6. Bienvenido a la ciudad de las mentiras.
Måneskin - GOSSIP (ft. Tom Morello) (0:14 - 1:09)
Crecí siendo la "invisible" de los Black, no tenía un talento que me haga sobresalir, nada en mi apariencia que destaque: el mismo color de cabello negro que los demás miembros de la familia —excepto Casandra y Pandoraque tienen el cabello rubio cenizo—, comunes ojos marrones y la piel blanca que parece que no haya recibido sol en toda mi vida. No había nada especial que destacar y mi forma de ser introvertida no ayudaba mucho, a diferencia de Regina que no solo es hermosa, si no que tiene un carácter fuerte y es determinada, jamás se calla cuando le dicen algo que a ella no le parece.
Es algo caprichosa y también detesta que le digan que hacer, se lleva fatal con sus tíos y tías por ese motivo. Regina y Gaia saben imponerse, la sola presencia de Gaia consigue que las personas se callen y cuando lanza esa mirada aguda, las personas se paralizan.
Tienen miedo de enfrentarse a Gaia en sus días buenos y en sus días malos, saben que están jodidos, porque Gaia es fría como un glacial, y a diferencia de su hermana, quien, si una discusión no tiene algún beneficio para ella o le están pagando, no le interesa, Gaia no desaprovecha la oportunidad de lanzar sus garras sobre los demás y siempre está buscando maneras de ser útil.
Recuerdo muy bien cuando tenía seis años y Gaia diez, que estábamos sentadas con la abuela en su despacho y el momento exacto donde supe que la abuela quería que sea Gaia quien dirija Black and Company en un futuro, porque ya habían decidido que Ulises sería director de Astra.
Morgana es mejor como directora de I+D su mente brillante estará de maravilla ahí —comentó la abuela.
La abuela se ríe cubriendo sus labios con su vaso.
—Dime, Gaia, ¿qué quieres hacer con tu vida?
Sin perder el tiempo, Gaia responde:
—Quiero controlar el flujo de información de la ciudad.
—Piensa en grande, niña.
—El mundo. Quiero saber que está pasando con las personas y dónde, y a qué hora comenzará antes que la idea ocurra. Quiero tener el control de la información que mantiene al mundo girando sobre su propio eje. Pero no solo eso, quiero saber que mantiene a los altos mandos despiertos por la noche y luego quiero sostener esa información sobre sus cabezas hasta que...
Veo a mi prima dudar, cierra sus labios y los junta con fuerza.
Mi abuela le lanza una mirada fugaz antes de mirar de nuevo su vaso.
—¿Hasta qué? —pregunta la abuela.
—Hasta que hagan lo que yo diga —completa.
Una sonrisa, algo muy raro en mi abuela, se forma en sus labios, pero su rostro no cambia.
Yo estuve todo el tiempo ahí, pero ni siquiera sé preocuparon en hacerme parte de la conversación y eso, es algo muy común. La única vez que todos sus ojos me miraron y mi nombre estuvo en sus labios, fue cuando decidí casarme con alguien que ellos no aprobaban.
—Bueno mírate —mi abuelo me mira con cierta burla y una sonrisa ladeada, ha despedido a todos los demás y solo quedamos los dos en la sala de estar—. La buena y moralista Minerva Black, regresa a casa. No voy a fingir que me sorprende. Aunque si soy honesto, esperaba que todo esto suceda un poco antes.
Cualquier tipo de fuego y motivación que tenía dentro de mi antes de venir aquí, cualquier pasión que me hubiera invadido para hacerle frente a mí familia, ya no existe.
Ahora soy más un caparazón, un recuerdo andante de la niña solitaria y necesitada de amor, que era después de la muerte de mi madre.
—Siéntate, Minerva.
Peino mi cabello hacia atrás con nerviosismo, siguiendo la forma de mi abuelo con los ojos mientras tomo asiento donde él señala.
—Me disculpo por aquello.
Aunque no estoy segura de exactamente porque me estoy disculpando.
¿Me disculpo por querer buscar a alguien que me ame? ¿Me disculpo por equivocarme? O mejor aún, ¿lamento ser una decepción? Sí, creo que eso sería lo más apropiado aquí.
—¿Has venido aquí solo para disculparte, Minerva? Si es así, es una pérdida de tiempo, no nos interesa.
Su discurso está totalmente intacto, sin burlas o sarcasmo. Es seco y directo. La clase de actitud que lo ha mantenido como director de las empresas de consultoría más importantes del mundo y que su familia construyó, por casi cuarenta años.
De hecho, este año cumple cuarenta años en ese puesto.
—No estoy aquí por eso, lo hago porque soy parte de la familia.
