Prólogo
Francia, Splendeur. 1518 d.c.
—¡Antoine! —llamaba con desespero su nombre entre risas, al verlo correr alocadamente en medio de los arbustos mojados por el rocío.
—¡Alcánzame si puedes!
Con una sonrisa contestaba el chico, mientras continuaba su camino en dirección al jardín tan hermoso que su castillo poseía. Era casi un niño, jovial y desinhibido en algunos aspectos, algo totalmente contrario a la forma de ser de Zaida. Tal vez por eso eran el uno para el otro.
Ella seguía sus pasos al tiempo, su vestido color rosa pálido se sacudía en cada paso que sus pies daban, dejando un baile en el trayecto. Su respiración agitada y su rostro risueño, tapaban su incertidumbre al no entender por que su amado había huido del baile de cumpleaños en su propio castillo. Por otro lado, Antoine era astuto y tenía un plan para esa noche de fiesta, cosa que ella no sabía. Era su escape a la libertad con su amada Zaida, teniendo la oportunidad de vivir ese amor que no era posible entre ambos.
—¡Duque Antoine! ¡No le encuentro el sentido a perdernos entre su jardín! —inquirió la joven Zaida mientras limpiaba de sus mejillas enrojecidas, las pocas gotas de lluvia que las mojaron.
—Mi princesa, quería alejarme lo suficiente para preguntarle lo más alocado que alguna vez pensé, sin que nadie nos escuchara.
Zaida se sorprendió un poco al verlo lleno de emoción y con sus ojos verdes esmeralda observando con atención los suyos. A ella se le estaba prohibido relacionarse con las personas en Spledeur, ya que su estadía en las tierras era solo pasajera. Pero aún así atentó contra su suerte y decidió enamorarse e ir de todas formas a la fiesta de cumpleaños de su amado Antoine.
—Le pido por favor, que me hable con claridad.
El joven tomó su mano como si fuera una flor delicada y acarició su mejilla con el torso de sus dedos, marcando un camino del pómulo a la barbilla.
—Es el momento de vivir nuestras vidas como queremos, mi princesa. Sé que su conexión con ellos es muy fuerte, pero nuestro amor lo es también. No puedo imaginar dejarle ir y perder el ángel que los cielos me han dado.
En ese momento la joven Zaida estaba entre un dilema. Debía decidir si huir con su amado evadiendo su destino o negarse una vida de felicidad por un deber de nacimiento. Una respuesta cambiaría su vida para siempre, debía pensar con claridad antes de decir su veredicto.
El duque contemplaba la obra maestra que tenía al frente, cada detalle único que la hacía más valiosa que su misma vida, y cada gesto que le indicaba lo nerviosa que estaba. Lo cual, lo hacía estar mil veces más ansioso.
—Duque Antoine, usted sabe que mis sentimientos hacia usted son muy fuertes, pero mi responsabilidad de vida es algo a lo que no puedo huir.
—¡Podríamos intentarlo! ¡Ser felices!
—¿Usted piensa que el amor es más fuerte que mi destino? —cuestionó Zaida, mirando sin basilar los ojos de su amado.
—No cualquier amor, mi princesa, pero el amor verdadero sobrepasa cualquier barrera. Y ese amor es el que siento yo por usted.
Nunca antes se había escuchado un corazón con tan fuerte palpitar que como el de Zaida. Cada músculo de su cuerpo celebraba enérgicamente la respuesta del duque. Éste al ver la respuesta en su expresión, tomó su mano y entrelazó los dedos con los de ella, para así tirar con fuerza de su brazo hasta poder abrazar su delgado y delicado cuerpo. El duque posó un casto beso en su frente, luego ambos corrieron entre las flores coloridas del jardín, hasta llegar a la caballería.
