Capítulo 13. No confío en nadie

—¿Alguna vez has jugado al tenis?

Germán miró a Víctor algo avergonzado.

—¿Yo? No, la verdad. ¿Se nota?

—¡Qué va! Pensé que tenías más práctica, me está costando ganarte —el joven sonrió—. A ver, tú ten en cuenta que llevo años jugando.

—Pues fíjate, pensé que se me daba peor. Al final me apunto a tenis cuando salga de aquí y todo.

Para sorpresa de Germán, aquella mañana de sábado alguien llamó a su puerta. Había sido invitado por Víctor y Fer a pasar la mañana jugando al tenis. Mientras que el primero tenía mucha practica en aquel deporte, el alemán sabía más bien poco y le pidió a su compañero unas clases. Vieron buen momento para conocer mejor a aquel joven que un par de días atrás salvaron de los comentarios de Sergio.

Bea y Blanca también acudieron al ala deportiva, pero se separaron para jugar al baloncesto por su cuenta y echar un vistazo a la zona. Los tres chicos, por otra parte, pasaron un buen par de horas jugando breves partidos de uno contra uno con el fin de que nadie pasase demasiado tiempo en el banquillo.

Aquel plan pilló por sorpresa al joven geólogo, pero no dudó en aceptar a pesar de su timidez. Por ello estaba allí, necesitaba mejorar un poco sus habilidades sociales. A pesar de haber vivido una vida normal y tranquila, sin problemas graves en su entorno, su personalidad débil y reservada le había metido en más de un lío.

Ser el objetivo de los acosadores de clase fue su pan de cada día durante los primeros años de la ESO. Aunque más adelante la cosa se calmó, sus amistades no duraban por culpa de su personalidad reservada y su incapacidad de ser quien realmente se sentía. En el fondo sabía que no tenía que culparse a sí mismo, ser tímido no era malo, ¿no? Al menos en cierto modo.

Fue por eso que aprovechó la oferta de Apeiro —aunque el dinero también era, en cierto modo, un incentivo—. Empezar de nuevo con completos desconocidos a los que en el peor de los casos no tendría que volver a ver era una gran oportunidad. Aun así algo en su interior le pedía que, como mínimo, sacase un amigo de aquella experiencia. Se sentía solo.

Al principio se fijó en Sergio, su primer compañero dentro del complejo Theos. Era abierto, sincero y energético, ¿qué podía salir mal? Por supuesto, después de sus comentarios durante el día anterior... No, gracias. Era turno de conocer a los otros dos chicos.

Realmente la mañana se pasó rápida y la hora de almorzar llegó antes de lo que creían. Durante aquella pausa el grupo de cinco, reunido de nuevo, propuso pasar la tarde en el ala de recreativas. Por supuesto que Germán estaba más que invitado. Pero, ¿no era más que por pena, por estar delante, o de verdad querían que fuese?

A pesar de que así lo sentía, sabía que si seguía pensando esas cosas, el joven no tardaría en cerrarse de nuevo. Debía reprimir esos pensamientos intrusivos como pudiese. Fue por eso que aceptó. Si él no ponía esfuerzo, menos aún lo iba a poner el resto: justo ese fue la causa de sus anteriores pérdidas.

Cuatro y media. El enorme lugar que componía las recreativas estaba vacío. Silvia y Sergio dijeron que irían a la piscina aquella tarde y Miriam no saldría de su habitación, por lo que no fue sorpresa para nadie. Igualmente, un espacio tan completo como era el complejo Theos para ocho personas... Era difícil que dos grupos se cruzasen.

—¡Qué maravilla, por favor! —exclamaba Víctor mientras analizaba el lugar y se frotaba eufóricamente las manos— De aquí no salgo en toda la tarde.

—Es grande, sí —comentó Bea—, pero le falta... ambiente.

—Hija, es que está vacía —respondió Víctor mientras revisaba unas mesas de air hockey—. Pero tiene música, muchas máquinas... ¡También hay bolera! ¿Queréis jugar una partida?

Todos asintieron a la propuesta: no tenían tampoco nada mejor que hacer.

—Menuda paliza voy a daros. ¿Sabéis que soy muy buena a los bolos? —dijo Bea con una sonrisa pícara.