—No, eras parte de esta familia. Luego decidiste que un gusano de la calle era más importante y nos diste la espalda. Cuando eso sucedió, me pregunté, ¿qué tan estúpida y patética tienes que ser para dejar esta vida y todo lo que podrías lograr por vivir en la miseria? Sigo sin encontrar una respuesta. Porque si querías un hombre había tantos que elegir.
No, no quería un hombre, quería que me amaran. Quería ser amada, que me vean y escuchen, que noten que estoy ahí y que mi presencia o mi ausencia sean relevantes.
Creo que mi necesidad de buscar amor, validación y afecto, se debe a que diferencia de los demás, al menos los primeros cuatro años de mi vida yo tuve eso. Mi madre me alejó de todos ellos y me llenó de amor, tanto amor que una vez que se fue, me quedé vacía y he pasado toda mi vida tratando de llenar ese vacío.
Y en mi desesperación he buscado en tantos lugares incorrectos.
—¿Por qué dejar a tu familia por ese hombre? ¿Qué lo hizo tan especial para ti que te llevó a tomar esa decisión? Dudo que sea porque la tiene de oro, porque incluso sí eso fue lo que deslumbró o querías, también lo podías conseguir siendo parte de esta familia.
Nadie te va a querer como yo, Minerva —solía decirme antes y después de cada discusión—. ¿No te das cuenta? Nadie jamás te va amar y a valorar como yo lo hago. Solo me tienes a mí.
Crecí en un hogar tan grande y solitario, carente de cariño o afecto, en una familia cuyas muestras de amor eran nulas, igual que los abrazos y demás gestos. Entonces, no fue difícil creerle que nadie más que él me iba amar porque antes de conocerlo, jamás me había sentido amada o escuchada.
No necesitas un trabajo elegante, solo me necesitas a mi —me repetía cuando le decía que quería buscar otro empleo—. ¿Acaso no eres feliz conmigo? Creo que tu familia te jodió más de lo que crees. El dinero no lo es todo. El amor es más importante y eso a ti, conmigo, jamás te hará falta.
Joseph vio mis carencias y las lleno con falsas promesas y palabras que poco a poco me hicieron pensar que, si lo dejaba, no tendría nada, porque ya había perdido mi trabajo, mi familia y todo lo demás por elegirlo a él, entonces, no podía también perderlo.
¿Qué me hubiera quedado?
—Solo quería mi propia familia —respondo.
—Y ese fue un objetivo estúpido —señala—. Lo sigue siendo. Pero no mientas, no es eso. ¿Qué es lo que realmente querías?
Lanza una mirada en mi dirección, de esas que derriban una buena defensa y pone a todos en la sala de juntas a temblar y a dudar de lo que han dicho.
—Dime, Minerva.
—Vamos abuelo, ¿crees que te voy a dar ese poder sobre mí?
Si fuera la abuela, tal vez, porque si la mirada del abuelo pone a dudar a una sala de juntas de lo que han dicho, la mirada de mi abuela los pone a dudar hasta de su propia existencia.
—Oh, niña, ¿no te has dado cuenta? Ya tengo todo el poder del mundo. Dime.
—Quería ser amada —respondo y muerdo mi labio con fuerza para evitar que un patético sollozo se escape de mi boca—. Solo quería que me amaran, algo real. Esa clase de amor que jamás sentí en esta familia, porque seamos honestos, nunca me han amado. Y no estoy de regreso aquí porque ahora piense que me pueden amar, no, lo hago porque me di cuenta que aquello que quería era estúpido. Solo eran tontos sueños de una niña ingenua que aún guardaba ilusiones baratas que su madre sembró en ella.
Me rompí un poco cuando mi madre murió, y seguí quebrándome ante el rechazo de mi padre, algo que mi madre había evitado que sienta y experimente. Mi madre me había protegido de tantas cosas, pero una vez que se fue, a nadie le importaba lo suficiente como para seguir haciéndolo. Y fui lanzada de golpe a un mundo del cual no tenía idea, añorando y tratando de regresar al mundo que mi madre había pintado para mí en mis primeros años de vida.
Me seguí rompiendo con el paso de los años, un poco más cada año. Estaba casi rota en su totalidad, llena de grietas y heridas cuando conocí a Joseph y estoy segura que él las vio y que esa fue la razón de porque se acercó a mí.
Era un carroñero y yo carne en estado de descomposición.
—Bueno, entonces, di tu parte.
Me cruzo de piernas con cuidado y me aclaro la garganta.
—Quiero regresar. A mí viejo apartamento y a mí puesto en la Fundación Black.
Mi abuelo se burla.
