Capítulo 21. Tarde de viernes

—¡Uno! —exclamó Blanca mientras estampaba una carta en el montón que había frente a ella.

—Tiene una carta azul, que se la he visto —dijo Víctor con una sonrisa.

—¡No seas tramposo, coño! —refunfuñó mientras escondía su única carta.

—¡Pues como tú, que tenías una carta escondida en el culo!

Cuando la chica empujó a Víctor y este cayó al colchón de la cama de Bea, Fer pidió un poco de orden.

—Venga ya, que así nunca vamos a acabar la partida... —ordenó mientras cogía una carta del mazo—. Te toca, Miriam.

La chica revisó sus cartas y tras pensar un poco, hizo lo mismo que Fer.

—Vaya mierda de cartas, macho.

—Si es que solo tienen suerte Bea y Blanca, han ganado todas hasta ahora... ¿Cómo es posible?

—Soy jugadora profesional de Uno, perdonad que os diga —alardeaba la pelirroja mientras dejaba una carta en el centro—. Y si me vieseis jugar sin un traumatismo craneal de estos...

—¿Cómo va esa cabecilla tuya, nena? —preguntó Víctor con un tono infantil.

Bea rodó los ojos, pero no se molestó. Ya estaba acostumbrada a las bromas de su amigo.

—Me mareo a ratos, pero va mejorando. Preparada para el examen del domingo sí que estoy, aunque preferiría algo menos físico que el anterior.

—La verdad que noto una evolución bastante rápida en la herida, pensé que los síntomas tardarían mucho más en desaparecer —comentó Miriam mientras toqueteaba un mechón de su pelo blanco.

—Je je, hablas como si fueses mi doctora personal.

—Aquí lo soy, por lo menos —aclaró con una sonrisa—. Los cabrones de Apeiro no quieren darte algo más profesional.

—Qué inteligentes fueron al incluir una médica en el plantel de sujetos —destacó Fer—. Además, ahora que la enfermería abrió, cualquier cosa que nos pase puede ser solucionada rápidamente, ¿no?

—A ver, no te flipes. Os recuerdo que suspendí unas cuantas este último curso.

—Pero eso no quita que luzcas super profesional, hija —respondió Víctor—. De verdad que no sé cómo no eres de las mejores de tu promoción, cuando hablas de medicina me quedo pasmado.

—Exactamente igual que yo cuando me hablas de ingeniería mecánica —Miriam mostró un gesto de cansancio—. No eres médico, es normal. Pero vaya, que... gracias por vuestros halagos. Una hace lo que puede.

Aquella partida de UNO, que estaba a punto de ser ganada una vez más por Blanca, fue interrumpida por un aviso de los altavoces del complejo Theos. El corazón de Bea automáticamente se aceleró en cuanto escuchó el timbre de entrada, el mismo que sonó antes de anunciar la eliminación de Germán. ¿Había sucedido algo? La voz de Delta comenzó a hablar:

—Buenas noches chicos, tengo una noticia importante de la que informaros. Es un placer anunciar que se ha organizado una pequeña fiesta temática a última hora con el fin de conmemorar que la semana que viene el experimento habrá llegado a su 50%. Hago un pequeño inciso para felicitaros por vuestro progreso y ánimos pese a lo difícil que es este trabajo que estáis realizando. En Apeiro estamos, sin duda, muy orgullosos de vosotros.

La habitación oía aquel aviso con incredulidad. ¿Una fiesta después de la seriedad con la que esta semana y media había sido tomada?

—Volviendo al tema. Esta fiesta se debe a que, queramos o no, seguís siendo adolescentes. No nos gustaría privaros durante un mes de verano por completo completo de vuestras animadas actividades cotidianas. Eso sí, la haremos al estilo de Apeiro. Esta fiesta consistirá en un baile de máscaras: mañana deberéis usar vuestros tres objetos del día para obtener un traje de cuerpo entero y su respectiva máscara. Además contaréis con una condición que no puede ser rota: prohibido quitarse cualquier parte del traje, máscara incluida. Dicho traje deberá ser guardado en el armario una vez finalice el evento y no podréis volver a usarlo. El evento comenzará a las 22:00 del día de mañana y se extenderá hasta las 3:00 de dicha madrugada. Todo dicho, disfrutad del fin de semana y nos vemos el domingo.

