Después de romper el contrato con la discográfica para la que estaba contratada desde hacía tres años y pagar una buena suma de dinero de la que sin problemas disponía, me planteé dejar Alemania, en concreto Berlín, y poner pies en Londres donde tenía intención de que mi vida fuera más sencilla.

No iba a volverme a subir a un escenario; el pensar en los focos, el "uno, dos, tres, probando" y los malditos camerinos con toneladas de vigilancia hacía que me salieran erupciones mentales.

Era hora de sentar la cabeza (o al menos intentarlo). Después de una vida de excesos en todos los sentidos, excepto en drogas y alcohol, tomé el dinero que había ganado durante mis tiempos de músico famosa y lo invertí en una academia de música donde contraté a los mejores profesores de la zona. Yo me encargaba de la voz y la guitarra, Doris era la profesora de Bajo y Adam era el profesor de batería. Ellos me plantearon desde que me conocieron en su entrevista, el hacer un grupo, pero yo me negaba en redondo porque ya había padecido el horror de estar bajo el ojo público.

Pero ellos no se rendían y yo, como siempre, los mandaba a la mierda más lejana. Nos llevábamos realmente bien y el tener a tu alrededor gente que simplemente te admira, pero no te acosa era realmente refrescante.

Pero como siempre, lo bueno no siempre ilumina nuestras vidas. A veces una gran piedra se nos cruza por el camino y, lejos de hacernos tropezar, nos hace caernos de boca contra el suelo y rasparnos las rodillas.

Y esa tarde, entró aquel peñasco que iba a fastidiar mi agradable remanso de paz.

CONTINUARÁ....