5. No sabes nada de mi familia.
Marina & the Diamonds - Seventeen (1:14 - 1:57)
Después de ese recibimiento menos que amigable y de tener que pedirle a Tobías que firme aquel acuerdo de confidencialidad —que sinceramente no esperaba que sacaran en su primera visita—, nos dirigimos al salón principal.
Regina, por supuesto, camina delante de nosotros con ese garbo y elegancia que la caracterizan. Ella es, sin duda, la más hermosa de nosotras. Con su largo cabello negro, algo característico de los Black, sus rasgados ojos grises que suelen ser más claros u oscuros dependiendo de su humor o la luz del lugar y una figura esbelta y largas piernas que parecen nunca tener fin, es la envidia de muchas y el deseo de otros tantos.
Pero nadie es tan interesante para ella como para conseguir mantener su atención por más de un par de semanas. Regina se aburre con facilidad de las personas y las desecha, sin detenerse a mirar atrás.
—Mi padre y la tía Artemisa, no podrán reunirse ahora, están en una importante reunión de negocios —nos comenta Regina—, pero los demás si estarán presentes. Tus padres se mueren por verte, es una pena que mis palabras no sean literales.
Reprimo el impulso de poner los ojos en blanco, mi padre y ella se llevan terrible, ya que obviamente Regina es la sucesora de mi padre y ella quiere que el momento de sucesión llegue lo antes posible.
Ulises ya está en la sala, al igual que Casandra, ninguno de los dos se mueve ante nuestra llegada, ni siquiera dan un leve gesto de reconocimiento. Se mantienen concentrados en lo que sea que están leyendo en sus tablets oscuras.
El brillo de la pantalla se refleja en la máscara negra que cubre la mitad inferior del rostro de Ulises. Nunca he visto su herida, no creo que alguien aquí lo haya hecho —puede que Morgana—, dicen que lo consiguió de pequeño tras un mal experimento. Regina solía comentar que se lo hizo su padre en un ataque de ira.
—Que recibimiento tan acogedor —murmura Tobías en mi oído.
Las puertas se abren y entra Morgana, con sus manos cubiertas con guantes negros, como siempre, jamás verás a Morgana sin guantes, es parte de su look y se debe a que no le gusta hacer contacto directo con las personas. Detesta que la toquen. Realmente lo odia.
—... Y ahora, ¿esperan que de una declaración? ¡Por supuesto que no! No me rebajaré a dar explicaciones a personas que solo tienen su cerebro de adorno. ¿Cómo pueden cuestionarme cuando ni siquiera se toman la molestia de ver más allá de sus propias creencias? ¿Ellos si se sienten con el derecho a cuestionar y juzgar a los demás, pero el resto no podemos hacerlo con ellos? Jodidos hipócritas —espeta al teléfono que sostiene contra su oreja—. ¡Están haciendo una huelga afuera de los laboratorios! Así que ve y encárgate, y revisa las grabaciones, quiero un regalo especial por parte del que habló en canal 7.
Termina la llamada y se quita los lentes, pasando una mano por su cabello negro y acomodando su cerquillo estilo mariposa. Sus ojos verdes y cabello negro, convidados con su piel blanca y su figura pequeña y menuda, la hacen lucir como una muñeca de porcelana.
Una hermosa y un poco psicópata muñeca de porcelana.
Pasa junto a nosotros y Tobías extiende su mano para saludarla, aunque ella solo sigue caminando, dejándolo con la mano estirada.
—No le gusta que la toquen —explica Frederick, su esposo.
Tobías asiente en señal de reconocimiento y murmura que entiende.
—Usted debe ser el señor Amadeus, el tío de Minerva. Es un gusto.
Oh, mierda.
¿Cómo esto pudo empeorar tan rápido?
—Soy Frederick, el esposo de Morgana.
