Capítulo 24. Clímax

Finalmente, el domingo llegó. La revisión había sido por la mañana, y menos mal que la noche anterior se recogió temprano, pues se olvidó por completo de que la falta de sueño podía afectar a los resultados. Tan solo esperaba que Blanca y Miriam no se quedaran mucho más sin ella.

La segunda revisión no le dio tanto miedo como la primera: al fin y al cabo ya sabía cómo funcionaba. Aquellas maquinas tan grandes llegaban a intimidar, por mucho que realmente no hiciesen nada peligroso —que ella supiese, claro—. La pantalla de resultados reflejó una notable mejoría en los conocimientos de su sector, el Beta, así como en su coeficiente. 189 era mucho, lo suficiente como para sentirse orgullosa. No sabía realmente si aquello podía subir con tanta velocidad, pero era mejor creérselo a cuestionar su propia inteligencia.

Desafortunadamente, aún quedaba un problema que afrontar, quizá el último para uno de ellos: el segundo examen. Delta mencionó durante la revisión que este estaría explicado de antemano, no como el laberinto, por lo que todos deberían reunirse a las 17:00 en el recinto principal para ser acompañados al lugar donde se llevaría a cabo. Aquello reconfortó mínimamente a Bea. Nada podía ser peor que un examen sin instrucciones como lo fue el laberinto, ¿cierto?

Todos esperaban con cierta tensión. Algunos hablaban, otros —como ella— simplemente tenían la mirada fijada en la gran puerta por la que debería aparecer Delta en breves. Y así lo hizo a la hora exacta: ni un segundo más, ni un segundo menos. A esas alturas, ya nadie se sorprendía de dicha puntualidad.

Entró con una mirada seria, más de lo habitual. Debía ser por el examen, pero la pelirroja tampoco pudo comparar la situación con la del anterior puesto que no había estado presente. Igualmente, todas y cada una de las miradas de Delta eran dignas de ser analizadas. Pudo notar un aumento de nervios en el ambiente conforme la científica se acercaba, portando su característico sujetapapeles lleno de indescifrables apuntes.

—Buenas tardes. ¿Listos?

Delta no se sorprendió ante el silencio que recibió.

—No os voy a mentir, este examen será duro. Pero todo saldrá bien, ya veréis.

"Mientras que nadie muera..." Pensó Bea, tratando de bromear en su cabeza para relajarse un poco. Seguía sin entender por qué situaciones así generaban en el grupo tales sentimientos. Quizá desde la muerte de Germán, los exámenes estaban destinados a intimidar al recordarles a aquel trágico suceso. Definitivamente, no fue un buen resultado para un primer examen.

Con un gesto de manos, Delta indicó a los siete jóvenes que la siguiesen a través del recinto. Todos frenaron ante la única puerta que quedaba cerrada a aquellas alturas del experimento, o al menos que ellos supiesen. ¿A dónde irían?

Al abrirla con un movimiento de brazalete, la líder de sector reveló un amplio y largo pasillo con otro puñado de puertas cerradas. Pues no, no era la única que quedaba. Una nueva zona por la que moverse tras superar el examen tampoco sonaba del todo mal, tan solo quedaba por saber qué encontrarían allí.

Unos metros hacia delante, en la pared izquierda, se hallaba la primera de las puertas, justo en la que Delta pidió que ingresaran. Se trataba de un recinto de estética similar al resto de habitaciones, muy parecida al aula donde se impartían las clases. La principal diferencia se hallaba en la disposición de los muebles.

Ocho sillas rodeaban una gran mesa redonda que parecía ser de madera maciza. Un pequeño puñado de folios estaba colocado frente a cada asiento junto a un bolígrafo azul y uno negro. No solo eso, sino que una novena silla más elegante y robusta se ubicaba en la pared paralela a la puerta, frente a un amplio pupitre que sostenía un dispositivo de apuntes similar al usado durante las clases.