Él desató el más imponente caballo que se encontraba en el establo y lo utilizó como su medio de escape. Zaida intentó subir en el animal, pero aquel vestido enorme y glamuroso de fiesta, no le dejaba ser ágil, siendo eso lo que necesitaba en el momento. Entonces Antoine tomó un afilado cuchillo que siempre llevaba muy escondido entre su bota y cortó éste, dejando al descubierto los muslos de sus piernas. Al principio la pena se cruzó por el pensamiento de Zaida, mientras su cuerpo estilizado, sacaba un gesto de asombro en el rostro de Antoine, quien la miraba como si fuera un diamante en bruto.
Como todo un caballero, le ayudó a subir en el caballo; debían salir del castillo lo más rápido que podían, o sino la guardia anunciaría la desaparición de los dos jóvenes. Zaida muy en el fondo, sabía con certeza que sus padres no tardarían en hallarla, pero solo enmudeció sus ideas negativas y abrazó por la cintura al joven Antoine.
Al igual que su amada, el duque sabía que su pueblo lo buscaría por mar y tierra, pero ya había planeado dejar a cargo de su puesto a su hermano menor, quien deseaba estar al mando con mucha emoción. El caballo en cada paso levantaba la tierra húmeda que por la lluvia, se había convertido en barro suave y movedizo, mientras el joven preocupado miraba rápidamente a sus lados algo nervioso.
Zaida mantenía ese sentimiento de indecisión en su interior, no podía asegurar que sus acciones serían las correctas pero era lo que su corazón dictaba con fervor. Abrazaba con emoción a su hombre, mientras este llevaba las riendas del caballo sin detenerse; un segundo desperdiciado abriría camino a un trecho de perdición, así que debían ser rápidos y astutos para lograr su cometido.
En el muelle un barco iba a partir con rumbo a tierras desconocidas por ambos. Éste estaba allí esperando fielmente la llegada del duque con su dama, pero en su camino a la libertad, Zaida sintió la presencia de alguien a pocos metros.
—¡Antoine! ¡Vienen ya por mí! —La joven sujetó con más fuerza el torso del joven, alterando un poco su actitud. Él no cedió y continuó por el camino, ahora con más precipitación y velocidad.
A lo lejos se percibía la silueta de un caballero, su armadura era poco visible pero el brillo de la plata era reconocible. El caballo se estremeció, cada fibra de su cuerpo se detuvo sin mas, y aun que Antoine insistía en seguir, su fiel corcel no movió un músculo al estar a menos de 6 metros del irreconocible hombre.
—Son ellos. —dijo Zaida en un susurro temeroso, sin soltar el agarre.
—¡Quedate aquí! —Ordenó Antoine con voz autoritaria.
El duque decidió enfrentarlo, a pesar de la voz angustiada de su amaba a sus espaldas. Sus pasos cautelosos iban cada vez más achicando la distancia entre ambos hombres. Sus manos cerradas tallaban con fuerza, y su quijada estaba tan apretada, que se podía escuchar como sus dientes rechinaban.
Nadie estaba cerca, parecía como si la cuidad completa comprendiera que era peligroso y se escondieran en sus casas, pero en realidad todos estaban en el castillo celebrando. El caballero de plata ahora era más visible para Antoine. Su cabello era del mismo tono que su armadura y su rostro reflejaba la furia de mil demonios. Por un momento, en la mente confundida del duque, logró percibir un humo que provenía de su cuerpo, casi como si el guardián viniera de las llamas incandescentes, pero no hizo caso a ello, ya que podría ser solo temor convertido en confusas ilusiones.
—Duque Antoine II de Splendeur, al fin conozco un semblante que no refleje valentía en usted. ¿Tiene miedo de mi presencia? —La voz del caballero era grave, fuerte e imponente, la cual hizo que Zaida reconociera al más temido y osado guerrero de su familia.
—¿Por qué habría de temer ante un simple hombre? —inquirió Antoine con valentía y firmeza por la pregunta.
—Creo que usted sabe la respuesta, señor.
La princesa temía por su amado, ella comprendía perfectamente que lo que pasaba era su culpa, al intentar huir y fingir que no existía el peso en sus hombros. Estaba inmóvil en el caballo, con respiración agitada y miedo por el resultado del encuentro.