—¿Acaso has olvidado con quién estás hablando?
—Bueno, entonces dime, ¿qué quieres?
—No funciona así.
—¿Por qué no?
—Porque yo lo digo.
Me detengo dándome cuenta del juego que están jugando.
Aprender a jugar el juego es una de las primeras cosas que aprendemos como Black, aunque dicen que es algo que no se aprende, si no que nacemos sabiendo. Viene con el apellido y el estatus. también nacemos sabiendo las reglas del juego: das algo, obtienes algo a cambio.
Pero los Black nunca han sido particularmente generosos.
—Quiero regresar a esta familia y voy hacerlo. ¿Acaso olvidas que también soy una Black? ¡¿Cometo un error y me castigas de esta manera?! Estoy cansada de ese trato.
—Y de la miseria en la que vivías. ¿También estás cansada?
—¡Sí! Odio esa vida. La odio y odio haberlo elegido a él. No sé en lo que estaba pensando, abuelo, fui tan estúpida. ¿Dejarlo todo por él o alguien más? No lo valía y jamás volveré a cometer el mismo error. Jamás.
Esto es lo que él me hizo. Ni siquiera mi familia logró matar mis sueños e ilusiones, tal vez porque nunca he confiado en ellos y confíe en Joseph y sus intenciones. En sus palabras de amor.
Él logró convertirme en esta persona amargada y tan llena de rencor, una persona que añora venganza y que se alegró por aquel accidente, esperando el momento que me digan que ha muerto. Aunque en realidad no quiero que muera, al menos aún no, no sin antes haber sufrido al menos un poco.
—Si regresas, ¿dónde trazas la línea?
—¿Perdón?
—La línea de hasta donde eres capaz de llegar para alcanzar lo que quieres. Morgana traza la línea en las pruebas de animales, no hay nada que la haga usar animales en sus pruebas. Killian la traza en el homicidio y Casandra en los temas que involucran niños al menos ahora que parece que va a ser madre. Luego está Regina que mueve la línea a su conveniencia, mientras que para Gaia y Ulises no existe esa línea. Entonces dime, ¿dónde trazas tu línea?
Los abuelos dicen que los Black somos una mezcla mortal de orgullo, vanidad y ego, y que todos estamos demasiados llenos de nosotros mismos como para lograr entender que estamos equivocados, que las cosas se están saliendo de nuestras manos.
Y tal vez antes yo era mejor que los demás respecto a trazar la línea, pero ahora me da igual dónde esté, así que eso es decir mucho de la clase de persona que me estoy convirtiendo.
Es parte del complejo de dios que persigue a los Black —casi puedo escuchar a mi madre decir.
—La trazaré donde sea necesario que esté.
—Es bueno saberlo, eso será todo por ahora. Ve a la habitación de invitados que hemos seleccionado para ti y tu esposo.
—¿Qué? No me voy a quedar aquí, tengo... Obligaciones.
Mi abuelo se burla.
—Los mendigos no pueden elegir, niña.
Medio mueve su mano señalando la puerta en señal que me retire, no le doy una última mirada y salgo, hay alguien esperando afuera para llevarme a la habitación que me han designado, pero yo lo rechazo y elijo ir a la biblioteca, dónde sé que no hay nadie.
Necesito llamar a Sabrina para decirle que no voy a poder regresar hoy. ¿Y si ella no puede cuidar al niño?
—Hola, Minerva. ¿Cómo va tu visita a tu familia? ¿Lo estás pasando bien?
Puedo escuchar la voz del niño en el fondo preguntando por su "mamá".
—Sí, todo está bien, llamo porque ha surgido un pequeño inconveniente y no podré regresar hoy. ¿Será posible que te quedes una noche con el niño?
A estas alturas, ella tiene que haber notado que no lo llamo por su nombre, pero agradezco que no diga nada.
—Sí, está bien, Theo es adorable. Te extraña, no deja de preguntar por ti. ¿Quieres hablar con él?
—No —respondo de inmediato—. Si lo hago empezará a llorar.
—Oh, lo entiendo. Está bien, si necesitas algo más házmelo saber.
—Gracias, Sabrina. Te debo una muy grande.
Me dice que para eso están las amigas y le vuelvo agradecer antes de terminar la llamada.
Unos pasos acercándose llaman mi atención y me escondo detrás de las puertas del balcón que dan al jardín trasero.
La puerta se abre con fuerza y Morgana entra, seguida de su esposo, quien cierra la puerta de la biblioteca detrás de él. Mi prima tiene un vaso en la mano y él intenta acercarse a ella, pero se queda quieto ante la mirada que le da.
