Los susurros de los sueños



Esa era tan solo era una de las variadas pesadillas que llegaron a asechar sus sueños durante la noche. Sus pesadillas, en general, eran mezclas extrañas: algunas siempre fueron más bien como recuerdos que habían sido retocados, retorciendo la situación hasta darles la forma más terrible que podían tener; otras ya resultaban como un desborde de la imaginación y el miedo de forma espontánea que también terminaban por despertarlo agitado. Definitivamente, el sentimiento de miedo que se albergaba dentro suyo más la imaginación del entonces niño de siete años que era podía dar forma a distorsiones de los sueños realmente inquietantes.

Por ejemplo, estaba esa pesadilla donde nuevamente estaba encerrado en el oscuro ático, podía escuchar las risas de sus primos detrás de la puerta. Oh, sus primos... Hacia tanto que no los veía... Tal y como su madre lo prometió aquella vez. Claro que no fue cómo en el sueño...

Hace no mucho, lo que más detestaba era cuando sus primos venían de visita. Al parecer, eran por parte de la familia de su madre, aunque a veces ni siquiera ella parecía demasiado contenta con esas visitas. Siempre se preguntó el por qué los dejaba pasar cuando ella misma parecía tan tensa, por más que lo intentase disimular. La veía apretar inconscientemente la mandíbula a ratos. Tal vez era por mera cortesía o porque el simple hecho de ver a la madre de sus primos sonreír de esa manera en la que lo hacía siempre ya era algo que le hacía sospechar que algo había sucedido. Pero no iba a cuestionarle sobre un tema del que tal vez no debería indagar. No quería parecer demasiado entrometido. En su lugar, ahora solo se cuestionaba sobre la clase de educación que habrían recibido sus primos, que parecían empeñados en encontrar siempre algo sobre otras personas para divertirse un poco. Ellos eran mayores que él y, por supuesto, mayores que sus hermanas. Bastaba con decir que el menor de ellos era de la edad del niño para imaginar las edades de los otros, aunque definitivamente parecían llevarse mejor entre ellos. Seguramente asistían por cortesía. 

De igual forma, no le importaba. Lo único que sabía, desde el momento en el que los conoció, es que eran, en definitiva, muy diferentes. Tal vez demasiado diferentes para llevarse bien: Mientras Ren pensaba que la forma de expresarse de ellos era extraña, los escuchaba reírse y murmurar con desdén cosas que él apenas y alcanzaba a entender, tras esas sonrisas que se afilaban conforme sus murmullos continuaban. Alguna que otra vez, mientras cenaban, ellos no dejaban de mirarlo y hacían muecas o ahora aumentaban sus risitas por lo bajo. Él se hundía en su silla. Le inquietaba el hecho de no saber lo que decían. Incluso sus hermanas parecían reacias a intentar siquiera acercarse a hablar con cualquiera de ellos, apenas apareciéndose cada que la familia materna estaba presente. De alguna forma, comenzaba a inquietarle que esa sensación de incomodidad con la presencia de aquellos huéspedes se hubiera vuelto tan común en el consciente colectivo tanto de él como de su madre y hermanas.

Oh, esa mala broma que le hicieron de encerrarlo en el ático. Se había quedado plasmada en su cabeza de una forma increíble, como la cicatriz que deja una quemadura... Aunque no fue precisamente por ellos.

El momento se suscitaba nuevamente durante la pesadilla, era como revivir el recuerdo en carne propia. Todo resultaba tan real como para ser tan solo un sueño más, en el que los olores, colores, texturas, sensaciones, emociones e incluso presencia eran exactamente iguales que aquel día. El tiempo a ratos incluso parecía eterno cuando la pesadilla comenzaba. 

Afuera, seguía escuchando las risas. Estaba asustado, estaba temblando y las lágrimas se le habían condensado en los ojos. Ni siquiera podía mantenerse bien en pie ni se atrevía a mirar frente a él. Quería gritar, quería pedir ayuda, seguramente su madre iría por él. Pero la voz en su cabeza lo detenía: "Les demuestras que tienes razón". 