Una fuerte risa rompe la tensión del lugar y Killian entra en la sala aplaudiendo y riéndose de la confusión que acaba de cometer Tobías. Aunque al esposo de Morgana no le hace ninguna gracia.
—Me agradas —le dice Killian a Tobías—. Soy Killian, el mejor de los Black y si uno de ellos te dice lo contrario, miente y es su envidia hacia mí hablando.
Nadie se molesta en contradecirlo, no porque crean que tiene razón, sino porque no consideran que sea algo importante como para perder su tiempo en una discusión con él.
Veo a Regina acomodarse en un sillón y extender su mano como si estuviera sujetando un vaso, en unos segundos, un mayordomo pone una bebida en su mano y se retira con la misma rapidez con la que apareció.
—Me casé con él por sus miles de millones y él se casó conmigo por mi belleza y para poder presumirme ante los demás.
Mi prima tenía quince o dieciséis años cuando lo conoció y él tenía más de cuarenta. Estaba mal. Toda esa situación estaba mal y la familia lo sabía, pero Frederick es un hombre poderoso y su dinero y poder fue suficiente para que nadie diga nada y lo acepten, dejando que Morgana se case con él.
Nunca ha parecido que sea feliz en ese matrimonio. Solo lo aceptó y siguió adelante con su vida. Frederick intenta mantenerla feliz con regalos caros, hace poco, me enteré que le regaló uno de los caballos pura sangre más exclusivos que hay en el mundo.
Y eso es porque Morgana ama los caballos y la equitación, solía competir de manera profesional.
—Soy Tobías —saluda a Killian.
Eso llama la atención de Regina.
—¿No te llamabas Joseph?
—No. ¿Su nombre no era José? —pregunta Killian—. O creo que era, ¿Saúl?
Mierda. Mierda. Mierda.
—Sí, mi nombre era Joseph, pero lo cambié a Tobías —se apresura a explicar—. Me dije que no debía tener que cargar con un nombre que me fue impuesto, del cual yo no tuve elección, ni voto. Siendo algo que nos va acompañar toda la vida, ¿no tenemos derecho a elegir que nombre queremos llevar? Muchos simplemente nos acostumbramos al nombre que tenemos, pero yo no quería ser así y por eso me cambié el nombre a uno que me gusta y me hace feliz.
La sala se queda sumida en un silencio y los ojos de Killian y Regina están sobre Tobías, Morgana y Fredrick han detenido su conversación privada en un idioma que los Dioses sabrán cual es, mientras que Casandra y Ulises miran de reojo en nuestra dirección.
Es Casandra, para sorpresa de todos, quien rompe el silencio.
—¿Eres profesor de economía o filosofía?
—Economía, pero, ¿no tenemos todos algo de filósofos en nuestro interior? Además, dejé la enseñanza y ahora tengo una tienda de flores y plantas con mi primo.
Regina, quien luce aburrida y casi molesta por estar aquí, lo cual no me sorprende, mueve la bebida en su mano y da un sorbo.
—En serio, ¿de dónde saliste? —le pregunta ella a Tobías, aunque por su postura, no espera una respuesta.
Termina su bebida y el mayordomo se apresura a quitar su vaso.
Al ver aquello, un recuerdo viene a mi mente.
Me sonríe y mueve la pieza de ajedrez.
—Jaque mate. Volví a ganar —dice Regina con una mirada molesta y frunce los labios—. Es aburrido jugar con ella, siempre pierde.
La institutriz, una mujer británica de casi treinta años, pone una mano sobre mis hombros para reconfortarme.
—Minerva es un año menor que tú, lo que quiere decir que tienes un año más de experiencia en este juego que ella, si le enseñas tal vez pueda ganar.
Regina se burla.
—Ella nunca va a ganar, al menos no contra mí y a su edad, yo seguía siendo mejor de lo que ella es.
—Nunca digas nunca, Regina.
Los ojos grises de mi prima van de mi persona a nuestra institutriz.
—¿Por qué?
