7. En un mundo de hombres ricos.
ABBA - Money, Money, Money (0:28 - 1:15)
El baño de la habitación es del porte de la sala de mi apartamento incluyendo la cocina. Tan amplio y, aun así, es considerado pequeño a los estándares de los Black.
Me tomo un momento para recorrer todo con la mirada, prestando atención a los detalles y a los productos que han colocado con pulcritud. Suelto un suspiro y me paro frente al enorme espejo, para empezar a quitarme los restos de maquillaje de mi cara. Con un poco de nostalgia y decepción, me atrevo a mirar mi reflejo en el espejo.
Parezco tan joven.
¿Pero qué estoy diciendo? Soy joven. A veces me resulta tan fácil olvidar que solo tengo veinticinco años, porque he tenido que ser fuerte durante tanto tiempo, más fuerte de lo que pensé que debía ser. Fuerte para sostener el peso de mis errores y la vergüenza de mis equivocaciones.
—Pero estoy tan cansada de ser fuerte.
Termino mi rutina y salgo del baño, para encontrar a Tobías terminando de hacer su cama improvisada y recuerdo la conversación que tuvimos antes.
—Puedes quedarte con la cama —le digo—. Después de todo, aceptaste ayudarme y quedarte aquí.
Sus ojos marrones me miran, atentos y hay algo afable y cálido en su mirada, por lo que aparto mis ojos de los suyos.
—Bueno, señorita Black, debe usted saber que soy un caballero y jamás permitiría que una dama duerma en el piso.
—No es necesario.
—Minerva, está bien, necesitas descansar has pasado por tanto y me preocupa un poco la forma en que, a pesar de eso, sigues de pie y no te has detenido.
Es que no tengo tiempo para hacerlo, si me detengo, si pienso a plenitud en todo lo que ha pasado, terminaré por romperme porque los hilos que me sostienen, están deshilachados y son tan pocos.
Todo es tan frágil, en especial yo.
—Gracias.
—No tienes que agradecer —me dice—. Solo estoy mostrando algo mínimo de decencia humana.
Regreso al presente, dándome cuenta que me he perdido demasiado tiempo en mis pensamientos y que Tobías me está observando.
Me siento en el filo de la cama.
—Lamento que no haya cena.
No lo dijeron, pero conozco a mi familia como para saberlo.
También noto que tenían todo previsto para mi llegada, porque había ropa para dormir para mí y otra para Tobías, en diferentes tallas.
—Diría que no hay problema, pero mi estómago podría no dejarte dormir.
—De todas formas, dudo que pueda conciliar el sueño.
Tampoco dormía mucho antes de lo sucedido con Joseph.
—¿Minerva? ¿Has pensado que sucederá si tú esposo se despierta?
—Sí, lo he pensado.
Incluso sí se despierta, no podrá salir enseguida del hospital, necesitará terapia para recuperar la movilidad. Por eso necesito que esto funcione cuánto antes.
—Una pregunta más. Dijiste que tú prima sabe todo sobre todo y todos, ¿cómo lograste engañarla?
—Porque incluso sí no soy tan inteligente como ellos, sigo siendo una Black. También tengo mis mañas.
Alguien que trabajaba para mí prima, una persona a la que ella le rompió el corazón y que sabe cómo se mueve Gaia, fue la persona ideal para ayudarme, porque estaba más que dispuesto a probar que es mejor que ella.
Y ni siquiera me cobró, dijo que aquellos afectados por los Black, debíamos estar unidos.
—Creo que eres mejor que tú familia, Minerva. Porque las cosas que dijeron que hacen, eso simplemente no está bien, no es correcto.
—No, no lo es, pero no lo digas en voz alta. Intenta mantener esos pensamientos para ti, porque ellos tienen métodos crueles para demostrar que tienen razón, incluso aunque están equivocados.
Parece que Tobías quiere decir algo, pero al final no dice nada.
Le doy una media sonrisa o el intento de una, antes de subirme a la cama y acomodarme debajo del suave y cómodo edredón.
El colchón es tan suave y las almohadas tan cómodas, que incluso con todas las barreras e inseguridades que siento al estar en una misma habitación con alguien que no conozco, sin darme cuenta me quedo profundamente dormida, cuando me despierto, Tobías no está por ningún lado.