Igualmente, los gritos ya se habían secado en su garganta el tiempo suficiente para descubrir que no era capaz siquiera de emitir un susurro. La frialdad del suelo y en ambiente en general no hacía otra cosa que susurrarle lo necesario a la imaginación del niño para cortar los hilos que separaban la realidad de sus pesadillas, en donde las garras de la oscuridad frente a él podrían absorberlo en cualquier momento, entre objetos polvorientos y la humedad de los hongos que crecían en algún rincón. Lo consumirían, se lo llevarían con ellos para siempre, ¿Y qué quedaría de él? Su mente ya había comenzado a maquinar imágenes y siluetas de criaturas arrastrándose de entre las cajas en espera de que alguien se acercase.

Cada pensamiento fue interrumpido por un leve quejido suyo lo hizo casi regresar a donde estaba mientras se miraba la mano, la cual ahora dolía. Se había lastimado con algo ahí. Palpó un poco hasta volver a sentir la fría hoja metálica que había a su lado, de la cual se apartó casi de inmediato al tiempo que comprendía cómo su piel se había abierto al contacto con la hoja. No podía ver en la oscuridad, pero lo poco que sus ojos le permitían era ver cómo una mancha oscura se expandía por su mano. Pegó su mano contra su camisa, de inmediato sintiendo la humedad de la propia sangre mientras la tela absorbía. Hizo una pequeña mueca que ni él mismo sabría describir, no sabía si era dolor, tristeza o directamente molestia. Simplemente, una mueca que, muy seguramente, ni siquiera supo expresar bien para determinar, pero entonces se le pasó por la cabeza un "Me quejé por nada" antes de apretar más su puño cerrado con la tela dentro.

Tan solo pensaba en salir ahora mismo y dirigirse a alguno de los adultos que estarían en la sala de estar. Las risas ya no se escuchaban afuera, así que supuso que sus primos ya no estarían allí o se habrían cansado al no escucharlo gritar o llorar. Se puso de pie mientras con la manga que no llevaba manchada de sangre talló sus ojos.

"Sé fuerte, Ren. No puedes dejar que te vean débil, no les des más razones para reírse"

Qué envidia sentía ahora mismo de aquellos niños que sí podían desahogarse, que sí se permitían llorar, cuando él nunca era capaz de hacerlo. Siempre sucedía así. ¿Por qué él recibía burlas y no un consuelo por los mismos niños de su edad? ¿No eran acaso iguales? ¿Era eso lo que realmente se merecía?

Tiró de la perilla de la puerta, sin obtener mucho resultado. Un segundo intento... También inútil. Entonces empezó a tirar desesperadamente de la perilla intentando abrir la puerta. Comenzó a golpearla.

--Por favor...

Ni siquiera estaba seguro de haber pronunciado aquello en voz alta.

Entonces silencio... Y de repente escuchaba aquella voz, un murmullo.

--Ren...

Apenas la voz de su madre pronunciaba su nombre, quedaba ensordecido por los desesperados gritos de horror provenientes de sus propios primos del otro lado de la puerta. Él se apartaba de inmediato de la puerta, casi cayendo de espaldas. Pero la cerradura de esta por fin cedía. Por del pie de la puerta podía ver la luz que alcanzaba a colarse, podía ver la sombra de unos pies que esperaban del otro lado mientras su madre lo seguía llamando.

--Ya todo está bien, Ren. Puedes salir.

Entonces algo tiraba de él hacia la oscuridad del ático. Todo desaparecía.

Otra pesadilla más. 

En esta, también se encontraba en casa, aunque con sus hermanas. Las niñas jugaban y le hacían preguntas de vez en cuando a las cuales el respondía. Era entonces que una voz desconocida lo llamaba. 

"Ren... Ren... Ren..."

Al principio era como un susurro que él pasaba por alto, luego creía que eran sus hermanas o bien, su madre. Pero no era así.

Los susurros desconocidos comenzaban a apoderarse de los ecos y silencio de las habitaciones vacías, infestándolas entre las paredes, repitiendo una y otra vez su nombre. Él no reconocía aquella voz de nadie y, aún así, sentía la necesidad de encontrar de dónde provenía, debía hacerlo. 