Delta caminó hasta dicho asiento y lo ocupó, no sin antes invitar a sus sujetos a hacer lo mismo alrededor de la mesa circular. "Quitad una silla, haced el favor", pidió fríamente al recordar que solo quedaban siete personas en el grupo.

Mientras Fer hacía lo que su superior ordenó, Bea tan solo obedeció la primera orden y observó los folios. Eran normales y corrientes, igual que los bolígrafos. ¿Sería aquel, después de todo, un examen de toda la vida?

—Podemos comenzar con la explicación —indicó con dos suaves golpes a su pupitre—. Por favor, atended. Antes de nada, bienvenidos a vuestro segundo examen y, probablemente, al mayor reto al que os habréis enfrentado hasta ahora.

Todos asintieron nerviosos. Más que antes, pero con menos miedo al observar el terreno en el que se enfrentarían. Nada malo podía ocurrir en una mesa.

—Es hora de que os confiese la verdad sobre los exámenes. Todos y cada uno de ellos miden una capacidad que necesitamos en nuestros sujetos de Apeiro, solo que puesta al límite de lo imposible —explicaba con desenvoltura—. Vuestro primer examen consistió en observar vuestras capacidades en un entorno totalmente desconocido, con vuestras ideas como única ayuda. Quisimos medir vuestra capacidad de adaptación. Los que estáis aquí presentes completasteis la tarea con éxito, unos mejor que otros.

Delta tragó saliva antes de pasar a lo verdaderamente importante.

—Y el de hoy se basa en la observación y el trabajo en equipo. Hoy mediremos la capacidad de análisis que habéis presentado desde el primer al último día, porque vuestra meta será ni más ni menos que resolver una de las grandes incógnitas que ha habido sobre vosotros durante esta primera mitad de experimento —dijo antes de presentar una sonrisa que denotaba orgullo—. Algunos ya os lo habréis imaginado, pero ya estoy yo aquí para confirmarlo: hoy vais a sacar de aquí al trabajador de Apeiro que infiltramos entre vosotros desde el momento en el que pisasteis las instalaciones.

Bea se había equivocado. Muchas cosas podían salir mal en aquella mesa. Así que ya era seguro: había alguien entre ellos que no era quien decía ser. La pelirroja cruzó miradas con todos sus compañeros: algunos estaban asustados, otros mantuvieron la seriedad... y a Sergio se le dibujó una macabra sonrisa. Pudo oírle murmurar algo, pero no pudo descifrarlo. Él y Victor cruzaron unas miradas sospechosas. Algo no le cuadraba a Bea.

—Procedo a explicar las pruebas del examen. Disponéis de 120 minutos para platicar entre vosotros como veáis conveniente quién puede ser dicho infiltrado. Pasadas esas dos horas, deberéis votar individualmente por quien creáis que es el culpable. Existen dos finales: en el primero, donde el infiltrado no recibe más de la mitad de votos, todos perderéis la mitad de vuestros puntos y esta persona seguirá entre vosotros; en el segundo, donde dicho sujeto recibe los votos suficientes, este perderá todos sus puntos y abandonará las instalaciones. No solo eso, sino que quien vote incorrectamente en cualquiera de los casos también será castigado con la pérdida de la mitad de sus puntos.

¿Eso era el examen? ¿Averiguar quién estaba de parte de Apeiro sin pista alguna? Aquello no era un examen, era un completo castigo.

—¿Todo claro? —Delta esperó unos segundos en los que nadie abrió la boca, como de costumbre— Pues podéis comenzar. El debate termina a las 20:11.

Pero nadie se dignó a comenzar el debate. Normal, nadie tenía nada qué decir. ¿Por qué empezaría alguien que no tenía motivo para hacerlo? Sorprendentemente, ese ambiente no duró mucho.

Silvia puso una mano sobre la mesa para captar la atención de todos.