Me levanto de la cama y entro al baño para empezar arreglarme, tengo que regresar cuánto antes.
—Buenos días —me saluda Tobías.
Cuando me giro a verlo, veo que sostiene frente a su rostro un hermoso ramo de coloridas y hermosas flores.
Las coloca en mis manos y me quedo sin saber que decir.
—¿Me compraste flores? ¿Por qué?
—Ayer tuviste un día difícil y pensé que las flores podrían ayudar —responde—. Mi madre solía decir que las flores alegran la vista y pensé que tal vez puedan ayudar alegrarte un poco la vida o al menos tu mañana.
Me siento en el filo de la cama, aún con mis ojos fijos en el ramo entre mis manos.
—Es un hermoso gesto. Hace años que no recibo flores, pero no tenías que hacerlo.
—Lo sé, pero quería y las mereces.
Suena tan genuino y, de todas formas, me cuesta tanto creerle.
Quiero, pero mis inseguridades me detienen.
—Aunque en realidad no compré las flores.
—¿Qué? ¿Las robaste?
—Algo así.
Levanto mi rostro hacia él.
—Explícate, por favor.
—Verás, salí con toda la intención de ir a comprarte un bonito ramo, pero el más económico costaba cuatrocientos dólares y no te conozco tan bien como para gastar eso en un ramo y aunque quisiera, mi economía tampoco me lo permite.
Eso es normal aquí, la mayoría, por no decir todos los habitantes, son millonarios o nuevos ricos.
—Entonces, ¿de dónde sacaste las flores?
—Del jardín, pero compré el papel reciclado en el que las envolví.
—Déjame ver si entiendo, ¿me acabas de regalar un ramo de flores que robaste del jardín de mi familia?
—Sí, pero compré el papel y la cinta para decorarlo.
No puedo evitar soltar una risa. Sale rasposa de mi garganta y por un momento el sonido me resulta desconocido porque hace tiempo que no lo escucho.
—Eso es. Vaya... ¿De dónde saliste, Tobías Hyde?
—Del apartamento frente al tuyo.
—¿Sabes? No entiendo cómo no te vi antes. Eres tan tú y no imagino pasar a tu lado y no mirarte.
Me recuerda al sol de la mañana: cálido e impredecible. Una combinación un tanto alarmante.
—Bueno, a veces nos cuesta ver justo lo que está frente a nosotros.
—Sí, tiene usted toda la razón señor Hyde.
—Usualmente la tengo, señorita Black.
Mientras acomodamos todo para irnos, él me cuenta como robó las flores y aquella historia me vuelve hacer reír.
Ya afuera de la casa, vemos que Morgana está junto a su esposo, quien le muestra un hermoso caballo blanco perla, es sublime. El caballo más hermoso que he visto en mi vida. Casi parece brillar.
—Es un caballo de raza Akhal-Teke —nos explica Killian con una sonrisa mientras pone las manos en los bolsillos de su pantalón—. Cuesta dos millones de dólares.
Regina se ríe.
—¿Dos millones? Me pregunto que hizo está vez para hacerla enojar.
Sí, porque en este mundo de hombres ricos, el perdón no se pide con palabras sino con regalos caros.
Veo a mi padre dentro de la casa, asomado en la ventana, observando más allá de los jardines, y me disculpo con Tobías para ir hablar con él, ya que anoche no tuve la oportunidad.
Creo que él sabía mis intenciones porque parece que me está esperando, una vez que me he acercado lo suficiente, estira su mano y golpea mi mejilla.
—Papá...
—Eres una decepción más grande de lo que pensé que serías.
Él quería un niño. Nunca ocultó su deseo de querer un hijo, y cuando su actual esposa no pudo darle uno, todo ese coraje recayó sobre mí. Me culpó a mí y a mi difunta madre, me dijo que era igual a ella y que por eso él no tenía esperanzas sobre mí.
Al parecer, no estaba tan equivocado.
—Lo siento.
—Sí, deberías, pero no me interesan tus disculpas.
Sin decir nada más, se va y me deja sola.
Llevo una mano a mi mejilla y paso mis dedos por la piel que arde, y estoy tan sumida en mis pensamientos que no noto al mayordomo que ha entrado.
