Un corazón que late con otro

Era bueno fingir quedarse dormido.

Claro, después de pasar un rato hablando con su padre allí, él se despedía de él para darle las buenas noches antes de apagar la luz e irse. Pero él no se dormía. Esperaba.

Esperaba allí en cama despierto, atento a cualquier cosa para evitar quedarse dormido. Tal vez observaba sus juguetes desde la oscuridad para tratar de reconocerlos, veía las sombras que llegaban a asomarse por debajo de la puerta o a veces miraba las pocas estrellas que las luces de la ciudad permitían ver a través de la ventana. 

Entonces una sombra se detenía frente a la puerta por varios minutos. Él se acomodaba entre las sábanas, respiraba profundamente para que su corazón dejara de latir tan rápido y pudiera fingir estar dormido.  

Su madre siempre iba a verlo de noche. No necesitaba encender la luz para pasar por todos los juguetes, sus ojos parecían adaptarse bien a la oscuridad casi de inmediato o ya estaba acostumbrada a hacer ese recorrido tantas veces. La alfombra ahogaba sus pisadas. El dormitorio estaba con las luces apagadas y en pleno silencio. Ella continuaba su mudo vaivén y se detenía en cada extremo de la cama para observar al niño. Esto definitivamente lo asustaba un poco.

Pasados unos minutos, ella se sentaba a su lado. Le acariciaba el cabello mientras empezaba a tararear alguna canción desconocida para él pero que parecía relajarla a ella, tal vez incluso hacerla feliz. Pudo ver esa sonrisa aquella vez. En cierta forma, era la sonrisa más hermosa que le había visto mostrar a su madre, complementándola con aquel lindo tono ruboroso que se lograba ver gracias a las luces que llegaban desde afuera a través de la ventana.

Parecía una persona completamente distinta por esos minutos que se convertían en más que un instante en cuanto ella se levantaba. Salía de la habitación tal y como había entrado, en silencio absoluto. Volvería a ser la de siempre a la siguiente mañana.

A veces el niño deseaba que ella no se fuera mientras él seguía despierto. Pero se quedaba dormido al poco rato, feliz por haber recibido al menos un abrazo y beso de buenas noches por parte de su madre.

Eso le hacía quitarse sus dudas sobre ella, él simple hecho de saber que su madre aún lo quería. La cercanía de la mujer hacia él había incrementado desde aquellos meses hace casi un año, cuando su padre estuvo un tiempo fuera por el trabajo con unos estudiantes que calificaron para competencias nacionales. 

Era tanto tiempo el que tuvieron que quedarse tan solo ellos dos que la mujer había estado realmente dispuesta a tratar al niño de forma similar a como su padre lo trataba: pasarse horas jugando con él, contándole historias, llevándolo de la mano a todos lados, contándole todo lo que le sucedía y sabía, entre todo lo que ella hacía. Aunque claro, pocas veces lo dejó acercarse a la cocina por ejemplo. En compensación, ella le había empezado a enseñar a usar las muchas pinturas que habían entre cajones de su habitación. Tal vez a ella se debieron las primeras palabras y oraciones completas del bebé, quien apenas aprendió a hablar, parecía no querer detenerse ya. Esa capacidad tomó por sorpresa a su padre para cuando regresó, bastaba con decir que estaba más que emocionado al respecto. 

Aunque las cosas volvieron a cambiar. A lo largo del día, eran pocas las veces que ya veía a su madre. Ni siquiera comía con ellos y era poco el tiempo que pasaba en un lugar que no fuese la habitación. De verdad la extrañaba. Entonces le preguntaba a su padre dónde estaba su mamá, luego él le aclaraba esas dudas y le explicaba acerca de lo que pasaría en los próximos tres meses, mientras el vientre de la mujer crecía cada vez más.

El niño preguntó al respecto. "Lleva más vida con ella", le había explicado su padre. 

Si bien no había entendido del todo, recordó alguna vez que su madre le había explicado algo cuando encontró una caja con fotos. Entre las muchas fotos, había visto a su madre de la misma manera. Le preguntó qué le pasaba allí, y ella se limitó a sonreír y responder: 

"--Te llevaba en mi vientre. Estabas ahí.- entonces señaló hacia su vientre. --Te llevaba conmigo, Ren." 

En aquel momento de hacia tan solo unos meses le prestó total atención, pero, ¿eso significaba que habría otro bebé?

--Un hermanito. O una hermanita.- le dijo su padre. 

Fueron gemelas.

Las niñas nacieron en diciembre y el niño ya estaba al tanto de que sería hermano mayor. Y allí estaba el pequeño, observando la cuna donde se encontraban sus hermanitas, quienes hace apenas algunos días habían llegado a casa.