El característico timbre de megafonía volvió a sonar y la voz de la científica no volvió a oírse.

—Qué guay, ¿no? —comentó Víctor con una amplia sonrisa de emoción.

—Bueno... —respondió Fer— No soy fan de los bailes, pero me parece curioso viniendo de Apeiro.

—¿Cómo que no te gustan los bailes? —preguntó sorprendida la pelirroja— Eso es que no has ido a una fiesta conmigo, ya verás.

—No, es que... nunca he ido a un baile, o a una fiesta, o a cualquier sitio en el que se haga eso —confesó el alemán con una notable vergüenza.

Bea no podía creer lo que oía. ¿Bajo qué piedra había vivido este chico para no saber qué es una fiesta a sus veinte años? Por lo que sabía de su pasado debía ser cosa de su padre, aquel hombre del que a pesar de haber hablado poco podía notarse que no era la mejor figura paterna. Fuese como fuese, la joven prefirió hacerse la tonta mientras estuviese frente a tanta gente.

Cada día se le hacía más rara la actitud de Fer. Bea creía que en el fondo aquel chico ocultaba algo: no podía ser el niño perfecto, que solo busca el bien para sus amigo y que todo esté ordenado. Su capacidad para hacer que todos hiciesen lo que quería era irritante para la joven. ¿Cómo lo hacía? ¿No era eso manipulación?

Nadie era tan objetivamente buena persona sin buscar algo a cambio, ni siquiera él. Pero esas opiniones no podía dejar que se supiesen: al fin y al cabo son "amigos".

—¿Y no te interesa ir a una? —dijo con calma para retomar la conversación e intentar no sonar demasiado borde.

—No es mi prioridad, pero estaría bien probarlo algún día.

Blanca alzó la mano, captando la atención de todos.

—Cuando acabe el experimento vamos juntos a una discoteca, ¿va?

Todos asintieron con entusiasmo y aplaudieron la idea de la joven. Tantos planes que hacer al salir de Apeiro... En el fondo, Bea necesitaba hacerlo pronto. Quería conocer fuera de aquel lugar a sus compañeros y nuevos amigos.

—Yo odio las discotecas, demasiada gente para mí —dijo Miriam consiguiendo que todos la observasen en silencio—. Pero... No me importa ir una vez si es con vosotros, supongo.

Una vez más, gritos y aplausos resonaron por la habitación. Poco a poco, el ambiente formado en aquel grupo era más y más familiar.

—¿Avisaremos a Sergio y Silvia? —preguntó Víctor con curiosidad.

Bea negó rotundamente con la cabeza. Tanto que se mareó ligeramente y tuvo que apoyarse en Miriam.

—Si ella va yo no voy, y creo que no necesito ni explicar el por qué a estas alturas. Sergio me importa menos, pero da mal rollo.

—A mi Sergio me cae bien —continuó el pelinegro—, por eso preguntaba. Y como es amigo de Silvia y, al fin y al cabo, ella también es nuestra compañera...

—Estaría feo, sí —murmuró para sí misma la médica.

—A ver, no tenemos que ser sus amigos una vez salgamos de aquí, pero cuando celebremos el fin del experimento sí que deberíamos avisar —recomendó Blanca—. Igualmente queda mucho para salir, igual nos llevamos bien con ella en una semana.

—Yo dudo que la perdone —recalcó la enervada psicóloga.

—No seas rencorosa —contestó su compañera, ofuscada por su poca cooperación.

—¡Qué fácil es decirlo cuando no te han intentado reventar la cabeza!

—El laberinto nos sacó de nuestras casillas a todos —argumentó Fer, tratando de calmarla—. No la conocemos, no sabemos cómo es su personalidad ni qué habrá vivido antes de venir, no seas así.