—¿Señorita Black? Su abuela la está esperando en su despacho.
Doy un leve asentamiento de cabeza y camino hasta el despacho de mi abuela casi en piloto automático, aún con mi mente en la breve interacción con mi padre.
—Gracias —le digo al mayordomo cuando abre la puerta para mí.
Tomo aire y entro.
Incluso a sus 72 años, Tamara Ross, es hermosa y letal. La reina reinante de un gran imperio como lo es Astra y Black and Company —que mi abuelo presume tener bajo su control—. Puede que ahora haya optado por dirigir la fundación, pero eso no quita que no haya decisión que se tome, en cualquiera de las dos empresas, sin su consentimiento y conocimiento.
No hay ala de mariposa que se mueva sin que ella sepa.
—Ven, pasa, niña. Quiero mostrarte algo.
Me toma del brazo y me acerca a la enorme pantalla plana en la pared lateral, saca un control del bolsillo de su traje y en la pantalla se muestra un mapa, iluminado algunas partes por puntos amarillos y otras por puntos rojos.
Hay demasiados puntos rojos y amarillos.
—¿Ves todos esos puntos? Son empresas de Black and Company y Astra que existen. Estamos en todas partes, dónde las personas menos lo piensan, ahí estamos. Lo controlamos todo.
Mi abuela mira con deleite la pantalla antes de continuar.
—Y, por supuesto, la fundación es nuestro escudo.
Mi rostro es bañado por los puntos brillantes en la pantalla y observo con atención cada país donde están. Cuento 87 en total.
Un imperio global.
Tanto poder.
—¿Sabes por qué me casé con tu abuelo, Minerva?
—Alianza.
—Sí, vi la oportunidad y la aproveché. Su empresa podía limpiar los desastres de la mía. Un imperio que me costó construir. Me hice un nombre en un mundo donde las mujeres en nuestra sociedad servían solo como esposas trofeos, luché para mantenerme al frente de Astra y me esforcé día a día para construir mi legado. Tú y el resto de esta familia, no me interesan. Lo único que me importa es que aquello por lo que tanto luché, no se pierda por una generación estúpida y débil.
El sonido de sus tacones me hace girar mi cara hacia ella y la veo dirigirse hasta el mini bar bañado en plata y oro blanco que mandó a diseñar especialmente para ella.
Un diseño que se le ocurrió una noche y a la mañana siguiente ya estaba en su casa.
Con dinero se puede tener todo —me dijo—. Cómo quieras y cuando quieras.
—¿Cómo podría dejar que todo mi esfuerzo se vuelva nada? —pregunta, aunque no espera una respuesta de mi parte.
Bebe un poco de aquel coñac que tanto a ella como al abuelo le gusta, deja el vaso y camina de regreso a dónde estaba.
—Tú no lo entiendes, porque ya tenías todo fácil cuando naciste: dinero, un gran apellido y buen estatus. Ya había un imperio y solo debías tomar las riendas, pero ni siquiera eso pudiste hacer —se acerca a mí y toma mi rostro entre sus dedos—. Mira. El mundo nos pertenece y todo eso puede ser también tuyo, jamás tienes que inclinarte ante nadie y cualquier se inclinará ante ti.
Sus dedos se aprietan alrededor de mis mejillas con más fuerza de la necesaria, cuando me suelta, mi piel aun hormigueo y reprimo el impulso de pasar mi mano por la piel que estoy segura, está enrojecida.
—Y para mantener esto hay cuatro pilares fundamentales: Black and Company, Astra, nosotros y la fundación.
La pantalla cambia y ahora se empiezan a mostrar imágenes de la fundación, videos de la ayuda que ha realizado alrededor del mundo. Campañas de vacunación, programas de desnutrición y programas de agua potable en lugares que no tienen acceso a ella.
—A nadie de la familia le interesa la fundación Black. ¿Sabes lo molestos que estaban contigo tus primos cuando supieron que uno de ellos debía ocupar ese puesto? A ellos no les importa, piensan que está por debajo de sus capacidades. Por eso tuve que hacerme cargo. Pero tú entiendes su importancia. ¿Verdad, Minerva? Sabes por qué necesitamos mantener en todo lo alto esa fundación.