—Eso dijiste con el baloncesto y te gané, bonita —contestó Blanca, quien recibió un puñetazo amistoso pero algo fuerte de su compañera.

—¿Cómo se te dan a ti, Germán? —preguntó Fer.

El chico alzó la cabeza. Se había ausentado un poco al entrar.

—Eh... Más o menos, no he jugado mucho.

—Pues como yo. Mis amigos no son muy de estas cosas... Ni yo, vaya —. ¡No seáis crueles con nosotros, haced el favor!

—Eso, eso —contestó con una leve sonrisa nerviosa.

El alemán y el geólogo se sumieron en una conversación paralela a la principal y acabaron hablando de temas varios. Mientras tanto, Víctor y las chicas corrieron a la pista para iniciar un partida. Ingresaron los nombres, seleccionaron carril... y la partida dio comienzo.

Durante la media hora que la partida duró hablaron de sus carreras y de las dificultades de cada una, lo que derivó en un corto debate sobre campos de la ciencia que fue interrumpido por un pleno de Bea. "¡Os dije que se me daba bien!", exclamaba mientras sonreía con fuerza. Con la pelirroja en cabeza, la charla continuó con los gustos y talentos de cada uno. Bea admitió que le hubiese gustado ser diseñadora, pero que las pocas salidas la echaron para atrás. Fer insinuó lo mismo con diseño gráfico y les habló de su par de proyectos artísticos. Germán también dibujaba, pero no se consideraba "artista". Su padre le enseñó a hacer retratos realistas desde pequeño.

Estaba haciendo muy buenas migas con Fer. Era tan amigable y atento como parecía desde fuera. No solo eso, sino que tenían más cosas en común de lo que creía. Además, sus experiencias en el instituto parecían ser bastante similares. Si tan solo tuviese la valentía de acercarse a él un poco más...

Y así fue como Germán logró soltarse poco a poco. Tanto que no le preocupó demasiado hablar de lo ocurrido con Sergio cuando Víctor le preguntó sobre ello.

—¿Pero entonces cómo te cae? —preguntó mientras Bea y Blanca peleaban ruidosamente por una bola de bolos.

—A ver, me cae bien. Quiero suponer que lo del otro día fue un caso aislado, pero...

—Pero... —insistió Víctor, amante del cotilleo, con una sonrisa pícara.

—Que no estoy para tonterías. Si ese chaval tiene la intención de hundirme aquí dentro mejor que me eliminen el primero.

—No digas eso, es solo uno de los ocho que estamos aquí —dijo Fer, sobresaltado por su comentario—. Nos tienes a nosotros.

—Te habremos caído bien, ¿no? —preguntó el pelinegro sin vergüenza alguna.

—Hombre, claro —respondió el geólogo con una sonrisa—. Más que Sergio, por lo menos.

—Pues si quieres empezar a verte con nosotros... no nos importa. Encantados estaremos —confesó el alemán—. Y si los ocho pudiésemos ser un grupo compacto sería genial, pero eso es más difícil, visto lo visto.

Germán asintió feliz ante la propuesta de Fer. ¿Lo había conseguido? Qué fácil. En la universidad no fue tan rápido: tuvo que destacar como uno de los más aplicados para conseguir que se le acercase alguien.

—Es verdad que Sergio es un poco raro —añadió—, pero no le veo una mala persona. Lo que vengo a decir es que tampoco quiero que dejes de ser su compañero si no quieres.

—No es que no quiera, sino que me da miedo.

—¿Miedo? —volvió a preguntar Víctor con curiosidad.

—Qué chismosa eres —respondió el alemán.

—Una maruja en toda regla, eso soy.

Germán pensó por unos segundos qué decir, pero finalmente se abrió para hablar de su pasado, del bullying que recibió y de los problemas que su exceso de confianza le provocaron.

—En otro instituto conocí a unos amigos con los que quedaba los findes. Una cosa llevó a la otra y acabé saliendo con uno de ellos. Por otra parte, en mi instituto no tenía demasiadas personas de confianza. Bueno, solo una, mi mejor amiga. Claramente acabé contándoselo, era la única a la que lo hice.

Los dos chicos se miraron. Podían imaginarse cómo iba a acabar la historia.

—Digamos que alguien se le contó a sus amigas y el rumor se expandió. Y todos sabemos la risa que dan dos hombres cogidos de la manita, ¿no? —continuó Germán con un tono irónico y enfadado a partes iguales.