—¡Belmont! ¡No lo lastimes! —exigió Zaida, en medio de su desesperación.
El caballero alzó su mirada y puso atención en su princesa aterrada. El trabajo de Belmont era protegerla de todo, sin importar si el peligro era ella misma. Belmont comprendía más que muchos seres vivientes en la tierra; su sabiduría lo hacía entender, por más que ella amara al duque, que esa decisión era su perdición.
—Mi princesa, haría todo por usted. Créame que esto es lo mejor. Debe venir conmigo de regreso a casa.
Sus ojos pedían disculpas a gritos, pero él hizo un juramento y no podía permitir que la princesa diera un paso al abismo. La quería como un padre a su hija y debía hacer lo correcto.
—¡Ella no irá a ninguna parte con usted! —contestó valiente Antoine, mientras se colocaba entre su amada y el caballero. —¡El amor es verdadero entre ambos y no pienso perderla!
—¡Voy a contestar a su pregunta, duque Antoine! La verdad es que usted no debería temerle a un hombre, pero a un Dragier si.
La mirada más temida había nacido de los ojos furicos de Belmont. Se podían confundir con llamas de fuego que incendiaban sus pupilas sin detenerse, mientras el humo y olor a azufre emanaba de sus cuencas nasales al exhalar.
Sin vacilar, Belmont se abalanzó contra Antoine violentamente, atacándolo sin piedad. El duque en un movimiento rápido, logró esquivar su ataque pero la espada de fuego que manejaba su contrincante, era peligrosa y había marcado su rostro. La pelea se estaba tornando el final para Antoine, su vida pendía de un hilo sin mucha oportunidad de salir con vida.
El aliento de vida de Zaida peligraba al igual que su amado, ya que si este desaparecía ella lo haría también. Su amor la llevó a actuar con desespero ante la situación, rompiendo las reglas de vida en su familia, al igual que su pacífica parte. Lo defendería como fuera posible.
Se escucharon las voces de sus ancestros su nombre llamando, pero ella hizo caso omiso a las advertencias. Saltó del caballo, y corrió en dirección a Belmont, quien estaba apunto de herir de muerte a Antoine en el suelo. Como si de un juguete se tratase, empujó a su guardián con fuerza a varios metros de distancia usando la energía que por siglos habían protegido. Ella sintió como algo se había intentado romper en ella, pero lo ignoró de inmediato. Solo quería proteger a quien su alma tanto anhelaba.
Belmont no podía decir nada, su rostro reflejaba todo lo que sentía, era como si dentro de su alma hubiera caído derrotado al ver lo que Zaida había hecho. Su presentimiento de perdición no era falso.
—Mi princesa, no sabe lo que hace. No rompa la conexión.
—¡Jamás la romperé! ¡Solo quiero ser feliz! ¡Tener lo que desea verdaderamente mi interior!
Él sangraba ligeramente del brazo, un pedazo de plata en su armadura había sido clavado en su antebrazo, derramando su turbia sangre hasta el suelo. Ella no había percatado lo que había hecho, hasta que su guardián tuvo que sacar la plata y detener la sangre con su mano, intentando hacer presión en éste.
Zaida miró el brazo herido y soltó lágrimas de culpabilidad, miró sus manos y se arrepintió de su acción en cierta forma. Entre su conflicto, ayudó a Antoine a levantarse y miró nuevamente a quien ella tanto había querido; quien había cuidado de ella desde que abrió sus ojos al nacer. Su corazón deseaba con fuerza tener una vida que ella planeara, no algo ya predestinado desde su concepción.
—Mi princesa... —Se escuchó un susurro mientras ambos seguían caminando hacía el caballo —Usted no entiende que provocaría su acción. Puede ser un error irreversible, lo siento en mi interior. ¿Tanto la hizo cambiar un baile?
Zaida miró a su herido duque y lo ayudó a subir al caballo algo inquieto. Luego sus pisadas fuertes y firmes le dieron paso hasta estar casi al frente de aquel caballero decidido por llevarla de regreso, pero ella ya había tomado una decisión. Sonrió con dulzura y este sólo intentó nuevamente lograr su cometido, pero como si de un muro se tratase, la energía había formado una barrera para protegerla.