—Sí, porque es la imagen de la familia, sirve para blanquear el apellido. Mostrar que somos más que dinero y codicia.
—Exacto. Pero los demás no lo ven y no harían un buen trabajo dirigiéndola, pero tú sí. ¿Entiendes ahora por qué estaba molesta? Vi tanto potencial desperdiciado por nada.
Pasa una mano por su largo cabello plateado y peina con delicadeza su cerquillo, un gesto que también lo hace Morgana.
Nunca he sido la nieta por la que alguno de mis abuelos siente orgullo. No, ese puesto por parte de la abuela siempre ha sido de Gaia y Ulises.
¿Por qué?
Porque al igual que la abuela, Gaia tiene los ojos puestos en los asientos más altos del cielo, y a diferencia de su hermana, Regina, ella no tiene paciencia para subir escaleras o como mi abuela, para lanzar a alguien desde arriba y utilizarlo para seguir subiendo. Gaia nunca ha sido la que se sienta y espera para ver caer a sus enemigos, no, ella misma los cazará y ganará sin ensuciarse las manos.
Y Ulises es frío, calculador y despiadado.
—Como veras, no podemos correr el riesgo de entregarte la fundación si no tenemos la certeza que te vas a comprometer con esta familia. Con estas compañías. Necesito algo de ti que me asegure que no vas a irte cuando las cosas se pongan difíciles o cuando salga por ahí otro gusano que te dé cinco minutos de atención.
Me giro hacia ella, mirando directamente sus ojos grises oscurecidos por esa mirada dura con la que me observa.
Sus labios se aprietan hasta formar una fina línea.
—¿Qué quieres?
Se siente igual a hacer un trato con el diablo.
—¿Quieres el divorcio? Lo haré. Me divorciare de él.
—No, eso sería muy fácil, niña. Ya no lo amas, por eso estás aquí, porque viste la realidad y que esa vida no es lo que quieres. Que esos eran sueños hippies de tu difunta madre.
—Entonces, ¿qué quieres?
Camina hasta mí, se acerca lo suficiente como para que pueda ver las arrugas que ha ganado con los años, incluso puedo ver las marcas más pequeñas sobre su piel que una vez fue tersa, y la forma que sus ojos brillan con la malicia que envuelve a la familia.
—Quiero algo que ames. Entrégame algo que ames y te entregaré la fundación. Solo así, sabré que realmente quieres esto y has dejado de buscar felicidad en algo tan efímero y poco útil, como lo es el amor hacia otra persona.
Pero no tengo nada.
Mi abuela es realmente un demonio retorcido, se mueve alrededor de la habitación esperando una respuesta cuando ella ya la conoce. Disfruta ver cómo mueren poco a poco las escasas esperanzas que conservaba.
—No tengo nada, abuela.
Sus ojos se entrecierran.
—¿Nada? ¿De verdad no tienes nada? —vuelve a preguntar—. Piensa bien, Minerva. Dame algo que quieras, dame algo que valga la pena. Demuestra tu lealtad a esta familia.
—Pero no tengo nada —repito.
—Es una pena, porque si no tienes nada que ofrecer, no tengo nada que darte.
Suelto una pequeña risa seca.
—Puedes regresar cuando tengas algo que dar. Hasta eso, no vuelvas a buscarnos.
Señala la puerta en señal de despedida.
Incluso aunque no conseguí lo que quería, no me arrepiento de venir. Al menos ya sé que no tengo realmente nada. Que lo perdí todo y más por seguir los sueños y promesas de alguien que jamás existió.
¿Ves? Solo me tienes a mi —se burla la voz de Joseph en mi oído—. A nadie más que a mí.
—Aunque, podría haber otra manera.
Me detengo en seco y me giro.
Mi abuela se ha acomodado detrás de su escritorio con su cuerpo recostado hacia el lado izquierdo.
—¿Cuál?
—Al menos mientras consigues algo que amar y que estés dispuesta a perder, podrías trabajar bajo la supervisión de alguien de la familia. Pero, ¿quién querría? Ya que, si fallas, esa también será una falla para esa persona.
Nadie lo hará, nadie va a aceptar.
Ella lo sabe y yo lo sé.
—¿Quién crees que podría aceptar?