Su piel aún tenía un tono ligeramente rojizo, remarcando sus pocos días de nacidas. Habían mechones de cabello rubio en sus cabezas.

--¿No son bonitas?

--Sí... Parecen muñecas...

--¿Verdad? 

--Son pequeñas...

--Sí, lo son. Unos pequeños angelitos.

--¿Pueden jugar?

--No. Aún no, Ren.

--¿Por qué?

El niño hacía pequeñas pausas entre cada palabra. Senji pensaba en esto como la forma en la que la madre del niño hablaba cuando se sentía nerviosa o inquieta, aunque Ren no lo hacía con tanta lentitud o pausas como ella. Supuso que era debido al casi año que pasaron nada más ellos dos solos y el pequeño lo había adquirido más bien de tan solo escuchar a su madre. El niño por supuesto estaba bien, sólo sentía curiosidad por sus hermanitas. Su padre sonrió al verlo intentando pasar su mano por los barrotes de la cuna, pues hace unos segundos había fallado tratando de pararse sobre las puntas de sus pies y pasar la mano por encima.

--Aún son muy pequeñas, como dijiste. Aún no pueden caminar o levantarse por su cuenta. Son recién nacidas las dos. 

--¿Sólo duermen? ¿Van a dormir siempre?

--No, no, no, mira. Kirako abrió los ojos.

Le señaló hacia la cuna de nuevo. Una de las bebés efectivamente había abierto sus ojitos, de un color turquesa brillante; también empezó a moverse un poco. El niño esbozó una sonrisa, emocionado ante ello. Miró a su padre, quien también le sonrió.

--¿Quieres cargar a alguna de tus hermanas?

--Sí.

--Muy bien, veamos... Hola, Kira, tu hermano quiere cargarte un momento, ¿De acuerdo?

Senji se acercó un poco más a la cuna, levantando con delicadeza a la bebé que ya había despertado. Movió un poco su cabeza para indicarle a su hijo que extendiera las manos. Él dejó a la bebé en los brazos extendidos del niño, agachándose luego en caso de que tuviera que ayudarle.

Los brazos del niño temblaron un poco al principio ante los nervios que le causaba la posibilidad de dejar caer a su hermanita. Incluso se sorprendió, pesaba mucho menos de lo esperado, además de que parecía aún más pequeña una vez la tuvo en brazos. Su piel era cálida al tacto, su ropita en la que estaba envuelta olía a algodón; sus ojitos seguían abriéndose con dificultad. Parpadea a un poco, bostezaba, se movía. La habitación era tranquila, así que casi que podía escuchar latir el corazón de la bebé.

Tuvo un ligero sobresalto al escuchar un llanto, pero logró mantener a la bebé en sus brazos para alivio suyo.

Él y su padre observaron hacia la cuna, donde la otra bebé había empezado a llorar, al parecer, por no sentir a su gemela junto a ella.

--Kaya... De acuerdo, de acuerdo, ven aquí.

A los pocos segundos, la niña en los brazos de Ren empezó a moverse un poco más, extendiendo sus manitas hacia donde su padre se encontraba levantando a la otra niña de la cuna.

El niño las observó, primero a una y luego a otra. Luego se dirigió a su padre.

--¿Quiere a la otra?

--Sí, al parecer sí. A ver ¿Cómo hacemos esto...?

Dejó a la bebé en la cuna antes de acercarse a su hijo para tomar a la otra bebé y dejarla en la cuna igual.

Kayano había dejado de llorar. Una seguía observando el móvil sobre la cuna, extendiendo una mano y la otra movía sus piecitos y manos, tratando de quitarse los pequeños guantes que les habían puesto. Pero mantenían una mano unida a la de la otra.

--¿Por qué se quieren tanto?

--Bueno, son hermanas. Tú también las quieres, ¿No?

--Sí, las quiero.

--¿Ves? 

--Pero ellas se quieren más. No quieren estar lejos de la otra.

--Ren, a mí tampoco me agrada la idea de pasar mucho tiempo lejos de ti. No sabes cuánto te extrañé aquella vez. Por eso ahora te dejo acompañarme al trabajo y jugamos más tiempo juntos. Creo que es normal, porque somos una familia.

El niño sonrió un poco mientras se acercaba a su padre para sujetarle del brazo, un "medio-abrazo" como él le había dicho la primera vez que lo hizo.

--Mamá sale más seguido de la habitación... ¿Ya no está enferma?

--Al parecer ya está mejor. Seguramente las gemelas la agotaban mientras las tenía con ella. Es normal que las madres se sientan cansadas.

--Mamá es feliz.

Senji sonrió aliviado, pero no podía describir la alegría que le causaba ver a su hijo tan feliz al saber que su madre ya estaría más tiempo con ellos. 

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