δ-334. Sergio Espinosa
Puntuación: 74 - CI: 210

[ QUEDAN 6 SUJETOS ]

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