—Bueno, no sabes que pueda suceder mañana. El mundo da vueltas.
—Tal vez para las personas como tú, pero no para mí. Si yo digo nunca es nunca y aquí va un ejemplo, nunca volverás a trabajar para esta familia.
Se cruza de brazos sobre su pecho y levanta la barbilla en forma de desafío, observo en silencio a nuestra institutriz para ver cómo va a lidiar con esto, porque es nueva, recién tiene un mes con nosotras, pero me agrada.
—No puedes despedirme, Regina. Ahora recoge las piezas.
—¿Estás diciendo que no puedo hacer algo? No sabes con quién te has metido.
—Regina...
—No volverás a decir mi nombre nunca más.
Ella tenía razón, aquella institutriz —cuyo nombre no recuerdo—, no volvió a trabajar para la familia y tampoco se la volvió a ver, y conociendo lo caprichosa que era Regina, estoy segura que de alguna forma hizo que aquella mujer, no vuelva a pronunciar su nombre.
Mi prima tenía siete años en aquella época.
—¿Sabes? Te imaginábamos de manera diferente —comenta Killian—. Pero estás resultando ser una grata sorpresa.
—Podrías ser el nuevo bufón de la familia, ya que el último esposo de Gaia murió —se burla Regina.
—Regina.
Me mira, sin parecer arrepentida, porque en su mente, ella no ha dicho nada malo.
—¿Qué? Es la verdad.
Me giro hacia Tobías, sintiéndome mal por hacerlo pasar por todo esto.
—Disculpa a mi prima, el tacto y la amabilidad no es lo suyo.
Ella maldice por lo bajo, pero no por lo que acabo de decir, si no porque un enorme perro lanudo, cuyo pelaje es tan negro como el carbón y tiene unos ojos rojos o amarillos dependiendo de la luz, ha entrado en la sala.
Caminando de forma lenta y silenciosa hasta posarse a los pies de Morgana.
—Morgana, ¿qué te hemos dicho de tener a tu perro en la casa? —le pregunta Casandra, aunque no suena molesta, ella rara vez se molesta con una de nosotras a excepción de Gaia.
Ellas mantienen una pelea que no sabemos como y cuando inició.
—¡Acaba de entrar y ya está dejando caer su pelo! ¡Morgana!
El animal es un hermoso cruce entre un pastor belga groenendael y un malamute de Alaska. Es enorme y si hay algo que Morgana ama más que a ella misma, es a ese perro.
Lo encontró afuera de los laboratorios. Estaba lloviendo y el pobre animal tenía aproximadamente un mes y medio de nacido. Al verlo, Morgana se bajó del vehículo y, a pesar de ser una persona quisquillosa sobre las bacterias y esos temas, tomó al cachorro en sus brazos y lo llevó a un veterinario. Han sido inseparables desde aquel momento.
—Que lindo animal —comenta Tobías cuando el perro se acercado a él para olfatearlo, mostrando de forma sutil sus grandes colmillos—. ¿Con cuántos Ave María se calma?
—Se llama Merlín —le dice Morgana—. No es agresivo.
Cómo ella confía en los instintos de su perro, y al ver que el animal no tiene algún inconveniente con Tobías, ella tampoco, al menos por ahora.
Ulises se acerca a ella y murmura algo en su oído, ella da un leve asentamiento de cabeza y Ulises regresa a dónde estaba, compartiendo una mirada con Casandra.
—Tal vez deberías soltar a tu bestia y dejar que se coma a esos que están protestando afuera de Astra —comenta Regina.
Morgana arruga las cejas.
—Mi perro no come porquerías.
—¿Por qué están protestando?
Los ojos oscuros de Ulises se fijan en mí.
—¿Por qué quieres saber? —pregunta con recelo— ¿Acaso no ves las noticias?
—Solo es curiosidad —respondo.
No parece conforme con mi respuesta, pero de todas formas Morgana responde.