—¿Problemas de confianza? —preguntó Fer.

—No me extraña, la gente es tonta —añadió Víctor, a lo que Bea y Blanca asintieron con decisión al oírle, aunque no estaban en la conversación.

—Quiero seguir confiando en la gente, pero es un poco difícil después de todo aquello. No me pidió perdón cuando me enteré de lo que hizo, tampoco cuando comenzaron a burlarse de mí por ello. Simplemente desapareció. Y ya, eso es todo —dijo antes de agachar la cabeza—. Perdón por la charla.

Las caras de sus compañeros parecían no saber qué decir. Era una historia bastante privada y eran desconocidos, era normal. Pero por un instante pensó... ¿y si ellos tampoco le aceptaban? Debió haberse callado el secreto.

—¿Qué perdón ni qué leches? —dijo Víctor— Anda que no le he contado mis dramas a Fer estos días.

—Doy fe... —contestó, sonrojado.

—Está guay que nos abramos, solo tenemos un mes para conocernos y volver a nuestras casas, hay que aprovechar. Podemos hacer un club del chisme.

—¡Víctor! —exclamó Fer con una cara de cansancio mientras se aguantaba la risa.

—Bueno, en ese caso... —Germán estaba muerto de la vergüenza.

Pero también aliviado y feliz.

—A mí me pasó algo similar —comenzó a hablar Fer—. Bueno, en realidad no. Pero mi padre se enfadó cuando se enteró de que era gay. Mucho.

—Cosas de ser del colectivo, supongo. ¿Será el jefe de Apeiro LGBT supporter? —preguntó el pelinegro con una sorprendente seriedad mientras se frotaba la barbilla.

—Yo creo que es un viejo amargado, así que no creo —rió Germán.

—Dios, sí —dijo Bea, que llevaba un rato con el oído pegado a la conversación—. Aunque siendo quien es, probablemente ya sepa hasta cuántos novios habéis tenido.

—Cero —dijo Fer—. No le habrá sido muy difícil averiguarlo.

—Como yo, ¡choca! —dijo Víctor con entusiasmo— Hay que ver, un chico tan guapo y galán llevando soltero tantos años... Qué desperdicio.

Fer puso los ojos en blanco ante las bromas de su compañero, pero no pudo evitar soltar una ligera risa. No pudo ocultar su ligero rubor teniendo la piel tan pálida.

—Hablando de Sigma, ¿cómo será el trabajo de líder de sector? —preguntó Blanca antes de lanzar su bola— ¡Semipleno!

—Yo veo a Delta muy tranquilita y es maja —opinó Bea—. Aunque fácil no puede ser. Me gustaría conocer más sobre cómo es su trabajo. Tienen que cobrar un pastón, ¿no?

—¿Os imagináis que acabemos siendo líderes de algún sector? —preguntó el pelinegro con una sonrisa de emoción— Buah, pero tendría que quitarme de en medio a Silvia, vaya a ser que me robe el puesto.

—Cuánta fe tienes —murmuró Germán ante sus palabras—. Tenemos talento, pero dudo que seamos los únicos niños prodigio en Apeiro.

—Apeiro debe de estar llena de gente como nosotros —añadió Blanca con seguridad—. Me atrevería a decir que incluso más valiosa. Pero me da igual, yo no quiero ser líder de sector. Paso de tanto lío.

—Es que si fuese tan fácil como tener talento —respondió el alemán, mientras miraba el contador de puntos—. Ah, me toca.

—Yo confío en nosotros —confirmó Víctor echándole el hombro a Germán y a Fer, quien se apartó tímidamente para poder lanzar.

Momentos como aquel, conversaciones fluidas e íntimas como aquella, fueron las que permitían al joven geólogo tener ganas de seguir allí. No todo el mundo era malo y esa era la prueba. Solo había que tener suerte de encontrar a las personas adecuadas, de una forma u otra. Lo pensó por aquellos cuatro jóvenes, pero también por Miriam, Sergio y Silvia.

Parecía ser que allí todos tenían algo en común: eran científicos con un futuro prometedor y personas respetuosas con ganas —dentro de lo que cabe— de esforzarse.

Al fin y al cabo, ¿qué le harían a Germán personas con los mismos problemas y metas que él?

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