Bea gruñó mientras se detuvo por unos segundos a pensar una respuesta. Tenían su parte de razón, pero no iba a admitirlo. Igualmente, seguro que todos habían vivido cosas horribles, por lo que no consideró eso una excusa válida.

—No. En el hipotético caso de que organicemos esa fiesta post-experimento, elegid: o ella o yo —rechistó Bea, acto seguido se cruzó de brazos.

—Mira, quedan semanas para eso... Hablamos de esto otra vez cuando estemos todos fuera, ¿sí? —interrumpió Víctor, agobiado por el tenso ambiente formado e intentando cambiar de tema—. Que eso, con suerte, será en agosto. ¿Os veis capaces de ganar?

Miriam enseñó su brazalete:

—57 puntazos. ¿Crees que esto va a llegar a fin de mes?

—A nosotros no nos vino bien infiltrarnos en la morgue del sector Gamma, ¿eh? —Fer mostró su brazalete con 89 puntos.

—¿De verdad nos estás comparando?

—Perdón —dijo avergonzado, sabiendo que había sonado demasiado modesto—. Igualmente no me considero el sujeto óptimo que estos tíos buscan.

Bea miró el suyo. Un gran y bonito 97 podía verse en el centro del brazalete.

—Yo perdí solo tres puntos. Poco lo veo para haber pasado un tercio de experimento.

—Diría lo mismo si no fuese por la imbécil de Silvia —Blanca se cruzó de brazos.

—¡Es verdad, si a ti también te cae mal! ¿Qué coño haces dándome lecciones moralistas?

—No era una lección moralista, tonta... —suspiró, cansada.

—¡Anda! —exclamó Víctor para, una vez más, desviar la conversación— ¡Yo tengo aún los cien puntos!

—Ya vino el presumido... —farfulló Bea con desagrado, aún malhumorada.

—Algunos con cien puntos y yo casi con la mitad... Vaya mierda.

—Cállate, que los exámenes pueden reajustar la balanza. El primero no te vino bien, puede que el segundo todo lo contrario. ¡No te rindas, guapa! —el pelinegro sonrió e hizo un corazón con sus manos.

Miriam puso los ojos en blanco y se tapó la boca con las manos tratando de ocultar su sonrisa.

—No seas tonto, anda. Sabes que nunca terminé de querer estar aquí.

—Bueno, pero lo intentas más fuerte que antes. Eso significará algo, ¿no?

—Supongo —admitió finalmente, encogiéndose de hombros.

Bea estaba comenzando a sentirse mal. No sabía si era del pequeño y tonto rebote que cogió tras la conversación sobre Silvia o por haber estado todo el día ocupada, pero necesitaba descansar. Igualmente, era hora de que se fueran de su habitación: iba llegando la hora de cenar.

—Eh, siento interrumpir pero me gustaría acostarme ya.

—¿Estás bien? —preguntó Blanca.

—Sí, sí... Son los mareos. Si no os importa iros ya a cenar lo agradecería, ¿eh?

El grupo asintió y entre los cuatro recogieron lo que habían desordenado en la habitación para dejar a su compañera en paz lo antes posible. No era la primera vez que se reunían en su habitación para evitar que se moviese demasiado pero, aun así, pasar juntos demasiadas horas seguidas debilitaban a Bea, tanto física como mentalmente.

Tras una cálida despedida y un puñado de "mejórate", la pelirroja se volvió a sumir en la soledad de su habitación. Se tiró en la cama y soltó un gran suspiro de alivio, pero también de cansancio. Volvió a pensar en la conversación. "Elegid entre ella y yo". Fue calentón del momento, pero no debió decir eso.

Un par de lágrimas cayeron por sus mejillas, quizá del enfado, quizá de la importencia. Algo rondaba su cabeza. No podía volver a dejar salir a la Bea de la que trató de deshacerse antes de ingresar a Apeiro si no quería volver al punto de partida. Todo, menos eso.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top