La voz se hacía cada vez más fuerte. Más fuerte, más cerca de la habitación... Más cerca de la habitación de su madre... Una puerta que debía mantenerse cerrada, su madre siempre la cerraba cuando estaba adentro o no, casi como un hábito compulsivo... Era de mala educación entrar a un cuarto ajeno, no importaba si la puerta estuviese abierta o cerrada... Estaba mal, estaba mal... Entonces descubría de dónde provenía aquella voz, que parecía estar justo detrás de aquella puerta. 

--Ren... Abre la puerta. Por favor...

Se detenía un momento. Un momento de silencio en el que sentía el corazón estrujársele en el pecho. Entonces el golpe, o más bien estruendo, de la puerta que se abría. 

Múltiples ojos lo observaban, cubrían las paredes rojizas y palpitantes de la habitación como una especie de papel tapiz horripilante mientras las pupilas enloquecidas se enfocaban en él. Rodeado de ojos, rodeado de aquellos ojos que no apartaban la vista, rodeado de ojos que no dejaban de mirarlo ni un instante, rodeado de ojos, tan solo de ojos...

La supuesta voz resultaba convertirse en varias. Pasaba de haber hablado a un volumen considerable hasta convertirse en murmullos ahora mismo, que se esparcieron por toda la habitación entre las horribles paredes. Las palpitaciones de las paredes ante los murmullos inentendibles y las miradas que no se iban de encima suyo resultaban... No podía moverse. El ambiente había comenzado a aturdirlo, su propia vista había comenzado a nublarse y su alrededor no hacía ya más que tambalear mientras su cuerpo caía hacia dentro de aquel cuarto donde solo estaba él rodeado de las miradas y las voces inentendibles, mientras unos brazos de largos dedos como un esqueleto se preparaban para atraparlo.

Otra pesadilla más. 

El fuerte olor a sal y humedad característico del mar inundaba sus sentidos, incluso podía sentir brisa marina en su rostro. Las olas mecían el barco como si se tratase de quien arrulla la cuna de un niño, resultando en un ambiente que generaba más bien tranquilidad mientras el velo de una noche tapizada con estrellas comenzaba a ascender conforme el sol comenzaba a esfumarse en sus últimos naranjas más allá del horizonte. 

No reconocía a ningún otro de los que iban a bordo de ese barco, es más, ni siquiera podría recordar sus rostros al despertar, ¿o era que no tendrían un rostro acaso? Todo era posible, así que poco importaba hacer un esfuerzo por comprender aquello, pues importaba igual de poco al saber lo que sucedería. 

Las olas golpeteaban de forma tranquila, salpicaban... Chapoteos delicados mientras continuaban avanzando. Chapoteos delicados, pero cada vez más frecuentes... Chapoteos alrededor del barco. 

Sirenas. Había escuchado muchas historias de sirenas antes. Niñas con cola de pez que habitan en el mar, de carácter juguetón, muy bonitas de aspecto y con una voz que hechizaba a los marineros... Bueno, sus sirenas resultaban algo diferentes. No había demasiados rasgos precisamente humanos: sus pieles tenían el aspecto de las de los calamares y sus rostros eran poco más anchos, resaltando eras grandes orejas en tres puntas que asemejaban más a los apéndices de un tritón. Sus ojos eran enormes, recordaban al de los peces dorados en cuanto al tamaño en comparación de la cara y también estaban un poco hacia los costados. Sin embargo, estos estaban en blanco; ellas debían ver en la profunda oscuridad del mar sin ningún problema. Con los cuellos llenos de branquias, unos brazos largos que recordaban a extremidades de algún molusco; luego sus largos cuerpos que parecían el de alguna serpiente marina gigante. Genuinos monstruos de las profundidades que saludaban a los tripulantes del barco desde el agua con una sonrisa.  Sonreían. Unas sonrisas que recordaban a la boca de las anguilas marinas y que no eran en absoluto juguetonas. Sus múltiples dientes eran como hileras de agujas. 