—No volveré, Belmont. Deseo que entiendas mi corazón, pero no puedes comprender si nunca has sentido lo que yo. No fue un baile, ya estábamos destinados, esto es...
—¡No es el destino, princesa! ¡Es su mente confundiéndola! La decisión que está tomando está dañando el destino.
—¡Claro que si lo es! ¡El Unixr sabe que esto es real!
Su caballero mantuvo silencio al verla tan exaltada, estaba peleando algo que ella no entendería. Zaida en medio de su respiración rápida, sintió algo diferente en ella, se llamaba enojo y su familia no lo había sentido nunca. Eso la hizo sentirse extraña, diferente y no entendía que sucedía; colocó sus manos en su cabello negro, tocándolo con preocupación ya que había presenciado muchas cosas en menos de minutos.
—Mi princesa, la vida no es siempre lo que queremos y eso es parte de esto. Aveces el destino nos cuida de un final caótico. El Unixr está intentando hablar con usted...
—¡La energía estará de acuerdo, yo lo sé! ¡Lo que yo quiero puede ser mejor! —respondió histérica ante tal aclaración de Belmont, la cual rompía su ilusión.
En medio de su discusión, unas risas y música se escuchaban cada vez más cerca. Eso significaba que las personas ya habían salido para continuar con la fiesta de cumpleaños en la plaza de la ciudad como era costumbre. Las mujeres entre danzas, dejaban un circulo al moverse su vestido y los guardianes del castillo buscaban a su duque con afán en medio de la multitud. Luego de unos minutos, las autoridades ya se habían percatado de su ausencia.
Zaida miró atentamente a los jóvenes que disfrutaban de su baile, de la fiesta. Ella solo quería esa vida con su amado, así que miró a Belmont quien contemplaba su actitud con atención, y soltó otra sonrisa. Antoine sentía ese frío en la espalda al ver como buscaban poco a poco hasta llegar a verlos, en ese instante pensó como todos sus planes se desmoronaban y llamó la atención de Zaida, para poder huir antes de ser capturados.
Su amada escuchó el llamado del joven, pero su mente estaba atenta ante la felicidad de todos al rededor.
—La vida puede ser felicidad siempre. ¡Mira! todos están disfrutando juntos de una noche de música y armonía, ¿por qué no darles una vida entera así?
—Mi princesa, ¿que desea hacer? —Belmont estaba contemplando como su princesa entraba poco a poco en un trance algo fuera de sí, mostrando actitudes distintas en ella.
Estaba preocupado por ver que haría, ya que su poder no era suficiente para ayudarla o detenerla. Había fallado en su misión. Zaida cerró sus ojos luego de mirar a lo lejos como los guardias venían apresurados por Antoine, alzó sus brazos y de su boca solo salió lo que pensaba en ese justo momento.
—Deseo que sigan bailando, y la noche no les dé abasto con tanta felicidad.
Al ser sus palabras mencionadas, como si de una fuerza inhumana se tratara todos en el pueblo sin importar nada empezaron a bailar, sonriendo y reflejando la felicidad de sus corazones. La princesa sonrió feliz y miró a Belmont en busca de aprobación, pero este solo tenía espanto al ver como había cambiado usando la energía para fines macabros y se clavó en su pecho el dolor al saber que se estaba perdiendo.
—Me iré ahora, no me busquen. —Salió de los labios de ella casi como un lamento al ver que no recibiría su apoyo. Entonces corrió con todas sus fuerzas hasta subir al caballo junto a su amado Antoine, dejando atrás a el pueblo y su guardián.