—Creen que no debemos "jugar a ser Dios" al intentar crear órganos. Asumen que los usaremos de formas no éticas, lo cual, bueno, no es del todo erróneo.
—Pensé que estaban protestando por los derechos de los animales o algo así.
—No, sabes que odio hacer pruebas en animales.
El perro de Morgana está molestando a Regina y está maldice, pero el animal no se mueve hasta que Morgana le hace una seña con la mano y este camina para posarse junto a sus piernas.
—Si no hacen pruebas en animales, ¿cómo prueban sus productos?
Una sonrisa se expande por los labios de mi prima, sus ojos brillan por la emoción ante la pregunta.
Me cruzo de brazos, porque aquello es un tema polémico con el que nunca he estado de acuerdo.
—Gracias a donantes anónimos, por supuesto —responde la pregunta que Tobías le acaba de hacer—. ¿Sabías que no se puede saber con exactitud cuántas personas viven en las calles? Ya que muchas personas sin hogar no se registran en programas de servicios sociales o de ayuda. Sin embargo, hay algunas organizaciones que estudian la población sin hogar y estiman que hay alrededor de 500.000 a 2 millones de personas sin hogar en los Estados Unidos, y unos 100 millones en todo el mundo. Algunos cientos de miles de ellos desaparecen y jamás nadie lo nota. Interesante. ¿Verdad?
—Estas... ¿Acaso estás insinuando que usan personas como conejillos de india?
—Ratas de laboratorio sería más apropiado —le aclara Ulises—. Y no está insinuando nada, solo establece los hechos. ¿Acaso no te contó tu esposa que es lo que hacemos en Astra?
No, jamás hablo de ese tema. Me avergüenza la forma que tienen de llevar las cosas en esos laboratorios, por eso siempre quise permanecer lejos de ahí y de Black and Company, porque al final del día no sé quién es peor.
—Son personas de la calle, drogadictos sin futuro que están felices de probar nuestras pastillas. No hacen más que ocupar un espacio y gastar oxígeno, nosotros en Astra, le damos un propósito. Al menos ahí, están siendo útiles para algo. A nadie les importan esas personas. ¿O acaso has visto protestas por ellos? No, porque nadie nota que ya no están. Algunos, incluso aunque no lo digan para no ser juzgados, se sienten aliviados al notar menos mendigos en las calles.
—¡No pueden jugar a ser Dios! —espeto.
¿Cómo no pueden ver lo mal que es aquella situación?
—No, tú no puedes, nosotros sí —responde Ulises—. Lo hemos estado haciendo por décadas y otros laboratorios igual. ¿Eres consciente de que se ha elevado el número de personas sin hogar en los últimos años? ¿Del exceso de población mundial que hay? Y no importa el número de recursos que les des, nunca será suficiente para ellos. Son parásitos.
—Los cuales nos ayudan en la búsqueda científica —agrega Morgana—. ¿Leíste el caso de la niña de once años que ayudamos a salvar hace unos meses? Bueno, ¿cómo crees que fue eso posible? Usamos a una persona sin futuro, para darle tiempo a alguien que si lo merece. Ya sabes, el bien justifica los medios.
Cuando le pregunté sobre aquello a mi abuela, ella me explico que era necesario y que, utilizando personas en lugar de animales, pueden reducir el tiempo de procesos. No es ético o legal, pero eso no importa, porque con el dinero suficiente, puedes comprar el silencio y los permisos que sean necesarios.
Me dijo la misma frase que Morgana acaba de utilizar: el bien justifica los medios. Pero no es así, esas personas siguen siendo humanos, siguen teniendo derechos.
Esas personas saben lo que va a pesar con ellos —me dijo mi abuela—. No les mentimos, pero no les importa. No tienen nada que perder.
—Y no les importa que, no sé, saliendo de aquí yo vaya a revelar esto a la prensa o algo así.
Regina se ríe.