—Dos horas parecen mucho, pero a la larga puede que nos falte tiempo, así como nos faltan pruebas. Pero esto no puede consistir en una lotería, Apeiro no es así. Todos debemos saber algo que podamos aportar a este puzle que nos están pidiendo que montemos —la joven dedicó una mirada al grupo—. ¿Alguien quiere decir algo, incluso el más mínimo detalle?

Una vez más, Victor y Sergio cruzaron miradas. Este último asintió antes de que su compañero alzara ligeramente su brazo en señal de que iba a hablar.

—Pues de hecho, hay una cosa que me gustaría comentar. No sé si todos recordaréis nuestra llegada con claridad, pero yo no. No más allá de que en el metro éramos siete personas. Tanto Sergio como yo recordamos este número, pero no las caras de dichas personas. Eso significa que el infiltrado no estaba con nosotros en el metro y nos han hecho olvidarlo.

Eso era cierto. Se acordaba del viaje en metro, de que en su vagón había seis personas además de ella —aunque nunca le dio importancia hasta ahora—, pero... De nada más. Bueno, sí.

—Yo... recuerdo haber hablado con una chica. Creo que fue Blanca —dijo la pelirroja, con la mirada fija en su compañera.

Esta mostró una mirada nerviosa.

—No me acuerdo de eso —confesó—. Pero tampoco de otras cosas. Ni siquiera tenía en mente que éramos siete, acabáis de hacérmelo saber, así que me tocará creeros.

Silvia asintió.

—Coincido con vosotros, no recuerdo nada más allá del número siete. Y una vez en la estación, ¿no se os acercó nadie en ningún punto? Yo iba la última si no me equivoco en el camino hasta el complejo, si alguno hubiese venido y unido a nosotros, creo que me hubiese dado cuenta. Lo que no sé es si ya éramos ocho en ese entonces.

Nadie supo qué decir. Pues no, no parecían haber visto nada.

—Pues cambiemos a otro punto.

—Yo quiero decir algo.

Todos giraron sus cabezas hacia Miriam. Aquella chica tan callada cuando estaban todos juntos por fin se dignó a hablar en público.

—Espero que lo que hayamos hecho no sea ilegal, pero probablemente Delta ya tenga constancia de ello así que lo diré. Fer y yo hemos visto el cadáver de Germán en la misma morgue —confesó con una voz nerviosa, por culpa de las caras de sus compañeros—. A ver... Nos llegó a todos el mismo mensaje aquel día, ¿verdad? Pues algo habría que hacer. No me miréis así, hombre.

—¿De qué murió, doctora? —preguntó Sergio con tono jocoso, lo que provocó que la joven médica resoplase.

—Pues mira, murió por juntarse con un asesino que ahora mismo está en esta sala. Inyección de aire en la yugular, mira qué rápido tuvo que ser. ¿Es la persona responsable de aquel acto la que buscamos en este debate? Probablemente.

—¿Pruebas? —interrumpió la ingeniera química.

—¿De la causa de muerte?

—No, de eso intuyo que no tienes. Quiero pruebas de que esas dos personas son la misma.

Miriam no supo qué responder. Lo debía saber, lo habían comentado más de una vez, pero los nervios la superaron con aquella pregunta sorpresa. Al notar la situación, Bea decidió saltar.

—Hija mía, no es tan difícil. La violencia hasta la muerte no está permitida durante el experimento, como es lógico. ¿No es así, Delta?

La mujer, que llevaba todo ese tiempo observando, asintió con calma, como si acabase de reafirmar algo obvio.

—Pues ninguno de nosotros ha sido castigado, ¿cierto? Por lo tanto, fue un acto consentido. Si no hubiese sido un trabajador de Apeiro, esa persona probablemente no estaría entre nosotros ahora mismo.

Sergio se acarició la barbilla.

—Me estás diciendo que si el golpe que te dio Silvia hubiese sido mortal, ella hubiese sido castigada o eliminada.

—O no, si fuese ella la infiltrada.

—Cosa que no soy, para dejarlo claro.