—¡¿Me salvaste?! —espeta Morgana, el vestido negro brilla por el fuego de la chimenea y los guantes negros cubren sus manos y la mitad de sus brazos— ¡¿Por qué sigues contando nuestra historia de esa manera?!
Frederick permanece tranquilo e imperturbable ante el arrebato de ira de su esposa.
—Porque eso fue lo que sucedió, te salvé de ti misma y de tu familia. Me necesitabas.
—No me salvaste —sisea acercándose a él de forma lenta—. Acaba de cumplir dieciséis años y tú eras un adulto de cuarenta y seis. ¿Ves el problema? ¡Yo era una niña! Tú tenías la edad para ser mi padre y no importa como quieras venderte, no fuiste un salvador.
Lanza el vaso contra la pared detrás de él, pero ninguno de los dos se mueve.
Hasta que el silencio entre los dos es roto por la risa de Frederick.
—No parecías una niña cuando abriste las piernas para mí por un poco de atención y unos cuantos elogios. Estabas tan necesitada de un salvador, de alguien que te libere de aquel infierno. ¿Recuerdas? Tanto así, que estabas dispuesta a todo y yo te ayudé. Te di lo que querías. Te salvé y lo sabes, Morgana. Estabas en caída libre antes de mí.
Morgana levanta la mano y golpea la mejilla izquierda de su esposo, el sonido del golpe resuena por las paredes repletas de libros y él, en lugar de enfadarse, se ríe, llevando una mano a su mejilla y otra al cuello de ella.
La empuja contra la pared y acerca su rostro al de Morgana, quien le sostiene la mirada con altivez. Se acerca a su oreja y susurra algo que no alcanzo a escuchar, pero ella lo empuja con fuerza y él se aleja riendo, le da una última mirada y sale de la biblioteca.
—¡Maldito infeliz!
Lanza la mesa más cercana con fuerza volteándola lejos de donde estaba y el florero que estaba encima se rompe en pequeños y grandes fragmentos.
Me debato entre salir o no de mi escondite.
—Oye, ¿todo bien?
—¡Por la teoría de la evolución de Charles Darwin! ¡Minerva! Me asustaste. ¿Qué haces ahí escondida?
Lleva una mano hacia su pecho y entrecierra los ojos.
—No quería escuchar nada —respondo—. Ya estaba aquí cuando ustedes llegaron.
No está mirando en mi dirección, observa hacia la puerta donde se fue su esposo unos minutos antes.
—¿No vamos hablar del elefante en la habitación?
—¿Por qué lo haríamos? No es como si te importara.
—Morgana...
—La relación que tengo, este matrimonio, no es un secreto para nadie en esta familia. Ese problema estaba ahí antes que te fueras, ¿te preguntaste cómo estaba en estos casi dos años? No, entonces, ¿por qué debería hablar de eso contigo ahora?
No intenta ocultar su desagrado hacia mí y doy un paso más cerca, mostrando mi presencia y captando su mirada.
Sus ojos verdes están oscuros y hay algo malicioso nadando en ellos que va más allá del odio y el rencor. Es algo que he visto mucho en el resto de integrantes de mi familia.
—Y tú, ¿te preguntaste cómo estaba?
—De he hecho lo hice. Ulises estaba furioso conmigo por querer saber de ti, dijo que debía dejarte atrás, pero siempre fuiste tan confiada. La buena Black. No lo sé, quería saber que estabas bien o tal vez verte para hacerte entrar en razón y que regreses a la familia.
Eso me toma por sorpresa.
—¿Me buscaste?
—Lo hice
Antes de todo esto, no éramos unidas, ella siempre se ha llevado mejor con Ulises, de la misma manera que Regina se lleva mejor con Killian. Gaia es un lobo solitario y yo solía llevarme bien con Casandra.
Ahora, ella ni siquiera me dirige una mirada.
—Te vi saliendo del edificio donde vives, no sé si aún vives ahí, pero parecías, ¿feliz? Supongo. No entendí porque, pero estabas bien, así que le pedí a mi conductor que me sacara de ese lugar antes de que me pudiera contagiar de alguna enfermedad.
—Gracias.
Ladea la cabeza y levanta una de sus cejas perfectamente delineada.
—¿Por qué? No hice nada.
—Lo hiciste, me acabas de mostrar que te importaba lo suficiente como para ir a un lugar que odias para ver si estaba bien, y eso, en este momento, es demasiado.
Su postura cambia y sus ojos recorren mi rostro.
—Como sea, que no se te suba a la cabeza.
Suelto un pequeño suspiro.
—No soy feliz. Ya no.