Se sumergían por un momento antes de regresar, completamente cambiadas. Si se decía que las sirenas eran hermosas, seguramente lo eran por lo que ahí estaba viendo: estaban usando la piel de sus anteriores víctimas como si fuesen máscaras. 

Ahora, una sonrisa de anguila le sonreía desde un familiar rostro con los cabellos rubios empapados y enmarañados...

Más pesadillas. 

Le inquietaba el ver a aquella bruja hacia donde fuese que mirara. Bueno, la llamaban "Bruja" los Sonrientes: esos que habían cometido algún crimen, algún mal acto, aquellos que no la habían escuchado y que no hicieron lo que se les dijo que hicieran, aquellos que no se arrepintieron de lo que habían hecho. 

Eran gente, eran humanos... O "Solían serlo", como decía "la Bruja". Algunos habían matado a alguien, otros habían hecho cosas peores... Otros solo habían levantado su mano en contra de otra persona. Y todos pagaron con lo mismo. 

La Bruja, esa mujer de vestido blanco que cubría sus pies, que arrastraba hasta ensuciarse entre el lodo del bosque... Esa mujer que tenía el aspecto de un cadáver...  Ella se presentaba ante ellos. 

--Ustedes estaban seguros de hacer eso. Se sintieron orgullosos por arrebatar una vida, por elegir sobre una vida. ¿Quieres estar orgulloso de tus crímenes? Está bien. Pero recuerden: Ustedes lo eligieron.

Y entonces posaba sus dedos índices descarnados en las mejillas de la persona, uno en cada comisura, y luego los llevaba hacia las orejas, como si quisiera dibujar una sonrisa... Y así terminaban. Ellos terminaban con una sonrisa eterna que no podían quitarse. Había algunos con rasguños por toda la cara en sus intentos inútiles por deformar siquiera un poco aquella sonrisa que los atormentaba, aquella sonrisa que había hecho que se les echara de su hogar, pues todos sabían que aquellos marcados por la Bruja "habían estado orgullosos de lo que habían hecho."

--Por eso no sonrío.- le expresó la Bruja. --La verdad, es que me duele hacerlos pasar por esto, pero es la única manera, créeme. No entienden hasta que le temen a algo... Es muy triste tener que infundir miedo para que algo funcione. 

Él la miraba a ella y luego a los Sonrientes, quienes le miraban con recelo. Ella, en cambio, tomaba su mano. Su voz no inspiraba nada más que calma. 

--Claro que odian a la gente que no es como ellos, pues quieren volver a ser así. Pero no es posible para ellos ya. No lo es. Quieren tener esa paz de una vida normal de nuevo, a toda costa... 

Un grupo de Sonrientes le miraba, estáticos desde su sitio.

--Hay gente muy mala, Ren. Y esa gente mala no dudará en intentar hacer de todo... Querrán consumir hasta lo último que queda de ti tan solo porque no toleran a alguien diferente... O porque quieren arrebatarte lo que eres. 

Ellos se abalanzaban sobre él.

Y, claro, la última de estas, la más recurrente. 

Ahí estaba él. El cielo sobre su cabeza parecía haberse tensado en un eterno velo gris, como si quisiera cooperar a darle el aspecto más lúgubre posible al ambiente. El pasto a sus pies se extendía hasta dar con las altas paredes que separaban el lugar del exterior mientras comenzaba a sentir el frío seco del ambiente hacerle cosquillas en la cara. A su alrededor no había solo pasto ahora, sino también aquellos rectángulos de piedra rodeados de flores, con nombres inscritos en ellos... Una infinidad de lápidas extendidas por el campo. 

Caminaba de la mano con ella a través del cementerio. 