Entre llanto silencioso a las espaldas de su amado, Zaida llegó hasta la embarcación que los llevaría lejos, subió junto Antoine y el capitán a toda prisa por ordenes del duque, zarpó sin decir más nada. Era doloroso decir adiós a los que amabas por algo que tu corazón deseaba, ese era el sentimiento de Zaida mientras mirada el mar y sus olas imponentes chocando en el arrecife. Antoine sintió un dolor fuerte de cabeza y decidió ir en busca de algo que beber dentro, así que Zaida se encontraba sola con sus pensamientos. El sonido de las aves tranquilizaban el ambiente y la hacían relajarse a la orilla del barco, mientras el viento acariciaba su rostro de porcelana, dejando una sonrisa apenas perceptible en sus labios carnosos.
—Eres imponente, y te agradezco el dejarnos continuar por tus aguas. Este será un secreto entre ambos; es doloroso alejarme de mi familia de esta manera.
El agradecimiento de Zaida y su confesión fueron tan reales, que algo dentro de ella volvió a unirse ligeramente, ese evento la hizo sonreír y respirar profundamente. Tal vez la conexión no estaba perdida tal como lo dijo Belmont. El movimiento del barco era como una cuna para Zaida, la relajaba de tal forma que no podía pensar en otra cosa más que en la paz absoluta. El imponente océano era la energía que más compartía su conexión con la joven.
Tan hermoso regalo de la vida no podía terminar, pero el destino, el unixr, alguien o la vida misma tenía otro final para la historia que la princesa había elegido. Los pasos que se notaban por la madera no la inmutó, ella confiaba ciegamente en que nadie la lastimaría allí, tal y como lo dijo su amado.
El ruido de la madera se detuvo, la princesa giró su rostro para ver quien estaba a su derecha, pero nunca esperó tal traición. Fue tan rápido que no le dio tiempo de gritar o reaccionar, el frío afilado de la cuchilla en su garganta y la mirada vacía que la observaba mientras dejaba salir un río carmesí de su cuello, hizo emerger las lágrimas más dolorosas que nunca antes se habían visto.
—¿Que hiciste Antoine? —pronunció pausadamente Zaida.
Su voz era ilegible, no podía mantenerse de pie al estar desangrándose lentamente y también por su corazón roto en más pedazos que los granos de arena. Sus ojos borrosos por las lágrimas y por la falta de conciencia, captaban como su amado la miraba como si de un enemigo se tratase. Mientras él, tomó el cuchillo lleno de su sangre y lo guardó de nuevo en su bota de cuero. El universo entero no había visto tal dolor en alguien, y el cielo no pudo contenerse, dejando salir sus gotas frías de lluvia que se mezclaron con la sangre y las lágrimas de suplicio tan amargas que los ojos de ella vertían.
Antoine tomó el cuerpo casi inerte de quien se creía haber amado, y lo tiró tal basura al mar. Ella no dio lucha, solo se dejó hundir poco a poco entre las aguas saladas. La muerte estaba llamando su nombre con anhelo, mientras Zaida sentía como su conexión se rompía totalmente; eso la hizo crear en su interior el sentimiento más temido y oscuro de todos. La maldad del mismo hades o infierno había pasado la puerta y era parte de su alma. Ese sentimiento se llamaba odio.
Ya no había pureza que rescatar, era solo tinieblas que oscurecían su alma, dejando una idea en su mente antes de soltar el último poco de aire que sus pulmones contenían. El himno de venganza estaba siendo escrito para el poderoso mar, en medio de su último poco de conciencia. Ella había creado el trato diabólico que su espíritu traicionado deseó.
El mar escuchó cada palabra, cada susurro, cada súplica, y su deseo oscuro había concedido. El trato se había hecho. Entre sus aguas había nacido la criatura más temida que alguna vez los marineros habían visto, era ahora el temor entre los seres marinos y su poder maligno tan fuerte como su mismo odio.
En medio de las olas, se escuchó el nombre que el mar le había otorgado a la abominación nacida de sus entrañas. Su misión era lo que gritaba su ser interior con desespero. La criatura creó un nombre para los seres odiados de por vida, este sería Marqué y cada descendiente del hombre que había amado tendría ese nombre sin importar nada. Mientras ellos tendrían que huir de su peor pesadilla, la cual aún no sabían que existía.
La sirena.
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