—Lo sé, todos lo hacemos. Es por eso que estás aquí, estás buscando una forma de serlo, pero Minerva, como es habitual en ti, estás buscando en los lugares incorrectos.
Me da una última mirada antes de dirigirse hacia la puerta, pero se detiene y me mira por encima del hombro.
—Tu esposo te estaba buscando, deberías ir a verlo, parecía ligeramente traumado después de hablar con la abuela.
Cuando entro en la habitación, noto que Tobías está sentado en la cama, mirando fijamente la puerta y su expresión cambia de forma muy ligera cuando me ve entrar.
Se cruza de brazos y levanta las cejas.
—¿Sabes? Hubiera sido de mucha ayuda que me advirtieras antes de aceptar ayudarte que tu familia era, ¿cómo lo digo? ¡Un montón de psicópatas, sociópatas y toda la triada del mal!
—Lo siendo, de verdad, no creí que fuera tan malo, pero no son así todo el tiempo, la mayoría de las veces te ignoran o eso es lo que hacen conmigo.
Lo prefiero de esa manera, mantenerme al margen y ser invisible, no es algo que pensaba mientras crecía o incluso en la universidad, fue solo después de Joseph y ahora al regresar, que pienso que ser invisible no fue del todo malo.
Ser invisible no está mal, que jamás me hayan amado es el problema principal.
—¿Cómo fue?
—Horrible. Tu padre me culpó de todos los males que le han sucedido a este mundo, pero, sobre todo, porque gracias a mí, él perdió un voto en la junta directiva, lo cual, me explicó de forma exhaustiva sin que yo le pregunte, que aquello es lo peor del mundo. Él estaba dispuesto a matarme y tu tío parecía disfrutar del show.
—¿Y mi abuela? ¿Qué te dijo ella?
—Nada. Fue escalofriante. Se quedó ahí, durante toda la reunión solo mirando sin decir una sola palabra.
Es una forma de ejercer control, de demostrar quién está a cargo.
Usualmente cuando una persona permanece en silencio, la otra, ante la incomodidad, empieza a hablar.
—Minerva, no soy nadie para juzgar, pero, ¿cómo saliste tan bien con esa familia tan así? Si yo hubiera crecido en esta casa... No, lo más probable es que estaría llorando mis traumas en un yate. No nos engañemos, ¿quién no disfrutaría siendo millonario? Pero ese no es el punto, ¿de verdad quieres regresar aquí con ellos? Porque no parecen muy felices de verte y no te conozco muy bien, pero pareces una buena persona y en definitiva no mereces que te traten de esa manera.
Suelto un largo suspiro, estoy empezando a sentir toda la pesadez del día y los demás días, y toda la maldita vida.
—Lamento arrastrarte a todo este caos, no fue justo y fui egoísta, estaba tan desesperada que no pensé bien y lo siento, no mereces esto y...
—Oye, está bien. Admito que hubiera sido agradable algo más de contexto sobre tu familia, pero no me obligaste aceptar a ayudarte, yo tomé esa decisión y las consecuencias son mías. No deberías cargar culpas que no son tuyas, Minerva.
Abro los ojos y muevo mi cabeza hacia él.
Normalmente no me permito la autocomplacencia de una fiesta de lástima, pero creo que este día es digno de una excepción.
—¿Crees que debería tomar mis maletas e irme?
—No importa lo que yo crea o quieras, dime, ¿qué quieres tú? Ellos son, después de todo, tu familia. Está fue tu vida y si quieres regresar, está bien, no deberías de darle explicaciones a nadie de porque haces lo que quieres hacer.
Me dejo caer en la cama, a unos centímetros de distancia y miro la amplia habitación. La sola cama es de un tamaño exuberante. El doble del tamaño que la cama en la que ahora duermo y mucho, pero mucho más cómoda.
—Quiero regresar.
—Bien, entonces, eso haremos. Veremos qué sea posible que regreses aquí.
Guardo silencio y evito mirarlo a los ojos.
—¿Nosotros?
—Por supuesto, no pensaste que te iba abandonar. ¿Verdad?
Me encojo de hombros.
—No te culparía si te fueras.
—¿Y perderme del desenlace de este chisme? Jamás. Nací por error, pero vivo por el chisme y el drama de los demás.
Una risa acuosa se escapa de mis labios.
—Entonces, ¿estamos juntos en esto? —pregunto.
Extiende su mano y yo la estrecho.
—Juntos —responde y un segundo después adopta una mirada sería—. Ahora bien, pasemos a cosas más importantes. Dime, ¿Cómo vamos a decidir quién dormirá en la cama y quién en el piso?
¿Qué?
Oh, olvidé ese pequeño detalle.
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