—Para eso está Black and Company —responde Casandra aún con su vista fija en su tablet.
Black and Company es una empresa de consultoría y básicamente lo que hacen es que ayudan a las empresas a resolver sus problemas. Empresas en todo tipo de industrias y cualquier tipo de problemas: ventas, recursos humanos, logística, operaciones, lo que sea.
Está presente en 64 países con más de treinta y cuatro mil empleados y tal solo el año pasado, facturaron cerca de 17 mil millones de dólares. Y lo más importante de todo, es que ha trabajado con el ochenta y siete por ciento de las empresas Fortune 500. Es por ello que no les gusta ser vistos y poseen acuerdos de confidencialidad tan fuertes, ya que las personas con las que trabajan son personas de ética muy dudosa, igual que ellos.
Y no hay que olvidar, que también trabajan con agencias de gobierno, dándoles recomendaciones que dan escalofríos.
—Que interesante familia —me dice Tobías.
—No tienes idea.
—Al conocerlos, ya puedo entender porque querías regresar aquí.
Algunos dicen que es gracias a Black and Company que no existe la clase media y de que los directores ejecutivos ganen demasiado dinero. ¿Por qué? Por sus estrategias a las empresas un claro ejemplo es su recomendación de despidos masivos. Después de su llegada al mundo, los directores ejecutivos empezaron a ganar cuatro veces más, porque la idea de Black and Company es cortar a lo de abajo para que los de arriba sigan en la cima.
Esa empresa de consultoría es responsable de los despidos masivos más importantes del mundo entero y ni siquiera les importa.
Por eso me gustaba trabajar en la fundación, porque ahí podía marcar una diferencia, intentar enmendar un poco lo que hacía el resto de mi familia. Y si puedo regresar a trabajar ahí, tal vez vuelva a encontrar el propósito que perdí.
—¿Por qué no querría regresar? —pregunta Killian— No imagino que podrías darle, que el dinero no pueda y si me dices amor, dejaré que seas la siguiente rata de laboratorio de Ulises y Morgana.
Pero la pregunta queda sin respuesta porque las puertas de la sala se abren.
La primera persona en entrar es mi abuelo, detrás de él viene, como casi siempre, Gaia ya que ella es la única que entra a las reuniones ejecutivas de alto mando. Lo ha hecho desde que tiene veinte años.
Gaia estudia la habitación y sus ojos marrones, casi negros, se detienen en Tobías, observándolo de pies a cabeza. Dejando a un lado a mis abuelos, es ella quien me asusta y representa un problema para mis objetivos, porque Gaia es la encargada de limpiar a la familia de problemas y es buena en su trabajo. Casi como un sabueso que olfatea un problema incluso antes que exista y se lanza hacia a él como una depredadora hacia su víctima, destrozándolo de la mejor manera y eliminando toda evidencia de que alguna vez existió.
—¿Firmó el acuerdo? —le pregunta Gaia a Regina y está responde que si—. Bien. Ve, el mayordomo te llevará hasta el despacho de la abuela, ella está esperando por ti. Ahí también están mi tío Dionisio y los padres de Minerva.
—¿Qué?
Mierda.
Debí saberlo.
Divide y vencerás —me recuerda mi mente.
—Lo que escuchaste, la abuela quiere hablar con él. No tienes ningún problema. ¿Verdad, Minerva? Y aunque los tuvieras, recuerda que los mendigos no pueden elegir.
No hay manera de que esto salga bien.
—Está bien —acepta Tobías y luce tranquilo, tal vez porque no sabe cómo es mi abuela.
Le doy una mirada rápida mientras veo como Tobías sigue al mayordomo fuera de la sala.
Hasta ese punto, el abuelo ha permanecido en silencio junto al mini bar, sirviéndose un vaso de coñac que cuesta más que todo el edificio donde vivo.
—Mientras tanto, Minerva, siéntate. Tenemos mucho de qué hablar.
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