Él mismo llevaba una flor en manos a pesar del riesgo que esto suponía para él debido a una alergia. Sin embargo, trataba de contener la respiración y giraba su cabeza hacia otro lado cuando sentía que no aguantaría más tiempo. Repetía la misma acción una y otra vez mientras continuaban avanzando hasta 

Las preciosas flores que apretaba en sus manos pasaban a aplastarse desde sus tallos y luego tiradas en el suelo mientras él tosía, sus pulmones exigían aire con todas sus fuerzas mientras él se retorcía en el suelo, la vista se le nublaba a la vez que sentía que su garganta se secaba para contraerse hacia sí misma cual tronco de un árbol podrido. Sentía cada vez más pétalos rodeándolo... Un campo de flores. Un campo de flores cubierto por aquella inmensidad de polen que bloqueaba cualquier forma suya de respirar... Mientras el perfume de su muerte se impregnaba en el aire, él comenzaba a sentir que entre cada intento de respiración no haría más que perder hasta el último aliento. Comenzaba a quedarse siquiera con fuerza alguna de inhalar aquel veneno para él.

Pero aquel breve momento, antes de despertar asustado en su cama, era más que suficiente para que por su cabeza cruzara un pensamiento: 

"Si me voy, ¿podré estar con papá? Quiero verlo. Quiero ver a papá."

Y una vez más, se encontraba en su habitación, con la cortina meciéndose con el aire que entraba desde la ventana abierta. Sus cobijas estaban revueltas, la almohada apartada a un lado suyo y su propio corazón palpitaba con fuerza, pero también sentía como si se hundiera. El último deseo antes de despertar de su sueño siempre golpeaba fuerte. Esperaba a que su vista se acostumbrase a la oscuridad. Aun así, se quedaba completamente quieto.

Miraba hacia la ventana, de la que tan solo provenían las luces del exterior. Las miraba como quien mira a aquello que le consuela, como si tuviera una esperanza al ver aquellas luces brillantes en medio de la noche. Resultaban reconfortantes para él. 

Fueron sueños después de todo. Sí, solo eran sueños... ¿Por qué lloraba entonces? ¿Por qué sentía todavía tanto miedo como para siquiera voltear hacia el cuarto? Incluso temió que su miedo entonces le jugara una mala broma y comenzara a dibujar siluetas entre la oscuridad justo afuera de la ventana. 

¿Podría continuar durmiendo? Seguramente no.

Terminaba por encender la lámpara en la mesita de noche y no moverse el resto de la noche, sin pegar un ojo, incluso si al día siguiente debía ir a la escuela. El cansancio lo abrumaba poco más de lo que él querría, se sentía como si estuviese enfermo. 

Y su madre, por supuesto, se daba cuenta. 

--Ren, no has estado durmiendo bien, mírate esa cara. 

Posaba una mano sobre la mejilla del niño, quien abría unos ojos adormecidos y de párpados pesados por el cansancio. La mujer inspeccionaba un momento. 

--Hace mal dormir tan poco para tu edad. A partir de hoy, vas a tomarte un té que voy a preparar, ¿de acuerdo? Todos los días, antes de irte a la cama. Te ayudará a conciliar el sueño. 

No podía negarse, incluso si temía encontrarse con los recurrentes monstruos en sus pesadillas o con alguno nuevo. 

Sin embargo, pronto esa sensación de asfixia o abrumación terminó por hacerlo sentirse más bien en un vacío. Miraba a través de la oscuridad y no veía nada. No había nadie, ninguna silueta, ninguna figura, no escuchaba voz o susurro alguno. Sí, las pesadillas continuaban, pero, de alguna manera, no era igual que antes. 

Ese vacío que sentía no fue un vacío por mucho tiempo. Tal vez fue más bien una duda suya que se había formulado, esa semilla que comenzó a germinar hasta que la curiosidad brotó e invadió sus pensamientos antes de dormir. La curiosidad que se transformó más bien en una especie de impacto al pensar en cómo sus sueños resultaban tan vívidos, cómo vivía a flor de piel cada sueño, cómo se formaban diferentes historias en cada sueño, cada sueño era un mundo diferente... Sí, eran bastante retorcidas como cualquier pesadilla surgida de la mente de un niño de imaginación tan inquieta, tal vez un poco más de lo que deberían a veces... ¿Qué había dicho la Bruja en el sueño?

--Es muy triste tener que infundir miedo para que algo funcione. 

Entre más lo pensaba... Tal vez más razón tenía aquello. 

¿Era muy pronto para ponerlo en práctica?

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