Parece ser que le he dicho un insulto o algo que no le ha caído bien en absoluto.

Black Hamilton, el frío e indomable empresario finalmente parece haberse sentido intimidado ante mis palabras. Como si yo tuviese veneno o algo que le haya hecho sentir ofendido, la verdad es que nunca creí vivir para ver el momento en que lo que yo dijese, pueda emitir alguna reacción.

Se aparta como si estuviese infectada con alguna enfermedad mortal contagiosa. Pero no, solo soy virgen, no se alarme querido jefe.

—Yo... No lo sabía, Mina.

—No tenía por qué saberlo, descuide.

—Caray, lo siento.

Él se aparta y se restriega la cara como si estuviese procesando las palabras o si se estuviese reprochando internamente cómo es que no lo pudo suponer antes.

Pero mi cabeza recibe la enorme sorpresa un poco tarde de procesar. Se ha disculpado conmigo.

—Descuide, señor...

Trago saliva y señalo la puerta. ¿Acaba de sentir que yo sea virgen? ¿Esta vez sí que tendré riesgos de perder mi empleo? ¿Ya no le sirvo en cuanto su puta particular?

—Voy a preparar su café—anuncio.

Él asiente.

Pero se acerca y me sujeta del brazo.

—Aguarda—me dice.

Su tacto consigue que una corriente eléctrica se me meta bajo la piel.

—¿Sí?

—Lo... Lo de anoche—intenta hablar bajo como si estuviese lanzando un secreto de Estado—, ¿fue la primera vez que lo hacías?

Me ha pillado.

Trago saliva y asiento con algo de pena.

—S...sí, señor.

—Oh, por todos los cielos...

—Espero no haber estado mal.

—No te sentiste obligada en ningún momento, yo no te obligué, ¿verdad?

¿Qué pasaría si sigo que sí? Es cierto, no me sentí amenazada ni ultimada en ningún momento, pero sí implícitamente mi cabeza rogaba todo el tiempo poder conservar el empleo, sin considerar en ese momento que las condiciones podrían repetirse.

Tampoco me disgustó que haya sido él, puede que sea una persona indescifrable, pero es condenadamente atractivo.

—Mina, en verdad que podía suponerlo, pero a juzgar por tu edad creía que no. En verdad, discúlpame. De todos modos lo hubiese descubierto si...

Él se acerca.

Por un momento creo que me va a besar, pero no lo hace. Me quedo embobada mirando su boca y el contorno de su barba cuando habla sin romper la distancia entre ambos:

—Me ofrezco a ser el primero.

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Vivir en sectores vulnerables o expuestos a ciertos peligros, provoca que una decida no salir demasiado de casa durante la adolescencia. Al menos, esa fue mi decisión. Mantenerme a rajatabla con mis estudios, tener al día la cuadrícula de calificaciones y conseguir los beneficios estatales para llegar a la universidad bajo parámetros viables.

Papá era repositor en un supermercado, siempre trabajó para la parte privada en tanto empleado particular ya que sus estudios eran insuficientes para pensar en algo mejor o sus contactos no eran los adecuados para llegar a obtener algo estable en el sector público.

Su trabajo lo llevaba con mucho orgullo y dignidad, aunque lo que cobraba más alguna ayuda estatal, apenas alcanzaba para sobrellevar la familia. Mamá también tenía algunos trabajillos que podía realizar de quehaceres domésticos, por lo que desde pequeña tenía que hacerme cargo de mi hermanita o quedar al cuidado de alguna vecina cuando era necesario.

El asunto es que un día papá me dio un abrazo y me dijo "nos vemos a la noche, princesa, te quiero". Aún de adolescente solía decirme esas palabras.

Era de mañana, yo estaba por salir a clases. Él trabajaba unas catorce horas al día con tal de conseguir horas extras acumuladas.

Pero la noche fue demasiado larga.

Y nunca llegó.

A medianoche un policía golpeó la puerta y, mirando desde un costado, vi a mamá llorar después de unos segundos quedarse muda tras escuchar las palabras de él: "el señor Western sufrió un accidente de tránsito de regreso a su casa".

Cuando papá bajó del transporte público, una moto inmensa que se metió desde un costado para no tener que esperar lo embistió de lleno.

El conductor no tuvo heridas porque llevaba todas las protecciones arriba de su motocicleta de alta gama Indian que usaba en carácter recreativo y deportivo. Los ricos necesitan lujos millonarios para sus valiosas horas de esparcimiento.

Papá solo volvía muy agotado de trabajar como cada día de su vida.

Y un golpe contra el cordón de la acera le hizo perder la vida de inmediato.

El sujeto en cuestión es hijo de un importante fiscal. No tuvo una sola herida, pagó una fianza insignificante para su fortuna y sólo tuvo que lidiar con alguna nota de prensa que se animó a mencionar algo al respecto. Pero la noticia no tenía mucha importancia porque quien había muerto era un ciudadano anónimo de esos que nadie lamenta que ya no esté.

"Ser nadie". Esas palabras me atravesaron desde entonces y lucho por ser "algo". Cuando dicen que un título universitario otorga esto, algo de razón lleva y algo no. Quiero tener la suficiente importancia como para que un hijo de puta no me reviente en la calle por esparcimiento y no salga impune de ello.

Quiero estar formada y precavida para no tener que trabajar hasta el agotamiento por monedas en algo que no me llena en absoluto.

Pero es tan difícil, es prácticamente imposible para una persona como yo.

¿Tener algo de eso implica ser la puta de un millonario?

¿Ceder a su morbo de sacarme la virginidad?

¿Qué diablos quiere Black Hamilton con ser "el primero"?

Si no lo hago, no solo yo seré una escoria más al margen para la sociedad sino que lo será mi madre enferma y lo será mi hermanita pequeña.

—Dígame cuando usted lo crea conveniente—contesto, tratando de mantener en frío el tono—, señor... Yo estoy lista.

Quizá no. Quizá no lo esté.

Pero entre que lo haga Black Hamilton o un idiota que conozca por la calle, prefiero que sea una persona como él.

—Caray, Mina. Valoro mucho que me cedas ese honor. Me gusta saber que puedo ser especial para alguien. Al menos para ti.

Espera un momento...

...¡¿QUÉ?!

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