Llevaba esperando aquel momento desde que despertó en el suelo del laberinto. Era momento de atacar. No debió haberse metido en su conversación con Sergio.

—Eso no puedes demostrarlo.

—¿Y tú que soy quien buscamos?

—Bueno, me diste un golpe en la cabeza dejándome bastante herida. Ese es justo el acto más cercano a un asesinato que ha habido aquí... sin contar el propio asesinato, claro.

La cosa se comenzó a poner fea. Todos guardaron silencio durante aquel ataque. Antes de contestar, Silvia se levantó de la silla.

—¿Sabes por qué te golpeé? Por miedo. Porque estábamos solas en un lugar desconocido, con un examen en juego. No te conocía, ni tú a mí. Pero algo me dijo en mi interior que tramabas algo —confesó, ligeramente enfurecida, aun tratando de mantener la calma—. El asesinato de Germán, Bea, eso era. Nos has engañado a todos con tu necesidad de ser cuidada a cada rato, pero se acabó.

Bea arqueó una ceja, más indignada que nunca. Su sangre estaba comenzando a hervir. ¿Qué coño estaba diciendo Silvia?

—¿Qué hiciste durante las horas que pasaste en cama? —prosiguió la joven del sector Lambda.

—Pues descansar, quizá. No sé, llámame loca, es lo que los enfermos hacemos.

—Bea, eres del sector Beta. Todos sabemos la capacidad de manipulación que tienen. Podrás haber engañado a tus cuatro amigos y no estarás en el punto de mira de Sergio, pero a mí no me la cuelas.

Tanta confianza en Silvia estaba comenzando a desesperarla. No sabía en lo que se estaba metiendo. ¿Por qué nadie la estaba defendiendo? ¡Era obvio que no era la infiltrada!

—¿Por qué llegaste tarde ayer?

—La puerta estaba atascada.

—Las puertas de este complejo no se atascan solas. Ni ninguna, vaya. ¿Crees que Apeiro tendría puertas que fallan?

—Pues me la atascaría alguien, ¿yo qué cojones sé? ¿Puedes dejar de señalarme por estupideces? ¿Qué iba a estar haciendo para atascar la puerta a voluntad, un ritual? ¡¿Buscar compradores para los putos órganos de Germán?! ¡Busca una prueba más firme con la que incriminarme y me callaré!

—¿Tus comportamientos extraños no son suficientes para vosotros? —preguntó Silvia con firmeza al grupo.

Todos se encogieron de hombros. Todo lo que la chica estaba diciendo era cierto y tenía mucho sentido, pero... ¿Era suficiente? Necesitaban una prueba definitiva. Fer alzó su mano.

—Silvia, igual estás un poco paranoica... Creo que es mejor buscar pruebas más firmes a las que darle la vuelta sea más difícil.

—Vale.

La joven, notablemente en caliente, metió su mano en el lateral de su pantalón. Una pequeña cámara apareció y fue colocada sobre la mesa. Tras pulsar un par de botones, un video comenzó a reproducirse. Todos acercaron sus cabezas para ver con atención.

Tenía mala calidad, pero la suficiente para reconocer el escenario. Era el pasillo de habitaciones visto desde fuera. Podía verse que Silvia parecía agitada mientras grababa, además de que estaba haciendo un exceso de zoom: debía estar alejada del lugar. Apuntaba expresamente a una de las puertas: la de Germán. Durante un rato no sucedió nada, pero cuando el video ya estaba comenzando a aburrir, esta se abrió.

Bea salió de ella. Un jadeo pudo oírse en el video ante la revelación. Automáticamente después, este terminó y Silvia guardó el dispositivo. Estaba pálida, pero lo hizo mucho más cuando todos alzaron sus miradas, que parecían pedir a voces una explicación por su parte. La presión iba a matarla, el mareo que ya estaba acostumbrada a sentir volvió a ella, mucho más fuerte que de costumbre.

Lo último que pudo ver con claridad antes de caer al suelo fue la penetrante mirada de victoria de Silvia.

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