Muevo la cabeza y me encojo de hombros, pero lamento el gesto justo después de hacerlo porque veo la reacción de mi abuela y me apresuro a enderezar mi espalda y levantar el cuello de aquella manera que nos enseñaron.
—No sé —respondo—. Nadie.
—Bueno, no con esa actitud. Ve y convence a uno de ellos para que te acepte.
Casi abro mis labios para preguntar si habla en serio, pero no hago la pregunta porque de todas formas mi abuela no lo va a volver a repetir.
—Tal vez si consigues que uno de ellos acepte y regresas a la familia, pueda vigilarte más de cerca y ver si hablas en serio sobre quedarte o ver si hay algo que me escondes.
Y así, ella va a esperar que yo tenga algo que ame, para poder ofrecérselo.
Una ofrenda al diablo.
—¿Minerva? Espero que seas consciente que está es una oportunidad única la que te estoy dando y que si me fallas, si por alguna razón, la que sea, me vuelves a dar la espalda y ha esta familia, te llevaré al infierno y la forma que te sientes ahora, no será nada comparado con lo que te haré vivir.
No espera una respuesta de mi parte y aplasta un botón en su escritorio para decirle a alguien que reúna a los demás y les pida que vengan.
Me hace sentar en una silla frente a su enorme escritorio, y me acomodo, con la espalda recta y mis piernas cruzadas, tratando de mantener quietas mis manos que suelen tener el mal hábito de moverse cuando estoy nerviosa.
Uno a uno, los integrantes de mi familia van entrando. Ninguno me mira, solo saludan a la abuela por cortesía. El último en entrar es el abuelo que se para detrás de mi abuela, con una mano en el hombro de ella. Una vez que estamos todos, mi abuela procede a contarles lo último que me dijo, cuando ella finaliza, nadie habla.
Hay un silencio demasiado pesado.
—¿Por qué elegir uno? —pregunta mi tío Amadeus, quien, de todos mis tíos, es el que más se asemeja a mi abuela en todo—. Que pase una semana con cada uno de ellos, así les enseñará a los demás que cuando la familia está en crisis y se necesita que den un paso al frente, deben hacerlo.
Todos mis primos y primas giran su cabeza hacia mi tío, que luce inmutable, sentado en aquel sofá de cuero oscuro con sus ojos grises mirando con diversión a los demás.
Él sabe el poder que tiene y disfruta demostrándolo.
—¿Qué? Por supuesto que no —exclama Regina—. ¿Por qué no se encarga de ella Killian? Fue él quien no se quiso hacer cargo de la fundación.
—¿Y por qué me haría cargo de la fundación? Tengo mi trabajo y lo amo, no tengo tiempo para obras de caridad y esas cosas. ¿No podemos pagarle a alguien para que haga eso por nosotros?
Me atrevo a mirar a mi padre, cuyos ojos oscuros, están fijos en un cuadro frente a la sala, pero sé que no lo está viendo, que está analizando la situación.
—Mi trabajo es muy delicado para tener a cualquiera pendiente de lo que hago —se queja Casandra—. Y lo mismo sucede con los demás, excepto Gaia.
—Ni siquiera voy a responder a eso.
—Ya lo estás haciendo —le dice Casandra, con una sonrisa a Gaia.
Siguen discutiendo, no se elevan voces o llueven insulto, mi familia tiene una forma más delicada de discutir: con palabras punzantes y comentarios pasivo-agresivo.
Mis abuelos y tíos los dejan discutir, hasta que la abuela levanta la mano y todos cierran sus labios. La habitación vuelve a estar en silencio.
—Creo que la idea de su tío es muy buena —nos dice la abuela—. Y es lo que se hará, solo recuerden, que si Minerva falla mientras es la semana de uno de ustedes, al que le tocó esa semana, también fallará y ya saben lo que sucede al respecto.
Por primera vez en mucho tiempo, siento la mirada de todos sobre mí y no es nada agradable.
¿Qué es lo que hace un escorpión cuando se siente amenazado? Se vuelven agresivo y adopta una posición defensiva y luego, atacan, justo como mi familia.
—Bueno, que empiece el juego —finaliza la abuela con una sonrisa.
En realidad, lo que ella quería decir es, que empiece la cacería.
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